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L A E D U C A C I Ó N D E

L A S N I Ñ A S

F E N E L Ó N

P E D A G O G Í A

Ediciones elaleph.com
Editado por
elaleph.com

Traducido por M. L. Navarro de Luzuriaga


 1999 – Copyright www.elaleph.com
Todos los Derechos Reservados
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

PRÓLOGO

En la historia de la Pedagogía, el Tratado de la educa-


ción de las niñas, que se publica en este tomito, es una obra
clásica. Fue escrito por Fenelón hacia 1680, a instancias del
duque y de la duquesa de Beauvilliers, para uso de las hijas de
éstos, cuya educación dirigía; pero no se publicó hasta el año
1687. Anteriormente, ya había comenzado a ocupare Fenelón
de la educación en la casa de las Nouvelles Catholiques,
que tenía por fin volver a la fe católica a las muchachas que
habían adoptado el protestantismo. Estas dos fueron las prin-
cipales fuentes de inspiración pedagógica de Fenelón al escribir
su Tratado.
Para las ideas reinantes en su tiempo acerca de la educa-
ción de la mujer, y para la situación intelectual en que ésta se
hallaba, el Tratado supone un adelanto manifiesto. Para
nuestro tiempo -no hay que decirlo- aquél tiene, más que nada,
un valor histórico. Sin embargo, muchas de sus observaciones
sobre la educación femenina están finamente recogidas y pueden
aplicarse todavía hoy. La parte más fuerte de la obra es la
crítica que hace de las opiniones adversas a la educación de las
mujeres; de menos consistencia es su labor constructiva, sobre

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FENELÓN

todo al determinar, muy restrictivamente, los estudios peculiares


de las muchachas.
Especialmente interesantes son las ideas de Fenelón sobre el
valor educativo de los medios indirectos y atractivos de ense-
ñanza, frente a los autoritarios y secos de su tiempo, como
cuando dice: «dejad jugar al niño y mezclad la instrucción con
el juego», y, en general, su orientación general hacia la natura-
leza, que deja entrever ya las teorías pedagógicas de Rousseau.
«Hay que contentarse con seguir y ayudar a la naturaleza»,
observa en otra parte Fenelón, y no debemos olvidar tampoco
que el único libro que leerá después Sofía es el Telémaco.

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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO PRIMERO

IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN DE
LAS NIÑAS

Nada hay tan descuidado como la educación de


las niñas. La costumbre y el capricho de las madres
son casi siempre lo decisivo en ella; se cree que debe
instruirse poco a este sexo. La educación de los ni-
ños se considera como uno de los principales pro-
blemas con relación al bien público; y aunque se
cometan en ella tantas faltas como en la de las niñas,
se está al menos persuadido de que se necesita mu-
cha ilustración para alcanzar un buen éxito. Las
gentes más capaces han dictado reglas sobre esta
materia. ¡Qué de maestros y escuelas se ven! ¡Cuán-
to se gasta en imprimir libros, en investigar las cien-
cias, en métodos para enseñar las lenguas, en la
elección de profesores! Todos estos grandes prepa-
rativos son a menudo más aparentes que sólidos;
pero, demuestran, al cabo, el elevado concepto que
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FENELÓN

se tiene de la educación de los niños. En cuanto a


las niñas, se dice que no es necesario que sean cul-
tas; que la curiosidad las vuelve vanidosas y redi-
chas; basta que sepan algún día gobernar sus ho-
gares y obedecer a sus maridos, sin razonar. Y no
deja de mencionarse la experiencia que se tiene de
muchas mujeres a quienes la ciencia volvió pedan-
tes; en vista de lo cual se cree tener derecho a aban-
donar ciegamente a las niñas bajo la dirección de
madres ignorantes e indiscretas.
Es temible, ciertamente, hacer sabias pedantes.
Las mujeres tienen por lo general el espíritu más
débil y más curioso todavía que los hombres; no es,
por tanto, conveniente alentarlas en estudios a los
cuales podrían aficionarse. Ellas no deben gobernar
el Estado, ni hacer la guerra, ni entrar en el minis-
terio de las cosas sagradas; pueden, por consiguien-
te, excusarse de ciertos conocimientos extensos que
se relacionan con la política, el arte militar, la ju-
risprudencia, la filosofía y la teología. La mayor
parte de las artes mecánicas no les son tampoco
convenientes; están constituidas para ejercicios mo-
derados. Su cuerpo, como su espíritu, es menos
fuerte y robusto que el de los hombres; la naturale-
za, en cambio, las ha dotado de habilidad, limpieza
y economía, para emplearlas tranquilamente en sus
casas.
¿Qué consecuencia debe sacarse de la debilidad
natural de las mujeres? Cuanto más débiles sean,
más importancia tendrá el fortalecerlas. ¿No tienen
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

que cumplir deberes que son los fundamentos, de


toda la vida humana? ¿No son las mujeres las que
arruinan y las que sostienen las casas, las que orde-
nan todos los detalles de los asuntos domésticos, y,
las que deciden, por consiguiente, todo lo que se
relaciona más de cerca con todo el género humano?
Por esta razón constituyen la parte principal de las
buenas y de las malas costumbres de casi todo el
mundo. Una mujer juiciosa, aplicada y llena de re-
ligión, es el alma de toda una gran casa; es la que
pone el orden para las cosas temporales y para la
salvación eterna. Los mismos hombres, que tienen
toda la autoridad en público, no pueden por sus de-
liberaciones establecer ningún bien efectivo si las
mujeres no les ayudan a ejecutarlo. El mundo no es
un fantasma, es el conjunto de todas las familias; y
¿quién puede imponerles una disciplina con más
exquisito cuidado sino las mujeres, que tienen, sobre
la ventaja de, su autoridad natural y de su asiduidad
en sus casas, la de haber nacido cuidadosas, atentas
a los detalles, industriosas, insinuantes y persuasi-
vas? ¿Pueden los hombres esperar para ellos mis-
mos alguna dulzura en esta vida si su más estrecha
sociedad, el matrimonio, se desenvuelve en medio
de amarguras? ¿Qué será de los niños - que com-
pondrán más tarde todo el género humano - si sus
madres los mal educan desde sus primeros años?
He aquí las ocupaciones de las mujeres, que no
son menos importantes para el público que las de
los hombres, ya que aquéllas tienen una casa que re-
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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
IVANA OTERO (IVANAOTERO@GMAIL.COM)
FENELÓN

gir, un marido a quien hacer dichoso y unos hijos a


quienes educar bien. Añadid a esto que la virtud no
tiene menos importancia para las mujeres que para
los hombres; sin hablar del bien o del mal que pue-
den hacer al público, ellas constituyen la mitad del
genero humano, rescatado por la sangre de Jesu-
cristo y destinado a la vida eterna.
Por último, hay que considerar, aparte del bien
que hacen las mujeres cuando están bien educadas,
el daño que causan al mundo cuando les falta una
educación que les inspire la virtud. Se ha compro-
bado que la mala educación de las mujeres causa
más perjuicios que la de los hombres, puesto que los
desórdenes de los hombres proceden casi siempre
de la mala educación que han recibido de sus ma-
dres y de las pasiones que otras mujeres les han ins-
pirado en edad más avanzada.
¡ Cuántas intrigas se nos presentan en las histo-
rias, cuántas perturbaciones en las leyes y en las
costumbres, cuántas guerras sangrientas, cuántos
modernismos contra la religión, cuántas revolucio-
nes de Estado, causados por el desorden de las mu-
jeres! Todo esto demuestra la importancia de educar
bien a las niñas; busquemos los medios de hacerlo.

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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO II

INCONVENIENTES DE LAS
EDUCACIONES ORDINARIAS

La ignorancia de una niña es causa de que se


aburra y de que no sepa en qué ocuparse inocente-
mente. Cuando ha llegado a cierta edad sin haberse,
dedicado a cosas serias, no puede tener gusto ni es-
timación por ellas; todo lo que no es frívolo le pare-
ce triste; todo lo que exige una atención continuada
le fatiga; la pendiente de los placeres, tan resbaladiza
durante la juventud; el ejemplo de personas de su
misma edad, entregadas a las diversiones, todo
contribuye a hacerla temer una vida regular y labo-
riosa. En esa primera edad carece de experiencia y
de autoridad para dirigir nada en la casa de sus pa-
dres; desconoce la importancia de dedicarse a ella, a
menos que su madre no se cuide de hacérselo ob-
servar detalladamente. Si la niña es de condición so-
cial elevada, está exenta del trabajo, manual; por lo
tanto, trabajará sólo unas horas en el día, y esto
porque se dice, sin saber por qué, que es honesto en
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FENELÓN

las mujeres trabajar; pero probablemente esto no


pasará de ser una apariencia y la niña no se acos-
tumbrará a un trabajo continuado. En esta situación
¿qué hará? La compañía de una madre que le hace
observaciones, que la regaña, que cree que la educa
bien no perdonándola nada, que se ayuda con ella,
que le hace sufrir sus caprichos, que le aparece
siempre recargada con todas las preocupaciones
domésticas, le molesta y le repugna; tiene a su alre-
dedor mujeres aduladoras. que, insinuándose con
halagos bajos y peligrosos, fomentan sus fantasías y
la entretienen con todo lo que puede separarla del
bien; la piedad le parece una ocupación lánguida y
una regla enemiga de todo placer. ¿De qué se ocu-
pará entonces? De nada útil. Esta inactividad llegará
a convertirse en hábito incurable.
Sin embargo, no puede esperarse que este gran
vacío se llene con cosas sólidas; serán pues las frí-
volas las que ocupen su lugar. En esta ociosidad,
una muchacha se abandona a la pereza; y la pereza,
que es una languidez del alma, constituye un ma-
nantial inagotable de tedio. Se acostumbra a dormir
mucho más de lo que es necesario para conservar
una salud perfecta; este sueño prolongado no sirve
sino para hacerla más blanda, más delicada, más ex-
puesta a las tiranías del cuerpo; en cambio, un sueño
moderado, acompañado de un ejercicio regular, ha-
ce a las personas alegres, vigorosas y robustas; lo
cual constituye, indudablemente, la verdadera per-
fección del cuerpo, sin hablar de las ventajas que
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

obtiene con ello el espíritu. Si esta indolencia y esta


ociosidad se unen a la ignorancia, se produce una
sensibilidad perniciosa para las diversiones y los es-
pectáculos; ellas mismas son también las que des-
piertan una curiosidad indiscreta e insociable.
Las personas instruidas y ocupadas en cosas se-
rias tienen una curiosidad moderada; gracias a lo
que saben, desprecian muchas cosas que ignoran;
ven la inutilidad y el ridículo de la mayoría de esas
cosas que los espíritus mezquinos, que nada saben y
que de nada se ocupan, tienen tanto afán por apren-
der.
Por el contrario, las niñas mal instruidas y des-
aplicadas tienen una imaginación siempre errante.
A falta de alimento sólido, su curiosidad se dirige
ardientemente hacia los objetos vanos y peligrosos.
Las que tienen ingenio se vuelven a menudo pe-
dantes y leen todos los libros que pueden alimentar
su vanidad; se apasionan con las novelas, con las
comedias, con relatos de aventuras quiméricas en las
que se mezcla el amor profano. Su espíritu se vuelve
visionario al acostumbrarse al lenguaje magnificente
de los héroes de novela; y, además, se desorientan
con ello para vivir en el mundo, puesto que todos
estos bellos sentimientos en el aire, todas estas pa-
siones generosas, todas estas aventuras que el autor
de la novela ha inventado para el placer, no tienen
ninguna relación con los verdaderos motivos que
dirigen la conducta en el mundo y que son decisivos

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FENELÓN

en todos los asuntos, ni con los desengaños que se


encuentran en todas las obras que se emprenden.
Una pobre niña, saturada de la ternura y de las
maravillas que le han encantado en sus lecturas, se
extraña al no encontrar en este mundo personajes
verdaderos que se parezcan a esos héroes; ella qui-
siera vivir como éstas princesas imaginarias que en
las novelas son siempre encantadoras, siempre ado-
radas, y se hallan siempre por encima de todas las
necesidades. ¡Qué desencanto representa en ella
descender desde el heroísmo hasta el más bajo
pormenor de la vida doméstica!
Algunas llevan su curiosidad aún más lejos y se
entrometen en discusiones sobre religión, aunque
no tengan condiciones para ello. Pero aquellas cuyo
espíritu no es lo bastante abierto para estas curiosi-
dades, tienen otras que están en proporción con el
suyo; quieren saber ardientemente lo que se dice, lo
que se hace: una canción, una noticia, una intriga;
recibir cartas, leer las que otras reciben; quieren que
se les diga todo y quieren, a su vez, decirlo todo
también; son vanas, y la vanidad hace hablar mucho;
son ligeras, y la ligereza impide las reflexiones que
les harían guardar silencio muchas veces.

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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO III

CUÁLES SON LOS PRIMEROS


FUNDAMENTOS DE LA EDUCACIÓN

Para remediar estos males constituye una gran


ventaja poder comenzar la educación de las niñas
desde su más tierna infancia, Ésta primera edad, que
se abandona a mujeres indiscretas y, a veces, desor-
denadas, es, sin embargo, la que imprime las huellas
más profundas, y tiene, por lo tanto, una gran rela-
ción con todo el resto de la vida.
Antes que los niños sepan hablar por completo
puede preparárseles para la instrucción. Se creerá tal
vez que digo demasiado; pero considérese lo que
hace el niño que no habla todavía: aprende una len-
gua que hablará pronto con más exactitud que po-
drían hacerlo los sabios que quisieran hablar las
lenguas muertas que han estudiado con tanto tra-
bajo en edad más madura. Porque ¿qué es aprender
una lengua? No es solamente almacenar en la me-
moria un gran número de palabras; es también -dice

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FENELÓN

San Agustín 1 - observar el sentido de cada palabra


en particular. El niño -dice- entre sus gritos y sus
juegos observa de qué objeto es signo cada palabra,
y lo realiza así, tanto al fijarse en los movimientos
naturales del cuerpo que tocan o señalan los objetos
de que se habla, como por la impresión que experi-
menta al oír repetir la misma palabra para significar
el mismo objeto.
Es cierto que el temperamento del cerebro de los
niños los provee de una admirable facilidad para la
impresión de todas estas imágenes; pero ¡cuánta
atención se necesita para distinguirlas y para rela-
cionar cada una con su objeto!
Considerad también cómo buscan los niños des-
de esta edad aquello que les halaga y cómo huyen de
lo que les contraria; cómo saben chillar o callar para
Alcanzar sus deseos; cuántas artimañas y celos tie-
nen ya. «Yo he visto -dice San Agustín 2 - un niño
celoso; no sabía aún hablar, y ya miraba con el ros-
tro pálido y los ojos irritados al niño que mamaba
con él.» Se debe, por lo tanto, tener en cuenta que
los niños conocen desde temprano más de lo que se
supone generalmente; por consiguiente, puede dár-
seles, mediante el empleo de palabras ayudadas por
el tono y los gestos, la inclinación hacia las personas
honestas y virtuosas que vean, con preferencia, a
1 Confesiones, lib. IX, cap. VIII, n. 18.

2 Confesiones, lib. I, cap. VII, n. 11.

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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

otras personas faltas de seriedad, que podrían caer


en el peligro de amar, y se puede también hacerles
notar con horror, por medio de la expresión del
semblante y por el tono, de la voz, a las personas
que hayan visto presas de cólera o de cualquier otro
exceso, y adoptar el tono más dulce y el rostro más
sereno para representarles con admiración lo que
hayan visto hacer juiciosamente y con modestia.
No presento estas pequeñas cosas como grandes
cosas; pero esas disposiciones lejanas son principios
que no deben descuidarse, y esta manera de preve-
nir de lejos a, los niños tiene consecuencias inapre-
ciables que facilitan la educación.
Si se duda todavía del poder que tienen sobre los
hombres estos primeros prejuicios de la niñez, no
hay más que fijarse lo vivo y emotivo que es en la
edad madura el recuerdo de las cosas que se han
amado en la infancia. Si en vez de provocar en los
niños vanos temores por fantasmas y espíritus, que
no hacen sino debilitar su cerebro, tierno aún, con
grandes perturbaciones; si en lugar de dejarles se-
guir todas las fantasías de su nodriza hacia las cosas
que deben amar o eludir, se limitara a darles siempre
una idea agradable del bien y una idea espantosa del
mal, tal prevención les facilitarla mucho el ejercicio
de la práctica de todas las virtudes. Por el contrario,
se les hace, temer ante un clérigo vestido de negro y
no se les habla de la muerte sino para asustarlos; se
les cuenta que los muertos se aparecen por la noche
bajo un aspecto repugnante, y con todo esto sólo se
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FENELÓN

consigue hacer débil y tímido su espíritu y preve-


nirle en contra de las cosas mejores.
Lo más útil en los primeros años de la infancia es
cuidar de la salud de los niños; tratar de hacerles la
sangre dulce por la selección de los alimentos y por
un régimen de vida sencillo; reglamentarles la ali-
mentación de manera que coman siempre a las
mismas horas, aproximadamente; que coman tan
frecuentemente como les sea necesario; que no co-
man fuera de las horas de su comida, porque así se
recarga el estómago durante la digestión aún no ter-
minada; que no coman nada de un gusto tan refina-
do que les incite a comer más de lo que necesiten y
que les haga aborrecer alimentos más convenientes
para su salud; en fin, que no se les sirvan demasia-
das cosas diferentes, porque la variedad de los pla-
tos que se suceden sostiene el apetito aun después
de terminada la verdadera necesidad de comer.
Es también muy importante dejar que los órga-
nos se afirmen, sin apresurarse, por la instrucción;
evitar todo lo que pueda encender las pasiones;
acostumbrar dulcemente al niño a privarse de cosas
por las cuales demuestre demasiado ardor, con ob-
jeto de que no espere nunca obtener las cosas que
desea.
Por poco bueno que sea el natural de los niños,
se les puede hacer de este modo dóciles, pacientes,
firmes, alegres y tranquilos; en tanto que, si se des-
cuida esta primera edad, se vuelven ardientes e in-
quietos para toda su vida; su sangre se quema; las
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

costumbres se forman; el cuerpo, todavía tierno, y,


el alma, que no tiene todavía inclinaciones hacia
ningún objeto, se dirigen hacia el mal; se crea en
ellos una especie de segundo pecado original, que,
cuando son mayores, es la fuente de mil desórdenes.
Así que llegan a una edad más avanzada, en que
su razón está completamente desarrollada, es preci-
so que todas las palabras que se les diga sirvan para
hacerles amarla, verdad y para inspirarles desprecio
por toda hipocresía. Por lo tanto, no debe em-
plearse jamás ninguna ficción para persuadirlos de
lo que se quiere; de este modo se les enseña la finu-
ra, que no olvidarán nunca; es necesario dirigirlos
por la razón siempre que se pueda.
Pero examinemos más de cerca el estado de los
niños para ver más al pormenor lo que les conviene.
La substancia de su cerebro es blanda y se endurece
por días; por su espíritu, no sabe nada, todo le es
nuevo. Esta blandura del cerebro hace que todo se
imprima en él fácilmente, y la sorpresa de la no-
vedad es causa de que admiren fácilmente y que se-
an muy curiosos.
También es cierto que esta humedad y blandura
del cerebro, unida a un gran calor, les da un movi-
miento fácil y continuo. De ahí procede esa agita-
ción de los niños, que no pueden detener su espíri-
tu, sobre ningún objeto, ni su cuerpo en ningún lu-
gar.
Por otro lado, como los niños no saben todavía
pensar ni hacer nada por sí mismos, se fijan mucho
17
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FENELÓN

y hablan poco, a menos que se les. acostumbre a ha-


blar mucho, y de esto hay que guardarse en extremo.
Con frecuencia, el placer que se quiere obtener de
los niños bonitos les estropea; se les acostumbra a
decir todo lo que les viene a la imaginación y a ha-
blar de cosas de las cuales no tienen conocimientos
determinados; con ello les queda luego toda la vida
la costumbre de juzgar con precipitación y de cosas
de las que no tienen ideas claras, lo cual constituye
un grave defecto de carácter.
Este placer que queremos que nos produzcan los
niños causa además otro efecto pernicioso: se aper-
ciben de que se les mira con complacencia, de que
se observa todo lo que hacen, de que se les escucha
con placer, y se acostumbran a creer que todo el
mundo va a estar siempre pendiente de ellos.
En esta edad, en que se es siempre aplaudido y
en que no se han experimentado todavía contrarie-
dades, se conciben esperanzas quiméricas que pro-
ducen desengaños infinitos para toda la vida. He
visto niños que creían que se hablaba de ellos siem-
pre que se hablaba en secreto, porque hablan obser-
vado que se había hecho así otras veces; se imagina-
ban que todo lo que poseían era extraordinario y
Admirable. Es preciso, pues, tener cuidado con los
niños y no dejarles ver que se piensa en ellos dema-
siado. Demostradles que es por amistad y por la ne-
cesidad que tienen de ser dirigidos por lo que seguís
atentos su conducta, y no, por admiración hacia su
imaginación. Contentaos con formarlos poco a po-
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

co, aprovechando las ocasiones que se presenten de


un modo natural; de todos modos, podréis avanzar
mucho en el alma de un niño, sin violentarlo, temed
hacerlo así, porque el peligro de la vanidad y de la
presunción es siempre mayor que el fruto que se ob-
tiene de estas educaciones prematuras que hacen
tanto ruido.
Hay que contentarse con seguir y ayudar a la na-
turaleza. Los niños saben poco, es preciso no exci-
tarles a hablar; pero como ignoran muchas cosas,
tienen muchas preguntas que hacer, y las hacen.
Basta con responderles con precisión y añadir, a ve-
ces, pequeñas comparaciones para hacerles más per-
ceptibles las aclaraciones que se les debe dar. Si
emiten juicios sobre alguna cosa sin saberla bien;
hay que confundirles con una pregunta nueva que
les haga sentir su falta sin avergonzarlos rudamente.
Al mismo tiempo, hay que hacerles notar, no por
elogios vanos, sino por demostraciones afectuosas
de estimación, que se les aprueba más cuando du-
dan y preguntan lo que no saben, que cuando re-
suelven por su cuenta. Es el verdadero medio de
sugerir en su espíritu, con mucha finura, una mo-
destia real y un gran desprecio hacia las contesta-
ciones tan frecuentes en la gente joven poco
instruida.
Así que parece que su razón ha hecho algún pro-
greso, hay que servirse de esta experiencia para in-
munizarlos contra la presunción. «Observaréis -les
diréis -que sois este año más razonable que el año
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FENELÓN

pasado; dentro de un año veréis cosas que no sois


aún capaz de ver hoy. Si el año pasado hubieseis
querido juzgar cosas que sabéis ahora y que ignora-
bais entonces, hubierais juzgado mal. Hubierais co-
metido una torpeza pretendiendo saber lo que
estaba fuera de vuestro alcance. Hoy ocurre lo mis-
mo con las cosas que os queda por conocer; veréis
un día lo imperfectos que son vuestros juicios pre-
sentes. Fiad, por tanto, en los consejos de las perso-
nas que juzgan ahora como lo haréis vosotros
mismos cuando tengáis su edad y su experiencia.»
La curiosidad de los niños es una inclinación de
la naturaleza que marcha como a la vanguardia de la
instrucción; no dejéis de aprovecharla. Por ejemplo:
en el campo ven un molino y quieren saber lo que
es; pues hay que mostrarles cómo se prepara el ali-
mento que nutre al hombre. Divisan unos segado-
res; hay que explicarles lo que hacen, cómo se
siembra el trigo y cómo se multiplica en la tierra. En
la ciudad ven establecimientos donde se ejercen di-
versas artes y donde se venden distintas mercancías.
Es necesario no cansarse con sus preguntas; son
aberturas que la naturaleza os ofrece para facilitar su
instrucción; demostradles que encontráis con ello
un placer, y de este modo les enseñaréis in-
sensiblemente todas las cosas que sirven al hombre,
y sobre las cuales gira el comercio. Poco a poco, sin
estudios especiales, conocerán la mejor manera de
hacer todas estas cosas que usan y el justo precio de
cada una, lo cual constituye el verdadero funda-
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

mento de la economía. Estos conocimientos, que no


deben despreciarse por nadie, puesto que todo el
mundo necesita no dejarse engañar a su costa, son
especialmente necesarios para las niñas.

