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Libertad personal
Capítulo I
El fallo “Suárez Rosero”
Frente a la grave situación del fenómeno de los presos sin condena en nuestro
país y en la región, esta sentencia de la Corte Interamericana reviste suma im-
portancia, porque aporta criterios estrictos para la protección de la libertad per-
sonal. Los estudios empíricos demuestran el abuso desmesurado del encarcela-
1 Corte IDH, Caso “Suárez Rosero”, Sentencia de 12/11/97. En adelante, será citado como
Caso “Suárez Rosero”.
2 Entre otros, la Comisión decidió los siguientes casos: Informe nº 2/84, Caso nº 9.058 (Ve-
nezuela), resolución del 17/5/84; Informe nº 17/89, Caso nº 10.037 (Argentina), resolución
del 13/4/89; Informe nº 12/96, Caso 11.245 (Argentina), resolución del 1/3/96; Informe nº
2/97, Casos 11.205 y otros (Argentina), resolución del 11/3/97.
3 Ver, por ejemplo, los casos contenciosos Corte IDH, Caso Gangaram Panday, Sentencia de
21 de enero de 1994; y Corte IDH, Caso Genie Lacayo, Sentencia de 29 de enero de 1997.
3
miento preventivo en los países de la región, lo que señala que esta medida cau-
telar se aplica como pena anticipada4. Las conclusiones de los estudios empíri-
cos se ven confirmadas por los casos que llegan a los órganos de protección in-
ternacional. Así, se sostiene “que en el sistema regional americano de protección
de los derechos humanos, las exigencias impuestas en materia de legalidad de
la privación de la libertad vinculadas al requisito del ‘plazo razonable’ o a otras
pautas, han sido violadas reiteradamente”5. La situación de los países de Amé-
rica Latina ha sido descripta como sigue:
“Se utiliza, pues, un modelo alternativo. Este modelo muy poco tiene que ver con el Es-
tado de Derecho...
Este modelo –que constituye la triste realidad en diversos países– efectivamente evade
casi la totalidad de los Derechos Humanos en materia penal. En ello no hay real debido
proceso legal, ni derecho a defensa, ni mucho menos presunción de inocencia, ni res-
peto al principio de la legalidad. Este modelo sustituyente sirve para castigar... Es un
modelo no digno de la humanidad”6.
Los dos casos argentinos posteriores a la vigencia de la ley 24.390 tratados por
la Comisión merecieron resolución adversa para el Estado. En 1997, la Comisión
señaló que desde octubre de 1993 a la fecha de la resolución había recibido “nu-
merosas denuncias contra el Estado argentino... [por] la excesiva duración de la
4 Cf. CARRANZA, MORA MORA, HOUED y ZAFFARONI, El “preso sin condena” en América Latina y el
Caribe; CARRANZA, Estado actual de la prisión preventiva en América Latina y comparación
con los países de Europa.
5 ALBANESE, El plazo razonable en los procesos internos a la luz de los órganos internaciona-
les, p. 279.
6 CASSEL, El derecho internacional de los derechos humanos y la detención preventiva, ps.
37 y siguiente.
7 Un análisis crítico de su articulado en PASTOR, Escolios a la ley de limitación temporal del
encarcelamiento preventivo.
8 El caso “Firmenich” corresponde al Informe nº 17/89. Cf. ALBANESE, El plazo razonable en
los procesos internos a la luz de los órganos internacionales, p. 265. Una certera crítica a
los falaces argumentos de la Corte en CAFFERATA NORES, Limitación temporal a la prisión pre-
ventiva, ps. 196 y siguientes.
4 ■ CAPÍTULO I
prisión preventiva para las personas sometidas a proceso criminal sin sentencia”.
Luego de destacar varios casos de personas que habían sufrido –o continuaban
sufriendo– prolongadas detenciones sin condena, la Comisión consideró que exis-
tía “una situación de denegación de justicia respecto a [los] peticionarios, y a los
demás procesados que se [encontraban] en situación similar en Argentina”9. En
consecuencia, recomendó al Estado “la modificación de las disposiciones legisla-
tivas o de otro carácter, a fin de hacerlas consistentes en un todo con las normas
de la Convención que garantizan el derecho a la libertad personal” y que adopta-
ra “las medidas necesarias para asegurar un proceso ágil y minucioso”10.
Frente a esta situación, la correcta aplicación por parte de los tribunales nacio-
nales de los precedentes de la Corte Interamericana y, también, de la Comisión,
se torna no sólo una medida necesaria sino, principalmente, un deber ineludible
para nuestros jueces11. Los instrumentos internacionales de derechos humanos
de carácter vinculante imponen al Estado una serie de obligaciones que, si bien
dependen de las reglas del derecho internacional12, hoy resultan reconocidas por
nuestro derecho constitucional y por la jurisprudencia.
Como señala Juan MÉNDEZ, el Estado puede cumplir una obligación internacional
de diversas maneras, y agrega:
“Lo que importa es que el Estado cumpla, que lo haga de buena fe y en forma comple-
ta dentro de la medida de sus posibilidades...
Sin embargo, ante un incumplimiento, ya sea total o parcial, es a la justicia a quien co-
rresponderá arbitrar los medios para garantizar el goce del derecho, tanto porque en de-
recho interno el Poder Judicial es el garante final de los derechos de las personas, como
porque es al estamento judicial al que compete la responsabilidad por la incorporación de
las normas internacionales al derecho interno”18.
14 La reforma determinó “la adopción del ordenamiento jurídico argentino del principio pro
homine, como un criterio fundacional de los derechos tutelados” y, también, el reconoci-
miento de la “jerarquía supralegal [de] los demás criterios de interpretación del Derecho in-
ternacional, tales como el de interpretar de buena fe, el pacta sunt servanda y aquellos re-
feridos a la finalidad y el objeto de los tratados” (ABREGÚ, La aplicación del derecho
internacional de los derechos humanos por los tribunales locales: una introducción, p. 19).
Sobre el primero de estos principios, cf. PINTO, El principio pro homine. Criterios de herme-
néutica y pautas para la regulación de los derechos humanos.
15 CSJN, “Giroldi, H. s/recurso de casación”, 7/4/95, cons. 11 (destacado agregado). Es im-
portante señalar, además, que a partir “de la reforma constitucional de 1994, las posibilida-
des de aplicación del derecho consuetudinario de los derechos humanos se dan especial-
mente en cuanto a los principios hermenéuticos y a los contenidos de algunas declaraciones
adoptadas por las Naciones Unidas...”, pues “las normas consuetudinarias que explicitan los
contenidos de derechos protegidos en tratados deben tener cabida en el orden jurídico apli-
cable en un país” (PINTO, Temas de derechos humanos, ps. 82 y s.).
16 CSJN, “H. J. Bramajo”, 12/9/96, cons. 8.
17 CSJN, “Riopar c. T. F. A.”, 15/10/96, citado por ALBANESE, El plazo razonable en los proce-
sos internos a la luz de los órganos internacionales, p. 261.
18 MÉNDEZ, Derecho a la verdad frente a las graves violaciones a los derechos humanos,
p. 532.
6 ■ CAPÍTULO I
Un buen ejemplo de la influencia de las decisiones judiciales en el cumplimiento
de las obligaciones internacionales es el caso de Costa Rica. Este país contaba
con un 47,40 % de presos sin condena en 1981. En los años siguientes, el por-
centaje disminuyó notablemente, alcanzando porcentajes inferiores al 20 % en
1992 (14,7 %), 1993 (14,5 %) y 1994 (18,5 %)19. Lo más llamativo es que esa
significativa reducción se logró con un código procesal penal casi idéntico al CPP
Nación20. Se indica que la “intervención” de la Sala Constitucional determinó la
modificación de “una gran cantidad de prácticas viciadas que ocurrían alrededor
de la detención, poniendo en evidencia los límites constitucionales y legales a la
actividad de los policías, de los fiscales del Ministerio Público y de los jueces en
relación con la detención de personas”21. Al mismo tiempo, los propios jueces
penales reconocieron su responsabilidad respecto al desencadenamiento del pro-
ceso protagonizado por la Sala Constitucional22. En este sentido, es importante
señalar que diversos tribunales, entre ellos la Corte Suprema, ya han aplicado
algunos de los estándares establecidos en el fallo que aquí analizaremos.
SUÁREZ ROSERO fue arrestado el 23/6/92 en Quito, por agentes de la Policía Na-
cional del Ecuador en virtud de una orden policial, dictada a raíz de una denun-
cia particular que le atribuía haber estado incinerando drogas. No fue detenido
en flagrante delito y no existía orden judicial de detención en su contra.
El mismo día declaró ante agentes policiales y fiscales, sin contar con abogado
defensor. Continuó detenido e incomunicado hasta el 23 de julio en la celda de
una dependencia policial, junto con otras 16 personas. El 22 de julio un oficial
20 Se ha destacado, en este sentido, que “la sanción del Código de Procedimientos Penales
de Costa Rica (1973)… sigue de cerca al modelo de la reforma argentina” (cf. MAIER, Dere-
cho procesal penal, t. I, p. 465).
21 EDITORIAL, El aumento del número de presos sin condena, p. 1
22 “Desde luego que esa intervención nos la ganamos los jueces de lo penal, en virtud de
los rígidos criterios y las interpretaciones extraídas de los preceptos que regulaban la pri-
sión preventiva y la detención policial, de espaldas a la Constitución Política y las conven-
ciones internacionales sobre Derechos Humanos” (EDITORIAL, El aumento del número de pre-
sos sin condena, p. 1).
