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Juicio por jurados.

La necesidad de su instalación

Leticia Lorenzo

En el transcurso del 2009 fui invitada a las Jornadas Patagónicas de Derecho Procesal Penal a
realizar una intervención sobre la posibilidad de incorporar el juicio por jurado a nuestra
legislación procesal.

Hasta entonces, si bien siempre me manifesté a favor de los jurados, nunca había pensado
detenidamente en las razones que justificaban su incorporación. En ese momento esbocé
algunas razones que creía valiosas para incorporar los jurados a los procesos judiciales. En este
documento pretendo plasmar dichas razones y manifestar otras intuiciones que encuentro
valederas para la incorporación de esta forma de juzgamiento.

¿Por qué es importante la instalación del jurado? En lo que sigue de este documento procuraré
justificar la importancia del jurado desde distintos ámbitos.

1. Confiar en el sentido común

En principio considero importante analizar el tema analizando las prácticas judiciales desde el
sentido común. Creo que un ejemplo puede graficar la importancia de la instalación del jurado
ciudadano como ente decisor en los procesos judiciales:

Si a un médico le preguntamos cuál era el nombre de la primera persona que murió bajo su
atención, seguramente nos dirá el nombre, la edad y hasta la fecha en la que ocurrió el suceso.
Si a continuación le pedimos que nos dé el nombre de la persona número 20 que perdió la vida
bajo su cuidado, probablemente nos diga que no lo recuerda.

Trasladando el ejemplo al ámbito judicial, considero bastante probable que un juez técnico
recuerde su primera condena; sin embargo, con el transcurrir del tiempo el trabajo de juzgar
se convierte en una rutina y raramente encontraremos a un juez que pueda decirnos nombre y
apellido de todas las personas que ha condenado en los últimos años. Creo que este ejemplo
podría trasladarse a todos los ámbitos de la vida: generalmente recordamos los
“acontecimientos”, los sucesos que marcan nuestra vida: nuestro primer día de trabajo,
nuestra primera tarea de responsabilidad, etc. Pero cuando la tarea se convierte en una labor
cotidiana, en una rutina, dejamos de registrar y buena parte la realizamos “en automático”.

En el caso de los jueces penales, cuya labor implica decidir sobre la libertad de una persona,
considero que debe ser mayor la necesidad de despersonalizar las decisiones y automatizarse
en la labor, como una forma de evitar la angustia de estar preguntándose con cada caso cuál
podría haber sido el margen de error al encerrar a una persona. Esta “automatización”,
considero, lleva a que cuestiones que en los primeros casos aparecían como relevantes,
discusiones que se le permitían a la defensa, incorporación o anulación de prueba en la que se
tenía sumo cuidado, pase a perder sentido con el transcurso del tiempo; de la misma manera,
la valoración de la prueba tendrá cierta tendencia a convertirse de facto –
independientemente del mandato de la norma – en una tasación: ciertos peritos serán creíbles
“per se” independientemente de las conclusiones que traigan al caso; ciertos testigos (los
policías, por ejemplo) tendrán una presunción de credibilidad difícil de romper hasta por la
defensa más preparada; ciertas pruebas (informes ambientales, estudios psicológicos) serán
requeridos para determinados en forma generalizada para determinados delitos; ciertos
abogados serán creíbles o no creíbles en función a sus antecedentes, que en ocasiones pesarán
más que la propia información del caso, etc.

Quizá estas afirmaciones suenen a exageración, pero el lector no podrá negar que alguna parte
de las mismas es bastante real en la práctica judicial actual y genera, a mi entender, que la
información sobre la cual se condena a una persona y las pruebas que la corroboran sean cada
vez de peor calidad.

En un sistema de juzgamiento con jurados ciudadanos, los litigantes estarán obligados a


trabajar cada caso como si fuera el primero, porque para el grupo de ciudadanos que tendrán
en su poder la decisión sobre la responsabilidad de la persona, efectivamente será así. A
diferencia de la “rutina” del juez que ve diariamente juicios por los delitos más aberrantes,
para el jurado esta será una experiencia extraordinaria. Y ello genera, desde mi perspectiva,
una posibilidad mucho mayor de que cada persona sometida a una acusación penal tenga un
juicio justo, con personas que analicen cada parte de la evidencia que se presente en forma
acabada, considerando sólo y únicamente los sucesos del juicio y a partir de la habilidad y
destreza de los litigantes para presentar la información y generar credibilidad en sus
posiciones. Más adelante veremos que esto tiene relación con las destrezas de litigación de los
abogados.

