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ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN

POLÍTICA Y LA GUERRA DE 1808-1814 EN LAS


FUENTES BRITÁNICAS

Trabajo de investigación realizado por Daniel Yépez Piedra y dirigido por el profesor
Esteban Canales Gili

Programa de Doctorado d’Història comparada, social, política i cultural.


Departament d’Història Moderna i Contemporània.
Universitat Autònoma de Barcelona.
Febrero/Junio 2006.
ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN POLÍTICA Y LA GUERRA DE 1808-
1814 EN LAS FUENTES BRITÁNICAS

ƒ 1. Presentación e Introducción. ……………………………………. PP. 3 – 11.

ƒ 2. Las percepciones británicas de la Revolución española: entre la causa


española y el temor revolucionario. ………………….……………... PP.12 – 25.

ƒ 3. Los británicos ante un nuevo órgano de poder en la España antinapoleónica.


La Junta Central.
3.1 Caracterización de las Juntas: proceso de creación. ……… PP.26 – 29.
3.2 Caracterización de las Juntas: Tarea de gobierno y búsqueda de apoyos
internos y externos. …………………………………...…….. PP.29 – 34.
3.3 La necesidad de un gobierno central: la Junta Central. …..… PP.35 – 43.
3.4 Las Juntas y su ineficaz gestión de la guerra. Ejércitos provinciales y
necesidad de un mando único. ………………….………….. PP. 43 – 49.

ƒ 4. El Consejo de Regencia.
4.1 Breves consideraciones introductorias. ………….…..……. PP. 50 – 51.
4.2 La opción de la Regencia. La constitución del primer Consejo de
Regencia. ………….…………………………….…………. PP. 51 – 56.
4.3 Los diferentes Consejos de Regencia: de un poder activo a un poder
subordinado a las Cortes. ………………………………….. PP. 56 – 68.
ƒ 5. Las Cortes.
5.1 El grand affaire: la convocatoria de las Cortes……..…….... PP. 69 – 77.
5.2 Las primeras sesiones de las Cortes Extraordinarias. ……… PP.77 – 88.
5.3 La continuación de las sesiones: la Constitución de Cádiz. PP.88 – 102.
5.4 Las Cortes y el esfuerzo bélico. ……………...………….. PP.102 – 112.
5.5 La Política religiosa de las Cortes. ……...………………. PP. 112 – 117.
5.6 El periodo de las Cortes ordinarias. ………...…………... PP. 117 – 121.

ƒ 6. El final de la Revolución: más allá de 1814. ………………….. PP. 122 – 136.

ƒ 7. Conclusiones. ……………………………………………...….. PP. 137 – 142.

ƒ 8. Bibliografía. ……………………………..…………………….. PP.143 – 153.

2
ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN POLÍTICA Y LA GUERRA DE
1808-1814 EN LAS FUENTES BRITÁNICAS

1. PRESENTACIÓN E INTRODUCCIÓN

El presente texto pretende analizar la visión que se tuvo en el Reino Unido de la


revolución española entre 1808 y 1814, coincidente con la Guerra de Independencia. El
tema se inscribe en mi investigación sobre la imagen de España a través de las
narraciones británicas de la Guerra Peninsular.

España entre 1808 y 1814 vivió sus agitados inicios de la época contemporánea,
en los que coinciden una guerra contra el avance napoleónico y la revolución que la
inició y que acompañó al desarrollo de los movimientos bélicos. Tanto los británicos
como los españoles tuvieron que enfrentarse a esta doble coyuntura de guerra y
revolución.

Esta coincidencia determinó el modo de aproximarse de los diferentes


observadores y comentaristas británicos a la realidad española. Tuvieron sus propias
ideas y su propio orden de prioridades que no siempre encajó con lo que estaban
haciendo los españoles. La queja de dar prioridad a los cambios políticos frente a
centrar sus esfuerzos en la guerra apareció en diferentes momentos a lo largo de esos
seis años. Este orden equivocado de sus prioridades, a su entender, fue visto como una
de las causas principales de su fracaso final, y se convirtió en el principal argumento
caracterizador en su particular visión del comportamiento político de los españoles
durante esos años, de las decisiones que se tomaban y la forma en que ejercieron el
poder.

Sin embargo, la perspectiva de nuestro análisis no se puede cerrar en 1814,


porque debemos encajar todos estos fenómenos en procesos históricos de larga
duración, yuxtapuestos en diferentes niveles. No sólo me estoy refiriendo a la
consideración de la Guerra de la Independencia como la primera fase de la revolución
liberal española, que no deja de ser una construcción historiográfica y un proceso que ni
participante ni observadores fueron conscientes de ellos.

Estoy aludiendo a la existencia de diferentes imágenes de España integradas en


el imaginario colectivo británico. En el siglo XVI se había desarrollado la imagen de la
España de la Leyenda Negra, que a inicios del siglo XIX no estaba del todo olvidada.
Más aún, los viajeros ilustrados la matizaron incidiendo en algunos aspectos como la
superstición o realzando otros como el retraso económico. Pues bien, en las décadas
anteriores a la guerra, empezaron a aparecer aquellos aspectos que más tarde
conformarían la otra imagen de España que se instaló en Gran Bretaña: la imagen

3
romántica. El impulso recibido durante la guerra, muy vinculado al apoyo a la lucha que
habían iniciado los españoles por su libertad e independencia, fue decisivo.

Estas dos imágenes antagónicas de España coexistieron a lo largo de siglo XIX,


viviendo la imagen romántica un momento de esplendor hasta los años cincuenta.
Ambas imágenes eran las referencias culturales e ideológicas con las que llegaban los
viajeros europeos, y del resto del continente europeo, a España. Su perduración en el
tiempo fue clara al ser rescatadas por toda la publicística que se generó en Gran Bretaña
alrededor del debate que suscitó la Guerra Civil española, tal como ha estudiado
Enrique Moradiellos. Pero en aquellos momentos se estaba gestando otra imagen de
España, aquella de la supuesta peculiaridad del país respecto al resto de Europa. 1

Por otro lado, y ya centrados en los prolegómenos de nuestro estudio, tenemos


que señalar que intentar hacer la visión del propio país a partir de las observaciones y
comentarios de personas de otro país que estuvieron presentes en él representa un juego
de espejos y moverse por un terreno nada fácil. Las visiones de un mismo fenómeno no
acostumbran a ser coincidentes y la doble cara de los acontecimientos que ocurrieron
durante estos poco más de seis años acaba complicando nuestro panorama.

Nuestro marco cronológico son las fechas de la Guerra de la Independencia


española. Parece más adecuada la terminología británica de Peninsular War para ese
conflicto, porque no se olvida de otro de los países afectados, Portugal, y esa
concepción no disminuye la importancia de dos de los contendientes, Gran Bretaña y el
Imperio napoleónico, cuyas disputas por la hegemonía se iba a dirimir también en esa
guerra. Por lo tanto, estalló una guerra nueva, hubo un cambio en las alianzas y los
soldados lucharon en un nuevo escenario bélico, pero sus inicios los tenemos que
encontrar en las guerras napoleónicas, guerras en las que debemos recordar que España
no se había mantenido al margen.

Estamos ante un caso complejo porque necesitará el análisis de la nueva relación


que se estableció entre dos antiguos enemigos, y ahora aliados temporales, entre Gran
Bretaña y los españoles. Si pretendemos tener una panorámica general de la guerra,
podemos afirmar que son necesarias visiones que se acerquen a las fuentes de todas las
procedencias, incluyendo las francesas o portuguesas, no del todo conocidas en España.

Y aún más, una guerra con tantas implicaciones internacionales como ésta nos
tendría que hacer más abiertos a la disponibilidad de fuentes de muy diferente
procedencia geográfica. Las aportaciones que nos podrían proporcionar las fuentes
alemanas, polacas o italianas sobre la guerra no se tendrían que desdeñar en un análisis
global de aquellos años.

1
Sobre la confluencia de estas dos imágenes durante la Guerra Civil, me remito a Enrique Moradiellos,
“The British Image of Spain and the Civil War,” en IJIS, vol.15 (1), 2002, pp. 4-13.

4
La presente investigación pretende contribuir al mejor conocimiento de la
contienda española y de la revolución política que la acompañó utilizando para ello una
parte fundamental de estas múltiples facetas, la que proporcionan las fuentes británicas.
Optar por investigar desde una perspectiva británica la guerra y la revolución es toda
una declaración de intenciones porque supone alejarse de los caminos más tradicionales
y acercarse a nuevas vías impulsadas desde la perspectiva comparada. Esta opción
metodológica no es nueva, porque ambas historiografías han dejado parcialmente atrás
anteriores prejuicios y se han acercado a las fuentes que les podía ofrecer la otra.
Charles J. Esdaile por el lado británico o Alicia Laspra por el lado español son buenos
ejemplos de ello. Ahora sólo tenemos que seguir trabajando para acabar de construir un
espacio común que lleve a un mejor entendimiento por los dos lados, tal como ha
sugerido recientemente P. Dwyer. 2

Hablar de fuentes británicas supone incluir en ellas las irlandesas, pues Irlanda
formaba parte de Gran Bretaña desde 1801. Pero esa procedencia no implica visiones
diferentes de las fuentes inglesas y escocesas, más allá de buscar similitudes o de
resaltar el factor católico, elemento común a españoles e irlandeses. Las fuentes
archivísticas y documentales son muy variadas y han sido más o menos utilizadas en
función de su grado de adecuación a las necesidades de esta investigación. 3

Entre las fuentes archivísticas, encontramos en primer lugar los fondos


documentales depositados en el Public Record Office, es decir, toda la documentación
oficial generada por la gestión de gobierno del gabinete británico. En esta investigación
utilizaremos los Foreign Office Papers, que incluyen toda la documentación oficial
enviada a diferentes miembros del gobierno británico por los diferentes embajadores y
representantes extraordinarios en España y por toda la red de agentes de agentes civiles
y militares que se extendió por distintos puntos de la geografía española durante la
guerra.

2
P. Dwyer, “New Avenues for Research in Napoleonic Europe” en European History Quarterly, Vol.
33(1), (2003), pp. 101-124. La extensa bibliografía de Charles J. Esdaile impide hacer una relación de
todas sus obras. Por eso citaremos The Peninsular War. A New History, London, Penguin Books, 2002,
de la existe una traducción castellana, La guerra de la Independencia. Una nueva historia, Serie Mayor,
Crítica, Barcelona, 2004; The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14,
Londres, McMillan Press, 1990. De Alicia Laspra señalaría sus obras sobre la relación entre Inglaterra y
la Junta asturiana: Intervencionismo y Revolución. Asturias y Gran Bretaña durante la Guerra de
Independencia (1808-1813), Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos-CSIC, 1992; y Las Relaciones
entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino Unido en la Guerra de Independencia.
Repertorio Documental, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1999.
3
Una primera aproximación a estas fuentes la podemos realizar en Alicia Laspra, “Fuentes Documentales
para el Estudio de la Guerra de la Independencia en el Public Record Office y otros archivos británicos,”
en Actas del Congreso Internacional Fuentes Documentales para el Estudio de la Guerra de la
Independencia, organizado por la AEGI Pamplona 1-3 Febrero 2001, Pamplona, Ediciones Eunate, 2002,
pp. 265- 297

5
Las fuentes archivísticas públicas se tienen que combinar con las privadas, con
los papeles personales de distintos personajes, políticos o no, y que tuvieron cada uno
una relación directa o más temporal con los asuntos españoles.

La serie documental privada más importante utilizada en esta investigación es


sin duda los Holland House Papers que se encuentran en la sección de manuscritos de la
British Library, en la ciudad de Londres. En estos papeles encontramos toda la
documentación, destacando la correspondencia, de los terceros Lords y Lady Holland,
Lord Henry Richard Vassall Fox y Lady Elizabeth Holland. Lord Holland era el sobrino
de Charles J. Fox, quien había muerto en 1807, y su heredero político al frente de la
influyente corriente foxita. Lord Holland había estado ya dos veces en España y tenía
vínculos muy íntimos con ese país. En 1808 se convirtió en la voz más reputada en los
asuntos españoles, volviendo a visitar el país entre octubre del 1808 y agosto del 1809.
Desde su posición privilegiada en la Cámara de los Lores presionó al gobierno para que
se apoyase la causa española. También encontramos toda la documentación de su amigo
personal y médico de la familia, el Doctor John Allen, personaje erudito que le
acompañó en ese viaje y al que siempre se le ha dejado en un segundo plano.

De forma secundaria también he utilizado los Doyle Papers, que se encuentran


en la Bodleian Library de Oxford, y el manuscrito titulado “On the proceedings of the
Cortes of Spain from the 24th of September to the 15th November of 1810,” escrito por
Lord John Russell. Se trata de un texto que leyó ante la Speculative Society de
Edimburgo en una de sus sesiones de 1811. 4

La investigación nos podría haber conducido a visitar fondos documentales


privados existentes en otros archivos británicos, pero una parte de ese trabajo puede ser
sustituido con la atención prestada a las fuentes primarias publicadas. Estamos ante un
fenómeno mucho más extendido que en España, ya que ha habido un gran afán por
recuperar la correspondencia, las anotaciones en los diarios y otros textos personales y
privados, materiales que son organizados, más o menos contextualizados y publicados
en un intento de dejar constancia del personaje en cuestión. A veces, se convierten en
obras poco homogéneas que transcriben sólo una parte de su documentación
archivística, pero que en algunos casos es suficiente para acercarnos a su relación
personal con la guerra en España sin importar si el personaje en cuestión estuvo durante
esos seis años en la Península. Hemos de señalar que estas obras suplen la falta de
memorias autobiográficas de algunos personajes. 5

4
Bodleian Library (Oxford): Duke Humfrey’s Library, Mss English Historic 40346 e.241. Aquí se halla
el original de este manuscrito.
5
Excepciones son Henry Edward Holland, 4th Lord Holland (ed.); Foreign Reminiscences. By Henry
Richard Lord Holland. Second Edition, London, Longman, Brown and Green, 1851; Lord Stvordale (ed.);
Further Memoirs of the Whig Party 1807-1821 with some Miscellaneous Reminiscences, by Henry
Richard Vassall, Third Lord Holland. London, John Murray, 1905; Recollections and Suggestions by
John Lord Russell, London, 1875, etc.

6
Son múltiples los ejemplos, y en muchos casos hay varias ediciones, o nuevas
obras que recopilan nuevos materiales y amplían la disponibilidad de fuentes directas de
un personaje. Éste puede ser el caso de Francis Horner, un joven diputado whig, muy
próximo al círculo de la Holland House y un defensor inicial acérrimo de la causa
española para atemperar sus ánimos hacia España mientras ganaba protagonismo
político en la Cámara de los Comunes. 6

Otro ejemplo es el del político radical John Cartwright, quien llegó a hacer una
serie de propuestas políticas para España. 7 Ni Cartwright ni Horner ni muchos que se
interesaron por los asuntos españoles visitaron el país, y su contacto más cercano fue
con los representantes de las diferentes Juntas provinciales que fueron enviados a pedir
ayuda, o con el personal diplomático que posteriormente se desplazó a Inglaterra como
forma de plasmar la alianza y la consiguiente reapertura de las relaciones diplomáticas.

Dentro del grupo de las fuentes publicadas podemos encontrar el caso de la


reproducción de la documentación oficial. Supone dar una muestra más de la
personalidad del protagonista del libro, sirviendo de complemento a toda su
documentación privada. Un ejemplo es la documentación publicada de Richard
Wellesley, Marqués Wellesley, como enviado extraordinario británico ante la Junta
Central en 1809. 8

Esta obra de un único volumen es un ejemplo excepcional, pero no único, ya que


abundan los casos de las grandes series documentales, con escritos oficiales y privados
y correspondencia pública y personal de los grandes nombres de la política británica,
militares incluidos. Reproducen documentación que encontramos en diversos archivos
hasta convertirse en publicaciones de obligatoria consulta como primer paso en la
investigación. El caso de Wellington es conocido, porque no se ha reducido a una única
serie documental, sino que su larga carrera política y militar y la gran cantidad de
documentación han permitido la publicación de diferentes series documentales. En esta
investigación nos centraremos en la primera de ellas, los Wellington’s Despatches, muy
centrada en su carrera militar en los diferentes escenarios en que luchó. 9

6
Leonard Horner (ed.); Memoirs and Correspondence of Francis Horner, M. P. Second Edition, Murray,
London, 1853; Bourne, Kenneth Bourne and B. Taylor (eds.); The Horner Papers. Selection from the
Letters and Miscellaneous Writings of Francis Horner, M. P., 1795-1817, Edinburgh University Press,
1994.
7
F. D. Cartwright (ed), The Life and Correspondence Major Cartwright, Reprint of Economics Classics,
Augustus M. Kelley Publishers, New York, 1969
8
Montgomery Martin (ed.), The Dispatches and Correspondence of the Marques Wellesley, K. G., during
his lordship’s mission to Spain as ambassador extraordinary to the Supreme Junta in 1809, London, John
Murray, 1838. Los originales de los documentos reproducidos están en el Public Record Office.
9
Lieut. Col. J. Gurwood, (ed.); The Dispatches of Field Marshall The Duke of Wellington During His
Various Campaigns in India, Denmark, Portugal, Spain, the Low Countries and France, from 1799 to
1818 compiled from official and authentic documents by Lieutenant Colonel Gurwood, 13 vols, London:
John Murray, 1838. Los relativos a la Peninsular War ocupan de los volúmenes 4 al 12.

7
Un segundo grupo dentro de las fuentes publicadas son los registros
parlamentarios de las dos cámaras de Westminster, recogidos en la colección
Parliamentary Debates. No sólo están presentes los debates parlamentarios en ambas
cámaras, muy vivos tras el fracaso de la campaña del Teniente General Sir John Moore
o tras la retirada que se produjo tras la victoria de la batalla de Talavera; figura también
parte de la documentación oficial entre el gobierno y los agentes civiles y militares, el
embajador británico en Madrid, John Hookham Frere, y el propio Moore, documentos
que la oposición, tras atacar al gobierno por esa derrota, consiguió que se hiciesen
públicos. Estamos, por lo tanto, ante una fuente política de primer orden porque
confluyen en ella las opiniones tanto del gobierno como de la oposición parlamentaria.
A través suyo podemos observar cómo la oposición dejó de utilizar el tema español para
atacar la política del gobierno una vez que los británicos volvieron a adoptar una actitud
ofensiva.

Un tercer grupo dentro de las fuentes publicadas son los relatos de viajes en los
que visitantes británicos que vinieron a la Península por muy diferentes motivos cuentan
sus experiencias, sus comentarios y observaciones de la realidad que encontraron y con
la que tuvieron que relacionarse. España había sido un destino secundario en los
circuitos del Grand Tour ilustrado, 10 pero las circunstancias bélicas favorecieron la
llegada de nuevos visitantes porque los destinos tradicionales (Francia, las tierras
alemanas, gran parte de las tierras italianas posteriormente) estaban cerrados a los
visitantes británicos. En Gran Bretaña, además, los viajes formativos del Gran Tour
estaban dando paso a viajes en que se buscaba lo exótico, lo novedoso o lo tradicional
frente a un mundo en rápido cambio. Representaba una nueva sensibilidad de carácter
romántico, que se había desarrollando antes del estallido de la guerra, pero que encontró
en España otra de sus fuentes de expresión. Tales viajes aportan informaciones para
conocer la situación española en el momento histórico en que estuvieron aquí.

La Península Ibérica se convirtió tanto en el objetivo de esos viajeros como en


una etapa previa y necesaria antes de dirigirse hacia otros destinos, principalmente el
Mediterráneo. Éste fue el caso de Lord Byron y el de su acompañante John Cam
Hobhouse, Lord Broughton. Hicieron una visita muy rápida, entrando por Badajoz
desde territorio portugués y visitando Sevilla y Cádiz. Pero ninguno de los dos hizo
muchas referencias políticas, lo que, junto a la rapidez de su vista, resta valor para
nuestra investigación. 11

10
Sobre el Grand Tour me remito a Jeremy Black, The British abroad. The Grand Tour in the Eighteenth
Century, Sutton Publishing, Stroud, Gloucestershire, United Kingdom, 2003.
11
Para esta visita me remito a: lady Dorchester (ed.) Lord Broughton, Recollections of a Long Life, With
additional extracts from his private diaries. 4 vols, London, 1909, especialmente, pp. 6-12; “From Lord
Byron to his mother, Mrs. Catherine Gordon Byron, Gibraltar, August 11th, 1809” en Byron. A Self-
Portrait. Letters and Diaries, 1798 to 1824. With Hitherto Unpublished Letters in two volumes by Peter
Quennell. London, John Murray, 1950, vol. I, pp. 52-56; “From Lord Byron to Francis Hodgson,

8
Pero los relatos de otros viajeros se centraron en su experiencia en la Península,
encontrando ejemplos en los distintos momentos de los 6 años de guerra y revolución.
En 1808 Charles Richard Vaughan acompañó en calidad de secretario de Charles Stuart,
representante británico que asistió a la creación de la Junta Central. La experiencia en
España la plasmó en un relato y en un panfleto titulado “Narrative of the siege of
Saragossa,” que resultó ser todo un éxito editorial. 12 Este relato nos remite a su
primera experiencia en la Península, aunque no fue la única, porque desde 1810 ocupó
diversos cargos en la embajada británica. Para conocer ese periodo tenemos que
acercarnos a la documentación oficial, o a la documentación personal, los Vaughan
Papers, depositados en el All Souls College, de Oxford, cuyo acceso es muy restringido.
13

La presencia de visitantes británicos en 1809 se multiplicó en España. Blanca


Krauel Heredia se refiere a ellos en su estudio sobre la visión de Andalucía en los
viajeros británicos entre 1760 y 1845. 14 Para el periodo de la guerra de la
Independencia, la autora utiliza fundamentalmente las obras de William Jacob, sir John
Carr y Robert Semple. 15 En esta investigación utilizamos las dos primeras obras, porque
se adecuan más a nuestros objetivos, sin quitar valor a la obra del agente comercial
angloamericano.

W. Jacob fue un diputado conservador que quiso vivir en primera persona lo que
ocurría en España y nos proporciona una imagen muy viva de la misma. Su obra es
importante porque recorrió las tierras andaluzas en los meses previos a la ocupación
francesa, visitando la Sevilla de otoño de 1809 con todo su movimiento político y
estando presente en las primeras semanas del Cádiz sitiado en 1810. Su obra no es el

Gibraltar, August 6, 1809”, en Leslie A. Marchand (ed.), Byron’s Letters and Journals. John Murray,
London, 1974, Vol. 1, pp. 216-217. Una explicación la encontramos en Phillip H. Churchman, “Lord
Byron’s Experiences in the Spanish Peninsula in 1809,” Bulletin Hispanique, Tome 111, 1909, pp. 55-
171. Byron es un personaje cuya relación con España durante la Guerra tiene que ser revisada.
12
El relato del 1808 está publicado en castellano: M. Rodríguez Alonso (ed.), Ch. R. Vaughan, Viaje por
España 1808, Cantoblanco (Madrid), Col de Bolsillo, Nº5, Ediciones de la Universidad Autónoma de
Madrid, 1987. Incluye una copia de “Narrative of the Siege of Saragossa”.
13
Sobre su documentación en Oxford, véase P. de Azcárate, “Memoria sobre los Vaughan Papers”,
BRAH, NºCXLI, (1957), pp. 721-744, y M. A. Ochoa Brun, “Catálogo de los Vaughan Papers de la
Biblioteca de ‘All Souls College’, de Oxford relativos a España”, BRAH, Nº CXLIX, (1961), pp. 62-122.
14
Blanca Krauel Heredia, Viajeros británicos en Andalucía: de Christopher Hervey a Richard Ford
(1760-1845), Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1986. Sobre la guerra de Independencia, es
interesante el artículo de la misma autora, “El último refugio de las libertades españolas. Testimonios
ingleses sobre Andalucía en 1809” en Archivo Hispalense, nº222, (1990), pp. 95-125.
15
William Jacob: Travels in the South of Spain, in Letters Written A.D. 1809 and 1810. London, J.
Johnson, 1811; Sir John Carr, Descriptive travels in the Southern and Eastern Parts of Spain and the
Balearic Isles in the Year 1809, London, 1811; Robert Semple; A Second Journey in Spain in the Spring
of 1809. C. and R. Baldwin. London, 1809. Del primero existe traducción castellana en Rocío Plaza
Orellana (ed.), William Jacob, Viajes por el Sur. Cartas escritas entre 1809 y 1810, Portada Editorial,
Memorias para una historia social de Andalucía, nº2, Dos Hermanas, 2002.

9
típico libro de viajes porque en realidad reproducía las cartas que enviaba a un remitente
imaginario explicando sus visiones y comentarios de la realidad.

Sir John Carr sí era viajero profesional y esto se refleja en su obra, más centrada
en la anécdota que en el análisis, aunque la obra destaca porque su ámbito geográfico es
más amplio al visitar tierras valencianas, catalanas y las islas Baleares. Sin embargo, no
tiene tantas referencias políticas como la obra de Jacob.

Sin embargo discrepamos de la autora en su selección de obras. Entendemos que


no aborde la obra de Lord Blayney,16 ese militar capturado tras un ataque infructuoso en
las cercanías de Fuengirola. Ser prisionero de los franceses condicionó sus comentarios.
El tipo de obras que utiliza en su investigación hace que no use obras que aquí
consideramos principales, como el diario que Lady Holland escribió en que reflejó su
experiencia en España entre 1808 y 1809 junto a su familia y el doctor John Allen. 17

George Bridgeman, junto a Hobert Clive y Lord John Russell, visitaron España
en 1813. De forma privada se publicaron las cartas que envió a casa. 18 En un principio
el destino de su viaje era Sicilia y las tierras otomanas y el paso por tierras españolas iba
a ser rápido. Finalmente permanecieron casi un año en España, asistiendo en Cádiz a la
visita de Wellington, por ejemplo. Clive y Bridgeman definitivamente abandonaron a
Russell, quien prefirió permanecer en España, y embarcaron hacia Sicilia.

Lord John Russell es un personaje destacado. El futuro primer ministro


acompañó a los Holland entre 1808 y 1809, asistió a las primeras sesiones de las Cortes
en 1810, recorrió España en 1812 y en 1813, acompañando a Edward H. Locker. Llegó
a visitar a su hermano, Lord William Russell en los cuarteles generales de Wellington
en Vera del Bidasoa. Russell tuvo que volver a Inglaterra tras que su padre comprase su
elección como diputado por la pequeña circunscripción de Tavistock. Locker continuó
su viaje por España, todavía parcialmente ocupada por las tropas napoleónicas. Nos dejó
algunas impresiones interesantes de la segunda parte de su viaje por tierras españolas. 19

16
Andrew-Thomas Blayney, Lord Blayney; Narrative of a forced journey through Spain and France as a
prisoner of war in the years 1810 to 1814, London, 2 vols. E. Kerby, 1814. Existe una traducción
castellana de la parte referente a su paso por España; Antonio Muñoz Pérez (ed.): España en 1810.
Memorias de un prisionero de guerra inglés. Colección Histórica Ilustrada, París, 1960.
17
Earl of Ilchester (ed.), The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland. Longmans, London 1910. Un
análisis de esta obra lo encontramos en Antonio J. Calvo Maturana; “Elisabeth Holland: portavoz de los
silenciados y cómplice de un tópico,” en Cuadernos de Historia Moderna, nº29, pp. 65-90. Este diario se
complementa con el resto de su diario publicado en una edición anterior en Earl of Ilchester (ed.), The
Journal of Elizabeth Lady Holland. Two Volumes (1st:1791-1799; 2nd: 1800-1814), Longmans, Green,
and Co, London, 1908. De estos volúmenes quedaban excluidos sus experiencias viajeras.
18
George A. F. H. Bridgeman (afterwards Earl of Bradford), Letters from Portugal, Spain, Sicily, and
Malta, in 1812, 1813 and 1814. London. Privately printed at the Chiswick Press, 1875. Bridgeman era
primo de Russell y Clive un amigo íntimo.
19
Edward Hawke Locker; Paisajes de España. Entre lo pintoresco y lo sublime. Edición e introducción
de Consol Freixa, Libros de buen Andar, nº46, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1998

10
En el estudio de la Peninsular War hay un tipo de obras fundamentales, aunque
poco útiles para las características de esta investigación, que hay que comentar. Nos
estamos refiriendo las memorias, diarios y recopilaciones de cartas de aquellos oficiales
y soldados que lucharon en la Península, que pueden sumar más de un centenar y que en
muchos casos permanecen inéditas o en primeras ediciones. Es un tipo de fuente poco
utilizada por la historiografía española, 20 mientras ha sido más explotado en el caso
británico, a veces como complemento de otro tipo de fuentes.

Estas obras se convierten en material imprescindible para el estudio de la visión


de los británicos de la España de la Guerra de Independencia, sobre todo, desde un
punto de vista social, religioso, cultural, y por supuesto, militar, aunque también se
puede encontrar en ellas alguna referencia política. Los ejemplos que podríamos citar
son múltiples y cubren todo el espectro militar, desde soldados rasos hasta oficiales, 21
que querían dejar testimonio de su paso por la guerra, incluyendo los servicios de
inteligencia, 22 los servicios jurídicos, 23 o los médicos militares 24 . Este tipo de fuentes
cubren a veces toda la carrera militar del protagonista, excediendo el marco temporal y
geográfico de nuestro interés. 25

20
Un ejemplo es Carlos Santacara; Navarra 1813. El país que vieron los soldados británicos de
Wellington, Altafaylla Multar Taldea, Tafalla (Navarra), 1998.
21
Entre otros muchos ejemplos, podemos citar: S. A. Cassels (ed); Peninsular Portrait (1811-1814). The
Letters of Captain William Bragge, Thirds King’s Own Dragoons. Oxford University Press, 1963;
Thomas Pakenham, Pakenham Letters. 1800 to 1815, Privately Printed, 1914; Roger Norman Buckley
(ed.), The Napoleonic War Journal of Captain Henry Browne, 1807-1816. Publications of the Army
Records Society, Vol.3, Bodley Head, London, 1987; etc.
22
Julia V. Page (ed.): Intelligence Officer in the Peninsula. Letters and Diaries of Major the Hon.
Edward Charles Cocks, 1786-1812. Foreword by David Chandler. Spellmount, Tunbridge, Kent, UK,
1986. Hippocrene Books, New York, N. Y., USA, 1986.
23
Sir George Larpent (ed.), The Private Journal of Judge-Advocate Larpent, attached to the Head-
Quarters of Lord Wellington during the Peninsular War, from 1812 to its close. Introduction by Ian C.
Robertson, Spellmount Library of Military History, Spellmount Limited, Staplehurst, Kent, United
Kingdom, 2000.
24
S. D. Broughton, Letters from Portugal, Spain and France, written during the campaigns of 1812, 1813
and 1814, addressed to a friend in England, describing the leading features of the provinces passed
through, and the state of society, manners, habits and of the people. London, 1815.
25
Walter Henry, Trifles from my Port-Folio or Recollections of Scenes and Small Adventures during
twenty-nine years’ military service in the Peninsular War and invasion of France, the East Indies,
Campaign in Nepal, St Helena during the detention and until the death of Napoleon, and Upper and
Lower Canada. By a Staff Surgeon. 2 Vols, Quebec and London, 1839. Las guerras napoleónicas y su
estancia en la isla de Santa Elena como uno de los médicos que custodiaban a Napoleón ocupa el primer
volumen de estas memorias.

11
2. LAS PERCEPCIONES BRITÁNICAS DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA:
ENTRE LA CAUSA ESPAÑOLA Y EL TEMOR REVOLUCIONARIO

Una guerra con tantas implicaciones internacionales como la Guerra de la


Independencia exige un tratamiento detenido de todos los puntos de vista, es decir,
disponer de visiones comparadas que maticen y completen a la vez las visiones propias.
La cronología desigual de los diferentes países se convierte en un factor decisivo,
porque lo que se resulta ser en un hecho fundador de una nueva etapa sólo es una fecha
más en un proceso histórico más largo. Esto sucedió en 1808 con España y Gran
Bretaña. Mientras los hechos de 1808 fueron fundamentales para España, para Gran
Bretaña fue solamente una fecha más en las guerras napoleónicas.

Gran Bretaña había estado en guerra contra Francia desde 1793. Las hostilidades
se interrumpieron tras la firma de la Paz de Amiens (1802) para reanudarse al año
siguiente. A inicios de 1808, Gran Bretaña, gobernada por el rey Jorge III, que padecía
una grave enfermedad, y con el duque de Portland como su primer ministro, se
encontraba sola en su lucha contra la Francia napoleónica, y sus aliados habían sido
militarmente vencidos, imponiendo Francia sus condiciones. El último ejemplo era
Portugal, que había decidido no respetar el bloqueo continental decretado por Napoleón.
El país luso estaba siendo ocupado por tropas francoespañolas tras firmar ambos países
su ocupación y posterior reparto por el Tratado de Fontainebleau (1807). Gran Bretaña
había roto oficialmente sus relaciones diplomáticas con España, aliado de Francia, y
estaba siguiendo con detenimiento la entrada de tropas francesas en dirección a Portugal
y los primeros recelos de la población española.

La población británica estaba soportando una larga guerra que duraba ya varios
años, y no parecía que pudiese ganar. Siempre estaba presente el temor, infundado o no,
de una próxima invasión francesa que su gobierno no conseguiría parar. El cansancio y
el agotamiento predominaban en los ánimos de la gente. La guerra drenaba sus recursos
económicos y humanos, sin conseguir resultados aparentes. Nadie esperaba que se
produjese un cambio repentino en la guerra, que rompiese el control francés sobre el
continente. Todavía menos se esperaba que este cambio se produjese en la Península
Ibérica.

Cuando llegaron las primeras noticias del alzamiento español y de la resistencia


frente a lo que era ya una invasión de los franceses, esas noticias causaron un enorme
impacto en la opinión pública británica. Hubo muestras evidentes de alegría y de apoyo
entusiasta que se hizo público en las más diversas reuniones y en la prensa. La opinión
pública se empezó a interesar por ese país y comenzó a devorar cuantas publicaciones
hacían referencia aparecidas al calor de esos acontecimientos. Muchos comenzaron a

12
pensar que la Península Ibérica ofrecía una oportunidad que se tenía que aprovechar.
Era un escenario privilegiado en una zona estratégica en el sur del continente que se
podía convertir en un nuevo frente en la lucha contra los franceses. La prensa empezó a
publicar artículos y editoriales en los que describían el alcance de la insurrección y
urgían al gobierno británico a conceder la ayuda pedida por los españoles. 26

Justo en esos días se gestaba una idea que hizo fortuna entre aquellos británicos
que sintieron interés por los hechos de España y por su lucha. Me estoy refiriendo a lo
que podemos denominar como “causa española”, o Spanish cause, en su terminología
inglesa. Esas primeras muestras de apoyo entusiasta se trasladaron a la prensa, donde
aparecieron artículos en los que se instaba a ayudar a los españoles y se describía el
recibimiento cordial dado a los representantes de diferentes partes de España que
llegaron a Londres en busca de esa ayuda.

Comenzaba así una implicación británica con los asuntos españoles que duró
prácticamente durante toda la primera parte del siglo XIX, hasta la consolidación
definitiva del régimen liberal en 1840. La guerra suponía un cambio evidente porque si
bien había antecedentes a lo largo del siglo XVIII del interés británico por España, éste
se multiplicó en 1808, y a la vez conectó con la admiración que siempre los españoles
habían demostrado hacia la sociedad británica, hacia su situación política y cultural. El
mejor ejemplo fue José Mª Blanco White, clérigo sevillano que en 1810 se refugió en
Inglaterra, donde comenzó la empresa editorial de “El Español,” en que propugnaba las
ideas políticas británicas como fuente a la que los españoles tendrían que acudir. Este
escritor se convirtió en un personaje difícil de adscribir porque rechazó su pasado
español y se presentó como inglés a todos los niveles. Eso añade interés y dificultad al
análisis de su persona y de su obra, y sirve de unión entre ambos países. 27

Inicialmente esa causa por la cual estaban dispuestos a implicarse de forma


íntima y directa, era vista como una causa justa, excelsa, legítima, en defensa del
soberano cautivo de un país que se había visto sometida al yugo y los designios de un
tirano, que era además un traidor. Era un motivo que entraba más en lo sentimental,
aunque nunca olvidaron la realidad política y militar de la guerra que había estallado.

Esa causa española se convirtió en un motivo generador de lealtades que fueron


más allá de ese momento inicial. Muchos británicos visitaron España a lo largo de esos
años, atraídos por esa lucha, fascinados por un país bastante desconocido, y

26
A. Laspra; Las Relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino Unido en la
Guerra de Independencia. Repertorio Documental, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, nºs
13 y 16, pp. 36-38 y 40-41 respectivamente, 1999. Corresponden a los editoriales publicados en “The
Times” el 9 de junio y 10 de junio de 1808. Coinciden con la llegada de los emisarios de la Junta de
Asturias a Londres en busca de auxilio para su resistencia contra los franceses.
27
Para este personaje, me remito a M. Moreno Alonso; Blanco White: la obsesión de España, Eds Alfar,
Sevilla,1998.

13
normalmente alejado de las rutas tradicionales del Grand Tour, pero que la guerra en el
centro del continente había desplazado a las zonas periféricas. Tampoco los militares se
mantuvieron al margen de esa causa. Esta situación fue el germen del renovado interés
por España tras la guerra, ya que las experiencias de la guerra quedaron guardadas en el
imaginario colectivo británico, recordado de forma casi permanente en las obras que
hablaban del periodo. Todo coincidía con una nueva concepción de los viajes, ya que en
aquellos tiempos se estaba consolidando un nuevo tipo de viaje, el romántico, y estaba
siendo abandonado el viaje ilustrado, más erudito. La guerra no fue el factor catalizador,
pero ese cambio no se explica sin la presencia masiva británica en la Península.

Los británicos siempre tuvieron presente a la causa española, tanto en los


momentos más eufóricos al recibirse las noticias del levantamiento, de la extensión de la
insurrección y de la generalización y organización de la resistencia, como en los
momentos más tristes, en los que ese entusiasmo había desaparecido casi por completo.
Eso sucedió a inicios de 1809 tras conocerse los resultados y consecuencias desastrosas
de la campaña del general Sir John Moore.

En los meses que hubo entre estos dos hechos, la causa española fue una causa
popular, ya que había atraído la atención de gente de todos los sectores. Pero la
decepción y la sensación de fracaso pronto se instalaron en la sociedad británica, porque
se habían embarcado en otra guerra, y muchos dejaron de prestarle atención para volver
su atención a los asuntos internos. Este cambio de actitud tuvo repercusiones políticas y
anímicas, al sentirse la población británica traicionada y aparecer las primeras demandas
de la salida de las tropas de España, que se reflejaron tanto en la prensa como en el
Parlamento. Esa sensación aumentó tras conocerse los resultados de la campaña de
Talavera de ese mismo año.

Muchos británicos reconocieron que habían creído en esa causa, pero que se
sentían decepcionados o traicionados con la actuación de los españoles, con el
recibimiento frío de su población o la poca cooperación de las tropas españolas con que
se encontraron. Sólo unos pocos siguieron defendiendo esa causa como una lucha
viable, y defendiendo a los españoles reconociendo sus limitaciones y sus errores.

Estas pocas excepciones fueron importantes al mantener vivo el interés por los
asuntos españoles, aunque fuese en instancias muy reducidas, y sin la audiencia que
habían tenido en 1808. Pero la evolución de la guerra favoreció ese interés, porque Gran
Bretaña nunca abandonó al incómodo aliado español. Nunca abandonó la Península
porque permaneciendo en ella mantenía su base en el continente, que era Portugal, y
porque obligaba a tener abierto un frente de forma permanente a las tropas
napoleónicas, que no conseguían controlar todo el territorio español.

14
Esta causa significaba una lucha, una guerra, pero los británicos no pudieron
obviar el inicio de todo, una insurrección, una revolución. Se había producido un
cambio súbito en la situación española, con el vacío de poder y con la aparición de un
nuevo órgano de poder, las Juntas. Asistían, por lo tanto, al inicio de la guerra, y
también al desarrollo de todo un proceso revolucionario.

Una situación revolucionaria representaba un problema para los británicos.


Buena parte de la opinión pública británica tenía demasiado presente la Revolución
Francesa y el temor revolucionario que había recorrido Inglaterra durante esos años.
Temían cualquier exceso revolucionario, y dieron muestras de sus reservas frente al
cambio súbito que se había producido entre mayo y junio de 1808. Temor a esos
excesos, temor a los desórdenes sociales, temor a un sistema de gobierno que anulase el
poder de las clases acomodadas eran facetas que componían ese temor. Esos excesos
podían además desacreditar el carácter respetable con el que habían cubierto esa causa.

Fue un temor que se desarrolló con la misma revolución, y que los británicos no
dudaron en señalar desde el primer momento. En esos primeros meses Charles R.
Vaughan, expresó claramente ese temor ante la revolución española al recelar de una
movilización popular desmesurada. A lo largo de todo su relato, señaló los excesos
revolucionarios que hubo entre mayo y junio del año 1808, como el hostigamiento y
asesinato de la colonia francesa de distintas poblaciones o de aquellas autoridades
locales que no declararon la guerra contra los franceses, como el marqués de Solano en
Cádiz, acusado de godoyista y de próximo a los franceses, y finalmente asesinado.
William Jacob, dedicó toda una carta a hablar de Solano, de su valía como gobernador
de la plaza de Cádiz y su buena relación con las familias de comerciantes gaditanos, y
de su asesinato, porque pensaba que los acontecimientos le superaron. 28 Vaughan
valoró estos hechos como puntuales. Los interpretó como consecuencia del sentimiento
antifrancés que recorrió el país, o como la ejemplificación del carácter español. Pero
esos hechos estaban ahí. 29

Y no fue el único ejemplo. Otro de los viajeros que visitó España en 1809, Sir
John Carr, a su paso por Valencia describió con todo lujo de detalles el asesinato de la
colonia francesa, como una muestra de la furia popular y los excesos que podía cometer.
Sin embargo el comportamiento lo relacionaba también con el excesivo poder de los
representantes del clero, porque responsabilizó a un canónigo como el instigador de esas
muertes y protagonista de un enfrentamiento con la Junta de la ciudad. 30

28
William Jacob; Travels in the South of Spain… pp. 25-30.
29
Ch. R. Vaughan, op. cit., pp. 146-148. Aunque no los presencia directamente, Vaughan da validez a sus
fuentes que le explican esos hechos.
30
Sir John Carr, Descriptive travels in the Southern and Eastern Parts of Spain and the Balearic Isles in
the Year 1809, London, 1811, pp. 255-268.

15
La opción de los observadores británicos siempre fue la de un cambio
gradualista, reconociendo la necesidad de reformas en España aunque sin que
subvirtiesen el orden social y político que defendían. Apoyaban así los posibles cambios
políticos, sociales, o religiosos que se pudiesen iniciar con esta revolución, como medio
de acabar con todos los abusos existentes en la sociedad española. La excepción clara
era el caso de los radicales, y toda la oposición extraparlamentaria, que abogaron por
amplios cambios en ambos países.

El otro gran temor británico era comprobar si los españoles anteponían los
cambios políticos a la guerra contra el usurpador napoleónico, que para ellos había sido
la revolución. La confirmación de ese temor llevó a una de las principales críticas que
hicieron los observadores británicos a los españoles, que se fue repitiendo de forma casi
constante a lo largo de esos años. Pensaban que se habían equivocado en su orden de
prioridades, que la guerra tenía que centrar sus esfuerzos, y que las reformas se tenían
que centrar en el terreno militar y en el modo de gobierno para facilitar la actuación de
los ejércitos.

Aunque mitigado por las muchas voces que abogaron por la cooperación y la
colaboración con los españoles, ese temor revolucionario acompañó las visiones de los
británicos sobre la España de esos seis años de guerra y revolución. Iba reapareciendo
en momentos puntuales, en los que se repetía la ausencia de aires democráticos o
revolucionarios en las medidas que se tomaban o por el contrario, la radicalidad de las
mismas.

Esta sensación se reforzó con las constantes comparaciones con el caso francés.
Los españoles siempre dejaron claro que su caso no tenía nada que ver con el francés, y
que las circunstancias confirmarían esa afirmación. Los británicos fueron escépticos
porque a su juicio el peligro de la radicalización siempre estaba presente y era posible la
comparación con la Francia revolucionaria. Un ejemplo de este planteamiento fue
denominar a los liberales como jacobinos mientras que a los serviles o realistas se les
llamaba el “partido de la oposición,” aunque defendían la monarquía absoluta y la
Inquisición, que encajaban muy poco en su sistema de valores y en sus concepciones
políticas. Otro ejemplo fue la comparación que se estableció desde primer momento
entre la Constitución de Cádiz y la Constitución francesa de 1791. Estos puntos serán
desarrollados en próximos capítulos.

Fueron, por lo tanto, unos años de compromiso y de colaboración, de opinión y


crítica, de ensalzar a los españoles sin sus defectos. Fueron unos años en que ese temor
revolucionario se mantuvo, aunque también se rechazó la posterior restauración
absolutista.

16
El apoyo a la lucha por las libertades en España trascendió las diferencias
políticas en Gran Bretaña. Fue un fenómeno de larga duración que no se redujo a los
años de la guerra, aunque más allá de 1814 adquirió un nuevo carácter. Le favoreció que
esa causa se vinculase a las otras causas que defendían algunos de los políticos
británicos, tales como la lucha contra la esclavitud, por la reforma parlamentaria y
electoral en la propia Gran Bretaña o por la emancipación de los católicos. Ya en los
años veinte esta causa se popularizó aún más al vincularse a las otras causas europeas, la
griega o de los patriotas italianos, por ejemplo.

Pero esa causa tuvo unos inicios en la Guerra de la Independencia española, o en


su terminología británica, en la Peninsular War. Fueron unos inicios difíciles, porque la
causa de la libertad en España tardó en consolidarse, ya que por las circunstancias de la
guerra se pasó de un entusiasmo sin parangón a una pérdida de interés, sólo defendida
por algunos de sus principales valedores, aunque luego consiguiendo recuperar prestigio
al apasionar a nuevos defensores. Tuvo un impacto inicial en personas de muy diferente
sensibilidad política e ideológica, cada uno con una relación distinta con España. 31

En una visión del impacto en las opiniones de los británicos de la lucha de los
españoles no tenemos que excluir a ninguno de los sectores políticos británicos, aunque
sus actitudes cambien a lo largo del tiempo. Pero no tenemos que olvidar las
excepciones personales en el seno de cada grupo político, porque ni estos eran
homogéneos ni existía una disciplina de partido. Whigs, tories y radicales tuvieron
diferentes acercamientos a la causa española.

Comenzar por los whigs 32 este repaso podría ser un error, ya que el primer
ministro de 1808, el duque de Portland, era tory, y los whigs eran un grupo político
desorientado, con una política algo contradictoria, sin un político que les uniese a todos
tras la muerte de su gran líder, Charles J. Fox. En 1808 la opinión mayoritaria era
pacifista, ya que pensaban que la guerra contra Napoleón no parecía tener salida, y
optaban a que se llegase a algún tipo de tratado de paz con el emperador. Tras la llegada
de las noticias de la insurrección española, hubo actitudes muy variadas, que fueron del
apoyo más entusiasta a una actitud más expectante y a la de frialdad de algunos
diputados que no veían conveniente aprovechar la oportunidad española. Sin embargo,
muchos de ellos no dudaron en reconocer la valía de los españoles, y en apoyar que el

31
Es necesario remitirse al artículo de Manuel Moreno Alonso, “Los amigos liberales ingleses” en Emilio
La Parra y Germán Ramírez (eds.); El Primer Liberalismo: España y Europa, una perspectiva
comparada. Foro de Debate, Valencia, 25-27 de octubre de 2001, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2003,
pp. 187 – 211. En esta comunicación se confirman algunas de las ideas expuestas, y se detallan otros
ejemplos. Pero no proporciona referencias exactas de sus fuentes, y comete errores impensables como
tildar a los whigs de radicales.
32
Una primera visión, muy sucinta, sobre los whigs y la Peninsular War, la encontramos en Godfrey
Davies, “The Whigs and the Peninsular War,” en Transactions of the Royal Historical Society, 4th Series,
Vol. II, 113, 1919, pp. 113-131.