8 ■ CAPÍTULO I
Interpretando las reglas invocadas, la Corte citó un precedente anterior según el
cual nadie puede ser “privado de la libertad personal sino por las causas, casos
o circunstancias expresamente tipificadas en la ley (aspecto material), pero,
además, con estricta sujeción a los procedimientos objetivamente definidos por
la misma (aspecto formal) (Caso Gangaram Panday, Sentencia de 21 de enero
de 1994. Serie C nº 16, párr. 47)”26.
Las consecuencias de esta decisión para nuestro derecho son evidentes. El art.
18 de nuestra Constitución Nacional dispone que nadie puede ser “arrestado si-
no en virtud de orden escrita de autoridad competente”. En principio, resulta cla-
ro que nuestro texto constitucional, a diferencia del ecuatoriano, no contiene la
excepción de la flagrancia. De allí que, como principio general, en nuestro país
la detención de toda persona requiere, de manera necesaria, la “orden escrita de
autoridad competente”, que debe ser obtenida con todas las formalidades pre-
vistas en las leyes procesales. En cualquier otro caso, la detención es, en prin-
cipio, ilegítima, a menos que se trate de verdaderos supuestos de urgencia, de-
finidos de manera estricta, y de aplicación efectivamente excepcional, que
justifiquen inequívocamente la detención29 y que, además, estén previstos por
ley en sentido formal30.
26 Caso “Suárez Rosero”, párr. 43. También se debe hacer notar que la Corte no distingue
entre los diferentes “procedimientos” a los que debe observarse “estricta sujeción”. Por lo
tanto, los aspectos formales no se verían cumplidos si, por ejemplo, la detención, aun judi-
cial, emanara de la obtención de pruebas ilícitas.
27 Caso “Suárez Rosero”, párr. 44 (destacado agregado).
29 En realidad, en nuestro país, la mera flagrancia no justifica per se, en todos los casos, la
detención. Dado que nuestro texto constitucional no prevé la flagrancia como supuesto de
excepción, tal circunstancia sólo permitiría la detención cuando además, existan razones
reales que justifiquen esa medida –v. gr., interrumpir la consumación del delito–. De otra
manera, no tendría sentido la redacción de nuestro texto constitucional.
30 El art. 7, nº 2, de la Convención sólo considera legal la detención cuando se respetan “las
condiciones fijadas de antemano por las Constituciones Políticas de los Estados partes o por
las leyes dictadas conforme a ellas”. Respecto al término “leyes”, éste ha sido interpretado
por la Corte Interamericana en el siguiente sentido: “sólo la ley adoptada por los órganos
democráticamente elegidos y constitucionalmente facultados, ceñida al bien común, puede
En este sentido, resulta dudoso que la excesiva amplitud del art. 284 de nues-
tro CPP Nación resulte compatible con esta exigencia convencional31. Y resulta
indudable la manifiesta incompatibilidad con el texto de la Convención America-
na de la facultad de detención reconocida al Ministerio del Interior, o a la Direc-
ción Nacional de Migraciones, para ordenar la detención, mediante resolución
fundada, de un extranjero respecto del cual la misma Dirección haya decretado
la expulsión del país. Esta facultad, regulada en el art. 40 de la ley 22.439 (Ley
General de Migración y de Fomento de la Inmigración), aun cuando se restrinja
a un tiempo no mayor que el “estrictamente necesario para hacer efectiva la de-
tención” (art. 40, párr. II), resulta violatoria de diversas disposiciones de la Con-
vención, fundamentalmente del art. 7, nº 2, pues tal detención no es ordenada
por una autoridad judicial. Por lo demás, en estos supuestos también se viola el
derecho de toda persona detenida a ser puesta inmediatamente a disposición de
un tribunal para que éste decida sobre la legalidad de su detención (art. 7, nº 5
y nº 6) y de su derecho a ser oída con las debidas garantías y dentro de un pla-
zo razonable por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial (art.
8, nº 1). Es importante señalar que en no pocas ocasiones estas personas per-
manecen detenidas por varios días antes de ser expulsados a su país de origen.
restringir el goce y ejercicio de los derechos y libertades de la persona humana” [Corte IDH,
Responsabilidad internacional por expedición y aplicación de leyes violatorias de la Conven-
ción (arts. 1 y 2, Convención Americana sobre Derechos Humanos), Opinión Consultiva OC-
14/94, de 9 de diciembre de 1994, párr. 36].
31 Entre otros supuestos, el art. 284, inc. 4, párr. II, del CPP Nación, autoriza a detener sin
orden judicial a quien es sorprendido en flagrancia por la comisión de un delito dependien-
te de instancia privada antes de la promoción de la instancia, esto es, a quien legalmente
no puede ser sometido a persecución penal.
32 Corte IDH, Caso “Gangaram Panday”, párr. 47.
10 ■ CAPÍTULO I
II. 2. Los requisitos sustantivos de la detención
“El juez podrá dictar auto de prisión preventiva cuando lo creyere necesario, siempre
que aparezcan los siguientes datos procesales:
1. Indicios que hagan presumir la existencia de un delito que merezca pena privativa de
libertad; y,
2. Indicios que hagan presumir que el sindicado es autor o cómplice del delito que es
objeto del proceso.
En el auto se precisarán los indicios que fundamentan la orden de prisión”35.
A menos que los requisitos del auto de arresto y de prisión preventiva sean idén-
ticos, y que la regla referida al primero de ellos remita a los requisitos del se-
gundo –dato que no surge de la sentencia analizada–, la Corte resolvió incorrec-
tamente la cuestión. Ello pues si se hubiera determinado, en el caso, la ilegalidad
del encarcelamiento preventivo, no habría sido necesario determinar si su dura-
ción había sido excesiva pues, desde un principio, éste habría sido ilegal. De he-
cho, aun si se hubieran verificado, en este caso, los presupuestos sustantivos
que, según el derecho internacional de los derechos humanos, autorizan la de-
tención preventiva de una persona inocente36, de todos modos el encarcela-
miento preventivo de SUÁREZ ROSERO fue ilegítimo desde el comienzo. Ello pues el
tribunal que ordenó su encarcelamiento omitió escuchar al imputado antes de to-
mar su decisión. El incumplimiento de esta exigencia, como veremos, fue anali-
Más allá de esa cuestión, se debe destacar que los únicos requisitos previstos en
la norma legal citada por la Corte sólo se refieren al mérito sustantivo, esto es,
a la sospecha de responsabilidad personal por el hecho punible. Si bien la dispo-
sición agrega que la prisión preventiva podrá ser dictada cuando el juez “lo cre-
yere necesario”, su redacción no deja de ser problemática. En primer lugar, si la
única referencia legal a la procedencia del encarcelamiento cautelar es la creen-
cia del juez en la necesidad de la medida, resulta claro que la disposición no
cumple con los requisitos del art. 7, nº 2, de la Convención, pues éste exige, res-
pecto de los aspectos materiales del encarcelamiento, que la orden judicial se
halle fundada en “las causas, casos o circunstancias expresamente tipificadas en
la ley (aspecto material)”.
38 La Corte decidió no verificar si el auto de prisión preventiva dictado contra SUÁREZ ROSE-
RO permitía presumir el mérito sustantivo requerido en el art. 177 del CPP Ecuador, porque
la cuestión que debía analizar era si, al momento de la detención, se habían satisfecho los
requisitos formales y materiales, y “dicho auto se produjo en este caso mucho tiempo des-
pués de la detención de la víctima” (Caso “Suárez Rosero”, párr. 45).
12 ■ CAPÍTULO I
do un auto de detención”39. Los términos usados por la Corte, sin embargo, re-
conocen que el auto de detención requerido por el art. 177 del CPP Ecuador de-
bía tener sustento, entre otros requisitos, en los indicios o sospechas sobre la
participación de SUÁREZ ROSERO en el hecho imputado40. Por lo demás, en la cita
invocada por la Corte del caso “Gangaram Panday”, dejó en claro que reafirmó
la necesidad de respetar tanto los requisitos formales como los requisitos sus-
tantivos o materiales de la detención cautelar41.
II. 3. La incomunicación
II. 3. A. El plazo de la incomunicación
Por otro lado, la Corte consideró demostrado que SUÁREZ ROSERO “permaneció en
una dependencia policial no adecuada para alojar a un detenido, según la Comi-
sión y el perito”45. Por este motivo, determinó que ese hecho representaba una
“Una de las razones por las cuales la incomunicación es concebida como un instrumen-
to excepcional es por los graves efectos que tiene sobre el detenido. En efecto, el ais-
lamiento del mundo exterior produce en cualquier persona sufrimientos morales y per-
turbaciones psíquicas, la coloca en una situación de particular vulnerabilidad y
acrecienta el riesgo de agresión y arbitrariedad en las cárceles”50.
46 Caso “Suárez Rosero”, párrs. 46 y 47. En realidad, no queda claro si la detención cum-
plida en la dependencia policial representa una violación al art. 7, nº 2, al art. 7, nº 3, o a
ambos, pues en el párrafo 47 la Corte hace referencia a dos hechos –a la detención sin or-
den y, también, a la detención en un lugar inadecuado–.
47 Caso “Suárez Rosero”, párr. 84.
48 Caso “Suárez Rosero”, párr. 87.
49 Caso “Suárez Rosero”, párr. 89.
50 Caso “Suárez Rosero”, párr. 90 (destacado agregado).
51 Caso “Suárez Rosero”, párr. 91. Si bien el párrafo citado es algo ambiguo, parece que to-
da incomunicación similar, aun si no fuera ilegal, debería ser considerada como un trato
cruel, inhumano y degradante, contrario al art. 5, nº 2, de la Convención Americana.