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FENELÓN

CAPÍTULO IV

IMITACIONES TEMIBLES

La ignorancia de los niños, en cuyo cerebro no


hay nada impreso aún, y que no tienen todavía há-
bito alguno, les hace flexibles y dispuestos a imitar
todo cuanto ven. Por esta razón es capital no ofre-
cerles más que buenos modelos. Hay que procurar
que no se aproximen a ellos sino personas cuyos
ejemplos sea útil seguir; pero como no es posible, a
pesar de todas las precauciones que se tomen, que
dejen de ver muchas cosas irregulares, hay que ha-
cerles notar desde temprano la impertinencia de
ciertas personas viciosas y aturdidas, a cuya reputa-
ción no hay que guardar muchos miramientos; es
necesario demostrarles qué despreciable y digno de
desprecio, y qué miserable se es, cuando uno se
abandona a sus pasiones y cuando no se cultiva su
propia razón. Se puede de este modo, sin acostum-
brarlos a la mofa, formarles el gusto y hacerlos sen-
sibles a la verdadera decencia. No hay que abstener-
se de prevenirlos, en general, contra ciertos defectos
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

ante el temor de abrirles los ojos a las debilidades


de las gentes que deben respetar; porque además de
que no puede esperarse, y que no seria tampoco
justo, que se mantengan en la ignorancia de las ver-
daderas reglas sobre aquello, es, por otra parte, el
medio más seguro de sostenerlos en sus deberes y
de persuadirles de que es necesario soportar los de-
fectos ajenos; que no debe, juzgarse ligeramente so-
bre ellos; que aparecen frecuentemente mayores de
lo que son; que están compensados por cualidades
ventajosas, y que, no siendo nada perfecto en la tie-
rra, debe admirarse lo que tenga menos imperfec-
ciones; en fin, aunque se reserven estas
instrucciones para el último extremo, es necesario,
sin embargo, darles los verdaderos principios y pre-
servarles de imitar todo el mal que tienen ante sus
ojos.
Hay también que evitar que se burlen de las per-
sonas ridículas, porque estos gestos burlones y có-
micos indican algo bajo y contrario a los sentimien-
tos honrados. Y es de temer que los niños los ad-
quieran, porque el calor de su imaginación y la flexi-
bilidad de sus cuerpos, unidos a su jovialidad, les
facilita adoptar todo género de formas para remedar
lo ridículo que ven.
Esta tendencia a imitar de los niños produce infi-
nitos males cuando se les entrega a personas sin
virtud que apenas se contienen ante ellos. Pero Dios
ha permitido que los niños puedan por esta inclina-
ción adaptarse fácilmente a todo lo que se les ense-
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FENELÓN

ña para su bien. A veces no habrá más que mos-


trarles en, otros, sin hablarles, lo que se desearía que
hicieran ellos.

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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPITULO V

INSTRUCCIONES INDIRECTAS; NO
HAY QUE APRESURAR A LOS NIÑOS

Yo creo que convendría a veces servirse de estas


instrucciones indirectas, que no son fastidiosas co-
mo lo son las lecciones y las exhortaciones, sola-
mente con el objeto de despertar su atención sobre
los ejemplos que se les presente.
Una persona podría alguna vez preguntar a otra
delante de ellos: «¿Por qué hacéis esto?» Y la otra
responderla:. «Lo hago por esta razón.» Por ejem-
plo: «¿Por qué habéis confesado vuestra falta?»
«Porqué negándola cobardemente con una mentira,
cometería una falta aún mayor, y, porque no hay na-
da más hermoso que decir con franqueza: «He he-
cho mal.» Después de esto, la primera persona
puede, elogiar a aquella que se ha acusado a si mis-
ma; mas es necesario que todo se haga sin afecta-
ción,, porque los niños tienen más perspicacia de lo
que se cree; tan pronto como aperciben alguna astu-

25
FENELÓN

cia en los que los educan, pierden la sencillez y la


confianza naturales en ellos.
Hemos hecho ya la observación de que el cere-
bro de los niños es al mismo tiempo caliente y hú-
medo, y que esto les produce un movimiento
continuo. Tal blandura del cerebro hace que todas
las puedan imprimirse fácilmente en él, y que las
imágenes de todos los objetos sensibles sean en él
muy vivas; por consiguiente, hoy que apresurarse a
escribir en sus espíritus mientras los caracteres pue-
dan trazarse en ellos con facilidad. Pero hay que ele-
gir cuidadosamente las imágenes que se han de gra-
bar, porque en un vaso tan pequeño y precioso no
deben verterse sino cosas exquisitas; hay que recor-
dar que en esta edad no debe llenarse su espíritu si-
no con aquello que se desea sea perdurable toda la
vida.
Las primeras imágenes que se graban cuando el
cerebro es aún blando y cuando nada hay todavía
escrito en él son las más profundas. Además, éstas
se endurecen a medida que la edad seca el cerebro, y
se vuelven de ese modo imborrables; de ahí procede
que se recuerden claramente cuando se es viejo co-
sas de la juventud ya lejana; en tanto que se re-
cuerdan menos cosas que se han visto en edad más
avanzada, porque los trazos se han impresionado en
el cerebro cuando estaba seco y lleno de otras imá-
genes.
Cuando se oyen hacer estos razonamientos, cues-
ta trabajo creerlos. Y, sin embargo, se emplea el
26
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

mismo razonamiento de una manera inconsciente.


¿No se dice todos los días: «Yo ya estoy muy duro;
soy demasiado viejo para cambiar; me he criado de
esta manera»? Por otra parte, ¿no se experimenta un
singular placer al evocar las imágenes de la ju-
ventud? Las inclinaciones más fuertes ¿no son las
que se han adquirido en esta edad? ¿No prueba esto
que las primeras impresiones y los primeros hábitos
son los más intensos? Mas si la infancia es propicia
para grabar imágenes en el cerebro, hay que confe-
sar que no lo es tanto para los razonamientos. Esta
humedad de cerebro, que hace tan fáciles las impre-
siones, al estar unida a un gran calor produce una
agitación que impide toda aplicación prolongada.
El cerebro de los niños es como una bujía encen-
dida en un lugar expuesto al viento: su luz es siem-
pre vacilante. El niño os hace una pregunta, y, antes
de que le respondáis, sus ojos se fijan en el pavi-
mento, cuenta todas las figuras que, hay en él pinta-
das, o todos los trozos de vidrio que están en la
ventana; si queréis llevarle hacia el primer objeto, le
molestáis como si le mantuvierais en una prisión.
Por lo tanto, hay que tratar con gran cuidado los ór-
ganos y esperar a que adquieran firmeza; responded
rápidamente a sus preguntas y dejadle que haga
otras a su antojo. Entretened tan sólo su curiosidad
y formad en su memoria un haz de buenos materia-
les; con el tiempo ellos mismos se unirán, y como el
cerebro tendrá más consistencia, el niño razonará
en seguida. Entretanto, limitaos a dirigirlo cuando
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su razonamiento no sea exacto, y hacedle experi-


mentar, sin prisas, según el pie que él os dé, lo que
es sacar una consecuencia.
Dejad, pues, jugar al niño, y mezclad la instruc-
ción con el juego; que la sabiduría no se le muestre
sino por intervalos y con un aspecto risueño; guar-
daos de fatigarle con una exactitud indiscreta.
Si el niño se forja una idea triste y sombría de la
virtud; si la libertad y el desorden se le presentan
bajo un aspecto agradable, todo está perdido: tra-
bajaréis en vano. No permitáis nunca que espíritus
estrechos o gentes sin conciencia les adulen: se ha-
bitúa uno a amar los hábitos y los sentimientos de
las personas a quienes se ama; el placer que se expe-
rimenta al principio con personas indelicadas hace
estimar poco a poco aquello que tienen hasta de
despreciable.
Para que las personas de bien resulten agradables
a los niños, hacedles notar lo que tienen de atracti-
vo: su sinceridad, su modestia, su desinterés, su fi-
delidad, su discreción; pero sobre todo su piedad,
que es el manantial de todo lo demás.
Si alguno de ellos tiene alguna cosa chocante, de-
cidles: «La piedad no produce estos defectos; cuan-
do, es perfecta, los borra o, por lo menos, los
suaviza.» Sobre todo, no hay que obstinarse en que
los niños simpaticen con ciertas personas piadosas
cuyo exterior es desagradable.
Aunque estéis sobre aviso con el fin de que el ni-
ño no aperciba de vosotros sino lo bueno, no es-
28
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

peréis que no os encuentre jamás un defecto; aper-


cibirá a menudo hasta vuestras faltas más ligeras.
San Agustín nos enseña que había observado
desde su infancia la vanidad de sus maestros de es-
tudio. Lo más urgente y lo mejor que podéis hacer
es conoceros vuestros propios defectos tan bien
como el niño pueda conocerlos, y hacéroslos ad-
vertir por amigos sinceros. Por lo general, los que
educan niños no les perdonan nada, en tanto que se
lo perdonan todo a sí mismos; esto provoca en los,
niños un espíritu de critica y de malignidad; de ma-
nera que cuando ellos han visto cometer alguna falta
a aquella persona que los dirige, se muestran en-
cantados y buscan constantemente el modo de des-
preciarla.
Evitad este tropiezo; no temáis hablarle de aque-
llos defectos vuestros que sean ostensibles y de las
faltas que se os hayan escapado delante del niño. Si
le creéis capaz de razonar sobre ello, decidle que
queréis darle el ejemplo de corregir sus defectos co-
rrigiéndoos los vuestros; con ello sacaréis hasta de
vuestras imperfecciones motivo para instruir y edi-
ficar al niño, y para alentarle en su corrección; y
hasta evitaréis el desprecio y la aversión que estos
defectos vuestros pudieran hacer recaer sobre
vuestra persona.
Es preciso, al mismo tiempo, hallar los medios
de hacer agradables al niño las cosas que se exigen
de él; si tenéis alguna cosa enojosa que proponerle,
hacedle comprender que el dolor será pronto segui-
29
FENELÓN

do por el placer; mostradle siempre la utilidad de las


cosas que le enseñéis; hacedle ver su aplicación con
relación al comercio del mundo y a los deberes de
las condiciones sociales. Sin esto, él estudio le pare-
cerá un trabajo abstracto, estéril y espinoso. «¿Para
qué sirve -se dicen ellos mismos- aprender todas
estas cosas, de las que nunca se habla en las conver-
saciones y que no tienen ninguna relación con nada
de lo que estamos obligados a hacer?» Hay, pues,
que darles cuenta de todo lo que se les enseña.
«Esto es -les diréis- para poneros en condiciones de
hacer lo que tengáis que realizar algún día; es para
formaros el juicio; es para acostumbraros a razonar
bien en todos los asuntos de la vida.» Es necesario
mostrarles siempre un fin sólido y agradable que les
anime al trabajo, y no pretender jamás sujetarlos por
una autoridad seca y absoluta.
Es también necesario, a medida que su razón
aumente, razonar cada vez más con ellos sobre las
necesidades de su educación, no para seguir todos.
sus pensamientos, sino para aprovecharse de ellos
cuando os hagan conocer su verdadero estado, para
hacer experiencias sobre su discernimiento y para
que sientan gusto por las cosas que se quiere que
hagan.
No toméis jamás, sin una necesidad extrema, un
aire austero e imperioso que haga temblar a los ni-
ños. Este aire es casi siempre afectación y pedante-
ría en los que educan, porque suelen ser, general-
mente, débiles y vergonzosos para con los niños.
30
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Cerraríais su corazón y les quitaríais la confianza,,


sin la que no podréis esperar ningún fruto de la edu-
cación. Haceos amar de ellos; que se encuentren en
libertad ante vosotros, y no temáis hacerles ver
vuestros defectos. Para conseguirlo, sed indulgente
con todos los que no sean hipócritas ante vosotros.
No aparentéis extrañeza ni indignación por sus ma-
las, inclinaciones; al contrario, demostradles compa-
sión por sus debilidades. Puede ocurrir que alguna
vez, toquéis el inconveniente de que se refrenen
menos por el temor; pero de todos modos, la con-
fianza y la sinceridad les serán más útiles que la au-
toridad rigurosa.
Por otra parte, la autoridad no dejará de encon-
trar su lugar si la confianza y la persuasión no son
suficientemente fuertes; pero es preciso empezar
siempre por una conducta franca, alegre y familiar,
sin bajezas, que os de los medios de ver moverse a
los niños en su estado natural y de conocerlos a
fondo. Por último, aunque llegarais a reducirlos por
la autoridad a que observen todas vuestras órdenes,
no alcanzaríais vuestro objeto; todo se convertiría
en formulismos molestos y, probablemente, en hi-
pocresía; les haríais tomar repugnancia hacia el bien,
por el que debéis tratar de inspirarles amor sola-
mente.
Si el Justo ha recomendado a los padres mante-
ner constantemente levantada la palmeta sobre los
niños; si ha dicho que un padre que goza con su
hijo llorará en el porvenir, no es que haya condena-
31
FENELÓN

do una educación dulce y paciente; El condena sólo


a aquellos padres débiles y desconsiderados que
adulan las pasiones de sus hijos y que no buscan si-
no divertirse con ellos durante su infancia hasta el
punto de tolerarles toda clase de excesos.
La conclusión que se debe sacar de todo esto es
que los padres deben siempre conservar la autori-
dad para la corrección, porque hay modos de ser
que sólo pueden domarse por el temor; pero, una
vez más, no debe emplearse este medio sino cuando
no pueda hacerse otra cosa.
Un niño, que obra todavía sólo por su imagina-
ción y que confunde en su cabeza las cosas que se le
presentan mezcladas entre si, odia el estudio y la
virtud porque tiene antipatía por la persona que le
habla de ellos.
Ahí tenéis de dónde procede esta idea tan som-
bría y espantosa de la piedad que conserva el niño
toda su vida; es lo que le suele quedar de una educa-
ción severa. Hay que tolerar, muchas veces, cosas
que deberían corregirse, y esperar el momento en
que el espíritu del niño esté dispuesto para aprove-
char la corrección. No le reprendáis jamás ni en su
primer impulso ni en el vuestro. Si lo hacéis en el
vuestro, se apercibe de que obráis con mal humor y
con apresuramiento, y no por razón ni por amistad;
perderéis vuestra autoridad sin remedio. Si le re-
prendéis en su primer movimiento, no le encontráis
con el espíritu lo suficientemente libre para poder
confesar su falta, para vencer su pasión y para apre-
32
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

ciar la importancia de vuestro consejo; es más, ex-


ponéis al niño a que os pierda el respeto que os de-
be. Mostraos siempre ante él dueño de vosotros
mismos; nada podrá demostrárselo mejor que
vuestra paciencia. Observad todos los momentos,
durante varios días si fuera preciso, para aplicar
oportunamente una corrección. No decir jamás al
niño su falta sin añadir algún medio de vencerla, que
le anime a ello, porque es preciso evitar la pena y el
desaliento que la corrección inspira cuando es seca.
Si se trata de un niño razonable, creo que debe in-
citársele insensiblemente a que pregunte cuáles son
sus defectos; es el medio de decírselos sin afligirle;
aún más, no debe decírsele jamás varios a la vez.
Hay que considerar que los niños tiene la cabeza
débil, que tu edad sólo les hace sensibles al placer, y
que se les pide a menudo una exactitud y una serie-
dad de las que serían incapaces aun aquellos que se
las exigen. Y hasta se les causa una peligrosa impre-
sión de tedio y de tristeza en su temperamento ha-
blándoles siempre de palabras y de cosas que ellos
no entienden: nada de libertad; nada de jovialidad;
siempre lecciones, posturas incómodas, correccio-
nes y amenazas.
Los antiguos lo entendían bastante mejor: las
principales ciencias, las máximas de la virtud y las
buenas maneras se introducían entre los hebreos,
los egipcios y los griegos, mezclados con el placer
de los versos y de la música. Las gentes iletradas
creen esto con trabajo: tan lejano está ya de nuestras
33
FENELÓN

costumbres. Sin embargo, por poca historia que, se


conozca, se comprueba que esta ha sido una prác-
tica vulgar durante varios siglos. Limitémonos, al
menos, en el nuestro, a unir lo agradable con lo útil
siempre que se pueda.
Pero, aunque no es fácil que podamos siempre
prescindir del empleo del temor para la generalidad
de los niños, no debemos recurrir a él sino cuando
hayamos agotado pacientemente todos los demás
recursos. Se debe siempre hacer comprender clara-
mente a los niños a qué se reduce todo lo que se les
pide y con qué estaremos contentos de ellos, porque
es necesario que la alegría y la confianza sean su
disposición habitual; de otro modo se obscurece su
espíritu, su ánimo decae; si son vivos, se les irrita; si
son blandos, se les vuelve estúpidos. El temor es
como los remedios violentos que se aplican en en-
fermedades extremas: purifican, pero alteran el tem-
peramento y desgastan los órganos; un alma con-
ducida por el temor es cada vez más débil.
Además, aunque no se debe amenazar sin casti-
gar, ante el temor de hacer perder su fuerza a las
amenazas, es preciso, sin embargo, castigar menos
de lo que se amenaza. En cuanto a los castigos, de-
ben ser tan ligeros como sea posible; pero acompa-
ñados de todas las circunstancias que pueden evitar
en el niño la vergüenza y el remordimiento; por
ejemplo, hacedles ver todo lo que habéis hecho para
evitar este extremo: mostraos afligido; hablad de-
lante de él con otras personas de la desgracia de
34
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

aquellos cuya falta de razón y de honor les hace


acreedores a los castigos; limitad las pruebas de
amistad habituales hasta que veáis que tiene necesi-
dad de consuelo; haced que el castigo sea público o
secreto, según apreciéis lo que le sea más beneficio-
so: si causarle una gran vergüenza, o demostrarle
que se le dispensa de ella; reservad la vergüenza pú-
blica como último remedio; servíos alguna vez de
una persona razonable que consuele al niño, que le
diga lo que no debéis decirle entonces vosotros mis-
mos, que le cure de su atroz vergüenza, que le dis-
ponga a volver a vosotros, y a la cual pueda el niño,
en su emoción, abrirle su corazón con más libertad
de lo que se atrevería a hacerlo delante de vosotros.
Pero, ante todo que se percate el niño de que no lo
exigís sino la sumisión necesaria; tratad de obrar de
modo que se condene él mismo, que se entregue
voluntariamente, y reservaos el papel de suavizar el
castigo que él haya aceptado. Cada uno debe em-
plear las reglas generales según las necesidades par-
ticulares; los hombres, y sobre todo los niños, no se
parecen nunca a si mismos; lo que es bueno hoy es
peligroso mañana; una conducta siempre uniforme
no puede ser de utilidad.
Deben emplearse lo menos posible las lecciones
formales. Se puede sugerir una infinidad de cosas
instructivas, más útiles que las lecciones mismas,
por medio de conversaciones animadas. He visto
varios niños que han aprendido a leer jugando; no
hay más que contarles cosas divertidas, que se to-
35
FENELÓN

man de un libro en su presencia, y hacerles conocer


insensiblemente las letras: ellos desean entonces
poder acercarse por sí mismos al manantial de lo
que tanto placer les ha producido.
Las dos cosas que más les estropean son: el em-
peño de hacerles aprender a leer primeramente en
latín, con lo cual se le quita a la lectura toda ameni-
dad, y que se quiera habituarlos a leer con un énfasis
forzado y ridículo. Debe dárseles un libro bien en-
cuadernado, hasta con sus cantos dorados, con be-
llas imágenes y caracteres bien formados. Todo lo
que alegra la imaginación, facilita el estudio; debe
procurarse elegir un libro lleno de historias cortas y,
maravillosas. Hecho esto, no temáis que el niño no
aprenda a leer; ni siquiera debéis preocuparos de
hacerle leer con exactitud; dejadle pronunciar de un
modo natural, como él hable; los otros tonos son
siempre malos y característicos de la declamación
escolar; cuando su lengua esté suelta, su pecho más
fuerte y su hábito de leer sea mayor, leerá sin esfuer-
zo, con más gracia y con más claridad cada vez.
La manera de enseñar a escribir debe ser la mis-
ma, sobre poco más o menos. Cuando los niños sa-
ben leer un poco, se les proporciona un gran placer
haciéndoles formar letras, y si hay varios reunidos,
hay que provocar la emulación. Los niños, espontá-
neamente, son aficionados a trazar figuras en el pa-
pel; a poco que se favorezca esta inclinación, sin
molestarles demasiado, formarán letras, jugando, y
se acostumbrarán poco a poco a escribir. Hasta se
36
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

les puede animar prometiéndoles recompensas de


su gusto y que no tengan consecuencias peligrosas.
«Escribidme una carta», se les dirá; «pedid tal co-
sa a vuestro hermano o a vuestro primo»; todo esto
produce placer al niño con tal que no los perturbe la
apariencia triste de las lecciones sistematizadas. Una
curiosidad libre -dice San Agustín, por su propia
experiencia - excita más el espíritu de los niños, que
un deber y una obligación impuestos por el temor.
Un gran defecto de la educación ordinaria es és-
te: que se coloca todo el placer de un lado, y todo el
enojo de otro: todo el enojo, en el estudio; todo el
placer, en las diversiones. ¿Qué otra cosa puede ha-
cer un niño sino soportar con impaciencia esta im-
posición y correr ardientemente tras el juego?
Tratemos de cambiar este orden: hagamos el es-
tudio agradable; ocultémosle bajo la apariencia de la
libertad y del placer; soportemos que los niños inte-
rrumpan a veces el estudio, con pequeñas llamara-
das de alegría; tienen necesidad de estas distraccio-
nes para descansar su espíritu.
Dejemos que su vista vague a ratos; hasta permi-
támosles, de vez en cuando, alguna digresión, algún
juego que expansione su espíritu; después con-
duzcámosles suavemente al objeto. Una rigidez de-
masiado exacta que les exija estudios sin inte-
rrupción les fatiga mucho; sucede con frecuencia
que los que educan a los niños afectan esta rigidez
porque les es más cómoda que mantener una suje-
ción continua aprovechando todos los momentos.
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FENELÓN

Despojemos al mismo tiempo a las diversiones de


los niños de todo lo que pueda apasionarles dema-
siado; pero todo aquello que pueda recrear su espí-
ritu, ofrecerles una variedad agradable, satisfacer su
curiosidad por las cosas útiles, ejercitar su cuerpo en
artes convenientes, todo esto debe emplearse en las
diversiones de los niños. Las que ellos prefieren son
aquellas en que el cuerpo está en movimiento, y se
hallan satisfechos con tal de cambiar constante-
mente de sitio: un volante, una bola, basta. Sus di-
versiones; por consiguiente, no deben
preocuparnos; ellos mismos las inventan; basta con
dejarlos hacer, observarlos con una fisonomía. pla-
centera, y moderarlos cuando se sofocan con exce-
so. Es conveniente, sin embargo, hacerles sentir
placer, tanto como sea posible, por aquellas distrac-
ciones en que intervenga la inteligencia, como la
conversación, las novelas, las historias y diferentes
juegos de ingenio que encierren alguna instrucción.
Todo esto será útil a su tiempo; mas no se debe for-
zar el gusto de los niños en estas cosas, no debe ha-
cerse más que ofrecerles salidas; día llegará en que
su cuerpo esté menos dispuesto a moverse, y su es-
píritu entonces actuará preferentemente.
Entre tanto, el cuidado que se tome en sazonar
con el placer las ocupaciones serias, disminuirá el
ardor que siente la juventud hacia las diversiones
peligrosas. La sujeción y el aburrimiento son los que
provocan tanta impaciencia por las diversiones. Si
una muchacha se aburriese menos al lado de su ma-
38
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

dre, no desearía con tanto afán escapar de ella para


buscar compañías peores.
En la elección de las diversiones hay que evitar
las compañías sospechosas. Nada de muchachos
con muchachas, ni siquiera con muchachas cuyo es-
píritu sea correcto y seguro. Deben evitarse los jue-
gos que disipan y que apasionan demasiado, o que
habitúan a movimientos corporales inmodestos pa-
ra una joven, las frecuentes salidas de casa y las
conversaciones que pueden provocar el deseo de
salir con frecuencia. Cuando aun no se está maleado
por ninguna grave diversión, y cuando no se ha he-
cho nacer en sí mismo ninguna pasión ardiente, se
halla la alegría con facilidad; la salud y la inocencia
son sus verdaderos manantiales; pero las gentes que
han tenido la desgracia de acostumbrarse a placeres
violentos, pierden el gusto por los placeres mo-
derados y se desesperan en una rebusca inquieta de
la alegría.
El gusto se adultera con las diversiones como
con las comidas; se acostumbra uno de tal modo a
las cosas de gusto refinado, que los alimentos co-
munes y sazonados sencillamente resultan desabri-
dos e insípidos. Temamos, pues, las grandes
sacudidas del alma que engendran el aburrimiento y
el disgusto. Para los niños son más de temer aún,
porque son menos persistentes en sus sentimientos
y buscan siempre la emoción; conservémosles el
gusto por las cosas sencillas; que no sean necesarias
grandes cantidades de alimentos para nutrirlos, ni
39
FENELÓN

grandes diversiones para alegrarlos. La sobriedad


produce siempre apetito suficiente, sin necesidad de
despertarlo con condimentos que conducen a la in-
temperancia. La templanza, decía un antiguo, es la
mejor obrera de la voluptuosidad; con esta tem-
planza, que es la salud del cuerpo y del alma, se está
siempre lleno de una alegría dulce y moderada; no
son necesarios mecanismos, espectáculos ni gastos
para divertirse; un juego cualquiera que se invente,
una lectura, un trabajo que se emprenda, un paseo,
una conversación inocente que descanse después
del trabajo, hacen sentir una alegría más pura que la
música más encantadora.
Los placeres sencillos son menos vivos y menos
sensibles, es verdad; los otros levantan el alma y re-
mueven el resorte de las pasiones. Pero los placeres
sencillos son de mayor utilidad; producen una ale-
gría siempre igual y permanente, sin consecuencias
perniciosas; son siempre bienhechores; en tanto que
los otros placeres son como los vinos adulterados,
que gustan al principio más que los naturales, pero
que alteran y perjudican la salud. La templanza del
alma se vicia tanto como el gusto en la rebusca de
estos placeres vivos y excitantes. Lo menos que se
puede hacer por los niños a quienes se educa es
acostumbrarlos a una vida sencilla, fortalecer en
ellos este hábito el mayor tiempo que se pueda, lle-
narles de temor hacia los inconvenientes que se
unen a los placeres y no abandonarlos a si mismos,
como se hace ordinariamente, en la edad en que co-
40
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