2. Analizar las funciones de cada actor en el juicio

Sabemos que en un juicio se enfrentarán dos versiones: la del demandante y la del


demandado. Si hemos llegado al juicio, será generalmente a causa de que estas dos versiones
no han encontrado posibilidad de acuerdo anterior. En materia penal esto se traducirá en que
mientras la acusación sostiene que la persona en juicio ha cometido un delito, la defensa
intentará mostrar que esto no es así, o que la responsabilidad de la persona es mucho menor a
la que sostiene la acusación.

En el caso de los litigantes, entonces, está claro que cada uno tendrá una función específica y
delimitada: exponer su versión de los hechos y probar que la misma es creíble (o que la versión
contraria es increíble).

El juez técnico de los sistemas sin jurado, por su parte, aparece en el juicio como un actor con
dos funciones: por una parte deberá dirigir la audiencia y, por la otra, deberá tomar la decisión
sobre cuál de las partes ha logrado generarle convencimiento. Estas dos funciones le generan
dos procesos de trabajo paralelos muy diferentes:

- En su función de director de la audiencia, su atención estará centrada en verificar que


las partes, en el ejercicio de su función (exponer y probar su caso) no vulneren las
reglas de procedimiento (incorporando elementos prohibidos por la ley, hostigando a
los testigos, trayendo al juicio hechos que no están en juzgamiento, etc.). Para ejercer
esta tarea, generalmente, dependerán de la contraparte: dado que son la acusación y
la defensa las partes “en litigio”, el control sobre cada una de ellas estará al cargo de la
otra (la defensa controla la actividad de la acusación y viceversa), quienes llamarán la
atención al juez cuando se esté vulnerando una regla de procedimiento y solicitarán
que el juez se pronuncie inmediatamente (manifestando la objeción correspondiente).
Esta descripción hace pensar que el juez deberá tener muy claras y presentes las reglas
de procedimiento, deberá estar muy atento al accionar de las partes, y deberá
desarrollar una habilidad importante en sentido de pronunciarse rápidamente, en el
contexto de un juicio oral, cuando una de las partes objete la actuación de la otra.
- En su función de decisor, el juez deberá tener muy claras las posiciones de las dos
partes (cuál es el caso que traen a su tribunal y cómo pretenden probarlo) y su
atención deberá dirigirse, en el transcurso del juicio, a verificar la credibilidad de cada
una de las pruebas que las partes presenten y la capacidad de las mismas para
acreditar el caso que están sosteniendo. Sobre esta base deberá dar su fallo
determinando si la acusación o la defensa estuvo en lo cierto a lo largo del juicio y
logró probar su caso. Esto lleva a pensar en un juez que debe tener mucha
concentración para ir hilando el desfile de las distintas pruebas de acuerdo a las
versiones que las partes le han expuesto e ir razonando sobre su pertinencia y
credibilidad para construir su decisión final.

Para analizar el caso desde una perspectiva no judicial, veamos un ejemplo en otro campo de
la vida: los deportes. Concretamente pensemos en un deporte que debe tener un ganador
independientemente de que exista, en los hechos “un empate”: el boxeo. Imagino que todos
habremos visto alguna vez una pelea de box por televisión o, a lo menos, estaremos
familiarizados con las reglas que indican quién gana el combate. Dentro de las formas de ganar
una contienda, dos son las más conocidas: por knock out (un boxeador es derribado por más
de diez segundos dentro del ring) o por puntaje (el combate ha finalizado y ninguno de los dos
boxeadores ha sido derribado por más de diez segundos dentro del ring). A la vez existe un
extenso reglamento sobre las obligaciones que los boxeadores deben cumplir antes y durante
el combate.