14 ■ CAPÍTULO I
II. 3. C. El derecho de defensa
52 Caso “Suárez Rosero”, párr. 79. En su escrito de alegatos finales, la Comisión se refirió
de nuevo al tema de la incomunicación y sostuvo que el intercambio de algunas palabras
escritas en un papel no permitía a un detenido la comunicación con el mundo exterior, bus-
car un abogado o invocar garantías legales (párr. 81).
53 Caso “Suárez Rosero”, párr. 83.
54 Entre los hechos probados, se incluye: “Las entrevistas con su abogado [luego de la in-
comunicación] se realizaron en presencia de oficiales de la policía” (Caso “Suárez Rosero”,
párr. 34, lit. h).
Hasta aquí, la Corte sólo analizó la razonabilidad del plazo de duración del pro-
ceso (art. 8, nº 1, CADH). Para fundar su decisión, recurrió al criterio jurispru-
dencial establecido por la Corte Europea de Derechos Humanos, que ha definido
tres aspectos a tener en cuenta: a) la complejidad del asunto; b) la actividad
procesal del interesado; y c) la conducta de las autoridades judiciales. La Corte
ya había recurrido a esos criterios en el caso “Genie Lacayo”. Haciendo referen-
cia al “plazo razonable” del art. 8, nº 1, de la Convención, como concepto de “no
sencilla definición”, agregó que se podía recurrir, “para precisarlo [a] los elemen-
tos que ha señalado la Corte Europea de Derechos Humanos en varios fallos en
los cuales se analizó este concepto, pues este artículo de la Convención Ameri-
cana es equivalente en lo esencial, al 6 del Convenio Europeo para la Protección
de Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales. De acuerdo con la
Corte Europea, se deben tomar en cuenta tres elementos para determinar la ra-
16 ■ CAPÍTULO I
zonabilidad del plazo en el cual se desarrolla el proceso: a) la complejidad del
caso; b) la actividad procesal del interesado; y c) la conducta de las autoridades
judiciales…”57. En el mismo caso, la Corte acudió a lo que denominó “análisis glo-
bal del procedimiento”, concepto también extraído de la jurisprudencia de la Cor-
te Europea58.
Con estos fundamentos, la Corte, sin haber evaluado las circunstancias particu-
lares del caso, realizó un “estudio global” del procedimiento, y consideró que la
duración de más de cincuenta meses excedía “en mucho el principio de plazo ra-
zonable consagrado en la Convención Americana”59.
57 Caso “Genie Lacayo”, párr. 77, citado por ALBANESE, El plazo razonable en los procesos in-
ternos a la luz de los órganos internacionales, ps. 269 y siguiente.
58 Caso “Genie Lacayo”, párr. 81, citado por ALBANESE, El plazo razonable en los procesos in-
ternos a la luz de los órganos internacionales, p. 270. En la nota al pie nº 68, ALBANESE cita
los casos europeos invocados por la Corte Interamericana: Corte Europea de Derechos Hu-
manos, Caso “Motta”, sentencia del 19 de febrero de 1991, A 195-A; Caso “Vernillo”, sen-
tencia del 20 de febrero de 1991, A 198; y Caso “Unión Alimentaria Sanders S. A.”, senten-
cia del 7 de julio de 1989, A 157.
59 Caso “Suárez Rosero”, párrs. 72 y 73 (destacado agregado). En este último párrafo ex-
pone su breve análisis del siguiente modo: “Con fundamento en las consideraciones prece-
dentes, al realizar un estudio global del procedimiento en la jurisdicción interna contra el se-
ñor Suárez Rosero, la Corte advierte que dicho procedimiento duró más de 50 meses. En
opinión de la Corte, este período excede en mucho el principio de plazo razonable consagra-
do en la Convención Americana”.
60 Ello surge claramente del texto de los párrafos citados –ver párrs. 69 a 73 de la senten-
cia–. Pero el dato más concluyente en este sentido consiste en el hecho de que la Corte hi-
zo referencia a la fecha de terminación y a la duración del proceso, y no del encarcelamien-
to preventivo de SUÁREZ ROSERO. La fecha del 9/9/96 corresponde a la clausura del proceso
(párr. 71), y el término de más de cincuenta meses al que se hace referencia en el párrafo
73 también se refiere al proceso (“... la Corte advierte que dicho procedimiento duró más
de 50 meses...”, destacado agregado). El encarcelamiento preventivo, en cambio, terminó
el 28/4/96 y su duración total fue algo mayor a 46 meses (párr. 78).
61 Cf. ALBANESE, El plazo razonable en los procesos internos a la luz de los órganos interna-
cionales, casos citados en notas 82, 87 y 88.
La decisión de la Corte, en este sentido, sólo deja dos cosas en claro. Que se tra-
taba de la razonabilidad de la duración del proceso y que, para establecerla re-
currió a los tres criterios desarrollados por la jurisprudencia del sistema europeo.
Pero no fue más allá de eso. Si bien resulta evidente que un plazo de cincuenta
meses es, en principio, irrazonable, el “estudio global” utilizado por la Corte no
permite, de hecho, comprender cómo se deben aplicar esos criterios a los casos
concretos, especialmente cuando no resulte tan clara la irrazonabilidad de la du-
ración del proceso.
En primer lugar, es importante advertir que la Corte, del mismo modo que la Co-
misión, no consideró relevante, para determinar si el plazo de detención había
sido razonable o no, el hecho de que la persona detenida hubiera sido, finalmen-
te, condenada. En todos los casos, el detenido detentaba el estado jurídico de
inocencia, sin importar si era o no materialmente culpable, y si posteriormente
había sido declarado como tal64. Por este motivo, independientemente de que
haya sido condenado, un plazo de detención excesivo, anterior a la condena, re-
presenta una violación al art. 7, nº 5, de la Convención Americana.
18 ■ CAPÍTULO I
había sido irrazonable, difícilmente podría haber sostenido la razonabilidad del
plazo de detención, pues se supone que el plazo del encarcelamiento preventivo
es necesariamente menor al plazo del proceso. De allí la solución prevista en el
art. 7, nº 5, de la Convención (“... tendrá derecho a ser juzgada dentro de un pla-
zo razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proce-
so...”). En segundo término, la Corte señaló que, en el caso concreto, el plazo de
detención no podía ser considerado razonable pues había excedido la pena máxi-
ma que podría haber recibido SUÁREZ ROSERO por el delito que se le imputaba65.
Dado que la detención fue superior a tres años, y que el delito imputado preveía
una pena máxima de dos años, la Corte se limitó a afirmar la irrazonabilidad del
plazo por esta sola circunstancia. De aquí resulta posible extraer dos conclusio-
nes posibles. O bien la Corte utilizó un criterio –como el de proporcionalidad– re-
ferido estrictamente al principio de inocencia, confundiendo los principios para
resolver la razonabilidad del plazo del art. 7, nº 5, CADH, con aquellos aplicables
para evaluar la adecuación con el principio de presunción de inocencia del art. 8,
nº 2, CADH, o bien la Corte agregó un nuevo criterio para determinar la razona-
bilidad del plazo de detención.
65 La Corte sostuvo, en este sentido, que la imputación –y posterior condena– “no justifica
que hubiese sido privado de libertad por más de tres años y diez meses, cuando la ley ecua-
toriana establecía un máximo de dos años como pena para ese delito” (Caso “Suárez Rose-
ro”, párr. 75).
66 Sobre la aplicación de estos criterios en el Informe nº 12/96, cf. BOVINO, La limitación
temporal del encarcelamiento preventivo en la doctrina de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos; y en el Informe nº 2/97, cf. CASTEX y FERNÁNDEZ BLANCO, Los plazos de
duración de la prisión preventiva bajo la óptica de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos.
En ambos casos, una vez concedida la libertad, no resulta posible ordenar nue-
vamente la detención del imputado, pues el Estado ya ha agotado su facultad de
encarcelar a esa persona, jurídicamente inocente, sin haber obtenido una senten-
cia condenatoria firme en su contra. Por ello, aun cuando existan razones impe-
riosas que tornen absolutamente imprescindible la detención, el Estado carece de
la facultad de recurrir a ella nuevamente para garantizar los fines del proceso pe-
nal. En este sentido, resulta sumamente ilustrativa la opinión de CAFFERATA NORES:
“Si el peligro de burla a la acción de la justicia impide la libertad durante el pla-
zo y la sigue impidiendo después de vencido el plazo: ¿para qué sirve el plazo?”68.
En esos supuestos, la única detención posible es la que tiene por objeto lograr la
20 ■ CAPÍTULO I
comparecencia coactiva del imputado para la realización de un acto procesal –v.
gr., el juicio–, que debe cesar tan pronto se concluye con el acto69.
La disposición del Código Penal ecuatoriano regula este motivo de cesación del
encarcelamiento procesal en los términos siguientes:
“Las personas que hubieren permanecido detenidas sin haber recibido auto de sobresei-
miento o de apertura al plenario por un tiempo igual o mayor a la tercera parte del es-
tablecido por el Código Penal como pena máxima para el delito por el cual estuvieren
encausadas, serán puestas inmediatamente en libertad por el juez que conozca el pro-
ceso.
De igual modo las personas que hubieren permanecido detenidas sin haber recibido sen-
tencia, por un tiempo igual o mayor a la mitad del establecido por el Código Penal co-
mo pena máxima por el delito por el cual estuvieren encausadas, serán puestas en li-
bertad por el tribunal penal que conozca el proceso.