17
gobierno británico ayudase a los españoles. Estas diferencias también se trasladaron a la
forma de ayudar a los españoles que contemplaban.

Los asuntos de España pusieron de relieve grandes diferencias en el seno de los


whigs a lo largo de los seis años de guerra. En su seno se encontraban los principales
valedores de la causa española durante esos años, pero también aquellos que desde la
frialdad inicial pasaron a una actitud reticente al comprobar los resultados de las
primeras campañas militares británicas en la Península, y la situación de los españoles.
Por último, quedó el grupo más vinculado a Samuel Whitbread, que nunca compartió
ese entusiasmo y rechazaba cualquier posibilidad de una intervención directa en la
Península. No calló su posición, haciéndola pública en un texto titulado “Letter to Lord
Holland”, publicada en junio de 1808.

Entre 1809 y casi el final de la guerra, entre los whigs no predominó el


optimismo ni hacia la causa de España ni hacia la guerra. A. Urgorri, en la obra sobre la
campaña de del Teniente General Sir John Moore, consideró que los whigs estaban
demasiado influidos por la figura de Fox, admirador confeso de Napoleón, y que
pensaban que la resistencia española no merecía ser ayudada. 33 No podemos negar que
los whigs representaron una voz crítica respecto a la intervención en España y atacaron
varias veces al gobierno por los resultados de las diferentes campañas, llegando a
presentar mociones para rechazar la actuación del gobierno en las campañas de La
Coruña y de Talavera. Posteriormente, al ver que no conseguían erosionar con esos
temas al gobierno, decidieron atacar a Wellington con la excusa de falta de iniciativa y
de actitud ofensiva. Esa actitud quedó apagada más allá de 1813, ya que comenzaron los
éxitos militares que imposibilitaban atacar al gobierno por ese tema.

Ejemplos whigs de una opinión cambiante respecto a la causa española, fueron


dos de sus líderes más importantes, Lord Grenville y Lord Grey. El primero se interesó
por la causa española y apoyó el envío de la expedición, aunque tenía la convicción que
los españoles iban a ser derrotados fácilmente por las tropas de Napoleón. Por su parte,
Lord Grey representaba el ejemplo del interés de la sociedad británica, pero también el
pesimismo que se instaló en ella y el alejamiento de los whigs respecto a esa causa. No
obstante, Grey también fue la voz más reputada de los whigs en política exterior, supo
cuando atacar al gobierno por la guerra mientras no acababa de dar por perdidos a los
españoles, o cuando reconocer los éxitos militares de Wellington y centrarse en otras
preocupaciones internas. Justamente, como otros whigs se volvió a preocupar por la
situación de los españoles tras la restauración absolutista. 34

33
A. Urgorri (ed.). en J. C. Moore; Relato de la Campaña del Ejército Británico en España al mando de
su Excelencia Sir John Moore, La Coruña, Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial de La
Coruña, 1987, pp. 43-44.
34
Sobre la persona de Grey, nos tenemos que remitir a su biografía, E. A. Smith, Lord Grey, 1764-1845.
Clarendon Press, Oxford, 1990.

18
Sin embargo los whigs nunca tuvieron una actitud unánime. Entre ellos hubo
valedores de la causa española, que atacaron al gobierno, no para conseguir la salida
británica de España, sino para reforzar el compromiso de su país con la causa española.
Entre estos, encontramos a quien fue el principal apoyo que tuvieron los españoles en
Gran Bretaña, no sólo durante la guerra sino durante las cuatro décadas siguientes. Ese
compromiso le permitió ser también una voz crítica pero constructiva. Su sola figura
nos permite matizar la afirmación de una supuesta falta de apoyo de los whigs. Me
estoy refiriendo a Lord Henry Richard Vassall Fox, tercer Lord Holland. Se trataba del
sobrino de Charles J. Fox, y de su heredero político al frente de la influyente corriente
foxita. Lord Holland había estado ya dos veces en España y tenía vínculos muy íntimos
con ese país. En 1808 se convirtió en la voz más reputada en los asuntos españoles,
volviendo a visitar el país entre octubre del 1808 y agosto del 1809, acompañado de su
familia, es decir, de su esposa, Lady Elizabeth Holland, y de sus hijos. Entre sus otros
acompañantes se encontraban el Doctor John Allen, fiel acompañante y asimismo
apasionado por la lucha de España, y un jovencísimo Lord John Russell. Por su parte,
Holland siempre presionó al gobierno en la Cámara de los Lores para que se apoyase la
causa española. 35

La importancia de esta figura no se quedaba aquí, porque los Holland fueron los
huéspedes de unas destacadas reuniones en su mansión, en las que participaban lo más
granado de la sociedad británica, independientemente de sus ideas políticas, ya que el
interés de Holland hizo que asistiesen todos aquellos personajes que tenían alguna idea
que exponer, y en las que también acostumbraban a participar destacados invitados
extranjeros.

Estas reuniones en la Holland House eran verdaderas reuniones sociales en las


que los temas políticos, culturales o literarios se entremezclaban con todo tipo de
veladas sociales. En esas reuniones por supuesto participaron los miembros de su
círculo más íntimo. No era un círculo cerrado porque el carácter del lord y de sus otros
miembros permitió la entrada de nuevos miembros, sobre todo jóvenes brillantes con
aspiraciones políticas y que se sentían atraídos por el conjunto de ideas que defendía
Holland, en especial su concepción de la libertad extendida a todos los campos.

Uno de esos jóvenes fue Francis Horner, un prometedor diputado whig, que
había estudiado en Edimburgo, y que fue introducido en el círculo de Holland por el
Doctor John Allen. Ambos estaban vinculados al grupo que promovía la publicación
periódica británica con mayor tirada en aquellos momentos, la Edinburgh Review.

35
M. Moreno Alonso, La forja del liberalismo en España. Los amigos españoles de Lord Holland (1793-
1840), Madrid, Publicaciones del Congreso de Diputados, Serie IV, Monografías, nº27, 1997, pp. 99-128.
Lord Holland se convirtió así en el principal valedor de la reforma liberal y del proceso constitucional en
España en el Reino Unido en las décadas posteriores. El diario de ese tercer viaje lo escribe Earl of
Ilchester (ed.), Lady Elizabeth Holland, The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland. Longmans,
London 1910.

19
Horner fue uno de esos jóvenes que se sintieron atraídos por Holland, quien influyó para
que ese diputado se convirtiese en un fervoroso defensor de la causa española en 1808.

Esa atracción hizo que cambiase de opinión respecto al tema de la guerra, ya que
si bien a inicios de 1808 había apoyado en el Parlamento una moción de uno de los
líderes whigs, Samuel Whitbread, a favor de entablar negociaciones de paz, su apoyo a
la insurrección española le convirtió en un claro defensor de la guerra, alejándose de la
línea principal marcada por algunos de los líderes whigs.

F. Horner no fue el único diputado whig en cambiar de opinión respecto a la


guerra y a las mociones pacifistas de Whitbread en 1808, cuando llegaron las noticias de
la insurrección española y de la oportunidad que representaba. Un ejemplo es William
Roscoe, diputado por el borough de Liverpool, que había sido elegido al estar muy bien
conectado con los sectores comerciales de la ciudad. Hizo ese cambio, y apoyó a la
causa española, aunque esperaba que cualquier compromiso británico no fuese a favor
de la defensa de los intereses de un monarca despótico:

“My wishes, however, go with them. They are struggling, if not for civil or
political freedom, for national independence; and if they should accomplish it by their
valour, it is yet to be hoped that they will not resign, unconditionally, into the hands of
their former rulers, those rights which they have preserved from the violation of foreign
arms.” 36

El entusiasmo de Horner, por su parte, no era ingenuo, ya que a pesar de su


juventud, contemplaba la posibilidad del fracaso de esa causa como algo probable, pero
que no evitaba el compromiso británico con ella. Así lo expresaba a su amigo John
Loch:

“But, whatever the results may be, I cannot but rejoice that a people, who bear
such a name as the Spaniards, should make a struggle, at least, for their independence;
their example cannot be otherwise than beneficial, even if they should entirely fail, to
their posterity at some future day, and to all the rest of mankind.” 37

Este diputado siempre mantuvo unas opiniones independientes y eso provocó su


aislamiento político en 1809. Había pasado de un claro entusiasmo por la causa
española a sufrir la falta de interés por esa causa a lo largo de 1809. Vivía así las
consecuencias de su enfrentamiento con aquellos whigs más desconfiados con el apoyo
a la causa española. El desánimo se instaló en su personalidad, aunque acusó al
36
Henry Roscoe (ed.), The Life of William Roscoe, by his son, Henry Roscoe. In 2 Volumes. London,
Cadell and Blackwood, 1833, p. 441.
37
“Letter: CXIII: From Francis Horner to James Loch, Temple, June 13th, 1808,” en Memoirs and
Correspondence of Francis Horner, M. P. Edited by his brother Leonard Horner, Second Edition,
Murray, London, 1853, pp. 450-452.

20
gobierno británico de decepcionar las peticiones de ayuda de los españoles. Él mismo
tuvo que retractarse de parte de esas acusaciones al conocer la pasividad de los
españoles en esa lucha. Amigos suyos de la universidad como Francis Jeffrey fueron los
primeros en conocer ese cambio de actitud. 38

El aislamiento político, consecuencia del fracaso inicial de la causa por la que


había apostado decididamente, lo suplió con el mantenimiento de la correspondencia
con sus amigos de la universidad y con Jeremy Bentham, a quien conoció en 1805 y que
le hizo interesarse por la reforma de la judicatura escocesa. Ese aislamiento se rompió
con la llegada de los Holland y Allen en agosto de 1809. El tema español se quedó en
un segundo plano, aunque Horner no dejó de apoyarlo, pero sin la insistencia de los
Holland. Menciones a la mediación británica entre las Cortes y las colonias sublevadas,
o las consecuencias de la restauración del monarca absoluto, renovaron su interés por
España de forma puntual. Se preocupó por Quintana o por Argüelles, aunque su
delicada salud le hizo alejarse de la política.

La actitud hacia España de Horner constituyó una notable excepción en el


conjunto de los whigs, sobre todo, a partir de las consecuencias de las primeras
campañas militares. Estos no contaban con el conocimiento directo que podían tener
otras personas, como el diputado conservador William Jacob. Los tories apoyaron la
causa española, tanto por convencimiento como por oportunismo. Era una oportunidad
bélica que se tenía que aprovechar. Los posteriores primeros ministros, Perceval y
Liverpool, no dudaron en seguir esa política al haber sido una apuesta personal del
gobierno del duque de Portland, aunque adoptaron una posición más alejada, más
indirecta respecto al compromiso, ya que pensaron que los británicos tenían que
defender sus intereses, que estuvieron centrados durante parte de la guerra en el control
de Portugal.

Aquellos tories que más abiertamente expresaron su entusiasmo por la causa


española no ocupaban un cargo político relevante. Quienes ocupaban un cargo oficial
tuvieron que mantener una actitud inicial distante, y no hacer grandes declaraciones
hasta que el gobierno no adoptase una posición oficial. Pero los ministros del gobierno
también participaron del entusiasmo generalizado que se vivía en Londres, con
constantes recepciones y banquetes a favor de esa causa o de los representantes que
habían llegado buscando ayuda.

George Canning, el secretario de Exteriores del gobierno de Portland, fue el


miembro de ese gobierno que más abiertamente se dejó llevar por ese entusiasmo.
Pensaba que el gobierno saldría reforzado. Superó la crisis de la Convención de Cintra,

38
“From Francis Horner to Francis Jeffrey, Lincoln’s Inn, 21st January 1809”, en The Horner Papers.
Selection from the Letters and Miscellaneous Writings of Francis Horner, M. P., 1795-1817. Edited by
Kenneth Bourne and William Banks Taylor, Edinburgh University Press, 1994, pp. 502 – 504.

21
pero vio como las consecuencias de la campaña de La Coruña le afectaban
personalmente. Ese final suponía una interrupción temporal de los planes de Napoleón,
pero también un baño de realidad para los británicos tras las excesivas esperanzas
puestas en la insurrección española. El gobierno podía quedar debilitado. La oposición
parlamentaria centró sus ataques en John Hookham Frere, el embajador británico en
España, amigo personal de Canning.

William Jacob representó una excepción, porque se acercó al país atraído por la
lucha que allí se estaba desarrollando. Rechazó la actitud mayoritaria reticente de los
whigs, al igual que los literatos antes señalados. Aunque tras su viaje por España entre
finales de 1809 e inicios de 1810 tenía argumentos para señalar los errores de los
españoles, no dudó de la necesidad del compromiso con los españoles.

Los radicales fueron el grupo que mantuvo una actitud más homogénea respecto
a la causa española, aunque también era la opinión más minoritaria, cuyas publicaciones
y asociaciones seguían estando estrechamente vigiladas. A través del apoyo decidido a
la causa española, los radicales pudieron desarrollar su voluntad de cambio en su propio
país poniendo el ejemplo español. Esperaban que la materialización de las esperanzas de
cambio suscitadas en España sirviese para influir y servir de ejemplo en Gran Bretaña, y
rechazar cualquier posición inmovilista. Esto les podría acercar a los whigs, pero
muchos de ellos defendían una opción gradualista y los radicales propugnaban un
amplio programa reformista o eran decididamente revolucionarios.

Los radicales más destacados de aquellos momentos hicieron público su apoyo a


la causa española, aunque su interés posterior fue muy diferente. William Cobbett fijó
su posición a través de su publicación, el Political Register. La incredulidad inicial dio
paso al apoyo decidido al pueblo español, aunque protestó vigorosamente contra
cualquier intento de convertir la guerra en un simple intento de restaurar en el trono a
Fernando VII. Criticó abiertamente la actitud del gobierno británico al legitimar al
monarca absoluto en su trono y el modo de ese gobierno de conducir la guerra. Los
resultados de las dos primeras campañas peninsulares hicieron que dejase en un
segundo plano el tema español y centrase su atención en los temas de política interna,
cuya discusión pensaba que quedaba postergada con la excusa de la guerra. En 1810
abrazó el pacifismo y exigió el inicio de negociaciones de paz ya que no había indicios
que indicasen una rápida victoria sobre Napoleón. Suponía un abandono táctico de la
causa española. 39

El caso de Jeremy Bentham es especial, porque su interés por la causa española


vino posteriormente, ya en el Trienio. En 1808 no pudo no verse influido por las
noticias que llegaban de España. Él se había acercado de nuevo a las ideas radicales y

39
Para profundizar sobre la figura de W. Cobbett, me remito a G. D. H. Cole, The Life of William
Cobbett, W. Collins Sons, 1925.

22
sabía que tanto James Mill como su editor ginebrino, Étienne Dumont eran entusiastas
partidarios de la causa española. Pero su interés personal estaba centrado en otros temas.
Por esas fechas, había conocido al antiguo vicepresidente de los EEUU, Aaron Burr,
quien le había descrito su plan, algo alocado, de viajar a México y fundar allí un estado
independiente. Bentham estaba contemplando esa posibilidad. El primer paso era viajar
a esa colonia. Buscó la ayuda de Lord Holland, que por esas fechas ya se encontraba en
España. Le pidió que intercediese ante Jovellanos para conseguir los permisos
necesarios para viajar a esa parte de la Monarquía española. El plan quedó abandonado
finalmente antes que obtuviese una respuesta final, aunque Holland le llegó a
recomendar que viajase a Sevilla para conseguir una respuesta segura. Pero el tema
español no desapareció del todo, ya que entabló amistad con José Mª Blanco-White,
quien le informaba de los asuntos de España y le reconocía el interés de su obra en ese
país. 40

Otro de los líderes radicales que se interesó por los asuntos españoles fue el
Mayor John Cartwright. Este político entendió que los acontecimientos que habían
ocurrido en España no sólo iniciaban la lucha por una causa que declaraba justa y en
beneficio de toda la humanidad, sino que abría la oportunidad a los españoles de
recuperar y reafirmar sus libertades a la vez que quitaba importancia a la preocupación
por el monarca y su posición. Llegó a proponer todo un nuevo y detallado régimen
político en una carta que envió al vizconde de Matarrosa, enviado asturiano recién
llegado a Londres. Llegó a disponer de sus escritos para su utilización, aunque las
propuestas del radical británico eran bastante inasumibles para ese enviado en aquellos
momentos. 41

Cartwright siguió interesado por los temas españoles, aunque también los
subordinó a la guerra, que afectaba más directamente a los británicos, o la situación de
la política interna británica, muy inestable hasta que Liverpool fue nombrado primer
ministro en 1812. Se preocupó por el tema colonial, por las amenazas a la libertad, y
por la Constitución de Cádiz, que esperaba que fuese profusamente leída y distribuida
por todo el país.

40
“From Jeremy Bentham to Baron Holland, Queen’s Aquare, Place Westminster, 13th November, 1808”
en J. R. Dinwiddy (ed.), The Collected Works of Jeremy Bentham. The Correspondence of Jeremy
Bentham. Vol. 7: January 1802 – December 1808, Clarendon Press, Oxford, 1988 pp. 565 – 573; “From
Lord Holland to Jeremy Bentham, Seville, 18th February 1809”, “De Gaspar Melchor de Jovellanos para
Jeremy Bentham, Sevilla, 27 junio 1809”; “From Lord Holland to Jeremy Bentham, 6th September 1809,”
“From José Blanco White to Jeremy Bentham, 24 October 1810, 25 October 1810”, en J. R. Dinwiddy
(ed.), The Collected Works of Jeremy Bentham. The Correspondence of Jeremy Bentham. Vol. 8: January
1809 – December 1816, Clarendon Press, Oxford, 1988, pp.16-17, pp. 34, 43, 73-75 respectivamente. J.
R. Dinwiddy, “Bentham’s Transition to Radicalism”, en Journal of the History of Ideas, Vol. XXXVI,
Nº4 October. December 1975. pp. 683 – 700.
41
“From Major Cartwright to the Viscount Materosa, Enfield, June 15, 1808”, en F. D. Cartwright (ed.),
The Life and Correspondence Major Cartwright, Reprint of Economics Classics, Augustus M. Kelley
Publishers, New York, 1969, V1, pp. 359 – 366. El original es de 1826.

23
Sin embargo, no todos los líderes radicales se mostraron abiertamente favorables
a la causa española. No compartieron ese optimismo Francis Burdett, o los editores del
diario Independent Whig, donde se acuñó el término de “Spanish fever.”

El sector de los literatos fue uno de los grupos sociales que más decidamente
expresó su pasión por la causa española por encima de sus ideas políticas. Buena parte
de los escritores románticos apoyaron la causa española. 42 Uno de esos escritores que
más defendió la causa española desde primer momento fue Robert Southey, poeta e
hispanófilo y políticamente tory, que había visitado el país en 1795. Tras esa visita
publicó el consiguiente libro de viajes, titulado Letters written during a short residence
in Spain and Portugal, que en 1808 se volvió a editar con nuevos materiales. Reflejó el
tema hispano en otras obras, en especial, en poemas épicos que gozaron de una notable
popularidad. Ese apoyo no evitaba que fuera crítico con determinadas decisiones de su
gobierno respecto a la guerra, o con la actitud de los españoles, en especial su
intolerancia.

No fue el único ejemplo. Otros románticos como Walter Scott, reaccionaron


contra aquellos whigs que se oponían a la guerra. Fue, junto al editor John Murray, uno
de los fundadores de la revista Quarterly Review, que se tenía que convertir en el órgano
de expresión de los tories. El motivo era el rechazo a la guerra en la Edinburgh Review,
el principal órgano de prensa de los whigs. Los editores de esa revista whig, F. Jeffrey y
Henry Brougham, sin embargo, habían apoyado la causa española y lo hicieron de
forma explícita en uno de sus artículos más famosos, titulado “Don Cevallos”,
publicado en octubre de 1808. Estos dos mismos editores también se encargaron de
presentar la lucha española como una lucha por las libertades de un pueblo, que nada
tenía que ver con las aspiraciones jacobinas que algunos radicales veían o esperaban que
hubiese. Era su particular forma de convertir en respetable la lucha española.

Otro de los literatos que se preocupó por España fue Samuel T. Coleridge, quien
representaba el cambio de actitud hacia ese país. Presentó a los españoles como
hombres valerosos que defendían su territorio de un enemigo más numeroso. Coleridge,
W. Wordsworth, Southey o Henry Crabb Robinson, el corresponsal del The Times en la
ciudad de La Coruña a finales de 1808 y hasta la retirada de Moore, defendieron esa
causa en sus reuniones, a pesar de sus diferencias políticas.

Hemos intentado en este capítulo trazar la visión de los británicos de la


revolución española, centrándonos en las dos ideas que siempre recorrieron sus mentes
en estos años, es decir, una causa justa y legítima y el temor a la radicalización de la
42
Alicia Laspra está realizando una investigación acerca sobre el impacto de la Peninsular War en la
literatura que nos permita ahondar en ese tema. Nos podemos remitir también a un artículo antiguo, con
algunas afirmaciones que tienen que ser matizadas: Erasmo Buceta; “El Entusiasmo por España en
algunos románticos ingleses,” en Revista de Filología Española, Tomo X, Cuaderno 1º, Enero – Marzo
1923, pp. 11-25.

24
misma. Muchos de estos personajes, no obstante, no tuvieron un conocimiento directo, a
excepción de Holland. Esa experiencia cambió sus visiones, ya que parte del
conocimiento que tenían era de fuentes secundarias, ya fuesen personales o escritas.

Por eso tenemos que volver a 1808, para seguir con nuestro estudio. Tenemos
que volver al momento álgido de popularidad de la insurrección española, cuando
habían llegado las noticias de la resistencia española y los representantes de las Juntas
españolas habían desembarcado en los puertos británicos en busca de ayuda monetaria.
Era el momento en que España era el tema preferido de todas las reuniones sociales y
políticas londinenses. Pero faltaba la respuesta oficial del gobierno. Su primera muestra
del compromiso británico con los españoles se produjo en la Cámara de los Comunes.
El gobierno sabía de la presión favorable a esa ayuda ya que conocía el sentimiento de
apoyo generalizado que había en la sociedad. Pero le sorprendió que fuese un diputado
whig, Richard B. Sheridan, antiguo colaborador de Fox, quien fuese el primero en pedir
en el Parlamento en un discurso del día 15 de junio el compromiso del gobierno con esa
causa. Contrastó con la frialdad de algunos diputados whigs, o con la opinión de
algunos líderes como Grey, que pensaban que se había precipitado en ese discurso. 43

El gobierno quedó en una posición comprometida, aunque no quiso dar la


sensación que cedía a la presión. Reconocía el apoyo generalizado y las posibilidades
tácticas y estratégicas que podía ofrecer, aunque antes habría que convertir a España, un
antiguo enemigo, en aliado. Canning, no estaba presente en la cámara cuando Sheridan
pronunció su discurso, sino que estaba en su casa en una reunión junto a los delegados
asturianos. Fue llamado rápidamente porque el gobierno tenía que dar una respuesta a
esa petición. Volvió a la Cámara de los Comunes, donde pronunció su famosa
declaración en que expuso que apoyarían “the noble struggle which a part of the
Spanish nation is now making to resist the unexampled atrocity of France, and to
preserve the independence of their country,” 44 y le darían toda la ayuda posible que
necesitase. Esa demanda contaba con el apoyo decidido de casi toda la cámara.
Comenzaba así la implicación británica en España, en la Península Ibérica.

43
Debates in the House of Commons on the Affairs of Spain, 15 June 1808”, en Parliamentary Debates,
vol. XI, pp. 886-898.
44
“Canning's speech in the House of Commons, 15 June 1808, on the Spanish rising”, en English
Historical Documents, London, Vol. XI, 1971, p. 911.

25
3. LOS BRITÁNICOS ANTE UN NUEVO ÓRGANO DE PODER EN LA
ESPAÑA ANTINAPOLEÓNICA. LA JUNTA CENTRAL. 45

Este capítulo pretende analizar la visión de las Juntas que se obtiene a través de
los comentarios y observaciones de los británicos presentes en el país. La historiografía
española ha ofrecido diversas interpretaciones de las Juntas. Se ha superado el debate
entre el carácter rupturista, defendido por Miguel Artola en Los orígenes de la España
Contemporánea, o continuista de estas instituciones, defendido por Ángel Martínez de
Velasco, La Formación de la Junta Central. La historiografía actual tiende a señalar la
ambigüedad de la revolución española que matiza la visión de las Juntas. Como señalan
Jean René Aymes y Antoni Moliner, existe un importante consenso en torno a
considerar las Juntas como poderes revolucionarios, soberanos y autónomos. Se
desarrollaron en un momento de vacío de poder en el cual la autoridad volvió al pueblo.
Pero rápidamente pasaron a ser controladas por los sectores privilegiados. 46 La
historiografía española también ha hecho un acertado viraje en sus objetos de estudio,
no dando prioridad absoluta a la Junta Central, sino estudiando también las Juntas
locales y provinciales.

La historiografía británica quedó bastante al margen de este debate, porque al


igual que la historiografía francesa pecó de preocuparse más por los asuntos militares y
posteriormente por la alta política. Su convencimiento de la necesidad de encajar todas
las Juntas en la guerra y presentarlas como una primera muestra del proceso
revolucionario con el que fue coincidente, ha sido reciente.

3.1 Caracterización de las Juntas: Proceso de creación.

Los meses de mayo y junio de 1808 fueron muy rápidos. Los británicos se
vieron inmersos en la celeridad de acontecimientos que ocurrían en España. Tras que
Sheridan formulase su famoso discurso y que Canning hiciese público el compromiso
británico con los españoles que resistían al avance napoleónico, llegaron a la Península
los primeros agentes británicos civiles y militares que prepararían la llegada de la ayuda
y el posible desembarco de tropas y empezarían a recabar la información necesaria para
su gobierno. Los que estaban mejor informados sabían que las estructuras políticas y
administrativas españolas habían caído, dando paso a una situación de vacío de poder y
de actuación desorganizada. Esa situación había desembocado en la aparición de unos

45
Este capítulo amplia lo expuesto en mi artículo “La visión de las Juntas de la Guerra de la
Independencia en las fuentes británicas,” en Hispania Nova. (Revista electrónica de Historia
Contemporánea) Nº4, 2004. [http://www.hispanianova.rediris.es/4indexhtm].
46
Sobre la historiografía española me remito principlamente a M. Artola, Los orígenes de la España
Contemporánea, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1959; Á. Martínez de Velasco, La Formación de
la Junta Central, Pamplona, Eunsa, 1972; J-R. Aymes, “Las nuevas autoridades: Las Juntas.
Orientaciones historiográficas y datos recientes,” L. M. Enciso (ed.), Actas del Congreso Internacional El
Dos de Mayo y sus precedentes, Madrid, (1992), pp. 567-586; A. Moliner, Revolución Burguesa y
movimiento juntero en España, Lleida, Milenio, 1997.

26
nuevos organismos que se habían autoafirmado como poseedores del poder político de
forma provisional: las Juntas, primero locales y luego provinciales. Estos ingleses
tendrían que relacionarse y negociar con estas Juntas, organismos que estaban
canalizando el doble proceso bélico y político.

Estas personas nos dejaron una profusa documentación a través de la cual se


puede construir una imagen no demasiado positiva de estas instituciones. En sus
comentarios y opiniones, tanto privados como los realizados en documentos oficiales,
valoraron más sus defectos que sus posibles aciertos. Acusaron a los miembros de las
Juntas de anteponer el ejercicio de poder político al esfuerzo bélico necesario para
derrotar a los franceses. Estas visiones iban más allá al tener los ingleses sus propias
propuestas con relación a las Juntas, propuestas que giraron en torno a dos temas
principales, la creación de un verdadero gobierno central y la creación de un mando
único de los ejércitos españoles.

Cuando los primeros británicos desembarcaron en España se encontraron con el


desarrollo de todo el fenómeno juntero. Se habían creado las primeras Juntas a nivel
local, pero la inercia llevó a la necesidad de vincularse unas poblaciones con otras en
Juntas que abarcasen más territorio y más recursos. Esa situación dio paso a las
primeras Juntas provinciales, que se convirtieron en los interlocutores de los británicos,
y que controlaron las Juntas locales. Charles R. Vaughan comentaba el caso gallego
donde “todas las ciudades gallegas crearon su Junta casi al mismo tiempo, pero la
autoridad suprema la asumió la Junta establecida en la Coruña el 30 de Mayo,
constituida por un delegado de los ‘regidors’ de cada gobierno municipal de las siete
provincias de Galicia.” 47

Estos agentes británicos se relacionaron en todo momento con todas estas Juntas
e intentaron caracterizar las Juntas españolas como gobiernos provinciales, compuestos
por demasiados miembros, muchos de ellos poco capacitados para las tareas de
gobierno. Era una caracterización pobre, porque no reflejaba toda su diversidad, pero
que se mantuvo a lo largo del tiempo.

Los británicos dejaron en una posición secundaria a las Juntas locales. Pero se
tuvieron que relacionar con esas Juntas en diferentes situaciones. Una de las Juntas
locales que más relación tuvo al inicio de la guerra con los británicos, fue la Junta de La
Coruña, al tratarse de un importante puerto en el que desembarcaron varias
personalidades destacadas, como Lord Henry Holland y todos sus acompañantes o
representantes diplomáticos como el mismo Vaughan o John H. Frere y su secretario, sir
George Jackson. Estas visitas fueron recibidas muy cordialmente por las autoridades
locales. Las tropas de Baird desembarcaron allí, y reembarcaron en enero de 1809

47
Charles R. Vaughan, op. cit., pp. 74-75.

27
conjuntamente con las tropas de Moore tras la batalla de La Coruña. Todo ocurría tras
una terrible retirada en la que se repitieron las acusaciones hacia las autoridades
españolas de no ayudar a las tropas británicas. Sólo ponían la excepción del pueblo de
ese puerto que había colaborado en la defensa de la ciudad.

Arsenio García Fuertes puso el ejemplo de Astorga y el paso de las tropas


británicas, en especial tras la llegada de las tropas de Sir David Baird, que tras
desembarcar en La Coruña al obtener el permiso de la Junta provincial, se dirigieron a
tierras castellanas para unirse a las tropas de Moore que habían entrado desde Portugal
por Salamanca. Una vez iniciada la retirada de todas las tropas británicas, la ciudad
volvió a hospedarlas antes de continuar su camino hacia los puertos gallegos. Este autor
analizó los problemas que suponía para una pequeña ciudad hospedar tropas extranjeras,
las relaciones de esta Junta local, trasformada ya en Junta de defensa y armamento de
la ciudad, con las autoridades militares británicas, los problemas en los suministros, las
diferencias entre el comandante británico y La Romana. 48

En la campaña de 1809 las Juntas locales extremeñas tuvieron una importancia


destacada, ya que Sir Arthur Wellesley tuvo que negociar con ellas para conseguir los
suministros, ya fuesen alimentarios o medios de transporte, necesarios para sus tropas.
El comandante británico llegó a reconocer de forma sorprendente en aquellos momentos
los problemas que causaban el paso de las tropas de un ejército por un territorio:

“A certain degree of inconvenience must be felt by the inhabitants of every town


near which an army is stationed, and I did every thing in my power to alleviate that
which you would feel from the neighbourhood of the British army.” 49

Algunas Juntas provinciales tenían sus particularidades. El cónsul general de


Asturias, John Hunter, quiso señalar la excepcionalidad del caso de la Junta de Asturias.
Según él, la Junta no era “una asamblea formada a raíz de la revolución, como ha
sucedido en casi todas las demás provincias, sino que es una asamblea,” reunida
“siguiendo las constituciones del Principado.” 50

Las generalizaciones de las visiones de los británicos crearon una imagen de


gobiernos desunidos y poco solidarios con las provincias vecinas. Su reclamación de un
gobierno central entonces se convertía en más recurrente. Se encontraban frente a

48
Arsenio García Fuertes: “La Junta de Defensa y Armamento de Astorga y el ejército auxiliar británico
del General Sir John Moore en la campaña de 1808,” en José A. Armillas Vicente (ed.), La Guerra de la
Independencia. Estudios, AEGI – Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2 vols, 2001, pp. 821- 845.
49
“From Lieutenant General The Hon. Sir A. Wellesley, K. B. to the Junta of Plasencia, Miajadas, 18th
July, 1809” en Lieut. Col J. Gurwood (ed.); The Dispatches of Field Marshall The Duke of Wellington
During His Various Campaigns in India, Denmark, Portugal, Spain, the Low Countries and France, from
1799 to 1818, (A partir de aquí WD), London, John Murray, 1838, Vol. 4, pp. 491-492.”
50
“Hunter to Canning, Gijón, 22 Agosto 1808”, en A. Laspra, Las Relaciones entre la Junta General del
Principado de Asturias…, 1999, Nº 239, pp. 258-260.

28
gobiernos provinciales o municipales con una actuación inicial, aunque válida,
demasiado independiente, derivada de la situación de vacío de poder, poco considerada
por estos observadores. Así, el general James Leith, agente militar británico en Asturias,
expuso que “no hay una autoridad centralizada, cada junta es soberana e
independiente de las demás y tampoco parece que estén inclinada a reconocer la
autoridad del Consejo de Castilla.” 51

Los ingleses también prestaron atención al personal político que las formó,
comprobando que había una cierta continuidad entre las anteriores instituciones y las
Juntas. Los momentos más revolucionarios habían dado paso a los momentos de control
de las clases privilegiadas, dejando poco espacio a la participación de nuevos grupos
sociales, como las clases medias urbanas burguesas o miembros procedentes de las
clases profesionales.

Charles R. Vaughan asistió junto a Charles Stuart a varias reuniones de la Junta


provincial de Galicia. Señalaba que “las 7 personas que la constituían, aunque sin
ninguna experiencia en los asuntos políticos, no eran aventureros que se hubiesen
lanzado adelante en un momento de conmoción popular, sino que eran caballeros no
menos respetables por su posición social y fortuna que por los cargos públicos que
anteriormente habían desempeñado.” Entre sus miembros, estaba el obispo de Orense,
quien consideraba que era el representante más hábil que tenían los gallegos. 52

Esta continuidad se comprueba también si atendemos a los miembros de cada


Junta o a los miembros escogidos por cada Junta para representarlas ante al Junta
Central. El mismo secretario de la legación británica, atravesando el Bierzo, adelantó al
carruaje del “señor Valdés”, quien “había sido ministro de Marina durante el último
gobierno e iba entonces de camino para la reunión de la Junta Central como diputado
por León.” Su elección, sin embargo, fue rechazada por las autoridades municipales de
las localidades, como Villafranca del Bierzo, que atravesó en su camino hacia Aranjuez,
por su condición de castellano. 53

3.2 Caracterización de las Juntas: Tarea de gobierno y búsqueda de apoyos internos


y externos.

Al poco de tener contactos con la realidad de las Juntas, los observadores


británicos percibieron que estas instituciones desarrollaban una amplia tarea de
gobierno, al asumir las competencias de los viejos ayuntamientos y otras estructuras
administrativas del Antiguo Régimen, que se vieron superadas por los acontecimientos.
51
“Despacho del general James Leith a Castlereagh. Informe detallado acerca del Principado, Gijón, 13
de Septiembre 1808”, en íbidem, Nº 317, p. 356.
52
Charles R. Vaughan, op. cit, p. 82.
53
Charles R. Vaughan, op. cit, p. 113. Este diputado fue luego uno de los diputados detenidos en
Tordesillas por el capitán general de la Cuesta.

29
A su llegada a Galicia, Vaughan comprobó que la Junta de La Coruña había abolido
ciertas cargas sobre la población. Como todas las Juntas, tenía que combinar la política
cotidiana con el esfuerzo extraordinario que suponía afrontar una guerra.

Las resistencias más duras con las que las Juntas se encontraron fueron las de los
capitanes generales, cuyo cargo fue casi el único que mantuvo poder más allá de mayo y
junio del 1808. Vaughan asistió a la resolución de la crisis de la Junta de León con el
capitán general Cuesta, quien había disuelto esta Junta y encarcelado en Tordesillas a
los representantes elegidos por ella para formar parte de la Junta Central, los diputados
Antonio Valdés y el vizconde de Quintanilla. Este episodio representa además el debate
sobre la sumisión del poder militar al civil, subyacente en toda esta discusión. 54

En esa situación tan complicada los miembros de las Juntas vieron como una
necesidad el obtener apoyos internos y externos que diesen su beneplácito a las
decisiones que estaban tomando y les ayudasen en su lucha contra los franceses. La
búsqueda de apoyos internos era de máxima utilidad porque podrían dar la sensación de
unidad de la sociedad española. La Junta local de La Coruña consiguió ser nombrada
Junta Provincial de Galicia. Fue decisivo conseguir el apoyo del arzobispo de Santiago
de Compostela. Accedió a que la Junta provincial residiese en La Coruña y a que la
Junta de su ciudad, sobre la cual ejercía una influencia directa, quedase bajo el control
de la Junta Provincial de Galicia. Vaughan explicaba la toma de esta decisión porque el
arzobispo intentaba ocultar así su elección por influencia de Godoy en un momento en
el cual el sentimiento antigodoyista estaba en plena vigencia. Esta Junta provincial
intentó consolidar sus apoyos políticos, sociales y eclesiásticos y establecer contactos
con las otras Juntas provinciales, con las colonias y con las potencias extranjeras.

Pero, la unidad en torno a ellas de toda la sociedad parecía imposible. Contaron


con el rechazo, puntual o constante, de buena parte de los militares de carrera, que
intentaron controlar en varias ocasiones las Juntas, como sucedió en Asturias. El
Marqués de la Romana nunca se sintió cómodo con la Junta Suprema asturiana, y el 2
de mayo del 1809 dio un golpe de fuerza, deponiendo la Junta y sustituyéndola por una
nueva Junta de Armamento y Observación del Principado. 55 También, las Juntas
contaron con la indiferencia, cuando no con la oposición, de parte de las antiguas clases
privilegiadas. Rechazaban las decisiones que estaban tomando. Estas actitudes
aumentaron cuando se creó la Junta Central y se comprobó que continuaba con las
políticas iniciadas por las Juntas.

54
Charles R. Vaughan; op. cit, pp. 155-157.
55
Alicia, Laspra; Intervencionismo y Revolución..., pp. 248-252. El caso asturiano también se puede
seguir a través del libro de F. Carantoña, La Guerra de la Independencia en Asturias, Madrid, Biblioteca
Julio Somoza, Temas de Investigación Asturiana, 1984.

30
En el exterior buscaron contactar con el Reino Unido. Las Juntas de Asturias,
Galicia y Sevilla enviaron representantes a Londres y demostraron que no estaban
dispuestos a colaborar entre ellas, aunque los británicos presionaron para que esto
sucediese. A falta de un organismo central, Canning tuvo que reconocer las Juntas como
interlocutores válidos en las negociaciones que permitirían la intervención británica en
España. La Junta asturiana envió como representantes a Londres al joven Vizconde de
Matarrosa, futuro Conde de Toreno, y a Andrés Ángel de la Vega Infanzón, que siempre
destacó por su anglofilia. Galicia envió como representante a Manuel F. Sangro. Las
Juntas de Granada y de Sevilla utilizaron la cercanía de Gibraltar para contactar con el
gobierno británico a través de su gobernador, Sir Hew Dalrymple. La Junta sevillana
envió, además, a dos miembros de la alta jerarquía militar, el almirante Juan Ruiz de
Apodaca, que se convirtió en el primer embajador español, y el mariscal Adrián
Jácome. 56

Estos representantes llegaron en busca de ayuda y fueron recibidos en medio de


grandes celebraciones y de inusitadas muestras de apoyo. Muchos británicos reflejaron
el paso de estos representantes españoles por Londres. Los primeros en llegar fueron los
representantes asturianos, que habían sido transportados por una fragata británica. Lord
Holland los recibió en su casa sin dudarlo, aunque reconoció que las autoridades
británicas no los empezaron a tomar en serio hasta la llegada de los representantes:

“It was brought thither at the end of May, or beginning of June, 1808, from the
Asturias by Matarosa and Don Andres de la Vega: the first, a young nobleman
afterwards better known by the name of Count Torreno; the latter, a provincial lawyer,
who united to considerable sagacity and unblemished integrity, great sobriety of
judgement and a character capable of inspiring and of feeling confidence. He
afterwards laboured to counteract the effects of that suspicion which both in and out of
Cortes was estranging the Spaniards from their allies; but he died of the yellow fever at
Cadiz before he acquired all the fame he deserved, and before the healing qualities of
his calamities which the return of King Ferdinand so unexpectedly produced. His
modest character and inferior rank, the extreme youth of Matarosa, and the
comparative insignificance of the province of Asturias, made our Government hesitate
till the arrival of the Galician and Andalusian deputies, men not equal in capacity, but
of higher rank by birth or station.”

Holland reconoció la importancia de Apodaca como el representante llegado a


Londres con más nivel, aunque era una figura prepotente:

56
El caso asturiano se puede seguir en los dos ya citados libros de A. Laspra. El caso sevillano se puede
estudiar a través de M. Moreno Alonso, La Junta Suprema de Sevilla, Sevilla, Col El Mapa y el
Calendario, Nº 16, Eds. Alfar, 2001.

31
“Admiral Apodaca, though, selected to screen him from the resentment of the
multitude for having signed a proclamation favourable to the French and not for any
proof of zeal against them, had a very prepossessing appearance, and a manner which
announced more knowledge of the world and talents of business than he really
possessed.” 57

El primer conde de Malmesbury en 1808 era un político ya retirado, aunque su


experiencia diplomática le hacía tener contactos que le mantenían informados. Había
sido secretario de la legación británica presidida por Sir James Gray, ante la Corte de
Carlos III, entre 1768 y 1770. Malmesbury llegó a conocer a los dos comisionados
asturianos. Pensó que eran unos personajes poco importantes, en consecuencia de la
supuesta escasa relevancia que Asturias tenía en el conjunto de la monarquía española:

“These two deputies, Materasa and Don Diego de Vega, left Gijon in an open
boat, and were taken up at sea by one of our frigates. I dined with them immediately
after their arrival at Burlington House, for they were received with open arms. I at once
saw what they were – Materasa (a Viscount) a young Asturian Hidalgo, and Don Diego
de Vega, an Asturian Attorney, both I dare say, well-meaning and well-thinking, but of
no consequence; in fact, Asturias is a province that is of as little consequence with
reference to the Kingdom of Spain, as Glamorganshire is to England; and it was
injudicious, and a want of consideration, and I will add also of experience and
information, to look upon these two persons as types of the sentiments of the whole
nation.” 58

Malmesbury afirmaba que el trato con esos representantes de tanta poca


importancia privó a los británicos de relacionarse con enviados de mayor peso, aunque
consideraba que no los hubo hasta la llegada del Almirante Apodaca, o la de Pedro
Cevallos ya en 1809. Malmesbury señalaba por último que los británicos dieron a los
españoles todo lo que pidieron, a pesar de algunas voces que solicitaron prudencia.

Las Juntas andaluzas utilizaron la cercanía de Gibraltar para contactar con el


gobierno británico a través de su gobernador, Sir Hew Dalrymple. Pero se les había
anticipado el General F. Castaños, capitán general del Campo de Gibraltar cuando
estalló la insurrección. Dalrymple estuvo siempre atento a lo que sucedía en España y
mantuvo durante varias semanas toda una correspondencia confidencial con ese general
español, relación que se convierte en oficial tras la insurrección y la creación de las
Juntas.

57
Lord H. Holland, Further Memoirs of the Whig Party 1807-1821 with some Miscellaneous
Reminiscences, by Henry Richard Vassall, Third Lord Holland. Edited by Lord Stvordale. London, John
Murray, 1905, pp. 12-13.
58
Third Earl of Malmesbury, (ed.); Diaries and correspondence of James Harris, First Earl of
Malmesbury. 4 Vols. London; Richard Bentley, 1844, p. 407.

32
Gracias a esta situación, Gibraltar inició una nueva relación con los españoles
que fue más allá de la guerra. Pasó de ser una plaza británica encajonada en un extremo
de la Península a un lugar de refugio y de ayuda. Dalrymple no sólo se decidió a ayudar
a los españoles una vez conocidas sus noticias, sino que envió a diferentes agentes para
mantener el contacto con las diferentes Juntas provinciales. Nombró al mayor William
Cox su representante en Sevilla. Cox informó siempre con todo detalle de lo que
sucedía en Sevilla, incluyendo el triunfalismo que se instaló en los españoles tras la
batalla de Bailén. Dalrymple se convirtió en el británico mejor informado en la
Península, y en la fuente más fidedigna que pudo tener el gobierno británico, en
especial, secretario del War Office, lord Castlereagh. 59

Tras W. Cox llegaron otros agentes civiles y militares británicos destinados a


diferentes puntos de la geografía española para conseguir información sobre el terreno y
poder informar en todo momento a las autoridades de su país. Dalrymple también envió
su primer agente militar. El general S. F. Whittingham estaba en Gibraltar haciendo una
escala previa a su siguiente destino, Sicilia, donde había sido adscrito a los cuarteles
generales de las tropas británicas en la isla. Allí conoció el estallido de la lucha
española. No dudó en presentarse como voluntario para ser intermediario entre
Dalrymple y las autoridades españolas y finalmente fue nombrado agregado militar en
los ejércitos de Castaños. Este general comenzaba así su vinculación con los españoles
que a lo largo de la guerra le llevó a formar parte del servicio español, dirigir diferentes
cuerpos de ejército y formar una brigada propia en Mallorca. 60

Todos estos agentes enviaron informes constantemente a Londres y tuvieron una


correspondencia amplia con toda una serie de personalidades destacadas, que
conforman un cuerpo documental esencial para el estudio de la Guerra de la
Independencia. Toda esta documentación está llena de críticas referentes a los miembros
de las Juntas, a sus actividades y su poca capacidad de actuación y maniobra debido a su
excesivo número. Estas críticas fueron recogidas por las autoridades británicas.

La primera crítica concreta se refiere a su actuación desunida, que exacerbaba


las diferencias existentes entre unas zonas y otras del país. Desde primer momento, los
observadores británicos les acusaron de anteponer los intereses locales de la Junta en
cuestión a la causa general y sembrar la discordia entre las propias Juntas. Estos
observadores veían que había situaciones en las que se obstaculizaba que las tropas de

59
Tanto la actuación de Dalrymple como la correspondencia de Cox aparecen en Sir Adolphus J.
Dalrymple (ed.); Memory written by General Sir Hew Dalrymple, Bart of his proceedings as connected
with the affairs of Spain and the commencement of the Peninsular War. London, 1830.
60
Para la figura de Whittingham me remito a sus propias memorias, Major-General Ferdinand
Whittingham (ed.); A Memoir of the Service of Lieutenant-General Sir Samuel Ford Whittingham K.C. B,
K. C. H, G. C. F, Colonel of the 71st Highland Light Infantry, Derived chiefly from his own letters and
from those of distinguished contemporaries. London, Green and Co, 1868. Una visión española sobre ese
general en Leopoldo Stampa Piñeiro: “El General Whittingham: La Lucha Olvidada (1808-1814)”, en
Revista de Historia Militar, Nº83, 1997. pp. 115-147.

33
una determinada Junta provincial actuasen fuera de sus fronteras. Era una consecuencia
de que el poder hubiese recaído en la aristocracia provincial, que para los británicos era
una clase social arrogante, orgullosa, poco preparada para los asuntos de gobierno y que
repentinamente había adquirido un poder que no sabía ejercer correctamente.

