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En primer lugar deberemos entender que los tres terrenos básicos del
pensamiento filosófico son lo que siempre han sido. El primero de ellos
se halla en el terreno de la metafísica, del «ser». Este es el terreno de lo
que es, el problema de la existencia. Incluye la existencia del
hombre, pero debemos darnos cuenta de que la existencia del hombre
no es, como tal, problema tan grande como lo es el hecho mismo de que
algo exista. Nadie lo ha expresado mejor que Jean Paul Sartre, el cual ha
dicho que la cuestión filosófica básica consiste en que algo «es» y no en
que nada «sea». Nada que merezca llamarse filosofía puede esquivar el
hecho de que las cosas realmente existen y que existen en su forma y
complejidad actuales.
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Esto es, pues, lo que definimos como problema de la metafísica, la
existencia del ser
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Code (El origen del código genético), comienza a escribir la palabra
naturaleza con «N» mayúscula. B. F. Skinner, autor de Beyond Freedom
and Dignity (Más allá de la libertad y de la dignidad), refleja la misma
tensión. Por eso nos hallamos con dos dificultades en la aceptación del
determinismo y el conductismo modernos, los cuales indican que no hay
diferencia intrínseca entre el hombre y el no-hombre: primero, uno tiene
que negar la propia observación que el hombre ha estado haciendo de sí
mismo durante años y años, incluso desde antes de las pinturas de las
cavernas; y segundo, ningún determinista químico o sicológico es capaz
de vivir como si él fuese lo mismo que un no-hombre.
Por ello ahora debemos considerar tales respuestas en el terreno del ser,
de la existencia.
Estudiemos ahora lo que significa comenzar con algo que sea personal.
Es decir, lo personal fue el principio de todas las demás cosas; esto es el
extremo opuesto a comenzar con lo impersonal. En este caso el hombre,
al ser personal, tiene un significado. No es abstracto. Muchas de las
personas que acuden a L'Abri no se convertirían en cristianos si no
discutiéramos en este terreno. Cientos de ellas se hubieran marchado,
diciendo: «No conocéis las preguntas». Estas cosas no son abstractas,
pero tienen que ver con la propagación del Evangelio de Cristo en pleno
siglo veinte.
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su complejidad— sino también para el problema de que el hombre es
diferente y tiene una personalidad que le distingue del no-hombre.
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Volvamos a lo infinito-personal. Mirado desde el plano de la infinitud de
Dios, hay un gran abismo entre Dios por un lado, y el hombre, el animal,
la flor y la máquina por el otro.
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Por contraste pensemos en el Credo Niceno: tres Personas, un Dios.
Alegrémonos de que escogieran la palabra «persona».
Independientemente de si os dais cuenta o no de ello, esto fue la
catapulta que lanzó el Credo Niceno a nuestro siglo y sus discusiones:
tres Personas en existencia, amándose unas a otras, en comunicación
unas con otras, antes de que todo lo demás existiese.
Permitidme ahora que exprese esto en dos diferentes formas. Una de las
formas de decirlo es que sin el Dios infinito-personal, el Dios de la
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unidad y diversidad personales, no hay respuesta al problema de la
existencia de lo que existe.
También lo podemos decir de otra forma: el Dios infinito-personal, el
Dios que es la Trinidad, ha hablado. Está presente, y no está callado. De
nada sirve tener un Dios callado. No sabríamos nada de él. Ha hablado y
nos ha dicho lo que es y que él existía antes que nada, y por ello
tenemos respuesta al problema de la existencia de lo que existe. No
está callado. Si tenemos la respuesta es porque el Dios infinito-personal,
el pleno Dios trino, no ha estado callado. Nos ha dicho quién es él.
Adaptad vuestro concepto de la inspiración y la revelación en estos
términos, y veréis cómo se acoplan a las razones básicas del
pensamiento moderno. No está callado. Esta es la razón que conocemos.
Y es porque él ha hablado. ¿Qué nos ha dicho? ¿Se ha referido
únicamente a otras cosas? No, nos ha dicho la verdad de la verdad de sí
mismo, y porque nos ha dicho la verdad de la verdad de sí mismo —es
decir, que él es el Dios infinito-personal, el Dios trino— tenemos la
respuesta a la existencia.
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