mienzan las pasiones a hacerse sentir, y que es, por


consiguiente, cuando tienen mayor necesidad de ser
contenidas.
Preciso es confesar que entre todos los esfuerzos
que exige la educación, ninguno puede compararse
con el que supone educar niñas que carecen de sen-
sibilidad,. Las naturalezas vivas y sensibles son ca-
paces de los mayores extravíos; las pasiones y la
presunción les arrebata; pero también tienen gran-
des recursos y vuelven a menudo desde muy lejos; la
instrucción es en ellas un germen oculto que crece y
que fructifica, a veces, cuando la experiencia viene
en ayuda de la razón y cuando las pasiones se enti-
bian; a lo menos, se sabe por dónde se puede pro-
vocar su atención y despertar su curiosidad; hay en
ellas algo con qué interesarlos en aquello que se les
enseña y excitarles su amor propio, en tanto que no
hay captación ninguna en las naturalezas indolentes.
Todos los pensamientos de éstas son distracciones;
no están jamás donde deben estar, no se les puede
llegar a lo vivo más que con correcciones; lo escu-
chan todo y no oyen nada. Esta indolencia vuelve al
niño negligente indiferente por todo lo que hace. En
estos casos, la mejor educación corre el riesgo de
fracasar si no nos apresuramos a tomarle la vez al
mal desde la primera infancia. Muchas gentes que
no reflexionan apenas deducen de este fracaso que
la naturaleza es la que lo hace todo en la formación
de los hombres de mérito, y que la educación no
puede hacer nada; cuando deberían simplemente
41
FENELÓN

deducir que hay naturalezas semejantes a las tierras


ingratas, en las que el cultivo hace poco. Cuando
estas naturalezas tan difíciles se hallan frustradas o
abandonadas, o mal dirigidas en sus comienzos, es
todavía mucho peor.
Es necesario tener presente también que hay
temperamentos de niños con los cuales se equivoca
uno mucho. Parecen al principio bonitos, porque las
primeras gracias de la infancia tienen un resplandor
que lo oculta todo; se ve en ellos un no sé qué de
tierno y amable que impide examinar de cerca los
pormenores de los rasgos del rostro. Todo lo que se
encuentra en ellos de ingenio sorprende, porque no
se espera de esta edad; todas las faltas de juicio les
están permitidas y tienen la gracia de la ingenuidad:
se confunde una cierta viveza del cuerpo, que no
falta nunca en los niños, con la viveza del espíritu.
De ahí procede que la infancia parece que promete
tanto, y que dé tan poco. Alguno ha habido que ha
sido celebrado por su imaginación a la edad de cin-
co años, y que ha caído en la mediocridad y en el
menosprecio a medida que se le ha visto crecer. De
todas las cualidades que se ven en la infancia no hay
más que una con la que se puede contar: es el buen
juicio; éste crece siempre con tal que se le cultive
bien; las gracias de la niñez se borran; la vivacidad
se extingue, y hasta, frecuentemente, se pierde la ter-
nura del corazón, porque las pasiones y el comercio
de los hombres políticos endurecen insensiblemente
a los jóvenes que entran en el mundo. Tratad, pues,
42
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

de descubrir, a través de las gracias de la infancia, si


la naturaleza que debéis dirigir carece de curiosidad,
y si es poco sensible a una emulación honrada. En
este caso es difícil que todas las personas encarga-
das de su educación no se desanimen pronto en un
trabajo tan ingrato y espinoso. Es preciso, pues, re-
mover con prontitud todos los resortes del alma del
niño para sacarle de este sopor. Si prevéis este in-
conveniente, no apresuraos en un principio a darle
una instrucción continuada; guardaos de recargar su
memoria, porque esto es lo que produce extrañeza y
pesadumbre al cerebro; no le fatiguéis con reglas
molestas; animadle; puesto que cae del lado contra-
rio de la presunción, no temáis mostrarle con dis-
creción aquello de que sea capaz; contentaos con
poco; hacedle, notar sus menores éxitos; hacedle ver
lo injustificado de su temor a no poder alcanzar el
éxito en las cosas que hace bien; poned en juego la
emulación. La envidia es más violenta en los niños
de lo que nos imaginamos; se ve algunos que se se-
can y consumen en una languidez secreta porque
otros son más amados o acariciados que ellos. Es
una crueldad muy general en las madres hacerles su-
frir este tormento; pero es preciso saber utilizar tal
remedio en las necesidades urgentes contra la indo-
lencia: poned delante del niño que educáis otros ni-
ños que no lo hagan apenas mejor que él; los
ejemplos desproporcionados con su debilidad aca-
barían por desalentarle.

43
FENELÓN

Hacedle ganar de vez en cuando pequeñas victo-


rias sobre aquellos de quienes esté celoso; animadle,
si podéis, a que se ría en vuestra compañía de su ti-
midez; hacedle ver gentes tímidas como él, que se
sobreponen, al fin, a su modo de ser; enseñadle, por
medio de instrucciones indirectas y en casos ajenos,
que la timidez y la pereza ahogan su espíritu; que las
gentes blandas y desaplicadas, por talento que ten-
gan, se vuelven imbéciles y se degradan a si mismas.
Pero guardaos bien de darle estos consejos con un
tono austero e impaciente, porque nada encierra
tanto dentro de sí mismo a un nido flojo y tímido
como la rudeza. Al contrario, redoblad vuestros
cuidados para sazonar con las facilidades y con el
placer, adecuados a su temperamento, los trabajos
que no podáis ahorrarle; quizá sea necesario, de vez
en cuando, excitarle con el menosprecio y los repro-
ches. No debéis hacerlo vosotros mismo; es preciso
que una persona inferior, como otro niño, lo haga
sin que parezca que lo sabéis.
Cuenta San Agustín3 que un reproche hecho a
Santa Mónica, su madre, en su infancia, por una sir-
viente, le impresionó hasta el punto de corregir le de
la mala costumbre de beber vino puro, de la que no
había podido desviarla la vehemencia y la severidad
de su preceptor. Por último, es necesario tratar de
dar gusto al espíritu de esta clase de niños, como se
trata de dárselo al cuerpo de ciertos enfermos. Se les

3 Proverb., XXXI y sigs.

44
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

dejará buscar lo que puede curar su desgana; se les


aguantará algunos caprichos, aun a costa del orden,
siempre que no caigan en excesos peligrosos. Es
más difícil dar gusto a los que no lo tienen, que
formar el gusto de aquellos que no lo tienen aún
como lo deben tener.
Hay una clase de sensibilidad más difícil todavía
y más importante de despertar: es la de la amistad.
Desde que un niño es capaz de ella, debe hacerse
que su corazón se incline hacia las personas que le
sean útiles. La amistad lo conducirá a casi todas las
cosas que se pretenden de él; se tiene con ella un
vinculo seguro para atraerle al bien, siempre que se
sepa manejar; no hay que temer otra cosa sino el ex-
ceso o la mala elección en este afecto. Pero hay
otros niños que nacen con astucia, encubiertos, indi-
ferentes, y que todo lo refieren secretamente a ellos
mismos; engañan a sus padres cuya ternura mantie-
nen crédulos; simulan que les quieren; estudian sus
inclinaciones para amoldarse a ellas; parecen más
dóciles que otros niños de su misma edad, que
obran sin máscara, según sus impulsos; su flexibili-
dad, que oculta una voluntad áspera, parece verda-
dera dulzura, y su naturaleza solapada no se
desarrolla por completo sino cuando ya no es tiem-
po de dirigirla.
Si hay alguna naturaleza de niño en la cual la
educación no puede hacer nada, quizá sea ésta, y, sin
embargo, debemos confesar que son más numero-
sas de lo que nos imaginamos. Los padres no pue-
45
FENELÓN

den decidirse a creer que sus hijos tienen mal co-


razón; cuando ellos no lo quieren ver por sí mis-
mos, nadie se atreve a convencerles, y el mal au-
menta cada vez más. El principal remedio seria
dejar a los niños desde su primera edad en una gran
libertad que pusiese a descubierto sus inclinaciones.
Es necesario siempre conocerlos a fondo antes de
corregirlos. Son sencillos y abiertos, naturalmente;
pero, a poco que se les moleste, o que se les dé al-
gún ejemplo de disimulo, no vuelven más a esta
primera simplicidad. Es cierto que sólo Dios pro-
porciona la ternura y la bondad de corazón; se pue-
de solamente tratar de excitarlos con ejemplos
generosos, con máximas de honor y de desinterés,
con el desprecio hacia las personas que se aman
demasiado a si mismas. Hay que tratar de hacer pro-
bar temprano a los niños, antes de que hayan per-
dido esta primera sencillez de sus movimientos más
naturales, el placer de una amistad cordial y recí-
proca. Nada servirá mejor a este fin como poner,
desde luego, cerca de ellos gentes que no muestren
jamás dureza, falsedad, bajeza e interés. Valdría más
tolerar a su lado personas que tuvieran otros defec-
tos y que estuvieran exentos de éstos. Es preciso
enaltecer ante los niños todos los beneficios que la
amistad puede proporcionarles, siempre que esto no
sea demasiado fuera de lugar o demasiado ardiente.
Es preciso también que los padres les agradezcan
llenos de una amistad sincera hacia ellos, porque los
niños aprenden con frecuencia de sus mismos pa-
46
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

dres a no amar a nadie. Por último, yo quisiera que


delante de ellos se suprimieran todos los cumplidos
superfluos, todas las demostraciones de amistad
fingidas y todas las caricias falsas hacia los amigos,
con las cuales se les enseña a corresponder con va-
nas apariencias a las personas que deberían amar.
Hay un defecto opuesto al que acabamos de pre-
sentar y que es más general en las muchachas: es el
de apasionarse hasta por las cosas más indiferentes.
No pueden ver dos personas mal avenidas, sin
que su corazón tome partido en favor de la una
contra la otra; están llenas de afectos o de odios sin
fundamentos; no aperciben ningún defecto en aque-
llos que estiman, y ninguna buena cualidad en aque-
llos que desprecian. No hay que contrariarlas desde
un principio, porque la contradicción fortalecería
estos caprichos; mas es preciso poco a poco hacer
notar al niño que conocemos mejor que él todo lo
que hay de bueno en lo que ama, y todo lo que hay
de malo en lo que le disgusta. Tened cuidado, al
mismo tiempo, de hacerle sentir en ocasiones lo
enojoso de los defectos que se encuentran en los
que le encantan, y lo satisfactorio de las cualidades
ventajosas que se encuentran en los que le molestan;
no le apremiéis: ya veréis como vuelve en si. Des-
pués de esto, hacedle notar sus caprichos pasados
con sus circunstancias más fuera de razón; decidle
dulcemente que le ocurrirá otro tanto con aquellos
de los que no está aún curado, cuando se hayan ex-
tinguido. Referidles errores semejantes en que ha-
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FENELÓN

yáis incurrido cuando teníais su edad. Mostradle,


sobre todo, lo más sensiblemente que podáis, la
gran mezcla de bien y de mal que se encuentra en
todo lo que se puede amar y odiar para disminuir el
ardor por sus amistades y sus aversiones.
No prometáis jamás a los niños, como recom-
pensa, compensaciones o chucherías: es hacerles un
doble daño; primero, porque les hacéis estimar lo
que deben despreciar, y segundo, porque os quita el
medio de poder establecer otras recompensas que
facilitarían vuestro trabajo. Guardaos de amenazar-
les con hacerles estudiar o con someterlos a un tra-
bajo cualquiera. Es preciso señalar los menos
deberes posibles, y cuando no puede evitarse que
hagan algunos, hay que indicárselos dulcemente, sin
darle este nombre y mostrando siempre la razón de
conveniencia para hacer una cosa en un momento y
no en otro.
Si no se elogia jamás a los niños las cosas que
hacen bien, se corre el riesgo de desanimarlos. Aun-
que los elogios sean de temer por causa de la vani-
dad, son necesarios para alentar a los niños, sin em-
briagarles. Podemos ver que San Pablo los emplea a
menudo para animar a los débiles, y para hacer que
las correcciones se soporten con más suavidad. Los
padres los aplican con el mismo fin. Cierto que para
hacerlos eficaces hay que condimentarlos de manera
que estén exentos de exageración y de adulación, y
que, al mismo tiempo, se refiera todo lo bueno a
Dios, como a su manantial. Se puede también re-
48
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

compensar a los niños por medio de juegos ino-


centes y llenos de ingenio; con paseos, en los cuales
la conversación obtenga sus frutos; con pequeños
regalos consistentes en objetos de algún valor, co-
mo cuadros, o estampas, o medallas, o mapas geo-
gráficos, o libros dorados.

49
FENELÓN

CAPÍTULO VI

SOBRE EL EMPLEO DE LAS HISTORIAS


PARA LOS NIÑOS

Los niños aman apasionadamente los cuentos


absurdos; se les ve todos los días llenos de alegría o
derramando lágrimas ante la narración de las aven-
turas que se les cuenta. No dejéis de aprovecharos
de esta inclinación. Cuando los veáis en disposición
de escucharos, contadles alguna fábula corta y bo-
nita; pero escoged fábulas de animales, ingeniosas e
inocentes; presentadles estas fábulas como que son;
mostradles su lado serio. En cuanto a las fábulas
paganas, una niña que las ignora puede considerarse
feliz en la vida, puesto que se hallan plagadas de
impiedades absurdas. Ya que no podáis hacérselas
ignorar completamente, inspiradles horror por ellas.
Cuando les hayáis contado una fábula, esperad a que
el niño os pida otras; dejadle con cierto apetito de
saber más. En cuanto la curiosidad haya sido exci-
tada, contadles algunas historia elegidas, pero en
pocas palabras; leedselas juntos y dejad de un día
50
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

para otro la continuación, con objeto de mantener


los niños en suspenso y que sientan la impaciencia
de saber el final. Animad vuestras narraciones con
un tono vivo y familiar; haced hablar todos vuestros
personajes; los niños que tengan la imaginación
despierta se harán la ilusión de que los ven y los
oyen. Por ejemplo, contadles la historia de José; ha-
ced hablar a sus hermanos brutalmente; presentad a
Jacob como un padre lleno de ternura y aflicción;
que hable el mismo José; haced manifiesta la frui-
ción con que José, siendo el amo de Egipto, se
oculta a sus hermanos, cómo los asusta y cómo se
descubre a ellos después. Este relato ingenuo, unido
a lo maravilloso de la historia, encantará a un niño
siempre que no se abuse de esta clase de cuentos,
siempre que se les haga desear y hasta se les pro-
meta contárselos como premio cuando sean buenos;
siempre que no se les dé el aspecto de estudio y que
no se obligue al niño a repetirlos; estas repeticiones,
como no salga de ellos mismos el hacerlas, les abu-
rren y desvanece todo lo que tienen de agradable
esta clase de historias.
Sin embargo, si el niño posee cierta facilidad de
palabra, él mismo, espontáneamente, contará a otras
personas las historias que le hayan producido mayor
placer; pero no haced de esto un deber. Podéis ser-
viros de otra persona ante la cual no se sienta cohi-
bido el niño y que aparente el deseo de que le cuente
una historia; el niño estará encantado de contársela.
No aparentéis escucharle; dejadle, sin reprenderle
51
FENELÓN

por sus faltas. Cuando esté más habituado a contar,


podréis hacerle observar con dulzura cuál es la me-
jor manera de nacer un relato, que es el hacerlo
corto, sencillo, ingenuo, por la elección de los as-
pectos que mejor representen la naturaleza de cada
cosa. Si educáis a varios niños, acostumbradlos po-
co a poco a que representen los personajes de las
historias que hayan aprendido: uno será Abraham;
el otro, Isaac; estas representaciones les divertirán
más que otros juegos, los acostumbrará a pensar y a
decir cosas serias, y grabarán estas historias en su
memoria de un modo indeleble.
Hay que procurar que adquieran mayor gusto por
las historias santas que por las otras; no diciéndoles
que son más bellas, lo que quizá no creerían, sino
haciéndoselo sentir sin decírselo. Hacedles notar lo
importantes, lo singulares, lo maravillosas que son,
lo llenas que están de cosas naturales y de noble vi-
vacidad. Las de la Creación, del pecado de Adán,
del diluvio, de la vocación de Abraham, del sacrifi-
cio de Isaac, de las aventuras de José que hemos ya
indicado, del nacimiento y de la huida de Moisés,
son propias, no sólo para despertar la curiosidad de
los niños, sino que, descubriendo el origen de la re-
ligión, colocan en su espíritu los fundamentos de
ella. Es preciso ignorar profundamente lo esencial
de la religión para no ver que es completamente
histórica; un tejido de hechos maravillosos nos ha-
cen hallar su fundamento, su perpetuidad y todo lo
que nos obliga a practicarla y a creerla. No se debe
52
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

pensar que al proponer estas historias se pretende


inducir a la gente a que se meta en profundidades
científicas; aquellas deben ser cortas, variadas, a
propósito para que gusten a las gentes más ordina-
rias. Dios, que conoce mejor que nadie el alma hu-
mana que Él ha formado, ha colocado la religión en
hechos populares, los cuales, lejos de recargar a los
limitados, los ayuda a concebir y a retener los miste-
rios. Por ejemplo: decid a un niño que en Dios, tres
personas iguales no forman más que una sola natu-
raleza; a fuerza de oír y de repetir estos términos,
los retendrá en su memoria; pero dado que conciba
su sentido. Contadle que Jesucristo, al salir de las
aguas del Jordán, oyó desde el cielo estas palabras
del Padre: «Este es mi Hijo bien amado en quien
tengo puestas mis complacencias: escuchadle.»
Añadid que el Espíritu Santo descendió entonces en
forma de paloma sobre el Salvador; de este modo, le
hacéis hallar de un modo sensible la Trinidad por
medio de una historia que no olvidará jamás. He
aquí tres personas que distinguirá siempre por sus
acciones distintas; no os queda luego otra cosa que
decirles sino que todas juntas no constituyen más
que un solo Dios. Este ejemplo basta para demos-
trar la utilidad de las historias; aunque parezca que
con ellas se prolonga la instrucción, lo que hacen es
abreviarla mucho y quitarle la sequedad de los cate-
cismos, en los cuales los misterios se presentan se-
parados de los hechos; así es como antiguamente se
instruía por medio de historias. La manera admira-
53
FENELÓN

ble con que quería San Agustín que se instruyera a


los ignorantes no era un método que este Padre hu-
biera introducido por sí mismo, sino que era el mé-
todo y la práctica, universales empleados por la
Iglesia. Consistía en hacer ver, por medio de la con-
tinuidad de la historia, que la religión era tan antigua
como el mundo, que Jesucristo era esperado en el
Antiguo Testamento, y que Jesucristo reinaría en el
Nuevo: este es el fundamento de la instrucción cris-
tiana.
Esto exige algún tiempo y algún esmero más que
la instrucción, a la cual se limitan muchas gentes;
pero, cuando se conocen estos detalles es cuando,
verdaderamente se sabe la religión; en cambio,
cuando se ignoran, sólo se tienen ideas confusas
sobre Jesucristo, sobre el Evangelio, sobre la Iglesia,
sobre la necesidad de someterse de un modo abso-
luto a sus decisiones y sobre el fundamento de las
virtudes que debe inspirarnos el nombre de cristia-
no. El Catecismo histórico, impreso desde hace poco
tiempo, que es un libro sencillo, corto y bastante
más claro que los catecismos ordinarios, encierra
todo cuanto se debe saber sobre esto; no puede,
pues, decirse que se exige demasiado estudio. Este
era el designio del mismo Concilio de Trento; con la
circunstancia, además, de que el Catecismo del Concilio
está quizá demasiado mezclado con términos teoló-
gicos para las personas limitadas.
Agreguemos, pues, a las historias que he indica-
do, el paso del mar Rojo y la permanencia del pue-
54
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

blo en el desierto, donde comían un pan que caía


del cielo y bebían un agua que Moisés hacia correr
de una roca al tocarla con su vara. Exponed la con-
quista milagrosa de la tierra prometida, en la que el
agua del Jordán sube, hacia su manantial, y en las
que las murallas de una ciudad se derrumban por si
mismas a la sola vista de los asaltantes. Pintad al
natural los combates de Saúl y David; mostrad a éste
en su juventud venciendo al fiero gigante Goliat, sin
armas y con su vestimenta de pastor. No os olvidéis
de la gloria y de la sabiduría de Salomón; contad
cómo juzgó en la querella de las dos mujeres que se
disputaban un niño; pero mostradle cómo cayó
desde la cumbre de su sabiduría, cómo se deshonró
por la molicie, consecuencia casi inevitable de una
prosperidad demasiado grande.
Haced que los profetas hablen a los reyes de par-
te de Dios; que lean en el porvenir como en un li-
bro; que aparezcan humildes, austeros y sufriendo
continuas persecuciones por predicar la verdad. Po-
ned en su lugar la primera ruina de Jerusalén; haced
ver el templo quemado y la ciudad santa destruida
por el pecado del pueblo. Contad el cautiverio de
Babilonia y a los judíos llorando por su Sión bien
amada. Contad, antes de su vuelta, las deliciosas
aventuras de Tobías, de Judit, de Ester y de Daniel.
No seria, tampoco inútil hacer juzgar a los niños
sobre los distintos caracteres de estos santos para
ver cuáles son los que más les gustan. Uno preferiría
Ester; otro, Judit, y esto excitaría entre ellos una pe-
55
FENELÓN

queña contención que imprimiría estas historias en


su espíritu con más fuerza y formaría su juicio.
Conducidles después a Jerusalén y hacedles reparar
en su ruina; haced una pintura risueña de su paz y
felicidad. Inmediatamente después hacedles un re-
trato del cruel e impío Antioco, que muere en una
falsa penitencia; señalad la victoria de los Macabeos
bajo este perseguidor, y el martirio de los siete her-
manos de este nombre. Venid al nacimiento mila-
groso de San Juan. Contad con más detalles el de
Jesucristo; después de lo cual hay que buscar en el
Evangelio los hechos más deslumbrantes de su vida,
su predicación en el templo a la edad de doce años;
su bautismo; su retiro en el desierto y su tentación;
la vocación de los apóstoles; la multiplicación de los
panes; la conversión de la pecadora que ungió los
pies del Salvador con un perfume, los lavó con sus
lágrimas y los enjugó con sus cabellos. Mostrad
también a la Samaritana, instruida; al ciego de naci-
miento, curado; Lárazo, resucitado; Jesucristo, en-
trando triunfalmente en Jerusalén; haced ver su
pasión, describid su salida de la tumba. A continua-
ción haced notar la familiaridad con que permane-
ció cuarenta días entre sus discípulos hasta que
éstos le vieron subir al cielo, la bajada del Espíritu
Santo, la lapidación de San Esteban, la conversión
de San Pablo, la vocación del centenario Cornelio.
Los viajes de los apóstoles, y particularmente los de
San Pablo, son también muy agradables. Escoged
las historias más maravillosas de los mártires y al-
56
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

guna cosa muy general de la vida celestial de los


primeros cristianos; mezclad en ella el valor de las
jóvenes vírgenes, la austeridad admirable, de los so-
litarios, la conversión de los emperadores y del im-
perio, la ceguedad de los judíos y su terrible castigo,
que aun prevalece.
Todas estas historias, discretamente manejadas,
introducirían con placer en la imaginación de los
niños, viva y tierna, toda la sucesión de la religión,
desde la creación del mundo hasta nuestros días, lo
cuál les daría muy nobles ideas, que no se borrarían
jamás. Ellos verían, además, en esta historia, la ma-
no de Dios, levantada siempre para libertar a los
justos y para confundir a los impíos. Se acostumbra-
rían a ver a Dios haciendo todas estas cosas y con-
duciendo secretamente a sus destinos a las criaturas
que parecían más alejadas de Él. Pero debe reco-
gerse en estas historias las imágenes más risueñas y
más magnificentes, porque es preciso obrar de mo-
do que los niños encuentren la religión bella, amable
y augusta, en lugar de como se la representan ordi-
nariamente, como una cosa triste y lánguida.
Además de la ventaja inestimable de enseñar así
la religión a los niños, este fundamento de historias
agradables, que se coloca desde temprano en su
memoria, despierta su curiosidad hacia las cosas se-
rias, les vuelve sensibles a los placeres del espíritu,
hace que se interesen en lo que oyen decir de otras
historias que tienen alguna relación con aquellas que
ya saben. Pero, una vez más, es preciso abstenerse
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FENELÓN

de que el escuchar y retener estas historias se con-


vierta en una obligación, y todavía menos hacer de
ellas lecciones sistematizadas, el placer debe hacerlo
todo. No les apremiéis; llegaréis al fin hasta con los
espíritus más vulgares; no hay para ello más que no
recargarles y dejar venir su curiosidad poco a poco.
Pero me diréis: ¿Cómo contarles estas historias de
una manera animada, corta, natural y agradable?
¿Dónde están las preceptoras que sepan hacerlo? A
lo cual yo respondo que propongo esto solo con el
fin de que se procure elegir personas de buen espí-
ritu para educar a los niños, y de que se les inspire
este método de enseñar hasta donde se pueda; cada
preceptora participará de él en la medida de su ta-
lento. Pero, en fin, por poca amplitud de espíritu
que tengan, el mal será menor formándolas de esta
manera, que es sencilla y natural.
Ellas pueden agregar a sus discursos la vista de
estampas o de cuadros que representen, agradable-
mente, las historias de los santos. Las estampas pue-
den bastar y deben usarse ordinariamente, pero
cuando se tenga la facilidad de enseñar a los niños
buenos cuadros, no hay que desdeñarla; porque la
fuerza natural de los colores, con la magnitud de las
figuras al natural, llamarán su atención con mas in-
tensidad.