Relacionada con la desunión, encontramos la falta de colaboración entre las


Juntas vecinas. Cada una de ellas había acumulado sus propios recursos, había creado
sus propios ejércitos e impedía que los de una provincia pudiese actuar en otra.
Vaughan expresa abiertamente esta crítica, porque llega a tener implicaciones
personales. Le disgustó que las armas, municiones y cantidades de dinero donadas por
el gobierno británico se quedasen en la costa y no penetrasen en el interior. Vaughan no
toleró estos extremos, pero fue una situación muy común. En varias ocasiones, los
envíos británicos para la Junta de León y los ejércitos de Blake se quedaban
almacenados en el puerto de Gijón y eran aprovechados por esta provincia. Vaughan
calificó esta política de “estrecha y egoísta” y se alegraba de que esta política “no
estaba de acuerdo en manera alguna con los sentimientos del ejército ni del pueblo.”
Sólo esperaba que un posible gobierno central acabase con estas actitudes. 61

Más allá de estas críticas, Vaughan se lamentó de los recelos que se crearon
entre provincias, que reforzaban las diferencias y rompían los posibles puentes de unión
entre Juntas. Diferencias que se trasladaban incluso al campo militar, ya que cada Junta
tenía su ejército, y “cada provincia nombraba a su propio general y lo investía de un
mando independiente.” 62

La Junta de Sevilla es un buen ejemplo de estas críticas, tanto por su


importancia, como por su relación directa con los británicos. El agente británico, W.
Cox, se quejó amargamente de que esa Junta en vez de buscar los objetivos de la causa
común estuviese defendiendo sus intereses particulares como los que prevalecían:

“The Supreme Junta of Seville has lately manifested very different views, and I
am sorry to say, they seem almost to have lost sight of the common cause, and to be
wholly addicted to their particular interests. Instead of directing their efforts to the
restoration of their legitimate sovereign, and the established from of national
Government, they are seeking the means of fixing the permanency of their own, and
endeavouring to separate its interests from those of other parts.” 63

61
Ch. R. Vaughan; op. cit, p. 154.
62
Ch. R. Vaughan; op. cit, p. 81.
63
“From Major W. Cox to Sir Hew Dalrymple, Seville, 10th September, 1808”, en Memory written by
General Sir Hew Dalrymple, … pp. 204-208.

34
3.3 La necesidad de un gobierno central: la Junta Central

Una consecuencia de la situación de vacío de poder de mayo y junio de 1808 fue


la desaparición de cualquier forma de gobierno central, porque la Junta que había dejado
Fernando VII antes de partir hacia Bayona se quedó sin poder efectivo. Los consejos de
la monarquía no se habían disuelto, pero en ningún momento hicieron movimientos para
recuperar su poder. Al contrario, se quedaron parados aceptando tácitamente el control
francés.

Españoles y observadores británicos coincidieron en la necesidad de un gobierno


central. Los británicos consideraron que tenía que ser una prioridad mientras veían que
los españoles no acababan de dar los pasos necesarios para constituir este poder central.
Según Sir Hew Dalrymple, existía la voluntad y se habían propuesto varias fórmulas,
pero no se habían decidido por ninguna:

“The necessity of a head to direct the affairs of the nation at large, and to rule
and govern in the name of the whole kingdom, has long been apparent to all who were
capable of reflecting seriously on the state of this country. Several plans have been
proposed, and many publications have appeared on the subject; some proposing to
establish a military form of Government; others to assemble the Cortes, according to
the Constitution of the country; and others, to appoint, at once, a viceroy, or Lieutenant
of the Kingdom.” 64

Justamente la Junta de Sevilla se había autointitulado como la “Junta Suprema


de España e Indias”, sin tener el reconocimiento expreso de muchas de las Juntas
provinciales, en especial, las otras Juntas provinciales andaluzas. Los británicos nunca
creyeron en ese poder, que consideraron ilusorio, y después limitado al conocer los
problemas con la Junta de Granada sobre las tropas que iba a dirigir Castaños.

El proceso que desembocó en la constitución de esta autoridad central partió de


las Juntas, aunque el primer paso pertinente se dio en el norte de España. Charles Stuart
y Ch. R. Vaughan conocieron y asistieron al proceso lleno de dificultades lleno de
dificultades de unión de las Juntas provinciales de Galicia, Asturias, Castilla y León.
Los británicos favorecieron este proceso porque lo veían como un paso para conseguir
un interlocutor válido para toda España y como un paso previo para la constitución de
una Junta Central con representantes de las otras Juntas provinciales. Finalmente, la
reunión de Lugo sólo representó la unión de las Juntas de Castilla, León y Galicia,

64
“From Sir Hew Dalrymple to Lord Viscount Castlereagh, Seville, 6th August 1808”, en Íbidem… pp.
187 – 189.

35
porque Asturias abandonó finalmente el proyecto. 65 No fueron los únicos problemas ya
que estalló la lucha personal entre el capitán general Cuesta y el general Blake. 66

La forma elegida fue finalmente una Junta Central, que uniese y controlase las
juntas provinciales, reunida por primera vez en Aranjuez el 25 de Septiembre del 1808,
aunque en primera instancia se había barajado la posibilidad que la reunión tuviese
lugar en la ciudad de Ocaña. Se había acordado que cada junta provincial enviase dos
representantes para su constitución. Stuart y Vaughan asistieron a todo este proceso.

Esta forma de gobierno central se mantuvo hasta inicios de 1810, cuando las
circunstancias bélicas y la inoperatividad política desembocaron en su crisis definitiva y
forzaron a plantearse la creación de un Consejo de Regencia. Precisamente fue la opción
que se barajó y que con mejores ojos vieron los británicos. No era una opción impopular
en la España de 1808, pero el gran problema era encontrar a un regente o a un grupo de
regentes que contasen con el reconocimiento de todas las provincias. Vaughan pasó por
la ciudad de Valladolid de camino hacia Madrid. Los nobles de esa ciudad mostraron
una actitud poco benevolente hacia las Juntas y apostaron abiertamente por una
Regencia. Estos “esperaban con gran ansiedad la formación del gobierno central” y
estaban “impacientes por que el poder asumido por las Juntas fuera anulado.” Si el
poder se mantenía en sus manos, “parecía más probable que sirviese para promover
que para controlar los recelos que existían entre las distintas provincias.” 67

Menos opciones pensaban que tenía el Consejo de Castilla, particularmente por


la inoperatividad mostrada en las primeras semanas de la lucha y el poco respeto que
parte de las provincias mostraron por una institución que había hecho llamadas a la
calma en un momento en que la insurrección contra los franceses se estaba extendiendo
por todo el país. Vaughan señaló que representantes de la nobleza le habían expresado
que preferían que el poder descansase en ese organismo antes que en unas instituciones
vistas como asambleas populares. 68 En Sevilla W. Cox reconocía que la autoridad de
ese consejo, que parecía haberse recuperado en Madrid, podía ser rechazada por algunas
autoridades provinciales y dificultaría la creación de la Junta general:

“The Council of Castile, it appears, has resumed their power and authority at
Madrid, and is issuing orders and decrees as the Supreme Tribunal of the nation. This
will, most probably, give rise to very serious disputes. Their authority may be
acknowledged by some of the provinces, but will most certainly oppose by many, and,
65
Ch. R. Vaughan, op. cit., p.103. También en “From Vaughan to Holland, Corunna, August, 14th 1808,
Lugo, September, 1st, 1808”, en The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland, pp. 396-401 y pp. 401-
402. Son las cartas en las que Vaughan informa a Lord Holland de esta reunión.
66
Las relaciones entre Juntas y militares y el caso del capitán general Cuesta y el proceso de unión de
las Juntas septentrionales se expone en F. Carantoña, “Poder e ideología en la Guerra de Independencia”,
Ayer, nº 45, (2002), pp. 293-300.
67
Ch. R. Vaughan, op. cit, p. 123.
68
Íbidem, p. 143.

36
amongst others, most decidedly by this. I very much fear the consequences of this
variety of sentiment, which is so likely to prove an obstacle to the formation of the
General Junta, and to produce those jealousies and divisions which are so much to be
dreaded.” 69

Más allá de esos momentos, ese consejo de la monarquía española quedó


totalmente inoperativo, y sus funciones de gobierno las adquirió la Junta Central. Esa
situación explica la sorpresa de los Holland al conocer en Sevilla en marzo de 1809 el
proyecto de Jovellanos de reconstituir el Consejo. Finalmente fue restaurado, siendo su
presidente el duque del Infantado el 18 de marzo. Los Holland nunca entendieron el
movimiento de su amigo íntimo, a pesar que el ilustrado asturiano explicó varias veces
y con detalles sus razones:

“He told me that it was an error to suppose that Council had any pernicious
tendency against civil liberty: that previous to the formation of the Junta Central it had
usurped powers it did not possess legally, but that the Cortes had always been a
favourite object in it; that it was indispensable to have a tribunal of dernier report, and
useful for the internal administration of affairs to have a supreme authority to
superintend its political economy.” 70

Los británicos mantuvieron una actitud ambivalente ante esa nueva institución,
porque no encajaba con el modelo que ellos habían pensado. Se movieron en esos
primeros meses entre la duda permanente y el posibilismo al conseguir el interlocutor
querido, aunque la decepción y la crítica insistente rápidamente se instalaron en sus
comentarios.

A lo largo de 1808 y 1809 diferentes observadores británicos asistieron a las


reuniones de la Junta Central, describieron sus decisiones y personal político,
recogieron las crecientes críticas contra la actuación de esa institución y desarrollaron
las suyas propias. En un primer momento, tanto Stuart como Vaughan, los
representantes británicos que asistieron a sus primeras reuniones, fueron pragmáticos al
conseguir que los españoles tuviesen una voz unificada. Informaron, a través de los
despachos diplomáticos del primero, o del relato de su estancia en España, de estos
primeros momentos. Señalaron que en un principio cada Junta quería mantener su
propia personalidad en el seno de la Junta Central. Pero ese posibilismo no duró mucho.

A Aranjuez había llegado John H. Frere, diplomático británico que había sido
nombrado ministro plenipotenciario ante la Corte española como muestra de la

69
“From Major William Cox to Sir Hew Dalrymple, Seville, 18th August 1808,” Memory written by
General Sir Hew Dalrymple… pp. 190 – 191.
70
The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland…, pp. 298 – 299. La confirmación de esa restauración
está en las páginas 302-303.

37
normalización de las relaciones diplomáticas entre dos países que se habían convertido
en aliados inesperados. Ese ministro tuvo que presenciar la descoordinación de la Junta
Central con los generales españoles, que no consiguieron frenar el avance francés,
dirigido por el propio emperador. También tuvo que negociar en todo momento con las
autoridades españolas para conseguir los suministros que necesitaban las tropas del
comandante Sir John Moore, que en noviembre habían entrado por Ciudad Rodrigo para
actuar como fuerza auxiliar de los españoles. Frere tuvo que acompañar a la Junta
Central en su huida de Aranjuez por la entrada de las tropas napoleónicas en Madrid.

Frere nunca guardó una opinión favorable de esa institución, aunque siempre
trabajó, mientras se mantuvo en el cargo, por mejorar las relaciones con esa institución,
pero esos errores se repitieron en la campaña de Talavera. En aquellos momentos ya
había abandonado el cargo, porque Richard Wellesley, el marqués Wellesley, había sido
nombrado nuevo embajador extraordinario en España y él tuvo que hacer frente a las
carencias de las tropas británicas que no pudieron ser suplidas debido a la incapacidad
mostrada por la Junta Central.

Las opiniones británicas más contrastadas y elaboradas acerca de la Junta


Central y de su actuación no proceden de ese momento inicial. Hay que buscarlas en la
Sevilla de 1809, donde intentó reconstituir su poder y reiniciar su tarea de gobierno, con
la instalación en esa ciudad de todos los departamentos de gobierno. Valgan de ejemplo
los casos de Lord Holland y William Jacob, que conocieron esta institución en
momentos diferentes, el primero en la primera mitad del año de 1809 y el segundo en
los últimos meses de ese año.

Ambos personajes conocieron su funcionamiento interno o sus miembros e


hicieron críticas complementarias. No fueron los únicos británicos que asistieron a sus
reuniones, porque allí coincidían con los representantes diplomáticos de su propio país.
Otros viajeros británicos de paso por Sevilla sólo hablaron de la institución sin asistir a
sus reuniones. Holland, observando sus reuniones en el Alcázar sevillano, pensó que sus
miembros estaban demasiado preocupados por los temas formales y no prestaban la
misma atención a asuntos más urgentes como la guerra.

Holland pensaba que la elección de la gran mayoría de miembros había sido


acertada, porque muchos de ellos contaban con experiencia en el gobierno o en la
administración. Pero predominaban personas de la carrera judicial o de la abogacía,
cuyo respeto por las formas entorpecía su correcto y rápido funcionamiento, impidiendo
la actividad que pedían las circunstancias que estaban viviendo:

“They had, indeed, among them some ex-ministers and magistrates of great
integrity, enlightened views, and distinguished talents. Among these, Don Gaspar
Melchor de Jovellanos was the most eminent; but even they, from the caution of their

38
time of life, and from the habits of magistracy, were somewhat too scrupulously
observant of technical rules inapplicable to the exigency of circumstances, and too
readily alarmed at those vigorous measures of innovation which a state of revolution
and civil war demands.” 71

Esa crítica era generalizada, y no hacía excepciones, ni siquiera a su viejo amigo


suyo, Gaspar Melchor de Jovellanos, aunque Holland no dudó en ningún momento de la
importancia de la presencia de Jovellanos en el seno de la Junta Central. A través de
Lady Holland, sabemos que pensaba que su carácter reservado y pensativo ayudó a
impedir el estancamiento de la Junta Central, con medidas como la discusión del decreto
de libertad de prensa o la convocatoria de Cortes, que se implicó personalmente y que le
enfrentó con aquellos miembros de la Junta Central que no veían su reunión como un
tema urgente. Así resumía toda su labor:

“Jovellanos has recommended some salutatory and some judicious measures to


the Junta; his moderation and firmness at his juncture is very striking, and he may
easily derive a greater degree of influence from it over his terrified colleagues than he
acquired in their days of prosperity. He has advised great publicity towards the people,
and publication of all the postas as they arrive.” 72

No fueron las únicas consideraciones que los visitantes británicos hicieron sobre
los miembros de la Junta Central. El viajero profesional Sir John Carr, sólo proporcionó
sus nombres y la provincia de procedencia. Añadía que casi ninguno de estos miembros
poseía talento para gobernar. 73

Los miembros de la Junta Central ofrecían una serie de dudas, presentes en su


valoración de los elegidos para ocupar los diferentes departamentos ministeriales,
señalando que no hubo problema en elegir para algunos de esos cargos a miembros de la
Junta Central como Garay. Tenía que reconocer que esta elección era correcta por
tratarse de nombres con suficiente experiencia política:

“Their choice of ministers did them credit. The venerable Saavedra was among
them, and Hermida, a still older man, who was minister of grace and justice, though
both prejudiced and capricious, was a man of knowledge, courage and capacity. Garay,
who though member of the Junta, presided over the foreign affairs, combined zeal and
discernment with more knowledge of the world and amenity of manner than is usual in
Spanish politicians.” 74

71
Lord Henry V. Holland, Foreign Reminiscences, pp. 143 – 144.
72
The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland … pp. 278 – 279, y 313 – 314.
73
Sir John Carr, Descriptive travels in the Southern and Eastern …, pp. 85-86.
74
Lord Henry V. Holland, Foreign Reminiscences, p. 144.

39
W. Jacob coincidió en señalar el respeto que merecía la figura de Jovellanos al
intentar impulsar toda una nueva legislación, detenida por Floridablanca, y tras su
muerte, por aquellos que apoyaban sus opciones. Esta consideración contrastaba con la
descripción que hacía del Conde de Tilly o del Marqués de Villel, que consideraba que
eran los vocales menos preparados de la Junta Central.

Este diputado británico también describió a los miembros del gobierno más
destacados en septiembre de 1809. Presentó a Garay como un ministro diligente,
centrado en los asuntos públicos, pero resignado, ya que había tenido que escapar de
Madrid junto a su familia. Al ministro de Finanzas, Saavedra, lo presentaba como una
persona íntegra y capacitada. 75

La difícil relación que se estableció entre las Juntas provinciales y la Junta


Central fue otra causa con la que se intentaba explicar esta falta de vigor y de decisión
en el momento de tomar las decisiones. Inicialmente la Central podía contar con el
respeto de las Juntas provinciales (y locales) al ser la unión de representantes de ellas al
buscar una actuación coordinada. Pero éstas no esperaban que se formalizase como
gobierno y que iniciase un proceso de control de las Juntas, con decretos como el nuevo
Reglamento de enero de 1809 en virtud del cual las Juntas provinciales se convertían en
Juntas Superiores Provinciales de Observación y Defensa.

En plena guerra, los británicos vivieron las consecuencias del enfrentamiento


que había entre estas dos instancias. La no llegada de suministros, pese a las órdenes
dictadas por la Junta Central, era ejemplo de ello. El organismo central nunca acabó de
controlar las Juntas provinciales porque éstas mantuvieron parte de la autonomía que
habían ostentado al inicio de la insurrección. Obligaban a sus representantes a consultar
parte de las decisiones, retrasando las que se tenían que tomar.

Jacob escribía en unos momentos de gran crítica hacia la Junta Central, cuando
se rumoreaba que la Junta de Sevilla quería recuperar su poder y derrocar a la Junta
Central. Jacob se refería a la intentona del Conde de Montijo y de Palafox, demostrando
que no hubo implicación británica en ese golpe de fuerza fallido.

Más adelante, y cuando estaba recorriendo tierras andaluzas, presenció otro


ejemplo de las reticencias que el poder de la Junta Central suscitaba en una Junta
provincial, en este caso la de Granada. Consecuencia de ese enfrentamiento era la apatía
de la gente hacia esa lucha, extinguiendo la voluntad existente de resistir al inicio de la
guerra. Jacob presenta con estas palabras el caso granadino:

75
W. Jacob, op. cit., pp. 61– 65.

40
“The Captain-general of this province has had his authority divided since the
revolution, by the formation of the Provincial Junta, which was elected by the popular
voice from among the most energetic opposed of the French. This Junta roused the
feelings of the inhabitants, called forth their exertions, and directed them with judgment
and integrity; but the election of the Central Junta, which extinguished their power, or
left them only the semblance of it, has tended to damp their energies, and lull the people
into that state of apathy and despondency which it is the best preparative for French
subjugation.” 76

Jacob recordaba que estas instituciones provinciales tuvieron que ceder parte del
poder que habían ejercido autónomamente durante varios meses, e intentar mitigar las
posibles tensiones y rivalidades provinciales:

“It was difficult to reconcile the interests of different provinces, and to conquer
the jealousies mutually entertained; it was not to be expected that each provincial
juntas, each exercising within its district the full power of sovereignty, and held
together merely in the name of Ferdinand, could be brought to relinquish the authority
they had exercised, and exercised with energy, and quietly resign it into the hands of
another set of men, to whom they were entire strangers, and of whose views they were
doubtful.” 77

Este viajero británico señaló de forma curiosa que la desconfianza de las Juntas
provinciales hacia la nueva institución que se iba a constituir hizo que eligieran a los
peores representantes posibles. La excepción para Jacob fue la Junta de Valencia, que
envió representantes capacitados a la Junta Central, con órdenes claras y concisas. Otros
representantes tuvieron órdenes menos claras, lo que les permitió ser más flexibles y no
tener que consultar todas las decisiones con la Junta a la que pertenecían. No entendía
porqué unas Juntas que habían mostrado una gran energía en unos momentos
determinados habían elegido unos representantes cuya actuación le parecía negligente y
deficiente.

W. Jacob concluía su visión general de la Junta Central, afirmando que ese


sistema de gobierno era el peor que se podía esperar, porque era una mezcla de modelos
distintos, con todos los inconvenientes de los diferentes tipos de gobierno, y sin ninguna
de sus ventajas:

“The present system unites the evils of the three forms into which governments
are usually divided, without possessing the advantages of either, and in one desolating
view, presents the debility of a worn-out despotism, without its secrecy or is union; the
insolence and intrigues of an aristocracy, without its wisdom or refinement; and the

76
W Jacob, op. cit., p. 292.
77
W. Jacob, op. cit., p. 66.

41
faction and indecision of a democracy, without the animated energy of popular
feeling.” 78

Lord Holland, en sus recuerdos, añadía que uno de sus principales problemas fue
que nunca acabaron de trazar los límites de su autoridad:

“The Junta had been hastily chosen, and was composed of materials not happily
assorted to one another. The members were driven from Aranjuez before they were well
installed in their seats, before they had clearly defined their authority, and before they
had traced the system of government they intended to establish.” 79

Los comentaristas británicos no pudieron eludir recoger en sus visiones las


críticas que se habían instalado en la sociedad española contra la Junta Central, por su
carácter inoperante e ineficiente, materializando las dudas que había generado entre
algunos grupos desde un primer momento. Se trataba de un gobierno especialmente
discutido, y no exclusivamente en Sevilla, la capital de los patriotas españoles en 1809.

Henry W. Wynn era un joven diplomático que pertenecía a una familia próxima
a uno de los líderes whigs, Lord Grenville, y que estuvo en Cádiz a inicios de 1809. Era
una etapa previa que le había conducido a visitar también Lisboa y Sevilla. Su destino
era visitar el Mediterráneo Oriental. En el camino de vuelta volvió a visitar la Península
en 1812. En una carta a su madre fechada el 23 de abril de 1809 describía el descontento
generalizado en Cádiz hacia la Junta Central:

“The number of discontents is very great, and the Central Junta seems more
occupied in publishing Proclamations declaring it to be High Treason to speak ill of
them, than in providing for the public safety.” 80

W. Jacob, a su vez, desembarcó en el puerto de Cádiz en septiembre de 1809,


cuando la Junta Central vivía un momento continuado de desprestigio y de
impopularidad:

“The complaints of the inactivity, selfishness, inability, and intriguing spirit of


the members of the Junta are universal: they have lately laid restrictions on the press,
and have suppressed the best paper in Spain, the Patriotico Seminario of Seville, which
has greatly increased their unpopularity.” 81

78
William Jacob, op. cit., pp. 69 – 70.
79
Lord Henry V. Holland, Foreign Reminiscences, p. 143.
80
“From Henry Williams Wynn to Lady Williams Wynn, Cadiz, April 23rd, 1809,” en Correspondence
of Charlotte Grenville, Lady Williams Wynn and her three Sons: Sir Watkin Williams Wynn, Bart., Rt.
Hon. Charles Williams Wynn, and Sir Henry Williams Wynn, G.C.H., K.C.B. Edited by Rachel Leighton.
London, John Murray, 1920, pp. 145 – 146
81
William Jacob; op. cit, p. 32.

42
Jacob, sin haber asistido a ninguna de sus reuniones, pero conociendo el
ambiente contrario existente en Cádiz, y teniendo en cuenta sus propias informaciones,
se aventuró a señalar el punto de partida de todos sus errores, su propia concepción
como institución:

“…a number too great for an executive and too small for a legislative power, yet
combining both, it is natural to suppose that the Junta would participate in those habits
which the state of society, to which they were accustomed, unavoidably engendered, and
were consequently ill qualified to advance the mighty undertaking they were chosen to
accomplish…” 82

3.4 Las Juntas y su ineficaz gestión de la guerra. Ejércitos provinciales y necesidad


de un mando único.

La caída de las estructuras de gobierno provocó que las tropas españolas


repartidas por el territorio español se quedasen sin un referente claro que les diese las
órdenes a seguir y con sus tropas de elite, dirigidas por el marqués de la Romana,
comprometidas por la alianza con Francia en Dinamarca. Las Juntas, igual que sucedió
con los asuntos políticos y administrativos, decidieron organizar la resistencia militar en
sus regiones. A estas Juntas “se les pidió que formasen un ejército a base de tropas
regulares que había acuarteladas en su provincia; sin industrias que pudieran
aprovisionar a los nuevos reclutamientos, sin armas y sin ropa, y en un territorio
absolutamente incapaz de procurar subsistencia para una fuerza que había de ser
considerable cuando se reuniera toda.” 83 Se crearon ejércitos independientes, poco
vinculados entre sí, y cada uno con su propio general y sujeto a una Junta provincial.
Este estado de cosas no era el más adecuado para afrontar una guerra, según el punto de
vista británico, y redundaba en una gestión ineficaz del esfuerzo militar.

Esta situación provocó rivalidades internas entre ejércitos provinciales, y sus


respectivos generales, muchos de ellos con fuertes personalidades. Los ingleses
criticaron en diferentes ocasiones su falta de unidad y disciplina y que las Juntas se
hubiesen aprovechado de las unidades del ejército español que habían quedado en sus
respectivos territorios y que utilizaban para su defensa exclusiva. Los observadores
británicos les aconsejaban que desarrollasen una estrategia militar que uniese a los
diferentes ejércitos provinciales en un mismo empeño militar. Los generales españoles y
las Juntas rechazaron las indicaciones británicas.

Los británicos no claudicaron en ese tema, porque pensaban que era un tema de
máxima importancia, y esperaban que la constitución de un poder central en España

82
Íbidem, p. 33.
83
Ch. R. Vaughan; op. cit, p. 83.

43
cambiase la situación, reorganizase el esfuerzo bélico y que las nuevas autoridades
centrales le diesen una nueva dirección a la guerra. Anhelaban, además, que diese las
condiciones para una efectiva colaboración entre los dos aliados.

Pero el desarrollo y resultados de las campañas que se emprendieron en 1808 y


1809 vinieron a decepcionar sus expectativas y a confirmar los peores presagios de
aquellos que pensaban que no se podía colaborar con los españoles y que los británicos
tenían que actuar en la Península por su propia iniciativa.

Los británicos supieron que la Junta Central tenía diversas funciones, pero
rechazaron que los españoles no diesen prioridad a los asuntos militares. Esa institución
tenía que dirigir una guerra, preocupándose por temas tan esenciales como el
aprovisionamiento de las tropas o el reclutamiento de nuevos regimientos. Los
británicos siempre defendieron que esa institución fracasó en esas funciones, por todos
los problemas que hubo mientras sus tropas estuvieron en territorio español y por las
carencias de las tropas españolas. Muchos apuntaron a un problema de autoridad, que
explicaría sus relaciones difíciles con los militares, tanto capitanes generales como los
comandantes de tropas, y con las Juntas provinciales y locales. Estas difíciles relaciones
influyeron en el fracaso en el terreno militar de la Junta Central.

También repercutió en la valoración que los británicos hicieron de su aliado. La


primera intervención británica en la Península se había producido en Portugal, con la
liberación de un país que se convirtió en su principal base en el continente y con la
capitulación de las tropas napoleónicas de ese país.

La siguiente campaña fue la entrada de las tropas del Teniente General Sir John
Moore por Ciudad Rodrigo en noviembre de 1808, que acabó con la batalla de La
Coruña y el reembarco de las tropas británicas en enero de 1809. Las órdenes de Moore
eran claras. El secretario de Guerra, Castlereagh se las recordaba:

“In entering upon service in Spain, you will keep in mind that the British army is
sent by his majesty as an auxiliary force to support the Spanish nation against the
attempts of Buonaparte to effect their subjugation. You will use your utmost exertions to
assist the Spanish armies in subduing or expelling the enemy from the Peninsula.” 84

Los británicos se sintieron decepcionados y engañados, influyendo en la pérdida


de popularidad de la causa española en Gran Bretaña a medida que llegaban soldados
británicos y contaban las penalidades sufridas en España. Las tropas británicas que
habían avanzado por la Meseta en pleno invierno castellano no se encontraron ni con un
entusiasmo popular español por su lucha, ni con unas autoridades que les estaban
84
“Copy of a Letter from Viscount Castlereagh to lieutenant-general sir John Moore, 14 November 1808”
en Parliamentary Debates, (a partir de aquí, PD), vol. XIII, pp. CCCXII-CCCXIV.

44
proporcionando los recursos que habían prometido.

Esta campaña provocó un gran debate público y motivó una moción


parlamentaria de la oposición contra la actuación del gobierno. En su debate salieron a
relucir las responsabilidades de las autoridades españolas. La oposición exigió una
investigación parlamentaria y consiguió que se publicase de forma oficial mucha de la
documentación de aquellos momentos, como las cartas de Moore con Canning o
Castlereagh. Aunque la moción fue rechazada finalmente, el gobierno quedó debilitado
tras esa derrota. 85

Los británicos esperaron que la campaña de 1809 fuese diferente, porque aunque
la situación de las tropas españolas era miserable, ellos regresaron a España con una
mayor cantidad de información que proporcionada toda por agentes dispuestos por todo
el país, y sabiendo qué hacer si las promesas de las autoridades españolas de conseguir
todo tipo de recursos no se materializaban. Se planteaban de modo diferente la
campaña, porque si en 1808 entraron como tropas auxiliares, ahora entraban con
iniciativa propia, sin vincularse a la estrategia española, y sólo buscando pactar la
cooperación con los diferentes generales españoles.

En la campaña de Talavera, sin embargo, la Junta Central volvió a no cumplir


sus promesas de proporcionar todos los víveres y medios de transporte que demandaron
las tropas de Sir A. Wellesley, que creían necesarios para desarrollar la cooperación
pactada con las tropas de los diferentes generales españoles. Aunque las tropas
angloespañolas ganaron la batalla de Talavera, las tropas británicas tuvieron que iniciar
una lenta retirada a territorio extremeño para cruzar finalmente la frontera portuguesa. 86

El nuevo embajador extraordinario británico, Richard Wellesley, el marqués


Wellesley, comenzó a actuar frente a la Junta Central justo cuando llegaron las noticias
de la victoria de su hermano Arthur en la batalla de Talavera. Pero también le
empezaron a llegar noticias de los problemas que las tropas británicas tenían y cómo la
Junta Central no conseguía resolverlos dada la no aplicación de las órdenes que dictaba
para ello.

En los apenas tres meses que ocupó este cargo el marqués de Wellesley repitió
en diferentes ocasiones estas quejas, tanto a Martín de Garay, su interlocutor principal
en la Junta Central, como a George Canning, el secretario británico de Exteriores, en los
despachos que enviaba desde Sevilla. Pongamos como ejemplo estas palabras que
dirigía el representante británico a Garay:
85
Este debate en “Mr Ponsomby on Campaign in Spain, House of Commons, Friday, February, 24” en
PD, vol. XII, pp. 1057-1119.
86
Una perspectiva española de esta campaña y su impacto en las relaciones entre ambos aliados en J.
Sañudo, y L. Stampa; La crisis de una alianza: la campaña del Tajo en 1809, Ministerio de Defensa,
Madrid, 1996.

45
“No magazines or regular depôts of provisions have been established, under
persons properly qualified to superintend the collection and distribution of provisions,
and to make regular returns of their proceedings to their British general, as well as to
the Spanish Government. No regular and stated means of transport and movement have
been attached to the army or to magazines, for the purpose of moving supplies from
place to place; nor have any persons been regularly appointed to conduct and
superintend convoys, under the direction of the general commanding of the army.

No system of sufficient efficiency has been adopted for drawing forth from the
rich and abundant provinces the resources which might have been applied, by a
connected chain of magazines under due regulation, to relieve the local deficiency of
those countries in which the army might be compelled to act.” 87

Estas palabras las escribía apenas tres semanas tras la batalla de Talavera, pero
estas deficiencias había provocado la retirada británica al no poder continuar el avance
hacia Madrid. Dada la situación, el enviado británico siempre justificó los movimientos
de su hermano. Con este bagaje, además, ocupaba el nuevo cargo que se le había
ofrecido, sustituir a Canning al frente del Foreign Office. Este personaje, sin embargo,
siempre defendió el compromiso británico en la Península, y con España, porque
reconocía la importancia que tenía en la lucha contra Napoleón.

El primer escollo que tuvo que salvar fue otra sucesión de mociones de la
oposición en torno a la campaña de Talavera al iniciarse la sesión parlamentaria de
1810. En varias ocasiones la oposición intentó desacreditar la actuación del gobierno en
España, y el gobierno intentó que las responsabilidades finales de la retirada recayesen
en los españoles, en sus autoridades políticas. En primer lugar, en las discusiones del
vote of thanks a Wellington por la batalla de Talavera en ambas cámaras parlamentarias
se puso en duda el carácter victorioso de la campaña, y se acusó a Wellington de
incumplir sus órdenes de tener la defensa de Portugal como su objetivo primero. El
gobierno replicó que esas órdenes sí le autorizaban a intervenir en territorio español una
vez que estuviesen aseguradas las posiciones en territorio portugués.

El gobierno consiguió rechazar las tres mociones 88 que la oposición presentó,

87
“From Marquess Wellesley to Martin de Garay, Seville, August 21st, 1809,” en Montgomery Martin
(ed.), The Dispatches and Correspondence of the Marques Wellesley, K. G., during his lordship’s mission
to Spain as ambassador extraordinary to the Supreme Junta in 1809, London, John Murray, 1838, pp. 46-
48. Para la estancia de Richard Wellesley en Sevilla, me remito también a John K. Severn, en A Wellesley
Affair. Richard Marquess Wellesley and the conduct of Anglo-Spanish Diplomacy, 1809 – 1812,
University Presses of Florida, Tallahassee (Florida, Estados Unidos), 1981, especialmente pp. 71 – 87.
88
“Vote of thanks to Lord Wellington- Battle of Talavera, House of Lords, January 25th, 1810, January
th
26 , 1810,” en PD, Vol. XV, pp. 106 – 109, pp. 130 – 154; Thanks to Lord Wellington and the Army at
Talavera, House of Commons, en PD, Vol. XV, pp. 277-302. “The Marquis of Lansdown’s Motion
relative to the Campaign in Spain, House of Lords, June 8th, 1810”, en PD, Vol. XVII, pp. 473-503.

46
aunque tuvo que reconocer el fracaso de la cooperación con los generales españoles, así
como el estado lamentable de las tropas españolas, carentes de armas, de disciplina y de
todo tipo de recursos. Pero siempre mantuvo que el espíritu de resistencia persistía en
España y que era obligación de Gran Bretaña intervenir en ese lugar del continente.

Esta búsqueda de responsabilidades en los españoles de los resultados de las


campañas británicas era un elemento persistente a lo largo de esas tres mociones, y que
el gobierno defendió en todo momento como la principal causa del fracaso. Incluso en
momentos en que la oposición no presentaba ninguna moción al respecto y sólo
criticaba en el Parlamento las campañas españolas, este elemento salía a relucir. El
Marqués Wellesley replicó a Lord Grenville en la House of Lords al cuestionar la
actuación británica en la Península que a través de la documentación oficial se
comprobaba:

“… the dissensions, the intrigues and the corruption of Spanish officers, and the
weakness and incapacity of the Spanish government have been the real sources and
springs, as well as the proximate causes of all misfortunes which have recently afflicted
the Spanish nation.” 89

La actuación de las Juntas, y de la Junta Central, en el terreno militar generó un


conjunto de críticas, que aumentaban con el paso de los meses. Los observadores
británicos quedaron perplejos ante la actitud española hacia sus propuestas, rechazadas
en un intento de limitar la presión británica sobre ellos a pesar de ser vistas como
coherentes dado el momento bélico que vivían. Todo coincidió temporalmente con el
aumento de los recelos españoles hacia su aliado británico. Quedó claro para las dos
partes que su alianza temporal contra Francia iba a ser incómoda, y que iba a conllevar
multitud de negociaciones y de cesiones por ambos lados. A los británicos les irritó que
los españoles quisieran imponer su posición de fuerza, negándose por ejemplo, a inicios
de 1809, a permitir un desembarco de tropas británicas en Cádiz. 90

Estas visiones influyeron decisivamente en sus críticas, sobre todo, porque


cuando siempre defendieron que los españoles estaban equivocando sus prioridades, y
que las luchas políticas, incluyendo los intentos por controlar a los generales, oscurecían
el objetivo último que tenía que ser la victoria en la guerra. Wellington, desengañado
por su experiencia con las autoridades españolas, así lo expresaba:

89
“Lord Grenville on the Campaign in Spain, House of Lords, March 30th, 1810”, PD, Vol. XVI, p. 380.
90
Sobre esta alianza incómoda, se puede profundizar en Ch. Esdaile, The Duke of Wellington and the
Command of the Spanish Army, 1812-14, Londres, McMillan Press, 1990. De forma más resumido, me
remito al mismo autor, “Relaciones Hispano-Británicas en la Guerra de la Independencia”, en La Guerra
de Independencia (1808-1814). Perspectivas desde Europa. Actas de las Terceras Jornadas sobre la
Batalla de Bailén y la España contemporánea. Jaén, Col. Martínez de Mazas, Serie Estudios, Universidad
de Jaén, 2002, pp. 121 – 136.

47
“I am much afraid, from what I have seen of the proceedings of the Central
Junta, that in the distribution of their forces they do not consider military defence and
military operations, so much as they do political intrigue and the attainment of trifling
political objects. They wish to strengthen the army of Venegas, not because it is
necessary or desirable on military grounds; but because they think the army, as an
instrument of mischief, is safer in his hands than in those of another.” 91

Estas palabras de Wellington enlazan con la que fue la principal crítica que los
observadores y militares británicos hicieron a los españoles, a una resolución que
ninguna de las autoridades españolas se decidía a tomar. La elección de un comandante
en jefe de las tropas españolas se consideró en varias ocasiones, y sonaron los nombres
de diferentes generales. Pero los ingleses creyeron que la Junta Central quería evitar un
excesivo protagonismo de los militares y mantener el control del poder civil sobre las
decisiones militares. Temían que un general como Cuesta diese un golpe de fuerza y
acabase con su poder, posibilidad que era todo un rumor en la Sevilla de 1809.

El único paso que dio la Junta Central en la dirección deseada por los británicos
no recibió de éstos demasiada atención. Fue el intento de formar una Junta Central
Militar para que asumiese el control de los ejércitos españoles. La principal razón es que
fue un intento baldío, ya que como tal sólo se reunió una vez, el 30 de septiembre de
1808 en Aranjuez, tratando ampliamente los aspectos organizativos del ejército.
Formaron parte personalidades enfrentadas entre sí como el marqués de Castelar, el
conde de Montijo y Gabriel Ciscar. Ésta ultima persona fue la única que se dedicó de
lleno a este tema, llegándose a convertir en el único miembro activo tras acompañar a la
Junta Central en su traslado a Sevilla. Nombrado gobernador de Cartagena en marzo de
1809, desaparece el rastro de la Junta Militar. 92

Wellington no fue ni el único ni el primer británico, ya fuese agente civil o


militar, en recomendar el nombramiento de un comandante en jefe, o en su defecto, una
mejor colaboración entre los diferentes generales españoles. Vaughan o Holland ya
contemplaron la adopción de esa medida. Otros pensaron en posibles alternativas. El
General Charles W. Doyle era un agente militar británico que había llegado a España en
los inicios de la guerra, y que finalmente entró en el servicio español. En su tiempo
como agente militar actuó en la zona oriental de la Península e hizo algunas
recomendaciones que llegó a enviar a la Junta Central. En enero de 1809 recomendó el

91
“From Sir Arthur Wellesley to Richard, Marquess Wellesley, September 1st, 1809,” WD, Vol. V, p.
463.
92
Para más información sobre la Junta Central Militar, me remito a Emilio La Parra, “La Central y la
formación de un nuevo ejército. La Junta Central Militar (1808-1809)” en P. Fernández Albaladejo y M.
Ortega López (ed.), Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola, vol.3 (Política y Cultura),
Madrid, Alianza Editorial - Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1995, pp. 275-284.

48
nombramiento de un jefe único para los ejércitos provinciales de Valencia, Aragón y
Cataluña. Fue otra de esas recomendaciones británicas que no fue escuchada. 93

Los británicos, tanto aquellos que en algún momento estuvieron en España como
aquellos que veían la evolución de la guerra desde Gran Bretaña, se preguntaron
siempre por la actuación de la Junta Central como organismo que dirigía la guerra. El
Marqués Wellesley, gracias a su experiencia directa en Sevilla, tenía su propia opinión.
Comparaba la situación española en el momento justo de la entrada de las tropas de
Moore y de Wellington. Moore se encontró que los miembros de la Junta Central no
habían consolidado su poder y los ejércitos estaban totalmente desorganizados. La
situación con la que se tenía que haber encontrado Wellington era diferente, aunque los
resultados finales de la campaña fuesen poco favorables. El secretario de Exteriores
recordaba:

“The Central Government had long been established and their authority was
generally recognized. The part of the country through which his march lay abounded in
resources in every description, nor was it fair to entertain a doubt, of the power of the
Spanish government, to render them available.” 94

Pero para los británicos quedaba claro que la Junta Central nunca había
conseguido tener una estrategia clara, dirigir la guerra de forma coherente y facilitar la
cooperación con ellos. Responsabilizaron a esa institución de la marcha de la guerra, de
los enfrentamientos entre provincias, de los resultados de los diferentes cuerpos de
ejército en el lado patriota, de la falta de recursos y de la poca movilización de sus
recursos humanos. Se sentían traicionados porque ellos habían creído en la colaboración
con las tropas españolas, pero no habían encontrado unas autoridades españolas, tanto
políticas como militares, dispuestas a colaborar de forma efectiva. Estas críticas
enturbiaron más las relaciones entre los dos aliados.

93
Bodleian Library, Oxford, Reino Unido, MSS North 49609, Papers of Doyle Family, Mss North d.65,
“Reflections on the Part General Doyle to be laid before Central Junta, 9th January 1809.”
94
“Vote of thanks to Lord Wellington - Battle of Talavera, House of Lords, January 26th, 1810, PD, Vol.
XV, p. 147.

49
4. EL CONSEJO DE REGENCIA

4.1 Breves consideraciones introductorias

La figura del Consejo de Regencia como institución que ejerció el poder durante
la guerra de la Independencia queda oscurecida entre la novedad que supuso la Junta
Central y la importancia que tuvieron las Cortes, sobre todo, en su periodo gaditano.
Los acontecimientos no favorecieron su consolidación como poder autónomo más allá
de los primeros meses de 1810, en los que no coincidió temporalmente con las Cortes.
Quedó relegada a una posición secundaria e inició todo un proceso de subordinación al
perder parte de las facultades ejecutivas con las que había sido dotada, que las Cortes
decidieron ejercer. El enfrentamiento que se derivó y la reacción de las Cortes
determinaron su situación posterior.

Otro factor clave que tenemos que tener en cuenta en el momento de acercarnos
a la figura de este consejo es su falta de unidad, ya que hubo cuatro Regencias, muy
distintas entre sí, con distintas orientaciones, con distintos regentes al cargo y con una
relación cada vez menos libre respecto a las Cortes. Las actitudes personalistas, la falta
de iniciativa y su estancamiento fueron hechos que se repitieron en determinados
momentos.

Todas estas cuestiones fueron apreciadas por los observadores británicos o


españoles y han sido trasladadas a la historiografía que las ha recogido y mantenido.
Representan una visión limitada de la propia actuación de estos Consejos de Regencia.
Comparada con la Junta Central o las Cortes, la Regencia ha recibido mucha menor
atención de parte de los historiadores, que se han centrado en su relación con las Cortes.

Aunque el análisis de esta relación es necesario, presenta el inconveniente de


que se realizan desde el punto de vista de las Cortes. Faltan monografías que utilicen el
punto de vista del propio Consejo, que analicen las actitudes de los regentes y su tarea al
frente del gobierno, o sus intentos, si los hubo, por reequilibrar esa relación. 95

Encontramos reseñables excepciones en la obra de Emilio La Parra sobre el


regente Gabriel Ciscar 96 , la monografía sobre el obispo de Orense de A. Martínez
Coello 97 , la obra de Manuel Moreno Alonso sobre Francisco de Saavedra, 98 o la

95
Javier Maestrojuán Catalán, “Bibliografía de la Guerra de la Independencia española,” en Hispania
nova, Nº2, (http://hispanianova.rediris.es/general/articulo/018.htm), a pesar de su utilidad y gran cantidad
de datos, en ningún momento comenta ningún dato acerca de la bibliografía de la Regencia.
96
Emilio La Parra López; El Regente Gabriel Ciscar. Ciencia y revolución en la España romántica;
Prólogo de Antonio Mestre, Compañía Literaria, Madrid, 1995
97
A. Martínez Coello, El Obispo de Orense, Ayuntamiento de Orense, 1987.
98
Manuel Moreno Alonso, Memorias inéditas de un ministro ilustrado, Editorial Castillejo, Sevilla, 1992.

50
reciente biografía del Cardenal Borbón. 99 Todas estas obras analizan la vida de estos
personajes, difiriendo en su interés por su obra como regentes.

Esta situación ha tenido su reflejo en toda la historiografía no española, ya que la


Regencia parecía una institución ensombrecida por dos luces demasiados potentes, una
que la precedía, la Junta Central, y otra con la que fue coetánea, las Cortes. También ha
contribuido a mantenerla en un segundo plano la menor atención que los historiadores
extranjeros han prestado a la situación interna española, centrando su atención en los
movimientos bélicos.

Esa circunstancia no tiene que alejarnos de nuestro objetivo. Podemos


acercarnos a esa institución en toda su complejidad a partir de las fuentes británicas.
Podemos construir su imagen a partir de las visiones británicas de sus acciones, de sus
protagonistas, y de la ya anunciada difícil relación con las Cortes.

4.2 La opción de la Regencia. La constitución del primer Consejo de Regencia

Los británicos nunca se sintieron cómodos con la Junta Central como forma en
que el poder ejecutivo era detentado en España. La opción que siempre defendieron fue
una Regencia, ya fuese unipersonal o formada por un grupo de personas, una institución
que ejerciese el poder central y ejecutivo, que vinculase la gestión del gobierno con el
liderazgo durante la guerra.

Estos observadores no hicieron nada más que recoger una idea que había
aparecido en el momento de las Juntas provinciales, cuando buscaban una fórmula de
gobierno central, y que reapareció en repetidas ocasiones en los meses de gobierno de la
Junta Central. La queja contra las Juntas provinciales primero, y después contra la Junta
Central, hacía que se presentase a la Regencia como una opción viable, unificadora, que
acabase con las divisiones territoriales y con todos los problemas de esos meses.

El fracaso de la Junta Central, evidenciado por el avance de las tropas


napoleónicas por tierras andaluzas, abrió definitivamente las puertas a su sustitución por
una Regencia. Tanto los españoles como los observadores británicos estaban dispuestos
a considerar esa opción, presionando para que esa decisión fuera tomada de modo
irreversible. La Junta Central se había refugiado en Cádiz, pero su autoridad era
discutida por todos y su impopularidad impedía que pudiese seguir ejerciendo sus
funciones.

Ésa fue la situación que se encontraron los dos principales observadores que
utilizaremos para estos momentos. Por un lado, tenemos a Bartholomew Frere, hermano

99
Carlos M. Rodríguez López–Brea; Don Luís de Borbón: el cardenal de los liberales (1777 – 1823),
Toledo, 2002.

51
de John H. Frere y ministro británico interino tras la marcha del embajador especial,
Richard Wellesley y a la espera de la llegada del nuevo ministro plenipotenciario, Henry
Wellesley. Por otro lado, encontramos a William Jacob, que estuvo en los momentos
iniciales del sitio francés de Cádiz. B. Frere siguió a la Junta Central en su huída de
Sevilla, mientras que Jacob regresaba de su viaje por tierras andaluzas.

Ambos sabían que la opción de la Regencia estaba presente y ellos no la


descartaban, sino que la apoyaban de forma discreta. B. Frere presenció más
directamente los momentos más delicados, cuando la crisis definitiva de la Junta Central
a hizo moverse varios políticos y militares españoles buscando una solución. La
creación de un Consejo de Regencia era la solución lógica que encontraron. Algunas
voces apostaban abiertamente por esa opción, otras buscaban un acuerdo con los
miembros de la Junta Central y otras buscaban el apoyo británico. El ministro británico,
sin embargo, mantuvo su posición de distanciamiento y señaló que la colaboración
británica no se iba a ver afectada por ese cambio, pero que inmiscuirse en los asuntos
españoles era atacar la autoridad de la institución que aún gobernaba. 100

Dada la situación delicada que vivían los españoles, el ministro interino temía
que desapareciese en España la autoridad central antes de poder constituir su sustituta, y
que reapareciese la importancia que las autoridades locales y provinciales habían tenido
a inicios de la insurrección. Era el temor a una actuación desunida y descoordinada. La
primera señal la detectaron en la rápida pérdida de autoridad de la Junta Central y en el
intento de actuar autónomamente de la Junta de Sevilla, aunque tenían en cuenta que
pretendían organizar la defensa de la ciudad. Posteriormente, el papel relevante que
adquirió la Junta de Cádiz durante las discusiones para la formación del primer Consejo
de Regencia sólo confirmó ese temor, y abrió una disputa por el control de las
instituciones centrales que se instalaron en Cádiz.

