Sei sulla pagina 1di 6

Gonzalo Medina P.

Profesor Facultad de Comunicaciones


Mientras la mirada oblicua del libertador Simón Bolívar se encargaba de vigilar el inusual
encuentro, el primer ministro ruso, Vladimir Puttin, con gesto inexpresivo, estrechaba la mano
del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, quien un poco más risueño se dirigía a su
huésped venido del frío. Sucedió hace cerca de un mes en el Palacio de Miraflores, en Caracas,
cuando ambos gobernantes firmaron cerca de 30 acuerdos relacionados con energía y defensa,
con la inevitable resistencia de la Casa Blanca.
Pero la ausencia de sonrisa de Puttin no significaba, ni mucho menos, falta de ganancias para
su país frente a su similar latinoamericano: Rusia pasará a ser beneficiario de las riquezas
petroleras existentes en el Orinoco, además de que brindará asesoría y venderá bienes a
Venezuela en infraestructura, transporte, tecnologías, agricultura, educación, cultura e
industria. Fue la culminación del proceso de intercambio adelantado en 2006, cuando Chávez
visitó Moscú y compró mil millones en equipo militar ruso, siempre en contra de la voluntad
del gobierno de Estados Unidos: aviones, helicópteros y cien mil fusiles kalaschnikov
figuraban en la venta bélica venezolana, pensando en que por lo menos 30 ó 40 mil de estos
últimos pasen a manos de civiles.
El presidente Hugo Chávez Frías les puso los pelos de punta a sus vecinos colombianos –
empezando por su colega Álvaro Uribe Vélez–, y por supuesto a sus distantes y cercanos
enemigos norteamericanos, cuando anunció con toda la serenidad del caso que tanto él como
Puttin tienen la disposición para diseñar en su país el primer proyecto para una central de
energía nuclear con fines pacíficos; y al mismo tiempo, se proponen llegar a un acuerdo en el
uso del espacio ultraterrestre venezolano, “en lo cual Rusia tiene una amplia experiencia”,
añadió el dirigente de la república bolivariana, mientras entregaba a su socio estratégico una
réplica de la espada de nuestro prócer latinoamericano.
Puttin, siempre en su estilo frío, casi siberiano, se limitó a declarar que la firma de los acuerdos
entre Venezuela y Rusia respondía a una consigna tan simple como contundente: “¡Hacer el
mundo más democrático!”.
Mas tales discursos no fueron tomados con la tranquilidad con que fueron anunciados por sus
voceros: los acuerdos ruso-venezolanos fueron recibidos en Colombia con un insuperable tono
de amenaza, teniendo en cuenta las diferencias políticas e ideológicas desatadas en los últimos
años y los vínculos del gobierno de Chávez Frías con regímenes que no se someten a las
orientaciones de Estados Unidos –caso Cuba–. Pero sucede que en nuestro país el presidente
Álvaro Uribe Vélez ya había suscrito acuerdos militares con el ejército más poderoso del
mundo –por supuesto, el de Estados Unidos–, con el argumento de combatir el narcotráfico y
el terrorismo. Claro que es necesario aclarar que se trata de un pacto más, si señalamos que,
por lo menos, desde 1952 vienen firmándose acuerdos de asistencia militar entre ambos países,
pasando por otros años, escenarios y motivos para justificar un compromiso más de apoyo
bélico, técnico y, sobre todo, de personal.
Porque la presencia de militares de Estados Unidos en Colombia no es un hecho nuevo, como
pudiera pensarse; lo que ha sucedido es que se ha incrementado y cualificado por la gratuidad
del actual mandatario, empeñado en sacar el Tratado de Libre Comercio al costo que sea
necesario –incluido el de la soberanía–. Antes de llegar los nuevos destacamentos del ejército
norteamericano, ya existían unidades asentadas en Bogotá, Tolemaida, Cartagena, Rionegro,
Larandia, Apiay, Cali, La Macarena y Coveñas.
En consecuencia, las siete bases militares en donde se ha situado personal, logística y
armamento pertenecientes al ejército de Estados Unidos, son las siguientes:
Germán Olano (Palanquero); Alberto Pawells Rodríguez (Malambo); Fuerte Militar de