58
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO VII

CÓMO SE DEBE INTRODUCIR EN EL


ESPÍRITU DE LOS NIÑOS LOS PRIMEROS
FUNDAMENTOS DE LA RELIGIÓN

Hemos manifestado que la primera edad de los


niños no era propicia para razonar; no porque estos
no posean ya todas las ideas y todos los principios
generales de la razón que hayan de tener en lo suce-
sivo, sino porque, faltos del conocimiento de mu-
chos hechos, no pueden aplicar su razón, y además,
porque la agitación de su cerebro les impide seguir y
relacionar sus pensamientos.
Sin embargo, sin apremiarlos, se deben encauzar
poco a poco los primeros ejercicios de la razón ha-
cia el conocimiento de Dios. Persuadidlos de las
verdades cristianas, sin que abriguen la menor duda
sobre ellas. Saben que alguien ha muerto y que lo
han enterrado; preguntadles: «-¿Está ese muerto en
su tumba? -Si. -Entonces ¿no está en el paraíso? -Si,
señor; está en el paraíso. -¿Cómo es que está al
mismo tiempo en la tumba y en el paraíso? -Su alma
59
FENELÓN

está en el paraíso; su cuerpo es el que está enterrado.


-Entonces, ¿su alma no es su cuerpo? -No. -Pero ¿el
alma está muerta? -No; debe vivir eternamente en el
cielo. » Añadid: « -Y vos, ¿queréis ser salvado? -Si.
-Pero, ¿qué es salvarse? -Es que el alma vaya al pa-
raíso cuando uno muera. -Y la muerte, ¿qué es? -Es
que el alma abandona al cuerpo, y el cuerpo se con-
vierte en polvo.»No pretendo quo se obligue a los
niños a que respondan de este modo: debo advertir
sin embargo que he obtenido algunas de estas res-
puestas de niños de cuatro años. Pero voy a suponer
que se trate de un espíritu menos despierto y más
atrasado: entonces, lo peor que puede ocurrir es que
tengamos que esperarle algunos años más, sin impa-
ciencia.
Se puede enseñar a los niños una casa, y hacerles
ver que esa casa no se edificó por sí sola. «Las pie-
dras, les diréis, no han podido levantarse sin que
alguien las llevase. » Conviene también que vean a
los albañiles que hacen el edificio; después hacedles
mirar el cielo, la tierra, y las principales cosas que
Dios ha puesto en ellas para uso del hombre; deci-
dles: «Mirad; el mundo, que está mejor hecho que
una casa, ¿se habrá hecho por si mismo? -No, sin
duda; Dios es quien lo ha edificado con sus propias
manos.» Al principio, seguid el método de la Escri-
tura; llamad vivamente a su imaginación; no le pro-
pongáis ninguna cosa sin acompañarla de imágenes
sensibles. Representad a Dios sentado en un trono,
con los ojos más deslumbradores que los rayos del
60
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

sol, y más penetrantes que los relámpagos; hacedle


hablar, atribuídle oídos que todo lo oyen, manos
que conducen el universo, brazos siempre levanta-
dos para castigar a los malos, un corazón tierno y
paternal que concede la felicidad a aquellos que le
aman. Tiempo llegará en que podáis dar una mayor
exactitud a estos conocimientos. Estad atentos siem-
pre a todas las manifestaciones espirituales del niño;
tantead por diversos medios cuáles son los que me-
jor pueden serviros para que penetren en su alma las
grandes verdades. Sobre todo, no le digáis nada
nuevo sin hacérselo familiar por alguna compara-
ción sensible.
Por ejemplo: preguntadle si preferiría morir, an-
tes que renunciar a Jesucristo; os responderá: «Si.»
Añadid: «Pero qué, ¿os dejaríais cortar la cabeza
con tal de ir al paraíso? -Si. » Hasta aquí el niño se
cree con suficiente valor para realizarlo. Pero si que-
réis hacerle ver que no se puede nada sin estar re-
vestido de gracia, no conseguiréis que lo comprenda
si le decís simplemente que se tiene necesidad de la
gracia para ser fiel; él no comprenderá estas pala-
bras; y si le acostumbráis a que las diga sin com-
prenderlas, no habréis adelantado mucho más.
¿Qué hacer entonces? Contadle la historia de San
Pedro; presentadlo cuando dice con un tono pre-
suntuoso: «Si es preciso morir, yo os seguiré, cuan-
do los otros os dejen, yo no os abandonaré jamás.»
Pintad después su caída; cómo negó tres veces a Je-
sucristo, y cómo una sirviente se lo echó en cara.
61
FENELÓN

Decid por qué Dios permitió que fuera tan débil;


servios después de la comparación de un niño y de
un enfermo que no pudieran andar solos, y hacedles
comprender que necesitamos que Dios nos conduz-
ca, como una nodriza lleva a su niño; de este modo
daréis forma sensible al misterio de la gracia.
Pero la verdad, más difícil de hacer comprender
es que poseemos un alma más preciosa que nuestro
cuerpo. Se acostumbra a hablar a los niños de su
alma desde un principio; y se hace bien, porque este
lenguaje, que ellos no comprenden, les hace presen-
tir confusamente la distinción entre el cuerpo y el
alma, hasta que llegue el momento de que puedan
concebirla claramente. Los prejuicios, tan nocivos
para los niños cuando conducen al error, son muy
beneficiosos cuando acostumbran su imaginación a
la verdad, hasta que la razón pueda actuar por prin-
cipios. Es preciso en fin establecer una verdadera
persuasión. ¿Cómo hacerlo? ¿Será sumergiendo a
una muchacha en sutilezas filosóficas? Nada peor
que esto; hay que limitarse, si se puede, a hacerla cla-
ro y sensible lo que ella oiga y diga todos los días.
En cuanto a su cuerpo, lo conoce en demasía;
todo le induce a halagarle, a adornarle, a hacer de él
un ídolo; es capital inspirarle desprecio por él, con-
venciéndole de que en ella hay alguna cosa superior
a su cuerpo. Por consiguiente, decid a un niño cuya
razón ya actúa: «¿Es vuestra alma la que come?» Si
respondiera mal, no le regañéis; decidle dulcemente
que el alma no come, «Es el cuerpo el que come, le
62
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

diréis; el cuerpo, que es semejante a los animales.


Los animales, ¿tienen alma? ¿Son inteligentes? -No
- responderá el niño -. Sin embargo, ellos comen
aunque no tengan alma, continuaréis; ved, pues,
como no es el espíritu el que come; es el cuerpo el
que toma los alimentos para nutrirse; éste es el que
anda, el que duerme. -Y el alma, ¿qué hace?
-Razona; conoce a todo el mundo; ama ciertas co-
sas; mira a otras con animadversión.» Añadid, como
de broma: «-¿Veis esta mesa? -Si. -¿La conocéis? -Sí.
-Ya veis que no está hecha como esta silla; ¿sabéis
que es de madera, y que no es de piedra como la
chimenea? –Si -os responderá el niño.» No prosigáis
sin que os hayáis convencido previamente, por el
tono de su voz y por su mirada, que el niño está im-
presionado por estas preguntas tan ingenuas. Deci-
dle después: «Pero... esta mesa, ¿os conoce?» Y
veréis cómo el niño se echa a reír y se burla de esta
pregunta. No importa; añadid: «¿Quién os quiere
más, esta mesa o esta silla?» Se reirá con más ganas.
Proseguid: «Y la ventana, ¿es muy juiciosa?» Tratad
después de ir más allá. «Y esta muñeca, ¿os respon-
de cuando le habláis? -No. -¿Por qué? ¿Es que no
tiene alma? -No, no la tiene. -Entonces, puesto que
vos la conocéis, y ella no os conoce, es que no po-
see un alma como vos. Pero después de vuestra
muerte, cuando estéis enterrada, ¿no seréis como
esta muñeca? -Sí. -¿Y no sentiréis nada? -No. -¿No
conoceréis a nadie? -no. -Y vuestra alma, ¿estará en
el cielo? -Sí. -¿Verá allí a Dios? -Sí le verá. -Y el al-
63
FENELÓN

ma de la muñeca, ¿dónde estará ahora?» Ya veréis


como la niña os responderá riendo o, por lo menos,
os dará a entender, que la muñeca no tiene alma.
Sobre esta base, y empleando estos giros sensi-
bles de vez en cuando, podréis acostumbrarla poco
a poco a atribuir al cuerpo lo que le pertenece, y al
alma lo que de ella dimana, siempre que no aludáis,
imprudentemente, a ciertas acciones que son comu-
nes al cuerpo y al alma. Hay que evitar las sutilezas
que podrían enmarañar estas verdades, y debéis
contentaros con deslindar las cosas en las que las
diferencias entre el cuerpo y el alma estén más sen-
siblemente determinadas. Puede ocurrir que nos en-
contremos ante espíritus tan groseros que, ni con
una buena educación, puedan comprender clara-
mente estas verdades; pero, además de que se con-
cibe algunas veces con suficiente claridad una cosa,
aunque no se sepa explicarla exactamente, Dios ve
mejor que nosotros en el espíritu del hombre lo que
ha puesto en él para la comprensión de sus mis-
terios.
En los niños que manifiestan capacidad para ir
más allá se puede, sin meterlos en estudios de visos
filosóficos, hacerles concebir, según el alcance de su
inteligencia, lo que significa cuando se les hace decir
que Dios es un espíritu y que su alma es un espíritu
también. Yo creo que el mejor medio y el más sen-
cillo de hacerles concebir la espiritualidad de Dios y
del alma es hacerles notar las diferencias que hay
entre un hombre muerto y un hombre vivo: en el
64
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

uno, no hay más que cuerpo; en el otro, el cuerpo


está unido al espíritu. A continuación hay que de-
mostrarles que lo que razona es mucho más per-
fecto que lo que sólo tiene figura y movimiento.
Hacedles después observar, con distintos ejemplos,
que ninguno de los dos perece; se separan sola-
mente; como ocurre con los trozos de madera que
se queman, los cuales se convierten en ceniza o se
elevan con el humo. «Puesto que, le diréis, lo que no
es en si mismo más que ceniza, incapaz de conocer
ni pensar, no perece; con menos razón el alma, que
conoce y que piensa, puede dejar nunca de ser. El
cuerpo puede morir; es decir, puede dejar al alma y
convertirse en ceniza; pero el alma vivirá, porque
pensará siempre.»
Las personas que se dediquen a la enseñanza de-
ben desarrollar lo antes posible en el espíritu de los
niños estos conocimientos, que son el fundamento
de toda la religión. Pero cuando no puedan lograrlo
deben, en lugar de renegar de los espíritus duros y
tardíos, esperar a que Dios los ilumine interior-
mente. Hay un camino sensible y práctico para afir-
mar el conocimiento de esta distinción entre el cuer-
po y el alma, y es acostumbrar a los niños a despre-
ciar el uno y a estimar a la otra en todos los detalles
de su vida. Elogiad la instrucción que nutre, y hace
crecer al alma; estimad las altas verdades que la im-
pulsan a ser juiciosa y virtuosa; despreciad la buena
vida, los adornos y todo lo que vuelve blando el
cuerpo; haced percibir que el honor, la buena con-
65
FENELÓN

ciencia y la religión están por encima de los placeres


groseros. Por medio de sentimientos semejantes, y
sin hacerles razonar sobre el cuerpo ni sobre el al-
ma, era como los antiguos romanos habían enseña-
do a sus hijos a despreciar el cuerpo, a sacrificarlo, a
fin de lograr para el alma los placeres de la virtud y
de la gloria. Entre ellos, no sólo eran moderadas las
personas de nacimiento distinguido, sino que el
pueblo entero nacía austero, desinteresado, lleno de
desprecio por la vida, y solamente sensible al honor
y a la prudencia. Cuando hablo de los antiguos ro-
manos, me refiero a los que han vivido antes de que
el desarrollo de su imperio hubiese alterado la pure-
za de sus costumbres.
No se diga que es imposible inspirar al niño tales
prejuicios por medio de la educación. ¡Cuántas má-
ximas vemos que han sido establecidas entre nos-
otros, por la fuerza de la costumbre, en contra de la
impresión de los sentidos! Por ejemplo, la del duelo,
fundada sobre una falsa regla de honor. No razo-
nando, sino suponiendo sin razonar la máxima es-
tablecida sobre el punto de honor, era como se ex-
ponía la vida, y cómo todo hombre de espada vivía
en un continuo peligro. El que no temía ninguna
querella podía tenerla a cada momento con gentes
que buscaban pretextos para distinguirse en cual-
quier combate. Por moderado que se fuese, no se
podía, sin perder el honor, evitar una querella por
una explicación; ni rechazar ser testigo de un desa-
fío del primer advenedizo que se quisiera batir.
66
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

¡ Cuánta autoridad no habrá sido necesaria para de-


sarraigar una costumbre tan bárbara! Ved, pues, lo
poderosos que son los prejuicios de la educación; y
lo serán aún más por la virtud, cuando estén soste-
nidos por la razón y por la esperanza del reino de
los cielos. Los romanos, de los cuales ya hemos ha-
blado, y antes que ellos los griegos, en los buenos
tiempos de sus repúblicas, criaban a sus hijos en el
desprecio del fausto y de la molicie; les enseñaban a
estimar la gloria solamente; no a poseer riquezas,
sino a vencer a los reyes que las poseían; a creer que
no puede lograrse la felicidad sino por medio de la
virtud.
Ese espíritu estaba tan arraigado en las repúbli-
cas, que éstas han hecho cosas increíbles, conforme
a estas máximas tan contrarias a las de todos los de-
más pueblos. El ejemplo de tantos mártires y de
otros primitivos cristianos de todas las condiciones
y edades demuestra que la gracia del bautismo, con
el concurso de la educación, puede causar en los
fieles impresiones más maravillosas, todavía para
hacerlos despreciar lo que pertenece al cuerpo. Bus-
quemos, pues, los giros más agradables y las compa-
raciones más sensibles, para hacer ver a los niños
que nuestro cuerpo es semejante a los animales, y
nuestra alma a los ángeles. Representad a un caba-
llero que está montado sobre un caballo que le con-
duce; decidles que el alma y el cuerpo están en la
misma relación que el jinete con su montura. Sacad
la conclusión de que un alma es muy débil y desgra-
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FENELÓN

ciada cuando se deja llevar por su cuerpo, como por


un caballo fogoso que lo arrojara por un precipicio.
Hacedle notar también que la belleza del cuerpo es
una flor que se abre por la mañana y que al atarde-
cer está ajada y tirada por los suelos; pero que el al-
ma es la imagen de la belleza inmortal de Dios.
«Hay un orden de cosas tan exquisitas -añadiréis-,
que no pueden ser percibidas por los ojos groseros
de la carne, como se ven todas las cosas que están
sujetas aquí abajo a las mudanzas y a la corrupción.»
Para que los niños se, den cuenta de que hay cosas,
muy reales, que no pueden apercibir las los ojos ni
los oídos, se les preguntará si no es verdad que tal
persona es prudente; que tal ora es muy inteligente.
Cuando os hayan contestado que sí, agregad: «Pero
¿es que habéis visto la prudencia de tal? ¿La habéis
oído? ¿Hace mucho ruido? ¿La habéis tocado?
¿Está fría o caliente?» El niño se reirá de estas pre-
guntas y de cuantas le hagáis en esta forma; se ex-
trañará de que se le pregunte de qué color es un
espíritu; si es redondo o si es cuadrado. Entonces lo
podréis hacer notar que conoce cosas muy reales
que no se pueden ver, ni tocar, ni oír, y que estas co-
sas son espirituales. Pero tales cuestiones deben ha-
cerse muy sobriamente, tratándose de niñas. No las
propongo más que para aquellas cuya curiosidad y
cuya razón os lleve, a pesar vuestro, a estas cuestio-
nes, Es preciso ajustarse a la capacidad de su espí-
ritu y a sus necesidades.

68
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Mantened su espíritu en los límites comunes el


mayor tiempo que sea posible, y enseñadles que su
sexo debe experimentar un pudor para la ciencia ca-
si tan delicado como el que inspira el horror al vi-
cio.
Al propio tiempo debe hacerse actuar la imagina-
ción en ayuda del ingenio, a fin de ofrecerles imá-
genes encantadoras de las verdades de la religión
que los sentidos no pueden percibir. Hay que re-
presentarles la gloria celeste tal como San Juan la
pinta; las lágrimas se enjugarán en todos los ojos; no
más muerte, dolores ni gritos; los gemidos se acalla-
rán; los males no acontecerán; un gozo eterno ro-
deará la cabeza de los bienaventurados, como la
aguas del mar rodearían a un hombre que estuviese
sumergido en su seno. Mostradles a la gloriosa Jeru-
salén, cuyo sol será Dios mismo y constituirá un día
sin fin, un río de paz, un torrente de delicias un ma-
nantial de vida la regará; todo será en ella oro, perlas
y pedrería. Ya me doy cuenta de que estas imágenes
están unidas a objetos sensibles; pero después de
haber despertado la atención de las niñas con tan
bello espectáculo, podemos valernos de los medios
que ya hemos indicado para conducirlas a las cosas
espirituales.
Sacad, en conclusión, que nosotros estamos aquí
abajo como viajeros en una hostería o bajo una
tienda; que el cuerpo va a perecer; que no puede re-
trasarse su corrupción sino durante muy pocos
años; pero que el alma volará a esta patria celestial,
69
FENELÓN

donde debe vivir para siempre la vida de Dios. Si se


puede acostumbrar a los niños a que encuentren
gusto en el examen de estos elevados objetivos y en
relacionar las cosas comunes con tan elevadas espe-
ranzas, se habrán allanado inmensas dificultades.
Yo desearía, además, producirles una fuerte im-
presión sobre la resurrección de los cuerpos. Ense-
ñadles que la naturaleza es un orden común que
Dios ha establecido en sus obras, y que los milagros
no son otra cosa que las excepciones a estas reglas
generales; y que, por consiguiente, tanto le cuesta a
Dios hacer cien milagros como a mi el salir de mi
habitación un cuarto de hora antes de lo que yo
acostumbro. Recordadles a continuación la resu-
rrección de Lázaro, después la de Jesucristo y sus
apariciones familiares, delante de tantas personas,
durante cuarenta días. Enseñad, por último, que no
puede serle difícil rehacer un hombre al que ha sa-
bido hacerle. No olvidéis la comparación del grano
de trigo que se siembra en la tierra y que se pudre,
con el fin de resucitar y multiplicarse.
Por lo demás, no se, trata de enseñar de memoria
a los niños esta moral, como se les enseña el cate-
cismo; con este método no se conseguiría otra cosa
que envolver la religión en un lenguaje afectado o,
por lo menos, en formulismos fastidiosos. Ayudad
solamente a su espíritu y ponedlos en camino de en-
contrar estas verdades en su propio fondo. Así les
serán más propias y más agradables y se imprimirán

70
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

vivamente; aprovechad las oportunidades para ha-


cerles ver claro lo que ellos ven aún confusamente.
Pero tened cuidado del peligro que encierra ha-
blarles con desprecio de esta vida sin que ellos vean
en vuestra conducta que les habláis seriamente. En
todas las edades el ejemplo tiene un poder extraor-
dinario sobre nosotros; en la infancia es el todo.
Los niños se complacen grandemente imitando; no
han adquirido aún hábitos que les dificulten la imi-
tación ajena; además, como no son capaces de juz-
gar por si mismos el fondo de las cosas, juzgan más
bien por lo que ven en las personas que las explican
que por las razones en que éstas se apoyan; las ac-
ciones son también más sensibles que las palabras;
por lo tanto, si ellos ven hacer lo contrario de lo que
se les enseña, se acostumbran. a mirar la religión
como una bella ceremonia, y la virtud como una
idea impracticable.
No os toméis jamás la libertad de bromear de-
lante de los niños sobre cosas relacionadas con la
religión: una burla sobre la devoción de cualquier
alma sencilla; la risa sobre una consulta a su confe-
sor, o sobre las penitencias que le sean impuestas.
Quizá consideréis que esto no tiene importancia; os
equivocáis; todo esto tiene luego sus consecuencias.
No debe hablarse de Dios ni de las cosas que se re-
lacionen con el culto sino seriamente y con un res-
peto bien lejano de estas libertades. No abandonéis,
jamás ninguna conveniencia, pero sobre todo en
estos extremos; con frecuencia, personas que son
71
FENELÓN

muy delicadas para las mundanas, son las más gro-


seras sobre las de la religión.
Cuando el niño haya hecho las reflexiones nece-
sarias para conocerse y para conocer a Dios, agre-
gad los hechos históricos que le sean conocidos;
esta mezcla lo hará ver la: religión en su espíritu
como un conjunto; observará con placer la relación
que hay entre sus reflexiones y la historia del género
humano. Reconocerá que el hombre no se ha hecho
a si mismo, que su alma es la imagen de Dios, que su
cuerpo está formado con tantos resortes, admirables
por el ingenio y el poder divinos; entonces recorda-
rá la historia de la creación; en seguida pensará que
ha nacido con inclinaciones contrarias a la razón,
que el placer le engaña, la cólera le arrebata, y que su
corazón arrastra a su alma contra la razón como un
caballo fogoso a un jinete, debiendo ser el alma la
que gobierne su cuerpo; comprenderá la causa de
este desorden con la historia del pecado de Adán;
esta historia le hará esperar al Salvador que debe re-
conciliar a los hombres con Dios. He aquí todo el
fondo de la religión.
Para hacer comprender mejor los misterios, las
acciones y las máximas de Jesucristo, es preciso po-
ner en condiciones a los jóvenes de leer el Evange-
lio. Será, pues, necesario prepararlos desde tempra-
no a leer la palabra de Dios, como se les prepara a
recibir por la comunión la carne de Jesucristo; hay
que colocar como fundamento principal la auto-
ridad de la Iglesia, esposa del Hijo de Dios y madre
72
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

de todos los fieles; es a ella, le diréis, a la que debéis


escuchar, porque el Espíritu Santo la ilumina, para
explicarnos las Escrituras. Sin ella no puede llegarse
a Jesucristo. No dejéis de releer con frecuencia a los
niños los pasajes en que Jesucristo promete sostener
y animar a la Iglesia, a fin de que conduzca a sus
hijos por el camino de la verdad. A las niñas, sobre
todo, inspiradles la prudencia sobria y llena de tem-
planza que San Pablo recomienda. Hacedles temer
los engaños de las novedades, la afición a las cuales
es tan propia de su sexo; llenadles de un horror sa-
ludable hacia toda singularidad en materia religiosa:
ponedles como ejemplo la celestial perfección, la
maravillosa disciplina que reinaba entre los prime-
ros cristianos; hacedles sentir rubor de nuestra rela-
jación, y suspirar por aquella pureza evangélica;
pero alejadlas con un cuidado extremo de la idea de
una critica presuntuosa y de reformas indiscretas.
Pensad, pues, en poner ante sus ojos el Evange-
lio y los grandes ejemplos de la antigüedad; pero no
lo hagáis sin experimentar previamente la docilidad
y la simplicidad de su fe. Volved de nuevo a la Igle-
sia. Demostradles, por medio de las promesas que
se le hacen en el Evangelio, y de la autoridad que
éste le presta, que la Iglesia ha conservado en el
transcurso de los siglos la sucesión inviolable de sus
pastores y de sus doctrinas, lo cual es la confirma-
ción manifiesta de las promesas divinas. Como lo-
gréis imponer el fundamento de la humildad y de la
sumisión, y el de la aversión contra cualquier singu-
73
FENELÓN