Los británicos intentaron no promocionar esas actuaciones parciales. No


atendieron las reivindicaciones que diferentes Juntas provinciales les hicieron a lo largo
de 1810, en especial en sus primeros meses. Querían que todas esas demandas pasasen
por el mismo canal español, y no facilitar la actuación desorganizada de sus aliados. En
las diferentes circulares que Richard, Marqués de Wellesley envió como secretario del
Foreign Office al representante británico recordó que esas peticiones locales no iban a
ser atendidas y que así se lo transmitiese a la autoridad central. Pero ellos mismos
hacían excepciones, pues atendieron las peticiones que recibieron de las Juntas gallega y
asturiana debido a estar alejadas de la sede de gobierno y a su proximidad con Gran
Bretaña. 101

100
PRO FO 72/92: From B. Frere to the Marquis Wellesley, Cadiz, January, 29th, 1810.
101
PRO FO 72/93: From Richard Marquis Wellesley to Henry Wellesley, Foreign Office, June 12th, 1810.

52
En pocos días se trasladó el centro político patriota de Sevilla a Cádiz, lo que
siguió la marcha de todos los agentes y diplomáticos extranjeros. Estos últimos
conocieron la salida desesperada de los miembros de la Junta Central de Sevilla, su
huida a Cádiz, la detención de varios de sus miembros durante el camino, en concreto,
el presidente y vicepresidente de la misma en Jerez de la Frontera, los tumultos
producidos en Sevilla por esa marcha o las decisiones que tomó su Junta local para
preparar la defensa de la ciudad ante el progresivo avance de las tropas napoleónicas.

Este cambio introdujo nuevas variables en la discusión política, ya que mientras


la Junta Central residió en Sevilla, su Junta local no desafió la autoridad de ese poder
central. En Cádiz todo era diferente. Su junta local quería que quedasen delimitados los
ámbitos de actuación entre esa institución y la que venía de Sevilla. La caída del poder
de la Junta Central también se había hecho sentir en Cádiz, ya que el gobernador de la
plaza, el general Venegas, había dimitido al haber sido nombrado por esa autoridad
central. Era una ciudad que debía preparar su defensa, pero estaba en plena tensión.

Las resistencias que podían plantear las autoridades locales gaditanas, se añadían
a las que se podían plantear en otras provincias. La autoridad del nuevo poder ejecutivo
tendría que ser reconocida en las otras provincias y en las colonias. Pero el principal
obstáculo lo presentaban algunos miembros de la Junta Central reticentes a dar ese paso,
a pesar de que esa institución no tenía un poder efectivo en aquellos momentos, ya que
pretendían recuperar la autoridad perdida.

Tanto B. Frere como W. Jacob coincidieron con varios miembros de la Junta


Central con los que discutieron la posibilidad de la instalación de una Regencia. Entre
los pocos diputados que reconocían abiertamente la necesidad de se cambio, estaba
Jovellanos. Ambos reconocían su valía y lo acertado de sus afirmaciones. W. Jacob
reconocía su papel en el momento de derrotar las reticencias planteadas por estos
miembros que aún se aferraban a un poder ya perdido:

“It is principally owing to the intelligence, the patriotism, and disinterestedness


of Jovellanos, that these difficulties have been surmounted.” 102

Jovellanos tuvo que evitar, además, un enfrentamiento en el seno de los


patriotas. B. Frere lo encontró en el Puerto de Santa María, donde le señaló que antes
tenían que salvar dos peligros: que en Sevilla no reconociesen ese cambio al aferrarse a
lo que había acontecido en los últimos días, y que los miembros de la Junta Central
repensasen su posición, quisiesen recuperar el poder perdido y provocar un
enfrentamiento con la población. W. Jacob tenía en cuenta también esos obstáculos,
pero pensaba que el apoyo del ministro B. Frere sería decisivo para realizar ese cambio.

102
W. Jacob, op. cit., p. 380.

53
Pero el ministro británico quiso mantener su posición distante, aunque reconoció
abiertamente a la Junta de Cádiz que la mejor opción era la creación de una Regencia.
No quiso intervenir directamente en las discusiones que se generaron en torno al tema,
aunque conoció las propuestas que se planteaban. Entre ellos, el único que suscitaba
algunas reticencias entre los miembros de la Junta Central estaba el marqués de la
Romana. Entre los nombres barajados, no estaba Castaños, de quién se pensaba que iba
a ser más útil en la defensa de Sevilla o de Cádiz. Pero se alegró cuando Castaños se
ofreció a ser el intermediario entre la capital andaluza y lo que ocurría en Cádiz.

Jovellanos y los que apoyaban la creación de un Consejo de Regencia


consiguieron convencer a los miembros más reticentes de la Junta Central y a la Junta
de Cádiz para facilitar su instalación final. Entre los compromisos que adoptó ese nuevo
consejo, figuraba el de respetar la convocatoria a Cortes para el mes de marzo. A los
observadores británicos no les sorprendió este acuerdo, aunque tampoco comentaron
que fueron los propios miembros de la Junta Central los que escogieron a ese primer
consejo. Esto sucedía mientras la ciudad se preparaba para defenderse del sitio francés,
contemplando la posibilidad que tropas británicas entrasen para defender la ciudad. 103

El 30 de enero de 1810 se producía la noticia, la elección de los cinco regentes


que formarían parte de ese primer consejo, que a partir del siguiente día detentaría el
poder ejecutivo en el seno de los patriotas. Los elegidos finalmente eran el general
Francisco J. Castaños, Pedro de Quevedo, obispo de Orense, Francisco de Saavedra,
Antonio Escaño y Esteban Fernández de León. Éste último regente ocupaba el lugar que
algunas voces pensaban que debería haber ocupado el marqués de la Romana, pero hubo
un acuerdo generalizado para que uno de los regentes vinculase el consejo directamente
con las colonias americanas. Pero este candidato no era el más adecuado, al no haber
nacido en territorio americano. Él mismo dimitió, aunque Castaños desde su posición de
presidente del consejo debió presionar para que se produjera ese cambio. Finalmente fue
elegido Miguel de Lardizábal y Uribe como su sustituto.

Estos nombramientos fueron seguidos muy de cerca por los observadores


británicos, porque representaba un cambio evidente en el poder central, porque esa
opción de regencia de cinco personas encajaba en sus planes para la constitución de una
regencia en España, y porque se pensaba que se abría una etapa nueva llena de
posibilidades en el bando de los patriotas, en especial, en el manejo de la guerra.

Esos cinco personajes no eran unos desconocidos para los observadores


británicos, que reconocían su relevancia en la sociedad española y su experiencia
política o administrativa. W. Jacob los describió. Apenas dijo nada de Castaños en esos

103
PRO FO 72/92: From B. Frere to the Marquis Wellesley, Cadiz, January 30th, February 1st, 2nd, 1810.

54
momentos, pues lo había conocido personalmente cuando transitó por tierras gaditanas.
Estaba en Gibraltar y se acercó a Algeciras donde finalizaba el general su reclusión. La
derrota en la batalla de Tudela le había hecho perder el mando de sus tropas y la
confianza de la Junta Central. Jacob encontró a Castaños preparando su marcha hacia
Sevilla, llamado por la Junta local para defender la ciudad del avance francés y para
ostentar el cargo de capitán general de Andalucía. El general recuperaba su
protagonismo, ya que las circunstancias giraron a su favor. 104

El Castaños de 1810 era algo diferente, se había convertido en presidente de la


Regencia, cargo al que sumaba el de capitán general de Andalucía. Ese Castaños militar
había añadido, por lo tanto, una nueva faceta a su persona: el Castaños político.
Participó activamente en las reuniones del Consejo de Regencia al ser su presidente,
mantuvo una línea ideológica cambiante pero sin comprometerse expresamente con la
línea más dura expresada por el obispo de Orense, mantuvo unas relaciones
privilegiadas con el nuevo embajador, Henry Wellesley, y con el comandante de las
tropas británicas desplazadas para la defensa de Cádiz, sir Thomas Graham.

W. Jacob sí habló de los otros regentes, porque no les había prestado tanta
atención anteriormente en sus páginas. Jacob se centró, en primer lugar, en la figura de
Pedro de Quevedo, el obispo de Orense. Se equivocó al considerarlo el presidente del
consejo, pero señaló acertadamente la influencia que iba a ejercer. Lo presentaba como
un personaje benévolo, íntegro, defensor ardoroso de la causa de Fernando VII, y
reconoció que su elección fue la que mayor satisfacción y unanimidad causó:

“ This conduct, followed up by a series of actions, all directed to the same end,
the independence of his country, pointed him out as one of the most proper persons that
could be selected; and the appointment has given the most general satisfaction.” 105

Un tercer regente era Francisco Saavedra, el antiguo presidente de la Junta de


Sevilla. Una de las condiciones con las que se eligió a los regentes era que no hubiesen
sido miembros de la Junta Central. Pero no decían nada sobre haber ocupado cargos de
responsabilidad en el gobierno mientras esa institución ostentó el poder ejecutivo. Lord
Holland, W. Jacob y otros visitantes británicos lo pudieron conocer en 1809 en Sevilla,
mientras ocupó el ministerio de Hacienda. Pero eso no lo imposibilitó para ser
designado regente. W. Jacob lo presentó como un personaje hábil, que ya había
demostrado sus capacidades como gobernante, y pensaba que era una elección acertada
al anteponer ante todo el bien público:

“Saavedra, notwithstanding his age, still displays his firmness and his
patriotism; and the last days of the existence of the late government at Seville, gave the

104
W. Jacob, op. cit., pp. 353-357.
105
W. Jacob, op. cit, p. 382.

55
best proofs of his disinterestedness. Instead of securing his valuable private property,
by sending it this city for safety, his time was occupied in calming the populace, in
preserving the public records, and the public treasure. And as there was a scarcity of
vessels, that which he had hired for the embarkation of his own effects, was devoted to
the purpose of embarking the public property.” 106

Antonio Escaño era una figura más desconocida, de la que Jacob apenas recordó
que había sido ministro de Marina. Era un personaje con muy pocas conexiones en la
ciudad de Cádiz, lo que lo convertía en un regente incómodo.

En la elección del quinto regente podría haber pesado la opinión de la Junta de


Cádiz, quien presionó para el nombramiento de algún representante americano o con
conexiones evidentes con las colonias. Apoyaban a Lardizábal por haber llegado de las
colonias como representante a Cortes, y por pensar que se opondría a la libertad
comercial con las colonias que la población colonial deseaba, pero que la Junta gaditana
no:

“This man’s pretensions are principally founded on the circumstances of his


having been selected in America as a deputy to the Cortes; and being favoured by the
people of Cadiz, who suppose he will resist all attempts to give to America that freedom
of commerce which they dread, he has been nominated rather to conciliate them than
from any known character, either for talents or patriotism.” 107

Su definitiva instalación en el poder no fue plácida, porque aunque los regentes


habían superado las reticencias de los antiguos miembros de la Junta Central, tendrían
que afrontar otros problemas pendientes. La Junta de Cádiz les iba a disputar el terreno
en el que se iban a mover desde primer momento, y todo se desarrollaría en una ciudad
sitiada. A inicios de febrero de 1810 los franceses se presentaban en la bahía de Cádiz,
ocupando las poblaciones más cercanas e iniciando los bombardeos. El sitio de la
ciudad comenzaba así.

4.3 Los diferentes Consejos de Regencia: de un poder activo a un poder


subordinado a las Cortes.

La Junta Central y el Consejo de Regencia como instituciones que detentan el


poder ejecutivo en la España resistente fueron diferentes por las circunstancias
históricas en que se formaron y desarrollaron, aunque la principal diferencia que
podríamos señalar entre ambas instituciones radicaba en la falta de unidad en el consejo,
si lo comparamos con la Junta Central. Hubo cuatro Consejos de Regencia distintos, con
distintos regentes, orientaciones ideológicas y relaciones con las otras instituciones.

106
Íbidem.
107
W. Jacob, op. cit., p. 383.

56
Las consecuencias de esa situación, tales como la inestabilidad política, una
actividad inconstante, el intervencionismo de las Cortes, y otros factores fueron
señalados en las visiones de los observadores y comentaristas británicos.

Pero más determinante fue la decepción que mostraron una vez que
comprobaron la tarea de gobierno que desarrollaron o la posición subordinada en que
quedaron finalmente. Al igual que la Junta Central, dieron a la nueva institución un
amplio voto de confianza, porque había sido una fórmula defendida por ellos desde un
principio. Su trayectoria hizo que perdiesen las esperanzas en que se convirtiese en la
institución que deseaban que se consolidase en España. En ambas instituciones estaban
ante un caso de la desvirtuación de potencialidades que tenían decisiones tan
importantes como la creación de un poder central, y su sustitución posterior por una
fórmula más adecuada.

Esa decepción llegó a límites inauditos con el segundo Consejo de Regencia, por
el marcado carácter anglófobo de su presidente, el general J. Blake. Dio paso a una
nueva actitud británica. El ministro británico decidió interferir en los asuntos españoles
para presionar por su cambio y participó de forma informal en el debate sobre el nombre
de los nuevos regentes, haciendo valer aquellas amistades o relaciones que había
entablado en Cádiz, especialmente, con aquellos diputados más sensibles a las
posiciones británicas.

Todos estos consejos de Regencia estuvieron formados por varias personas,


aunque la posibilidad de una regencia unipersonal fue valorada en varios momentos.
Los británicos apoyaron la opción más adecuada a sus intereses, aunque no les
convencía ninguna de las posibilidades. Si se quería que un miembro de la familia real
ocupase ese cargo, el único candidato posible era el Cardenal Borbón, Arzobispo de
Toledo. Nunca tuvo demasiados partidarios, aunque fue finalmente presidente del cuarto
consejo de regencia.

Otras opciones tenían más partidarios. La posibilidad de que fuera un militar


destacado se abandonó pronto, porque suponía otorgar demasiado poder a un personaje
que podía parar los cambios iniciados. Entonces aparecieron los candidatos extranjeros.
La opción francesa del duque de Orléans fue desechada por sus numerosas
implicaciones, ya que se trataba de un candidato francés y Borbón, que podría anteponer
sus intereses personales y dinásticos a los de España. Los diversos candidatos italianos
fueron descartados por el poco apoyo que suscitaron.

La candidata portuguesa, la infanta Maria Carlota, la Princesa de Brasil, fue la


que motivó más apoyos entre los españoles, ganando paulatinamente más partidarios, en
especial entre los realistas de las Cortes. El embajador portugués apoyó abiertamente

57
esa opción. Sin embargo, el ministro británico rechazaba esa candidatura. Temía que la
regente desatendiese los asuntos españoles y utilizase las tropas españolas para defender
Portugal. No quería que fuese una vía que los portugueses utilizasen para matizar el
control político británico sobre Portugal.

El primer Consejo de Regencia tuvo una muy clara orientación conservadora,


con algunos de sus miembros favorables al mantenimiento del Antiguo Régimen, de la
monarquía absoluta y del poder de la Iglesia en la sociedad española sin reforma alguna.
Pero fue el consejo de regencia de la guerra de la Independencia con una actuación más
autónoma, que más libremente pudo ejercer sus funciones ejecutivas y de gobierno, sin
las intromisiones de terceros, en especial de las Cortes.

Pero en los momentos de su instalación se planteaba un conflicto de


competencias y de espacio con la Junta local de Cádiz. W Jacob percibió este
enfrentamiento. Planteó una junta local celosa por mantener sus prerrogativas, en
especial su control sobre el comercio americano, mientras que la Regencia tendría unas
miras más amplias. Las acciones de ese consejo pensarían más en el bien general de
todo el país en el momento delicado que vivían:

“In their contemplation, Cadiz is only important as the point where, in most
security, they can contrive their plans for the liberation of the rest of Spain; where they
can best maintain their intercourse with England and most effectually draw those
pecuniary supplies which America is expected to furnish in aid of the common cause.
They are not imbued with that spirit of monopoly which looks only to immediate and
local gain; and do not conceive that the inhabitants of America will submit longer to
those restrictions which they have hitherto only borne, because they have been amused
with delusive hopes that they would soon be removed.” 108

Jacob apostaba por un acuerdo entre ambas instituciones, aunque era difícil,
porque la Junta de Cádiz se había dado cuenta del poder que había conseguido en los
últimos días. Esta junta no quería actuar de forma coordinada con la Regencia,
añadiendo un factor de tensión más a la situación que se vivía en Cádiz.

Jacob ya adivinaba que las finanzas y la presencia de Alburquerque en Cádiz


serían causas de la profundización de este conflicto. El reconocimiento formal de la
Junta de la autoridad de la Regencia no acababa de resolver el problema. La Junta
gaditana quería mantener su autonomía fiscal y controlando los recursos que llegaban de
América. A su vez, la presencia de Alburquerque en Cádiz incomodaba a la Junta
porque defendía a Venegas, el gobernador de la plaza, y acusaba a Alburquerque de no
haber defendido a la ciudad.

108
W. Jacob, op. cit., pp. 389-390.

58
En ese ambiente desembarcó H. Wellesley en Cádiz el uno de marzo de 1810.
109
Había marchado de Inglaterra en un momento crítico, ya que buena parte de la
opinión pública pensaba que la causa española estaba perdida y que los británicos se
tenían que centrar en la defensa de la base portuguesa. El nuevo ministro británico
desembarcaba sabiendo que tenía libertad de actuación, que podría cruzar los límites
que imponía su posición diplomática en sus negociaciones con los españoles, ya que la
presencia de su hermano mayor al frente del Foreign Office lo libraría de cualquier
censura.

Su actividad en el primer mes fue extraordinaria, centrándose en la defensa de la


ciudad y en las relaciones de las autoridades españolas y las tropas británicas. Aunque
tuvo una buena primera impresión de la Regencia, le preocupó que encontrase parecidos
con la Junta Central. Hallaba muestras de esa misma falta de energía, esa misma falta de
resolución a la hora de tomar decisiones. Afirmaba que:

“…yet it is impossible not to perceive that they have many of the same defects
which so strongly characterised the proceedings of the Supreme Junta, and which have
hitherto baffled every effort of the Spanish Nation to deliver itself from the Tyranny of a
Foreign Usurpation.” 110

El ministro británico tuvo una actitud cambiante hacia el consejo de regencia


durante esas primeras semanas. Por un lado, pudo percibir que esa institución tenía una
amplia responsabilidad en las diferencias que existían en el bando de los patriotas. La
Regencia, instalada en la isla de León, sostenía un acuerdo frágil con la Junta de Cádiz.
La Regencia había recibido el apoyo del duque de Alburquerque, que había sustituido a
Castaños como capitán general de Andalucía. Por su parte, la Regencia apoyó a este
militar en las acusaciones a la Junta gaditana de obstruir las mejoras en el ejército y en
el suministro de las tropas que defendían la ciudad. La Junta se sentía respaldada por el
pueblo, mientras que las otras autoridades eran sumamente impopulares. Alburquerque
precipitó finalmente otra crisis al presentar su dimisión a la Regencia, que aceptó. Era
una forma de evitar un conflicto perpetuo con la Junta de Cádiz. Castaños recuperaba el
mando de las tropas en Cádiz, y colocaba a Blake, su segundo, al mando de las tropas
dispuestas en la isla de León.

H. Wellesley fue testigo de esas diferencias y de su resolución. Siempre pensó la


necesidad de un liderazgo más eficiente, y tras observar las posteriores actuaciones de la

109
PRO FO 72/94: From Henry Wellesley to the Marquis Wellesley, Cadiz, March 1st, March 8th, 1810.
H. Wellesley desembarcó en el puerto de Cádiz, donde fue recibido de forma cordial, y la Regencia lo
recibió en una audiencia formal. Nada más desembarcar comenzó sus trabajos, conociendo la realidad de
Cádiz, que había sufrido una serie de cambios en los últimos meses.
110
PRO FO 72/94: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, March, 12th 1810.

59
Regencia pensaba que estaba ante la institución que podría desarrollar ese liderazgo.
Sus aciertos se centraban en el terreno militar:

“Great attention is now paid to the supply of the Armies with money and arms,
particularly that of the Marquis of Romana, to whom a large supply in money was sent
off to day by the way of Lisbon. Considerable improvement has likewise taken place in
the condition of the troops within the Isla of Leon. They are now regularly paid, more
attention is paid to their discipline, new clothing had been distributed to the greater
part of the whole will be completed with in a short period of time.” 111

Lo llegó a considerar un gobierno efectivo, cuyos resultados no eran mejores


debido a las circunstancias históricas. Pero esa visión cambió por los problemas que le
plantearon los regentes, en especial, el rechazo a los acuerdos comerciales que esperaba
negociar. Ese tema podía llegar a poner en peligro la alianza que sostenían ambas
monarquías, porque los españoles buscaban una contrapartida, la firma de nuevos
préstamos. El estallido de las revoluciones coloniales acabó de complicar esas
relaciones.

Este primer Consejo de Regencia intentó evitar que se celebrasen las Cortes,
aunque se había comprometido a respetar su convocatoria, que ya se había difundido.
Fracasó también en su intento de una reunión estamental, porque el esquema de un gran
congreso defendido por Jovellanos y el comité que había reunido se impuso finalmente.

Por su parte, los británicos esperaban que las Cortes ayudasen a reforzar el poder
central, siempre puesto en cuestión, desde su punto de vista, por los diferentes generales
y por las distintas autoridades provinciales. Esperaban, además, que no se iniciase una
legislación radical, que complicase la visión de los asuntos españoles ante las cámaras
parlamentarias británicas.

El ministro británico sabía que sus deseos seguramente no coincidirían con lo


que plantearían los diputados respecto al Consejo de Regencia. Sabía que uno de los
temas que primero plantearían en las sesiones de las Cortes sería su sustitución, y
cuando se produjo, no le cogió desprevenido. Las Cortes confirmaron sus prerrogativas,
pero también exigieron el juramento de todos los regentes de respeto a todas las
decisiones de esa cámara, pero uno de los regentes, el obispo de Orense, se negó. Eso
dio un motivo para que las Cortes buscasen la sustitución de ese consejo de Regencia
por otro con una actuación menos independiente. Comenzaba así el proceso de
subordinación de la regencia a las Cortes, y su pérdida de prerrogativas a favor de esa
asamblea.

111
PRO FO 72/94. From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, April, 5th, 1810.

60
Una primera moción se presentó el 5 de octubre, y destacó la oposición
vehemente de Capmany, que recordaba que las Cortes habían confirmado recientemente
el poder de la Regencia, y ahora pretendían cambiarla. Creía que el país no depositaría
su confianza en las Cortes que cambiaban de opinión con tanta facilidad. 112

El tema no quedó cerrado ahí. H. Wellesley siguió muy atento todo el proceso de
elección de los nuevos regentes y lo detalló en sus despachos. Los requisitos que se
pusieron a los primeros candidatos fueron no haber jurado o firmado el Estatuto de
Bayona y no haber sido miembro de la Junta Central. Su elección tuvo lugar en la
primera sesión secreta en la que participaron una serie de diputados que habían llegado
de Valencia y Murcia, y se produjo el 26 de octubre.

El proceso de elección fue largo, porque los candidatos iniciales eran más de
100, y respondían a muy diferentes intenciones. Entre los candidatos que se rechazaron
finalmente figuraban nombres como el Duque del Infantado, de quien no dudaban su
compromiso con los patriotas a pesar de haber jurado inicialmente el Estatuto de
Bayona. Sus apoyos no consiguieron que se hiciese una excepción y su candidatura fue
desestimada.

Otro de los candidatos desestimados fue el Marqués de la Romana. Su


candidatura se rechazó por haber sido miembro de la Junta Central. No se tuvieron en
cuenta ni sus servicios militares ni su rechazo a la actuación seguida por esa institución.
Así recordaba la actuación de ese militar:

“The Marquis of Romana was objected to, as having been a member of the
Central Junta. His services in bringing away the army from Denmark, were strongly
urged in his favour and it was observed, that he had constantly opposed the measures of
the Central Junta, and had in several instances, protested against them, and had
proposed himself to be a friend to the measure of assembling the Cortes. On these
grounds his name was suffered to continue on the list, until other members of the
Central Junta were proposed, when the inconvenience of departing from the resolution
previously adopted, was insisted upon, and the name of the Marquis of Romana,
together with the names of all those who belonged to the Central Junta, were struck off
the list of Candidates.” 113

La lista quedó reducida a unos 30 nombres y el ministro británico señaló que


abundaban los nombres poco conocidos. Los regentes que formaron ese segundo
consejo de regencia fueron finalmente el General Blake, Gabriel Císcar, gobernador de
112
PRO FO 72/97: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, October 5th,
1810.
113
PRO FO 72/98: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, November 2nd,
1810. En aquellos momentos este candidato se encontraba tras la línea de Torres Vedras, junto a las
tropas de Wellington, donde murió el 23 de enero de 1812.

61
Cartagena, y Pedro Agar, director de la Academia de Marina. Los dos últimos no
estaban presentes en su nombramiento. Por eso, se eligió a dos personas que ostentarían
su cargo de forma temporal: José Puig, uno de los miembros del Consejo de Estado, y el
Marqués del Palacio. Éste último se negó a tomar el juramento requerido para ser
regente, y fue sustituido por el Marqués de Castellar.

En el despacho del día 2 de noviembre, H. Wellesley intentó hacer una pequeña


descripción de estos tres nuevos regentes, reconociendo el buen recibimiento que había
tenido su elección, su compromiso inicial con la causa española y la supuesta ausencia
de los defectos que habían caracterizado a anteriores gobiernos. Blake representaba la
esencia de ese compromiso, reconocía que Ciscar era una persona con talento pero que
su nombramiento se debía a la llegada de los diputados levantinos, y que Algar
representaba la conexión con las colonias al poseer destacadas influencias con América.
Pero lo que le interesaba realmente era señalar que esta elección reflejaba la no
existencia de veleidades demasiado revolucionarias o democráticas en las Cortes:

“These seems to have been no appearance of a democratical spirit in the


discussions which took place previous to the election of the new Government, neither do
the character of the persons upon the choice has fallen, appear to indicate any such
feeling on the part of the Cortes.” 114

H. Wellesley señaló que socialmente el sector de los grandes de España se veía


perdedor en esta elección, al no poder haber conseguido que uno de sus representantes
fuese elegido. No era un tema menor, como tampoco lo era la existencia de un amplio
sector que quería que el cardenal Borbón fuese nombrado presidente de ese Consejo de
Regencia.

El ministro británico apoyó inicialmente la elección de estos nuevos regentes,


porque pensaba que los anteriores habían perdido todo el impulso inicial, y porque así
se conseguiría una mayor unidad de actuación entre el ejecutivo y las Cortes. Esperaba
que iniciasen las reformas militares e impulsasen el encuentro de soluciones a los temas
pendientes, como la cuestión comercial o el tema colonial.

Su opinión cambió radicalmente tras tener que negociar todos los temas
pendientes con ese consejo, porque se encontró con un presidente del consejo que
impulsaba las posiciones contrarias a los británicos en Cádiz, que tenían una buena
acogida entre las Cortes y en la población gaditana. Las relaciones entre ambos aliados
empeoraron por esta actitud de las autoridades españolas que incomodaban la posición
de los británicos. Holland se mostró muy crítico con la actitud de Blake y en sus
memorias así lo presentaba:

114
Íbidem.

62
“He fomented in Spaniards the ill-timed jealousy of their allies, which long
impeded and nearly counteracted all success against the common enemy.” 115

El ministro británico, por su parte, tuvo que informar del reflejo de estas
actitudes, así como de los obstáculos existentes a que tropas españolas fueran
comandadas por oficiales británicos. 116 Se ampliaba, además, las desconfianzas
mutuas.

La personalidad de Blake favoreció los recelos de los españoles hacia los


británicos. El ministro británico se sentía muy preocupado por los prejuicios de ese
militar, y no acababa de calibrar la importancia de su origen irlandés en esas actitudes.
Pensaba que su origen tendría que facilitar la relación, cuando pasaba todo lo contrario.
Esas desconfianzas tuvieron sus mayores repercusiones en el campo militar. Blake se
opuso fervorosamente a ceder el mando de las provincias limítrofes con Portugal a
Wellington, quien durante la campaña de 1811 estaba pensando entrar en territorio
español. Sus posiciones también influyeron en las difíciles relaciones entre el general
Graham y el general La Peña y la falta de entendimiento durante la batalla de Barrosa.

El ministro británico también entendió que el poder político residía en las


Cortes, ya que éstas habían conseguido controlar la actuación de la Regencia. Aunque
las Cortes representaban la pluralidad de voces que podía haber en España, pensaba que
los regentes tendrían que tener más libertad de actuación. H. Wellesley adoptaba, a la
vez, una actitud expectante respecto a las Cortes, porque se temía que pudiese iniciar
una deriva radical y que la Regencia no pudiesen ejercer de contrapoder para corregir
ese nuevo camino.

Esta situación hizo que volviese a superar sus límites como ministro y que
interfiriese directamente en los asuntos internos españoles para conseguir el cambio de
la Regencia. Su oportunidad llegó a finales de 1811, cuando aparecieron rumores de
cambio de regentes y el ministro británico decidió participar informal pero activamente
en las discusiones sobre su composición. Destacaron sus contactos con Andrés A. de la
Vega, destacado anglófilo, recientemente llegado a Cádiz para asumir su escaño en las
Cortes. En esas reuniones planteó toda una serie de sugerencias para reforzar el poder
de la Regencia, confiriéndole poder ilimitado y fuera del control de las Cortes.

El ministro británico quería acabar con una regencia hostil y se encontró con
unas Cortes que reflejaban la intranquilidad que había en Cádiz, al reconocer que su

115
Lord Holland, Foreign Reminiscences, p. 154.
116
PRO FO 72/109 From Sir Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, February 1st,
1811.

63
autoridad se reducía a esa ciudad y sus decretos no eran aplicados en el resto del país
libre. 117

En esas conversaciones también exponía su rechazo a la continuación de Blake,


posibilidad que sí contemplaban algunos de los diputados con los que conversaba. Creía
necesaria su salida para la mejora de las relaciones entre los dos aliados. No le
preocupaba tanto que volviese a ser elegido por las Cortes, ya que era el único método
de asegurarse su sustitución, y que la nueva regencia fuese investida con toda la
autoridad y reconocimiento de las Cortes. 118

Muchos nombres sonaron, e incluso H. Wellesley propuso a Andrés A. de la


Vega, como regente, aunque esa opción fue descartada. Otro de los candidatos que
propuso fue el duque del Infantado, una opción que generaba un amplio consenso entre
los españoles. El tercer Consejo de Regencia se aprobaba finalmente en la sesión de las
Cortes del 22 de enero de 1812. Los elegidos eran el duque del Infantado, el general
Enrique José O’Donnell, el almirante Juan Mª Villavicencio, Joaquín Mosquera e
Ignacio Ribas.

Henry Wellesley aceptó el modelo de la Regencia a cinco, y pensaba que iba a


haber una mayor cuota de representación americana. Se aventuró a pronosticar que
Infantado y O’Donnell iban a marcar el sentido de la Regencia y que esa decisión iba a
ser muy comentada y posiblemente aplaudida en Cádiz. El ya embajador británico tuvo
una buena primera impresión al encontrarse con una institución dispuesta a colaborar, a
tener una relación más íntima con los británicos para conseguir el éxito de su causa. 119

La evolución de la opinión del enviado británico siguió un recorrido muy similar


a sus opiniones de los dos anteriores Consejos de Regencia. Su impresión inicial venía
confirmada por la energía que habían mostrado en sus primeras decisiones:

“The New Regents have commenced their administration with very appearance
of determination to introduce the necessary reforms into the several Departments of the
Government, particularly the Department of War and Finance, the Minister of which
are immediately to be changed. Some regulations have already been adopted, with a
view to compelling officers to stay with their regiments and to attend top the comfort
and discipline of the Troops under their command.” 120

El ministro británico tenía que esperar para saber si su impresión inicial era
equivocada, o si era un espejismo, y su actividad quedaba estancada, sin encararse con

117
PRO FO 72/114: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, October 28th, 1811.
118
PRO FO 72/114: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, November18th, 1811.
119
PRO FO 72/129: From Sir Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, January 22nd, 1812.
120
PRO FO 72/129: From Sir Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, February 3rd, 1812.

64
los problemas principales. No podía negar que era una regencia popular, aunque
señalaba que Ribas y Mosquera eran personajes bastante desconocidos. H. Wellesley se
sintió preocupado por la evolución de ese nuevo consejo de regencia, porque él mismo
lo había impulsado y esperaba que no se quedase en un simple cambio de gobernantes.

H. Wellesley siempre pensó que había utilizado correctamente sus influencias, y


que habían sido las Cortes quienes habían elegido finalmente a los regentes. Eso
encerraba un peligro en sí mismo, porque los liberales habían preferido un cambio de
regentes antes que los realistas movilizasen más apoyos a favor de su candidata
portuguesa. La actividad de los departamentos del gobierno se multiplicó, pero la
sucesión de derrotas en el frente mediterráneo complicó la tarea de la Regencia. Otras
decisiones como el mantenimiento del envío de tropas a las colonias americanas para
reprimir las rebeliones independistas a pesar que en España se estaba librando una
guerra, hicieron que el representante británico se distanciase. H. Wellesley se oponía a
esa medida, pero los regentes recordaban que era una medida tomada por el anterior
Consejo de Regencia y que ellos iban a respetar. 121

Más allá de esas medidas puntuales, el ya embajador 122 comprobó que ese
impulso inicial no se materializaba en cambios significativos, más allá de algunos
nombramientos militares. Los grandes temas seguían pendientes y se mantenían los
obstáculos en las negociaciones en el tema comercial, vinculándolo a la concesión de
nuevos subsidios. No fue un consejo de regencia estable porque nunca consiguió evitar
el control de las Cortes, y porque O’Donnell dimitió en septiembre, siendo substituido
por Juan Pérez Villamil. Suponía un pequeño fracaso para el embajador porque había
apostado siempre por la presencia de O’Donnell en la Regencia. Sobre este nuevo
nombramiento, reconoció que a pesar de haber sido por amplia mayoría en las Cortes,
fue una votación impopular en Cádiz, y que se trataba de una elección de la que no
esperaba nada. 123

Esa dimisión coincidió con el planteamiento de la necesidad de nuevos regentes.


Ciertos diputados buscaron el consejo del embajador y él tuvo que reconocer que de los
regentes existentes, sólo Infantado estaba desarrollando sus tareas de modo eficiente.
Era un gobierno sin poder efectivo, lo que se comprobó en las negociaciones que

121
PRO FO 72/129: From Sir Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, March 10th, 1812.
En este despacho, el agente británico en Galicia, Sir Howard Douglas le informaba de los preparativos
militares que se estaban realizando en esa provincial para enviar tropas a las colonias americanas.
122
PRO FO 72/129: From Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, March 10th, 1812;
From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Cadiz, March 22nd, 1812. Henry Wellesley recibió la
confirmación de su nombramiento de embajador, que había sido aprobado inicialmente a finales de 1811
y la sustitución de su hermano por Castlereagh al frente del Foreign Office.
123
PRO FO 72/132: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, October 1st, 1812.
Criticó la salida de O’Donnell porque era un militar que podía facilitar la colaboración de los españoles
con Wellington. En la campaña de 1813 fue uno de los generales españoles con los que el comandante
británico tuvo en mejor consideración.

65
desembocaron en la aceptación de Wellington como comandante en jefe de las tropas
españolas. Aunque participaron en las negociaciones, fueron las Cortes las que tuvieron
la última palabra en ese tema.

Sir H. Wellesley siempre pensó que el principal error de los españoles había sido
su incapacidad para encontrar las personas adecuadas para ocupar los puestos de
gobierno y ponerse al frente de cada uno de los departamentos ministeriales. Las
principales consecuencias eran la pérdida del tiempo en cuestiones triviales y la
inestabilidad, que se materializaba en los constantes cambios de gobierno y de
miembros del Consejo de Regencia. A inicios de 1813 reconocía que existían graves
diferencias entre el Legislativo y el Ejecutivo, que partían de una falta de conexión entre
ambos poderes en pie de igualdad, del descontento de la opinión pública hacia las
decisiones de los políticos, y de la dificultad de acordar una serie de medidas que
contasen con el apoyo de todas los partidos de la Cámara. Esas dificultades podrían
llevar al éxito de aquellos que abogaban por la Regencia de la Princesa de Brasil. 124

Sir H. Wellesley creyó que era necesario otro cambio en el seno de la Regencia,
ya que el consejo existente no había cumplido con las expectativas. Pero esta vez no
participó activamente en su cambio. Asistió a la presentación por A. Argüelles de una
moción en las Cortes para su sustitución. Se eligió el 8 de marzo de 1813 a Luís de
Borbón, el cardenal de Toledo, que actuaría de presidente, y dos de los miembros del
segundo Consejo de Regencia, que eran en esos momentos miembros del Consejo de
Estado: Pedro Agar y Gabriel Císcar. Se rechazó, por su parte, la elección de dos
regentes más entre los diputados a Cortes. Sir H. Wellesley valoró positivamente la
presencia de un miembro de la familia real española. 125 Era una posibilidad
contemplada desde un inicio, pero que no se había materializado hasta esos momentos.
Esperaba que ese nuevo consejo realizase los ansiados cambios en la dirección del
gobierno, y en la relación de los poderes. Pero eran esperanzas similares a las que había
tenido en los inicios de cada uno de los consejos, y que después se tendrían que
confirmar o no.

Ese cuarto Consejo de Regencia fue el consejo de regencia más próximo a los
liberales. Representaba la culminación del proceso de control de ese organismo por el
Legislativo. Se mantuvo hasta el 10 de mayo de 1814, y en su periodo tuvo que afrontar
el final de la guerra, el cambio de Cortes, de extraordinarias a ordinarias, el traslado de
la sede de gobierno a Madrid y los problemas que suscitaron la aplicación de la
legislación aprobada por esas Cortes. El cardenal Borbón apoyó la aplicación del
decreto de disolución de la Inquisición, pero el embajador británico creyó que fue su
forma de asegurar su puesto.

124
PRO FO 72/143: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, February 18th, 1813.
125
PRO FO 72/143 From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, March 8th, 1813.

66
Este cambio no había desagradado al embajador, aunque siempre lo mantuvo en
alerta. Wellington se mostró más reacio al cambio, porque pensaba que la inestabilidad
política perjudicaba la marcha de la guerra. El comandante británico, aunque no quería
ser identificado con las posiciones de los realistas, no había callado sus críticas al
sistema gaditano, pero vivía una situación delicada. El mayor punto de fricción fue el
incumplimiento de los acuerdos suscritos por Wellington tras asumir la jefatura de los
ejércitos españoles. En Cádiz el embajador siempre defendió esos acuerdos, siendo el
principal tema de problemas con las autoridades españolas. 126

Estos desacuerdos continuaron a lo largo de 1813. La Regencia pretendió


renegociar los términos de estos acuerdos. Para rebajar la tensión, Wellington decidió
negociar antes que dimitir, aceptando que los generales españoles enviasen por
duplicado sus comunicaciones tanto al ministro de guerra como a los cuarteles generales
de Wellington. La Regencia quería controlar la marcha de las operaciones y evitar la
influencia del comandante sobre el ejecutivo. Le recordaba que ese acuerdo había sido
firmado con la administración anterior. Wellington llegó a dimitir, y la regencia aceptó
inicialmente la dimisión.

El gobierno británico conocía los problemas de Wellington con la Regencia a


través de los despachos de Sir H. Wellesley. Bathurst decidió interferir en los asuntos
españoles, y ordenó al embajador negociar el derrocamiento de ese consejo de
Regencia, aunque ello supusiese el acercamiento a los serviles. Esas órdenes fueron
pospuestas porque ante el final de las Cortes extraordinarias y decidieron los británicos
esperar a unas Cortes ordinarias, donde supieron de la mayoría servil. 127

A finales del verano de 1813, reaparecieron los intentos españoles de cambiar a


la Regencia, ahora con el apoyo británico. Ese cambio nunca se produjo, pero reflejaba
el claro enfrentamiento que había en el seno de los españoles, y que los británicos no
podían mantenerse al margen porque en esos momentos se jugaban demasiado en la
Península. Coincidía con un marcado ambiente antibritánico, no ya sólo en Cádiz, sino
por todo el país. Y eso era una novedad. Las tropas británicas encontraron poca
colaboración de las autoridades españolas en los distritos pirenaicos a los que se había
trasladado las principales operaciones bien entrado 1813.

Estas tensiones quedaron apaciguadas desde inicios de 1814, aunque ambas


partes eran conscientes de su deterioro. Sir H. Wellesley había defendido los acuerdos
de las Cortes con su hermano, quien había tenido una actitud poco conciliatoria, con
demandas crecientes y de obligado cumplimiento, que no habían hecho más que
enrarecer las relaciones entre los aliados.

126
Para profundizar más sobre este tema, me remito a las páginas 130-135 de este texto.
127
Charles J. Esdaile, The Duke of Wellington and the command of the Spanish …, pp. 148-153.

67
La Regencia, las Cortes y el resto de las autoridades españolas se trasladaron
definitivamente a Madrid a inicios de 1814. La ciudad quedaba restaurada como sede
del gobierno, pero las divisiones entre liberales y realistas se volvían a repetir. Los
liberales querían mantener su fuerza en esa ciudad, pero el embajador fue sondeado por
diputados realistas que planeaban otra vez cambiar el Consejo de Regencia. El
embajador británico se abstuvo de interferir en los asuntos españoles, aunque pedía que
los nuevos regentes estuvieran libres de los prejuicios que habían dificultado la marcha
de la alianza. Entre los nombres que se le comentaron estuvieron el antiguo ministro de
exteriores, Labrador, opción que rechazó porque sabía que las Cortes no aceptarían su
nombramiento y porque podía crear disensiones en el seno de los aliados, o antiguos
regentes como Castaños, opción que el embajador estaba dispuesto a apoyar. 128

El tema quedaba abierto, porque las preocupaciones de los españoles se


dirigieron al final de la guerra, a los mensajeros que había enviado el rey y a su
esperado regreso. Continuó la dependencia respecto a las Cortes, la acusación de su
vinculación a los liberales, hasta el final de la experiencia revolucionaria. Iba a ser otras
de las instituciones derogadas por el monarca absoluto restaurado, como se verá en su
capítulo correspondiente.

128
PRO FO 72/159: From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, January 11th , 1814.

68
5. LAS CORTES

Uno de los ejes argumentales que recorrió todo el periodo fue sin duda el tema
de las Cortes, el tema de la reunión de una asamblea con representantes de todo el país.
La posibilidad de la reunión de las Cortes ya se planteó en los inicios de la revolución y
de la guerra, centró el debate político en 1809 mientras se estaban realizando sus
trabajos previos, y entre 1810 y 1814, periodo en el que las Cortes estuvieron reunidas
su importancia en el campo institucional fue indiscutible. A continuación, analizaremos
con más detalle la perspectiva británica de las mismas.

5.1 El grand affaire: la convocatoria de las Cortes.

La Monarquía borbónica había convocado las últimas Cortes en 1789. Una


nueva convocatoria de las Cortes se volvió a plantear nada más estallar la guerra. La
Junta Central dio los primeros pasos para su reunión, nombrando un comité que estudió
el número de diputados que se iban a reunir o si lo iba a hacer en dos cámaras,
siguiendo los antiguos usos de las Cortes castellanas, o sólo en una. Su último decreto
fue precisamente el de la convocatoria de las Cortes, tras asegurarse que su sustituto, el
Consejo de Regencia, la iba a respetar.

Su reunión definitiva en septiembre de 1810 interesó considerablemente a los


británicos, y muchos de los que se encontraban por esas fechas en Cádiz, y hasta el final
de sus sesiones en esa ciudad, no pudieron resistir la tentación de asistir a algunas de sus
reuniones públicas. Pero antes de analizar las sesiones de las Cortes tenemos que revisar
los meses previos, retroceder hasta 1809, para examinar la actitud de los británicos en el
periodo preparatorio de esas Cortes. Las reuniones en Sevilla de la comisión nombrada
para establecer los parámetros de su reunión, o la elección de los diputados fueron los
aspectos principales.

Si hubo un británico interesado por todo el tema de las Cortes, ése fue Lord
Holland, quién fue testigo de primera mano de estas reuniones al estar varios meses en
Sevilla. 129 Ese interés se puede percibir a través de su correspondencia con Gaspar
Melchor de Jovellanos. Ambos personajes se conocían de los anteriores viajes del lord
inglés por tierras españolas, y habían mantenido una intensa correspondencia que
continuó hasta la muerte del ilustrado español en 1811.

Sin embargo, necesitaremos acudir a otras fuentes para complementar todo el


proceso de convocatoria de las Cortes, como los comentarios de su mujer, Lady
Elizabeth Holland en su Spanish Journal, las visiones del diputado William Jacob sobre

129
Para seguir la participación de lord Holland en el debate sevillano acerca de las Cortes, me remito a M.
Moreno Alonso, La forja del liberalismo en España.,… pp. 129 – 238.

69
las reuniones de la comisión preparatoria, o los comentarios que Lord John Russell hizo
al asistir a las primeras sesiones de las Cortes en su manuscrito presentado a la
Speculative Society de la ciudad de Edimburgo. 130

El tema de las Cortes ya había sido planteado en Aranjuez durante las primeras
sesiones de la Junta Central, causando una gran disputa entre Jovellanos y
Floridablanca. El segundo se opuso a la moción del primero y recibió el apoyo de la
mayoría de los miembros de esa institución, por pensar que era precipitada su reunión.

Los Holland tardaron en conocer la propuesta del ilustrado asturiano y no


supieron de los detalles de esa disputa hasta abril de 1809, en plena discusión del
decreto de convocatoria de las Cortes. Ya en Sevilla Jovellanos y los que apoyaban la
convocatoria de las Cortes tuvieron que vencer otras resistencias, planteadas por
Riquelme y otros miembros hostiles a esa convocatoria. Calvo, por su parte, mantuvo
una actitud más enigmática. 131

Mientras, en Gran Bretaña algunos personajes vinculados a la Holland House,


defendieron la necesidad de convocar las Cortes. El joven político whig, Francis
Horner, expresó su apoyo a esa convocatoria como único método de superar las envidias
provinciales, y la única oportunidad para asegurar la libertad en España:

“The only wise plan is a general Cortes; such a one was summoned by Philip
th
the 5 for the first time, and has since met by a sort of Committee of the Commons. A
general Cortes of all the Estates, and the hereditary right of Ferdinand the Seventh will
be the only chance for permanent regulated freedom to Spain.” 132

Posteriormente, Lord Holland, en una carta a Jovellanos, escrita después de los


alborotos del mes de febrero de 1809 en Cádiz por la actuación de Villel en la ciudad,
indicó la necesidad de la libertad de imprenta y de un congreso de diputados con
sesiones públicas como la única forma de evitar los alborotos populares y encauzar por
la vía correcta sus supuestos ánimos exaltados. 133

Holland mostró su satisfacción al conocer la decisión de plantear un decreto por


el que se iniciaron los trabajos previos a la convocatoria final y reunión definitiva de las

130
Se trataba de una de las múltiples sociedades existentes en la ciudad escocesa, de carácter secreto, muy
centrada en los temas jurídicos.
131
Así lo reconoce Lady Holland, en su Spanish Journal, pp. 322 – 323.
132
“From Francis Horner to James Loch, 1st July 1808,” en The Horner Papers. ..., pp. 485-486.
133
En “De Lord Holland a Jovellanos, Sevilla, 24 febrero de 1808”, en José Miguel Caso González (ed.);
G. M. de Jovellanos. Obras Completas. Tomo V. Correspondencia, Vol. 4º, Octubre 1808 – 1811,
Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII – Ayuntamiento de Gijón, 1990, nº1777, pp. 61 – 62. Todas
las cartas que se enviaron estos dos personajes también fueron recogidas en Julio Somoza (ed.), Cartas de
Jovellanos y Lord Vassall Holland sobre la Guerra de la Independencia, (1808 – 1811), Madrid, Imp. De
Hijos de Gómez Fuentenebro, 2 vols., 1911.

70
Cortes. Este decreto, pensado por Quintana y Garay, contó con el apoyo de otros
miembros de la Junta Central, como Jovellanos, que abandonó su plan de recuperar el
Consejo de Castilla. Los Holland atribuyeron parte de ese decreto a su persona una vez
que el decreto se publicó en el mes de mayo.