Se excluye de estas disposiciones a los que estuvieren encausados, por delitos sancio-
nados por la Ley sobre Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas”70.
mo, no puede volver a reinvocarse como argumento para prolongar la duración del encierro
que aquel plazo quiere limitar... En verdad la Corte ha desconocido al transcurso del tiem-
po como causal de cese de la prisión preventiva, al condicionar la libertad a que desaparez-
ca el riesgo de fuga o entorpecimiento, porque esta desaparición, con término fijado en la
ley o sin él, ocurrida antes (o incluso después de su agotamiento), deberá determinar el in-
mediato cese de la prisión preventiva, al dejarla privada de todo fundamento y no sólo de
su razonabilidad temporal, exigida por el estado jurídico de inocencia que el derecho le re-
conoce a quien está privado de su libertad sin haber sido condenado” (ps. 197 y siguiente).
69 Sobre las importantes diferencias entre la cesación del encarcelamiento y la excarcelación,
cf. PASTOR, Escolios a la ley de limitación temporal del encarcelamiento preventivo, ps. 289 y
ss.; CAFFERATA NORES, Limitación temporal a la prisión preventiva, ps. 196 y siguientes.
70 Caso “Suárez Rosero”, párr. 95.
71 No se podría considerar, en este sentido, que se trata de la reglamentación del límite tem-
poral del art. 7, nº 5, de la CADH, pues éste no puede estar directamente relacionado con
la gravedad del ilícito. Si así fuera, en el caso de que la pena máxima fuera de treinta años,
el principio carecería de todo poder limitador. Sin embargo, por tratarse del principio de pro-
porcionalidad, en el caso de delitos graves, aun cuando no proceda la libertad por la regla
citada, de todos modos será posible obtener la libertad en la medida en que la detención
agote el “plazo razonable” del art. 7, nº 5, CADH.
72 Cf., entre otros, FERRAJOLI, Derecho y razón, p. 555; PASTOR, Escolios a la ley de limitación
temporal del encarcelamiento preventivo; PÉREZ BARBERÁ, Prisión preventiva y excarcelación;
del mismo autor, El problema del mérito sustantivo y el encarcelamiento preventivo en un
proceso penal predominantemente acusatorio; VITALE, Deslegitimación constitucional de la
prisión durante el proceso.
Sin embargo, las bondades de los dos primeros párrafos de la disposición citada
se ven opacadas por la excepción –absolutamente inválida– contenida en su pá-
rrafo final. Por este motivo, la Comisión planteó a la Corte Interamericana la vio-
lación al “derecho a la protección legal” establecido en el art. 2 de la Conven-
ción, pues la disposición, según afirmó, no garantizaba el libre y pleno ejercicio
de los derechos protegidos por la Convención a todas las personas sujetas a su
jurisdicción74.
La Corte, citando una de sus opiniones consultivas, destacó que los Estados “no
pueden dictar medidas que violen los derechos y libertades reconocidos en
ella”75, y sostuvo que la excepción del último párrafo del art. 114 bis del Códi-
go Penal ecuatoriano “despoja a una parte de la población carcelaria de un de-
recho fundamental en virtud del delito imputado en su contra y, por ende, lesio-
na intrínsecamente a todos los miembros de dicha categoría de inculpados. En
el caso concreto del señor Suárez Rosero esa norma ha sido aplicada y le ha pro-
ducido un perjuicio indebido. La Corte hace notar, además, que, a su juicio, esa
norma per se viola el artículo 2 de la Convención Americana, independientemen-
te de que haya sido aplicada en el presente caso”76.
22 ■ CAPÍTULO I
IV. 2. La legislación argentina
A pesar de la tibieza con que consideró a la excepción del art. 10 de la ley 24.390
respecto del principio de inocencia (art. 8, nº 2, CADH), la Comisión incluyó es-
tos casos como violaciones al límite temporal del encarcelamiento preventivo del
art. 7, nº 5. Sin embargo, la posición de la Comisión no termina de comprender-
se. La norma cuestionada no “tiende” a crear una excepción al principio de ino-
cencia, sino que, con certeza, crea efectivamente una excepción de carácter ab-
soluto, sin fundamento normativo alguno. El principio de inocencia no contiene
excepciones, ni en el art. 18 del texto constitucional, ni en el art. 8, nº 2, de la
Convención Americana. Tal como lo ha reconocido expresamente la Comisión, la
excepción del art. 10 se funda en un fin sustantivo vinculado a la “naturaleza re-
prochable” de los delitos excluidos. Es esta “naturaleza”, claramente sustancia-
lista, la que funda, en primer lugar, la “inexcarcelabilidad” de ciertas figuras pe-
nales80. Así, basta con que una persona resulte imputada por uno de estos
delitos para que, sin necesidad de verificar fin procesal legítimo alguno, el Esta-
do disponga la privación de libertad de un individuo inocente sobre la base de la
mera sospecha, es decir, sin pruebas suficientes para llevar al imputado a juicio
con el objeto de obtener una condena.
78 Informe nº 2/97, párr. 51. La restricción mereció las siguientes reflexiones de la Comi-
sión: a) es un nuevo elemento que puede ser usado para menoscabar el principio de ino-
cencia; b) se podría afirmar que a las personas acusadas por estos delitos se les impone un
castigo anticipado, antes de la decisión sobre la culpabilidad; y c) se puede generar la apli-
cación arbitraria de la prisión preventiva, con fines distintos a los previstos en la propia ley
(párr. 51).
79 Informe nº 2/97, párr. 52 (destacado agregado).
80 El art. 10 de la ley 24.390 excluye los delitos previstos en el art. 7 de la ley 23.737. Los
delitos allí previstos son reprimidos con reclusión o prisión de 8 a 20 años. En consecuen-
cia, según los arts. 316, párr. II, y 317, inc. 1, del Código Procesal Penal de la Nación, los
imputados por cualquier delito tipificado en el art. 7 de la ley 23.737 no tienen posibilidad
legal de estar en libertad durante el proceso.
No existe duda alguna, entonces, que la excepción del art. 10 representa una
vulneración flagrante del principio de inocencia. Esto es especialmente cierto si
consideramos el problema desde el punto de vista de la Comisión, pues ella mis-
ma ha señalado que el instituto de la limitación temporal de la detención a un
plazo razonable se funda en la presunción de inocencia, y que tiene como fin pro-
teger el “derecho básico de libertad personal”83. El principio de inocencia, tam-
bién afirmó, “requiere que la duración de la prisión preventiva no exceda el pla-
zo razonable mencionado en el artículo 7.5. De lo contrario, dicha prisión
adquiere el carácter de una pena anticipada, y constituye una violación del artí-
culo 8.2 de la Convención”84.
81 No pretendemos aquí ponderar la ley 24.390, cuyo carácter protector de la libertad du-
rante el proceso es más que dudoso. Cf. PASTOR, Escolios a la ley de limitación temporal del
encarcelamiento preventivo. Hacemos referencia aquí a la redacción original de la ley
24.390. esto es, antes de que fuera empeorada por la ley 25.430, del 1/6/2001.
82 Esta disposición resulta más incomprensible aún en el marco de la regulación vigente en
nuestro CPP Nación, que no exige, para elevar la causa a juicio, un estándar probatorio más
alto que el del establecido para dictar el auto de procesamiento (“... que hubiere elementos
de convicción suficientes para estimar que existe un hecho delictuoso y que aquél [el impu-
tado] es culpable como partícipe en él”, art. 306). El art. 346, por su parte, sólo agrega a
esta exigencia que se “estimare completa la instrucción”. Si los jueces dictaran el procesa-
miento con prisión preventiva tomándose en serio su deber de constatar la existencia de ele-
mentos de convicción suficientes para fundar la sospecha sustantiva, no resulta admisible
que la exigencia adicional del art. 346 de completar la instrucción requiera de un plazo su-
perior a algunos meses. Sin embargo, tal como lo ha señalado correctamente la Comisión,
nuestros tribunales no cumplen con la diligencia exigible en los casos con personas deteni-
das. Nuestro ineficiente sistema de administración de justicia penal, en este sentido, detie-
ne para investigar, en vez de investigar para detener.
83 Informe nº 12/96, párr. 76.
24 ■ CAPÍTULO I
Finalmente, luego de la sentencia de la Corte Interamericana en el caso “Suárez
Rosero”, resulta evidente que el Estado Argentino tiene el deber de eliminar la
excepción contenida en el art. 10 de la ley 24.390, pues su sola vigencia repre-
senta una violación al art. 2 de la Convención Americana. Si en el caso “Brama-
jo”, del 12/9/96, nuestra Corte Suprema aplicó la jurisprudencia de la Comisión
Interamericana en “Firmenich”, invocando su precedente “Giroldi”, del 7/4/95,
luego de esta sentencia, la Corte no puede sino declarar la inconstitucionalidad
del art. 10 de la ley 24.39085.
85 La Corte Suprema no sólo ha resuelto que, “al momento de decidir una cuestión que in-
volucraba la aplicación de un tratado internacional [de derechos humanos], debía seguirse
la jurisprudencia de los órganos encargados de interpretar el instrumento internacional”.
También aclaró expresamente que, “en el caso que estuviera en juego la eventual respon-
sabilidad internacional del Estado por el incumplimiento de sus obligaciones libremente asu-
midas al momento de ratificar un tratado, los tribunales no podían ignorar el papel que de-
ben desempeñar como garantes del accionar legítimo del Estado” (cf. Abregú, La aplicación
del derecho internacional de los derechos humanos por los tribunales locales: una introduc-
ción, ps. 12 y s.).
86 Corte IDH, OC-14/94, párr. 36.
87 MÉNDEZ, Derecho a la verdad frente a las graves violaciones a los derechos humanos, p.
532.
88 PINTO, Temas de derechos humanos, ps. 51 y siguiente.
La Comisión reclamó ante la Corte por la omisión del Estado de poner al deteni-
do a disposición de una autoridad con funciones judiciales o de un tribunal. Tam-
bién cuestionó que SUÁREZ ROSERO nunca hubiera comparecido personalmente an-
te ninguna autoridad para que le informaran sobre los cargos en su contra. El
Estado, en la contestación de la demanda, alegó que en el marco del proceso el
peticionario había estado ejerciendo regularmente sus derechos.