Lo que me interesa señalar en este ejemplo es que dentro del ring, en el transcurso del
combate, para que ese extenso reglamento se cumpla y ninguno de los boxeadores lo vulnere,
se establece la figura del árbitro quien básicamente tendrá la función de velar por el
cumplimiento del reglamento, manteniendo el control del combate en todos sus aspectos
(cuestión esta que podría interpretarse como la primera función que hemos establecido que
un juez tiene durante el transcurso del juicio). Por su parte, en caso de que no se produzca la
victoria durante el transcurso del combate y ambos boxeadores lleguen al final del mismo,
hemos dicho que se definirá por puntaje; y para establecer este puntaje se regula la figura de
los jueces, un grupo colegiado que tendrá la tarea de, individualmente, juzgar los méritos de
cada boxeador (de acuerdo a categorías preestablecidas como estilo, habilidad, eficacia,
movimientos de ataque y defensa) y decidir quién es el vencedor (lo cual podría asimilarse a la
segunda función que hemos dicho un juez tendrá en el transcurso del juicio).

Parece bastante sensato pensar que la razón de tener un árbitro que se ocupa de verificar el
cumplimiento del reglamento y un grupo de jueces que tiene por función valorar los méritos
de cada contendiente y definir quién es el vencedor, se relaciona con que ambas actividades
son de suma importancia para el correcto desarrollo del encuentro y la justicia en la decisión
del mismo. No es mi intención extenderme en este punto, pero quisiera invitar al lector a
pensar en otros ejemplos deportivos que llevan a la misma conclusión.

Un proceso judicial, que no es precisamente un espacio de diversión y/o entretenimiento sino


que involucra decisiones que afectan la vida y los derechos de las personas ¿no debería seguir
la misma lógica? Personalmente, entiendo que los únicos sistemas que han asumido la
importancia de cada una de las funciones involucradas en la figura del “tercero imparcial” y se
han ocupado de preservar el derecho de las partes a tener la decisión más justa posible, son
aquellos que han incorporado en su procedimiento la figura del jurado clásico, ya que en esos
sistemas resulta clara la diferenciación: el juez técnico está llamado a velar por el
cumplimiento de las reglas procesales, impedir los excesos de los litigantes e informar al
jurado sobre los sucesos extraños que se den – si se dan – en el juicio y sus consecuencias para
la decisión que ellos deben tomar; en tanto cada miembro del jurado tiene como única
preocupación y función central la de ver el desfile de las pruebas, valorar su credibilidad y
confiabilidad y tomar una decisión final a partir del conjunto de evidencias que los litigantes
presentaron.

Se me dirá que en términos generales los juicios – en sistemas sin jurados clásicos – son
decididos por tribunales colegiados, no sólo por un juez técnico. Responderé que mi problema
no es de cantidad sino de calidad. Considero que en la medida en que un ente (sea este
individual o esté compuesto por un sinnúmero de integrantes) tenga bajo su responsabilidad la
función de arbitrar el procedimiento y su correcto desarrollo y a la vez decidir sobre el caso y la
responsabilidad de los involucrados, ninguno de los dos ámbitos de responsabilidad tendrá la
calidad que podría tener en un sistema que divida claramente responsabilidades en dos entes
diferenciados.

Un sistema de juzgamiento conformado por jurados ciudadanos, permitirá que el juez técnico
desarrolle su labor de arbitraje y control del cumplimiento de las reglas procesales con mucha
más fiabilidad, dejando la tarea de decidir en una entidad diferente y sumando otra ventaja a
la ya enunciada en el apartado anterior.

3. Pensar en las consecuencias para el desarrollo de la investigación

La discusión sobre la reforma procesal penal en América Latina involucró el gran desafío de
instalar al juicio oral como etapa principal del procedimiento. En consecuencia, desde la
práctica ello significaba convertir a la etapa previa al juicio a su verdadera función: una etapa
que permitiera analizar los antecedentes del caso y decidir sobre la necesidad o no de llevar al
mismo a juicio para obtener una decisión de culpabilidad o inocencia. Uno de los puntos
centrales sobre el que se ha trabajado en estos años ha sido el de la necesidad de
desformalizar la investigación; dado que el sistema anterior a la reforma operaba en forma
lineal, sobre la base de la conformación de un expediente que iba sumando elementos de
prueba y se convertía en la herramienta para la toma de decisión (sin importar en qué
momento y bajo qué circunstancias se había “incorporado” el elemento al expediente), se
trabajó fuertemente en la importancia de desaparecer al expediente como método para la
toma de decisiones judiciales.
Sin embargo, aparece un nuevo problema: en los sistemas que tuvieron un avance importante
en el cambio de metodología y lograron centrar las decisiones en la audiencia, la desaparición
del expediente ha sido interpretada casi como un equivalente a “desaparición del registro de la
investigación”. Y si la investigación no tiene registro ¿cómo puede la defensa ejercer su
derecho a controlar la legalidad de las actuaciones de la acusación?