Pero su presencia en Sevilla durante esos meses les hizo conocer las suspicacias
de los miembros de la Junta hacia los militares, pensando que cualquier victoria
importante les legitimaría para acceder al poder. Quintana consideró que la convocatoria
a Cortes podía ser un obstáculo que dificultase esa posibilidad, aunque perdió parte de
su interés por el tema posteriormente ya que la reunión de las Cortes se iba a aplazar en
varias veces y sus trabajos previos iban a durar más de un año.

El entusiasmo de los Holland por esa convocatoria contrastaba con una actitud
más reservada de Sir George Jackson, el secretario de la legación británica, quién en su
diario decidió no comentar ese decreto al considerar que los temas militares eran más
apremiantes y que las autoridades españolas se tendrían que centrar en ellos:

“The Junta has issued a proclamation convoking the Cortes for the end of the
next year, and appointing a committee, composed by five members of the Junta, to
consider the form in which they are to be assembled, and the objects they are to take
into consideration. This I think requires no comment.” 134

Ese poco entusiasmo parecía ser compartido por el propio embajador, John H.
Frere. Al menos, así se lo transmitió Quintana a Lady Holland, y ésta a Frere. El
embajador le reconoció esa sensación, aunque la vinculó con la situación en Inglaterra:

“I told Frere that he was accused of being unfriendly to the Cortes; he admitted
that he objected to their mode of proceeding, and certain it is this clamour for reform in
England has revived all his old anti-Jacobin terrors.” 135

Lord Holland no se dejó influir por esas actitudes y participó activamente en el


debate en torno a ese tema, desde que sólo fue un rumor que tardó en confirmarse hasta
a iniciarse los debates de la comisión preparatoria. Pensaba que esa convocatoria era
tan importante como las armas que tenían que asegurar la independencia de su segunda
patria, porque daría un motivo a los españoles que luchaban al asegurar la libertad e
independencia de los españoles. Sus ideas se las expresó a Jovellanos, e iban más allá de
la simple necesidad de convocar esa institución. Sus opiniones denotaban un destacado
conocimiento de la realidad y pasado jurídico, político e institucional español.

134
The Diaries and Letters of Sir George Jackson … Vol. 2, p. 436.
135
Lady Holland, The Spanish Journal, p. 328.

71
Holland pensaba que las Cortes no podían ser convocadas sin realizar una serie
de cambios, adaptándolas a la nueva realidad española. Afirmaba a Jovellanos que “las
Cortes, adaptadas a las luces del siglo y a un cierto punto a la mudanzas que ha hecho
el tiempo en la relación entre ciudades y ciudades, y entre provincias y provincias; y
sobre todo, aumentadas en el número de sus vocales, me parece todo lo que se necesita
por ahora, prescindiendo tal vez, de la libertad de la imprenta, esto es, la cual no
incluyo más que la supresión de la censura por anticipación, esto es, lo que llamamos
nosotros un imprimatur.” 136

El dejar apartado el tema de la libertad de imprenta no era un tema secundario,


ya que Holland siempre había dado una gran importancia para asegurar la libertad de
opinión y de discusión pública. Pero se convirtió puntualmente en un tema secundario.
Primero todos aquellos partidarios de las Cortes tenían que mostrar su compromiso
hacia las Cortes como algo irrenunciable y por eso era necesario que comenzasen todos
los debates acerca de su reunión. Una vez que regresó a Londres, Holland retomó el
tema de la necesidad de la libertad de la discusión pública. Señaló esta falta, la
dilatación en el proceso de convocar las Cortes y la falta de reformas importantes como
las razones de la desaparición del entusiasmo por la causa española en Gran Bretaña. 137

Holland, en otra de sus cartas a Jovellanos, y tras conocer el golpe de fuerza del
Marqués de la Romana en Asturias, describió las Cortes como el grande affaire y
defendió que eran el único método para asegurar un gobierno con una amplia base
popular como para evitar el intervencionismo militar. 138

Este lord británico conoció el decreto de convocatoria de las Cortes en Cádiz. Lo


valoró como la mejor victoria, aunque entonces apareció su curiosidad y realizó toda
una serie de preguntas a Jovellanos, que el comité designado tendrían que resolver:

“¿Qué ciudades, qué provincias, qué distritos han de tener votos? ¿Qué ha de
ser el principio sobre el cual se da el derecho de tener voto, esto es, diputado, a una
ciudad o provincia? Y ¿cuál será el modo en que se han de tomar los sufragios de los
vecinos? ¿Cuántos diputados ha de tener cada provincia y cuántos vocales ha de ser
compuesta la diputación total del reino? Además de esto, ¿cómo ha de ser representada
la nobleza? ¿Cómo el clero? Los de la Junta, ¿han de ser vocales ex-oficio, o quién?
Los consejeros de Castilla, ¿han de asistir con voto o sin él? ¿Cuántas cámaras, una o

136
De “Lord Holland a Jovellanos, Cádiz, 5 de mayo de 1809,” en José Miguel Caso González (ed.),
Obras Completas, p. 129.
137
“De lord Holland a Jovellanos, Holland House, 31 de agosto de 1809,” José Miguel Caso González,
(ed), op. cit, pp. 276 – 277. Holland se olvidaba de contemplar el factor militar.
138
“De Lord Holland a Jovellanos”, Cádiz, 19 de mayo de 1809, en José Miguel Caso González (ed) op.
cit., pp. 148 – 149.

72
dos? Y resueltas estas dificultades, ¿cómo se han de proponer las leyes, cómo conducir
las discusiones?” 139

Holland fue conociendo más detalles de ese decreto y de la comisión nombrada a


su efecto, y le sorprendió la presencia de Riquelme, porque se temía que podía
comprometer sus trabajos, al ser una de las voces que más se opusieron a su reunión. Se
temía que pusiese trabas a la elección de un número holgado de diputados, a su elección
directa y que provocase la total nulidad de sus funciones. Holland pensaba que las
Cortes tenían que partir de los antiguos usos, pero se tenía que permitir una elección
directa de los diputados para convertir a las Cortes en verdaderamente representativas y
legitimar así sus decisiones. 140

Es estos debates, el tema de los usos fue esencial, aunque también su adaptación
a la nueva realidad, ya que las pensadas Cortes estamentales podía acabar
convirtiéndose en unas Cortes muy distintas en el momento de reunirse. Holland seguía
pensando en representantes por estamentos o por ciudades, y en la prerrogativa real de
conceder nuevos representantes, cuando finalmente se optó por la representación por
provincias, introduciendo un elemento territorial no esperado.

Pero esa convocatoria tenía unas repercusiones más amplias, porque podían
solucionar a una serie de problemas que se arrastraban desde un principio de la
revolución. Holland pensaba que entre los motivos para convocar las Cortes, “uno de
los principales en el día es para concentrar el gobierno, para tener una voluntad que
por su autoridad pueda influir en toda la Península, y me parece no sería buen acierto,
antes bien, lo contrario por tal efecto, convidar a las varias ciudades y provincias
discutan sobre el influjo relativo y comparativo que sus distritos hayan de tener en la
representación general.” 141

El interés de Holland, sin embargo, fue mucho más allá. Nunca escondió que el
modelo británico podía ser una de las pautas para el proceso de convocatoria de las
Cortas, e intentó influir para que el debate se dirigiese hacia ese campo, aunque
reconocía que su modelo parlamentario no se podía trasplantar sin más. Pero sí podía
ayudar a adaptar los antiguos usos de las Cortes hispánicas a la nueva realidad de la
Monarquía.

139
“De Lord Holland a Jovellanos”, Cádiz, 24 de mayo de 1809, en José Miguel Caso González, (ed), op.
cit. p. 163. Los Holland se habían desplazado con sus acompañantes a esa ciudad para encontrar un navío
que los transportase a Inglaterra.
140
“De lord Holland a Jovellanos, Cádiz, 31 de mayo de 1809”, en José Miguel Caso González, (ed), op.
cit. pp. 176 – 179.
141
“De Lord Holland a Jovellanos, Cádiz, 14 de junio de 1809”, José Miguel Caso González, (ed), op.
cit. pp. 213 – 215.

73
Aparte de sus relaciones personales cultivadas a través de sus contactos
personales en Sevilla y Cádiz y de su correspondencia con importantes personalidades
españolas, su otro método para influir fue a través de la publicación de textos, en
concreto, uno titulado, Suggestions on the Cortes (o su título en español, Insinuaciones
sobre las Cortes.) El texto no lo escribió el lord, sino su acompañante y médico
personal, el Doctor John Allen, aunque ayudó en su impresión. Su traductor al español
fue Andrés Ángel de la Vega.

Ese panfleto fue publicado y rápidamente traducido a mediados de 1809,


teniendo una notable repercusión al ser un texto muy leído comentado. William Jacob,
al visitar la ciudad de Granada a inicios de 1810, describió como se utilizaba en las
discusiones para elección de diputados por esa provincia:

“A pamphlet written in England, and translated into Spanish, has been much
read; it is attributed to Lord Holland, and for the attachment it discovers to the true
interests of Spain, his Lordship, whether he be the author or not, is spoken of by all
intelligent men in terms of the warmest rapture.” 142

Jovellanos y otros españoles no desdeñaron las sugerencias que presentaba.


Aunque el texto tuvo buen recibimiento inicial, eso no evitó que hubiese críticas.
Jovellanos, por una parte, alabó su precisión y el conocimiento que destilaban sus
líneas, pero le pedía que revisase algunos puntos, en especial sus propuestas sobre el
método de las elecciones y sobre la representación de las colonias. 143

Otros españoles también dieron su opinión sobre ese texto al propio lord
Holland, como el duque del Infantado, quien conoció el texto, valoró sus propuestas,
pero reconoció que el tema de las Cortes causaba grandes divisiones entre los españoles.
No obstante, apoyó finalmente la reunión de las Cortes. 144

Manuel Moreno Alonso, tanto en su estudio de la relación de los liberales


españoles como en un artículo titulado “Las Insinuaciones sobre las Cortes de John
Allen”, ha explicado el contenido de este texto. 145 A lo largo de los treinta y un puntos
del texto, el Doctor John Allen apoyaba la formación de las Cortes, porque su principal
función era servir al bien público y eliminar los abusos cometidos al ejecutar la ley,
objetivos que no podían ser olvidados a pesar de los delicados momentos bélicos que
vivían. Creía que la Junta Central tenía todo el derecho a convocar las Cortes,
142
William Jacob, op. cit., p. 294.
143
“De Jovellanos a lord Holland, Sevilla, 8 de junio de 1809”, en José Miguel Caso González, (ed), op.
cit. pp. 199 – 200.
144
British Library, Holland House Papers, Add. Mss 51622, De Infantado a Holland, Sevilla 29 de agosto
de 1809, y 10 de diciembre de 1809.
145
Manuel Moreno Alonso, La forja del liberalismo…, pp. 159-186 y del mismo autor, “Las
Insinuaciones sobre las Cortes de John Allen” en Revista de las Cortes Generales, 33, 1994, pp. 238 –
310. Incluye un estudio introductorio del autor.

74
redistribuir el número de diputados y plantear las elecciones que le seguirían. Su texto
se convertía además en un posible diseño de las Cortes que se iban a reunir, siempre
encajado en la tradición constitucional británica.

Fórmulas como las discusiones públicas en ambas cámaras, las consultas a la


opinión pública, o el impedir que una Cámara interfiriese en la actuación de la otra, iban
dirigidas al objetivo común de fomentar un gobierno libre. Una representación amplia,
que contase con las voces de todos los intereses locales, conseguiría evitar una
uniformidad absoluta y permitiría que en los debates sobre las cuestiones fundamentales
se escuchasen todos los puntos de vista. Por último, Allen se oponía a una elección de
los diputados exclusivamente basada en la demografía. Esto último lo tenemos que
vincular a su respeto por las fórmulas tradicionales, incluida una amplia representación
de los antiguos estamentos privilegiados.

Una pieza fundamental del periodo previo a la reunión fue la comisión


encargada para preparar las reuniones de las Cortes. Jovellanos fue el presidente de esa
comisión, y desde ella aportó nuevas ideas para que las Cortes no fuesen una simple
copia de las anteriores Cortes pero que tampoco rompiesen la tradición a pesar de
realizar las necesarias adaptaciones por el paso del tiempo. Uno de los temas más
discutidos en el seno de esa comisión fue la elección de los diputados, al enfrentarse
aquellos que defendían un reparto de los diputados a elegir a partir de la base
demográfica a los que defendían la representación más de corte tradicional. Otro de los
temas destacados fue si esas Cortes podrían tener la potestad para reformar las leyes de
la Monarquía. Todo quedaba encajado en el debate de la adaptación o no de las Cortes a
la nueva realidad, con la modernización de sus funciones como cuerpo legislativo
aunque sin perder el horizonte de la tradición. No siempre la Junta Central tomó en
consideración todas sus propuestas, porque el Comité, muy influido por Jovellanos,
había optado por unas Cortes bicamerales, mientras que en su decreto apoyó una opción
más rupturista, la reunión de una gran asamblea legislativa.

Entre los otros miembros de ese comité, encontramos a Agustín Argüelles. Jacob
lo conoció en la Sevilla del otoño de 1809, cuando los trabajos de esa comisión estaban
en pleno desarrollo. Jacob se temía, no obstante, que las Cortes nunca se iban a reunir
porque supondría la aniquilación del poder de la Junta Central:

“Like all the ablest men in Spain, he [Argüelles] is anxious for the convocation
of the Cortes, and is now officiating without salary, as secretary to a committee,
appointed for the purpose of regulating the number of deputies, the places from which
they are to be sent, the mode of election, and the formalities to be observed in that
expected assembly of the Spanish nation. The researches of the committee into the
ancient records have been very diligent; and, in addition to the precedents collected,

75
they have invited, to the investigation of the subject, many of the most intelligent public
bodies in the kingdom.

With all the appearance of preparation, it is generally believed that the Junta
will do all in their power to prevent the Cortes from assembling. They know that, as
soon as the convocation takes place, their power will be annihilated; and they feel
unwilling to return to that obscurity from which nature never designed them to
emerge.” 146

Jacob mostró el interés que había suscitado la convocatoria de las Cortes en toda
la sociedad española, más allá de los centros de decisión política. Reflejó ese interés a
su paso por dos importantes ciudades andaluzas, Granada y Málaga. Pero no fue el
único. Holland pudo percibir este interés en Badajoz durante su camino de vuelta a
Lisboa en el inicio del verano de 1809, ciudad a la que había decidido viajar con sus
acompañantes para tomar allí un navío que les llevase a Inglaterra. En aquella ciudad no
sólo escuchó las quejas crecientes contra la actuación de la Junta Central, sino que
admitió a Jovellanos que “aquí no se habla de otra cosa sino de las Cortes.” 147

Al regresar a Londres, Holland mantuvo su atención respecto al tema de las


Cortes, aunque los sucesivos retrasos lo intranquilizaron, y más aún cuando reconocía
abiertamente que los españoles no tenían ni comandante en jefe ni gobierno. Pensaba
que esas faltas permitían que las críticas aumentasen y emergiesen nuevos problemas.
En Gran Bretaña provocaba incluso la pérdida total de interés por España, aunque
Holland se mantuvo como su defensor acérrimo, señalando esos temas como los
necesarios para acabar con la situación tan delicada que atravesaba España. 148

El último decreto de la Junta Central convocaba las Cortes para el 1 de marzo de


1810, aunque sólo se había convocado a los representantes de las ciudades, no a los de
la nobleza y el clero. El primer Consejo de Regencia se comprometió a mantener esa
reunión, aunque no publicó un nuevo decreto de convocatoria hasta el 18 de junio. Las
Cortes quedaron convocadas para agosto, aunque finalmente se reunieron el 24 de
septiembre. Esa primera sesión supuso la apertura de una nueva etapa en el tema de las
Cortes.

Hasta esa primera reunión, el tema quedó parcialmente paralizado. Pero la


situación había cambiado. Cádiz estaba sitiado y la Regencia detentaba el Poder
Ejecutivo. Jovellanos mostró sus dudas sobre la voluntad de la Regencia de seguir

146
W. Jacob, op. cit., pp. 141-142.
147
De Lord Holland a Jovellanos, Badajoz, 5 de julio de 1809”, José Miguel Caso González, (ed), op. cit,
pp. 241 – 242.
148
“De Holland a Jovellanos, Holland House, 6 y 8 de septiembre de 1809”, en José Miguel Caso
González, (ed), op. cit, pp. 280 – 285.

76
adelante con la convocatoria y pensaba que si se reunían al final, los temas políticos
tenían que ser combinados con la discusión de la defensa militar del país. 149

5.2 Las primeras sesiones de las Cortes Extraordinarias.

La primera reunión de las Cortes fue un acontecimiento importante, del que


contamos con varios observadores directos británicos de esos días. Uno fue Lord John
Russell, quien viajó a Cádiz en 1810 para visitar a su hermano George W. Russell,
militar que formaba parte de los cuarteles generales de sir T. Graham, el comandante en
jefe de las tropas británicas en Cádiz. Allí asistió a las primeras reuniones de las Cortes.

Russell reflejó sus impresiones en un manuscrito titulado “On the proceedings


of the Cortes of Spain from the 24th of September to the 15th November of 1810”. Se
trata de un texto que leyó ante la Speculative Society de Edimburgo en una de sus
sesiones de 1811. 150 En ese documento Russell afirmaba que la exigencia de una
asamblea con representantes de todo el país apareció con el inicio de la revolución, pero
en 1810 toda una serie de errores cometidos por las autoridades españolas decidió la
convocatoria y fue el método que halló la Regencia para acabar con la competencia de
la Junta de Cádiz en el ejercicio de la autoridad:

“There was a party of well-informed of the higher and middling classes of


society who had hailed the period of Revolution as the dawn of Liberty, and who had
demanded from the beginning a meeting of the Representatives of the Nation. The
accumulations of misfortunes give them stronger arguments and increased numbers,
and the Regency rendered weak by their own ineptitude; and by the rival authority of
the Junta of Cadiz, consented to call an immediate meeting of the Cortes.” 151

Quizás no era la visión más adecuada de lo sucedido. Una visión más acertada
de las semanas previas a la reunión definitiva la obtenemos en los despachos del
ministro británico, Henry Wellesley. El ministro británico estuvo atento a la actitud de
la Regencia respecto a este tema. Por su decreto del 20 de junio, las Cortes quedaban
convocadas formalmente. Más tarde, conoció la oposición de uno de los regentes a esa
medida. Castaños le reconoció que el obispo de Orense se había opuesto a esa
convocatoria porque se temía que un espíritu revolucionario se introdujera en las Cortes
y se reprodujesen los peligros que habían llevado a la disolución de Francia. 152

149
“De Jovellanos a lord Holland, Muros, 18 de julio de 1810”, en José Miguel Caso González, (ed), op.
cit, pp. 398 – 400. Por aquellas fechas, Jovellanos se dirigía a Asturias tras las acusaciones vertidas hacia
su persona por su pertenencia a la Junta Central.
150
Bodleian Library (Oxford): Duke Humfrey’s Library, Mss English Historic 40346 e.241.
151
Íbidem, pp. 6-7.
152
PRO FO 72/96: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, July 11th, 1810.
Informa además que un reconstituido Consejo de Castilla votó esa medida, quedando en empate entre los
que defendían la representación planteada, y los que defendían a la elección de los miembros según los
tres brazos de las Cortes castellanas, y que no imperase el factor demográfico.

77
El ministro mantuvo una actitud expectante ante esa reunión, porque sabía que
era el único lugar en que podría obtener una respuesta definitiva a sus demandas. Intuyó
además la influencia decisiva que iba a ejercer su población sobre las Cortes, que se
temía que no favorecerían los intereses británicos.

El mejor ejemplo era el del deseado acuerdo comercial, posiblemente apoyado


por algunos diputados americanos, pero al que se opondrían los diputados peninsulares,
en especial aquellos más vinculados con el comercio gaditano y americano. Eso le hizo
dudar que las Cortes pudiesen aprobar ese acuerdo comercial:

“I am apprehensive that no favourable result can be looked for from a


discussion of this measure in the Cortes. Some few of the American deputies would
probably be in favour of its adoption but there are others whose connections are
entirely within this city and who would consequently oppose it with all the obstinacy
which might be expected to follow the conviction that it would invade in its
consequences the ruin of Cadiz. It may expected likewise that as the Cortes are to
assemble in the neighbourhood of Cadiz, that its inhabitants will possess a considerable
influence in the deliberations of that assembly particularly in all questions involving
their immediate interests, and I doubt whether a majority of deputies will be found so
entirely free from prejudice as to be convinced of the general benefits arising out of this
measure, I am disposed to think that the powerful influence of this city will be
successfully exerted to defeat it as often as it shall be proposed for discussion in the
Cortes.” 153

Su permanencia en Cádiz durante todo este periodo lo convierte así en la fuente


británica más directa y continuada respecto a las Cortes, a sus sesiones y decisiones,
hecho que veremos en el siguiente apartado.

A estos comentaristas, tenemos que unir las visiones de otros británicos que
estuvieron en Cádiz asistiendo a las primeras sesiones de las Cortes, que sintieron una
especial atracción por esa novedad española. Podríamos añadir otro de los informantes
de los Holland, R. Campbell, un comerciante americano de origen escocés que conoció
en Cádiz en mayo de 1809 y que les habría ofrecido su casa mientras permanecían en
esa ciudad. Otro británico que se encontró por esas fechas en Cádiz fue sir Robert
Adair, amigo de la familia de Holland y que regresaba a Gran Bretaña tras completar su
misión diplomática en el Imperio Otomano.

Todos estos británicos se mostraban expectantes ante esta primera sesión. Sabían
que había muchas esperanzas depositadas en esas Cortes, y les atorgaban un papel

153
PRO FO 72/96: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, July 30th, 1810.

78
esencial en la lucha contra el dominio napoleónico. Pero muchos temas quedaban
pendientes y sólo el desarrollo diario de las sesiones confirmaría o no sus intuiciones.
Aunque esperaban que la guerra centrara sus debates, nadie descartaba que otros
asuntos políticos estuvieran presentes en los debates, aunque de modo secundario. Ante
esos temas, muchos de ellos pensaban en el ejemplo francés, y se temían que cualquier
impulso revolucionario radicalizase demasiado la voluntad reformista evidente de los
elegidos, o que los que se oponían a cualquier cambio obstaculizasen hasta tal punto que
sus discusiones no llegasen a buen término y las Cortes viesen anuladas sus funciones.

Todos intentaron comprender el tipo de asamblea que se reunía en Cádiz, ya que


tanto los decretos que convocaban las Cortes como la elección de los diputados
apuntaban a un cambio. No se iban a reunir dos cámaras, ni los diputados iban a quedar
agrupados por estamentos, sino que se iba a reunir una gran asamblea, con diputados
elegidos de forma indirecta, representantes de las diferentes provincias.

H. Wellesley tardó mucho en comprender cómo se iban a reunir finalmente esas


Cortes. Tardó en entender que las Cortes se iban a reunir de un modo distinto al modo
tradicional de las Cortes castellanas. A medida que llegaron los primeros diputados y
que entendió el método indirecto para su elección, comprendió que ya se partía de una
novedad, no necesariamente negativa, en la reunión de las Cortes. A mediados de agosto
en Cádiz el ministro plenipotenciario afirmaba que las Cortes comenzarían sus
reuniones sólo con unos noventa diputados, y señalaba las provincias de las que se
esperaban que llegasen con seguridad sus representantes: Galicia, Extremadura, Murcia,
Valencia, Cataluña, algunos diputados de La Mancha, Guadalajara, Aragón, Asturias, y
del distrito de Cádiz. Para aquellos distritos que no pudiesen enviar un representante por
estar ocupados por el enemigo, se había creado la figura del diputado interino, diputado
sustituto. Se elegiría a una persona originaria de esos distritos y que se hubiese
refugiado en Cádiz o en otras ciudades.

Otro tema que interesó a Henry Wellesley fue la representación de las colonias.
Por esas fechas, había circulado en Cádiz una petición para que se llegase a un acuerdo
similar, que se permitiese la elección de representantes entre la población colonial
congregada en Cádiz, y que ejerciesen el cargo de diputado hasta la llegada de los
titulares del cargo. La Regencia no estaba dispuesta a aceptar esa petición, porque se
temía que los escogidos fueran candidatos profranceses camuflados. La figura del
sustituto no era tampoco bien vista por el ministro británico porque preferiría que las
provincias ocupadas escogiesen sus representantes una vez que acabase la ocupación
francesa. 154

154
PRO FO 72/96: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, August 15th, 1810.

79
Russell también analizó el proceso de elección de los diputados en el manuscrito
anteriormente citado, aunque olvidando parcialmente que se había producido en plena
guerra. Recordaba que había sido a través de un método indirecto que restaba
representatividad, pero no legitimidad a los diputados elegidos. Más problemas le
causaba la elección de los diputados que representaban a las colonias o la figura de los
suplentes. No eran temas menores porque iban a influir decisivamente en el carácter de
las decisiones que se iban a tomar en las Cortes. En una carta dirigida a Lord Holland
reconocía sus dudas sobre la figura de los diputados suplentes, porque pensaba que no
era el mejor método para que las circunscripciones que no habían enviado a sus
representantes estuvieran presentes en las Cortes. 155

Por su parte, H. Wellesley también expuso sus dudas sobre la elección de los
diputados suplentes, y que ésta se realizase entre la población gaditana, aunque fuesen
originarios de la provincia o colonia que representaban. Temía que influiría sobre la
actuación de las Cortes, aunque señaló que fue una medida muy popular en Cádiz. No
dudaba que esa ciudad se aseguraba así una gran influencia sobre la Asamblea:

“The Government determined finally upon the measure of electing to the Cortes,
Provincial Deputies for the Provinces in the hands of the Enemy and for the Colonies.
These elections were conducted in a manner which gave great satisfaction to the public,
and the number requisite to enable the Cortes to meet being thus completed, it was
determined not to delay the opening of the Session beyond the 24th inst. which was the
day originally fixed for it by the Council of Regency in the Proclamation issued for that
purpose.” 156

Sin embargo, Russell creía que los diputados allí reunidos eran la mejor
representación de la composición social del país teniendo en cuenta las circunstancias
bélicas que atravesaban:

“The members chosen were in a tolerably fair proportion to the classes of


society, with the exception of priests and grandees. The Priests were nearly twenty, the
Grandees only two. It may be objected that an Assembly thus composed cannot be
considered as a fair representation of Spain, but considering the circumstances under
which they met, it was the fairest which could be obtained.” 157

Sin embargo, la poca representación de la alta nobleza y del clero en los inicios
de los Cortes era un factor que no iba a pasar desapercibido a otros observadores
británicos, que lo tendrían en cuenta tanto en las primeras sesiones de las Cortes como
155
BL, Add Mss 51677, From Russell to lord Holland, Isla de Leon, Cadiz, September 25th, 1810.
156
PRO FO 72/97, From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Real Isla de Leon, September
26th, 1810.
157
Bodleian Library (Oxford): Duke Humfrey’s Library, Mss English Historic 40346 e.241 (On the
proceedings of the Cortes …), pp. 10-11.

80
en sus reuniones posteriores. Era visto como un factor potencialmente desestabilizador,
ya que las Cortes podrían tomar una senda hacia la radicalización que no era de su
agrado.

Uno de los informadores de lord Holland en las primeras sesiones señaló


también en sus cartas esa falta de representación. Ponía el ejemplo del duque del
Infantado, quien había intentado ser elegido por los refugiados procedentes de Madrid,
elección que perdió finalmente ante un relator del Consejo de Castilla:

“The elections have fallen upon persons distinguished for talents, probity and
patriotism; this I know to be the case with respect those deputies which have been
chosen here, and I have reason to believe that it is generally so. There is but one
Grandee in the Cortes – Villafranca - who was chosen by the Ayuntamiento of Murcia.
Infantado would have been chosen by the Emigrants from Madrid here. He had the
greatest number of suffrages; but being only one of three, who were balloted for
agreeably to the mode of election prescribed in the enclosed paper, the lot fell upon a
Relator of the Council of Castile, a very able and upright lawyer.” 158

Campbell expuso a los Holland sus impresiones sobre los inicios de las Cortes,
las primeras sesiones, el tipo de diputados que habían sido elegidos, incluyendo
aquellos como Capmany o Argüelles que comenzaron a distinguirse como los oradores
más importantes, o las primeras decisiones. Lady Holland, a pesar de estar bien
informada, no entendía las razones que explicaban la exclusión de estos dos estamentos
de las Cortes y que no se les diera el papel político que deberían de jugar si se atendiese
al orden social español. Pensaba además que eso podía traer consecuencias que se
girarían en contra de los propios diputados, y provocaba una brecha en el bando
patriota:

“I know very little upon these matters, but it strikes me that they have been
guilty of great impolicy in excluding the Grandees from their body, as it must make
them feel irritated at the slight. Were I one of that class, shut up upon that dreary
causeway, my sole occupation would be quit them and join any party where my
territorial influence would be considered; for these Grandees, with scarce any
exception, fled with the Patriots, and sacrificed their all to what they considered was
the common cause, but which to their consternation and mortification they now find was
only the cause of a few; not to say that it would be some satisfaction to assist in
overthrowing the patriotic Junta, created upon principles far different from the former
practice when the Cortes used in ancient time to be assembled. By this scheme of

158
“From Mr R. Campbell to Lord Holland, Cadiz, September 26th, 1810,” publicada en Earl of Ilchester
(ed.); The Journal of Elizabeth Lady Holland, Longmans, Green, and Co, London, 1908, p. 299.

81
exclusion they create in the heart of the little community a strong interest against
themselves.” 159

Todas las visiones posteriores de la historiografía señalan tanto esta menor


representación de la alta nobleza y de la alta jerarquía eclesiástica, como la
sobrerrepresentación del sector de profesionales liberales y funcionarios, personas con
experiencia en el campo de la administración, y que vieron en esta convocatoria su
oportunidad para acceder al poder político. Formaban un grupo heterogéneo, pero tenían
este elemento que les podía unir. Pero su reparto varió en el tiempo por la llegada de
nuevos diputados, y por las nuevas mayorías que se irían configurando a lo largo de los
cuatro años en que las Cortes funcionaron. 160

Pero, tenemos que volver a los momentos anteriores a la reunión de las Cortes.
H. Wellesley comprobó cómo la reunión prevista para agosto finalmente se retrasó
varias semanas, aunque la fecha del 24 de septiembre le parecía que ya era la definitiva
a pesar de la falta de muchos diputados por llegar. Encontró además que a medida que
pasaban los días aparecían nuevos temas que las Cortes tenían que discutir, como la
sustitución de los regentes y la voluntad de algunos diputados de que la Princesa de
Brasil fuese nombrada regente de España, opción que el ministro británico rechazaba
frontalmente. H. Wellesley no dejaba la puerta cerrada a apoyar un cambio de gobierno,
para que contase con la confianza de las Cortes, pero no quería contemplar la opción
portuguesa. Otros de los temas a discutir en las primeras sesiones serían los siguientes:

“Among other measures of importance upon which the Deputies already


assembled at Cadiz appear to be agreed, are those of affording a greater liberty of
press, and of establishing a paper currency, and I am assured, that both these important
measures will be the subjects of early deliberation.” 161

Por su parte, Russell pensaba que las Cortes tenían unas responsabilidades
primeras muy amplias; unas políticas, ya que tendrían que evitar los peligros del
despotismo, de la oligarquía y de la democracia, y establecer las bases para un nuevo
régimen político; y otras militares, ya que tenían un enemigo poderoso que ocupaba
buena parte del país. Russell, sin embargo, daba preponderancia a los objetivos militares
sobre los políticos:

159
The Journal of Elizabeth Lady Holland … pp. 270-271.
160
Hay muchas obras que han estudiado la tipología de los diputados en Cádiz. Para una visión resumida,
me remito a Manuel Pérez Ledesma, “Las Cortes de Cádiz y la sociedad española”, en Miguel Artola
(ed.), Las Cortes de Cádiz, Marcial Pons Historia, Madrid, 2003, pp. 167 – 206.
161
PRO FO 72/97: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, September 17th, 1810.

82
“One of the first duties of the Cortes was to provide means for the expulsion of a
foe who so nearly threatened the very existence of the nation they had met to protect.”
162

En las diferentes fuentes que podemos utilizar seguimos la misma sucesión de


los hechos: la misa inicial, oficiada por uno de los regentes, el obispo de Orense; el
juramento de fidelidad de los diputados al rey y al país que iban a servir; el discurso
inicial del Consejo de Regencia, que se puso a la disposición de las Cortes; la elección
del cargo de presidente de la Cámara o el reconocimiento explícito de Fernando VII
como monarca legítimo español. En los siguientes sesiones se eligió al vicepresidente y
secretario de la Cámara y a los diferentes Comités de Finanzas, Guerra y de gobierno
interno de la propia Cámara.

Esa primera sesión había sido pública, habiendo continuas interrupciones por
parte del público. Fue un detalle que no se les escapó a los observadores británicos.
Tampoco se les escapó la inexperiencia de muchos diputados en el debate público y en
la oratoria. No obstante, otros observadores como R. Campbell quedaron más
impresionados con el respeto que siempre imperó en esa primera sesión. Así se lo
explicó a lord Holland:

“Your Lordship will be of opinion that it was a spectacle highly interesting to


see a body of men thus suddenly assembled and unaccustomed to public business,
discussing objects of the greatest magnitude with calmness and dignity and with as
much confidence that they were laying the foundations of the independence, liberty and
happiness of their country as if there was not a Frenchman on this side of the Pyrenees
tho’ they were then deliberating with a French army in sight and almost within reach of
their batteries.” 163

Fue, por lo tanto, una sesión muy intensa, pero que no acabó ahí. Ese mismo día
se aprobó la moción que sancionaba la soberanía nacional y la responsabilidad del
Poder Ejecutivo, ministros incluidos, ante el Legislativo. H. Wellesley no calibró bien la
importancia de este decreto, aunque sí intuyó que las Cortes daban un primer paso para
someter el Consejo de la Regencia bajo su autoridad.

H. Wellesley afirmaba que con esos decretos, las Cortes habían invadido
competencias del propio Ejecutivo, y se habían asegurado que ninguna autoridad
superior las disolvería, ya que esa decisión recaería en última instancia en esa misma
Cámara. La supuesta separación de poderes quedaba así desvirtuada:

162
Lord John Russell, On the proceedings of the Cortes …, p. 14.
163
“From Mr R. Campbell to Lord Holland, Cadiz, September 26th, 1810,” publicada en The Journal of
Elizabeth Lady Holland … p. 299.

83
“It would also appear, that by the assumption of the Sovereign Power, the
Cortes can only be dissolved by their own act, which is certainly an invasion of the
rights of the Executive authority the power of assembling and of dissolving the Cortes of
having hitherto belonged to that authority alone.” 164

Pero tenía otra lectura positiva, pues al residir la soberanía en esa cámara, se
cerraban las puertas al acceso al trono a otros pretendientes, y se reconocía que sólo
había un legítimo soberano, Fernando VII. En nombre de él, eran las Cortes que
administraban sus prerrogativas y recogían su soberanía.

A pesar del decreto de soberanía nacional y de todo lo que implicó, pensaba que
en las decisiones tomadas no había ningún sentimiento revolucionario subyacente,
aunque se le había escapado que suponía todo un cambio inesperado en el cuerpo
jurídico y legal español. Era otro acto más de la revolución que se había iniciado en
1808 y que en esas Cortes iba a tener una etapa fundamental. El ministro británico
intentó explicar de forma poco convincente que ese decreto se adecuaba a los antiguos
usos de la Monarquía. Intentó compensar la visión de ese decreto con la confianza que
había depositada en las Cortes, y que esperaba que sus sesiones ganasen con la llegada
de nuevos diputados:

“Upon the whole, with the exception of the decree by which the rank of the
executive power is placed below that of the Cortes, their proceedings are extremely
creditable to them, and justify a confident expectation that the most important
consequences will be derived from this meeting. It has certainly already produced more
men of talent, energy, and useful knowledge that the country was generally supposed to
possess, and it is to be recollected than the Deputies of those provinces which were
principally relied upon for men of capacity are not yet arrived.” 165

Esa primera sesión ya planteó el conflicto entre las Cortes y el Consejo de


Regencia y el intento de la asamblea por controlar ese consejo. Las Cortes habían
exigido al Consejo el juramento de obediencia a sus decisiones, juramento al que se
negó el obispo de Orense. La Regencia, además, exigió que las Cortes determinasen sus
poderes. Estos temas causaron amargos debates en las primeras sesiones de las Cortes.
La moción aprobada finalmente recogía que los poderes de la Regencia serían similares
a las del rey, aunque serían responsables de sus actos y no contarían con la
inviolabilidad del monarca. Ese conflicto dio pie a las Cortes a aprobar la primera
moción de cambio de los regentes.

164
PRO FO 72/97: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Real Isla de Leon, September
26th, 1810.
165
Íbidem. John K. Severn, en A Wellesley Affair. Richard Marquess Wellesley,… utiliza la
documentación del Marquess Wellesley depositada en la British Library, en la que podemos hallar copias
de los despachos que su hermano Henry, ministro británico en Cádiz, le envía y que hallamos una primera
copia en el Public Record Office.

84
Cada uno de nuestros observadores siguió con atención a las distintas mociones
que se aprobaron. Russell se fijó en una moción presentada por Capmany, por la cual
quedaba prohibido la ostentación de un cargo público a aquellas personas que habían
dejado de ser diputados hasta que no hubiese pasado un año tras dejar de ser diputado.
Aunque la moción fue aprobada casi de forma unánime, Russell creía que tenía efectos
perjudiciales ya que, en primer lugar, impedía la participación en la administración de
personas con experiencia legislativa, y, en segundo lugar, impedía que los ministros
pudiesen entrar como diputados tras abandonar su cargo. Aunque se trataba de una
medida temporal y podía evitar un excesivo protagonismo de algunos nombres en la
vida política, se perdía toda la experiencia política que podían aportar y no aseguraba la
consecución de un Legislativo independiente. 166

También se fijaron en la aprobación de una moción para el estudio del


establecimiento de la libertad de prensa, con más límites que la establecida en el decreto
de la Junta Central. El tema quedó relegado al estudio de un comité nombrado para ese
tema, pero lo que más interesó fue la argumentación que hubo en ese debate. Muñoz
Torrero y Argüelles defendieron esta moción de forma vehemente, recordando que los
debates de las Cortes tenían que ser públicos y ser impresos al día siguiente en la
prensa. Eso permitiría el fomento de la discusión pública. Pero ellos mismos se
contradecían al establecer desde un primer momento sesiones privadas, en las que no
podía asistir público y en las que se acostumbraría a discutir los temas políticos más
espinosos. Esas sesiones privadas empezaron pocos días después de la apertura de las
Cortes, con la discusión sobre la presencia incómoda en Cádiz del duque de Orléans o la
intención de sustituir a la Regencia existente. H. Wellesley tuvo que utilizar sus mejores
dotes diplomáticas para conocer lo que se debatía en esas sesiones, encontrando la
colaboración de diputados como Capmany que le comentaban esos debates de forma
informal. 167

Estas primeras sesiones continuaron centrándose en toda una serie de problemas


pendientes a los que los españoles tenían que hacer frente. El tema americano fue un
tema cuya posición conciliatoria inicial se volvió en rechazo de cualquier propuesta que
proviniese de los diputados americanos y en el atasco de un tema que nunca se resolvió
por la generalización de las rebeliones coloniales y la independencia de los Estados
americanos. Russell no entendió cómo se esperó hasta el 15 de octubre para aprobar un
decreto que afectase exclusivamente a un tema tan importante, y no se reconociesen

166
Lord John Russell, On the proceedings…, pp. 22-25. H. Wellesley también expuso esa medida en su
despacho del 4 de octubre, aunque el plazo temporal que presentó Capmany en su moción era de dos
años. (PRO FO 72/97. From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, October 5th,
1810.)
167
PRO FO 72/97 From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Real Isla de Leon, September
28th, 1810. Lord John Russell, On the proceedings…, pp. 31-34. Russell resumió mucho ese debate,
apoyando las posiciones de Muñoz Torrero, recordando que habían sido ya publicados en la prensa.

85
explícitamente los derechos de las poblaciones coloniales ni la ayuda que podría prestar
a una España en guerra.

Las fuentes diplomáticas nos sirven una visión continuada de esos momentos,
pero acudimos a las impresiones más generales que Russell nos proporciona en la parte
final de su escrito. El joven viajero recordaba que había dado una visión de los
procedimientos de las Cortes durante sus primeras sesiones, pero que era necesario algo
de perspectiva para interpretarlos. Russell describió así la actitud de los diputados que
basculaban entre la defensa de los intereses personales y el bien general, y creyó que la
aristocracia necesitaría tener una representación más amplia, aunque en aquellos
momentos creía que no era necesaria una segunda cámara en la que quedasen
representados sus intereses:

“If the Spanish nation should ever establish a free Constitution, a House of
Peers would probably be necessary but at present such a body would impede and
weaken their efforts.” 168

Pero Russell señaló otro defecto como el más importante. Comparando las
Cortes con la House of Commons británica, creía que la falta de grupos más o menos
articulados retrasaba las discusiones y dificultaban la aprobación de los decretos. La no
vinculación directa de los diputados hacía que predominasen las actitudes individuales,
y que los debates se alargasen innecesariamente:

“A simple word, dropped in debate, was sufficient to raise an hundred orators;


time was wasted… In the midst of the most important debates, a new and sudden
proposal would sometimes turn all their attentions to a subject entirely different, or
childishly trifling.” 169

Sus otras críticas se dirigieron a unos debates en que más que rebatir los
argumentos del oponente se trataba de destruir al antagonista, y a la existencia de
debates secretos, que impedía la discusión pública. Otros observadores habían señalado
que las Cortes habían centrado más su tiempo en cuestionar el gobierno que en adoptar
medidas necesarias para la guerra. Russell matizaba esta crítica, admitiendo que esa
doble vertiente de las Cortes existía, pero recordando además que se habían convocado
desde un principio para reformar las leyes fundamentales del país, consiguiendo así la
unión de todo el pueblo bajo su reunión:

“But we should always keep in mind that the instrument, by which the Cortes
hopes to expel their foreign invaders, is the same with that by which they seek security

168
Lord John Russell, On the proceedings…, p. 37. Russell sólo hacía una recomendación, pero
justamente fue una de las principales críticas británicas a la legislación gaditana.
169
Íbidem, p. 38.

86
against an arbitrary king. They conceive that for both purposes. There is neither force
so powerful, nor resistance as invincible as that of an united people.” 170

Russell se mostraba convencido de la necesidad de este doble objetivo. Russell,


a pesar de las críticas y de los defectos señalados en su visión de las primeras sesiones,
se quiso mostrar esperanzado en el final de este manuscrito. De forma inesperada
España se había convertido en el país europeo que luchaba por su libertad y su
independencia frente al yugo napoleónico. Las Cortes no habían hecho nada más que
responder a esta demanda, consiguiendo unir a todo el pueblo en esa lucha. Más allá de
los errores que había señalado tenía esperanzas en el futuro de esa institución al frente
de esa lucha:

“I think we must agree that the Cortes, notwithstanding their defects is well
adapted to restore the independence, and create the Liberties of Spain.

We have seem them proceeding by show but well judged measures to give vigour
to the Executive, to economize their means, and to communicate the justice, freedom
and knowledge to their constitution. The people had invested them with the strength of a
Government by consent, and they will bestow on the people in return new motives for
action, new blessings to defend. They will recollect their resistance in one simultaneous
effort, one uniform continued force.” 171

Estas esperanzas no eran exclusivas de Russell, porque reflejaron las


expectativas que esa reunión había creado tanto entre los españoles como en aquellos
británicos más interesados por la causa española, como en aquellos que comprobaron en
primera persona todo el interés que generó. Entonces vendría el momento en que estas
esperanzas se verían o no decepcionadas.

La respuesta a esto último no se tardaría mucho en tener, porque la opinión


esperanzada de Russell contrastaba con las opiniones más realistas de Sir H. Wellesley.
Tras tres meses de sesiones, las Cortes se habían entretenido en temas secundarios o
estrictamente políticos, mientras que las decisiones bélicas o financieras para la
obtención de recursos no habían tenido resultados prácticos, en un momento, diciembre
de 1810, en que eran más que necesarios:

“The Cortes have now been assembled nearly three months without having
formed any regular plan, either for the improvement of the financial resources of the
Country or for the augmentation of the Army, and these measures have been neglected,
at a time when in consequence of the success of the His Majesty’s Armies in Portugal,
and the necessity, to which the Army is reduced, of sending to that quarter all the

170
Íbidem, p. 43.
171
Íbidem, pp. 46-47.

87
reinforcements which he can command, it is impossible for him to undertake any active
operation against those parts of the Peninsula which are not immediately occupied by
his own Troops.” 172

5.3 La continuación de las sesiones: la Constitución de Cádiz.

Las primeras sesiones de las Cortes habían sido decisivas y habían permitido
entrever la importancia creciente de esa institución en el entramado político español,
adquiriendo según los británicos una posición de superioridad que supondría un factor
de inestabilidad política. Las Cortes continuaron sus trabajos legislativos, incluido el
control sobre el ejecutivo y la toma de decisiones que superaban sus iniciales
competencias. Se sucedieron sesiones públicas y sesiones cerradas al público, sesiones
en las que se discutían los temas importantes, cuyo contenido conseguía conocer Henry
Wellesley.

A lo largo de las semanas los diputados comenzaron a unirse, creándose los


grandes grupos a los cuales podemos adscribir la gran mayoría de los diputados a
Cortes. Estos grupos se formaron en torno a la defensa de unos pocos principios, aunque
no los podemos considerar como los primeros partidos políticos de la España
contemporánea. Al contrario, tuvieron mucha importancia en el seno de esos grupos
aquellas personalidades que lideraron esos grupos. Capmany, Mexía, A. Argüelles
ejercieron una influencia decisiva entre los diputados afines a sus ideas.

En primer lugar, se aglutinaron los liberales que querían desarrollar un programa


amplio de reformas, y luego, y por contraste, los serviles se reunieron como el grupo
que defendía el orden tradicional y equiparaban a liberales a afrancesados o a jacobinos.
Pero en el seno de los serviles encontramos a diputados con un talante reformista y a
otros más reaccionarios. Por último, hemos de señalar la existencia de los diputados
americanos, un grupo bastante homogéneo, que más allá de las diferencias entre serviles
y liberales, estuvieron más marcados por las insurrecciones independentistas que se
desarrollaron en las colonias. Aunque esta división es funcional, también tenemos que
señalar que hubo diputados cuya adscripción es muy difícil de dar. 173

H. Wellesley fue una de las voces que describió en varias ocasiones estas
divisiones. 174 Debido al número de diputados y al juego parlamentario de las mayorías

172
PRO FO 72/98: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, December 10th,
1810.
173
Para acercarse a la actuación de los diputados americanos en las Cortes me remito a: Mª Teresa
Berruezo, La participación americana en las Cortes de Cádiz, 1810-1814. Centro de Estudios
Constitucionales, Col. Pensamiento español contemporáneo Nº7 Madrid, 1986; Marie Laure Rieu-Millan,
Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz, igualdad o independencia, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, Biblioteca de América nº3, Madrid, 1990.
174
Destacan dos despachos: PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh,
Cadiz, July 26th and September 7th, 1813. En el primer despacho comprobamos la actitud que tenía cada

88
y minorías, los diputados americanos eran los que decidían las votaciones, aunque eran
presionados desde las galerías para que sus votos fuesen hacia los liberales. Tanto estos
últimos como los serviles veían con total desprecio las reivindicaciones de estos
diputados americanos.