laridad sospechosa, enseñaréis con mucho prove-


cho a las jóvenes lo más perfecto de la ley de Dios
en la institución de los Sacramentos y en la práctica
de la antigua Iglesia. Ya sé que no puede darse esta
instrucción en toda su extensión a toda clase de ni-
ños; la propongo solamente aquí, a fin de que se la
dé lo más exactamente que se pueda, según el tiem-
po y la disposición de espíritu de los que se deba
instruir.
La superstición es de temer en este sexo; pero
nada la desarraiga o la previene mejor que una ins-
trucción sólida. Esta instrucción, aunque deba en-
cerrarse en sus justos limites y alejarse mucho de los
estudios de los sabios, va más allá de lo que se cree
ordinariamente. Hay quien cree estar bien instruido,
y no sólo no lo está, sino que es tan grande su igno-
rancia, que no se halla siquiera en estado de apreciar
lo que le falta para conocer el fondo del cristianis-
mo. Es preciso no mezclar jamás en la fe o en las
prácticas piadosas nada que no esté sacado del
Evangelio o autorizado por una aprobación cons-
tante de la Iglesia. Es preciso prevenir discretamente
a las niñas contra ciertos abusos, que se está en peli-
gro a veces de considerar como puntos de discipli-
na, cuando no están bien instruidas; no se puede
estar seguro si no se remonta al manantial, si no se
conoce la institución de las cosas y el uso que los
santos han hecho de ellas.
Acostumbrad, pues, a las niñas, demasiado cré-
dulas por naturaleza, a no admitir ligeramente cier-
74
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

tas historias sin autoridad, y a no aficionarse a cier-


tas devociones que un celo indiscreto introduce, sin
esperar a que la Iglesia las apruebe.
El verdadero medio de enseñarles lo que en tal
sentido debe pensarse no es criticar severamente es-
tas cosas, a las que puede haber dado origen algún
piadoso motivo, sino mostrarlas, sin censurarlas,
que no tienen un fundamento sólido.
Contentaos con que estas cosas no se mezclen
con la instrucción que se dé sobre el cristianismo.
Este silencio bastará por lo pronto, para acostum-
brar a las niñas a concebir el cristianismo en toda su
integridad y en toda su perfección, sin añadirle estas
prácticas. En lo sucesivo podréis prepararlas, poco
a poco, contra los discursos de los calvinistas. Yo
creo que esta instrucción es útil, porque estamos re-
unidos diariamente con personas preocupadas con
sus sentimientos y que hablan de ellos en sus con-
versaciones más intimas.
«Ellos nos imputan falsamente -les diréis- ciertos
excesos sobre las imágenes, sobre la invocación de
los santos, sobre la oración por los difuntos, sobre
las indulgencias. Mirad a lo que se reduce lo que la
Iglesia enseña sobre el bautismo, sobre la confirma-
ción, sobre el sacrificio de la misa, sobre la peniten-
cia, sobre la confesión, sobre la autoridad de los
pastores, sobre la del Papa, que es el primero entre
ellos por institución del mismo Jesucristo, y del cual
no podemos separarnos sin abandonar la Iglesia.» «
Ved -continuaréis - todo lo que se debe creer; lo que
75
FENELÓN

los calvinistas nos acusan de añadir, no está en la


doctrina católica; equivale a poner un, obstáculo a
su reunión, querer sujetarles a opiniones que les
chocan y que la Iglesia rechaza, como si estas opi-
niones formasen parte de nuestra fe.» Al mismo
tiempo no descuidéis nunca de mostrar que los cal-
vinistas han condenado temerariamente las más san-
tas y antiguas ceremonias; podéis añadir que, cuan-
do las cosas de reciente institución están conformes
con el antiguo espíritu, merecen un profundo respe-
to, porque la autoridad que las establece es siempre
la de la esposa inmortal del Hijo de Dios.
Al hablarlas así de los que han arrebatado una
parte de su rebaño a los antiguos pastores, bajo pre-
texto de una reforma, debéis hacerles observar que
estos hombres soberbios se han olvidado de la de-
bilidad humana y han hecho impracticable la reli-
gión para los simples de corazón, al pretender que
cada uno examine por sí todos los artículos de la
doctrina cristiana en las. Escrituras, sin someterse a
las interpretaciones de la Iglesia. Haced ver que la
Santa Escritura es para los fieles la ley soberana de
la fe. «Nosotros reconocemos tanto como los here-
jes -diréis- que la Iglesia debe someterse a las Es-
crituras; pero nosotros afirmamos que el Espíritu
Santo viene en ayuda de la Iglesia para explicar las
Escrituras debidamente. No es que demos preferen-
cia a la Iglesia sobre las Escrituras, sino a la explica-
ción de la Escritura hecha por la Iglesia sobre
nuestra propia explicación. ¿No es el colmo del or-
76
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

gullo y de la temeridad para un individuo temer que


la Iglesia se equivoque en sus decisiones y no temer
equivocarse él mismo pronunciándose contra ella?
Inspirad también a los niños el deseo de saber
las razones de todas las ceremonias y de todas las
palabras que componen el oficio divino y la admi-
nistración de los sacramentos; mostradles la pila
bautismal; que vean bautizar; que contemplen el
Jueves Santo cómo se hacen los Santos Oleos, y el
sábado cómo se bendice el agua de las pilas. Dadles
el gusto, no por los sermones llenos de ornamentos
vanos y afectados, sino por los discursos sensatos y
edificantes, como las buenas pláticas y homilías, que
hacen comprender claramente la letra del Evangelio.
Que sientan lo que hay de bello y emocionante en la
simplicidad de estas instrucciones, e inspiradles el
amor a la parroquia, donde el pastor habla con ben-
dición y autoridad, por poco talento y virtud que
tenga. Pero, al propio tiempo, que amen y respeten
todas las comunidades que colaboran en el servicio
de la Iglesia. No toleréis que se burlen del hábito o
del estado de los religiosos; mostradles la santidad
de su institución, la utilidad que la religión obtiene
de ellos, y el número prodigioso de cristianos que
aspiran en estos retiros santos a una perfección que
es casi impracticable en las tentaciones del siglo.
Acostumbrad la imaginación de los niños a oír ha-
blar de la muerte; a ver, sin turbarse, un paño mor-
tuorio, una tumba abierta, hasta enfermos que

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FENELÓN

expiran y personas ya muertas, si podéis hacerlo sin


exponerlos a que se sobrecojan de terror.
Nada hay tan enfadoso como aquellas personas
que tienen inteligencia y piedad y que, sin embargo,
no pueden hablar de la muerte sin estremecerse;
otros palidecen por encontrarse sentados en la mesa
en número de trece, o por haber tenido ciertos sue-
ños, o por haber visto volear un salero; el temor de
todos estos presagios imaginarios es un resto grose-
ro de paganismo. Haced ver la vanidad y el ridículo
de estas cosas.
Aunque las mujeres no tengan tantas ocasiones
de mostrar su valor como los hombres, necesitan,
sin embargo, tenerle; la cobardía es despreciable, en
todo, y para todo tiene consecuencias desagrada-
bles. Es preciso que una mujer sepa resistir a vanas
alarmas, que sea serena ante ciertos peligros impre-
vistos, que no llore ni se espante sino con motivos
graves; además, debe sostenerse por la virtud.
Cuando se es cristiano, cualquiera que sea el sexo,
no se debe ser cobarde. El alma del cristianismo, si
es dable hablar así, es el desprecio de esta vida y el
amor a la otra.

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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO VIII

INSTRUCCIÓN SOBRE EL DECÁLOGO,


SOBRE LOS SACRAMENTOS Y SOBRE LA
ORACIÓN

La figura principal que hay que poner en todo


momento delante de los ojos de los niños es la de
Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe, el
centro de toda la religión y nuestra única esperanza.
No me propongo decir aquí cómo hay que enseñar
el misterio de la Encarnación; este propósito me lle-
varla muy lejos, y hay muchos libros donde se pue-
de encontrar a fondo todo lo que se debe enseñar.
Cuando los principios están establecidos, es preciso
conformar todos los juicios y todas las oraciones de
la persona que se instruye con el modelo de Jesu-
cristo mismo, que tomó un cuerpo mortal para ense-
ñarnos a vivir y a morir, mostrándonos con su car-
ne, igual a la nuestra, todo lo que debemos creer y
practicar. No es que debamos comparar en todo
momento los sentimientos y las acciones del niño
con la vida de Jesucristo; esta comparación seria
79
FENELÓN

enojosa e indiscreta; mas es preciso acostumbrarlos


a mirar la vida de Jesucristo como nuestro ejemplo y
su palabra como nuestra ley. Escoged entre sus dis-
cursos y entre sus acciones lo que sea más propor-
cionado al niño. Si éste se impacienta ante alguna
incomodidad, recordadle a Jesucristo en la cruz; si
no se decide a emprender algún trabajo penoso,
mostradle a Jesucristo trabajando hasta la edad de
treinta años en un taller; si pretende ser elogiado y
estimado, habladle de los oprobios de que colmaron
al Salvador; si no puede ponerse de acuerdo con las
personas que le rodean, hacedle considerar a Jesu-
cristo conversando con los pecadores y con los hi-
pócritas más abominables; si testimonia algún
resentimiento, apresuraos a representarle a Jesu-
cristo que, estando en la cruz, intercedía por aque-
llos que le hacían morir; si se deja llevar por una
alegría insana, pintadle la dulzura y la modestia de
Jesucristo, cuya vida fue siempre grave y seria. Por
último, que se re presente lo que Jesucristo pensaría
y lo que diría de nuestras conversaciones, de nues-
tras diversiones, de nuestras ocupaciones más se-
rias, si estuviera aún visible entre nosotros.
«¿Cuál no sería nuestra extrañeza - continuaréis-
si le viéramos de pronto aparecer entre nosotros
cuando nos hallamos en el más profundo olvido de
su ley? Mas ¿no es esto lo que ocurrirá a la muerte
de cada uno de nosotros y al mundo entero cuando
llegue la hora secreta del Juicio Universal?» Enton-
ces debe pintarse la conmoción de la máquina del
80
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

universo: el sol, que se obscurece; las estrellas, que


caen de su sitio; los elementos en brasas corriendo
como ríos de fuego; el fundamento de la tierra con-
movido hasta el centro. «¿Con qué ojos -les diréis-
debemos mirar al cielo que nos cubre, a esta tierra
que, nos sostiene, a estos edificios que habitamos, y
a todos estos objetos que nos rodean, ya que están
destinados al fuego?» Mostradles a continuación los
sepulcros abiertos; los muertos recogiendo los des-
pojos de sus cuerpos; Jesucristo, que baja sobre las
nubes con una alta majestad; el libro, abierto, en
donde se escribirán hasta los pensamientos más re-
cónditos del corazón; la sentencia pronunciada
frente a todas las naciones y frente a todos los si-
glos; la gloria, que se abrirá para coronar por siem-
pre a los justos y para hacerlos reinar con Jesucristo
en el mismo trono; por último, el estanque de fuego
y de azufre; la noche y el horror eternos; el rechi-
namiento de los dientes y la rabia común con los
demonios, que constituyenla el destino de las almas
pecadoras.
No dejéis de explicar a fondo el decálogo; haced
ver que es una redacción de la ley de Dios, y que lo
que se halla comprendido en el decálogo, de una
manera general se encuentra en el Evangelio; expli-
cadles lo que es el consejo, e impedid que los niños
que educáis se congratulen, como la mayoría de los
hombres, de una distinción que se lleva demasiado
lejos entro los consejos y los preceptos. Hacedles
ver que los consejos se dan para facilitar los pre-
81
FENELÓN

ceptos; para asegurar a los hombres contra su pro-


pia fragilidad; para alejarlos del borde del precipicio,
adonde caerían por su propio peso; por último, que
los consejos se derivan de los preceptos absolutos
para aquellos que no pueden observar, en ciertas
ocasiones, los preceptos sin los consejos. Por ejem-
plo, personas demasiado sensibles al amor del
mundo y a las astucias de las compañías están obli-
gadas a seguir el consejo evangélico que les reco-
mienda abandonarlo todo y refugiarse en la soledad.
Repetid con frecuencia que la letra mata y que el es-
píritu vivifica; es decir, que la sola observación del
culto externo es inútil y perjudicial si no está anima-
da interiormente por el espíritu de amor y de reli-
gión. Haced que vuestro lenguaje sea claro y
sensible; haced ver que Dios quiere que se le honre
con el corazón, no con los labios; que las ceremo-
nias sirven para dar expresión a nuestra religión y
para excitarla, pero que las ceremonias no son la re-
ligión misma; que ésta se halla completamente den-
tro, puesto que Dios busca los adoradores en
espíritu y en verdad; que se trata de amarla interior-
mente y de que consideremos que no hay en la natu-
raleza más que Él y nosotros; que no tiene
necesidad de nuestras palabras, de nuestra postura,
ni siquiera de nuestro dinero; que lo que Él quiere es
a nosotros mismos; que no debe solamente ejecutar-
se lo que la ley ordena, sino ejecutarlo para obtener
el fruto que la ley ha tenido en vista cuando ha sido
ordenada; por lo tanto, que no quiere decir nada el
82
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

oír misa si no se oye con el fin de unirse a Jesucris-


to, sacrificado por nosotros, y de edificarse con to-
do lo que representa su inmolación. Acabad
diciendo que todos los que gritan «¡ Señor, Señor!»,
no entrarán en el reino de los cielos; que si no se
penetra en los verdaderos sentimientos de amor de
Dios, de renunciamiento a los bienes temporales, de
desprecio por sí mismo, de horror por el mando, se
hace del cristianismo un fantasma engañador para si
y para los demás.
Pasad a los sacramentos: supongo que le iréis ex-
plicando todas las ceremonias a medida que se ha-
gan delante del niño, como ya hemos indicado. Es
lo que mejor hará sentir su espíritu y su objeto; por
ello haréis comprender lo grande que es ser cristia-
no, lo vergonzoso y funesto que es ser como se es
en el mundo. Recordad con frecuencia los exorcis-
mos y las promesas del bautismo, para demostrar
que los ejemplos y máximas del mundo, lejos de te-
ner alguna autoridad sobre nosotros, deben hacer-
nos sospechoso todo lo que nos viene de una fuente
tan odiosa y tan envenenada. No temáis hacerles
ver, como San Pablo, el diablo reinando en el mun-
do y agitando el corazón de los hombres por medio
de todas las pasiones violentas, que les hace buscar
riquezas, glorias y placeres. «Esta pompa, diréis, es
más del demonio que del mundo; es un espectáculo
de vanidad, ante el cual ningún cristiano debe abrir
su corazón ni sus ojos. Los primeros pasos que se
dan con el bautismo en el cristianismo son un re-
83
FENELÓN

nunciamiento a toda pompa mundana; recordar el


mundo, a pesar de las promesas hechas tan solem-
nemente a Dios, es caer en una especie de apostasía,
como un religioso que, a pesar de sus votos, aban-
donase su claustro y su hábito de penitencia para
volver a entrar en el siglo.» Añadid que debemos
arrojar a nuestros pies el desprecio mal fundado, las
burlas poco piadosas y hasta las violencias del
mundo, puesto que la confirmación nos convierte
en soldados de Jesucristo para combatir al enemigo.
«El obispo -diréis -os ha dado un golpecito para
endureceros contra los golpes más violentos de la
persecución; os ha hecho una unción sagrada a fin
de recordaros a los antiguos, que se ungían con
aceite para volver sus miembros más flexibles y vi-
gorosos cuando iban al combate: por último, se ha
hecho el signo de la cruz, para mostraros que debéis
ser crucificado con Jesucristo. No estamos en el
tiempo de las persecuciones, en que se hacía morir a
aquellos que no querían renunciar al Evangelio; pe-
ro el mundo, que no puede dejar de ser mundo, es
decir, corrompido, hace siempre una persecución
indirecta a la piedad; le tiende lazos para hacerla ca-
er, la difama, se burla de ella; hace su práctica tan
difícil en la mayor parte de los casos, que en medio
de las mismas naciones cristianas, y donde la auto-
ridad soberana apoya al cristianismo, se está en pe-
ligro de avergonzarse del nombre de Jesucristo y de
la emulación de su vida.»

84
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Hacedles presente con fuerza la felicidad que


sentimos al incorporarnos a Jesucristo por la euca-
ristía. En el bautismo nos hace sus hermanos; en la
eucaristía nos hace sus miembros. Como si se hu-
biese dado por la encarnación a la naturaleza huma-
na en general, Él se da por la eucaristía, que es una
continuación tan natural de la encarnación, a cada
fiel en particular. Todo es real en la continuidad de
sus misterios; Jesucristo da su carne tan realmente
como la ha tomado; pero esto es hacerse culpable
del cuerpo y de la sangre del Señor, es beber y co-
mer su juicio, comer la carne vivificadora de Jesu-
cristo sin vivir su espíritu. Aquel -dice Él mismo- que
me coma, debe vivir para mí.
«Pero ¡qué desgracia -diréis aún- tener necesidad
del sacramento de la penitencia, que supone que se
ha pecado después de haber sido hijo de Dios! Aun-
que este poderío completamente celestial que se
ejerce sobre la tierra, y que Dios ha puesto en las
manos de los sacerdotes para ligar y desligar a los
pecadores, según sus necesidades, sea un manantial
de misericordia tan grande, se debe temblar ante el
temor de abusar de los dones de Dios y de su pa-
ciencia. Por el cuerpo de Jesucristo, que es la vida, la
fuerza y el consuelo de los justos, se debe desear ar-
dientemente poder alimentarse de él todos los días;
mas para el remedio de las almas enfermas se debe
desear conseguir una salud tan perfecta que se pue-
da ir disminuyendo todos los días su necesidad. La
necesidad, hágase lo que se haga, será demasiado
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FENELÓN

grande; pero sería bastante peor si se formase con la


vida un círculo continuo y escandaloso del pecado a
la penitencia y de la penitencia al pecado. No se de-
be confesar sino para convertirse y corregirse; de
otro modo, las palabras de la absolución, por pode-
rosas que sean por la institución de Jesucristo, no
serían por nuestra indisposición sino palabras; pero
palabras funestas que serían nuestra condenación
ante Dios. Una confesión sin mudanza interior, le-
jos de descargar una conciencia del peso de sus pe-
cados, no hace sino añadir a los otros pecados el de
un monstruoso sacrilegio.» Haced leer a los niños
que educáis las oraciones de los agonizantes, que
son admirables; enseñadles lo que la Iglesia hace y
dice cuando da la extremaunción a los moribundos.
¡Qué consuelo para ellos recibir todavía una reno-
vación de la unción sagrada en este último combate!
Mas para hacerse digno de las gracias de la muerte,
hay que guardar fidelidad a las de la vida.
Admirad las riquezas de la gracia de Jesucristo,
que no ha desdeñado aplicar el remedio a la fuente,
de nuestro mal santificando el manantial de nuestro
nacimiento que es el matrimonio. ¡Qué conveniente
fue hacer un sacramento de esta unión del hombre y
la mujer, que representa la de Dios con su criatura, y
la de Jesucristo con su Iglesia! ¡Qué necesaria fue
esta bendición para moderar las pasiones brutales
de los hombres, para repartir la paz y el consuelo
entre todas las familias, para transmitir la religión
como una herencia de generación en generación! Se
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

debe deducir de esto que el matrimonio es un esta-


do muy santo y muy puro, aunque sea menos per-
fecto que la virginidad; que es preciso ser llamado a
él; que no debe buscarse en él ni los placeres grose-
ros ni las pompas mundanas; que debe tenerse por
único deseo formar en él santos.
Alabad la sabiduría infinita del Hijo de Dios, que
ha instituido pastores para representarlo ante noso-
tros, para instruirnos en su nombre, para darnos su
cuerpo, para reconciliarnos con Él después de
nuestras caídas, para formar cada día nuevos fieles y
hasta nuevos pastores que nos conduzcan, a fin de
que la Iglesia se conserve durante todos los siglos
sin interrupción. Demostrad que debemos regoci-
jarnos de que Dios haya dado tal poderío a los
hombres. Agregad con qué sentimiento de religión
se debe respetar a los ungidos del Señor; ellos son
los hombres de Dios y los dispensadores de sus
misterios. Es preciso, pues, bajar los ojos y gemir al
apercibir en ellos la menor mancha que empañe el
resplandor de su ministerio; seria de desear poderla
lavar en su propia sangre. Su doctrina no es la de
ellos; quien los escucha oye a Jesucristo mismo;
cuando se reúnen en nombre de Jesucristo para ex-
plicar las Escrituras, el Espíritu Santo habla con
ellos. Su tiempo no es de ellos; no se debe desear
verlos bajar de un tal alto ministerio, en el que de-
ben entregarse a la palabra y a la oración para ser
los mediadores entre Dios y los hombres, y rebajar-
los a los asuntos del siglo. Debe aún tolerarse me-
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FENELÓN

nos querer aprovecharse de sus ganancias, que son


el patrimonio de los pobres y el precio de los peca-
dos del pueblo; pero el más espantoso desorden es
que sus padres y sus amigos quieran elevarlos a este
poderoso ministerio sin vocación y con miras de in-
terés temporal.
Queda por demostrar la necesidad de la oración,
fundada en la necesidad de la gracia que ya hemos
explicado. «Dios -se dirá a un niño- quiere que se le
pida su gracia, no porque ignore nuestras necesida-
des, sino porque quiere sujetarnos a una petición
que nos incite a reconocer esta necesidad; así es que
lo que Él exige de nosotros es la humillación de,
nuestro corazón, el sentimiento de nuestra impoten-
cia; en fin, la confianza en su bondad. Esta petición
que quiere que se le haga consiste sólo en la in-
tención y en el deseo, porque Él no tiene necesidad
de nuestras palabras. A menudo se recitan muchas
palabras sin rezar, y frecuentemente se reza inte-
riormente sin pronunciar ninguna palabra. Sin em-
bargo, estas palabras pueden ser muy útiles, porque
provocan en nosotros los pensamientos y los sen-
timientos que significan si, se les presta atención;
está es la razón por la que Jesucristo nos ha dado
una fórmula de oración. ¡Qué consuelo saber por
Jesucristo mismo que su Padre quiere que se le rue-
gue! ¡Qué fuerza deben tener las peticiones que
Dios mismo pone en nuestra boca! ¡Cómo no ha de
concedernos aquello que Él se cuida de enseñarnos
a pedir!» Después de esto demostrad lo sublime y
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

sencillo de esta oración, corta y llena de todo lo que


podemos esperar de arriba.
La edad de la primera confesión de los niños es
cosa que no puede decidirse aquí; dependerá del es-
tado de su espíritu y, más aún, de el de su concien-
cia. Hay que enseñarles lo que es la confesión desde
que se les crea capaces de comprenderla. En seguida
esperad la primera falta un poco importante, que
cometa el niño; provocadle confusión y remordi-
mientos por ella; ya veréis cómo estando instruido
sobre la confesión buscará naturalmente un con-
suelo acusándose a un confesor. Hay que obrar de
manera que se produzca en él un vivo arrepenti-
miento y que encuentre en la confesión un sensible
consuelo a su pena, de modo que esta primera con-
fesión produzca una impresión extraordinaria en su
espíritu, y que sea un manantial de gracia para todas
las demás.
La primera comunión, por el contrarío, me pare-
ce que debe hacerse cuando el niño, ya en uso de la
razón, parezca más dócil y más exento de todo de-
fecto grave, En estas primicias de la fe y del amor a
Dios es cuando Jesucristo se hace sentir y probar
mejor por medio de las gracias de la comunión. Esta
debe ser esperada largo tiempo; es decir, que se de-
be haberle hecho esperar al niño desde su primera
infancia, como el mayor bien que se pueda alcanzar
en la tierra en espera de los goces del cielo. Yo creo
que se debe revestir de la mayor solemnidad que se
pueda; que el niño sienta que se tienen los ojos fijos
89
FENELÓN

en él durante esos días, que se le considera feliz, que


se torna parte en su dicha, y que se espera de él una
conducta superior a su edad a causa de un acto tan
grande. Pero aunque sea necesario preparar mucho
al niño para la comunión, creo que cuando ya esté
preparado, no se debe demorar tan preciosa gracia,
para que su inocencia no se vea expuesta a las oca-
siones peligrosas en que comienza a ajarse.