Surgen entonces nuevas discusiones en torno al desarrollo de la investigación, la importancia


de contar con protocolos de actuación, las posibilidades de intervención de la defensa y el
formato para el control del accionar de la acusación. Y estas discusiones influyen en la
posterior posibilidad de actuación en el juicio. Ejemplos concretos de esto podemos encontrar
varios: si no existe un registro de la declaración que dio un testigo ante el fiscal durante la
investigación, las posibilidades de evidenciar que el testigo ha omitido información importante
o directamente ha cambiado su versión original, son bastante más limitadas (por no decir
nulas); si no existen protocolos para la realización de determinadas actividades, que involucren
formas de registro de las mismas (los distintos tipos de reconocimiento de personas, por
ejemplo), la posibilidad de contrastar lo realizado con lo debido al preguntar por su actuación a
un testigo en juicio se vuelve, nuevamente, limitada.

Una primera reflexión que realizará el lector al recorrer el párrafo anterior probablemente
lleve a pensar que estos temas son de resolución anterior al juicio, ya que las discusiones sobre
legalidad o ilegalidad en las actuaciones se dan ante el juez que controla la investigación. Sin
embargo, recordemos que si un juez decide permitir que una determinada evidencia ingrese al
juicio, el trabajo de los litigantes en esa instancia será trabajar con las herramientas propias de
la misma (el examen y contraexamen de los testigos, básicamente) para mostrar la legalidad o
ilegalidad de lo actuado y la credibilidad o no credibilidad de lo dicho.

¿Cómo se vincula todo lo anterior con la necesidad de los jurados? Pues bien: retomando la
idea planteada en el punto 1 (rutinización del juez técnico versus actuación extraordinaria de
un ciudadano en la toma de la decisión) y trasladándolo a este tiendo a pensar que en el marco
de un juicio decidido por un juez técnico, la acusación desarrollará una tendencia a
“flexibilizarse” en sus métodos de investigación y registro de actuaciones previas al juicio. Esto
debido a que litigando en forma permanente ante un grupo limitado de jueces, comenzará a
conocer los criterios con los que éstos deciden; de su parte, los jueces desarrollarán – como
hemos dicho – una suerte de confianza en la buena fe del accionar de la investigación. El lugar
para que la defensa cuestione legalidades, pertinencias o credibilidades disminuye en mucho.

En un sistema de juzgamiento conformado por jurados ciudadanos, por el contrario, la


acusación deberá realizar en cada caso la tarea de explicar la forma en que ha desarrollado su
investigación y evidenciar que la misma ha sido realizada sin vulnerar derechos. De su parte, la
defensa tendrá una oportunidad mayor de indagar sobre estos temas y generar dudas en el
accionar de la acusación. En este contexto, entonces, surge con bastante claridad que será la
acusación la más interesada en tener antecedentes y registros de todo lo actuado, para evitar
que la defensa plantee dudas allí donde no las hay.

Es interesante observar cómo en los sistemas de juzgamiento con jurados las policías y las
fiscalías tienen una especial preocupación en generar mecanismos que registren y justifiquen
la legalidad de su accionar. Tiendo a intuir que ello no obedece que se trate de funcionarios
“más nobles” sino que tiene una relación bastante directa con el conocimiento que los mismos
tienen sobre lo que puede llegar a ocurrir en un juicio, decidido por personas que desconocen
el sistema judicial en su fase técnica, si no cuentan con elementos de respaldo de su actuación.
Por ello creo que la instalación del jurado es una decisión que va más allá del beneficio para el
juicio mismo y puede coadyuvar a una perfección en la forma de desarrollar investigaciones.