Los diputados serviles rechazaron estas intromisiones extraparlamentarias. Sir


H. Wellesley presenta este grupo montado alrededor del rechazo al sistema previsto y
desarrollado a partir de la Constitución, aunque habría dos corrientes en su seno:

“It is imputed to the Serviles, that they are desirous of restoring everything to its
former state under the Monarchy, of re-establishing the Inquisition, and of perpetuating
the abuses which it is the object of the new Constitution reform. This may be a correct
statement of the views of some few of the members who compose this Party, but the
majority of them are far from objecting to moderate reform, although their alarm at the
progress which revolutionary principles are making at Cadiz may lead them to oppose
systematically all the measures of their adversaries.” 175

Por su parte, Lord Holland, a pesar de ser uno de sus principales valedores,
lamentó que los liberales dedicasen sus esfuerzos a tomar resoluciones que iban
dirigidas a erosionar el poder de la Iglesia y de la nobleza, en vez de buscar su concurso
común en el esfuerzo bélico de los patriotas, y a desarrollar toda una legislación poco
coherente con el momento que atravesaban:

“…when the Cortes did meet, some deputies were more intent in destroying the
power of the Church, and suppressing the privileges of the nobility, than on resisting
the common enemy; and others were more jealous of such designs, as aiming at a
revolution in the internal government than averse to the abuses, or even to the
foreigners who threatened their national independence.” 176

Dejando a un lado a estos grupos, a los ojos de cualquier observador podía


asegurarse que las Cortes cumplían con los objetivos por los que se había reunido en un
principio, a pesar de la ya señalada intromisión en el Poder Ejecutivo. Por un lado,
seguían el desarrollo de la guerra, decretaban el alzamiento de nuevos regimientos,
tomaban medidas para conseguir nuevos recursos y provisiones, aunque todo ello sin
demasiada fortuna.

Por otro lado, las Cortes se habían planteado seriamente la reforma, o mejor
dicho, la actualización, de sus leyes fundamentales, vigentes o anuladas por el poder

grupo ante la posibilidad del traslado del gobierno de Cádiz a Madrid. Los liberales y americanos se
opusieron por diversas razones, mientras que los serviles fueron los patrocinadores de esta medida.
175
PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September, 7th,
1813.
176
Holland, Foreign Reminiscences, p. 146.

89
monárquico en los pasados siglos, según el diputado que hablase. La aprobación de un
cuerpo jurídico que determinase la relación entre el gobierno, el rey y sus súbditos iba a
representar su principal labor legislativa. Estos trabajos culminaron con la aprobación
de la Constitución de Cádiz y su proclamación oficial el 19 de marzo de 1812.

Este texto constitucional representó la culminación de la obra legislativa de las


Cortes y con el tiempo se convirtió en todo un símbolo, incluso para los radicales
británicos. Pero en marzo de 1812 las Cortes llevaban abiertas alrededor de un año y
medio y el interés por sus debates y por asistir a sus sesiones se había relativizado.
Cualquier visitante británico que llegaba a la ciudad, viniendo directamente o de paso,
pretendía asistir a algunas de las sesiones.177 No hubo muchos británicos que asistiesen a
la aprobación de la Constitución, y el propio embajador, uno de los pocos que asistió a
la ceremonia de aprobación, dedicó muy pocas palabras a ese asunto. Era un asunto que
le no había interesado tanto como la apertura de las Cortes, seguramente porque pensaba
que se habían centrado las Cortes en debates y asuntos que no eran pertinentes en
aquellos momentos. Así describió la aprobación:

“On the 18th instant the new Constitution was signed by the Deputies in Cortes,
and on the following day it was proclaimed with great ceremony, the members of the
Regency and of the Cortes walking in procession to the Cathedral, where mass was
performed. In the evening the Town was illuminated.” 178

Las primeras visiones e interpretaciones de ese texto constitucional no fueron


generalmente positivas, al señalar que se trataba de un texto legal excesivamente
influido por la sociedad gaditana, vista como excepcional en el conjunto social español.
Este alejamiento respecto al pueblo era un punto que señalaban de forma tímida, porque
había grandes reticencias a considerar al pueblo como agente político activo. Era el
resultado del temor propio de los británicos a todo aquello que supusiese revolucionario
y al excesivo protagonismo popular, que se fuese más allá de los esquemas
considerados como aceptables.

Tampoco se olvidó el debate ya apuntado sobre cuál debía ser la prioridad


política de esas Cortes, al considerar que su legislación no era la más necesaria debido
al momento bélico que vivían. La equivocación en las pautas seguidas por las Cortes, y
el poco encaje que tendría ese texto constitucional en la sociedad española explicaría los

177
Un ejemplo es Edward H. Locker quien en 1811 pudo asistir a algunas sesiones, aunque el viaje que
relata en su libro lo hizo en el otoño de 1813. Consol Freixa (ed.), Edward Hawke Locker; Paisajes de
España. Entre lo pintoresco y lo sublime. Libros de buen Andar, nº46, Ediciones del Serbal, Barcelona,
1998, pp. 149 – 150.
178
PRO FO 72/129. From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, March 22nd, 1812.Castlereagh
era el nuevo secretario del Foreign Office, en sustitución del hermano mayor de H. Wellesley y
Wellington, Richard Marquess Wellesley, quien había fracasado en su intento de acceder al cargo de
primer ministro tras el asesinato de Spencer Perceval.

90
hechos de 1814, el amplio rechazo popular y las pocas voces que se alzaron tras su
derogación.

Esas razones explican también la amplia decepción entre aquellos británicos que
habían creído en el proceso de cambio iniciado en 1808. La decepción de Lord Holland
ante ese texto constitucional, fue coincidente con el rechazo al mismo de Wellington,
militar menos atraído por la causa española y más preocupado por toda la serie de
problemas que las autoridades españolas le habían planteado, dificultando su actuación
militar. Estas coincidencias aparecieron a pesar de sus evidentes diferencias ideológicas.
Lord Holland era uno de los líderes más influyentes entre los whigs aunque sin un peso
político específico, y Wellington era un militar con unas claras simpatías tories. Esto lo
podremos contrastar en algunos ejemplos.

Lord Holland expresó en varias ocasiones y ante diversos interlocutores, tanto


británicos como españoles, su disconformidad con parte de la línea ideológica que
seguía la Constitución de Cádiz, porque pensaba que los diputados gaditanos se habían
apartado tanto de la posible adecuación a las normas jurídicas tradicionales españolas
como del modelo político e institucional británico para fijarse en los modelos
revolucionarios franceses con el peligro de radicalización que podía conllevar. El
modelo constitucional británico les debía haber proporcionado soluciones a los
problemas políticos españoles y un ejemplo para establecer un régimen de libertades sin
romper las jerarquías.

Gracias a la difusión del panfleto del doctor John Allen, Insinuaciones sobre las
Cortes, patrocinado por él mismo, y a sus contactos personales, Holland sabía de las
simpatías que el ejemplo británico suscitaba entre los españoles, y por eso se sintió algo
contrariado al fijarse en el modelo que proponían los liberales españoles, más cuando
salían de unas Cortes que él había presionado para que se reuniesen.

Holland y otros de sus contemporáneos vieron las semejanzas del texto


constitucional gaditano con la Constitución francesa de 1791, al igual que los serviles.
El embajador británico también compartió esta opinión sobre la filiación de esa
Constitución por temas como la relación entre los Poderes o tener como base la
soberanía nacional. No estaba de acuerdo con los diputados de las Cortes cuando
señalan que la Constitución recogía las leyes fundamentales de los reinos peninsulares:

“The Committee of the Cortes upon presenting their plan of a new Constitution
asserted that it contained nothing which was not to be found in the ancient and
fundamental laws of Navarre, Aragon and Castille. It is, evident, however, that the

91
Spanish Constitution has been modelled much more upon the plan of the French
Constitution of 1791.” 179

H. Wellesley creía que nada de esas antiguas leyes podía ser encontrado en el
texto constitucional, ya que habían sido sustituidas todas esas leyes fundamentales por
la teoría del gobierno representativo y se había prestado muy poca atención al carácter
nacional o a sus prejuicios:

“The whole spirit of the ancient legislation of Spain consisted in the peculiar
codes of laws of the different Provinces and Cities, and of the nobility. These have been
swept away by the Constitution, and a new system introduced founded upon theories of
representative government, very little attention having been aid to the national
characteristics and prejudices.” 180

B. Hamnett presenta esa Constitución como un intento de descubrir una


alternativa viable y durable a la monarquía absoluta, a sus instituciones y sus prácticas
políticas, que habían entrado en colapso en 1808. 181 Hamnett recoge los parecidos,
normalmente vistos como errores por los coetáneos del texto, tales como la posición en
que quedó el rey, la preponderancia del Legislativo o la falta de una vinculación directa
entre los representantes y la población representada. Pero tenemos que señalar también
sus importantes diferencias en el tema religioso, las mayores prerrogativas del rey o el
mantenimiento de la nobleza. El autor señala que la proximidad geográfica y una misma
experiencia similar respecto al Absolutismo harían que la influencia de la Revolución
Francesa se sintiese en España. Pero esa Constitución no era una copia, sino que se
remitía a sus propios problemas y experiencias, y consideraba que la propia tradición
política española, con elementos de historicismo, escolasticismo e ilustración, en la que
se habían formado esos diputados, influyó en el texto constitucional. 182

Todos estos elementos reflejaban la originalidad española hacia un nuevo


constitucionalismo, que pretendía construir una Monarquía católica, representativa y
parlamentaria, diferente a la Monarquía católica hispana absolutista. Todos esos
observadores que buscaron la comparación con la Constitución francesa del 1791, no
tenían en cuenta tanto estos elementos originales españoles como que las ideas que
vehiculaba esa Constitución habían perdido vigencia frente a otros modelos
constitucionales franceses. La Constitución de Cádiz reflejaba sus postulados pero
reformulados y adaptados al lenguaje político del liberalismo doceañista.

179
PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 7th, 1813.
180
Íbidem.
181
Brian R. Hamnett, “Spanish Constitutionalism and the Impact of the French Revolution, 1808-1814,”
en H. T. Mason and W. Doyle (eds.), The Impact of the French Revolution on European Consciousness,
Alan Sutton, Gloucester, 1989, p. 65.
182
Brian R. Hamnett, op. cit, pp. 66-68 y 77-78. Otros autores hablan de iusnaturalismo escolástico.

92
La comparación con el caso francés es necesaria, ya que ambas formaron parte
de un gran ciclo revolucionario que no acabó hasta las revoluciones de 1848. Sin
embargo el caso francés fue excepcional en el conjunto europeo, y tuvo varias fases que
complican las comparaciones muy esquemáticas. La influencia existió porque era un
acontecimiento histórico de referencia para evitar los radicalismos que según muchos de
esos diputados, liberales incluidos, cayeron los revolucionarios franceses.

El propio Hamnett no olvida que uno de los grandes miedos en Cádiz era que
estallase una revolución social, aunque con sus reformas los liberales buscaban construir
lo que nunca obtuvieron, una base social que les apoyase fuera de Cádiz. Por eso, los
liberales tomaron medidas para clarificar los derechos de propiedad, con la
entronización de la propiedad privada y la abolición de señoríos y mayorazgos, y para el
establecimiento de un estado unitario y centralizado, que se reflejó en la propia
Constitución. El autor argumenta que era la consecuencia de una voluntad más
reformista que revolucionaria, pero el cambio en las relaciones económicas, y a pesar de
los mínimos cambios sociales que a simple vista pudiesen suponer, y el refuerzo del
papel del estado frente a los estamentos o provincias con privilegios, eran medidas
verdaderamente revolucionarias. 183 Estas medidas en el terreno económico fueron vistas
con mucha cautela. Holland llegó a creer que no era necesario plantear el debate sobre
los derechos señoriales, aunque reconocía que la abolición de los vínculos y de los
mayorazgos podía beneficiar a la aristocracia al acceder a la propiedad plena de la
tierra, pese a que no se consiguiese construir un verdadero mercado de la tierra. 184

Uno de los personajes a los que con más confianza Holland expresó sus críticas
fue, sin duda, Andrés Ángel de la Vega, un destacado anglófilo que en 1813 fue
presidente de las Cortes. 185 Lord Holland le reconoció de modo egoísta que no se había
leído enteramente el texto constitucional, pero su visión denota que lo había estudiado
con más profundidad de lo que quería aparentar y que podía seguir siendo una opinión
bien informada en lo que respectaba a España. En un primer lugar, consideró que fue un
texto en el que predominaban las grandes ideas, las grandes declaraciones, pero que
tenían muy pocas posibilidades de su puesta en práctica. En resumen, a ese texto le
faltaba el carácter pragmático que caracterizaba las leyes británicas:

“As far as my eye has glanced over the constitution I have perceived many
principles excellent to act upon but utterly unnecessary and therefore imprudent to
decree, many proofs of the good intentions and zeal of its authors and much well
founded apprehension of the arts and evils of Monarchical tyranny and encroachment,
but I own I saw a very considerable want of practical wisdom and a great neglect of the
183
Brian R. Hamnett, op. cit, p. 73.
184
BL, Holland House Papers, Add. Mss 51645. “From Holland to Blanco White, beginnings 1813.”
185
Sobre la actuación de este diputado asturiano, me remito a: Manuel Rodríguez Alonso, “Don Andrés
de la Vega Infanzón, diputado asturiano en las Cortes de Cádiz,” en Boletín del Instituto de Estudios
Asturianos, 84-85, 1986, pp. 145 – 182.

93
lessons of experience which would I am convinced have been attentively consulted, had
the calm and temperate judgement of Don Andres been the only sudden by which the
frames of these laws had steered on that occasion.” 186

Holland realizó críticas más concretas al ordenamiento jurídico y político que se


derivaba de esa Constitución. La realización de las elecciones de forma indirecta lo
consideró un método que impedía la conexión entre el representante y los representados.
Pero la falta de una segunda cámara legislativa, como en Gran Bretaña, fue el elemento
institucional que más criticó, porque esa falta provocaba la falta un espacio para el
juego político de la aristocracia y de los miembros eclesiásticos, que los integraría en el
nuevo régimen. Holland insistió en repetidas ocasiones en lo necesario que era esta
segunda cámara para representar estos intereses, aunque en la carta a De la Vega fuese
muy escueto:

“As a plan or model of Government, the want of a second House of Chamber,


and the want of any direct elections (by which alone the immediate connexions between
the people and their representatives can be maintained) seem to me the most obvious
omissions.” 187

En la defensa de esa segunda cámara legislativa, Lord Holland coincidió con


Lord Wellington. Aunque en los años de la Guerra de la Independencia sus
preocupaciones principales eran las militares, se vio obligado a desarrollar sus dotes
políticas al tener que negociar constantemente con las autoridades españolas y tener que
respetar unas leyes que no eran las suyas. Aunque se mostró siempre muy crítico con
los liberales, pensando que anteponían las reformas a la guerra, también se mostró
escrupuloso en el cumplimiento del deber y de las tareas encomendadas. Eso no evitó
que hiciera pública sus críticas y recomendaciones a las más altas instancias españolas.

Wellington criticó que las Cortes se hubieran apropiado de parte de las


prerrogativas ejecutivas de la Regencia y que hubiera subordinado a su poder ellas, y
apostó por el nombramiento de una Regencia unipersonal, asistida por un consejo que
actuaría como gobierno. En una carta también enviada a Andrés Ángel de la Vega,
señaló que era necesaria una redefinición de la relación entre ambas instancias, y que

186
BL, Holland House Papers, Add. Mss 51626. Copy of a Letter to Don Andres Angel de la Vega,
Holland House, October 12th, 1812.
187
Íbidem. Tampoco hemos de olvidar que Lord Holland era miembro de una de las familias
aristocráticas británicas más renombradas, uno de los últimos ejemplos de la Great Whiggery, es decir, las
familias de esta aristocracia que habían apoyado tradicionalmente a los whigs. Un cierto punto de
solidaridad con sus iguales en España podríamos encontrar en sus afirmaciones, pensando que en este
sistema él quedaría seguramente aislado del sistema político. Pero también hemos de señalar que como
muchos británicos, Holland era muy crítico con la despreocupación mostrada en las últimas décadas por
parte de la aristocracia española. Holland defendió el modelo británico, y esto implicaba la existencia de
esta segunda Cámara.

94
esto se podría conseguir con la creación de un Consejo de Estado que vinculase a ambos
organismos.

En esa misma carta expresó la necesidad de la creación de una Cámara Alta


donde quedasen representados los intereses de los propietarios porque esa Constitución
los descuidaba ampliamente, y era necesaria su participación en el sistema político:

“Such a guard can only be afforded by the establishment of an assembly of the


great landed proprietors, such as our House of Lords, having concurrent powers of
legislation with the Cortes; and you may depend upon it that there is no man in Spain,
be his property ever so small, who is not interested in the establishment of such an
assembly.” 188

Wellington proponía una solución. Para que los propietarios tuvieran una
correcta representación en el poder legislativo, se podía convertir el Consejo de Estado
en esa segunda cámara que se pedía:

“You should, therefore, either turn the Council of State into a House of Lords, or
make a House of Lord of the Grandees, giving them concurrent powers of legislation
with the Cortes; and you should leave the patronage now in the hands of the Council of
State in the hands of the Crown.” 189

Críticas parecidas a las de Wellington y Holland respecto a la falta de una


correcta participación en el sistema político y representación de la aristocracia y de la
Iglesia, las hizo Edward H. Locker, el secretario del Almirantazgo de la flota británica
mediterránea, que viajó por España en el otoño de 1813 acompañado de Lord John
Russell, tras abandonar definitivamente a sus compañeros de viaje, Clive y Bridgeman.

Locker estaba visitando la ciudad de Toledo y realizó un paralelismo entre el


pasado comunero castellano y la situación de aquellos momentos. Recordaba “que el
gran cuerpo de nobles y clero constituye el verdadero punto de equilibrio entre el rey y
el pueblo.” Pedía que esa afirmación no fuese olvidada por los españoles y entonces se
darían cuenta de que “si las Cortes insisten en apartar al soberano del poder ejecutivo
del Estado y en excluir a los estamentos superiores de sus justos privilegios, están
sacrificando la posibilidad de tener una Constitución y pueden caer en una anarquía

188
“From Wellington to Andres de la Vega Infanzon, Freneda, 29th January, 1813,” WD, Vol. X, p. 65.
El presidente de las Cortes le responde en “From Don Andres A. de la Vega to the duke of Ciudad
Rodrigo, Cadiz, 28th April, 1813,” en The second Duke of Wellington (ed.); Supplementary Despatches,
Correspondence and Memoranda of Field Marshall Arthur Duke of Wellington, (a partir de aquí,
abreviado como WSD), 1861. Vol. VIII, pp. 177-186. El editor reconoce haber encontrado una copia de
esta carta en los papeles de Liverpool, actualmente depositados en la British Library.
189
Íbidem. En ningún momento se plantea que eso pudiese restar representatividad al sistema, porque su
modelo es la House of Lords británica.

95
incontrolada.” Locker criticaba el modelo institucional español y, a la vez,
implícitamente defendía el modelo británico. 190

Lord Holland, expuso también sus críticas sobre esa Constitución al duque de
Infantado en una carta de 1813, seguramente sin conocer ampliamente el pensamiento
contrario del noble español sobre ese texto constitucional. El lord inglés no entendía el
disgusto del noble español por el nombramiento de Wellington como comandante en
jefe de las tropas españolas, y aprovechó para señalar los errores de ese texto
constitucional:

“…no puedo menos que lamentar una y muchas veces 1º la falta de otra
cámara, compuesta de Grandes, Obispos y Togados, y excluyendo por consiguiente de
la primera los representantes de los clérigos y Togados. 2º La necia inhabilitación de
los miembros de Cortes para los empleos públicos; 3º La aún más necia inhabilitación
de los miembros de unas Cortes para serlo en las siguientes; y 4º la absoluta falta de
representación directa, a causa de no ser la elección hecha directamente por el pueblo
que es una de las más excelentes cualidades de una constitución popular.” 191

Holland, escribiendo en 1813, consideró que la Constitución era la mejor prueba


de que se necesitaba un cambio en la orientación de su legislación. Holland se mostró
esta vez más profundo en sus reflexiones, porque abogó por la creación de un grupo
moderado que amortiguase las diferencias entre liberales y serviles, que se hiciese con
las riendas de su gobierno interior y tuviese respeto por los derechos de las colonias.
Este partido tendría que estar formado por propietarios y hombres con experiencia
política. Sus objetivos serían:

“1º Acomodar la Constitución sin violentar del todos sus principios, a las
circunstancias del tiempo presente, y a las disposiciones del pueblo; 2º la conservación
de todas las reformas que se han hecho, como son, la libertad de la imprenta, la
abolición de los señoríos, y de la Inquisición; 3º el restar en ejecución y protección de
estas leyes quanto puede humillar o disgustar a un gran número de ciudadanos cuyos
intereses han sido injuriados, o cuyas preocupaciones se han escandalizado, a que en
cierto modo no podemos negar los dictados de útiles y necesarios.” 192

Queda una tercera fuente que conoció directamente el articulado constitucional


desde primer momento por encontrarse en Cádiz. El embajador Sir Henry Wellesley no
sólo asistió a la proclamación de la Constitución, sino que procuró estar informado de

190
Locker, E. H., op. cit., pp. 119-120.
191
BL. Holland House Papers, Add. MSS 51622, From Lord Holland to Infantado, Holland House, after
21st June 1813. La relación entre Holland e Infantado databa de los viajes del lord inglés por España, pero
se habían vuelto más estrechas mientras el duque fue embajador español en Gran Bretaña, en 1811,
cuando fue un invitado recurrente en las reuniones que se celebraban en la Holland House.
192
Íbidem.

96
los debates que habían llevado a su aprobación. Pero lamentablemente en sus despachos
al Foreign Office no nos proporciona ninguna valoración de ese texto, pero eso no tiene
por qué desanimarnos en el momento de utilizar sus escritos para la valoración de la
Constitución de Cádiz.

No tenemos que olvidar un hecho: ocupó el cargo de embajador entre 1812 y


1821. Por lo tanto, esa fuente diplomática cubre nuestro periodo de estudio y lo supera
ampliamente. Sus escritos oficiales abarcan, por lo tanto, su puesta en práctica, su
rechazo, y los años posteriores. Conoció las dificultades prácticas que conllevó su
aplicación como plan de gobierno. Sir H. Wellesley aspiraba a conseguir una Regencia
que fuese favorable a los intereses británicos y siempre buscó la complicidad de
aquellos diputados más destacados por sus posturas anglófilas. A finales de 1812,
aspiraba a sustituir la Regencia de Blake, y aprovechó la voluntad de otros diputados
gaditanos de producir un cambio de gobierno. Su principal interlocutor en sus
conversaciones fue Andrés Ángel de la Vega, quien para el embajador podría ser un
buen candidato a regente. Pensó que las Cortes podrían hacer una excepción con ese
artículo de la Constitución que impedía a un diputado a Cortes ocupar un cargo público.
193
Ya hemos visto que Holland criticó ese mismo artículo.

Wellesley lo volvió a criticar en otro despacho. Pensaba que entre los diputados
a Cortes había hombres muy capaces para ocupar puestos de responsabilidad en la
Administración, y rechazaba ese artículo, porque excluía de forma inútil a estas
personas del servicio público:

“A good administration might be selected from amongst the members of the


Cortes, were it not for the absurd Decree which precludes a member of the Cortes for
holding any other public employment. The ablest men in the Country thus excluded from
any share in public affairs, excepting as public speakers.” 194

A lo largo de 1813 el embajador comprobó los problemas que suponía tener un


texto constitucional tan rígido, que dificultaba su aplicación o que las diferentes
medidas que se tomaban se ajustasen a sus artículos. La abolición de la Inquisición no
tenía que entrar en contradicción con el carácter confesional católico del Estado, y la
sustitución de los regentes del tercer Consejo de Regencia se hizo aplicando el artículo
109, por el cual se nombraban como regentes temporales a los tres miembros más
antiguos del Consejo de Estado. Por último, conocía los problemas de los Jefes Políticos
provinciales para aplicar en sus respectivos distritos los preceptos constitucionales.

193
PRO FO 72/132. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 17th,
1812.
194
PRO FO 72/132. From Sir H. Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, 19 November 1812. Destaca
este despacho por el carácter privado del mismo.

97
Sin embargo, las opiniones más elaboradas sobre el sistema político español
instalado en Cádiz y su obra legislativa, quedaron reflejadas en un largo despacho
privado y confidencial enviado a Castlereagh el 7 de septiembre. En ese despacho el
embajador calificó la Constitución que con tanto empeño los liberales habían luchado
como un intento de una Asamblea de hacerse con las riendas efectivas del gobierno,
controlando a la Regencia y al gobierno:

“His new Constitution cannot be considered in any other light than as attempt to
govern Spain by one large Representative Assembly, without any intermediate between
it and the Throne, and over the measures of which Assembly, in the absence of the King,
the Executive Government or Regency has no control whatever.” 195

La principal consecuencia de esa actitud era para H. Wellesley la pérdida de la


capacidad de maniobra del monarca, o en ese momento, de la Regencia, que no podían
disolver o convocar libremente las Cortes, asamblea que por su parte se reuniría según
unos intervalos establecidos en la Constitución. Contaban los liberales con el apoyo del
público de las galerías que asistía a las sesiones, y de una prensa movilizada a favor
suyo, que ejercía una creciente presión sobre la Regencia o los diputados serviles. La
Regencia, a su vez, no contaba con todas las prerrogativas concedidas por la
Constitución al monarca, al negarle el derecho de veto.

El tema del veto era un tema importante, ya que daba la posibilidad del rey de
retrasar, pero no de anular, la aplicación de una ley. Este único control sobre la
legislación de las Cortes era visto como insuficiente, y dejaba al rey en una posición
difícil. Se convertía en un simple instrumento que reproduciría la voluntad de las
Cortes, estando en permanente conflicto con ellas. Así veía el embajador británico este
derecho:

“The Royal Veto in the new Constitution of Spain has been adopted from the
French Constitution of 1791, and it gives the Crown a power only of suspending a
measure decreed by the Cortes, not of annulling it. The King may refuse his assent to
the Decrees of the Cortes, but if the latter pursuit in bringing forward the same measure
for the Royal assent for two successive years after their first refusal, the King is deemed
to have given his sanction.” 196

H. Wellesley seguía describiendo el entramado institucional que se contemplaba


en la Constitución, señalando que el gobierno representativo se había llevado a las

195
PRO FO 72/142: Castlereagh to Henry Wellesley, Foreign Office, July, 22nd, 1813. Castlereagh pidió
información al embajador sobre el sistema de gobierno español y su realidad política. Su respuesta en:
PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 7th, 1813.
196
PRO FO 72/145: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 7th, 1813.

98
provincias, con la creación de las diputaciones y del cargo de Jefe Político, y a los
ayuntamientos con los nuevos ayuntamientos constitucionales:

“The Representative System has been carried by the new Constitution into the
Principal Government of the Interior. Every Province now has its Provincial
Deputation, and every Town its Constitutional Ayuntamiento, elected in the same
manner as the Deputies to Cortes. There is besides every Province a new Agent of the
Government called ‘Jefe Politico,’ in addition to the Intendente of the old
Government.” 197

Los dos elementos que vehiculaban el sentido de la Constitución eran la


soberanía nacional, concepto de soberanía presentado como vago y malicioso, y el de
una estricta división de poderes, que impedía una fluida relación entre ellos y la
existencia de una serie de equilibrios para el poder de las Cortes. Todo llevaba al
planteamiento de un conflicto continuo entre la Corona y las Cortes, que trataba a su vez
de exaltar los ánimos de una parte de la población para asegurar su predominio político.
Ambos eran vistos como principios revolucionarios, cuando no democráticos.

Estas últimas calificaciones preocupaban enormemente al embajador por sus


repercusiones. No sólo eran la confirmación de la radicalización de las reformas que
habían llevado a cabo los españoles, y el alejamiento de las buenas intenciones
esgrimidas en un principio. H. Wellesley sabía perfectamente de la existencia de un
sentimiento adverso contra los británicos en Cádiz, que no correspondía con el
sentimiento de gratitud que las tropas británicas encontraban a su paso por las ciudades
españolas. En la aparición de estas suspicacias habían influido las acusaciones de un
supuesto excesivo intervencionismo político del embajador británico en los asuntos
gaditanos, resentimientos personales de algunos de los diputados, el tema americano
debido a la acusación de que los británicos ayudaban a los rebeldes americanos, y el
jacobinismo impulsado por ciertos literatos y otras personas que, a pesar de la censura y
de las prohibiciones, consiguieron hacerse con publicaciones francesas durante el
periodo de la Revolución. Estas personas habrían estado esperando a que llegase el
momento adecuado para publicitar los principios procedentes de Francia.

Este espíritu antibritánico se limitaba a la ciudad de Cáliz. Fuera de esa ciudad y


de su zona de influencia más directa, era mayoritaria la opinión que agradecía los
esfuerzos de Gran Bretaña en el cambio de la situación que había experimentado España
tras la última campaña militar, aún en progresión:

“This Anti-English spirit has certainly not extended itself beyond Cadiz; on the
contrary, the Reports which I receive from the interior had me to believe that the best

197
Íbidem.

99
possible spirit prevails with respect Great Britain. Wherever a contrary sentiment has
occasionally manifested itself, it has generally been to be traced to the intrigues of some
public agent employed by the Government. The bulk of the Nation, however, is well
convinced that the prosperous turn which affairs have taken in Spain is due to the
efforts of Great Britain, and that the final success of the contest depends upon a
continuance of her exertions.” 198

Esta separación entre las Cortes y el resto del país, reflejado en su legislación,
resumía una de las principales críticas de Sir Henry Wellesley. Buscó también formas
posibles que pudiesen cambiar el sistema allí configurado. Como Holland y Wellington,
pensó que la nobleza y el clero debían tener un papel político más activo en un intento
de limitar a los principios considerados como democráticos. Él mismo albergaba dudas
de esa solución:

“The influence, however, of the Nobility and Clergy is Spain is scarcely equal to
resist Democratical Influence of the new Constitution. The Nobility has no power
assigned to them in the State. They have been long since separated by their Sovereigns
from their Tenantry and united about the Court, in the folly wickedness, and dissipation
of which they are considered to have been participators. Many of the most conspicuous
lent themselves at first to the usurper, and none have distinguished themselves since,
either in the Armies, or by their acquirements and superior knowledge in civil life.” 199

Pero sir H. Wellesley parecía olvidar que representantes de ambos antiguos


estamentos participaban del sistema político, eran miembros de las Cortes, tanto con
simpatías liberales como serviles. Lamentaba que no se diese ningún papel político a la
nobleza y que se hubiera perdido la oportunidad de considerarla un poder intermediario
entre la Corona y las Cortes. Creía a su vez necesario el refuerzo del Poder Ejecutivo,
pero sabía que cualquier modificación constitucional iba a tardar un tiempo al conocer
el artículo que impedía cualquier cambio en ocho años.

Estas tres fuentes, es decir las visiones de Lord Holland, de Wellington y de Sir
Henry Wellesley, nos permiten construir una primera visión sobre la Constitución de
Cádiz, aunque el debate quede cerrado a la correspondencia privada o a las altas esferas
diplomáticas. Conociendo esto, podemos matizar a I. Fernández Sarasola quien
afirmaba que la prensa británica fue el primer foro en el que se cuestionó la
Constitución de Cádiz entre 1814 y 1813. 200 Las tres voces anteriormente comentadas
nos permiten afirmar que ese cuestionamiento, privado, era anterior, y que aunque no

198
Íbidem. Un momento concreto de crecimiento de este sentimiento antibritánico fue tras el asalto de
San Sebastián, fase final del sitio aliado a esa ciudad vasca. Las memorias militares nos confirman este
sentimiento de hospitalidad y gratitud hacia las tropas británicas en las campañas de 1812 y 1813.
199
Íbidem.
200
Ignacio Fernández Sarasola, “La Constitución Española de 1812 y su proyección en Europa e
Iberoamérica,” Fundamentos, Nº2, 2000, pp. 354 – 466. (En especial, pp. 416 – 423)

100
participasen directamente en el debate, sus aportaciones sí están ahí y las tenemos que
inserir en su contexto correcto. Señalaron además críticas o aspectos favorables que las
críticas posteriores también apuntaron sin que ello quisiese decir que hubiese algún tipo
de contacto entre ellos.

Pero no tenemos que rechazar sus valoraciones al describir el debate que hubo
en la prensa británica a partir de 1814, que intentaba buscar las causas del fracaso
español, y señaló a esa Constitución como una de las principales causas. En 1813 había
habido la primera traducción al inglés de esa Constitución, y se había vuelto a publicar
en 1820. La vuelta a la vigencia durante el Trienio Constitucional avivó el debate en
torno al texto constitucional.

I. Fernández Sarasola, en el mencionado artículo, nos describe las


interpretaciones de las posturas monárquico-constitucionales, monárquico-
parlamentarias y utilitaristas en su análisis de la Constitución gaditana. Las tres posturas
críticas con el sistema gaditano quedaron reflejadas en la prensa. La postura
monárquico-constitucional quedó expuesta en el Quarterly Review, de clara tendencia
tory, en que se acusaba de imitar al ejemplo revolucionario francés, se señalaban
defectos como la posición del rey o la ausencia de una segunda cámara, aunque se
proponía un modelo de gobierno que en Gran Bretaña ya no existía debido al cambio
paulatino en las relaciones de sus propias instituciones.

La interpretación monárquico-parlamentaria se desarrolló a través de los


artículos de la principal revista whig, la Edinburgh Review. Establecía su crítica no a
partir del sistema de checks and balances, sino a partir de un modelo construido desde
su propia experiencia política, un modelo constitucional en vías de parlamentarización.
En diversas ocasiones estos artículos señalaron tanto sus aspectos positivos como las
amplias prerrogativas que el monarca mantenía, y justificaron que las circunstancias de
la revolución española explicaban la proclamación de la soberanía nacional o el
predominio de las Cortes de Cádiz sobre los otros poderes. Pero también apuntaron
críticas ya anteriormente indicadas, que coincidieron con aquellos puntos que
distanciaban más la Constitución del modelo británico: la falta de una segunda cámara,
la exclusión de las clases privilegiadas o el papel del Consejo de Estado.

Todas estas apreciaciones las vinculaban al error principal que señalaron desde
el primer comentario del texto constitucional. En su número de septiembre de 1814
reconocieron las bondades iniciales de los liberales y de parte de las reformas que
planteaban. Sin embargo, señalaron que los liberales habían abordado los asuntos
políticos desde un punto de partida demasiado teórico y habían iniciado cambios
radicales en un momento en que tendrían que haber sido más moderados en sus
pretensiones.

101
Pero la opinión radical desarrolló la crítica más severa a esa Constitución, ya
fuese a través de las obras de su filósofo más influyente, Jeremy Bentham, o a través de
los artículos aparecidos en la Westminster Review. Esta crítica fue la más tardía y se
hizo eco de los cambios que los liberales españoles refugiados en Inglaterra empezaron
a contemplar como necesarios tras la experiencia del Trienio.

Bentham rechazó que se tomase como referencia el modelo británico. Pensaba


que era el norteamericano en el que podría ofrecer soluciones más adecuadas. Alabó el
carácter unicameral del texto y la responsabilidad de todas las autoridades públicas. Sus
críticas más importantes se centraron en el trato a las colonias y a su representación en
el Legislativo, así como en las limitaciones de la cámara parlamentaria frente al
Ejecutivo (diputados no reelegibles, reducido periodo de sesiones). Pero, a su juicio, lo
peor del texto era la imposibilidad de reformar el texto constitucional por un periodo de
ocho años, tal como había quedado establecido en el artículo 375.

Las críticas de Bentham también se reflejaron en la Westminster Review, que a


su vez desarrolló otras como el excesivo número de artículos, que restaba flexibilidad y
carácter funcional a la Constitución. También consideraron como propias otras críticas
ya señaladas como la falta de libertad religiosa, las elecciones indirectas o la falta de
una conexión entre votantes y representantes.

Acabó así una visión diferente de la Constitución de Cádiz, no del todo inédita
pero sí a la que aporto nuevos elementos procedentes de las fuentes británicas. Esta
visión tendríamos que encajar en el debate historiográfico que existe en la historiografía
española en torno a esa Constitución, y a toda la nueva cultura política que suscitó.

5.4 Las Cortes y el esfuerzo bélico.

Las Cortes se reunieron en un momento delicado de la guerra, y esta perspectiva


no la tenemos que olvidar. Los franceses sitiaban Cádiz y querían asegurar sus
posiciones en el resto del país. Su presencia militar se extendía por toda España menos
por la costa oriental, aunque su control efectivo se reducía a los entornos urbanos de
algunas ciudades importantes como Madrid o Barcelona. Mientras en Portugal, las
tropas de Masséna no iban a conseguir derrotar las tropas aliadas de Wellington,
protegidas tras la línea de Torres Vedras. Esa actitud defensiva se mantendría durante
varios meses.

Los británicos mantenían sólo parcialmente la base portuguesa y no olvidaban


los resultados desastrosos de la campaña de Moore o los conflictos con las tropas y
autoridades españolas en la campaña de Talavera. Los españoles se habían convertido
en unos aliados incómodos tanto política como militarmente al sucederse las críticas
abiertas tanto a los oficiales españoles como a la situación precaria de sus tropas. Se

102
mezclaban sentimientos contrarios hacia las guerrillas debido a su dudosa efectividad
pero también a las consecuencias que acarreaban la población civil, y sentimientos de
admiración por la valentía que en algunas veces, mostraron los soldados españoles.

Ya hemos visto en el capítulo de las Juntas su visión de su esfuerzo bélico y


algunas de las recomendaciones que daban en el terreno militar a las autoridades
militares. Los británicos creyeron siempre que esas autoridades condujeron la guerra de
forma errática, y que el Consejo de Regencia y las Cortes no iban a cambiar esa
actuación.

Esa crítica adquirió una nueva vertiente con el desarrollo de las sesiones de las
Cortes. En general, los británicos consideraron que los españoles dedicaban más tiempo
a impulsar una revolución que a mantener una guerra contra el invasor napoleónico. Se
centraban más en los cambios políticos e institucionales que en armar nuevos
regimientos o establecer una cooperación efectiva con sus tropas. No negaban el
derecho a estos cambios, pero la opinión generalizada era que el momento bélico no era
el momento idóneo. Esta diferencia de prioridades dificultó sus relaciones e influyó en
la valoración de las decisiones que tomaban los españoles. Sin embargo, sus críticas
venían acompañadas de sus propias propuestas o sugerencias.

Esta visión influyó en la consideración que les merecieron las medidas que
tomaban las Cortes, o que refrendaban tras ser planteadas por los regentes si era el caso,
referentes a la guerra. Eran medidas necesarias, aunque tomadas tardíamente, porque
ellos las habían propuesto anteriormente, o resultaban decepcionantes. Siempre
buscaron las responsabilidades en las actuaciones de los españoles, y nunca se
plantearon hacer cualquier autocrítica de forma abierta.

La tardanza no era comprendida por los observadores británicos. No entendían el


porqué de ese rechazo a sus propuestas si las consideraban ajustadas al momento bélico,
sin que interfiriese en el desarrollo de las instituciones españolas. Eso hacía que los
políticos españoles perdiesen todo el crédito que pudiesen tener ante los ojos de esos
observadores.

Los británicos siempre defendieron que una mayor colaboración entre su país y
los españoles favorecería su posición en la guerra, aunque a medida que ésta avanzaba,
cada vez se vieron más convencidos que la cooperación con las tropas españolas era
muy difícil y que siempre tendrían que vencer las resistencias que presentaban las
autoridades españolas. Más desconcierto les causaba que actuasen estas autoridades de
forma precipitada, muchas veces sin un plan preconcebido, y con unos ejércitos sin unas
órdenes claras.

103
Al inicio de la guerra los británicos habían sugerido el envío de una guarnición
británica a la ciudad de Cádiz, pero tanto las autoridades locales como la Junta Central
se negaron. En febrero 1809 la flota británica estaba anclada en la bahía dispuesta a
desembarcar. Uno de los oficiales británicos de esas tropas, fue el General R.
Mackenzie, uno de los contactos que Lord Holland tenía en el seno del ejército
británico. Este oficial en una carta expresó de una forma sencilla y clara un sentimiento
muy compartido por muchos británicos, que habían creído en la causa española, pero
que ahora se sentían desilusionados por el comportamiento de sus dirigentes:

“Though my attachment to the cause of Spain continues the same, yet I confess
my enthusiasm in favour of the Spaniards has greatly abated.” 201

El rechazo final a ese desembarco hizo que esas tropas tuviesen que volver a
Lisboa. Mackenzie expresó en otra carta enviada poco antes de partir hacia Portugal al
mismo interlocutor, presente en aquellas fechas ya en Sevilla, su disgusto ante la
actuación de las autoridades españolas. Merecían todo su desprecio, no así la población
española o su causa, de la que se mostraba aún como una gran defensor. 202

Avanzada la guerra, las autoridades gaditanas fueron las que pidieron el envío de
tropas británicas a la ciudad para defender la ciudad de la proximidad de los franceses.
Todo ocurría en los intensos días de finales de enero e inicios de febrero de 1810.
Bartholomew Frere, asistió a los últimos días de la Junta Central, a los tumultos contra
ella en Cádiz y a su sustitución por un Consejo de Regencia y recibió la petición del
envío de tropas británicas a Cádiz. Este ministro presentaba esa medida como un
ejemplo de la creciente confianza de los españoles en los británicos, pero olvidaba que
era un momento desesperado para los españoles y que necesitaban toda la ayuda para
defender una plaza tan importante. 203

Las primeras tropas llegaron de Gibraltar, cuyo gobernador no dudó en enviar


las tropas pedidas. Estas tropas revisaron las defensas de la ciudad e iniciaron los
trabajos para reforzarlas. El estancamiento de las tropas napoleónicas en Sevilla les
proporcionó un tiempo precioso para sus trabajos.

Posteriormente, llegaron las tropas comandadas por Sir Thomas Graham, quien
en los meses en los que estuvo en Cádiz entabló una buena relación con el General
Castaños, el regente con mayor peso en las decisiones militares. Graham siempre
mostró una cierta decepción por la actitud de los españoles, por la falta de

201
BL, Holland House Papers, Add. Mss. 51625: From R. Mackenzie to Lord Holland, Cadiz, 18th
February, 1809.
202
BL, Holland House Papers, Add. Mss. 51625; From R. Mackenzie to Lord Holland, Cadiz, 3rd March,
1809.
203
PRO FO 72/92: From B. Frere to the Marquis Wellesley, Cadiz, January, 29th, 1810; From B. Frere to
General Colin Campbell, Cadiz, January 28th, 1810.

104
entendimiento con ellos que se comprobó en el tema de las defensas de la ciudad o en
los resultados de las acciones posteriores que realizaron tropas españolas y británicas en
las cercanías de Tarifa.

Por otra parte, quedaba establecida de forma más o menos oficial una cierta
colaboración de Wellington con algunos oficiales españoles como el Marqués de la
Romana, cuyas tropas estaban en Portugal. Las autoridades españolas decidieron enviar
de forma definitiva a un militar español, al General Miguel R. Álava, a los cuarteles
generales británicos. Esto se producía en junio de 1810, manteniéndose Álava allí hasta
el final de la guerra. Ese militar estaba encargado de mantener el contacto entre las
autoridades españolas en Cádiz y los cuarteles generales británicos. Se abrió así un
canal de comunicación constante. Pero Álava fue mucho más allá en sus funciones.
Luchó al lado de las tropas británicas y entabló una sólida amistad con Wellington que
perduró toda la vida. Fue, sin duda, el militar español mejor valorado por el comandante
británico, y se ganó el respeto de los otros oficiales británicos. 204

Los meses previos a las Cortes fueron fundamentales porque quedaron apartadas
momentáneamente las suspicacias de los españoles, que llegaron a aceptar la salida de
parte de sus tropas de Ceuta, fortaleza a la llegarían tropas británicas para sustituirlas.
Actuaciones como ésta evitaron el problema de la descoordinación. Los británicos
optaron por no presionar demasiado a pesar de que esa medida concreta había sido
sugerida ya en 1808. Pensaban, además, que sus sugerencias eran escuchadas.

Pero una de sus principales recomendaciones, el nombramiento de un


comandante en jefe de las tropas españolas, seguía sin ser atendida. Este problema
permaneció largo tiempo sin resolver a pesar del carácter prioritario que tenía según los
británicos.

En sus sesiones las Cortes decretaron el alzamiento de nuevos regimientos y el


reclutamiento de nuevos soldados. A pesar de las desavenencias de algunos generales
españoles, tanto la Regencia como las Cortes reconocían el valor de aquellos militares
británicos como el General Samuel F. Whittingham o del Charles W. Doyle, que se
habían puesto al servicio español. En noviembre de 1810 la actuación del General
Whittingham al frente de un cuerpo de caballería español fue reconocida por las Cortes
en una moción de agradecimiento. El ministro británico pensaba que la actuación de

204
No podemos ahondar aquí en la figura de este interesante militar vitoriano, que fue el militar español
mejor valorado entre los británicos a pesar de no comandar ningún cuerpo de ejército como otros
generales más conocidos. En 1815 Álava estuvo presente en los cuarteles generales de Wellington en la
batalla de Waterloo. La solidez de esta inesperada amistad se comprueba por el interés por Wellington por
la figura de Álava en 1814 tras ser detenido por asuntos relacionados con la restauración de las
instituciones de Antiguo Régimen, y en 1824, al protegerlo tras escapar de la persecución que siguió al
Trienio Liberal al haber cotado la incapacidad del monarca. Wellington fue su valedor ante la sociedad
inglesa, teniendo relaciones con las familias aristocráticas más destacadas.

105
estos generales era positiva porque podía servir de ejemplo a otras unidades españolas
para su mejora:

“General Whittingham has introduced into the Spanish Cavalry a system of


Discipline, which if adopted to the other corps, cannot fail to render them equal, if not
superior, to the Cavalry of the Enemy, and there is every reason to hope that his effort
will be equally successful in the attainment of the still more important object, which
with a view to the improvement of the Spanish Army he is now about to undertake.” 205

H. Wellesley siempre apoyó la participación de estos militares y el compromiso


que mostraron por la causa española. Esta vinculación hacia los españoles se materializó
también en la organización de nuevos regimientos. Roche y Whittingham crearon sus
propias divisiones, que entrenaron en Mallorca con la ayuda de otros oficiales
británicos, y actuó como parte de las tropas españolas que colaboraron en las diversas
expediciones anglosicilianas que desembarcaron en la costa mediterránea entre 1812 y
1813. Tanto el embajador británico como Wellington no dudaban en proporcionar parte
de los recursos británicos dados a los españoles para pagar y armar a estas nuevas
divisiones, porque pensaban que los resultados en el campo de batalla iban a ser
beneficiosos. Whittingham tuvo a su favor la buena predisposición de las autoridades
gaditanas a aprobar los proyectos para nuevas divisiones que presentó tras vencer las
resistencias primeras.

El principal argumento que esgrimió era la necesidad de acabar con los errores
introducidos en el campo militar por las Juntas y que se habían arrastrado durante la
guerra. Whittingham tuvo que superar el rechazo de uno de los regentes, el general
Blake, que se negaba a aceptar que más divisiones españolas estuviesen bajo el mando
de oficiales británicos. 206 Una vez en Mallorca, aún tuvo que superar las reticencias del
capitán general de la isla, un anciano general Cuesta que ocupaba el cargo tras ser
retirado del mando de tropa. Sólo su muerte tranquilizó las cosas en la isla, en la que
Whittingham pudo continuar con el entrenamiento de esas nuevas tropas. 207

Whittingham tuvo que superar las reticencias españolas a pesar de tratarse de un


oficial británico que desde primer momento estaba en contacto con las tropas españolas.
La impopularidad británica entre la población española le causaba preocupación,
aunque las relaciones entre los dos aliados no acababan de deteriorarse. Por su parte, el
brigadier Doyle creó en 1811 un cuerpo de unos 2000 soldados españoles que sirvieron

205
PRO FO 72/98 From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, November 26th,
1810.
206
PRO FO 72/109: From Samuel F. Whittingham to Henry Wellesley, Isla de Leon, January 12th, 1811;
From Sir Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, February 1st, 1811.
207
Para el tema de la división que organizó en Mallorca, me remito a sus propias memorias, A Memoir of
the Service of Lieutenant-General Sir Samuel Ford Whittingham,... pp. 134 – 172.

106
en Cádiz, y que al ser pagados y uniformados por los británicos, los españoles lo
aceptaron de buen agrado.