90
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO IX

OBSERVACIONES SOBRE DIVERSOS


DEFECTOS DE LAS NIÑAS

Ya hemos hablado de los cuidados que son nece-


sarios tomar para prevenir a las niñas de los múlti-
ples defectos propios de su sexo. Se las educa en
una molicie y en una timidez que las hace incapaces
de seguir una conducta firme y ordenada. Al princi-
pio hay mucha afectación, y luego mucha costum-
bre, en esos temores infundados y en esas lágrimas
que vierten por nada; el desprecio de estas afecta-
ciones puede servir mucho para corregirías, puesto
que la vanidad toma una gran parte en ellas.
Es preciso reprimir en las niñas las amistades de-
masiado tiernas, las pequeñas envidias, los cumpli-
mientos exagerados, las adulaciones, las vehemen-
cias; todo esto las perjudica y las acostumbra a en-
contrar todo lo que es grave y serio muy seco y muy
austero. Es preciso también proceder de manera que
estudien la manera de hablar corto y preciso. El
buen ingenio consiste en suprimir todo discurso
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FENELÓN

inútil y en decir mucho en pocas palabras; al contra-


rio de lo que hacen la mayor parte de las mujeres,
que dicen poco en muchas palabras. Ellas confun-
den la facilidad de palabra y la viveza de imagina-
ción con el ingenio; no eligen entre sus
pensamientos; no ponen orden ni relacionan las co-
sas que explican; son apasionadas en casi todo lo
que dicen, y la pasión les hace hablar mucho; sin
embargo, no puede esperarse nada bueno de la mu-
jer si no se la obliga en seguida a que reflexione, a
examinar sus pensamientos, a explicarlos de un mo-
do breve, y a saber callarse en seguida.
Otra cosa contribuye mucho a que los discursos
de las mujeres sean largos: que son muy artificiosas
y se pierden en rodeos antes de llegar a su objeto.
Les agradan las agudezas. Y ¿cómo no había de
gustarles éstas si no conocen la prudencia, y es lo
que ordinariamente las enseña primero el ejemplo?
Aquéllas tienen un natural flexible que les permite
representar toda clase de comedias; sus lágrimas no
les cuestan trabajo; sus pasiones son violentas, y sus
conocimientos, limitados; de aquí procede que no
desperdicien motivo para lograr el éxito, y que los
medios que serían rechazados por espíritus orde-
nados les parezcan buenos; no razonan apenas para
examinar si se debe desear una cosa; pero son muy
ingeniosas para conseguirla.
Agregad a esto que son muy tímidas, y que están
llenas de una falsa vergüenza, lo cual es, además, un
manantial de disimulo. El medio de prevenir un mal
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

tan grave es no ponerlas jamás en el trance de nece-


sitar emplear la astucia, y acostumbrarlas a decir in-
genuamente sus inclinaciones sobre todas las cosas
permitidas. Que se consideren libres para demostrar
su aburrimiento cuando se aburran; que no se las
obligue a que aparenten afición por ciertas personas
o por ciertas cosas que no les agradan. A veces una
madre, influida por su director, se halla descontenta
con su hija hasta que ésta toma una dirección, y la
hija la sigue por política contra su gusto. Sobre todo
que no sospeche nunca que se lo quiere inspirar el
deseo de que sea religiosa, porque esta idea les quita
la confianza en sus padres, las persuade de qué no
son amadas por ellos, agita sus espíritus y les hace
representar el papel de personajes contrariados du-
rante varios años. Cuando tienen la desgracia de
tomar la costumbre de enmascarar sus sentimientos,
el medio de corregirlas es instruirlas sólidamente
con las máximas de la verdadera prudencia; como
también se ve que el medio de hacerlas perder el
gusto por las ficciones frívolas de las novelas es afi-
cionarlas a las historias útiles y agradables. Si no les
provocáis una curiosidad razonable, la tendrán de-
sordenada; y, asimismo, si no conformáis su espíritu
con la verdadera prudencia, se asirán a la falsa, que
es la astucia.
Demostradles, por medio de ejemplos, cómo se
puede, sin artificios ser discreto, cauto, dispuesto a
emplear los medios legítimos de vencer. Decidles:
«La principal prudencia consiste en hablar poco, en
93
FENELÓN

desconfiar de sí mismo más que de los demás; pero


no en hacer falsos discursos y personajes de enredo,
La rectitud de conducta y la reputación universal de
probidad atraen más la confianza y la estimación, y,
por consiguiente, a la larga más ventajas, incluso
temporales, que los caminos tortuosos. Esta probi-
dad juiciosa ¡cuánta distinción presta a las personas,
cómo las capacita para las cosas más elevadas!»
Debéis añadir, además, que todo lo que la doblez
busca es bajo y despreciable; es o una bagatela que
no se atreve uno a pedir, o una pasión perniciosa.
Cuando no se desea sino lo que se debe desear, se
desea claramente y se busca por vías directas, con
moderación. ¿Qué puede haber más dulce ni más
cómodo que ser sincero, estar siempre tranquilo, de
acuerdo consigo mismo, sin nada que temer ni que
inventar? En cambio, una persona con disimulo se
halla siempre agitada, con remordimientos, en peli-
gro y en la más deplorable necesidad de encubrir
una argucia con otras cien.
Con todas estas inquietudes vergonzosas, sus es-
píritus artificiosos no logran evitar jamás los incon-
venientes que quieren rehuir; tarde o temprano apa-
recen tales como son. Si el mundo puede engañarse
con respecto a uno de sus actos aislados, no lo es
con el conjunto de su vida; siempre se los descubre
por algún indicio; con frecuencia son chasqueados
por aquellos a quienes quieren engañar, porque apa-
rentando admirarlos se creen estimados, aunque se
les desprecie. Pero, sobre todo, no se ven libres de
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

sospechas; y ¿puede haber algo más contrario a las


ventajas que un amor propio prudente debe buscar,
que sentirse siempre sospechoso? Decid poco a,
poco estas cosas según las ocasiones, las necesida-
des y el alcance de las inteligencias.
Haced observar también que la astucia procede
siempre de un corazón bajo y de un espíritu mez-
quino. Se es astuto con el propósito de ocultarse,
porque no se es como se debe ser, o porque, que-
riendo las cosas permitidas, se emplean para conse-
guir las medios indignos por no saber elegir los
honra dos. Haced notar a los niños la impertinencia
de ciertas astucias que ven practicar; el desprecio
que éstas atraen sobre los que las emplean, y, por
último, avergonzadlos a ellos mismos cuando los
sor prendáis en cualquier hipocresía. Privadlos de
vez en cuando de aquello que les gusta cuando han
querido conseguirlo con artimañas, y decidles que lo
conseguirán cuando lo pidan francamente; no te-
máis compartir sus debilidades para darles el ánimo
de hacerlas ver. La falsa vergüenza es el daño más
peligroso y más urgente que curar; si no se toman
precauciones, todos los demás se hacen incurables.
Desengañadles de las sutilidades por medio de
las cuales se quiere que el prójimo se engañe, sin que
se les pueda reprochar por haberlos engañado; hay
todavía más bajeza y supercherías en estos refina-
mientos que en las argucias ordinarias. Las otras
personas practican la astucia de buena fe, por de-
cirlo así; pero éstas añaden una nueva máscara para
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FENELÓN

autorizarla. Decid a un niño que Dios es la verdad


misma; que es burlarse de Dios burlarse de la ver-
dad de sus palabras; que se debe darlas precisión y
exactitud y hablar poco para que todo lo que se diga
sea justo, con el fin de respetar la verdad.
Guardaos bien de imitar a esas personas que
aplauden a los niños cuando han demostrado inge-
nio en alguna superchería. Lejos de encontrar bellas
estas jugarretas y de divertiros con ellas, debéis re-
prenderlos severamente y obrar de manera que to-
dos sus artificios fracasen, para que esto les aburra.
Elogiándolos en estos defectos se les persuade une
ello es ser hábil y agudo.

96
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO X

LA VANIDAD DE LA BELLEZA Y DE
LOS ADORNOS

Nada debéis temer tanto en las niñas como la va-


nidad. Estas nacen con un vehemente deseo de
agradar; al estarles vedados los caminos que condu-
cen a los hombres a la gloria o a la autoridad, ellas
procuran hallar la compensación con las galas del
cuerpo y del espíritu; de ahí procede su conversa-
ción dulce e insinuante; de ahí también su aspira-
ción a la belleza y a todas las gracias exteriores, y de
ahí el que sean tan apasionadas por los adornos; una
cofia, un trozo de cinta, un bucle de sus cabellos
más alto o más bajo, la elección de un color, son pa-
ra ellas otros tantos asuntos importantes.
Estos excesos van aún más lejos en nuestra na-
ción que en ninguna otra; el humor variable que rei-
na entre nosotros es causa de una continua
variación en la moda, y de esta suerte se añade a la
afición por los adornos el aliciente de la novedad,
que tiene extraordinario encanto sobre tales espíri-
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FENELÓN

tus. Estas dos locuras, colocadas juntamente, sobre-


pasan los limites de las categorías sociales y desor-
denan todas las costumbres. Desde que no existen
leyes para el vestir y para los muebles, tampoco
existen para las categorías sociales; en cuanto a la
mesa de los particulares, la autoridad pública puede
legislar menos todavía; cada cual elige según su di-
nero o, hasta sin dinero, según su ambición y su va-
nidad.
Este fausto arruina a las familias, y la ruina de las
familias arrastra la corrupción de las costumbres.
Por un lado, el fausto excita en las personas de bajo
nacimiento la pasión por una fortuna rápida, lo cual
no puede hacerse sin pecado, como nos lo asegura
el Espíritu Santo. Por otro lado, las gentes de cali-
dad que se encuentran sin recursos cometen toda
clase de vergüenzas y de bajezas horribles para
sostener sus gastos; por este camino se alejan insen-
siblemente del honor, de la fe, de la probidad y del
buen natural, hasta entre los más próximos parien-
tes.
Todos estos males proceden de la autoridad que
tienen las mujeres vanidosas para juzgar sobre las
modas; ellas han considerado como gatos ridículos
a todos los que han querido conservar la gravedad y
la sencillez de las costumbres antiguas.
Apresuraos, pues, a hacer comprender a las mu-
chachas que el honor que procede de una buena
conducta y de una verdadera capacidad es más esti-
mable que el que se consigue por sus cabellos o por
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

sus vestidos. «La belleza -les direis- engaña aun más


a la persona que la posee que a aquellas que la admi-
ran; produce, turbación y embriaguez en el alma; se
es más neciamente idólatra de sí mismo que lo son
los amantes más apasionados de la persona a quien
aman. Entre una mujer bella y una que ya no lo es
no hay más diferencia que el transcurso de un nú-
mero reducido de años. La belleza es siempre per-
judicial, a menos que, no sirva para casar venta-
josamente a una muchacha; pero ¿podrá lograr este
fin si no está sostenida por el mérito y por la virtud?
No podrían entonces esperar el logro de un casa-
miento sino con un joven alocado, con el cual
será desgraciada, a menos que su juicio y su modes-
tia no la hagan ser solicitada por hombres de un
espíritu ordenado y sensible para las cualidades
fundamentales. Las personas que obtienen toda su
gloria solo de su belleza caen pronto, en el ridículo;
llegan, sin darse cuenta, a una cierta edad en que su
belleza se aja; pero permanecen admiradas de sí
mismas, aunque el mundo, lejos de estarlo, no sienta
gusto por ellas. En fin, está tan fuera de razón que-
rer someterlo todo a la belleza corno querer poner
todo el mérito en la fuerza del cuerpo según hacen
los pueblos bárbaros y salvajes»
Pasemos de la belleza al adorno. Los verdaderos
encantos no proceden de la compostura vana y
afectada. Puede buscarse, ciertamente, la limpieza, la
proporción y la comodidad de la ropa que necesi-
tamos para cubrir nuestro cuerpo pero y después de
99
FENELÓN

todo, estas telas que nos cubren y que podemos ha-


cer cómodas y agradables no deben ser considera-
das como ornamentos que dan la verdadera belleza.
Yo hasta desearía que las muchachas vieran la
noble sencillez que reflejan las estatuas y otras figu-
ras que nos quedan de las mujeres griegas y roma-
nas; en ellas contemplarían las cabelleras anuda das
hacia atrás con abandono, y el plegado de sus pa-
ños, amplio y flotante, tan agradables y llenos de
majestad. Y también estaría bien que oyeran hablar a
los pintores y a otras personas que tienen el gusto
exquisito de la antigüedad.
A poco que su espíritu se elevara sobre la preo-
cupación de la moda, adquirirían pronto un gran
desprecio por los rizos, tan alejados del natural, y
por los trajes de hechuras rebuscadas. Ya sé que no
debemos desear que adopten un exterior antiguo;
seria extravagante pretenderlo; pero ellas podrían,
sin ninguna singularidad, tomar gusto por esta sen-
cillez en el traje tan noble, tan gracioso y tan con-
veniente además para las costumbres cristianas. De
este modo, ajustando su exterior a los usos presen-
tes, podrían, al menos, formar un juicio sobre estos
usos; satisfarían a la moda como a una servidumbre
enojosa, y no la concederían sino lo que estricta-
mente no se la puede negar. Hacedles notar con fre-
cuencia y desde pronto la vanidad y ligereza de espí-
ritu de que dimana la inconstancia de la moda. Por
ejemplo: es una cosa mal entendida hacerse la cabe-
za más voluminosa por medio de cofias super-
100
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

puestas. Los verdaderos encantos siguen a la natu-


raleza; jamás la contradicen.
Pero la moda se destruye a si misma: aspira cons-
tantemente a la perfección y jamás la encuentra; al
menos, no quiere detenerse nunca. Sería razonable
si aquélla cambiase para no cambiar más, así que
hubiera encontrado la perfección en la belleza y en
la gracia; pero cambiar por cambiar sin cesar, ¿no es
buscar, más que la verdadera corrección y buen
gusto, la inconstancia y el desorden? No hay, por
consiguiente, nada tan ordinario como el capricho
de las modas. Las mujeres están en condiciones dé
decidir sobre esto; sólo ellas tienen autoridad; por
consiguiente, los espíritus más ligeros y los menos
instruidos son los que arrastran a los otros. Ellas no
eligen y no desechan nada con fundamento; basta
que, una cosa bien inventada haya estado algún
tiempo de moda, para que no deba estarlo ya más, y
que otra, aun siendo ridícula, ocupe su lugar y sea
admirada a titulo de novedad.
Después de haber hablado sobre estas cosas fun-
damentales, debéis mostrar las reglas de la modestia
cristiana. «Nosotros aprendemos -diréis-, por medio
de nuestros santos misterios, que el hombre nace en
la corrupción del pecado; su cuerpo, minado por
una enfermedad contagiosa, es un manantial inex-
tinguible de tentación para su alma. Jesucristo nos
enseña a cimentar nuestra virtud en el temor y en la
desconfianza de nosotros mismos. Podemos decir a
una niña: ¿Pondríais en peligro vuestra alma y la del
101
FENELÓN

prójimo por una falsa vanidad? Tened horror a las


desnudeces de la garganta y a todas las demás in-
modestias; aunque se cometan estas faltas sin nin-
guna mala pasión, constituyen, al menos, una
vanidad, es un deseo desenfrenado de agradar. Esta
vanidad, ¿puede justificar delante de Dios y delante
de los hombres una conducta tan temeraria tan es-
candalosa y tan contagiosa para los demás?
Este ciego deseo de agradar, ¿puede convenir un
alma cristiana, que debe considerar como un idola-
tría todo lo que desvíe del amor del Creador del
aprecio de los hombres? Pero, cuando se trata d
agradar, ¿qué se pretendo? ¿No es excitar las pasio-
nes de los hombres? ¿Se les tiene a la mano para
poderles detener si van demasiado lejos? ¿No se
debe sentirse responsable de todas sus consecuen-
cias? ¿no van siempre demasiado lejos a poco que
se le encienda? ¡Preparáis un veneno sutil y mortal,
lo vertéis sobre todos los espectadores y os creéis
inocentes!» Añadid el ejemplo de personas cuya
modestia les ha dado prestigio y el de aquellas a
quienes su inmodestia les ha perjudicado. Pero, so-
bre todo no toleréis en el exterior de las niñas nada
que sobrepase a su condición; reprimid severamente
toda sus fantasías. Mostradles los peligros a que se
exponen y cómo se atraen el desprecio de las perso-
nas sensatas olvidándose de quién se es.
Y no queda por hacer sino desengañar a las mu-
chachas acerca del ingenio. Si no se toman precau-
ciones, cuando tienen viveza, intrigan, quieren ha-
102
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

blar de todo, formulan juicios sobre las obras me-


nos al alcance de su capacidad y afectan aburrirse
por delicadeza. Una niña no debe hablar más que
cuando verdaderamente lo necesite, con un aire de
duda y de deferencia; no debe hablar de las cosas
que están fuera del alcance común de las mucha-
chas, aun. que sean instruidas. Que tenga, cuanto
quiera, memoria, viveza, giros agradables y facilidad
para hablar con gracia; estas cualidades pueden.
compartirlas con un gran número de otras mujeres
bien poco sensatas y bastante despreciables. Pero
que observen una conducta exacta y continua, un ca-
rácter igual y ordenado; que sepan callarse y dirigir
alguna cosa a su fin; esta cualidad tan rara la dis-
tinguirá entre las de su sexo. En cuanto a los remil-
gos y a la afectación de fastidio, es preciso repren-
derlas, mostrando que el buen gusto consiste en
amoldarse a las cosas cuando son de utilidad.
Nada tan estimable como el buen sentido y la
virtud; el uno y la otra hacen que se considere el dis-
gusto y el fastidio, no como una delicadeza elogia-
ble, sino como debilidad de un espíritu enfermo.
Puesto que se debe convivir con espíritus ordina-
rios y con ocupaciones que no son deliciosas, la ra-
zón, que es la única delicadeza buena, aconseja ha-
cerse ordinario con gentes que lo son. Un espíritu
que sea amante de la cortesía, pero que sepa colo-
carse por encima de ella, en caso de necesidad, para
buscar cosas más fundamentales, es infinitamente

103
FENELÓN

superior a los espíritus delicados y poseídos por el


disgusto.

104
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPÍTULO XI

INSTRUCCIÓN DE LAS MUJERES


ACERCA DE SUS DEBERES

Vengamos ahora al pormenor de las cosas en


que deben, las mujeres ser instruidas. ¿Cuáles son
sus quehaceres? La mujer está encargada de la edu-
cación de sus hijos: de los varones, hasta cierta
edad; de las muchachas, hasta que se casan o se ha-
cen religiosas; de la conducta de los criados, de, sus
costumbres, de sus servicios; del detalle de los gas-
tos, de los medios de hacerlo todo con economía y
honradamente; por lo general, hasta de cuidar de las
casas de labor y de recibir las rentas.
La ciencia de las mujeres, como la de los hom-
bres, debe limitarse a instruirse con relación a sus
funciones; la diferencia de sus quehaceres debe es-
tablecer la de sus estudios. Es preciso, pues, limitar
la instrucción de, las mujeres a las cosas que acaba-
mos de decir. Pero una mujer curiosa encontrará
que con ello se ponen limites estrechos a su curiosi-
dad, y se equivocará; no conoce la importancia y la
105
FENELÓN

extensión de las cosas en que yo propongo que se la


debe instruir.
¡ Cuánto discernimiento no hace falta para cono-
cer la naturaleza y el genio de cada uno de sus hijos;
para hallar el modo de conducirse con ellos del mo-
do más apropiado; para descubrir su carácter, sus
inclinaciones, su talento; para prevenir las pasiones
que apuntan, para persuadirlos por buenas máximas
y para curar sus errores! ¡Qué prudencia no deberá
tener para adquirir y conservar la autoridad sobre
ellos, sin perder la amistad ni la confianza! Además,
¿no tiene también necesidad de observar y conocer
a fondo a las personas que están cerca de sus hijos?
Sin duda. Una madre de familia debe estar, por
tanto, plenamente instruida sobre la religión Y tener
un espíritu maduro, firme, activo y experimentado
para el gobierno.
¿Puede ponerse en duda que las mujeres no están
a cargo de todos estos cuidados que recaen natu-
ralmente sobre ellas, aún durante la vida de sus ma-
ridos, ocupados fuera de casa? Cuando se quedan
viudas, aun les obligan más de cerca. En fin, San
Pablo une tan estrechamente, en general, su salva-
ción con la educación de sus hijos, que asegura que
por éstos, se salvarán ellas.
No entro a explicar aquí todo lo que las mujeres
deben saber para la educación de sus hijos, porque
esta Memoria les hará sentir suficientemente la ex-
tensión de los conocimientos que sería necesario
que tuvieran.
106
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Unid a esta dirección la economía. La mayor


parte de las mujeres la descuidan como una obliga-
ción baja, que no corresponde más que a aldeanos o
a labradores; todo lo más, a un maître d’ hôtel o a al-
guna ama de gobierno; sobre todo las mujeres cria-
das en la molicie, la abundancia y la ociosidad, son
indolentes y desdeñosas para todos estos detalles;
no establecen grandes diferencias entre la vida cam-
pestre y la de los salvajes de Canadá. Si les hablais
de la venta del trigo, del cultivo del terreno, de las
diferentes naturaleza de las renta, de la elevación de
ésta y de otros derechos señoriales, de la manera de
hacer una granja o de asentar las recaudaciones, cre-
en que queréis reducirlas a obligaciones indignas de
ellas.
Sólo por ignorancia se desprecia esta ciencia de
la economía. Los antiguos griegos y romanos, tan
hábiles y tan corteses, se instruían en ella con esme-
ro; los más elevados espíritus de entre ellos han es-
crito libros, que aun conservamos, basados en su
propia experiencia, y en los que han determinado
hasta el último detalle de la agricultura. Se sabe que
sus grandes conquistadores no desdeñaban. después
de sus triunfos, volver a labrar y a conducir el arado.
Se halla esto tan alejado de nuestras costumbres,
que no lo podríamos creer si la historia no nos diera
motivos para ello. Pero ¿no es natural que no se
piense en defender o en aumentar su país sino, para
cultivarlo pacíficamente? ¿De qué sirve la victoria
sino para recoger los frutos de la paz? Después de
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todo, la solidez del espíritu consiste en querer ins-


truirse exactamente del modo como se hacen las co-
sas que son el fundamento de la vida humana; todos
los asuntos más elevados giran alrededor de esto. La
fuerza y la felicidad de un Estado consiste, no en
poseer muchas provincias mal cultivadas sino en
obtener de la tierra que se posee todo lo necesario
para alimentar con holgura a un pueblo numeroso.
Se necesita, sin dada, un genio más elevado y más
extenso para instruirse en todas las artes que guar-
dan relación con la economía y para estar en condi-
ciones de dirigir una familia -que es una pequeña
república- que para divertirse, discurrir sobre modas
y ejercitarse en discreteos de conversación El espí-
ritu que no se dedica más que a hablar bien es bas-
tante despreciable; por todos lados se ven mujeres
cuya conversación está llena de máximas profundas,
y que, por falta de no haber sido educadas a tiempo,
observan una conducta completamente frívola.
Pero poneos en guardia contra el defecto opues-
to: las mujeres corren el riesgo de ser extremadas en
todo. Es bueno acostumbrarlas desde la infancia a
dirigir alguna cosa, a hacer cuentas, a ver el modo
de hacer la compra de todo lo que se adquiere y a
que sepan cómo debe hacerse cada cosa para que
sea útil. Pero temed también que la economía no lle-
gue a los límites de la avaricia; haced que vean en
detalle lo ridículo de esta pasión. Decidles: «Tened
cuidado con la avaricia, que gana poco y que
deshonra mucho. Un espíritu razonable sólo debe
108
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

evitar la vergüenza y la injusticia, que son con-


secuencia de una conducta pródiga y ruinosa, por
medio de una vida frugal y laboriosa. Deben res-
tringirse los gastos superfluos, con objeto de poder
subvenir con más liberalidad a los gastos que exigen
el bienestar, la amistad o la caridad. Es, a veces un
gran negocio saber perder a tiempo; es el buen or-
den, y no las economías sórdidas, lo que produce
grandes beneficios.» No dejéis de hacerlas ver el
burdo error de esas mujeres que economizan con
afán una bujía y que se dejan engañar por un admi-
nistrador en la totalidad de sus negocios.
Haced con la limpieza como con la economía.
Acostumbrad a las niñas a no tolerar nada sucio ni
desordenado; que se fijen en el menor desorden de
una casa. Hacedles notar que nada contribuye tanto
a la economía y a la limpieza como tener cada cosa
en su sitio. Esto parece insignificante. Sin embargo,
es de mucho interés, si se observa con exactitud.
Tenéis necesidad de una cosa, y no perdéis un ins-
tante en buscarla; no hay perturbación, disputa ni
incomodidad cuando esta cosa se necesita; dispo-
néis de una cosa, y, cuando ya os habéis servido de
ella, la colocáis en seguida de nuevo en el sitio de
donde la habéis tomado.
Este buen orden constituye una gran parte de la
limpieza; lo que más salta a la vista es la exactitud en
el arreglo. Además, cuando el sitio que ocupa cada
cosa es el que más le conviene, no sólo por compla-
cer a la vista, sino para su conservación, las cosas
109
FENELÓN

duran más no se estropean por ningún accidente; se


conservan debidamente; por ejemplo un vaso no
estará empolvado ni en peligro de romperse cuando
se lo ponga en su sitio inmediatamente después de
haberse servido de él. El espíritu de orden que obli-
ga a arreglar es también el que obliga a limpiar. Unid
a estas ventajas la de impedir con estas costumbres
el espíritu de pereza y de confusión en la servidum-
bre. Además también es importante, por que hace el
servicio pronto y fácil, y porque evita caer en la
tentación de impacientarse por el retraso que proce-
de del desarreglo de las cosas que se encuentran con
dificultad. Pero, al mismo tiempo, evitad todo exce-
so de refinamientos y de limpieza. La limpieza,
cuando es moderada, constituye una virtud; Pero,
cuando se exagera, se convierte en mezquindad de
espíritu. El buen gusto rechaza la delicadeza excesi-
va; considera las pequeñas cosas como tales, sin re-
sentirse por ello. Burlaos delante de las niñas de las
baratijas que tanto apasionan a las mujeres y que lo-
gran hacerlas insensiblemente gastos indiscretos.
Acostumbradles a una limpieza sencilla y fácil de
practicar; enseñadles la mejor manera de hacer las
cosas, pero enseñadles mejor aún el modo de pasar-
se sin ellas. Decidles que se demuestra una gran pe-
queñez de espíritu y bajeza cuando se riñe por una
comida mal sazonada, por una cortina mal plegada,
por una silla demasiado alta o demasiado baja.
Revela, sin duda, mejor espíritu ser voluntaria-
mente ordinario, que ser delicado en estas minucias.
110
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Si no se reprende esta delicadeza mal entendida en


las mujeres que tienen ingenio, se hace aún más pe-
ligrosa para las conversaciones que para lo demás; la
mayor parte de las gentes se les antojan insípidas y
fastidiosas; el menor defecto de cortesía les parece
monstruoso; se vuelven burlonas y sin gusto para
nada. Es preciso hacerles comprender desde tem-
prano que revela falta de reflexión juzgar superfi-
cialmente a una persona por sus maneras, en lugar
de examinar el fondo de su espíritu, de sus senti-
mientos y de sus cualidades útiles. Hacedles ver por
experiencias repetidas que un provinciano, con su
aire grosero y hasta, si queréis, ridículo, con sus
cumplidos inoportunos, si tiene, en cambio, buen
corazón y espíritu ordenado, es más apreciable que
un cortesano que oculte bajo una capa de cortesía
un corazón ingrato, injusto y capaz de toda clase de
dobleces y bajezas. Agregad que los espíritus incli-
nados al fastidio y a la falta de interés reflejan una
gran debilidad. No hay personas, cuya conversación
no sea refinada, de las que no pueda obtenerse al-
guna cosa buena: aunque se deban escoger las me-
jores, cuando tengamos la libertad de elección, se
puede uno consolar, cuando no se puede hacer otra
cosa, con hacerles hablar de lo que ellas saben, por-
que las personas inteligentes pueden obtener prove-
cho hasta de las gentes menos esclarecidas. Mas vol-
vamos a las cosas que deben constituir la instruc-
ción de una niña.