4. Los valores para el sistema

Finalmente, me interesa señalar que la instalación del jurado ciudadano puede contribuir en
varios aspectos al fortalecimiento de las instituciones republicanas, entre los cuales quisiera
enunciar los que siguen a continuación:

- Conciencia desde la ciudadanía

Entre las preocupaciones que suelen manifestarse en forma extendida de parte de los expertos
en temas judiciales, se cuentan el escaso conocimiento que la ciudadanía posee sobre el
sistema de justicia y la poca capacidad de éste para construir legitimidad social. En materia de
justicia penal, específicamente, si aparecen movimientos ciudadanos exigiendo cambios éstos
suelen vincularse generalmente a reclamos por “mano dura”, “seguridad ciudadana”,
aumentos de penas y medidas de ese tipo, más simbólicas que efectivas en la práctica.

Parece bastante evidente que el sistema de justicia – tanto los actores que operan el sistema
como aquellos que se dedican a su análisis – no dialoga con la población. El impulso y
desarrollo de los cambios judiciales corre por un carril separado a la demanda social,
influenciada por actores distintos a los que estudian e impulsan los cambios en el sector. La
víctima de turno con determinada llegada a los medios, los propios medios de comunicación,
políticos en busca de impactos coyunturales, etc., suelen tener una llegada mucho mayor a la
“conciencia ciudadana”, que quienes están seriamente involucrados y comprometidos en
procesos de cambio.

No pretendo afirmar que la incorporación de jurados variaría este estado de situación en 180
grados, pero sí me parece bastante claro que el diálogo – al menos con quienes sean
convocados a integrar los jurados – pasaría de ser una opción a ser una obligación. Hablo de
diálogo en dos sentidos:

- Desde el ejercicio del derecho, retornar al saludable uso del lenguaje llano y sencillo,
comprensible a la población, a la vez que procurar la construcción de argumentos
valederos para convencer a quien no está imbuido en el contenido de la norma de la
veracidad de sus dichos y viabilidad y justicia de sus solicitudes.
- Desde la población, asumir otras dimensiones del sistema judicial, su realidad y
complejidades, que permita formar opiniones más sólidas sobre las necesidades de
cambio y las posibilidades de transformación desde el propio sistema. Existen muchos
ejemplos del cambio que se produce en las personas que han participado en jurados
ciudadanos en cuanto a su visión de la justicia y el derecho.

Adicionalmente, no podemos perder de vista que el Poder Judicial es el único de los poderes
de nuestra región que no tiene prácticamente ninguna intervención de la ciudadanía en su
forma de elección (más allá de los procesos de consulta abiertos por algunos países y las
recientes reformas constitucionales de Ecuador y Bolivia, que dan un cierto grado de
participación, en términos generales la de los jueces sigue siendo una elección bastante
cerrada al público) y que, a la vez, no tiene obligaciones claras de rendir cuentas sobre su
actuación y el uso de sus recursos. Abrir este poder a la participación ciudadana no podría
considerarse sino como una profundización de la democracia.

- Relación entre los medios de comunicación y el sistema judicial

Un segundo punto que me interesa destacar en este apartado, es el vinculado a la intervención


de los medios de comunicación en los procesos judiciales. Cada vez más, sobre todo en casos
de alta resonancia social, aparece la disputa mediática como un paralelo a la disputa judicial.
Casos que se pierden en el sistema judicial se “ganan” mediáticamente echando nuevas dudas
sobre el funcionamiento del sistema.

En este contexto no son pocos los litigantes que asumen, como parte de su “estrategia” de los
casos, el contacto y la denuncia permanente ante los medios de comunicación. Las denuncias
sobre las decisiones judiciales, la actividad o inactividad de las contrapartes, la corrupción de
los funcionarios, suelen estar presente en las secciones judiciales de prensa escrita, radial y
televisiva. Las nuevas formas de difusión a través de internet profundizan aún más esta
situación; hoy en día no es difícil encontrar foros de discusión y blogs creados específicamente
para sostener la inocencia o culpabilidad de determinadas personas antes de que su juicio en
instancias judiciales siquiera se inicie. En lugar de estrategias de litigio, parecen desarrollarse
campañas publicitarias asesoradas por expertos en marketing, donde el judicial es sólo un
componente y, en ocasiones, incluso secundario.

