Comentarios de la presentación del libro de Fernando Matamoros:
Memoria y Utopía. Génesis del neozapatismo en México. BUAP y UV.
2006. Tehuacán, Puebla. Noviembre de 2008.
Juan Carlos Andrade Castillo
Buenas tardes, quisiera agradecer, en primer momento, la presencia de
todos ustedes y muy en especial la oportunidad que Fernando Matamoros nos brinda para charlar con él. Su experiencia como investigador de la religión y de los movimientos indios es imprescindible para comprender los tiempos del pasado y del presente mexicano. De la misma manera, sus aportes teóricos son una fuente fundamental para entender la construcción de las utopías indígenas en medio del marasmo creado por la dominación del capitalismo. Sus libros y artículos, nutridos por las vivencias indígenas, dan muestra de la posibilidad de pensar diferente al mundo, quise decir, pensar los diferentes mundos. En medio de la turbulencia desatada por la consolidación del capital en los rincones más alejados de las geografías locales y mundiales, el cual vivimos en nuestra vida cotidiana, pública y privada, el zapatismo parece emerger como una alternativa real de vivir en-y-con el mundo. En medio de las contradicciones del mismo capital, que impone un ritmo de homogeneidad a la par que provoca la creación o consolidación de espacios locales, algunos grupos indígenas han reclamado su derecho de liberar el grito de “No más un México sin nosotros”. Para ello, durante casi 500 años han caminado preguntando, han soñado y buscado la utopía. Esos sueños y esos logros han sido objeto de obstáculos planeados desde los escritorios de la gente del poder, quienes no aceptan la autonomía mexicana como una manera de ser y vivir con el mundo. Pero mientras el poder busca que el movimiento indígena desparezca gradualmente con la promoción de los grupos paramilitares –recordemos Acteal y Tila, y también con el control de los medios de comunicación, donde se distinguen los historiadores de la inmediatez al servicio de las clases dominantes, los zapatistas han tomado la palabra para no sufrir la muerte del olvido. Por eso, las composiciones literarias, la alteridad con el medio ambiente y la reivindicación de somos indígenas se encuentra ligada al fortalecimiento del movimiento en los momentos críticos, cuando el fusil dejó de ser la alternativa más viable. Aún más, el zapatismo nos ha permitido re-pensar y re-hacer las Ciencias Sociales en los tiempos que Francis Fukuyama pregonaba el fin de la historia y la victoria feliz del capitalismo como única alternativa de vida en-el- mundo. Por esta razón, el zapatismo nos ofrece la pauta para comprender que los indios son más que indios, que las identidades pueden ser incluso no identidades, que las comunidades no se encuentran estáticas, que la libertad puede ser no libertad y que la utopía es posible, a pesar del reforzamiento de los nudos de control y de la represión. En este sentido, John Holloway, uno de los autores que comparten sus ideas en este libro, ha propuesto “cambiar al mundo sin tomar el poder”. Es decir, recuperar la rebeldía, que cada uno de nosotros esconde bajo nuestra apariencia, como un modo de ser más humano y como una potencialidad de cambio y de movimiento. El libro que en este día estamos presentando nos muestra con detalle y análisis crítico el viaje emprendido por los indígenas chiapanecos, desde el puerto de la memoria histórica hasta el destino movible y cambiante de la utopía. Es decir, el puerto de llegada se ha venido moviendo desde hace cinco siglos. Contra la pretensión de Fukuyama, ya Ernst Bloch nos había alertado: el camino se recorre y no termina, siempre andamos buscando la completitud. Los zapatistas son una muestra de esta lógica que es ilógica al progreso lineal. En este sentido, el zapatismo es contradicción y antagonismo, es un bagaje de experiencias anti-sistema y anti-sintéticas. Los autores de este libro ven al zapatismo como productor de múltiples temporalidades, porque proponen una duración construida con muchas duraciones diferentes, una temporalidad donde quepan otros diálogos. Con el “Caminando preguntamos” el zapatismo hizo del diálogo la manera de estar en la política, de vivir con-el mundo. En este sentido, el diálogo es un proceso, no una sustancia; es despliegue y no síntesis o culminación. El zapatismo no habla, escucha. No responde, pregunta. Hace estallar la totalidad cuando reconoce las particularidades y plantea un lugar para todas las particularidades, cuando apuesta a un diálogo musical y polifónico, al diálogo construido con muchos otros diálogos. Esta es la “estrategia de despliegue horizontal del antagonismo.” El diálogo, la primacía del diálogo, su centralidad, abre el juego a múltiples actores, a otras voces, llama la atención sobre otras preguntas. A través del diálogo se construye el sujeto como “nosotros”, “tejido común”, “pluralidad de voces”. Un sujeto incompleto al estilo de Bloch, abierto a otras luchas (externas e internas) que lo irán desplazando por el tiempo y el espacio. De esta manera la estrategia de despliegue horizontal del antagonismo no propone la hegemonía, sino que “privilegia la temporalidad autonómica que todavía no se ha desplegado y que hay que desplegar.” El diálogo zapatista es un diálogo sin síntesis. Es un diálogo negativo, tributario de la dialéctica anti-sintética, un diálogo abierto, desprovisto de una síntesis superadora, que totalice los términos en cuestión. Un diálogo que al estar siempre desplegándose, nos estará siempre corriéndonos de lugar. El diálogo nos propone actualizar las constelaciones del presente y el pasado, de los diferentes tiempos. También pensar las memorias como multiplicidad y no como un monolito. Propone rebasar los fetiches. El zapatismo se postula como proceso desmitificador para no quedarnos encerrados en palabras y discursos acabados. Nos invita a anticiparnos lo que todavía no es: Fernando Matamoros dice que la anticipación no es la realización, identidad, sino atisbo de lo nuevo, el proceso de su creación excede cualquier anticipación. Por eso los zapatistas dicen que existen para dejar de existir. Pero este diálogo es contradictorio y no está subordinado a la instrumentalidad, así como el movimiento social no está reducido a la organización. Es un diálogo de preguntas. El zapatismo no ha sido el lugar de las respuestas. El zapatismo es el lugar de las preguntas, y más que eso también: el lugar donde las preguntas se bifurcan por doquier, preguntas que nos llevan a otras preguntas. Estas preguntas cambian necesariamente, porque si la realidad se mueve, la experiencia no permanecerá en el mismo lugar, se moverá también y con ello surgirán otros interrogantes.