111
FENELÓN

CAPÍTULO XII

CONTINUACIÓN DE LOS DEBERES DE


LAS MUJERES

Hay una ciencia de hacerse servir, la cual no es


cosa fácil. Se debe elegir servidumbre que tenga ho-
nor y religión; se debe conocer las funciones a las
cuales se la va a dedicar, el tiempo y el trabajo que
requiere cada cosa, la manera de hacerla bien y el
gasto que supone. Regañaríais inoportunamente a
un repostero, por ejemplo, si pretendierais que ade-
rezara un fruto más pronto de lo que se necesite pa-
ra ello, o si no supierais sobre poco más o menos el
precio y la cantidad de azúcar y de otras cosas que
deben entrar en lo que le mandáis hacer; y corréis
entonces el peligro de ser la burla y la víctima de
vuestros sirvientes, si no tenéis idea de sus oficios.
Se necesita, además, conocer sus caracteres, tra-
tarlos según ellos, y dirigir cristianamente esta pe-
queña república, que es, por regla general, muy tur-
bulenta. Es indudable que se necesita tener autori-
dad; porque mientras menos razonables son las gen-
112
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

tes, más se necesita contenerlas por el temor; pero


como se trata de cristianos, hermanos vuestros en
Jesucristo, y como debéis respetarlos como sus
miembros, estáis obligados a no usar de la autoridad
sino cuando la persuasión fracase.
Tratad, pues, de haceros amar por vuestras gen-
tes sin familiaridades ordinarias; no entréis en con-
versaciones con ellos; pero no temáis hablarles con
frecuencia afectuosamente, y sin altanería, de sus
necesidades. Que ellos estén seguros de encontrar
en vosotros consejos y compasión; no reprendáis
con acritud sus defectos; no aparentéis sorpresa ni
indignación mientras tengáis esperanzas de poder-
los corregir; hacedles entrar en razón con dulzura, y
tolerad frecuentes torpezas en su servicio, a fin de
convencerlos de vuestra sangre fría y de que les ha-
bláis sin enfado y sin. impaciencia, menos por lo
que se refiere a vuestro servicio que por lo que res-
pecta a su conveniencia. No será fácil acostumbrar a
las jóvenes de elevada posición a que observen esta
conducta dulce y caritativa; porque la impaciencia y
el ardor de la juventud, unida a la falsa idea que les
da su nacimiento, les hace considerar sobre poco
mas o menos a sus sirvientes como caballos; se cre-
en de otra naturaleza que los criados; suponen que
éstos están hechos para la comodidad de sus amos.
Demostradles que estas máximas contrarían a la
modestia para con ellas, y a la humildad para con el
prójimo. Hacedles comprender que los hombres no
han sido hechos para que se les sirva; que es un
113
FENELÓN

error brutal creer que hay hombres nacidos para


adular la pereza y el orgullo de los otros; que ya, que
el servicio está establecido contra la igualdad natural
de los hombres, se debe dulcificar todo lo que se
pueda; que si a pesar de tener mejor educación los
amos que los criados, aquéllos están llenos de de-
fectos, Do puede esperarse que los criados no los
tengan, faltos como se hallan de instrucción y de
buenos ejemplos; por último, que si los criados se
echan a perder sirviendo mal, los amos se echan aún
más a perder que ellos hallándose lo que se entiende
por bien servidos; porque esta facilidad de estar en to-
do satisfecho debilita el alma, la vuelve ardiente y
apasionada para las menores comodidades y por
último la entrega a sus deseos.
Nada hay mejor que acostumbrar a las niñas des-
de temprano a este gobierno doméstico. Dadles a
dirigir algunas cosas, a condición de que os den lue-
go cuenta de ellas; esta confianza las encantará; por-
que la juventud experimenta un placer increíble
cuando ve que se empieza a fiarse de ella y a dejarla
participar en las cosas serias. Un bello ejemplo de
esto lo tenemos en la reina Margarita. Cuenta esta
princesa en sus Memorias que el más vivo placer que
sintió en su vida fue ver que la reina, su madre, co-
menzaba a hablarla, cuando era aún muy niña, como
a una persona madura; se sintió transportada de ale-
gría cuando fue la confidente de la reina y de su
hermano el duque de Anjou, en un secreto de Esta-
do, no habiendo hasta entonces conocido más que
114
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

juegos de niñas. Dejad que en estos ensayos cometa


la niña errores, y sacrificad algo a su instrucción; ha-
cedle observar con dulzura lo que debería haber he-
cho o dicho para evitar los inconvenientes que se ha
acarreado; contadle vuestras experiencias pasadas, y
no temáis exponerla aquellas faltas semejantes a las
suyas en que hayáis incurrido en vuestra juventud;
de este modo le inspiraréis confianza, sin la cual la
educación se convierte en formulismos molestos.
Enseñad a las niñas a leer y a escribir correcta-
mente. Es vergonzoso, pero frecuente, ver mujeres
que tienen inteligencia y finura, no saber pronunciar
debidamente lo que leen; o dudar o cantar al leer, en
vez de pronunciar con un tono sencillo y natural,
pero firme y seguido. Cometen aún faltas más gra-
ves en ortografía o en la manera de componer o de
redactar una carta cuando escriben. Acostumbradlas
al menos a que escriban en líneas derechas y a que
sus caracteres sean claros y legibles. También debe-
rían las niñas saber gramática; no se trata de que
aprendan su lengua natural por reglas, como apren-
den los escolares el latín en clase; sólo se debe
acostumbrarlas, sin afectación, a que no tomen un
tiempo por otro, o a que se sirvan de los términos
propios, o a que expliquen claramente sus pensa-
mientos, con orden y de una manera corta y precisa;
así las pondréis en estado de enseñar un día a sus
hijos a que hablen bien sin ningún estudio. Es sabi-
do que en la antigua Roma, la madre de los Gracos
contribuyó mucho mediante una buena educación a
115
FENELÓN

formar la elocuencia de sus hijos, que llegaron a ser


tan grandes hombres.
Deberían saber también las cuatro reglas de la
aritmética; os serviréis de ellas útilmente para ha-
cerlas hacer cuentas con frecuencia. Es una ocupa-
ción espinosa para muchas gentes; pero una vez to-
mada la costumbre desde, la infancia, unida a la fa-
cilidad de hacer pronto, mediante el concurso de las
reglas, toda clase de cuentas más enrevesadas, dis-
minuirá el fastidio que producen. También se sabe
que, a menudo, la exactitud en las cuentas constituye
el buen orden en las casas.
También sería conveniente que supiesen algo so-
bre las principales reglas de justicia: por ejemplo, la
diferencia que hay entre un testamento y una do-
nación; lo que es un contrato, una substitución, un
reparto entre herederos, las principales leyes de de-
recho o de las costumbres del país en que se halle
con relación a estos actos, lo que es propiedad, lo
que es comunidad, lo que son bienes muebles o in-
muebles. Si se casan, estos conocimientos tendrán
interés, y marcharán bien sus principales asuntos.
Pero hacedles comprender, al mismo tiempo, que
son incapaces de profundizar en las dificultades del;
derecho; que el derecho, a causa de la debilidad es-
piritual del hombre, está lleno de obscuridades y de
leyes dudosas; que la jurisprudencia varía; que todo
lo que dependa de los jueces, por claro que aparez-
ca, se vuelve dudoso; que, a la larga, aun los mejores
pleitos, son ruinosos e insoportables. Que vean la
116
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

agitación del palacio de justicia, el furor de los plei-


tos, los retorcimientos nocivos, las sutilezas de los
procedimientos, los gastos inmensos que producen,
la miseria de los que pleitean, la industria de los
abogados, de los procuradores y de los escribanos
para enriquecerse pronto, arruinando a las partes.
Que vean los medios por los cuales un buen ne-
gocio en el fondo se vuelve malo por la forma; la
oposición de las máximas de tribunal a tribunal; si
sois enviado a la sala grande, el proceso está gana-
do; si vais a la prueba judicial, está perdido. No de-
jéis de lado los conflictos de jurisdicción y el peli-
gro, en que se está de pleitear en el consejo muchos
años para saber dónde hay que presentar los recur-
sos. En fin, haced notar la diferencia que hay a me-
nudo entre, los abogados y los jueces sobre el mis-
mo asunto; en la primera instancia ganáis la causa, y
después tenéis que pagar las costas. Todo esto me
parece importante para impedir que las mujeres se
apasionen por los negocios y que se abandonen a.
ciertos consejos enemigos de la paz, cuando son
viudas, o dueñas do, sus bienes en otro estado. De-
ben escuchar á sus agentes de negocios, pero no
entregarse a ellos.
Es necesario que sientan desconfianza por los
procesos que quieran hacerles emprender; que con-
sulten con personas de criterio amplio y más atentas
a las ventajas de un arreglo, y que estén, por último,
persuadidas de que la principal habilidad en los ne-

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FENELÓN

gocios consiste en prever los acontecimientos y sa-


berlos evitar.
Las niñas que tienen por su nacimiento una for-
tuna considerable, necesitan estar bien instruidas
acerca de los deberes de los señores para con sus
tierras. Decidles, pues, lo que deben hacer para evi-
tar los abusos, las violencias, los enredos, las false-
dades tan frecuentes en el campo. Cuidad de los
medios de establecer pequeñas escuelas y juntas de
caridad para alivio de los enfermos pobres. Ense-
ñadles también el tráfico que puede a veces estable-
cerse en ciertas comarcas para disminuir la miseria;
pero sobre todo, cómo se puede procurar al pueblo
una instrucción sólida y unas costumbres cristianas.
Todo esto exige demasiado detalles para que se les
enumere aquí.
No olvidéis, al explicarles los deberes de los se-
ñores, enseñarles sus derechos; decidles lo que es un
feudo, señores feudales, vasallos, homenaje, rentas,
diezmos feudales, ventas, indemnizaciones, amorti-
zación y reconocimiento, registro de apeos y otras
cosas semejantes. Estos conocimientos son necesa-
rios, puesto que la dirección de las tierras consiste,
precisamente en todas estas cosas.
Después de estos conocimientos, que deben
ocupar el primer lugar, creo que no es inútil dejar a
las niñas, según sus aficiones y el alcance de su inte-
ligencia, que lean libros profanos que no tengan
ningún peligro para las pasiones: tal vez sea el me-

118
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

dio de que no tomen gusto por las comedias y las


novelas.
Dadles, pues, las historias griegas y romanas; en
ellas contemplarán prodigios de valor y desinterés.
Que no ignoren la historia de Francia, que tantas
bellezas encierra; mezcladla con la de los países ve-
cinos y con la relación de los países lejanos que es-
tén bien escritas. Todo esto sirve para ampliar la
inteligencia y para levantar el alma hacia senti-
mientos elevados, siempre que se evite la vanidad y
la afectación.
Se cree, por lo general, que una niña de calidad,
bien educada, debe saber el italiano y el español; pe-
ro no veo la utilidad de estos estudios, como no sea
que la niña se encuentre agregada cerca de una prin-
cesa italiana o española, como nuestras reinas de
Austria o de Médicis. Además, estas dos lenguas
sólo sirven para leer libros peligrosos y capaces de
aumentar los defectos de las mujeres; en estos estu-
dios más se pierde que se gana. Más razonable sería
el estudio del latín, que es el lenguaje de la Iglesia:
poder comprender el sentido de las palabras del ofi-
cio divino, al que con tanta frecuencia se asiste, es
un fruto y un consuelo inapreciables. Aun aquellos
que, buscan las bellezas de lenguaje, las hallarán
bastante más perfectas y más fundamentales en el
latín que en el italiano o el español, en los que cam-
pean una agudeza y una viveza de imaginación sin
freno. Pero yo no quisiera que aprendiesen latín si-
no aquellas muchachas de un juicio seguro, de una
119
FENELÓN

conducta modesta, que supieran apreciar este estu-


dio en lo que vale, que renunciaran a la curiosidad
vana, que ocultaran lo que hubiesen aprendido y que
no buscaran en ello más que su edificación. Tam-
bién les permitiría, claro que con una selección cui-
dada, la lectura de obras de elocuencia y de poesía,
si es que hubiera manifestado gusto para ellas y si su
juicio fuese, lo suficientemente sólido para limitarse
al verdadero sentido de estas cosas, pero temería
quebrantar demasiado a las imaginaciones vivas, y
quisiera que esto se hiciera con exacta sobriedad;
cuanto más dulcificado y encubierto, más peligroso
me parece todo lo que pueda hacer sentir el amor.
La música y, la pintura exigen idénticas precau-
ciones; todas estas arte son del mismo carácter y del
mismo gusto. En cuanto a la música, se sabe que los
antiguos creían que nada era tan perjudicial para una
república bien ordenada que dejar que se in-
trodujera una melodía afeminada, ésta enerva a los
hombres, vuelve las almas débiles y voluptuosas; los
tonos lánguidos y apasionados producen tanto pla-
cer porque el alma se abandona a la atracción de los
sentidos hasta embriagarse. Por esta razón es por lo
que en Esparta los magistrados rompían todos los
instrumentos cuya armonía, era demasiado deliciosa,
y esta era una de sus principales leyes; también por
esta razón es por lo que Platón rechaza severamente
todos los tonos deliciosos que constituían la música
asiática; con más poderosas razones los cristianos,
que no deben jamás buscar el placer por el solo pla-
120
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

cer, deben tener horror a estos placeres emponzo-


ñados.
La poesía y la música podrían ser muy útiles para
excitar en el alma vivos y sublimes sentimientos de
virtud, si se les podara de todo lo que no aspira a su
verdadero objeto. ¡Cuánta obras poéticas de las Es-
crituras poseemos que, según todas las apariencias,
cantaban los hebreos! Los cánticos han sido los pri-
meros monumentos que, después de la Escritura,
han conservado más claramente, entre los hombres,
la tradición de las cosas divinas. Ya hemos visto la
importancia que la música ha tenido en los pueblos
paganos para elevar a los espíritus sobre los senti-
mientos vulgares. La Iglesia ha considerado como el
mejor consuelo de sus hijos los cantos de alabanza a
Dios. No se puede, por consiguiente, abandonar
este arte que el mismo Dios ha consagrado. Una
música y una poesía cristianas serían el mejor re-
curso para desviar del gusto de los placeres profa-
nos; pero con los falsos prejuicios en que se mueve
nuestra nación, el gusto por estas artes resulta peli-
groso. Es preciso, pues, apresurarse a hacer com-
prender a una muchacha que sea sensible a estas
impresiones cuántos encantos puede encontrarse en
la música, sin salirse de los motivos piadosos. Si tie-
ne voz e inteligencia para las bellezas musicales, no
debéis pensar que las ignore siempre; la prohibición
exaltaría su pasión; más vale encauzar debidamente
este torrente, que, no pensar en detenerlo.

121
FENELÓN

La pintura se torna entre nosotros con más facili-


dad al bien; en primer lugar, tiene un privilegio para
las mujeres, y es que no pueden realizar sus labores
sin ella. Claro que podrían dedicarse a trabajos sen-
cillos que no exigieran ningún arte; pero en el dibu-
jo, que creo debe ocupar al mismo tiempo la
atención y las manos de las mujeres de condición
desearla que realizaran labores en las que el arte y el
ingenio amenizasen su trabajo con algún placer Y
estas labores no pueden ser bellas verdaderamente
si no están guiadas por las reglas del dibujo. De ahí
procede que casi todo lo que vemos en telas, encajes
y bordados, sea de tan mal gusto; todo es confuso,
sin dibujo y sin proporción. Con tal que las cosas
cuesten mucho dinero a los que las compran, y mu-
cho trabajo a los que las hacen, ya pasan por obras
bellas; su brillo deslumbra a los que las ven de lejos
o a los que no las entienden. Las mujeres han esta-
blecido con esto leyes a su modo: el que quisiera
opinar en contra, pasaría por visionario. Ellas po-
drían, sin embargo, desengañarse consultando la
pintura y poniéndose con ello en condiciones de
realizar, con un gasto módico y con placer, labores
de noble variedad y belleza, que estarían por encima
de los caprichos de la moda. .
Deben, igualmente, temer y despreciar a la ocio-
sidad. Que recuerden que los primeros cristianos,
cualquiera que fuese la clase social a que pertene-
ciesen, trabajaban, no para divertirse, sino para ha-
cer del trabajo una ocupación seria, continua y útil.
122
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

El orden natural, la penitencia impuesta al primer


hombre, y con él a toda su posteridad; aquella de la
cual el hombre nuevo, que es Jesucristo, nos ha de-
jado tan elevado ejemplo; todo nos induce a una vi-
da laboriosa, cada uno a su manera.
Para la educación de una niña debe tenerse pre-
sente su condición, los lugares en que debe pasar su
vida, y la profesión que abrazará, según las apa-
riencias. Tened cuidado de que no conciba esperan-
zas que estén por encima de su fortuna y de su con-
dición. Muchas personas hay a quienes cuesta caro
haber tenido demasiadas ilusiones; lo que quizá hu-
biera constituido la felicidad se vuelve desagradable
cuando se aspira a un estado más elevado. Si una
niña debe vivir en el campo, conducid desde el pri-
mer momento sus inclinaciones a las ocupaciones
que deberá tener, y no dejarla que se aficione a las
diversiones de la ciudad; que aprecie los placeres de
una vida sencilla y activa. Si es de una condición
media, haced que no se trate con gentes de la corte:
esto sólo serviría para que adquiriese un aire ridí-
culo y fuera de lugar; encerradla en los limites de su
condición, y dadla como modelo a las personas que
así lo merezcan; formad su espíritu para las cosas
que deba realizar durante su vida; que aprenda la
economía de una casa burguesa, los cuidados de los
productos del campo, de las rentas y de las cosas
que son los productos de la ciudad; lo que concierne
a la educación de sus hijos y, por último, el detalle
de otras ocupaciones o comercios en los cuáles pre-
123
FENELÓN

veáis que pueda entrar cuando se case. Si, por el


contrario, se inclinase a ser religiosa, sin que en ello
sea influida por los padres, encaminad desde este
momento toda su educación hacia el estado a que
aspira; haced que verifique pruebas serias sobre las
fuerzas de su espíritu y de su cuerpo sin esperar el
noviciado, que viene a ser una especie de compro-
miso ante el honor del mundo; acostumbradla al si-
lencio; que se ejercite en la obediencia, aun en las
cosas que contraríen su carácter y sus costumbres;
ensayad poco a poco si es capaz de resistir a la regla
que quiere seguir; tratad de acostumbrarla a una vida
ruda, sobria y laboriosa; enseñadle al detalle la feli-
cidad que supone prescindir de la vanidad y la moli-
cie, y hasta de los beneficio del siglo, sin estar aún
dentro del claustro; en una palabra, que practique la
pobreza, que sienta la felicidad que Jesucristo nos
ha revelado. No olvidéis por último, borrar en su
corazón el gusto por toda vanidad del mundo para
cuando lo abandone. Sin incurrir en experiencias
demasiado peligrosas, descubridle las espinas que se
ocultan en los falsos placeres que, el mundo pro-
porciona; que vean gentes que son desgraciadas en
medio de los placeres.

124
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CAPITULO XIII

DE LAS AYAS

Preveo que este plan de, educación parecerá


quimérico a mucha gente. Seria necesario -dirán- un
discernimiento, una paciencia y un talento extraor-
dinario para realizarlo. ¿Dónde están las aya capa-
ces de comprenderlo? Y más aún, ¿dónde está
aquellas que pueden seguirlo? Yo ruego que piensen
atentamente que cuando se acomete un trabajo so-
bre la mejor educación que se puede dar a los niños,
no es para dictar reglas imperfectas; no debe pare-
cer, pues, mal que se aspire a lo más perfecto, en
esta investigación. Es cierto quo no todo el mundo
podrá ir en la práctica tan lejos como nuestros pen-
samientos, a los que nadie detiene sobre el papel;
pero aunque no pueda lograrse la perfección en esta
obra, no será inútil haberla conocido y haber trata-
do de alcanzarla: es el mejor medio de acercarse a
ella. Por otra parte, este trabajo no supone una na-
turaleza perfecta en los niños, ni una serie de cir-
cunstancias favorables para realizar una educación
125
FENELÓN

perfecta; por el contrario, yo trato de dar remedios,


contra las naturalezas malas o viciadas; supongo los
errores más corrientes en la educación, y apelo a los
remedios más sencillos para corregir en todo o en
parte lo que tenga necesidad de ello. Claro que no se
encontrará en este pequeño trabajo remedio para
una educación descuidada o mal dirigida; pero ¿de-
bemos extrañarnos de esto? Confieso que se puede
hacer y que se hace diariamente por los niños mu-
cho menos de lo que yo propongo; pero tampoco se
ve cuánto sufre la juventud a consecuencia de estos
descuidos. El camino que yo indico, por largo que
parezca, es el más corto, puesto que conduce direc-
tamente adonde se quiere ir; el otro camino, el del
temor y el de una cultura superficial del espíritu, por
corto que parezca, es demasiado largo, porque por
él no se llega jamás al verdadero objeto de la educa-
ción, que es persuadir a los espíritus e inspirarles el
amor sincero por la virtud. La mayor parte de los
niños que se han educado por estos medios necesi-
tan volver a empezar cuando su educación se da por
terminada; y después que han transcurrido los pri-
meros años de su entrada en el mundo, cometen
faltas a veces irreparables, y necesitan que la expe-
riencia y sus propias reflexiones les descubran todas
las máximas que esta educación fastidiosa y superfi-
cial no ha sabido inspirarles. Debe considerarse
también que estos primeros trabajos que yo, pido
que se hagan en favor de los niños, y que son consi-
derados por las personas sin experiencia como ago-
126
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

biadores e impracticables, ahorran disgustos y alla-


nan dificultades que llegan a ser incorregibles cuan-
do se practica una educación menos exacta y más
ruda. Considerad, por último, que, para realizar este
proyecto de educación, no se trata tanto de hacer
cosas que exigen un gran talento, como de evitar las
faltas graves que hemos indicado aquí detallada-
mente. Se trata la mayor parte de las veces de no
ejercer presión sobre los niños, de ser asiduos con
ellos, de observarlos, de inspirarles confianza, de
responder con claridad y buen sentido a sus peque-
ñas preguntas, de dejarlos obrar espontáneamente
para conocerlos mejor, y de corregirlos con pacien-
cia cuando se equivocan o cometen alguna falta.
No debe pensarse que una buena educación pue-
da ser dirigida por una mala aya. Es, sin dula, sufi-
ciente una persona mediana para que pueda alcanzar
éxito por medio de estás observaciones; pero no se-
rá pedir demasiado a esta persona mediana si se le
exige que tenga cuando menos sentido común, ca-
rácter tratable y un verdadero temor de Dios. Esta
aya no hallará en este escrito nada que sea sutil y
abstracto. Aunque no pudiera comprenderlo todo,
se daría cuenta del conjunto, y ya esto es suficiente.
Haced que lo lea varias veces; tomaos el trabajo de
leerlo con ella; dadle la libertad de que se detenga en
aquellas cosas que no comprenda o de las que no
esté persuadida; en seguida, que entre en la práctica;
y cuando veáis que pierde de vista al hablar con el