Nuevamente, no pretendo decir que la incorporación del jurado termina con esta realidad. De
hecho la proliferación de las discusiones mediáticas sobre los casos y la posibilidad de acceso a
la información por fuera del juicio constituye en la actualidad un problema central que se
discute en los sistemas de jurados. Sin embargo, el nivel de discusión en esos sistemas pasa
por un lugar distinto al de nuestras realidades: allí la reflexión se encamina a establecer formas
de impedir que los litigantes “le hablen” al jurado antes de haberse iniciado el juicio. Incluso
antes de haberse realizado la selección del jurado específico que verá el caso. Así, en sistemas
de jurados un litigante puede solicitar al juez una orden para que la contraparte no tenga
contacto con los medios de comunicación para hablar sobre el caso y, de esa manera, evitar la
posibilidad de influencia en los potenciales jurados (que son la población en su conjunto).

En sistemas que están pensando en ese sentido, los medios de comunicación que deseen
informar sobre la situación procesal de una persona, deben concurrir para informarse al
espacio donde se definirá tal situación: la sala de audiencias. Y los litigantes tienen muy claro
que el intento de manipular o filtrar la información a través de los medios puede generarles
costos altísimos en términos de posibilidad de incorporación de evidencia al juicio y, en
definitiva, logro de una decisión en su favor.

Por ello, considero que en este aspecto también resulta interesante pensar en la incorporación
de los jurados como un mecanismo que obligue a redefinir las relaciones entre medios de
comunicación, justicia y sociedad.
- Evolución del sistema normativo

Finalmente, en esta lista no cerrada de reflexiones que he pretendido realizar para apoyar la
necesidad de regular los jurados ciudadanos, no puedo dejar de referirme a la importancia de
la opinión social en los procesos de cambio normativos. Vivimos una época sumamente
interesante, donde el desarrollo legislativo está haciendo incorporaciones enormes y
asumiendo cambios culturales que hace pocos años atrás eran impensables. En términos de
decisiones penales, me vienen a la cabeza muchas preguntas cuya respuesta no estoy del todo
segura que los jueces técnicos puedan encontrar, sin participación de la ciudadanía:

- ¿El aborto constituye un delito? ¿Bajo qué circunstancias?


- ¿Qué conductas vinculadas a las sustancias controladas deben ser penalizadas?
¿Deben serlo en todos los casos?
- ¿Cuál es el trato que debe darse a los casos que involucran violencia de género o
discriminación?
- ¿Cuál es el rol de la diversidad cultural al momento de juzgar conductas?

Sólo algunos ejemplos de las múltiples cuestiones que pueden surgir al interior de un proceso
judicial y sobre las cuales considero pretencioso suponer que un juez técnico puede tener las
respuestas. En países que cuentan en su interior con procedimientos con jurados y sin jurados
(como es el caso de la Argentina) en la actualidad ya existen ejemplos de casos prácticamente
idénticos que habiendo sido juzgados por jueces técnicos han tenido respuestas mucho más
mecánicas e injustas que habiendo sido juzgados por jurados ciudadanos. Por el contrario, en
sistemas con una tradición juradista de larga data (como es el caso de los Estados Unidos),
existen estudios que muestran que en un porcentaje muy alto de los casos, la decisión del
jurado habría sido también la tomada por el juez técnico. Como he mencionado
anteriormente, no creo que esto se deba a que los funcionarios de esos países son “más
nobles”, sino que tiene relación, desde mi punto de vista, con el tipo de relación generada
entre la justicia y la comunidad. Con una tradición de jurados histórica, donde se forma a los
abogados para la litigación ante jurados, donde la población ve como parte de su vida cívica la
posibilidad de integrar un jurado, aparece menos llamativa la posibilidad de que un grupo de
ciudadanos tome una decisión que genere obligaciones en términos de repensar la normativa
vigente y provocar cambios.

En una época en la que la discusión sobre la profundización de la participación y la generación


de mecanismos para tal fin aparece como una constante, creo que el sistema judicial le debe a
la población la necesaria incorporación de los jurados como forma de juzgamiento.

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