“Toda persona detenida o retenida debe ser llevada, sin demora, ante un juez u otro fun-
cionario autorizado por la ley para ejercer funciones judiciales...”.
26 ■ CAPÍTULO I
do cumplido, este plazo legal no pueda considerarse excesivo, en sí mismo, res-
pecto de la obligación internacional de poner al detenido a disposición de un tri-
bunal judicial competente.
Es por este motivo que la Comisión Interamericana ha sostenido que ciertas legis-
laciones que establecen un plazo de quince días de incomunicación, durante los
cuales el detenido no tiene derecho a obtener el control judicial de la legalidad de
su privación de libertad, importan la atribución de funciones judiciales al poder
ejecutivo y, en consecuencia, la violación al principio de división de poderes90. De
otro modo, a los Estados partes les bastaría con establecer una plazo legal exce-
sivo para evadir el cumplimiento de su obligación internacional.
Por otra parte, el art. 7, nº 6, dispone que “Toda persona privada de libertad tie-
ne derecho a recurrir ante un juez o tribunal competente, a fin de que éste deci-
da, sin demora, sobre la legalidad de su arresto o detención y ordene su libertad
si el arresto o la detención fueran ilegales...”. Este segundo supuesto, a diferen-
cia del anterior, se aplica tanto a los arrestos como a las detenciones preventivas.
En estos casos, se debe garantizar el derecho –sea a través del instituto del
hábeas corpus, si el auto de prisión preventiva fuera irrecurrible en el ordena-
miento jurídico interno, o bien a través de un recurso ante un tribunal de alza-
da91–. Otra diferencia entre este supuesto y el anterior es que, mientras en éste
la obligación internacional consiste en garantizar un derecho de ejercicio faculta-
tivo para el imputado –quien puede decidir no impugnar la legalidad del auto de
encarcelamiento preventivo–, en el caso anterior el deber del Estado consiste en
cumplir de manera obligatoria con la exigencia de colocar al imputado a disposi-
ción de un tribunal para que éste, luego de oír al imputado, resuelva lo que co-
rresponda. En este supuesto, en consecuencia, el incumplimiento de la exigencia
conlleva, en todos los casos, la ilegalidad del encarcelamiento preventivo.
“Toda persona privada de libertad tiene derecho a recurrir ante un juez o tribunal com-
petente, a fin de que éste decida, sin demora, sobre la legalidad de su arresto o deten-
ción y ordene su libertad si el arresto o la detención fueran ilegales... Los recursos po-
drán interponerse por sí o por otra persona”.
91 Esta conclusión se impone pues, en este caso, la Corte consideró una violación al art. 7,
nº 6, de la Convención la imposibilidad de cuestionar la legalidad de la detención preventi-
va de SUÁREZ ROSERO existiendo auto de prisión preventiva dictado por un juez.
92 Caso “Suárez Rosero”, párr. 61.
28 ■ CAPÍTULO I
La Corte manifestó, en primer lugar, que según su jurisprudencia “el derecho de
hábeas corpus debe ser garantizado en todo momento a un detenido, aún cuan-
do se encuentre bajo condiciones excepcionales de incomunicación legalmente
decretada”93:
“Aun en ese caso el Estado está obligado a asegurar al detenido el ejercicio de las ga-
rantías mínimas e inderogables establecidas en la Convención y, concretamente, el de-
recho a cuestionar la legalidad de la detención, y la garantía del acceso, durante su ais-
lamiento, a una defensa efectiva”94.
A ello agregó que la Constitución Política del Ecuador disponía en su art. 28 que:
“Toda persona que creyere estar ilegalmente privada de su libertad podrá acogerse al
Hábeas Corpus. Este derecho lo ejercerá por sí o por interpuesta persona sin necesidad
de mandato escrito…”95.
“Cualquier encausado que con infracción de los preceptos constantes en [dicho] Código
se encuentre detenido, podrá acudir en demanda de su libertad al Juez Superior de
aquél que hubiese dispuesto la privación de ella...
La petición se formulará por escrito...”96.
Al analizar las normas jurídicas citadas, la Corte señaló que éstas no restringían
el derecho de un detenido, en condiciones de incomunicación, a presentar un
hábeas corpus. En conclusión, las reglas legales no afectaban el derecho invoca-
do por la Comisión. Por lo demás, la Corte determinó que ningún elemento de
prueba había permitido verificar que SUÁREZ ROSERO –u otra persona en su favor–
hubiera intentado interponer un hábeas corpus mientras duró su incomunica-
ción. En consecuencia, se afirmó que no había sido probada la negación del de-
recho a interponer el recurso de hábeas corpus durante el término de incomuni-
cación del detenido97.
Más allá de los hechos concretos del caso, es interesante señalar que, según la
Corte, el derecho garantizado en el art. 7, nº 6, de la Convención no sólo con-
siste en la facultad de impugnar una detención ordenada por autoridad no judi-
cial sino, también, en recurrir el auto de detención ordenado por el juez penal
competente98. Esta cuestión es especialmente importante pues significa que en
ningún caso se puede restringir el derecho de toda persona detenida a impug-
98 Ello pues la Corte, al citar las dos normas analizadas, afirmó: “Dicha garantía está regu-
lada doblemente en el Ecuador” (párr. 59).
102 Corte IDH, Garantías Judiciales en Estados de Emergencia (Arts. 27.2, 25 y 8 Conven-
ción Americana Sobre Derechos Humanos), Opinión Consultiva OC-9/87 del 6 de octubre de
1987, párr. 35 (destacado agregado). En similar sentido, la Corte afirmó expresamente en
un caso contencioso: “los procedimientos de hábeas corpus y de amparo son de aquellas
garantías judiciales indispensables para la protección de varios derechos cuya suspensión
está vedada por el Artículo 27.2 y sirven, además, para preservar la legalidad en una socie-
dad democrática...” (Corte IDH, Caso Loayza Tamayo, Sentencia de 17/9/97, párr. 50).
30 ■ CAPÍTULO I
de detención, así como para protegerla contra la tortura u otros tratos o penas crueles,
inhumanos o degradantes”103.
Por otro lado, la Corte consideró que el art. 25, nº 1, de la Convención garanti-
za el “derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso efectivo
ante los jueces o tribunales competentes”. En un precedente anterior, ya se ha-
bía señalado la relación de género a especie existente entre el art. 25, nº 1, y el
art. 7, nº 6104. También se había declarado que el art. 25 de la Convención:
“constituye uno de los pilares básicos, no sólo de la Convención Americana, sino del pro-
pio Estado de Derecho en una sociedad democrática en el sentido de la Convención.
El artículo 25 se encuentra íntimamente ligado con la obligación general del artículo 1.1
de la Convención Americana, al atribuir funciones de protección al derecho interno de
los Estados Partes. El hábeas corpus tiene como finalidad, no solamente garantizar la li-
bertad y la integridad personales, sino también prevenir la desaparición o indetermina-
ción del lugar de detención y, en última instancia, asegurar el derecho a la vida”105.
Así, las disposiciones citadas exigen a a los Estados partes establecer los meca-
nismos jurídicos adecuados para proteger el derecho a la libertad personal. Ello
pues los procedimientos previstos en ambas reglas convencionales son conside-
rados garantías judiciales indispensables para proteger derechos fundamentales
y, al mismo tiempo, para preservar la legalidad en una sociedad democrática. De
allí que la Corte haya resuelto que toda restricción o suspensión constitucional o
legal de estas garantías, aun en situaciones de emergencia, resultan incompati-
bles con las obligaciones internacionales impuestas por la Convención a los Es-
tados partes107.
104 En esa oportunidad, se sostuvo: “Si se examinan conjuntamente los dos procedimien-
tos, puede afirmarse que el amparo es el género y el hábeas corpus uno de sus aspectos
específicos. En efecto, de acuerdo con los principios básicos de ambas garantías recogidos
por la Convención así como con los diversos matices establecidos en los ordenamientos de
los Estados Partes, se observa que en algunos supuestos el hábeas corpus se regula de ma-
nera autónoma con la finalidad de proteger esencialmente la libertad personal de los dete-
nidos o de aquéllos que se encuentran amenazados de ser privados de su libertad, pero en
otras ocasiones el hábeas corpus es denominado ‘amparo de la libertad’ o forma parte inte-
grante del amparo” (Corte IDH, OC-8/87, párr. 34).
105 Corte IDH, Caso Castillo Paéz, Sentencia de 3 de noviembre de 1997, párrs. 82 y 83 (ci-
tado en Caso “Suárez Rosero”, párr. 65).
106 Caso “Suárez Rosero”, párr. 66.
109 Corte IDH, Caso “Gangaram Panday”, párr. 47 (reproducido textualmente en “Suárez
Rosero”, párr. 43).
32 ■ CAPÍTULO I
quisitos jurídicos formales establecidos en los textos consitucionales y legales vi-
gentes. Tal como lo ha manifestado la Corte, se trata de que la detención se ha-
lla llevado a cabo “con estricta sujeción a los procedimientos objetivamente de-
finidos por la [ley] (aspecto formal)”110.
Así, por ejemplo, si en los supuestos de detención policial sin orden, el legisla-
dor regula los requisitos formales que autorizan la detención con escasa preci-
sión y, especialmente, de manera tal que la facultad policial dependa de criterios
subjetivos, no se cumple con la obligación internacional. Un buen ejemplo que
no cumple con este requisito es uno de los supuestos de flagrancia definidos en
el art. 285 del CPP Nación. El último supuesto de esa norma comprende como
caso de flagrancia cuando se sorprende al supuesto autor del hecho “mientras
tiene objetos o presenta rastros que hagan presumir vehementemente que aca-
ba de participar en un delito”. Más allá de que resulta dudoso de que éste se tra-
te de un caso de flagrancia, la redacción legal es una puerta abierta a la arbitra-
riedad de los prejuicios policiales112.