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FENELÓN

niño las reglas de este escrito que convino en seguir,


llamadle dulcemente y en secreto la atención.
Este trabajo os será penoso al principio, pero es
vuestro deber esencial de padre o de madre del ni-
ño; por otra parte, las dificultades no durarán mu-
cho tiempo, porque si esta aya es sensata y tiene
buena voluntad, aprenderá más en un mes de prác-
tica, según vuestros consejos, que por medio de lar-
gos razonamientos; pronto caminará por sí misma
por el camino directo. Tendréis, además, la ventaja
de que os aliviará vuestro trabajo, de que encontrará
completamente hechos en este libro los principales
discursos que deberá dirigir a los niños sobre las
más importantes máximas, de suerte que no tendrá
más que seguirlos. Del mismo modo tendrá a la
vista el resumen de las conversaciones que deba
mantener con los niños sobre las cosas más difíciles
de hacerle comprender. Es una especie de educa-
ción práctica que le conducirá como de la mano.
Podréis auxiliaros, además, con el Catecismo histórico,
del que ya hemos hablado; haced que lo lea varias
veces la aya que formáis, y, sobre todo, hacedle
comprender el prefacio con el fin de que se penetre
de este método de enseñanza. Es preciso confesar,
sin embargo, que las personas de un talento media-
no, a las cuales me limito, son difíciles de hallar. Pe-
ro, sin embargó, es necesario un instrumento propio
para la educación, porque las cosas más sencillas no
se hacen por sí mismas y se realizan siempre mal
por espíritus mal conformados. Elegid, por tanto,
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LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

sea en vuestra casa, o en vuestras tierras, o entre


vuestros amigos, o en comunidades bien dirigidas
alguna muchacha capaz de ser formada; pensad
desde el primer momento en educarla para este car-
go, y tenedla algún tiempo al lado vuestro para ex-
perimentarla antes de confiarle una cosa tan
preciosa. Cinco o seis ayas formadas de esta manera
serían capaces de formar pronto un gran número de
ellas. Quizá algunas de estas personas nos darían un
desengaño; pero siempre se encontraría en este gran
número con quién compensarse, y no nos hallaría-
mos en la perplejidad en que nos encontramos dia-
riamente. Las comunidades religiosas y seglares que
se dedican a educar muchachas según su instituto,
podrían también entrar por estos caminos para
formar sus maestras de pensionados y sus maestras
de escuela.
Pero aunque la dificultad de hallar estas ayas sea
grande, es preciso conceder que hay otra aún mayor,
y es la irregularidad de los padres; todo es inútil si
ellos no quieren contribuir a este trabajo. El funda-
mento principal es que no den a sus hijos más que
máximas correctas y ejemplos edificantes. Y esto no
puede esperarse más que de un número reducido de
familias. En la mayor parte de las casas sólo se ve
confusión, cambios, una nube de criados que son
otros tantos espíritus torcidos, desunión entre los
amos. ¡Qué espantosa escuela para los niños!
Cuantas veces una madre que pasa su vida en el jue-
go, en la comedia y en conversaciones indecentes se
129
FENELÓN

queja con un tono grave de que no puede encontrar


un aya capaz de educar a sus hijos. Pero ¿qué puede
hacer la mejor educación sobre los niños si con-
templan una madre semejante? También hay padres
que, como dice San Agustín, llevan a sus hijos a los
espectáculos públicos y a otras diversiones que los
apartan de la vida seria y ocupada en la cual estos
mismos padres quieren que aquéllos se desenvuel-
van. De este modo mezclan el veneno con el ali-
mento saludable. Ellos hablan sólo de prudencia;
pero acostumbran la imaginación voladora de los
niños a las violentas emociones de las repre-
sentaciones apasionadas y de la música, después de
lo cual ya no pueden ser aplicados. Les hacen tomar
el gusto por las pasiones, y les hacen encontrar insí-
pidos los placeres inocentes. Y quieren después de
esto que la educación tenga éxito, y la consideran
triste y austera si no se mezcla con esta confusión de
bien y de mal. ¿No es hacer un honor al deseo de
educar bien a sus hijos tomarse el trabajo de some-
terse a las reglas más necesarias?
Terminemos con el retrato que hace el Justo de
una mujer fuerte4: «Su precio -dice- es como el de
aquel que viene de lejos y de los extremos de la tie-
rra. El corazón de su esposo se confía a ella; ésta
tiene siempre los trofeos que él le trae de sus victo-
rias; hace el bien todos los días, jamás el mal: busca
el lino y la lana, lo trabaja con sus manos llenas de

4 Proverb. XXXI, 10, etc.

130
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

sabiduría. Acarrea desde lejos sus provisiones como


un navío mercante. De noche, se levanta y distribu-
ye el alimento entre sus criados. Contempla un
campo, y lo adquiere con su trabajo, fruto de sus
manos; planta una viña. Yergue su cintura con fuer-
za, y endurece su brazo. Ha experimentado y ha sa-
boreado la utilidad de su comercio; jamás se
extingue su luz durante la noche. Sus manos se afi-
cionan a los trabajos rudos, y sus dedos cogen el
huso. Sin embargo, abre la mano al que está en la
indigencia y la tiende sobre el pobre. No teme al frío
ni a la nieve; todos sus sirvientes tienen dobles tra-
jes; ha tejido un vestido para ella; el fino lino y la
púrpura son sus vestiduras. Su esposo es ilustre en
las puertas, es decir, en los consejos, donde se sienta
con los hombres más venerables. Ella hace trajes
para venderlos, cinturas dedicadas a los cananeos.
La belleza y la fuerza son su ropaje, y ella reirá en
sus últimos días. Abre su boca a la prudencia, y en
su lengua hay una ley de dulzura. Observa en su ca-
sa hasta la huella de los pasos y no come jamás su
pan sin estar ocupada. Sus hijos están educados, y la
han llamado dichosa; su marido se levanta asimismo
y la alaba. «Muchas mujeres -dice- han acumulado
riqueza; vos las habéis sobrepujado a todas.» Las
gracias son engañadoras, la belleza es vana; sólo se-
rá alabada la mujer que tema a Dios. Dadle el fruto
de sus manos, y que a las puertas de los consejos
públicos sea alabada por sus propias obras.»

131
FENELÓN

Aunque la diferencia extremada de las costum-


bres, la brevedad y gallardía de las figuras hagan
obscuro este lenguaje de momento, se encuentra en
él un estilo tan vivo y tan llano, que encanta si se le
examina de cerca. Pero lo que yo más deseo es que
se perciba la autoridad de Salomón, el más sabio de
todos los hombres; la del Espíritu Santo mismo, cu-
yas palabras son tan magníficas para hacer admirar
la simplicidad de costumbres, la economía y el tra-
bajo en una mujer noble y rica.

132
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

CONSEJOS A UNA DAMA DE CALIDAD


SOBRE LA EDUCACIÓN DE SU HIJA

Puesto que así lo queréis, señora, voy a expone-


ros mis ideas sobre la educación de vuestra hija.
Si tuvieseis varias, podríais encontraros apurada,
por razón de los asuntos que os sujetarían a un trato
exterior, más grande de lo que desearíais. En este
caso podriais elegir algún buen convento en el que
la educación de las colegialas fuera completa. Pero
puesto que no tenéis más que una hija a quien edu-
car, y puesto que Dios os ha hecho capaz de cuidar
de ella, creo que podréis darle vos mejor educación
que en ningún convento. Los ojos de una madre
inteligente, tierna y cristiana descubren, indudable-
mente, lo que otros no pueden descubrir. Como es-
tas cualidades son muy raras, lo más seguro para
una madre es confiar a los conventos el cuidado de
educar a sus hijas, porque carecen con frecuencia
ellas mismas de las luces necesarias para instruirlas;
o si las tienen, no las autorizan con el ejemplo de
una conducta seria y cristiana, sin lo cual las más
sólidas instrucciones no producen ningún efecto,
133
FENELÓN

porque todo lo que una madre puede decir a su hija


es anulado, por lo que la hija le ve hacer. No ocurre
lo mismo con vos, señora: vos, que sólo pensáis en
servir a Dios; la religión es vuestro primer cuidado y
sólo inspiraréis a vuestra hija lo que ella tendrá que
practicar; así, pues, os exceptúo de la regla general y
os prefiero, para su educación, a todos los conven-
tos. Hay, además, una ventaja en la educación que
deis a vuestra hija cerca de vos. Si un convento no
es regular, verá en él la vanidad de los honores, que
es el más sutil de los venenos para una muchacha.
Oirá hablar del mundo como de un especial encan-
tamiento; y nada produce una impresión más perni-
ciosa que esta imagen engañadora del siglo que se
mira desde lejos con admiración y del que se exa-
geran todos los placeres, sin mostrar los desengaños
y las amarguras.
El mundo no deslumbra nunca tanto más que
cuando se le contempla desde lejos, sin haberlo
visto de cerca, y sin estar prevenido contra su se-
ducción. Así, me produce más temor un convento
mundano que el mundo mismo. Si, por el contrario,
un convento se rige con el fervor y con la regulari-
dad de su instituto, una joven de condición crece él
en la más profunda ignorancia de su siglo; sin duda,
es una feliz ignorancia si ha de durar siempre; pero
si esta muchacha sale del convento y pasa a cierta
edad a su casa paterna, en la que penetra en el mun-
do, nada puede temerse tanto como esta sorpresa y
como esta gran emoción en una imaginación viva.
134
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Una muchacha que no ha estado apartada del mun-


do más que porque lo ignoraba, y en la que la virtud
no ha arraigado aún profundamente, cae con facili-
dad en la tentación de cree, que se le ha ocultado lo
que hay de más maravilloso. Sale del convento co-
mo una persona a la que hubieran criado en las ti-
nieblas de una profunda cueva y a la que de, un
golpe se la hubiera llevado a plena luz. Nada tan
deslumbrador como este paso imprevisto y como
este resplandor al cual no se ha estado jamás habi-
tuado. Es mucho mejor que una muchacha se acos-
tumbre poco a poco al mundo, cerca de una madre
piadosa y discreta, que no le enseña sino lo que, de-
be ver, que descubre sus defectos cuando se mani-
fiestan, y que le da el ejemplo de alternar en él con
moderación, sólo por necesidad. Yo aprecio mucho
la educación de los buenos conventos; pero estimo
mucho más la de una buena madre, cuando puede
dedicarse a ella. Saco, por tanto, la conclusión de
que vuestra hija está mejor a vuestro lado que en el
mejor de los conventos que pudierais elegir. Pero
existen pocas madres a las que se pueda dar estos
consejos.
Esta educación tendrá ciertamente grandes peli-
gros si no tuvieseis cuidado de elegir con precau-
ción las mujeres que han de rodear a vuestra hija.
Vuestras ocupaciones domésticas y la relaciones de
conveniencia del exterior no os permiten tener
constantemente ante los ojos a esta criatura; es con-
veniente que la dejéis lo menos posible, pero no po-
135
FENELÓN

déis llevarla a todas partes con vos. Si la entregáis a


mujeres de espíritu ligero, mal educado e indiscreto,
le harán en ocho días más daño que beneficios po-
dáis procurarla en varios años. Estas personas, que
tienen por lo general mala educación, le darán una
semejante, poco más o menos. Hablarán demasiado
libremente entre si en presencia de una niña que to-
do lo observará y que creerá que puede hacer lo
mismo; discutirán sobre muchas máximas falsas y
peligrosas. La niña oirá censurar, mentir, sospechar
con ligereza, disputar inoportunamente. Contempla-
rá envidias, enemistades, caracteres absurdos e in-
compatibles y, a veces, devociones falsas o
supersticiosas y desviadas, sin ninguna corrección
en los más groseros defectos. Además, estas perso-
nas, de un espíritu servil, no dejarán de querer ser
agradables a esta niña, empleando para ello las más
peligrosas complacencias y adulaciones. Confieso
que es preferible a esto la educación del más medio-
cre de los conventos. Pero supongo que nunca per-
deréis de vista a vuestra hija, excepto en casos de
absoluta necesidad, y que tendréis, por lo menos,
una persona segura que os responderá de ella en las
ocasiones en que estéis obligada a dejarla. Es pre-
ciso que esta persona tenga suficiente sentido y vir-
tud para saber tener una afectuosa autoridad, para
saber contener a las otras mujeres en sus deberes,
para corregir a la niña en las ocasiones necesarias,
sin atraerse su antipatía, y para daros cuenta de todo
lo que merezca alguna atención para lo sucesivo.
136
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

Comprendo que no es fácil hallar una mujer así; pe-


ro es capital el buscarla y hacer los gastos necesarios
para que su condición a vuestro lado sea buena. Sé
que se pueden encontrar desagradables desengaños;
pero es necesario contentarse con las cualidades
esenciales y tolerar los defectos que acompañen a
estas cualidades. Sin una persona así, dedica da a
ayudaros, no es fácil triunfar.
Como vuestra hija manifiesta una inteligencia
bastante adelantada, con mucho despejo, facilidad y
penetración, temo que adquiera el gusto por el inge-
nio y un exceso de curiosidad vana y peligrosa. Me
permitiréis, señora, deciros lo que no os debe herir,
puesto que ello no reza con vos. Las mujeres son
generalmente más apasionadas por la compostura
del espíritu que por la del cuerpo. Aquellas que tie-
nen capacidad para los estudios y que esperan dis-
tinguirse con ellos, muestran más solicitud aún por
sus libros que por sus adornos. Ocultan un poco su
ciencia; pero no la ocultan más que a medias para
unir el mérito de la modestia al de la capacidad.
Otras vanidades más groseras se corrigen más fá-
cilmente porque se les apercibe, se les reprende y
porque son la manifestación de un carácter frívolo.
Pero una mujer curiosa y que se perece por saber
mucho, se jacta de ser un espíritu superior entre las
de su sexo; sabe despreciar a gusto las diversiones y
las vanidades de las otras mujeres; se cree con fun-
damento para todo, y nada la cura de su obstina-
ción. Generalmente no puede saber nada más que a
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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
IVANA OTERO (IVANAOTERO@GMAIL.COM)
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medias; está más deslumbrada que iluminada por lo


que sabe; se jacta de saberlo todo; juzga, se apasiona
por un partido contra otro en todas las discusiones
superiores a su comprensión, aun en materia religio-
sa; de aquí procede que todas las sectas nacientes
hayan progresado tanto, debido a las mujeres que
las han insinuado y sostenido. Las mujeres son elo-
cuentes en la conversación y vivas para dirigir una
cábala. Las vanidades burdas de las mujeres vanas
son menos temibles que estas vanidades serias y re-
finadas que se inclinan al cultivo del ingenio para
brillar con una apariencia de mérito sólido. Es, por
lo tanto, esencial que conduzcáis constantemente a
vuestra hija hacia una juiciosa sencillez. Es sufi-
ciente que sepa bastante bien la religión para que la
crea y para que la siga con exactitud, sin que se per-
mita nunca razonar sobre ella.
Es preciso que escuche solamente a la Iglesia;
que no se deje influir por ningún predicador en en-
tredicho o sospechoso de modernismo. Su director
debe ser un hombre abiertamente declarado contra
todo lo que se llame partido. Debe huir las conver-
saciones de las mujeres que se entrometen en razo-
namientos, temerarios sobre la doctrina, y compren-
der lo inconveniente y temeraria que es esta libertad.
Debe tener horror a leer libros prohibidos y no que-
rer examinar el porqué de la prohibición. Que
aprenda a desconfiar de si misma y a temer los lazos
de la curiosidad y de la presunción; que se dedique a
rogar a Dios con toda humildad, a volverse pobre
138
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

de espíritu, a recogerse con frecuencia, a obedecer


sin replicar, a dejarse corregir por personas serias y
afectuosas hasta en sus juicios más arraigados, y a
callarse, dejando a los demás que hablen. Prefiero
que, esté más instruida en las cuentas de vuestro
mayordomo que en las disputas de teología sobre la
gracia. Ocupadla en labores de tapicería, que serán
útiles en vuestra casa y que, la acostumbrarán a
prescindir de las relaciones peligrosas del mundo;
pero no la dejéis razonar sobre teología, con gran
peligro de la fe. Todo está perdido si se enamora del
ingenio y se desvía del gusto por los cuidados do-
mésticos. La mujer fuerte, huye5, se encierra en su
hogar, se calla, cree y obedece; no disputa jamás
contra la Iglesia.
No dudo por un momento, señora, que no sepáis
hacer, cuando la ocasión sea propicia, algunas refle-
xiones sobre la indecencia y los desórdenes que se
encuentran en la imaginación de ciertas mujeres, pa-
ra alejar a vuestra hija de este escollo. Pero como la
autoridad de un a madre corre el riesgo de gastarse,
y como no siempre persuaden a las hijas sus sabias
lecciones que contrarían sus gustos, yo desearía que
aquellas de vuestras amigas que sean mujeres de mé-
rito experimentado en el mundo hablasen con vos
en presencia de vuestra hija, y sin aparentar que se
piensa en ella, para censurar el carácter vano y ridí-
culo de las mujeres que afectan sabiduría y que

5 Proverb. XXXI, 19-

139
FENELÓN

muestran parcialidad a favor de los innovadores en


materia religiosa. Estas instrucciones indirectas le
harán, según creo, más impresión que todos los dis-
cursos que le, hagáis sola y directamente.
En cuanto a los vestidos, quisiera que trataseis de
inspirar a vuestra hija el gusto por una verdadera
moderación. Hay ciertos espíritus extremados de
mujeres a quienes resulta insoportable la medio-
cridad; preferirían una sencillez austera, que de-
mostraría una reforma llamativa, renunciando a la
magnificencia más chocante, que permanecer en un
justo medio que ellas consideran como una falta de
gusto o como un estado insípido. Y, sin embargo, es
cierto que lo que hay más estimable y lo que es más
raro de hallar es un espíritu discreto y mesurado,
que evite los dos extremos, y que, dando a la con-
ciencia lo que no se le puede negar, no traspase este
limite. La verdadera prudencia consiste en que los
muebles, los carruajes y los trajes no llamen la aten-
ción ni por bien ni por mal. «Presentaos lo sufi-
cientemente bien, diréis a vuestra hija, para que no
os critiquen como una persona que carece de gusto,
sucia o descuidada; pero que no aparezca en vuestro
exterior ninguna afectación en los adornos, ningún
boato; de este modo demostraréis tener una virtud y
una razón superior a vuestros muebles, a vuestros
carruajes y a vuestros vestidos; os serviréis de ellos,
pero no seréis su esclava.»
Debéis hacer comprender a esta muchacha que el
lujo es el que confunde todas las clases sociales, el
140
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

que eleva a las personas de bajo nacimiento y enri-


quecidas bruscamente con medios odiosos, por en-
cima de las personas de la clase más distinguida; que
este desorden corrompe las costumbres de una na-
ción, que excita la avidez, que acostumbra a las in-
trigas y a la bajeza, y que corroe poco a poco los
fundamentos de la probidad. Debe comprender
también que una mujer, por muchos bienes que
aporte a una casa, la arruina pronto si introduce en
ella el lujo, para el cual no basta ninguna riqueza.
Acostumbradla al mismo tiempo a reflexionar con
compasión sobre la espantosa miseria, de los po-
bres, y a que sienta lo indigno que es a la humanidad
que ciertos hombres que todo lo tienen se abando-
nen sin freno al uso de lo superfluo, mientras que
niegan cruelmente lo necesario a los demás.
Si mantenéis a vuestra hija en un estado inferior
al de otras muchachas de su edad y de su condición,
corréis el riesgo de que se aleje de vos; podría apa-
sionarse por aquellas cosas que no tiene y que ad-
mira en otras; creería que sois demasiado severa y
rigurosa; sentiría afán por verse dueña de sus actos y
para arrojarse sin medida en la vanidad. La reten-
dréis mucho mejor colocándola en un justo medio,
que será siempre aprobado por las personas sensa-
tas y estimables; le parecerá que deseáis que tenga
todo lo que conviene al decoro, que no caéis en
economías sórdidas, que tenéis todas las compla-
cencias permitidas, y que sólo queréis evitarle los
excesos de las personas cuya vanidad no reconoce
141
FENELÓN

límites. Lo esencial es que no cedáis ante ninguna


inmodestia que sea indigna del cristianismo.
Podéis alegar razones de decoro y de interés para
ayudar y sostener en este punto a la religión. Una
muchacha arriesga el reposo de toda su vida si se
casa con un hombre vano, ligero y desordenado.
Así, es esencial que se ponga en condiciones de en-
tendimiento juicioso, con un espíritu sólido y a pro-
pósito para triunfar en sus empresas. Para encontrar
un hombre así, se debe ser modesta, y no manifestar
frivolidad ni ligereza. ¿Qué hombre juicioso y dis-
creto querrá a una mujer vana, cuya virtud parezca
ambigua, a juzgar por su exterior?
Pero vuestro principal recurso ha de consistir en
ganar el corazón de vuestra hija para la virtud cris-
tiana. No la espantéis de la piedad con una severi-
dad inútil; dejadla una libertad honesta y una alegría
inocente; acostumbradla a que se regocije lejos del
pecado y a que encuentre placer lejos de las diver-
siones contagiosas. Buscadla compañías que no la
perviertan, y diversiones a ciertas horas que no la
alejen nunca de las ocupaciones senas del resto del
día; tratad de hacerla amar a Dios; no toleréis que lo
mire como un juez poderoso e inexorable que vela
sin cesar sobre nosotros para censurarnos y contra-
riarnos en todas las ocasiones; que vea cuán dulce
es, cómo provee a nuestras necesidades y cómo se
compadece de nuestras necesidades; familiarizadla
con él como con un padre tierno y compasivo. No
dejéis que, considere la oración como una ociosidad
142
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

aburrida y como una carga espiritual a la que uno se


somete mientras que la imaginación vaga perdida.
Hacedla comprender que se trata de reconcentrar-
nos a menudo en nosotros mismos para encontrar a
Dios, porque su reino está dentro de nosotros. Se
trata de hablar simplemente a Dios a todas horas
para confesarle nuestras faltas, para manifestarle
nuestras necesidades y para tomar nuestras medidas
relativas a la corrección de nuestros defectos. Se
trata de escuchar a Dios en el silencio interior, y de
decir: Yo escucharé lo que el Señor diga dentro de mí .6
Se trata de adquirir la feliz costumbre de obrar
en su presencia y de hacer placenteramente todas las
cosas, grandes o pequeñas, por su amor. Se trata de
renovar esta presencia cada vez que se siente que se
ha perdido. Se trata de abandonar los pensamientos
que nos distraen desde que nos apercibimos de
ellos; sin distraerse a fuerza de combatir contra, las
distracciones y sin inquietarse de su presentación
frecuente. Hay que tener paciencia consigo mismo y
no desesperarse jamás, por mucha ligereza de espí-
ritu que experimentemos en nosotros mismos. Las
distracciones involuntarias no nos alejan de Dios;
nada le es tan agradable como esta humilde pacien-
cia de un alma, siempre dispuesta a volver a empe-
zar para dirigirse a Él. Vuestra hija entrará pronto
en la oración si le abrís bien su verdadera entrada.

6 Ps. LXXXV. (Vulgata LXXXIV ), 9.

143
FENELÓN

No se trata de grandes esfuerzos de espíritu, ni de


arrebatos de imaginación, ni de sentimientos deli-
ciosos que Dios concede o quita, según su voluntad.
Cuando no se conocen otras oraciones que aquellas
que consisten en todas esas cosas tan sensibles y
apropiadas para halagarnos interiormente, la desilu-
sión llega pronto; porque cuando una oración así se
agota, se cree haberlo perdido todo. Mas decidle
que la oración se asemeja a una sociedad sencilla,
familiar y tierna; o, mejor dicho, que es esa sociedad
misma. Acostumbradla a abrir a Dios su corazón, a
servirse de todo para hablar con él, a hablarle con
confianza, como se habla libremente y sin reservas
con una persona que se ama y de la que se tiene la
seguridad de ser amado desde lo profundo del co-
razón. La mayor parte de las personas que se limitan
a cierta oración forzada, están con respecto a Dios
como se está con las personas que se respetan, que
se ven raramente, por pura fórmula, sin amarlas ni
ser amados por ellas; todo transcurra en medio de
ceremonias y cumplidos; se está molesto, aburrido,
con impaciencia por salir. Por el contrario, las per-
sonas de verdadera vida interior están, con Dios
como con sus íntimos amigos; no se mide lo que se
dice, porque se confía en quien se habla; todo lo que
se dice rebosa de la abundancia y de la simplicidad
del corazón; se habla a Dios de los quehaceres co-
munes que son su gloria y nuestra salvación. Le de-
cimos nuestros defectos que queremos corregir,
nuestros deberes que hemos de cumplir, nuestras
144
LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

tentaciones que debemos vencer, las agudezas y ar-


tificios de amor propio que queremos contener. Se
le dice todo; se le escucha sobre todo; se repasan
sus mandamientos y se dirige uno hacia sus conse-
jos. No es una conversación ceremoniosa: es una
conversación libre, de verdadera amistad; entonces
Dios se convierte en el amigo del corazón en el pa-
dre en cuyo seno se consuela el hijo, el esposo con
el cual se es un solo espíritu por la gracia. Nos hu-
millamos sin desanimarnos; se tiene una verdadera
confianza en Dios con una entera desconfianza de
sí mismo; no se olvida uno jamás de la corrección
de las faltas, pero sí se olvida de escuchar los conse-
jos aduladores del amor propio. Si colocáis en el co-
razón de vuestra hija esta piedad sencilla y alimen-
tada con fundamento, hará grandes progresos. Yo
os deseo, etc.

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