Tolemaida; Fuerte Militar de Larandia (Florencia); Capitán Luis Fernando Gómez (Apiay);
ARC Bolívar (Cartagena); Málaga (Bahía Málaga). El cálculo de militares de Estados Unidos
en Colombia, es cercano a los 400 hombres.
Guerra a perpetuidad
Podría pensarse que la competencia bélica entre Colombia y Venezuela se debe sólo a disputas
entre uno y otro gobierno, o a temores de invasión de uno u otro lado de la frontera. Si bien
existen divergencias y prejuicios entre Chávez y Uribe, los mismos que amenazaron con
enfrentarse a puñetazo limpio en plena reunión de mandatarios regionales, en realidad
sobresale un factor de carácter geopolítico más determinante que las peleas entre quienes
representan a dos naciones surgidas y condenadas a compartir un destino histórico común.
Hablamos del denominado “Proyecto para el Nuevo Siglo Americano”, cuyas bases
conceptuales fueron creadas en 1997 por la extrema derecha republicana de Estados Unidos y
entró en acción en septiembre de 2001, bajo el nombre de “Guerra perpetua”, con la invasión a
Afganistán.
A diferencia de la “paz perpetua” kantiana, esta versión guerrerista sentencia que en las
décadas siguientes tocará vivir bajo la ambigüedad, la incertidumbre y la pugnacidad. Desde
“la guerra perpetua”, se considera que Estados Unidos debe controlar el conjunto de los
conflictos que puedan presentarse en cualquier lugar del mundo. Se parte, por ejemplo, de
operaciones no estrictamente militares y se llega hasta las guerras de mayor impacto.
Y acá viene el aspecto que puede ayudar a entender la situación bélica existente entre
Colombia y Venezuela; la llamada “guerra perpetua” prevé eventuales contiendas con poderes
que procuran tener la misma talla militar de Washington –caso, por ejemplo, de China y Rusia
(énfasis nuestro)–. Adicional a ello, irrumpe la competencia armada por recursos que hoy son
llamados críticos, dada su importancia estratégica: agua, alimentos y energía. El objetivo es
claro para los militares y gobernantes de Estados Unidos: adueñarse de la Amazonía. Y
Colombia y Venezuela, entre otros países, gozan de especiales privilegios en la que hoy es
considerada como una de las principales reservas naturales del mundo.
La “guerra perpetua” se propone recuperar el espacio que ha perdido Estados Unidos en
diferentes lugares del mundo, con lo cual reasumirá la hegemonía en el planeta. Dicha
hegemonía, ahora con la presencia de Barak Obama como jefe de Estado, es condición sine
qua non para poder devolverle a la banca 700 mil millones de dólares que tiene como déficit.
Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, inspiradas en la “guerra perpetua”, se proponen
establecer una cada vez más creciente especialización funcional de ellas para enfrentar
conflictos asimétricos permanentes de alcance global y futuro incierto, tal como lo consigna el
documento “Estrategia de Modernización del Ejército, 2008”.
Lo anterior no es otra cosa que tener contingentes expedicionarios que no sólo estén bien
dotados sino también prestos a desplegarse en cualquier escenario de lucha. Con base en estas
valoraciones, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos crearon en 2007 el Comando de África y
restablecieron, en 2008, la IV Flota para navegar en aguas latinoamericanas y caribeñas. Es
claro, pues, que las siete bases norteamericanas asentadas en Colombia, son parte de dicha
recomposición de las fuerzas militares que buscan controlar las rutas aéreas y marítimas y los
recursos naturales que les son estratégicos.
La conclusión es, a nuestro juicio, clara: si Colombia y Venezuela no son capaces de anteponer
su historia, presente y futuro comunes, serán otros quienes sacarán partido de la división. Que
no suceda en esta oportunidad lo que ocurrió en Constantinopla, en el siglo XV, cuando la
invasión de los turcos: encontraron a los regentes bizantinos discutiendo sobre el sexo de los
ángeles.

Potrebbero piacerti anche