112 El supuesto no sólo incumple con la obligación convencional sino, además, con el art.
18 de la Constitución Nacional. Dado que la regla constitucional no contiene excepción al-
guna a la exigencia de orden escrita de autoridad competente, cualquier excepción debe ser,
necesariamente, estrictamente limitada, objetiva y justificada.
Por último, también se debe tener especialmente en cuenta que la “estricta su-
jeción” a las condiciones formales constituye una obligación internacional que
también alcanza a los jueces penales siempre que toman decisiones relativas a
la restricción de la libertad de una persona. En este punto, es esencial el papel
que deben desempeñar los tribunales de alzada en el control de legalidad formal
de las decisiones de los tribunales de primera instancia. En todos los casos, ade-
más, se debe verificar efectivamente la presencia concreta de los elementos ob-
jetivos que justifican la detención. Los tribunales no pueden presumir su exis-
tencia sino que, por el contrario, tienen el deber de demostrar o constatar su
efectiva presencia.
Así, la Corte ha manifestado que esta exigencia implica que “nadie puede ser so-
metido a detención o encarcelamiento por causas y métodos que –aún califica-
dos de legales– puedan reputarse como incompatibles con el respeto a los dere-
chos fundamentales del individuo por ser, entre otras cosas, irrazonables,
imprevisibles, o faltos de proporcionalidad”113. Si bien es un concepto de difícil
34 ■ CAPÍTULO I
definición, es posible afirmar que, en sentido genérico, será arbitraria aquella de-
tención que, a pesar de ajustarse formalmente a las pautas de legalidad, no
cumpla, en el caso concreto, con criterios de razonabilidad sustantiva. Así lo ha
sostenido expresamente la Comisión Interamericana:
“es desde todo punto de vista procedente, dentro de un Estado de Derecho, el ejercicio
del control de legalidad de tales medidas por parte de un órgano judicial autónomo e in-
dependiente que verifique, por ejemplo, si una detención, basada en la suspensión de
la libertad personal, se adecua a los términos en que el estado de excepción la autori-
za”116.
114 Corte IDH, OC-8/87, párr. 12 (destacado agregado). A continuación, la Comisión agre-
gó: “Sostener lo contrario, esto es que el Poder Ejecutivo no se encontraría obligado a fun-
damentar una detención o a prolongar ésta indefinidamente durante situaciones de emer-
gencia, sin someter al detenido a la autoridad de un juez... importaría, en concepto de la
Comisión, atribuirle al Poder Ejecutivo las funciones específicas del Poder Judicial, con lo
cual se estaría conspirando contra la separación de los poderes públicos que es una de las
características básicas del estado de derecho y de los sistemas democráticos” (párr. 12, des-
tacado agregado).
115 Corte IDH, OC-8/87, párr. 39.
“Por cierto, carecería de sentido la proscripción de que los otros poderes del Estado ejer-
zan funciones judiciales, si no existiera algún concepto material de aquello en lo que
consiste la función de un juez, más allá del solo hecho (formal) de que se le llame ‘sen-
tencia’ o ‘ley’ a aquello que resulte decidir el caso.
Esto requiere definir tal contenido material de la función judicial. Ese contenido puede
ser definido sencillamente de este modo:
A los jueces les está reservado de manera excluyente fijar los hechos y declarar el de-
recho aplicable. Ello significa:
a) la determinación conclusiva de los hechos que motivan una controversia;
b) la calificación jurídica de esos hechos;
c) el decidir acerca de la validez de las leyes”119.
36 ■ CAPÍTULO I
VI. Las consecuencias del principio de inocencia
Como lo ha señalado Marshall, la sanción del encarcelamiento pre-
ventivo no es impuesta a todas las personas que se consideran peli-
grosas, sino sólo a quienes son perseguidos penalmente. Por ende, es
la noción de culpabilidad, que surge de la acusación aún no probada,
la que desencadena la detención. ¿Para qué esperar al juicio si es po-
sible ordenar la detención anticipadamente?
LeRoy PERNELL, The Reign of the Queen of Hearts.
“... por graves que puedan ser ciertas acciones y por culpables que puedan ser los reos
de determinados delitos, no cabe admitir que el poder pueda ejercerse sin límite algu-
no o que el Estado pueda valerse de cualquier procedimiento para alcanzar sus objeti-
vos, sin sujeción al derecho o a la moral. Ninguna actividad del Estado puede fundarse
sobre el desprecio a la dignidad humana”122.
“Este principio construye una presunción en favor del acusado de un delito, según el cual
éste es considerado inocente mientras no se haya establecido su responsabilidad penal
mediante una sentencia firme. El contenido de la presunción de inocencia exige que ‘la
sentencia de condena y, por ende, la aplicación de una pena, sólo puede estar fundada
en la certeza del tribunal que falla acerca de la existencia de un hecho punible atribui-
ble al acusado’”123.
121 Citados por FAÚNDEZ LEDESMA, El sistema interamericano de protección de los derechos
humanos, ps. 23 y siguiente.
122 Corte IDH, Caso Velázquez Rodríguez, Sentencia de 29/7/88, párr. 154 (destacado agre-
gado).
123 CIDH, Demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra la Repúbli-
ca Argentina. Caso Guillermo José Maqueda, p. 746, con cita textual de MAIER, Derecho pro-
cesal penal argentino, t. 1b, p. 257.
La primera exigencia que la Corte derivó del principio de inocencia fue el princi-
pio de excepcionalidad de la coerción cautelar. De allí que haya afirmado que és-
ta sólo puede aplicarse si resulta “estrictamente necesaria”, y nunca de manera
generalizada. En este sentido, manifestó que “De lo dispuesto en el artículo 8.2
de la Convención se deriva la obligación estatal de no restringir la libertad del
detenido más allá de los límites estrictamente necesarios para asegurar que no
impedirá el desarrollo eficiente de las investigaciones y que no eludirá la acción
de la justicia, pues la prisión preventiva es una medida cautelar, no punitiva. Es-
te concepto está expresado en múltiples instrumentos del derecho internacional
de los derechos humanos y, entre otros, en el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, que dispone que la prisión preventiva de las personas que ha-
yan de ser juzgadas no debe ser la regla general (art. 9.3)”126.
124 Sobre las exigencias derivadas de este principio, cf. MAIER, Derecho procesal penal, t. I,
ps. 490 y ss.; LLOBET RODRÍGUEZ, La prisión preventiva, ps. 66 y siguientes.
125 CIDH, Informe nº 2/97, párr. 25 (destacado agregado).
126 Caso “Suárez Rosero”, párr. 77 (destacado agregado).
127 En realidad, el principio obliga a aplicar siempre la medida menos gravosa, incluso en
aquellos casos en los cuales se debe elegir entre medidas no privativas de la libertad –v. gr.,
entre caución juratoria y caución real–.
128 Así lo ha considerado el Comité de Derechos Humanos, que afirmó que, en todos los ca-
sos, la detención debe ser necesaria (Caso “Mukong”, párr. 9.8, citado por CASSEL, El dere-
cho internacional de los derechos humanos y la detención preventiva, p. 42).
38 ■ CAPÍTULO I
La Comisión ha destacado que el interés del Estado no puede contravenir la res-
tricción razonable de los derechos fundamentales de una persona, razón por la
cual resulta “esencial tomar nota de que la detención preventiva se aplica sólo
en casos excepcionales...”129. Por ello, si “hay indicios de criminalidad, pero es-
tá segura la presencia del imputado y la no afectación del desarrollo del proce-
so, puede decretarse una medida sustitutiva o dejarse al imputado en libertad
simple o bajo promesa”130. En este sentido, haciendo referencia al peligro de fu-
ga, la Comisión indicó que cuando éste es el único fundamento para el manteni-
miento de la restricción de libertad, “las autoridades judiciales pueden solicitar
las medidas necesarias para asegurar que el acusado comparezca, tales como
fianzas, o en casos extremos la prohibición de salida del país”131. La solución
propuesta, se agrega, deriva del hecho de que “la detención preventiva es una
medida excepcional”132.
133 Cf. CENTRO DE DERECHOS HUMANOS, Derechos humanos y prisión preventiva, p. 18.
Se señala, sin embargo, que el texto convencional hace referencia a uno sólo de
esos peligros, el peligro de fuga, pues el texto del art. 7, nº 5, de la Convención,
condiciona la libertad del imputado a “garantías que aseguren su comparecencia
en el juicio”. Más allá de la claridad del texto citado, el principio pro homine exi-
ge la “interpretación más restringida cuando se trata de establecer restricciones
137 VÉLEZ MARICONDE, Derecho procesal penal, t. II, p. 475. Según CAFFERATA NORES, la “carac-
terística principal de la coerción procesal es la de no tener un fin en sí misma. Es siempre
un medio para asegurar el logro de otros fines: los del proceso. Las medidas que la integran
no tiene naturaleza sancionatoria (no son penas) sino instrumental y cautelar; sólo se con-
ciben en cuanto sean necesarias para neutralizar los peligros que puedan cernirse sobre el
descubrimiento de la verdad o la actuación de la ley sustantiva” (Medidas de coerción en el
nuevo Código procesal penal de la Nación, p. 3).