La verdadera prueba de fuego fue el nombramiento de Wellington como


comandante en jefe de las tropas españolas, ya que tenía que evitar que las acusaciones
de excesivo intervencionismo británico en los asuntos internos españoles, seguir dando
prioridad a la guerra y mantener en unos límites aceptables la anglofobia de algunos
personajes o las suspicacias de gran parte de la población gaditana. Muchos españoles
veían en las sugerencias británicas segundas intenciones, en especial, las militares.
Recodaban los casos de Gibraltar o su papel en las colonias sublevadas, y temían perder
la autonomía que conservaban. No querían escapar del yugo napoleónico para caer bajo
una influencia excesiva de Gran Bretaña. El caso de Portugal estaba ahí, y los españoles
se mostraron muy celosos de que la intervención británica pudiese acabar con las
reformas que estaban llevando a cabo o con la libertad de actuación durante la guerra.
Los más anglófobos señalaron que las exigencias británicas eran un paso más en su
estrategia de hundir a España en el contexto internacional, a pesar de ser aliados.

Los británicos insistieron mucho en todas sus propuestas militares porque creían
que España las tenían que adoptar necesariamente si quería presentar una resistencia
efectiva a los franceses, que fuese más allá de los ataques de la guerrilla, y conseguir el
objetivo último de la expulsión de su territorio. Y el último paso era este nombramiento,
aunque las autoridades británicas, en especial, H. Wellesley tardaron en pedirlo
abiertamente, al tener antes que vencer buena parte de los recelos.

El tema enlazaba con otra de las necesidades militares que pensaban que urgía
realizar en España, y que esperaban realizar: la reforma militar, que implicase la
reorganización de los diferentes cuerpos de ejército, la mejora de la disciplina de las
tropas, una paga regular y un constante aprovisionamiento de todas las tropas aliadas.
La delicada situación financiera británica explicaba la exigencia que España aumentase
su contribución material a la guerra, aunque Gran Bretaña no dejó de nunca de enviar
más o menos regularmente recursos financieros para apoyar a los españoles.

Las diversas autoridades españolas no se habían decidido a apoyar a un general


español determinado y nombrarlo comandante en jefe de todas las tropas españolas. La
única solución que vieron es que Wellington fuese nombrado para ese cargo, dirigiendo
así a todos los ejércitos aliados en la Península.

Un primer paso se dio en 1811. Las tropas británicas habían conseguido expulsar
a las tropas de Masséna de Portugal, y se preparaban para actuar en territorio español.
H. Wellesley pidió que se confiara de forma temporal a su hermano, Wellington, el

107
mando militar de las provincias limítrofes con Portugal. 208 Seguiría una completa
reorganización del sistema militar y el nombramiento de nuevos oficiales. Wellington
conocía los movimientos de su hermano en Cádiz y esperaba una respuesta concreta,
aunque siempre se mostró cauto hacia esa demanda, y coincidiendo con las últimas
órdenes que el secretario de guerra, Liverpool había enviado, procuró limitar sus
movimientos en España a las provincias fronterizas con Portugal.

La primera negativa provino de Bardaxí, aunque dejó la puerta abierta a la


opinión de las Cortes. El ministro plenipotenciario sabía que el rechazo iba a ser
completo por la oposición a cualquier disposición de ese tipo de Blake. Aunque las
Cortes podrían ir en contra de una decisión de los regentes, comprobó cómo Blake
animó las posiciones antibritánicas en Cádiz con rumores como la posesión permanente
de esas provincias, la sustitución de los oficiales españoles o que los soldados españoles
quedasen sujetos a la disciplina británica.

H. Wellesley no aparcó esa demanda completamente. La frustración por el


rechazo ante una medida vista como inteligente no era un sentimiento nuevo, pero no
menos intenso. Desde su posición tuvo que ser comedido e informar del rechazo. La
incredulidad de este rechazo, sin embargo, la encontramos en otras personas, como por
ejemplo un militar llamado Edward Pakenham, miembro de una familia muy vinculada
a los Wellesley. No entendió por qué los españoles desestimaban las sugerencias
británicas, acusando directamente a los políticos españoles:

“Perseverance may do much, but we have lost the very most favourable
opportunities, and the Spanish Government have in no way entered our views; only
think of the wretched people declining to make Lord Wellington Commander in Chief,
even in the Provinces in which he should be employed; but little is to be hoped from
such short-sighted and ignorantly-vain politicians.” 209

H. Wellesley, y su hermano Richard coincidían en la necesidad de la reforma


militar de los ejércitos españoles, cuyo colofón era el nombramiento de su hermano
como comandante en jefe. 210 De forma muy discreta, el primero empezó a intensificar
sus contactos con diversos personajes españoles, buscando los objetivos políticos que le
interesaban. La premisa de no interferir en los asuntos internos españoles que todos los
representantes diplomáticos británicos llevaban incluida en sus órdenes, quedaba sin
valor una vez más. El ministro británico buscó el apoyo de los diputados anglófilos para

208
PRO FO 72/110: From Henry Wellesley to E. de Bardaxí, Cadiz, March 15th, 1811. “From Henry
Wellesley to Wellington, Cadiz, March 11th, 1811,” WSD, Vol. VII, p. 80.
209
“From E. M. Pakenham to his friend Tom, Pedrogoa, August 20th, 1811” en Pakenham Letters. 1800
to 1815, Privately Printed, John and Edward Bumpus, 1914, p. 121.
210
Para ampliar la relación de Wellington con los ejércitos españoles, con su nombramiento de
comandante en jefe, me tengo que remitir a Ch. Esdaile, The Duke of Wellington and the Command of the
Spanish Army, 1812-14, Londres, McMillan Press, 1990.

108
conseguir la dimisión de la Regencia de Blake, que se caracterizaba por su anglofobia.
Pensaba que un nuevo Consejo de Regencia sería más proclive a sus intereses.

La campaña de 1812 jugó a su favor. La imagen de Wellington entre los


españoles mejoró de forma sensible al iniciar una campaña victoriosa con las
recuperaciones de las plazas de Ciudad Rodrigo y Salamanca, y con la entrada en
Madrid en el mes de agosto. Allí se ganó la admiración de parte de los diputados al
proclamar la Constitución de Cádiz en la capital recién liberada. Wellington nunca
creyó demasiado en la revolución española, o en lo que se aprobaba en Cádiz, pero esa
proclamación fue bien recibida en Cádiz.

El comandante británico posteriormente siempre expuso que tenía unos


recuerdos muy vagos de su entrada en la capital española, pero el recibimiento tan
glorioso, y el trato tan hospitalario que la población madrileña dispensó a las tropas
británicas, provocó que esos soldados y oficiales quedasen impresionados con ese
recibimiento. Muchos de ellos reflejaron ese recibimiento tan triunfal. Las autoridades
de la ciudad habían salido del recinto amurallado para encontrar a Wellington y darle la
bienvenida a la ciudad, mientras gran cantidad de población salió de la ciudad al
encuentro de las tropas. El resto de la población recibió a esa tropa de forma entusiasta,
aclamando a sus liberadores y celebrando la victoria. Tan apasionado recibimiento
contrastaba con las suspicacias ya señaladas en la ciudad de Cádiz. 211

El prestigio militar de Wellington y la presión de su hermano embajador no


fueron suficientes para conseguir el ansiado nombramiento. Wellington necesitaba las
tropas españolas para que las tropas aliadas fueran numéricamente superiores a las
napoleónicas, aunque sabía que los españoles se negaban a ser alistados en el ejército
británico. Wellington estaba dispuesto a olvidar esa pretensión y actuar sin el mando
supremo, buscando acuerdos amplios con los diferentes generales españoles.

Pero no contaron con un cambio político que hubo en Cádiz, que al embajador
no le pasó desapercibido. Andrés A. de la Vega fue elegido presidente de las Cortes en
septiembre de 1812 y se mostró determinado a conseguir el apoyo de los liberales para
ese nombramiento. Obtuvo su apoyo con el pretexto de que su designación protegería
los cambios realizados, y la moción para su nombramiento como comandante en jefe se
votó de forma casi unánime en la sesión del 19 de septiembre de 1812. Esta casi total
unanimidad confirmaba la necesidad de un cambio en el esfuerzo bélico español.

211
Descripciones de la entrada de las tropas británicas en la ciudad de Madrid la encontramos en diversas
memorias militares británicas: Roger N. Buckley (ed.); The Napoleonic War Journal of Captain Henry
Browne, 1807-1816. Publications of the Army Records Society, Vol.3, Bodley Head, London, 1987, pp.
176-179; G. Hennell, A Gentlemen Volunteer: The Letters of George Hennell from the Peninsular War,
London, 1979, pp. 44-48; etc.

109
Semejante aprobación suponía el mayor éxito de las relaciones del embajador
con Andrés A. de la Vega. El presidente de las Cortes se había mostrado el máximo
defensor de las posiciones probritánicas en las Cortes, y valoraba las opiniones del
embajador sobre la situación interna española. Comentaron ambos los cambios de
gobierno y otras sugerencias políticas, incluido este nombramiento. 212

Ese nombramiento iba a tener amplias repercusiones políticas y militares.


Representó la máxima cota del intervencionismo británico que permitieron los
españoles en sus asuntos internos, y suponía además un triunfo para las posiciones más
probritánicas, más minoritarias en Cádiz. Pero también abría las puertas a la reforma
militar y a que Wellington pudiese disponer de las tropas españolas para su estrategia.

La adopción final de este decreto remitía a varios elementos. En una reciente


conversación Charles Esdaile defendió la necesidad de releer el texto, porque su
complejidad hacía que se escondiesen más lecturas de las ya apuntadas. Afirmó que los
españoles buscarían en este compromiso una forma de evitar que Wellington se retirase
otra vez a territorio portugués. Esta nueva línea conectaría con otros apuntes que ya
había realizado anteriormente al señalar que sólo había recibido el mando de los
ejércitos en campo de batalla, ya que la autoridad última militar era la Regencia, que la
ejercía en nombre del rey.

Otro factor a tener en cuenta era un cierto antimilitarismo de los liberales, que
también tenía su reflejo popular ya que la población mostraba ampliamente su rechazo a
ser reclutados e integrados en el ejército. A nivel político, los liberales siempre temieron
que cualquier comandante español tuviese el suficiente poder militar como para dar un
golpe de fuerza, acabar con las reformas y decantar el poder hacia los serviles. También
les acusaban de detener la reforma militar porque se podía convertir en su instrumento
para acceder al poder. Esto sucedía en un Cádiz donde la intriga se convirtió en un
elemento de la política cotidiana, muy utilizado por los serviles. Esta situación explica
las razones por las cuales Wellington fue finalmente nombrado gracias a ser extranjero
y no intervenir en las luchas políticas, con un mayoritario apoyo de los liberales. 213

El nombramiento fue muy bien recibido entre los británicos presentes en Cádiz
en esos días. Henry Williams Wynn, al regresar de su viaje por las tierras del Imperio
Otomano, hizo escala en Cádiz. Había decidido no regresar directamente a Inglaterra y
pasar varios meses en España. Desembarcó cuando se conocía la noticia del
nombramiento y apuntaba la existencia de un grupo importante que apostaba por su

212
PRO FO 72/132: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 20th,
1812; From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 20th, 1812.
213
Estas explicaciones han sido apuntadas por Ch. Esdaile en “Wellington and the Military Collapse of
Spain. 1808-1814”, International History Review, 9 (febrero 1989), p. 62.

110
nominación como regente, posibilidad que no descartaba aunque no tenía en cuenta los
riesgos que podía comportar. Así lo contaba a su madre:

“I like this place more than either the times I was here before, it is gratifying to
see the joy of the people at being relieved from the bombardment of two years and a
half, the last part of which was very serious. I must do them the justice to say that they
seem to feel the obligation to the English and to Lord Wellington in particular. He has
just been appointed Generalissimo of all the Spanish Armies, and there is a very strong
party for making him sole Regent. The first is a great point to have been carried and
will be attended with great advantage.” 214

Sin embargo, Wellington recibió este nombramiento de modo muy frío porque
no le gustaban parte de las condiciones puestas por las autoridades españoles, como el
envío de sus planes a Cádiz para que fueran aprobados y la imposibilidad de reorganizar
las tropas. Intentó ganar tiempo señalando que no podía aceptar hasta no recibir la
autorización de su gobierno. Además, el pronunciamiento de Ballesteros en Granada,
quien se opuso a ese nombramiento, le hacía desconfiar de una parte de los generales
españoles. Este militar fue detenido y conducido a la fortaleza de Ceuta.

Esta situación explicó que Wellington viajase a Cádiz a finales del año 1812,
tras el fracaso del sitio de Burgos y la retirada que acabó la campaña militar de ese año,
y permaneciese allí varios días. Negoció las concesiones que acompañaban a su
nombramiento y llegó a hablar ante las Cortes aceptando ese cargo. Wellington
consiguió tener un control casi absoluto sobre el ejército español, sobre su
reorganización interna y el nombramiento de oficiales, así como el control del
presupuesto bélico y de los subsidios militares británicos dados a los ejércitos
españoles. Por último, logró que las autoridades provinciales quedasen en parte bajo
control militar al responder los jefes políticos ante los capitanes generales. Estas
amplias prerrogativas tuvieron sus contrapartidas, ya que se complicaron las relaciones
entre ambos aliados, y cambió la opinión de algunos diputados liberales como Flórez
Estrada, quien pensaba que la subordinación del poder civil al militar contravenía la
Constitución. 215

Wellington ostentó el cargo hasta el final de la guerra, y fue decisivo para la


campaña de 1813, al proporcionar a los ejércitos aliados unas tropas adicionales aunque
con pocos recursos. Estas ventajas quedan matizadas con todos los inconvenientes que
se encontró. Tuvo que reorganizar las tropas españolas en cuatro cuerpos de ejército

214
“From Henry Williams Wynn to Lady Williams Wynn, Cadiz, September 29th, 1812,” en
Correspondence of Charlotte Grenville, Lady Williams Wynn …, p. 162.
215
Para explicar la presencia de Wellington en Cádiz, me remito a Ch. Esdaile, The Duke of Wellington
and the Command of the Spanish Army, 1812-14,… especialmente pp. 85-107. Una visión británica
contemporánea sobre la visita de Wellington, la encontramos en George A. F. H. Bridgeman, Letters from
Portugal, Spain, Sicily, and Malta, in 1812, 1813 and 1814. London, 1875. pp. 59-69.

111
principales, como primer paso de su reforma militar, y encontrar a aquellos oficiales
españoles que no le fueran especialmente hostiles. Se multiplicaron las quejas de falta
de víveres y dinero, aunque Wellington no tenía en cuenta que parte del territorio
español estaba devastado tras varios años de guerra. A ello se añadían los problemas de
reclutamiento porque los nuevos soldados españoles no querían servir en el ejército
británico. Estos elementos fueron obstáculos para la reforma que planteaba y retrasaron
el inicio de la campaña hasta bien entrada la primavera. Otros problemas se
mantuvieron durante el resto de la campaña, como la falta de disciplina de las tropas ya
que muchos soldados procedían de las guerrillas y hacía muy poco que se habían
formado como tropa regular.

Pero los mayores problemas vinieron de las autoridades españolas y del


incumplimiento de lo pactado en Cádiz. Las autoridades gaditanas interfirieron en el
nombramiento de los oficiales españoles, al querer retirar del mando de tropas a
oficiales como Girón, con simpatías serviles, o cambiar de destino a Castaños. Girón y
Freyre fueron uno de los pocos oficiales españoles que utilizó durante toda la campaña.
Tales problemas provocaron un amargo enfrentamiento entre las dos partes, y
Wellington pensó en dimitir a mediados de año y durante las acciones de los Pirineos.
El final de la campaña estuvo lleno de conflictos en los distritos fronterizos que
complicaron la situación de Wellington. El gobierno británico llegó a contemplar la
posibilidad de derrocar a las autoridades españolas, aunque Wellington se opuso a tal
grado de intervencionismo. Esperaba que las Cortes se reuniesen en Madrid y que la
nueva mayoría parlamentaria fuera más favorable a los intereses británicos.

Una medida para nombrar a una persona que centralizase la dirección de los
ejércitos españoles era necesaria, pero Wellington comprobó toda la problemática que
provocó ese nombramiento. El que tenía que haber sido el mayor éxito del
intervencionismo británico en la política española, se convirtió en el mayor obstáculo
para las cordiales relaciones entre los dos aliados, que sólo mejoraron en 1814 una vez
reanudada la campaña. Las tropas aliadas ya luchaban en territorio francés y Wellington
había optado porque las tropas españolas no cruzasen los Pirineos y volviesen a sus
acuertelamientos para evitar los pillajes sobre la población civil. Mantuvo el cargo hasta
el final de la guerra, dimitiendo una vez que Fernando VII había regresado a Madrid.

5.5 La Política religiosa de las Cortes.

Muchos soldados y oficiales que lucharon durante la Guerra Peninsular conocían


muy poco de España y Portugal, y lo poco que conocían era que se trataba de dos
monarquías oficialmente católicas, llenas de una población con prácticas religiosas más
propias de la superstición o de las religiones politeístas, y con una Iglesia Católica con

112
un enorme peso sobre la vida de sus habitantes. 216 Otros observadores británicos
conocieron más profundamente la importancia de la religión y la institución católica en
la vida diaria de los españoles y su relación con todos los acontecimientos que se
vivieron.

La jerarquía católica tuvo en todo momento una actitud expectante, porque temía
que las nuevas autoridades públicas quisiesen erosionar su poder político y económico,
al igual que hacían las autoridades josefinas. Estuvo presente en las Juntas y en las
Cortes para defender sus intereses como institución.

La aprobación de la Constitución podía haber supuesto un problema a la Iglesia


porque no quedaba asegurada su representación política específica, pero la declaración
de España como un Estado confesional católico y la prohibición de cualquier otra
confesión religiosa hizo matizar su oposición, pero siempre estaba ahí latente. Los
observadores británicos no dieron importancia a ese artículo, porque no cambiaba el
estado de las cosas. Holland quedó decepcionado por esa declaración ya que era un
destacado defensor de la libertad religiosa, tanto en España como en su país. Era otro de
los errores de esa Constitución, que suponía no llevar la libertad al tema religioso.

Las Cortes siguieron con otra política que incomodaba a la Iglesia, ya que
pretendían conseguir recursos para el Estado con la desamortización de tierras de la
Iglesia, pero las ventas fueron muy reducidas. Las Cortes no hacían más que seguir una
política de corte ilustrada ya iniciada por Carlos III tras la expulsión de los jesuitas.

Sin embargo, el gran enfrentamiento entre la jerarquía eclesiástica y la


legislación gaditana se produjo en 1813 con el decreto que derogaba el Tribunal de
Inquisición. A inicios de 1813 un comité reunido por las Cortes dictaminaba que la
Constitución protegía la religión de cualquier ataque y que la existencia del Tribunal de
la Inquisición era contraria a ese texto constitucional. Las Cortes votaron
favorablemente ese dictamen, que sancionaba la incompatibilidad de la Inquisición con
el ordenamiento constitucional y abría las puertas a la creación de otro tribunal que
defendiese la religión, pero que estuviese conforme a ese ordenamiento. 217

La votación definitiva del decreto de disolución de ese tribunal eclesiástico y la


obligatoriedad de leer ese decreto en todas las parroquias acabó de plantear el conflicto
con las autoridades eclesiásticas. Los primeros sacerdotes que se negaron a leer ese
decreto en sus parroquias fueron los de la ciudad de Cádiz. En aquella ciudad ese
conflicto tuvo sus repercusiones políticas, ya que el gobernador de la plaza, favorable al
216
Karen Greene Darden; “Heresy Triumphs in a Catholic Cause: British Army and Religion in the
Peninsular War, 1807 – 1814”, en Consortium on Revolutionary Europe, Selected papers, 1998, pp. 431 –
442.
217
PRO FO 72/143: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, January 20th, 1813;
From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, January 28th, 1813.

113
mantenimiento de la Inquisición, había sido sustituido por otro gobernador, más
próximo a las posiciones de los liberales y hostil abiertamente a ese tribunal. 218

H. Wellesley señaló que la desobediencia de parte del clero contra ese decreto
era un conflicto que complicaba la situación en el bando de los patriotas. Pero las
posiciones del clero no eran unánimes porque uno de los nuevos regentes, el Cardenal
Borbón, nada más jurar el cargo, se presentó dispuesto a hacer respetar el decreto.

El embajador tardó en pronunciarse al respecto de ese decreto, pero en ningún


caso quiso intervenir, como le pidió el nuncio papal, para que presionara para retirar ese
decreto. Reconoció que ese decreto y el conflicto que se planteó tenían más importancia
de la que se podía considerar, y que en el interior del país la Inquisición tenía un amplio
grupo de partidarios debido a la influencia eclesiástica:

“It is certain that the Inquisition has many partisans in the interior, and indeed
such is the influence of the Clergy in the different towns and villages, that it may be
doubted whether will not be seen with regret by a majority of the Inhabitants; but
whether it be popular or not, there can be no doubt that the Pope’s name is held in the
greatest remuneration, and that any insult offered to the person oh his representative
would excite the utmost disgust.” 219

El embajador se mostraba inquieto por las posibles consecuencias de ese


conflicto y sabía que ese tema no se cerraría tan fácilmente. Importantes autoridades
eclesiásticas como el arzobispo de Santiago de Compostela o diversos obispos
refugiados en le isla de Mallorca se habían opuesto al decreto y pedían al resto del clero
que también se opusiesen. El embajador no acabó de decidir si esa derogación era
necesaria, pero creyó que las medidas que se tomaban contra aquellos miembros del
clero que se negaban a aplicar ese decreto eran inapropiadas, porque ahondaría ese
conflicto. Así lo expresaba:

“I cannot perceive any necessity for these violent measures, which although they
may be viewed with satisfaction by the Inhabitants of Cadiz and by a particular party in
the Cortes, are likely to be received in the Interior as fresh indications of that
revolutionary spirit which has characterized some of the proceedings of the authorities
here.” 220

Este conflicto tendríamos que encajarlo además en las disputas entre los liberales
y los serviles por consolidar la legislación gaditana y por tener los liberales controlados
todos los frentes, incluso el militar, con repercusiones en su relación con Wellington.

218
PRO FO 72/143: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, March 7th, 1813.
219
PRO FO 72/144: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, May 8th, 1813.
220
PRO FO 72/144: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, May 25th, 1813.

114
Lord John Russell estuvo en Madrid a mediados de 1813. Allí vio como la
población quería que el poder político regresase a la capital, y como se extendía la
oposición a la abolición de este tribunal eclesiástico. Russell no se opondría a esa
abolición, pero sí a sus formas, porque pensaba que se podría haber hecho de forma más
tranquila, sin obligar a leer en las parroquias ese decreto y sin crear todo el rechazo que
se sumaba al desacuerdo que estaba provocando toda la legislación gaditana:

“Their folly and ignorance have turned the whole country against the Cortes.
The clergy and the army are against them from personal feelings, or rather professional
feelings. The mistake made by the Cortes in writing a proclamation to be read in the
churches, instead of abolishing the Inquisition silently and quietly has roused the clergy
to exert their talents of persuasion in the country, particularly in the villages.” 221

G. Bridgeman estuvo en España en los primeros meses de 1813. Asistió al


rechazo de los serviles a ese decreto, y a como se organizaban en las otras provincias
para las futuras elecciones a Cortes ordinarias en la provincia de Granada. Los
representantes de la Iglesia ejercían una influencia decisiva para que los representantes
serviles fuesen elegidos con la esperanza de conseguir la restauración de la Inquisición.
Bridgeman lamentaba que si ésta se producía se iban a dar fenómenos violentos:

“I cannot inform you whether the event has been satisfactory or no to the
patriots in this particular instance, but I grieve to say, speaking generally of Spain, the
clergy are making immense efforts, and have gained great power again over the minds
of the weak and beatos (devotees), and there is much reason to fear that if they will re-
establish that dreadful tribunal of the Inquisition. If they should succeed, this poor
unhappy country, after all it has suffered, must unavoidably experience the scenes of a
bloody revolution; for the body of the nation abhor the Inquisition, and as it has once
been abolished, they will never tamely submit to its re-establishment.” 222

Una de las provincias en las que más resistencias hubo a la aplicación de ese
decreto fue Galicia, cuyos problemas llegaron a las Cortes, en las que se planteó la
posibilidad de represalias. Se acusó al capitán general de la provincia de no hacer
cumplir la ley y pensó en su cambio, incumpliendo los acuerdos con Wellington, quien
como comandante en jefe era el único que tenía la potestad para hacerlo:

“Very unpleasant accounts have lately been received here of the state of the
public mind in the Province of Galicia. It appears that the people have manifested great
discontent at the intemperate proceedings of the Cortes against the members of the

221
BL, Holland House Papers, Add. Mss. 51677: From Lord John Russell to Lord Holland, Madrid, July
16th, 1813.
222
George A. F. H. Bridgeman, op. cit, p. 100.

115
Clergy who objected to reading in the Churches the Decree for the Abolition of the
Inquisition; and General Santocildes, who commands in Galicia, has stated his inability
to carry the decree into effect in the manner prescribed by the Cortes.” 223

Esa situación en Galicia contrastaba con la de Cádiz, donde esa disolución era
una medida popular, que hizo que los liberales recibiesen más apoyos de su población.
Pero también reflejaba su gran alejamiento respecto al resto del país, con opiniones más
divididas y, en muchos casos, contrarias a ese decreto. El embajador quería mantenerse
al margen de ese conflicto, pero gracias a su correspondencia con Wellington
confirmaba el rechazo que había levantado en el interior del país.

La disolución de la Inquisición fue vista por los observadores británicos como


un ejemplo de la línea seguida por la legislación gaditana, un ejemplo del ataque
descarado contra la Iglesia como poder político y económico, un ataque innecesario en
un momento en que se necesitaba la unidad.

Wellington pensaba que con esos ataques se buscaban los liberales un poderoso
enemigo. Frances Shelley describió así lo que Wellington pensaba del tema, tal como lo
dijo en una cena en su casa en 1816:

“The Duke maintained that the Liberales were ruined by abolishing the
Inquisition. He said that the people were devoted to it. He mentioned that, when he was
in Spain, he made the following remark to some of the Reformers: « Quoi, vous voulez
me donner un autre ennemi à combattre! J’aurai tous les curés de la Castille contre
moi. L’Inquisition se meurt d’elle-même. Voyez le Portugal; nous ne l’avons pas aboli
là, et cependant elle n’existe plus. Ce sera de même ici. Si vous l’abolissez, elle existera
toujours. »” 224

Por lo tanto, esa abolición de la Inquisición contó con todo el apoyo de los
británicos, que rechazaron cualquier intento de recuperar esa institución, causó
diferencias de opiniones sobre la forma en que se había hecho. 225 Holland coincidiría
en parecidos términos con Wellington al pensar que la Inquisición desaparecería por si
sola, y que no era necesario decretar su disolución. Tenía su propio plan que evitaría las
quejas suscitadas por su derogación que propondría a Andrés Ángel de la Vega:

223
PRO FO 72/ 144: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, June 23rd, 1813.
224
Richard Edgecumbe (ed.), The Diary of Frances Lady Shelley, 1787-1817. London, John Murray,
1912. Vol. I, p. 199. Wellington va más allá en sus comentarios durante esa cena, considerando el pueblo
español como reacio a la libertad y propenso a la servidumbre.
225
Los británicos mostraron un especial interés por este tema, y no podían creer que diputados en las
Cortes defendiesen el mantenimiento de esa institución. Por ejemplo, un diputado llamado Sir Gilbert
Heathcote, en pleno debate previo a la instalación del gobierno de Liverpool, señaló respecto a España:
“But the Spanish Cortes, they, instead of deliberating measures for the welfare of the nation, were
employed in re-establishing that detestable court, the Inquisition”. En “The Prince Regent’s Speech on
Opening the Session”, PD, Vol. XXIV, p. 106.

116
“Of the discretion of attacking the Holly Tribunal openly you however, and not
we are the judges; yet surely by forbearing to restore it where it has been holding from
it all assistance and supplies of money, the Government might allow it to die a natural
death even if they feel scruples in despatching it by a more summary method.

A general Law forbidding all tribunals to take evidence in secret and furnishing
every individual in criminal cases with legal means of being confronted with his
accusers would disarm the inquisition of half its terms. Such a regulation would shock
no prejudice and would nevertheless destroy the chief practical grievance though not
all the original vice of that odious institution.” 226

Holland se mostraba aquí demasiado optimista al escribir en 1812, porque su


propuesta era poco realizable, y tampoco evitaría las protestas y las negativas de parte
del clero a cumplir con lo decretado. Este clero podía entender que esa medida
supondría la progresiva desaparición de una institución de control social y político de la
que defendían su mantenimiento íntegro.

La decisión final de disolver la Inquisición agradaba a Holland, no así el modo


en que se hizo, ya que ese decreto creaba más problemas de los que resolvía. Y tampoco
ahondaba en una política religiosa más tolerante, porque se planteaba la creación de una
institución que velaría por los mismos temas que el tribunal disuelto. Suponía una nueva
decepción respecto a la legislación gaditana, aunque eso no acababa con su creencia en
la causa de los españoles.

5.6. El periodo de las Cortes ordinarias

La elección de los diputados de las primeras Cortes ordinarias, según lo


establecido en la Constitución de Cádiz, y la reunión de esas Cortes tenían que
constituir la consolidación de los cambios producidos en Cádiz y el cierre definitivo de
la revolución. Pero esto último fue imposible porque el conflicto abierto entre liberales
y serviles lo impidió, retrasándola hasta la vuelta definitiva del rey.

En el periodo final de las Cortes extraordinarias, coincidiendo con la elección de


los diputados, se planteó el tema del traslado de las Cortes y del resto de instituciones de
gobierno de Cádiz a Madrid. Los liberales no querían que se produjese ese trasladado
porque sabían que iban a perder parte del apoyo social del que gozaban en Cádiz,
mientras que los serviles estaban ansiosos por trasladar la sede del gobierno y señalaban
que en la capital ya se habían reunido alrededor de cincuenta nuevos diputados.

226
B. L. Holland House Papers Add. MSS 51626, Copy of a Letter to Don Andres Angel de la Vega,
Holland House, October 12th, 1812.

117
Los liberales conocían los resultados de algunas elecciones, que favorecían a los
serviles, y eran víctimas de sus propias contradicciones. Habían construido un sistema
político que iba en contra de sus líderes más destacados. Ninguno de los diputados de
las Cortes Extraordinarias podía ser elegido diputado para las nuevas Cortes, y también
les afectaba la prohibición de ocupar un cargo público hasta un año después de haber
dejado de ser diputados. Uno de los pocos líderes liberales que sí podía ser elegido para
las Cortes era J. Canga Argüelles. Pero por ahora, y con apoyo de los diputados
americanos, habían conseguido rechazar el traslado de la sede de gobierno por una
exigua mayoría. 227

Estos dos impedimentos eran de rango constitucional y H. Wellesley dudaba que


pudiesen ser derogados con el respeto escrupuloso que tenían los liberales hacia el texto
constitucional. Las Cortes Extraordinarias iban a quedar disueltas el día 14, quedando
una Diputación Permanente, con mayoría de diputados serviles. El cambio de fuerzas en
las Cortes podía llevar consigo nuevas decisiones como una nueva regencia unipersonal,
ya que entre los serviles había muchos partidarios de la Princesa de Brasil, o la mayoría
servil podría presentar de nuevo una moción para el traslado del gobierno para
conseguir que los liberales dejasen de utilizar a la opinión pública gaditana.

Las circunstancias precipitaron la decisión definitiva. Una vez que las Cortes
fueron disueltas, se agravó la epidemia de fiebre amarilla que asolaba la ciudad de
Cádiz. La Regencia optó por trasladar todas las instituciones fuera de la ciudad. Las
Cortes protestaron porque creían competencia de las Cortes aprobar esto. Los diputados
que aún no habían abandonado la ciudad se reunieron de urgencia, pero finalmente las
Cortes ordinarias recién reunidas aprobaron la salida de la ciudad. H. Wellesley señaló
que los liberales perdieron con esta crisis, porque los serviles actuaron más
comedidamente y salieron reforzados de ella. 228

En medio de las discusiones sobre el cambio de gobierno o de la sede de su


residencia, continuaron los ataques que intentaban erosionar el poder de Wellington
como comandante en jefe, que se encargaba el embajador de parar y anular. Su relación
con los españoles fue cada vez más difícil al tener que salvar, por ejemplo, las
acusaciones contra los británicos que aparecieron tras el sitio de San Sebastián.

El embajador, por su parte, cada vez mantenía contactos más secretos con las
autoridades españolas y su correspondencia con Castlereagh pasó a ser dominada por
despachos secretos y confidenciales que hacían referencia a la situación política
española. Esa situación se mantuvo inestable en los primeros momentos tras la reunión
de las Cortes ordinarias, cuyas reuniones quedaron suspendidas definitivamente. Su

227
PRO FO 72/145 From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, August 19th, 1813.
228
PRO FO 72/146: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 29th,
1813.

118
reapertura se iba a producir finalmente en Madrid, y allí los liberales sabían que no
tenían tanta influencia como en Cádiz. H. Wellesley les acusó de querer movilizar a la
población en favor suyo, para sostener al gobierno que les favorecía. También les
consideraba “partido jacobino,” en un intento de resaltar su radicalidad:

“Every effort is making by the Jacobin Party, to sustain the present Government.
Several of its leaders in the late Cortes have repaired to the Capital furnished with
considerable sums of money to be employed in gaining over the mob and I am not
without anxiety on account of the activity of this Party which, if it is allowed time to
gain an ascendancy over the People, will endeavour to play the same game at Madrid
which had been found to succeed so well at Cadiz.” 229

La inestabilidad política se mantuvo con la llegada del Consejo de Regencia a


Madrid, con la voluntad de los liberales de cambiar el gobierno, y con la llegada del
duque de San Carlos a Madrid con los acuerdos firmados entre Napoleón y Fernando
VII para el fin de la guerra y para facilitar el regreso del monarca al país. H. Wellesley
sabía de los decretos de las Cortes que declaraban nulo cualquier acto de Fernando VII
mientras estuviese preso. Se añadía la voluntad de los serviles, que pretendían cambiar
tanto el gobierno como la Regencia, optando por una Regencia unipersonal, y buscaron
el apoyo del embajador británico. Sir H. Wellesley describía así las actuaciones de esos
dos grupos en aquellos momentos:

“The Jacobin Party is however making every possible exertion to sustain itself
and the Regency, and with a view of checking any violence on the part of the people
who have occasionally manifested their dislike of some of the leaders of the Jacobins,
General Villacampa, an officer entirely devoted to the Government, has been appointed
Governor of Madrid and the troops upon which he can most depend have been selected
for its garrison. (…) The opposite party, in the mean while, is confident in their strength
and has expressed their resolution to change the Government. They profess it to be their
first object to give satisfaction to the British Government and to Lord Wellington, and
then to establish a new Administration upon such principles as shall secure the future
good understanding between the two nations.” 230

En medio de esta inestabilidad política se reabrieron las Cortes ordinarias el 15


de enero. Sir Henry Wellesley asistió a las primeras sesiones de esas Cortes. El
embajador comprobó que la ya anticipada mayoría servil quedaba confirmada, y que
podían elegir a un presidente y otros cargos de esa cámara de ese signo político. Pero el
embajador señaló que la actuación de los serviles había sido incorrecta, ya que se habían

229
PRO FO 72/146. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, December 7th, 1813.
230
PRO FO 72/159. From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, January 11th, 1814.

119
perdido en detalles sin importancia, proporcionando unos motivos de ataque a los
liberales. 231

Esas Cortes, sin embargo, quedaron ocupadas por otros temas y no desarrollaron
sus tareas legislativas. El regreso del rey, anticipado por la llegada de San Carlos y de
Palafox posteriormente, era el tema que centraba el debate político por todas las
implicaciones que tenía (aceptación del nuevo orden constitucional que suponía la
pérdida de sus poderes absolutos y llegada a un país arruinado tras seis años de guerra)
y por el conflicto que podía estallar si esta aceptación no se producía. Los serviles,
además, podía utilizar su figura.

Los liberales no se esperaron encontrar el apoyo de algunos diputados serviles


para pactar las condiciones del regreso del rey. Esas condiciones no resolvían nada, al
contrario, ese tema enrarecía aún más si cabía el ambiente político español, las
relaciones entre la Regencia y los diputados a Cortes.

Sir H. Wellesley decidió en esos momentos volver a adoptar una posición de


neutralidad respecto a la situación política española, de no comprometerse ni con
liberales ni con los serviles. Ni apoyó los intentos por cambiar el gobierno de los
liberales ni los obstáculos que algunos diputados serviles querían poner. Sólo interfería
si se ponía en cuestión el mando militar de Wellington. Ese no intervencionismo
deliberado no significaba que dejase de cultivar las relaciones personales con ciertos
políticos españoles, como José Luyando, persona que ocupaba de forma interina el
cargo de ministro de Estado. Con este ministro tuvo siempre una buena sintonía
mientras ocupó ese cargo.

Avanzadas las sesiones, el embajador señaló que las discusiones estaban


subiendo de tono en las Cortes, llegando a impedir al presidente el ejercicio
constitucional de sus funciones, por la interrupción del público situado en las galerías.
En las Cortes se reflejaba todo el descontento social que recorría el país contra una
Regencia controlada por los liberales, contra los nuevos impuestos directos o contra los
nuevos cargos políticos ocupados por los liberales, permitiendo que anteriores
autoridades josefinas mantuviesen su cargo:

“The Regency is so unpopular in the interior, that much of the public discontent
may be imputed to its continuance in office, and to the consequent employment in the
Provinces of persons devoted to the Jacobin Party, and it a remarkable fact that most of
those who were distinguished for their attachment to the French, have now united
themselves to the Jacobins.” 232

231
PRO FO 72/159. From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, January 21st, 1814.
232
PRO FO 72/159: From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, March 18th, 1814.

120
El regreso del rey también preocupaba a este embajador. En sus despachos al
secretario del Foreign Office, Lord Castlereagh, se mostraba intranquilo y recomendaba
que el rey jurase la Constitución y buscase el entendimiento entre serviles y liberales
con el nombramiento para el gobierno de las personas más capacitadas de cada de uno
de los bandos. Era la mejor opción para un país al final de una guerra. Pero se podía
aventurar a pensar que el rey no actuaría así, y eso explicaba los primeros movimientos
de los liberales para evitar que el rey se negase a ello. 233

233
PRO FO 72/16: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, March 25th, 1814.

121
6. EL FINAL DE LA REVOLUCIÓN. MÁS ALLÁ DE 1814

El retorno del rey de su cautiverio francés era un acto deseado por todos, y por
eso dominó el debate político desde inicios de 1814. Unos deseaban que con su regreso
se diese el último paso para la consolidación del nuevo ordenamiento jurídico y legal
que se había construido en esos años. Otros deseaban que negase su beneplácito y que
fuese la persona que uniese a los que se oponían a todos los cambios en el orden
constitucional que se habían producido y liderase la vuelta al ordenamiento anterior, ya
fuese parcialmente reformado o no. Estas posiciones estaban claramente fijadas en las
Cortes.

Ese conflicto era previo al retorno efectivo del rey, y Sir H. Wellesley lo había
visto plantearse, desarrollarse y llegar a un punto en el que ya no se podía desactivar. Su
regreso tenía que suponer su resolución con el apoyo del soberano a uno de los dos
bandos enfrentados. El rey finalmente decidió dar su apoyo decidido a la causa servil,
desafiando el sistema político que los liberales exigían que sancionase. Así lo reflejó en
los despachos que envió al Foreign Office en los que detalló el desarrollo de ahora
conflicto entre el rey y las Cortes, que no tardaron en considerar que peligraba su
reunión. Pero si atendemos a otras opiniones, podemos detectar y afirmar que ese
conflicto también estaba presente fuera de Cádiz, y mucho antes de 1814.

Los liberales gaditanos tardaron en mostrar su preocupación por los pocos


apoyos sociales que habían conseguido reunir con su legislación. Su reforma agraria no
benefició a la gran masa campesina, lo que impidió tener apoyos en el campo,
reduciendo sus apoyos a las clases urbanas medias y profesionales liberales. No se
habían pretendido tampoco grandes cambios sociales, aunque su legislación erosionase
el poder de la aristocracia y de la Iglesia.

El poder participar en política se presentaba no como la principal aspiración de


muchas personas, sino como algo secundario para ellas. La voluntad de cambio político
no podía competir con otras necesidades más terrenales.

Por su parte, los británicos nunca pensaban en cambios sociales o económicos ni


en súbitos cambios políticos. Sus opciones gradualistas tampoco encajaban con lo que
había sucedido en España. Sí percibieron, en cambio, el poco interés que suscitaba la
legislación gaditana fuera de Cádiz. H. Wellesley lo comprendió a través de los
informes que le llegaban del interior. Excepcionalmente, no obstante, podemos acudir a
otra fuente, a las memorias de uno de esos militares que estaban luchando en España.

Robert Ballard Long era un oficial que mandó en la Península una brigada de
caballería. Participó en la campaña de 1812 en los ejércitos de Wellington, quedando
estacionado tras la entrada en Madrid varias semanas en el valle del Tajo. Allí pudo

122
conocer el impacto de la Constitución de Cádiz entre una población local alejada de
Cádiz. Este militar fue hospedado en una de las casas más importantes de la población y
entabló una cierta relación con el amo de la casa. Éste le reconocía haber leído ese texto
constitucional, pero no le veía entusiasmado. Tenía la sensación que las promesas de
libertad habían quedado diluidas, y que los sectores poderosos no compartían los
preceptos allí redactados:

“With respect to the effect to be produced by the promises of liberty held forth in
their new constitution, and by its publication, I have been rather surprised at the little
emotion betrayed on this occasion. My present host, who is a sensible man, has
elucidated the subject by a simple explanation, viz. that the more powerful part of the
nation who can read and understand the propositions, do not relish them, feudal
servility being more consonant to their wishes; that the lower orders are so ignorant
that they know not the meaning of the world liberty, and if it was susceptible of
explanation to their understandings, so confirmed are their habits of slavery and
submission to their superiors, that they would be incapable of casting them off. For
which reason says he, You will see Spaniards opening their breasts with courageous
indignation to the menacing bayonets of the Enemy, unappalled and regardless of life,
and those same men crouch to the earth with terror and servility before a countryman of
superior rank and power.” 234

Esas palabras sobre los españoles impactaron a Long. Si bien, resaltaba que los
españoles nunca se dejarían conquistar, a pesar de la dominación territorial o control
militar, no acabó de entender porqué ese mismo español que había luchado contra los
franceses sin temor a la muerte, no pondría resistencia a la opresión, o mejor dicho al
control, al que le podrían someter los estamentos privilegiados.

Esta impopularidad de la legislación gaditana fue un elemento que en otras


fuentes no se señalaba, al contrario, se reflejaba la popularidad de la misma. Pero
tenemos que ser prudentes con estas visiones. Un ejemplo son las anotaciones
autobiográficas de Sir John Bowring. No es un personaje elegido al azar, ya que se
convirtió en un arduo defensor de la causa española, se interesó por la literatura
española y fue el editor de las obras de Jeremy Bentham que trajo personalmente
traducidas durante el Trienio. Su vida continuó como político radical y embajador.

En 1813 visitó por primera vez territorio español, al desembarcar en los puertos
vascos como representante de una de las compañías comerciales británicas que llevaban
suministros a las tropas británicas. Recorrió buena parte del país, llegando a afirmar
que España estaba empezando a vivir las consecuencias positivas de la legislación
reformista que había iniciado:

234
Peninsular Cavalry General (1811-13). The Correspondence of Lieutenant-General Robert Ballard
Long. Edited with a Memoir by T. H. McGuffie. George G. Harrap and Co, London, 1951, p. 226.

123
“Every town and important village had then its piedra de la Constitucion, which
it was hoped would prove more enduring than l’arbre de la liberté in France. There
was much to gratify the friends of progress. Schools for popular instruction were
everywhere started, multitudes of newspapers were published, and a free press gave the
desirable influence to all the master-minds of Spain. The democratic constitution of
1812, which established universal male suffrage, appeared a great success.” 235

Incluso, llegó a señalar algunos de sus errores. Percibió las sensibles diferencias
provinciales que existían entre una zona y otra del país, y consideró que la
centralización y la uniformización era un error al tenerse que derogar las libertades
locales:

“It appeared to me that the great error committed by the patriots was the
attempt at centralization. The preservation of the local liberties would have been most
welcome, but those liberties were all sacrificed.” 236

Bowring señalaba como en España las tradiciones regionales estaban muy vivas
en la gente, y la Constitución no había respetados estas tradiciones. El caso de los
vascos era el más vivo pero no el único. Bowring pensaba que los vascos se hubiesen
sentido más unidos al nuevo régimen constitucional si éste hubiese respetado sus
tradiciones políticas, sus pactos con el rey, o la consideración de todos los vascos nobles
por nacimiento. 237

El problema de las observaciones de Bowring es su alejamiento en el tiempo.


Mientras que Long las escribía en 1812, Bowring las redactaba muchos años después, y
el paso del tiempo podía variar sus percepciones o adornar aquellos momentos que
vivió, porque esa supuesta popularidad de la Constitución en las provincias vascas no
encaja con las otras visiones. Por su parte, las palabras de Long seguirían la línea
marcada por el embajador en sus despachos, de impopularidad de esa legislación y de
no coincidencia con aquello que pensaba la mayoría de la población. Esos dos motivos
no habrían desparecido en 1814 y coincidirían con parte de las justificaciones que dio el
rey para disolver las Cortes y derogar la legislación gaditana.

235
Lewin B. Bowring. (ed.), Autobiographical recollections of Sir John Bowring, London, 1877, p. 101.
236
Íbidem.
237
Para ampliar sobre esta interesante figura, sobre sus otros viajes a España o su carrera política, me
tengo que remitir a G. F. Barle, An Old Radical and His Brood. A portrait of Sir John Bowring and his
family, based mainly on the correspondence of Bowring and his son, Frederick Bowring. Janus
Publishing Co, London, 1994; R. Hitchscock, “John Bowring, Hispanist and translator of Spanish Poetry”
en J. Younings (ed.) Sir John Bowring, 1792-1872: Aspects of his Life and Career, Exeter, 1993, pp. 43-
53. G. F. Bartle, “John Bowring: A Study of the relationship between Jeremy Bentham and the editor of
his ‘Collected Works,’ en Bulletin of the Institute of Historical Research, University of London, XXXVI,
Nº93, 1993, pp. 27-35.

124
El regreso del rey tenía que poner un punto y final simbólico a la guerra, y
resolver el conflicto planteado. El embajador británico, Sir H. Wellesley, siguió muy de
cerca sus pasos y no se le pasaron inadvertidos algunos detalles. La comitiva del rey
había entrado por Cataluña y no por Irún, desde donde pudiera haber seguido una ruta
más directa hacia Madrid.

La situación en la capital quedaba a la espera de los pasos dados por el rey,


aunque los liberales ya habían comenzado a barajar todas las posibilidades. La
posibilidad de un enfrentamiento abierto podía convertirse en una realidad. El General
Samuel F. Whittingham, señalaba que esas disputas podían degenerar rápidamente en
una guerra civil:

“I fear much that disputes will occur between the King and the Cortes, which
may lead to a civil war: or at least to differences, which the Corsican may know too
well how to avail himself of. All will depend upon the class of men in whom the King
may place his confidence, God grant that he may choose well.” 238

Si H. Wellesley recomendaba que el rey debía prestar juramento a la


Constitución, aunque no nos aclaró si expresó esta opinión a alguna de las autoridades
españoles, a aquellos como José Palafox más próximos al rey. Se sintió más preocupado
al conocer la noticia que generales británicos estaban junto a las tropas que
acompañaban al rey por su periplo por tierras españolas.