40 ■ CAPÍTULO I
permanentes al ejercicio de los derechos...”138. En el caso del derecho a la liber-
tad protegido en la Convención, el único criterio legítimo que autoriza su restric-
ción consiste en evitar el peligro de fuga, por lo cual ni siquiera es necesario re-
currir al criterio interpretativo derivado de principio pro homine para excluir el
segundo supuesto admitido por la Corte. Esta interpretación es la única posible
según los principios del derecho internacional de los derechos humanos. Según
el Comité de Derechos Humanos:
“Todas las restricciones deben cumplir ciertos requisitos... Las razones dependerán ade-
más de aquellas específicamente establecidas para cada derecho”139.
“En esa perspectiva, el artículo 31.1 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los
Tratados conduce a adoptar la intepretación que mejor se adecue a los requerimientos
de la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos. Si recordamos
además que el interés jurídico tutelado por esos instrumentos no es, al menos directa-
mente, el de los Estados partes, sino del ser humano, nos encontramos con una ten-
dencia a aplicar los tratados en el sentido en que mejor garanticen la protección inte-
gral de las eventuales víctimas de violaciones de los derechos humanos. Esta
circunstancia otorga a la interpretación y aplicación de las disposiciones convencionales
una dinámica de expansión permanente”142.
138 PINTO, El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas de regulación de los
derechos humanos, p. 163. En el mismo sentido, se afirma que el principio pro homine “im-
pone... una interpretación restrictiva de toda limitación, restricción o suspensión de esos de-
rechos” (VALIÑA, El margen de apreciación de los Estados en la aplicación del derecho inter-
nacional de los derechos humanos en el ámbito interno, p. 174).
139 COMITÉ DE DERECHOS HUMANOS, Observación general nº 10 al art. 19 del PIDCP, citado por
VALIÑA, El margen de apreciación de los Estados en la aplicación del derecho internacional
de los derechos humanos en el ámbito interno, p. 188.
140 VALIÑA, El margen de apreciación de los Estados en la aplicación del derecho internacio-
nal de los derechos humanos en el ámbito interno, p. 188.
141 PINTO, El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas de regulación de los
derechos humanos, p. 166.
142 NIKKEN, Bases de la progresividad, p. 32 (citado por PINTO, Temas de derechos huma-
nos, p. 84).
143 Resolución 17, aprobada por el VIII Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención
del Delito y Tratamiento del Delincuente.
144 CENTRO DE DERECHOS HUMANOS, Derechos humanos y prisión preventiva, p. 18.
145 El Comité de Derechos Humanos señaló que sólo debe recurrirse a la prisión preventi-
va cuando sea necesaria “para impedir la fuga, la alteración de pruebas o la reincidencia en
el delito”, en el caso “Hugo van Alphen contra Países Bajos” (305/1988), 23/7/90 (destaca-
do agregado). El supuesto de “peligro de reincidencia o comisión de nuevos delitos” tam-
bién ha sido admitido por la Comisión Interamericana, junto con un nuevo supuesto, pre-
visto para delitos de especial gravedad que puedan provocar disturbios públicos, en el
Informe nº 2/97, parrs. 32 y 36.
146 Cf. O’DONNELL, Protección internacional de los derechos humanos, p. 147. Se destaca que
“habida cuenta de los objetivos de este principio, pareciera justificado concluir que el uso de
la detención preventiva para (fines no procesales)... constituiría una privación arbitraria de
libertad, violatoria de un derecho subjetivo universalmente reconocido” (p. 147, destacado
agregado).
147 Caso “Suárez Rosero”, párr. 77.
149 Caso “Gangaram Panday”, párr. 47. Sin embargo, a pesar de la ambigüedad del texto,
resulta posible que la “proporcionalidad” a la que se alude en ese contexto no se vincula con
la gravedad de la pena sino, en cambio, con la relativa a la finalidad de la medida de coer-
42 ■ CAPÍTULO I
Tal como SERGI ha señalado recientemente, este principio “constituyó, histórica-
mente, el primer límite temporal a la prisión preventiva”150. El principio de pro-
porcionalidad es una consecuencia necesaria del principio de inocencia, pues és-
te exige que los procesados reciban trato de inocentes o, como mínimo, que no
reciban peor trato que los condenados151. El sentido del principio, sin embargo,
ha variado con el transcurso del tiempo. CAFFERATA NORES señala sus distintos sig-
nificados: a) el agotamiento del tiempo de la pena máxima prevista en abstrac-
to para el delito imputado; b) el agotamiento del tiempo de la sanción que con-
cretamente podría aplicarse en el caso concreto; y c) el agotamiento del término
de encierro efectivo correspondiente a la pena que podría aplicarse en el caso
concreto, con lo cual se tiene en cuenta la posibilidad de condena de ejecución
condicional y, también, la posible libertad condicional152.
ción. Así, aun cuando la medida no resulte desproporcionada respecto de la pena eventual-
mente aplicable, de todos modos será arbitraria si resulta desproporcionada respecto al pe-
ligro que se pretende neutralizar.
150 SERGI, Límites temporales a la prisión preventiva, p. 8.
151 Sobre las consecuencias de este principio en nuestro derecho, cf. SOLIMINE, Libertad ba-
jo caución y situación procesal, ps. 31 y siguientes.
152 Cf. CAFFERATA NORES, Limitación temporal a la prisión preventiva, ps. 192 y siguiente.
155 La Corte consideró injusta la detención pues ésta se prolongó “por un plazo despropor-
cionado respecto de la pena que correspondería al delito imputado”. Claramente, el texto
hace referencia al delito que ya ha sido imputado en comparación con la pena que corres-
pondería imponer en un momento futuro. En consecuencia, se debe reconocer que la Corte
Interamericana recurre a la pena efectivamente aplicable en el caso concreto, y no a la pe-
na en abstracto, pues respecto de tal sanción, una vez que el delito ha sido imputado, se
puede afirmar que “corresponde” a éste, sin necesidad de afirmar que “correspondería”.
44 ■ CAPÍTULO I
VI. 3. B. Las consecuencias de la proporcionalidad como equivalencia
Toda persecución penal impone a quien la sufre ciertas cargas, molestias y res-
tricciones que no son impuestas a quien no se le imputa ningún hecho punible.
Esta circunstancia, en sí misma, nada tiene de objetable. La cuestión relevante
consiste en determinar cuál debe ser el límite de tales injerencias. Ahora bien,
debe quedar claro que lo que está fuera de toda discusión es que tales injeren-
cias no pueden eliminar el principio de inocencia, pues éste ha sido previsto, pre-
cisamente, para proteger a las personas que deben soportar las injerencias pro-
pias de la persecución penal.
Se debe tener en cuenta, por otra parte, que la limitación que evita que el pro-
cesado reciba un trato peor que el condenado deriva de exigencias materiales
–v. gr., del principio de legalidad sustantivo–. Tampoco al culpable se le puede
imponer una pena más grave que la que merece según las reglas legales vigen-
tes. Si ese fuera el sentido del principio de proporcionalidad, su fundamento no
derivaría del principio de inocencia, sino del principio de legalidad material.
159 En síntesis, la construcción del significado del principio de proporcionalidad que ha rea-
lizado el derecho procesal penal de este siglo ha terminado por reproducir una práctica aún
más perversa que la poena extraordinaria de la más pura inquisición. Lo más grave es que
este concepto de proporcionalidad ni siquiera respeta un criterio sustantivo de proporciona-
lidad, pues se halla en peor situación la persona a quien se le imputa un delito leve que el
imputado a quien se le atribuye un delito de extrema gravedad. Este último, por el límite
temporal, sólo cumplirá una parte de la pena eventualmente aplicable, pero aquél estará en
peor situación, pues agotará completamente en prisión la pena eventualmente aplicable, es
decir, estará en idéntica situación que un condenado.
46 ■ CAPÍTULO I
minación del principio de inocencia, pues este principio fue establecido, precisa-
mente, para resolver este tipo de situaciones. Sólo en casos en que existe algún
peligro procesal la libertad del imputado estará en peligro y, por ello, es en esos
casos cuando adquiere su mayor sentido protector el principio de inocencia. Si
no fuera así, el principio no tendría sentido alguno, pues no podría impedir que
el inocente recibiera el mismo trato que el culpable.
“El criterio de proporcionalidad, entonces, debe ser dejado de lado en estos supuestos
[se refiere a delitos con penas graves en los cuales el principio no opera como límite
temporal] (y sólo incluirlo en el análisis de la razonabilidad del plazo inferior al máximo)
para darle lugar a un criterio más restringido: el principio de inequivalencia o prohibi-
ción de equivalencia entre la pena y la prisión preventiva. De acuerdo a esta nueva for-
mulación del antiguo principio de proporcionalidad, la duración del encarcelamiento pre-
ventivo nunca puede equivaler a la duración de la pena”162.
Debe quedar claro, en este marco, que la doctrina de la Comisión sugiere ine-
quívocamente una afirmación de la tendencia expresada en la posición de SERGI
160 De allí, por ejemplo, la posibilidad de hacer comparecer a un testigo por la fuerza públi-
ca o, en el derecho anglosajón, la facultad del tribunal de aislar al jurado durante el juicio.
161 En el Informe nº 12/96, la Comisión consideró que tanto el argumento de la gravedad
del hecho como el de la severidad de la pena se inspiran en criterios de retribución penal,
por lo cual su utilización produce el efecto de desvirtuar la finalidad de la medida cautelar,
“convirtiéndola, prácticamente, en un sustituto de la pena privativa de libertad” (párr. 86).
A ello agregó: “Más aún, la Comisión estima que la existencia de un sentido de proporcio-
nalidad entre la sentencia y el encarcelamiento previo es, para todos los efectos, una justi-
ficación para la pena anticipada, lo cual es una violación del principio de presunción de ino-
cencia consagrado en la Convención” (párr. 88).