Fernando VII, había decidido no ir directamente a Madrid. Desde Barcelona


siguió su camino hasta Zaragoza. En esa ciudad el rey conoció a Whittingham. El oficial
británico explicó su encuentro en una carta a un familiar. La entrada en la capital
aragonesa fue triunfal, y dejó muy clara su actitud hacia las Cortes. Su rechazo era
completo, aunque siempre se justificaría diciendo que había hecho ese viaje para
conocer la opinión real de sus súbditos sobre el texto constitucional. Whittingham
señalaba que no hizo ninguna declaración favorable a ese texto y que esos comentarios
no hacían más que aumentar su popularidad entre el pueblo:

“But if the marks of joy and exultation were strong beyond measure at the
King’s return the expressions of dislike and detestation of the Constitution were not less
general and strong; and His Majesty, from his entrance into Aragon till his arrival at
Madrid, never heard any language that could induce him for a moment to believe that
the Constitution had merited the approbation of his subjects.” 239

238
Samuel F. Whittingham, A Memoir of the Services…, p. 229.
239
S. F. Whittingham, op. cit, p. 230. [“Major-General Whittingham to his Brother-in-law, Richard Hart
Davis, M.P. by Bristol, Madrid, 21st May, 1814.”]

125
Al contrario, Whittingham señalaba que las Cortes habían atacado todos los
estamentos de las clases respetables del país, y que habían dado muestra de su
desconocimiento especialmente en el terreno fiscal al introducir una contribución única,
parecida a la income tax británica con la que este general no estaría muy conforme, y
que iba a tener unos efectos devastadores sobre los campesinos:

“In the fury of their republican zeal, the rulers of the Cortes has attacked,
openly in the most violent manner, the nobility, the clergy, and the army; and
consequently had made the whole of these respectable classes their enemies. They had
also, in the plenitude of their financial ignorance, done away with all the old duties, and
revenues of Spain; and established, in stead, what they called ‘la contribución única y
directa’; a tax exactly similar to our income tax. You will recollect with what reluctance
this tax was admitted in England, although England from her commerce, interior and
exterior, has so larger a circulating medium, that disbursements must be to her,
compared with Spain, of little burden! You will easily, therefore, conceive the effect of
such a tax on the Spanish peasantry, and to an extent sufficient to meet the whole
expenditure of government.” 240

Fernando VII siempre alabó esas tropas por su disciplina y su disposición. Al


embajador, sin embargó, no le gustó que militares británicos intervienesen en los
asuntos internos españoles, y la presencia de Whittingham en la entrada del rey en
Zaragoza le incomodó. El propio embajador decidió negociar directamente con el rey y
se dirigió hacia Valencia en los primeros días de abril, ciudad hacia la que también se
dirigía el rey. Fue testigo del efusivo recibimiento que la población valenciana dispuso a
la llegada del rey el día 16.

En esa ciudad el embajador fue recibido por el rey en que reconoció los
esfuerzos realizados por los británicos durante la guerra. A Valencia también se
acercaron el Ministro de Estado, Luyando, y el presidente del Consejo de Regencia, el
Cardenal Borbón. El rey les manifestó su disposición a no respetar ni la Constitución,
ni las decisiones del Consejo de Regencia ni los decretos de las Cortes que exigían el
juramento de la Constitución.

En Valencia se estaba gestando el golpe de Estado que iba a acabar con el


régimen liberal, ya que el rey buscó la complicidad del pueblo y el apoyo directo de
generales como Elío, que reforzaban a aquellos personajes como el duque de San Carlos
que formaban parte de su círculo más íntimo. Esa actitud desafiante legitimaba a las
Cortes a adoptar las medidas defensivas necesarias.

240
Íbidem, pp. 231-232.

126
Pero, los generales que apoyaban al rey pensaban que las Cortes no les podrían
presentar ninguna oposición efectiva. La situación era muy comprometedora, porque la
tensión entre ambos bandos había estallado plenamente, y había dejado en una posición
difícil, si no aislada, a sir H. Wellesley. Su poder de influencia era casi nulo, ya que
Fernando VII y sus apoyos, aunque lo habían tratado cordialmente, lo tenían casi por un
enemigo, por alguien adverso a los pasos que estaban dando. Sir H Wellesley siguió la
línea de no comprometerse con ninguno de los dos bandos, siempre muy atento a los
movimientos del rey. Sin embargo, al ser una situación tan extremadamente complicada,
necesitó pedir urgentemente el envío de instrucciones del gobierno. 241

Una de las justificaciones que dio el monarca para actuar de este modo fue el
amplio rechazo a la Constitución y a todo el nuevo régimen. Tras su entrada en tierras
españolas, se había mostrado favorable a jurar ese texto, pero al conocer el rechazo que
suscitaba entre el pueblo su deber como monarca era derrocar las Cortes y derogar la
Constitución. Cuando regresó a Madrid, el duque de San Carlos le aseguró que las
Cortes serían finalmente convocadas, con una representación adecuada de la nobleza y
del clero, para consolidar la nueva situación política:

“The Duke of San Carlos said that the new Constitution would be such as would
do justice to the liberal ideas of the king, and would not fail to meet the wishes of the
people. That none of the institutions which were oppressive or odious to the people
would be restored, and that another Legislative Body would be established to be elected
from the nobility and the higher orders of the Clergy.”

El embajador se mostraba muy pesimista porque ya no escondían sus intenciones


de un acto de fuerza que cambiase la situación. Las promesas que había recibido eran
vagas y no le podían contentar. El rey llegó a buscar el apoyo tanto del embajador como
de Wellington, pero el embajador recordó su posición de neutralidad en los asuntos
internos y que su hermano se encontraba en Francia tras el final de la guerra. 242

El momento decisivo se produjo con el golpe de estado del 4 de mayo que


suponía tanto el principio del fin de la experiencia liberal como la restauración del
absolutismo y del Antiguo Régimen. En la ciudad de Valencia el General Elío, capitán
general de esa provincia y comandante del segundo Ejército, protagonizaba un golpe,
mientras que en Madrid el general Eguía iniciaba la detención de muchos liberales en la
noche del 10 al 11 de mayo. El primer acto fue publicar un decreto en que se declaraban
nulas todas las medidas de las Cortes. Suponía el final legal de la Revolución y del
régimen liberal que no había conseguido desarrollarse.

241
PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Valencia, April 19th, 1814.
242
PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Valencia, April 24th, 1814. Es el
ultimo despacho que el envía el embajador antes del golpe de Estado.

127
Los británicos tuvieron un papel ambiguo en todos estos hechos. El General
Whittingham participó activamente en este golpe de estado. Esa actitud iba en contra del
posicionamiento que había defendido durante esos días el embajador. Tras el
pronunciamiento, y fracasadas las primeras negociaciones con el nuevo ministro de
Estado, el duque de San Carlos, sólo lamentó la participación de Whittingham en esos
hechos.

El editor del volumen de las memorias de Whittingham, su hijo Ferdinand, se


preguntó si su padre erró en su apoyo decidido al soberano. Sólo recuerda tanto la
popularidad del monarca, la poca movilización popular que suscitó su detención, y el
apoyo de Wellington a estos hechos. Su padre nunca dudó del apoyo prestado.

En sus impresiones autobiográficas Whittingham intentó limitar su participación


en el golpe y justificar su apoyo por los motivos ya señalados. Intentó alejarse de los
hechos que se produjeron después. Comentaba que la Constitución tenía elementos
positivos, y otros que se tenían que reformar. Pensaba que el rey tenía primero
agradecer a las Cortes los servicios prestados, y después hacer pública su intención de
convocar las Cortes a la antigua usanza, y de disolver las Cortes de aquel momento. 243

La figura de Whittingham ha sido ampliamente descuidada por la historiografía


española, como señaló Leopoldo Stampa Piñeiro, por este apoyo a Fernando VII. Este
militar mantuvo la relación con España hasta 1819, tras ocupar durante tres años el
cargo de agregado militar de la embajada británica. En ese periodo pudo ver las
consecuencias de la restauración del absolutismo. Whittingham fue consecuente con la
lealtad al rey que había declarado, pero aunque no podía esperar los acontecimientos
posteriores, sí era responsable de los actos en los que participó. Si Stampa piensa que su
ingenuidad fue su principal error, podemos añadir otro: su conocimiento de la realidad
española durante esos años, a pesar de estar en el país desde 1808, era deficiente, porque
había unas diferencias marcadas entre las posiciones de los serviles y los liberales. 244

Whittingham, y los protagonistas del golpe de estado podían creer que contaban
con el apoyo de Wellington, pero el comandante británico procuró no expresar nada que
contradijese la posición planteada por su hermano embajador. Wellington no apoyaba el
absolutismo, porque no encajaba con sus ideas políticas plenamente tories, pero
tampoco comulgaba con lo aprobado en Cádiz. Como comandante en jefe de las tropas
españolas, siguió con atención los acontecimientos, la participación militar en los
hechos, y la reacción de aquellos oficiales que habían servido bajo su mando y que se

243
S. F. Whittingham, op. cit., pp. 243-248. En este volumen estas impresiones aparecen bajo el título de
Recollections.
244
Leopoldo Stampa Piñeiro: “El General Whittingham: La Lucha Olvidada (1808-1814)”, en Revista de
Historia Militar, Nº83, 1997. pp. 145-147.

128
encontraban en España. Había conseguido apartar a los oficiales españoles que le habían
acompañado a Francia de las preocupaciones de los asuntos domésticos.

El último paso que acabó de imponer el cambio era el regreso del rey a Madrid,
que se produjo a mediados del mes de mayo en medio del entusiasmo popular. El 11 de
mayo se encontraba el soberano con su cortejo en Aranjuez, donde permaneció un día y
desde donde se dirigió hacia Madrid en medio de caminos llenos de los habitantes de las
poblaciones cercanas que mostraban abiertamente su alegría por su vuelta. La entrada
en Madrid aún era más extraordinaria, con toda la población en la calle expresando sus
sentimientos por el regreso del legítimo soberano:

“The manner which the King was received surpassed the expectations of those
who were best acquainted with the loyalty of the Inhabitants of this city and who had
witnessed the joy which had been excited by the intelligence of his arrival upon the
Frontier. In the course of his progress to the Capital, as well as in his receptions
yesterday, the most gratifying proofs have been afforded to the Majesty that his long
captivity and the miseries to which the Country has been exposed during the period of
its usurpation by the French have abated nothing of the affectionate attachment of the
admirable People tot heir lawful Sovereign.” 245

Y en esos días se produjeron todos los cambios políticos e institucionales que


ese regreso implicaba. En Madrid se habían cerrado las Cortes, acusándolas de haberse
reunido de forma ilegal y se había derogado toda la legislación que habían aprobado.
Los líderes habían sido detenidos y encarcelados, y sólo unos pocos habían conseguido
escapar iniciado el camino del exilio. Otras autoridades políticas madrileñas también
habían sido detenidas, mientras que a los miembros del último de Consejo de Regencia
se les había obligado a marchar a su último destino, es decir, el Cardenal Borbón pudo
volver a Toledo, Agar a El Ferrol y Ciscar a Cartagena. Estos dos regentes fueron
juzgados finalmente en diciembre de 1815, cuando fueron declarados culpables y el rey
les impuso la pena del destierro.

Esas actuaciones también se habían iniciado en las provincias con la detención o


sustitución de todas las autoridades nombradas por las Cortes o la Regencia. Sir John
Hunter, uno de los agentes británicos que estuvieron en España durante en la guerra y
que se dirigía a la capital para ocupar el cargo de cónsul general para el que había sido
recientemente nombrado, estaba en La Coruña cuando llegaron las noticias de esos
cambios y observó las celebraciones de la ciudad por el regreso del rey. 246 H. Wellesley
confirmaba las pocas resistencias que hallaron en las provincias. Los cambios afectaban
al gobierno con el nombramiento de nuevos ministros.

245
PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, May 15th, 1814.
246
PRO FO 72/162: From Sir John Hunter to William Hamilton, Corunna 17th May 1814.

129
Todos esos cambios suponían una vuelta inicial a antes de 1808. H. Wellesley
siempre pensó que el rey actuó imprudentemente y mal aconsejado, y por eso
permaneció expectante a la espera de sus pasos. Las promesas de libertad del soberano a
sus súbditos las consideró vagas y poco creíbles, al igual que las de un gobierno
moderado. No encajaban con el propósito que había tenido el golpe de Estado, que no
olvidaba que había derrocado unas instituciones legalmente reunidas, por mucho que el
rey declarase ilegal su reunión.

Otra de las promesas iniciales del rey era la reunión de unas nuevas Cortes, pero
bajo los antiguos usos de las Cortes castellanas. No se planteaba la adaptación a las
nuevas circunstancias ni que ello implicase reformas profundas de la estructura del país.
Esa promesa nunca la realizaría, y el propio embajador tuvo que reconocer ya en 1815
que esa nueva reunión nunca se iba a producir.

Hubo otra visión de las primeras semanas en España tras la restauración


fernandina, la de Wellington. Cuando se produjo el golpe de Estado se encontraba en
Francia, y conociendo las primeras noticias y las primeras decisiones de las nuevas
autoridades españolas, tomó las decisiones oportunas para mantener inactivas las tropas
españolas bajo su mando. Por último, decidió ir a España, estando en Madrid entre el 25
de mayo y el 2 de junio.

Sus recomendaciones las expresó en un memorándum que presentó al rey. En el


terreno militar aconsejaba la retirada de las tropas españolas bajo su mando que
ocupaban territorio francés y la no exigencia de compensaciones territoriales.
Políticamente optaba por un gobierno moderado y la redacción de una nueva
Constitución. En política exterior recomendaba el mantenimiento de la alianza con Gran
Bretaña y la no renovación de los Pactos de Familia con Francia. Señalaba además que
España se tenía que centrar en resolver el tema colonial, recuperar su comercio y su
sistema financiero y recuperar la confianza internacional en el gobierno español. Estos
consejos, bastante prudentes, no fueron atendidos por el rey. Finalmente, el 13 de junio
de 1814 dimitió del cargo, sin grandes estridencias, una vez que había vuelto ya a
territorio francés. 247

La restauración tuvo otra cara que los británicos no dejaron de señalar al saber
rápidamente de la detención de los liberales por toda España. La represión contra los
liberales empezaba de forma muy dura con detenciones arbitrarias, encarcelamientos o
el exilio de aquellos que habían conseguido escapar. Esos actos fueron vistos por los

247
“From Wellington to the Duque of San Carlos, Mondragon, 21st May, 1814, pp. 25-26”;
Memorandum to the king,” WD, Vol. 12th, pp. 40-45; “From Wellington to H. C. M, the King of Spain, à
Bordeaux, ce 13 Juin, 1814”, op. cit. pp. 57-58; “From Wellington to His Excellency the Minister of the
War, Madrid, à Bordeaux, ce 13 Juin, 1814”, op. cit. p. 58;

130
británicos como unos actos crueles y llenos de resentimiento por parte de un rey, que así
recompensaba a aquellos que lo habían defendido fervorosamente en el bando patriota.

Esta situación causó una honda preocupación en Inglaterra, no olvidándose


fácilmente. 248 Condujo que dos hombres tan distintos en su ideología como Wellington
y Holland tuviesen la misma reacción e intentasen interferir para pedir la liberación de
diferentes personajes.

Wellington era el único de los dos que había tenido un contacto directo con la
realidad española de esas semanas. En Madrid pudo comprobar tanto la popularidad de
la detención de los liberales, hecho que no le sorprendía, como intuir futuras intenciones
del soberano:

“You will have heard of the extraordinary occurrences here, though not
probable with surprise. Nothing can be more popular than the King and his measures,
as far as they have gone to the overthrow to the Constitution. The imprisonment of the
Liberales is thought by some, I believe with justice, unnecessary, and it is certainly
highly impolitic, but it is liked by the people at large.

Since the great act of vigour which has placed Ferdinand on the throne,
unshackled by constitution, nothing of any kind has been done, either for the formation
of a new system, or for other purpose, and, as far as I can judge, it is not intended to do
any thing.” 249

Tras el golpe de estado, su principal preocupación había sido la reacción de los


generales que había habido a su mando, su posicionamiento político. Una de sus últimas
actuaciones antes de dimitir fue pedir el ascenso para el general Miguel R. Álava como
recompensa a sus servicios. Así describía su lucha junto a él en los cuarteles generales
británicos:

“This officer has for the last four years been employed at the British head
quarters, as an agent on the part of the Spanish Government; and I am happy to have to
report that he has not only performed his duty by his own Government in a manner
highly meritorious and deserving their approbation; but that, by this conduct, he has
conciliated the regard of myself, and of all the principal officers of the army, and the
good will of all.

248
En una moción presentada en el parlamento en febrero de 1816 por el parlamentario Henry Brougham
se llegó a pedir que el rey intercediera ante Fernando VII para la liberación de estos presos. La moción
fue finalmente rechazada. En PD, Vol. XXXII, pp. 578 – 618.
249
“From Wellington, to Sir Charles Stuart, Madrid, 25th May, 1814,” WD, Vol. XII, p. 27

131
He has been present nearly in every action of the war, and has been twice
wounded; and in every situation has been a credit to the Government which employed
him, and to the country to which he belonged.” 250

Las circunstancias políticas habían cambiado radicalmente, pero el general


Álava no era un general que pudiese ser acusado de simpatías liberales. Su detención
preocupó a Wellington, pero la tenemos que relacionar con los conflictos en las
instituciones alavesas tras la restauración del Antiguo Régimen. Absuelto, Álava
participó en la batalla de Waterloo al formar parte de los cuarteles generales de
Wellington. 251

Sir H. Wellesley protagonizó un caso parecido. Como embajador no sólo


informó de las detenciones, sino que discutió el tema oficialmente con el duque de San
Carlos, quien le aseguró que esos detenidos iban a ser juzgados legalmente. El
embajador lamentó la detención de José Luyando, el último ministro de Estado previo al
cambio de gobierno. Ese ministro había sido siempre receptivo a las opiniones del
embajador, que había tenido en cuenta esto.

Su interés por Luyando se lo expresó a San Carlos, que le respondió que no


podían atender peticiones personales y que esa detención había sido necesaria para
evitar que fuera víctima de la furia del pueblo. El embajador defendió a Luyando,
exponiendo que se trataba de un simple capitán de fragata puesto en un lugar que no le
era adecuado, pero había sido conducido detenido desde Valencia a Cartagena.
Esperaba que el rey fuese clemente y volviese a recuperar la confianza en él. 252

Pero fue Holland quien mostró mayor preocupación por las detenciones
ocurridas en España tras el golpe de estado, y se convirtió en el principal valedor de los
liberales españoles. A lo largo de toda la guerra se había interesado por los asuntos
españoles y no fue menos en 1814. Le entristeció la detención de liberales como Manuel
Quintana, que le preocupó especialmente, y de otros personajes, a quienes había
conocido en sus viajes por España. Esa preocupación se reflejó en su correspondencia,
pues en las cartas que trataban los asuntos españoles durante esos meses predominaba el
pesimismo y el tono grave.

250
“From Wellington to his Excellency the Minister at War, Madrid, Bordeaux, 13th June, 1814”, WD, pp.
58-59.
251
Esta preocupación en 1814 quedó reflejada en una carta que envió a Fernando VII personalmente, y
que hemos encontrado una copia en los Holland House Papers: BL. Holland House Papers, Add. Mss.
“Wellington à sa majesté, Paris, 22 Octobre, 1814”. Sobre Álava, Holland también le dedica unas páginas
en Foreign Reminiscences, pp. 156-159.
252
PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, May 15th, 1814. Envió
adjunto un documento titulado “List of Persons arrested at Madrid on the 10th and the 11th May 1814,”
en que figuraban nombres como Muñoz Torrero, Argüelles, Canga Argüelles, Villanueva, o Martínez de
la Rosa.

132
Holland intentó interferir ante las autoridades españoles para liberar a sus
amigos españoles o presionar para que mejorasen sus condiciones de encarcelamiento.
No dudó en acudir a sus amistades que habían apoyado a los serviles como el duque del
Infantado. Lo consideraba su amigo, y en el tiempo que fue embajador fue recibido muy
cordialmente en la Holland House. Lord Holland esperaba que pudiese obtener algún
resultado a través de esa influencia. Pidió específicamente que se le permitiese
abandonar a Quintana el país, aunque era una medida arriesgada:

“Mais aujourd’hui, mon cher Duc, je vous conjure au nom de notre longue
amitié de vous interférer pour mes amis intimes pour des hommes dignes d’une autre
sort pour des particuliers… mais qui n’ont commis aucun crime que celui d’avoir voulu
servir leur patrie.” 253

Holland recordaba su compromiso desde el primer momento con la causa


patriota, y calificaba la actitud del rey de desagradecida y vengativa. Infantado
respondió que no podía hacer nada al respecto. La amistad y la correspondencia entre
ambos quedaron truncadas tras esa carta.

El tema del encarcelamiento de esos políticos liberales y de las duras


condiciones en que vivieron reaparecieron años más tarde en sus memorias, en las que
describía sus impresiones sobre esas detenciones y las visiones que le habían llegado.
Todo configuraba un panorama muy sombrío y desolador:

“He [en este caso, Argüelles] was afterwards exposed to the severer trials of
adversity; and, notwithstanding his delicate health, he bore the sufferings which the
inhuman and ungrateful Ferdinand inflicted on his benefactors and supporters, with
equanimity and fortitude. For eighteen months was he immured in the unwholesome
atmosphere of a prison, within the guard-house of Madrid, deprived of books, pen and
ink, and nearly of light, and debarred from all intercourse but with his gaolers;
unconscious of all that was passing about him except the riot and drunkenness of the
soldiery, the occasional remonstrances of his fellow-sufferers, Martinez de la Rosa and
Manuel Quintana, who were the tenants of similar adjoining rooms, and one occasions
the festivities of the King himself, who had the brutality to give a banquet over the
dungeons, or at least within the hearing of the victims of his cruelty. Arguelles was
afterwards removed to a fortress on the coast of Africa, Melilla. The comparative
mildness of his treatment there was to be attributed to the sympathy of the garrison, the
humanity of the governor, and the intercession of his friends, not to any remorse in
Ferdinand.” 254

253
BL, Holland House Papers, Add. Mss.51622. Holland à Infantado, Holland House, 24 Juin, 1814.
254
Lord Holland, Foreign Reminiscences, pp. 149 – 150.

133
El tema de los detenidos españoles llegó al Parlamento británico en diferentes
ocasiones. La primera discusión se produjo en la sesión de 1815. El cónsul británico en
Cádiz, sir James Duff, había informado a las autoridades gibraltareñas de la llegada de
cuatro liberales españoles destacados, pero el gobernador de la plaza tendría que decidir
sobre su residencia. Estos cuatro personajes eran, en concreto, el capitán Correa,
Antonio Puigblanch, autor del texto La Inquisición sin máscara, Miguel Cabrera, autor
de artículos en Duende de los Cafés, y otro personaje, del que solamente nos daban el
apellido, López, pero que también escribía artículos en ese diario gaditano y en
similares. 255 El gobernador de Gibraltar había decidido entregar a las autoridades
españolas esas cuatro personas, que se habían refugiado en aquella plaza, con la excusa
de haber entrado ilegalmente, bajo la aplicación de la Aliens Act.

Ese asunto provocó que el diputado whig Samuel Whitbread, presentase una
moción contra el gobierno, responsabilizándolo de la actuación de sus funcionarios.
Whitbread acusó a Duff, y al general Smith, gobernador de la plaza de Gibraltar, de
incumplir la ley, lo que precipitó la devolución de esos cuatro personajes a territorio
español. Esa moción parlamentaria y el debate generado en torno a ese tema, reflejó el
interés que suscitó en Gran Bretaña, vehiculado por un destacable rechazo a los
comportamientos arbitrarios que hubo tras la restauración absolutista, aunque la moción
fue finalmente rechazada. 256

Esta moción fue seguida de otras, en que se pedía la intercesión real por esos
encarcelados. H. Brougham, un joven diputado whig, próximo al círculo de los Holland,
presentaba en febrero de 1816 otra moción al respecto en la House of Commons. En ella
ese diputado recordaba la actuación del rey, la participación de generales británicos, la
posibilidad que se hubiesen utilizado los subsidios británicos en el golpe de Estado, o el
duro confinamiento de los detenidos. Castlereagh fue el miembro del gobierno que a ese
diputado, quien en ningún momento quiso excusar la actuación de Fernando VII, de
quien afirmó que el derrocamiento de las Cortes era uno de sus objetivos nada más
entrar en territorio español, pero sí intentó limitar las responsabilidades británicas.
Acusó a las Cortes de haber desarrollado una legislación jacobina que habría legitimado
al rey a actuar, y justificó los subsidios españoles, negando el uso expuesto por H.
Brougham. Por último, añadió que las Cortes estaban dispuestas a quitar el mando de
las tropas a Wellington. Brougham y los diputados que le apoyaron, replicaron
señalando que ese comandante era un ejemplo de intervención ante las autoridades
españolas para liberar a uno de los detenidos, y que las autoridades británicas podían

255
PRO FO 72/162. From Sir James Duff to John Stedman, Esquire, Secretary at Gibraltar, Cadiz, 16th
May 1814. En esta caja encontramos toda la correspondencia de Duff y las autoridades españolas.
256
“Mr. Whitbread’s Motion for an Address respecting certain Spanish Subjects sent from Gibraltar to
Cadiz, March 1st 1815”, PD, vol. XXIX, pp. 1126-1166.

134
haber presionado en ese tema en posteriores negociaciones. La moción fue finalmente
rechazada. 257

El proceso legal contra los detenidos fue largo, ya que no había formalmente
leyes que cubriesen sus supuestos delitos. A su vez, Henry Wellesley informó de lo
siguiente:

“…because I have learnt from a confidential source that an official report had
been made directly to the King without the knowledge of the Ministers by Mr Arias
Prado, President of the Criminal Chamber of the Council of Castille, declaring that
after due examination, no crime could be alleged against the persons arrested upon
which they could be legally arraigned, and recommending therefore that His Majesty
should order them to be set at liberty.” 258

Fernando VII resolvió el tema personalmente con el decreto del 15 de diciembre


de 1815. 259 Por aquellas fechas, ya se habían producido todos los cambios que
restauraban su poder absoluto y el organigrama institucional de la Monarquía
incluyendo el Consejo de Castilla presidido por el duque del Infantado, y el Tribunal de
la Inquisición, que se restauró por real decreto el 22 de julio. Esta última decisión sirvió
al embajador para señalar la debilidad personal del monarca, que se dejó convencer por
los partidarios de la restauración de esa institución, a pesar de estar inicialmente en
contra y del revuelo popular que había tras conocerse el rumor de esa noticia. 260

El rey había resuelto definitivamente el conflicto político que atravesó la España


de la Guerra de Independencia. Su opción había sido restaurar la monarquía absoluta,
una vuelta a la situación anterior a 1808. Fernando VII, con todos sus apoyos y
complicidades, acabó con la primera experiencia liberal española. Sin embargo, había
abierto una nueva etapa con su acción. Había proporcionado a los liberales su nueva
arma: el pronunciamiento. Iban a utilizar la experiencia militar y política conseguida
durante los años de la guerra para recuperar el poder mediante esa acción. Los primeros
pronunciamientos ya se produjeron en 1814. En 1820 ocurrió el pronunciamiento
victorioso, que dio paso al Trienio Liberal, acabando con la primera restauración
fernandina.

Esta nueva etapa también significó un cambio en la relaciones entre españoles y


británicos. Diplomáticamente, pasaron de ser aliados a una posición más distante y
reservada. Sir H. Wellesley tuvo que adaptarse a las nuevas autoridades españolas y los
problemas no tardaron en llegar, ya que el embajador encontró unas autoridades poco
257
“Mr Brougham’s Motion relating to Spain,” PD, Vol. XXXII, pp. 578 – 618.
258
PRO FO 72/160, From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, August 25th, 1814.
259
Artola, Miguel, Los Orígenes de la España Contemporánea, Instituto de Estudios Políticos, Madrid,
1959, p. 638.
260
PRO FO 72/160: From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, July 6th, 1814

135
receptivas. Su correspondencia diplomática se convierte en la principal fuente
documental para estudiar la relación de ambas Monarquías durante esos seis años. Fue
un periodo más oscuro, con contactos muy limitados, ya fuese por la falta de viajeros
británicos en esos años por España, o por la poca presencia de españoles refugiados en
Gran Bretaña, si lo comparamos con el número de exiliados que hubo durante la
segunda restauración absolutista tras el fracaso del Trienio. Suponía un nuevo
acercamiento entre ambos países, un acercamiento británico a la causa española. Pero
muchas cosas habían cambiado.

Este nuevo orden de cosas produjo otro cambio respecto a España, la vuelta a la
popularidad de la causa española. Ahora ya no se luchaba contra un invasor extranjero
sino que la lucha por sus libertades se libraba contra un monarca absoluto y sus apoyos
que habían dado ese golpe para eliminarlas. Era el nuevo tirano. Eso introducía un
elemento diferenciador con la guerra, que convertía la causa española en respetable,
romántica, heroica, revolucionaria o rechazable según la óptica que se mirase. Muchos
de los que ya habían apoyado a los españoles durante la guerra mantuvieron ese apoyo,
y otros lo recuperaron por esa diferencia, que había renovado el interés.

Una carta con la que finalizaremos este capítulo sirve de ejemplo para unir estas
dos posturas. La enviaba desde Lisboa Lord John Russell, ya diputado por Tavistock y
que regresaba de un viaje por tierras italianas, llegando a visitar la isla de Elba donde se
entrevistó con Napoleón Bonaparte, a Francis Horner. Russell le contaba las noticias
que le llegaban de España y de forma un poco ingenua reflejaba sus esperanzas por el
pronto éxito de esa causa que tanto había amado y que corría momentos difíciles:

“I can give you but little news from this place of the state of Spain … All letters
are opened, but persons here have got accounts by the hands of peasants that the party
of the Cortes is formidable and may be expected to succeed.” 261

261
“Russell to Francis Horner, Lisbon, October 28, 1814”, Rollo Russell (ed.), Early Correspondence of
Lord John Russell, 1805-1840. Vol.1, T Fisher Unwin, 1913, p. 180.

136
7. CONCLUSIONES

A lo largo de toda esta investigación, hemos pretendido acercar la visión que se


desprende de las fuentes británicas de todo el proceso de trasformación política, legal e
institucional que se desarrolló en España, coincidiendo con la guerra de Independencia.
Nunca hemos de perder de vista esta doble situación y que esta investigación es una
construcción parcial del pasado ya que los británicos no siempre fueron conscientes que
esos cambios que observaban, iban a conformar todo un proceso revolucionario.

Los británicos se sintieron poderosamente atraídos por la causa española nada


más conocer el estallido de la insurrección española, tanto por motivos personales como
por las ventajas militares que podía suponer para su país. Para algunos, la guerra contra
el invasor era el objetivo de esa causa, aunque otros pensaban de una forma menos
tangible, pensando que el objetivo era la defensa de las libertades en España y que eso
podía dar paso a trasformaciones políticas. Otras opiniones no olvidaron la situación de
vacío de poder que había habido en España, así como la temporalidad de sus
autoridades políticas, y expusieron el temor a cualquier radicalización jacobina en
España. No obstante, se asentó un compromiso que perduró a lo largo de los seis años a
pesar de las difíciles relaciones entre ambos aliados.

Esos momentos iniciales son fundamentales porque fueron momentos confusos


que permiten diferentes lecturas historiográficas. En aquellos momentos podían dudar si
vivían una situación revolucionaria, ya que el poder pasa de estar en manos de un
monarca a ser recogido por las Juntas a pesar que sus miembros fuesen la mayoría de las
clases dirigentes tradicionales. Sin embargo, su planteamiento era novedoso, pues
incluía prerrogativas que nunca habían tenido instituciones similares.

La marcha de la guerra y la sensación de que los españoles estaban más


preocupados por los cambios políticos que por derrotar al enemigo napoleónico causó
intranquilidad entre los británicos. El apoyo a la causa española estuvo lleno de
altibajos, con momentos de gran entusiasmo en 1808, de decepción como tras el regreso
a casa en 1809 de las tropas o de sentimientos más indiferentes en los últimos años de
campaña.

Los militares no se mantuvieron al margen de esos sentimientos, ya que vivieron


en primera persona el fracaso o el éxito de esa causa, siempre atribuido a su relación
con los españoles. W. Surtees fue un militar que participó en las campañas de Moore y
en cuyas memorias reflejó el engaño que sentían por no encontrarse con un pueblo
dispuesto a colaborar y el alivio por marcharse de ese país, todo mezclado con la
añoranza de volver a su patria:

137
“… to transport us to our native land, a place we sorely longed for, as we had
often contrasted the happiness and security and comfort of our friends at home, with the
poverty and misery we had lately witnessed in the country we were leaving; and this no
doubt increased our anxiety for the change.” 262

Desde esos momentos, y hasta el final de la guerra, las opiniones británicas más
entendidas no dudaron en afirmar que los españoles se habían equivocado en su orden
de prioridades y que sus sugerencias para esos momentos tan delicados no fueron
atendidas, ni las medidas que urgían fueron puestas en práctica de forma inmediata.

Aunque lord Holland y los otros observadores británicos no negaban a los


españoles la posibilidad de realizar cambios políticos o institucionales, que asegurasen
la instalación de un régimen de libertades en el país, creían que en un primer momento
se tenían que limitar a los abusos generados por la monarquía borbónica o a impulsar
una administración más eficiente. Dudaban que el momento que vivían fuese el más
adecuado para impulsar y desarrollar un amplio programa reformista o revolucionario,
porque su prioridad tenía que ser la guerra.

Esta equivocación de prioridades enlaza con su visión de las decisiones políticas


y de las medidas que tomaron los españoles durante esos años, porque ese orden de
prioridades suponía tomar una dirección con muchas implicaciones. Desde una óptica
británica sus decisiones fueron desacertadas o tardíamente tomadas, lo que redundaba
en el debilitamiento de la posición de los españoles frente al invasor.

Los comentaristas británicos pensaron que sus decisiones se tenían que centrar
en el terreno militar, en una mejor gestión del esfuerzo bélico. Una reorganización más
racional de las tropas o la creación de toda una red de depósitos para almacenar los
recursos incidirían en el desarrollo de la guerra, facilitando las relaciones con los
británicos y eliminando los problemas habidos en las diferentes campañas.

Justamente las decisiones más urgentes en el terreno militar fueron las que se
tomaron más tardíamente, como un reflejo de las suspicacias que siempre hubo entre
ambos aliados. Eran decisiones militares, pero poseían una carga política innegable.
Ocurrió con simples decisiones de gran calado como que una guarnición británica se
instalase en Cádiz y pasó con el nombramiento de un comandante en jefe de las tropas
españolas. Los observadores británicos insistieron en la necesidad de ese
nombramiento, pero muchos comprendieron que las autoridades políticas no querían dar

262
William Surtees, Twenty-Five Years in the Rifle Brigade, Mechanicsburg, Pennsylvania, Napoleonic
Library, Greenhill Books, 1996, p. 95. El original es de 1833. Surtees formó parte en esta campaña de los
regimientos al mando del General Robert Craufurd, que embarcaron hacia Inglaterra por el puerto de
Vigo el 1 de febrero del 1809, no por el de La Coruña, donde lo hicieron las tropas de Moore.

138
ese paso porque temían que un militar con demasiado peso podía comprometer las
reformas y acabar con su poder.

Esa tardanza también era una crítica a sus decisiones políticas, en especial las
dirigidas al modo de formar una autoridad central. Los británicos siempre pensaron que
se tenía que haber nombrado un Consejo de Regencia. Aceptaron el esquema de la Junta
Central porque conseguían el interlocutor esperado que aglutinase las voces de las
Juntas provinciales.

Otro factor a añadir es el incumplimiento las expectativas depositadas en una


determinada medida. El caso de las Cortes y el Consejo de Regencia y sus relaciones
vistas por los comentaristas británicos se convierte en el mejor ejemplo. Estos
comentaristas sabían que la demanda de reunión de Cortes se había planteado ya en
1808 y siguieron todo el proceso preparatorio impulsado por la Junta Central. Al mismo
tiempo, apareció la demanda de la creación de un consejo de regencia, pero muchos
observadores considerador que la Junta Central Muchos sólo dio ese paso en un
momento desesperado de avance de las tropas napoleónicas sobre Andalucía y tras
asegurarse el compromiso de los nuevos regentes de respetar su convocatoria.

El problema llegó cuando regencia y Cortes tuvieron que coexistir. Los


británicos no tardaron en darse cuenta que la reunión de las Cortes provocó que el
Consejo de Regencia no acabase de consolidarse como poder ejecutivo, y que su
posición comenzó a quedar subordinada.

Los británicos entendieron entonces que el poder ejecutivo recaía en las Cortes,
aunque formalmente había una institución que lo detentaba. Habían intentado influir en
conseguir consejos de regencia más próximos a sus intereses, cuando percibieron, en
especial, sir H. Wellesley, que su verdadero interlocutor eran las Cortes. Entonces se
comenzó a sondear a los diputados anglófilos para que la política de la Cámara no fuera
tan hostil, llegando a conseguir el nombramiento de Wellington como comandante en
jefe de las tropas españolas. No se esperaban, sin embargo, todos los problemas que
hubo derivados de la ostentación de ese cargo en la campaña de 1813.

Ellos mismos habían visto la reunión de las Cortes como una decisión acertada,
porque esperaban que se tomasen las decisiones exigidas para la guerra, y se
encontraron con que su mayor preocupación estaba centrada en una amplia reforma
política. Esto hizo que se acercasen con mucha cautela a toda la legislación allí
aprobada, y más cuando la aprobación del decreto de soberanía nacional confirmaba sus
peores temores de radicalización.

Otra prueba se la prestó la Constitución del 1812, que generó muchas opiniones
contrarias por los observadores británicos, para quienes presentaba una serie de

139
elementos radicales tales como la unicameralidad, no asegurar un espacio político para
la aristocracia y para la Iglesia, o un poder ejecutivo muy controlado. No tardaron en
buscarse los parecidos con las distintas constituciones revolucionarias francesas.

Incluso la medida que más apoyos podía generar entre los británicos, la
disolución del Tribunal de Inquisición, se consideró inadecuada en 1813, porque
suponía plantear un conflicto en el seno de los patriotas en un momento decisivo de la
guerra, cuando las rencillas de los bandos podían comprometer el desarrollo del
conflicto bélico.

Hemos hecho referencia a las instituciones y a las medidas que tomaron, pero
nos queda un tercer puntal para poder afirmar o no si los británicos asistieron a un
proceso revolucionario. Me estoy refiriendo a las clases dirigentes, a esas clases que
ocuparon puestos de máxima responsabilidad. La gran pregunta es si hubo cambio o no,
pero como en todo proceso de cambio la respuesta se debe quedar a medias.

En esos seis años no hubo ni un cambio generacional ni importantes cambios en


la composición social de las clases dirigentes. Es el elemento que podría poner más en
cuestión la existencia de una revolución, porque la situación de vacío de poder, de caída
de las estructuras de la Monarquía y el retorno de la soberanía al pueblo implican todo
un cambio potencialmente revolucionario y de esa situación se derivan todos los
cambios posteriores, en una sucesión de hechos que se acaba en 1814.

Podemos afirmar que si bien no se produjo una renovación total de la clase


política, sí se pusieron las bases para ello, ya que repasando el personal político de las
Juntas, de las Cortes, y de las nuevas autoridades provinciales hallamos algunas
diferencias. Los británicos señalaron que en las Juntas y en la Junta Central destacaban
algunos nombres por su experiencia política anterior, aunque la mayoría contaba
solamente con experiencia administrativa. Era lógico que buscasen representantes con
algún tipo de experiencia anterior.

En las Cortes hubo una destacable presencia de personas procedentes del campo
legal, mientras la de los representantes de los estamentos privilegiados era mucho
menor. Pero su composición resulta algo engañosa. Más allá de la división en bandos
(serviles, liberales, y americanos), tanto la figura del diputado suplente como la presión
que ejercía la población gaditana, con un conjunto social excepcional en España, eran
elementos que influían directamente en las decisiones que se tomaban en la cámara.

Y otro elemento que nos permite comprobar o no si hubo cambio en las élites
dirigentes es acercarse a los nombres que ejercieron el poder tras la restauración
absoluta de Fernando VII. Se recuperaban nombres que no habían ocupado el poder
desde 1808 al haber estado junto al rey cautivo, y algunos políticos serviles veían

140
recompensados sus servicios con esos nombramientos. Pero todos quedaban a la
voluntad del rey.

El tema de las élites dirigentes lo tenemos que ver en perspectiva, porque esos
seis años fueron unos años clave en su aprendizaje político como clases dirigentes en un
nuevo régimen. Justamente el contacto con el exterior, en especial con la realidad
británica, cambió sus puntos de vista en un momento en que deseaban recuperar el
poder y habían optado por la vía insurreccional. Por eso prefiero dejar el tema abierto,
señalando que los británicos sí detectaron una esperada ampliación de la clase política y
que en su seno empezaba a haber signos de renovación, con una mayor capacidad de
decisión y de capacidad de actuación. 263

Pero más allá de los interrogantes que puedo dejar abiertos que den pie a futuras
investigaciones y de reconocer que cualquier proceso histórico es una construcción
historiográfica del pasado hecha por el investigador, no puedo dejar de señalar que los
británicos sí estuvieron presentes ante una revolución. Asistieron a los primeros años de
la revolución liberal, aunque que esos hechos políticos quedasen entremezclados con la
guerra pudiesen ocultar su trascendencia. Ellos mismos nos dan más pruebas con lo que
ocurrió con la causa española más allá de 1814.

Los británicos, por lo tanto, habían asistido a los intentos de asentar el régimen
liberal y por terminar la revolución, y lamentaron que no fuese posible el acuerdo entre
los españoles y que el final viniese con la restauración absolutista y la persecución de
los liberales. Esos años siguientes a 1814, sin embargo, no supusieron el final de la
atracción española, porque en la sociedad británica había una gran multitud de
combatientes dispuestos a mantener vivo el recuerdo de la lucha con la publicación de
las primeras memorias militares. Otros defensores de la causa española se encargaron de
recuperar su carácter respetable y justo tras saber las primeras consecuencias de la
restauración absolutista, algunos de los cuales la envolvieron en el aura romántica que la
acompañaría en las siguientes décadas. Estos defensores acallaban las voces de los que
habían visto confirmada la radicalización revolucionaria, que no pudieron más que
sentirse incómodos al conocer las condiciones en que se produjo la restauración y al
estallar la controversia por la participación de oficiales británicos en el golpe de estado.

“I shall return to Spain before I see England, for I am enamoured of the


country.” Eran las palabras que Lord Byron decía a su amigo Francis Hodgson en 1809
tras visitar fugazmente España poco antes de embarcar hacia Oriente. 264 Las palabras

263
El tema de la visión de las élites políticas y de sus decisiones en las fuentes británicas está ampliado en
“Decisiones equivocadas, decisiones tardíamente tomadas. La visión de los británicos de las clases
dirigentes españolas y de sus decisiones políticas,” comunicación presentada al Congreso, Ocupación y
Resistencia en la Guerra de la Independencia, (1808 – 1814), Barcelona, 5, 6, y 7 de octubre de 2005
264
“From Lord Byron to Francis Hodgson, Gibraltar, August 6, 1809,” en Leslie A. Marchand (ed.);
Byron’s Letters and Journals, Volume 1: 1798 – 1810, John Murray, London, 1974, pp. 216-217.

141
no fueron proféticas, porque este poeta romántico jamás regresó a España, aunque
reflejó el impacto que suscitó su visita y el encuentro de ese ansiado país exótico más
cerca de casa. Otros británicos, románticos o no, sí participaron de ese renovado interés
por España, alejado de la crítica vertida por los pocos viajeros del siglo XVIII y
buscando en ese país nuevos paisajes y nuevos sentimientos. Las experiencias de la
guerra sirvieron de catalizador para ese cambio, aunque hasta el Trienio los británicos
no volvieron a viajar por las tierras españolas de forma masiva.

John Cam Hobhouse había sido el acompañante en el largo viaje de lord Byron y
la publicación de su libro de viajes le había abierto las puertas de diferentes círculos
sociales, uno de ellos la Holland House. En junio de 1814 asistió a una de sus famosas
reuniones en la que conversó durante la cena con Lady Holland sobre España. Así le
explicaba las razones del fracaso de la política de las Cortes:

“At dinner I sat next to Lady Holland. She talked to me about Spain, and said
that the Cortes had acted so foolishly that their present fate was not to be wondered at.
They had given no superior eligibility to the nobles or the clergy for their body, but only
an equal share with the rest. They had copied the Brissotine constitution, without
knowing the vast difference between the French and Spanish nations.” 265

En los mismos momentos de la guerra y de la revolución muchos de los


valedores de la causa española hicieron explícitas sus críticas sobre los acontecimientos
españoles a sus diversos contactos españoles. Pero la crítica no ahogó el interés
posterior por España. El intento de Fernando VII de volver a antes de 1808, como si
nada hubiese sucedido, tuvo un efecto contraproducente e inesperado. En el exterior,
muy especialmente en Gran Bretaña, los contactos con los pocos refugiados y sus
propias experiencias provocaban un renovado interés por la causa española, por una
causa que se presentaba justa y romántica, aunque algunos trataban de esconder que
también revolucionaria. Suponía una nueva etapa, pero la experiencia anterior fue
imprescindible para conformar la nueva vertiente de esa causa.

265
Lady Dorchester (ed.); Lord Broughton (John Cam Hobhouse), Recollections of a long life, Vol.
1(1786-1816). With additional extracts from his private diaries. London, J. Murray, 1909, pp. 143-144.

142
8. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

FUENTES PRIMARIAS

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o Foreign Office Papers:

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FO 72/110: From Henry Wellesley. 1811. March – May
FO 72/111: From Henry Wellesley. 1811. May – June
FO 72/112: From Henry Wellesley. 1811. June – July.
FO 72/113: From Henry Wellesley. 1811. August – October.
FO 72/114: From Henry Wellesley. 1811. October – November.
FO 72/115: From Henry Wellesley. 1811. November – December.
FO 72/129: From Sir Henry Wellesley. 1812. January – April.
FO 72/130: From Sir Henry Wellesley. 1812. April – June.
FO 72/131: From Sir Henry Wellesley. 1812. July – August.
FO 72/132: From Sir Henry Wellesley. 1812. September – December.
FO 72/133: Consuls – Spain 1812. January – December.
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FO 72/144: From Sir Henry Wellesley. 1813. March – June.
FO 72/145: From Sir Henry Wellesley. 1813. July – September.
FO 72/146: From Sir Henry Wellesley. 1813. September – December.
FO 72/147: Consuls – Spain. 1813. January – December.
FO 72/159: From Sir Henry Wellesley. 1814. January – March.
FO 72/160: From Sir Henry Wellesley. 1814. March – August.

- FO 185: Spain, Embassy:

FO 185/15: General 1808.

143
FO 185/16: General 1809.

- FO 519: Lord Cowley Papers:

FO 519/34: Semi-official and private correspondence of Sir Henry Wellesley to


Lord Wellington.

• Oxford University, Bodleian Library, Duke Humphrey’s Library:

MSS English Historic 40346 e.241: “On the proceedings of the Cortes of Spain
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John Russell presentado a la Speculative Society de Edimburgo en 1811.

- Doyle Papers

Vol. 49605-7, Mss North c.13-15: Correspondence of Charles W. Doyle, 1808 –


1815, while aiding insurgents in Spain.
Vol. 49608, Mss North d. 64: Copies of the letters to Lord Castlereagh and
Edward Cooke, August 1808 – March 1809.
Vol. 49609, Mss North d. 65: Letter-book of General Doyle, containing copies
of his letters and memoranda to the Spanish juntas, 1809-1810.
Vol. 49612, Mss North c. 17: Papers relating to General Doyle’s mission to
Spain, 1808- 1815.

• British Library, Additional Manuscripts, Londres, Reino Unido.

- Holland House Papers:

Add. Mss. 51622. General M. R. de Alava, 1814-1820; Duke and Duchess of


Infantado, 1803-1815; A. de Argüelles, 1807-1834; F. Bauzá, 1807-1827.
Add. Mss. 51624. Papers relative to Spanish affairs, 1806-1808.
Add. Mss. 51625: Papers relative to Spanish affairs. January 1809- July 1810.
Add. Mss.51626. Papers relatives to Spanish affairs, August 1810 – November
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Add. Mss. 51645: José Maria Blanco White, 1807-1840.
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¾ Fuentes Publicadas

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144
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