162 SERGI, Límites temporales a la prisión preventiva, p. 8 (destacado agregado).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación aplicó la doctrina del caso “Suárez Ro-
sero” en una decisión reciente, en la que destaca especialmente la exclusiva fi-
nalidad procesal del encarcelamiento preventivo. Así, el 22/12/98 se pronunció
por la inconstitucionalidad del art. 316, párr. II, in fine, del CPP Nación, en el ca-
so “Nápoli”164.
163 Este complejo problema, tal como me señalara correctamente Daniel PASTOR luego de
leer los borradores de este comentario, requiere un tratamiento mucho más profundo que
excede largamente el objeto de este trabajo.
164 CSJN, Caso “Nápoli, Erika Elizabeth y otros s/infracción art. 139 bis del C.P.”, nº 284.XX-
XII, del 22/12/98. El voto de la mayoría fue suscripto por BELLUSCIO, BOGGIANO, LÓPEZ y VÁZ-
QUEZ. FAYT se pronunció por su voto, mientras que PETRACCHI y BOSSERT redactaron sus res-
pectivas disidencias. El primero consideró que el recurso no cumplía con los recaudos de
fundamentación previstos en el art. 15 de la ley 48, al no justificar porqué se había omiti-
do recurrir ante la Cámara Nacional de Casación Penal. BOSSERT, por su parte, desestimó el
recurso por no dirigirse a impugnar una “resolución dictada por el tribunal superior de la
causa”.
48 ■ CAPÍTULO I
visto en el art. 139 bis del Código Penal. La Cámara revocó la excarcelación pues
“consideró que el art. 316, segundo párrafo in fine, del Código Procesal Penal de
la Nación (reformado por la ley 24.410) restringía su concesión a todo aquel que
resultare imputado de los delitos previstos en los arts. 139, 139 bis y 146 del Có-
digo Penal...” (Caso “Nápoli”, cons. 2). La defensa planteó la inconstitucionalidad
de la norma procesal por resultar violatoria de los principios de inocencia, igual-
dad y razonabilidad de las leyes. El art. 316, párr. II, del CPP Nación establece:
“El juez calificará el o los hechos de que se trate, y cuando pudiere corresponderle al
imputado un máximo no superior a los ocho (8) años de pena privativa de libertad, po-
drá eximir de prisión al imputado. No obstante ello, también podrá hacerlo si estimare
prima facie que procederá condena de ejecución condicional, salvo que se le impute al-
guno de los delitos previstos por los artículos 139, 139 bis y 146 del Código Penal”.
1. Destacó que el art. 18, CN, “dispone categóricamente que ningún habitante
de la nación será penado sin juicio previo, establece el principio de que toda per-
sona debe ser considerada inocente y tratada como inocente... hasta que en un
juicio respetuoso del debido proceso se demuestre lo contrario mediante una
sentencia firme”, invocó un viejo precedente de 1871 en el cual se sostuvo que
es “un principio de derecho que todo hombre se reputa bueno, mientras no se le
prueba lo contrario (Fallos 10:338)”, y mencionó un caso de 1905 (Fallos
102:219) en el cual se acuñó la definición de “presunción de inculpabilidad”
(cons. 5).
Por otra parte, tampoco es cierto que la finalidad perseguida por el legislador
consista, como se afirmó, en neutralizar el peligro procesal “en las primeras eta-
pas de la investigación”, pues el encarcelamiento preventivo, en esos supuestos,
jamás se limita a ese período temporal166.
166 Si por “primeras etapas de la investigación” se entiende el plazo que dura el encarcela-
miento hasta que se agotan los límites temporales establecidos en la ley 24.390, el argu-
mento tampoco es válido. En primer lugar, por el carácter excesivamente prolongado de los
límites temporales regulados en la ley. En segundo término, debido a que el legislador apro-
bó el CPP Nación antes de dictar la ley 24.390, y la prisión preventiva obligatoria estableci-
da para quienes son imputados por delitos con pena privativa de libertad superior a ocho
años estaba prevista en la versión original de la ley 23.984.
167 Al respecto, se agregóo: “... tal como se desprende de sus antecedentes parlamenta-
rios, que justifican la detención cautelar consagrada en esos casos ‘... en la protección que
merece el bien jurídico tutelado’ (conf. Cámara de Senadores, fundamentos del dictamen del
miembro informante –senador Augusto Alasino, sesión del 30 de junio de 1993)” (cons. 12).
50 ■ CAPÍTULO I
có la doctrina del caso “Suárez Rosero”, en el sentido de que el encarcelamien-
to preventivo, para no vulnerar el principio de inocencia, debía revestir carácter
cautelar –no punitivo– y excepcional. También se citó otro criterio establecido en
“Suárez Rosero”, éste sí referido al principio de igualdad, que consideraba con-
trario a tal principio “una excepción que despoja a una parte de la población car-
celaria de un derecho fundamental por la sola naturaleza del delito imputado en
su contra y, por ende, lesiona intrínsecamente a todos los miembros de dicha ca-
tegoría de inculpados” (cons. 18)168.
“... y si esa seguridad puede en algunos casos obtenerse por otro medio compatible con
la libertad a la vez que con las exigencias de la justicia represiva, y menos gravosa pa-
ra el encausado que tiene a su favor la presunción de inculpabilidad, cabe admitirla por-
que nace de la forma republicana de gobierno y del espíritu liberal de nuestras institu-
ciones” (Fallos 102:219, citado en cons. 19).
La doctrina del caso “Suárez Rosero” fue aplicada, también, para resolver otras
dos cuestiones diferentes. En primer lugar, el precedente analizado fue invocado
para resolver un planteo de plazo razonable del proceso, que fue acogido positi-
vamente. En segundo lugar, dos tribunales coincidieron en declarar la inconsti-
tucionalidad de la excepción del art. 10 de la ley 24.390.
168 Luego de esta decisión, resultará difícil sostener la constitucionalidad del art. 10 de la
ley 24.390.
169 Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, Sa-
la I, Causa nº 29.796, “Fridman, Salomón s/falta de acción y prescripción”, Reg. nº 813, del
25/9/98, con los votos de VIGLIANI y RIVA ARAMAYO.
La Cámara citó la opinión del Comité de Derechos Humanos que interpreta el art.
14, nº 3, c, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en cuanto al
contenido de la garantía, que alcanza no sólo el “momento en que debe comen-
zar un proceso, sino también aquel en que debe concluir y pronunciarse la sen-
tencia; todas las fases del proceso deben celebrarse sin dilaciones indebidas.
Con objeto de que este derecho sea eficaz, debe disponerse de un procedimien-
to para garantizar que el proceso se celebre sin dilación indebida, tanto en pri-
mera instancia como en apelación”. A continuación, remitiendo a los criterios es-
tablecidos por la Corte Interamericana en los casos “Genie Lacayo” y “Suárez
Rosero”, la Cámara concluyó:
“En el caso bajo examen, los procesados han estado sometidos a causa judicial por de-
terminada cantidad de meses sin que concurra ninguno de los elementos en los que po-
dría justificarse la demora. El asunto no es complejo, no ha entorpecido el desarrollo del
proceso la actividad de los involucrados y, lo que se aprecia es una conducta morosa de
los tribunales intervinientes en el desarrollo del proceso respecto de Fridman y Ciccone,
de tal suerte que respecto de otros imputados en el caso se ha dictado sentencia fir-
me... La demora ha obedecido a la propia mora de las autoridades judiciales y carece
de justificación a la luz de los estándares citados, por lo que luce procedente la solución
propiciada por las defensas en base a normas de jerarquía constitucional”170.
Por las razones mencionadas, la Cámara hizo lugar a la excepción de falta de ac-
ción y dictó el sobreseimiento de ambos imputados.
52 ■ CAPÍTULO I
Así, invocó la doctrina del caso “Suárez Rosero” y, también, la doctrina del In-
forme nº 2/97 de la Comisión Interamericana, en la cual se analizó específica-
mente la limitación cuestionada en el caso. Sobre la base de estos principios, de-
claró la inconstitucionalidad del art. 10 y analizó la solicitud de excarcelación a
la luz de las demás normas de la ley, arribando a la conclusión que las circuns-
tancias del caso no encuadraban en ninguna de las excepciones al plazo general
de dos años establecido en el art. 1.
En primer término, la Cámara sostuvo, respecto del caso “Bramajo”, que “la exis-
tencia de un pronunciamiento posterior de la Comisión, específico y contrario a
la opinión de la Corte, priva a este fallo de sustento y obliga a que los tribuna-
les se hagan eco de la opinión de la Comisión, preservando la supremacía nor-
mativa y la vigencia del contenido de los tratados” (destacado agregado). Lue-
go de enunciar la doctrina establecida por la Comisión en el Informe nº 2/97
respecto de la excepción del art. 10 de la ley 24.390, la Cámara destacó que “la
Comisión recomendó a las autoridades judiciales el cumplimiento de las garan-
tías reconocidas en la Convención, sin excepción alguna, y que los afectados por
períodos de detención irrazonable sean puestos en libertad...”. Así, el tribunal
consideró que, por integrar uno de los poderes públicos del Estado, estaba obli-
gado a tomar las medidas necesarias para cumplir con las recomendaciones de
la Comisión.
Hasta aquí estos ejemplos de las importantes consecuencias que pueden derivar
de la aplicación de los criterios sentados por la Corte Interamericana de Dere-
chos Humanos. Cada uno de los fallos nacionales citados merecen, en sí mismos,
un análisis particular. Aquí sólo hemos pretendido sintetizar algunas de las diver-
sas cuestiones tratadas en ellos. La experiencia de Costa Rica ha demostrado la
crucial relevancia que reviste el protagonismo del poder judicial en la protección
54 ■ CAPÍTULO I