Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne
El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne
El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne
Ebook434 pages8 hours

El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Hay ácido corrosivo en estas páginas, solo que mexcladas con dosis de ternura y conmiseración. Rivano escribe del Eclesiastés, Diógenes y Montaigne, pero, al mismo tiempo habla de sí mismo. Los convoca la misma incapacidad para bailar al son de las ilusiones. No predican, no levantan cartas astrales, no tienen escrituras sagradas, no despliegan eufemismos. Comparten una lucidez que tiene el filo de la navaja de Ockham: si han decidido no correr más tras alguna quimera, no se sienten por ello excusados para no denunciar el lado oscuro para no identificar y señalar las mentiras arropadas de pensamiento correcto, las trampas y las imposturas con las que se tropiezan todo el tiempo los hijos e hijas de la selección natural.
LanguageEspañol
Release dateAug 30, 2017
ISBN9789563790191
El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

Related to El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

Related ebooks

Fantasy For You

View More

Related articles

Reviews for El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne - Juan Rivano

    El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

    Juan Rivano

    Rivano, Juan / El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

    Santiago de Chile: Ediciones Tácitas, 2017, 1a ed.,

    366 págs.; 14,3 × 23 cm

    Dewey : 184

    Cutter : R 617

    Incluye reflexiones y citas de los autores nombrados

    Materias: Escritos breves.

    Filósofos chilenos

    Rivano, Juan, 1926-2015

    Filosofía moderna

    Laercio, Diógenes

    Montaigne, Michel de

    El Eclesiastés, Diógenes, Montaigne

    Juan Rivano

    Primera edición Diógenes: los temas del cinismo. Santiago: 1991.

    Inscripción Registro de Propiedad Intelectual No 79.269.

    Primera edición Doctrinas de Eclesiastés. Santiago: 1998.

    Inscripción Registro de Propiedad Intelectual No 104.034.

    Primera edición Introducción a Montaigne. Santiago: 2000.

    Inscripción Registro de Propiedad Intelectual No 113.487.

    Primera edición Ediciones Tácitas, 2017

    © Herederos de Juan Rivano, 2017

    © Ediciones Tácitas, 2017

    ISBN 978-956-379-019-1

    Ediciones Tácitas Limitada

    Pedro León Ugalde 1433

    Santiago - Chile

    edicionestacitas@gmail.com

    Edición: Adán Méndez

    Diagramación: Miguel Naranjo Ríos

    Distribuido por LaKomuna (www.lakomuna.cl)

    Doctrinas de Eclesiastés

    Todos los caminos llevan a Jerusalén. Cualquiera cosa que venga a nuestras manos se rompe a poco o mucho de probarla. Se rompe sin lazo que la sujete. Y no tenemos que sufrir muchas veces esta decepción para imaginarnos en tórrida terraza donde cae entera la luz del cielo mientras Koheleth suspira: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad».

    * * *

    ¿Qué viene primero que nada a la mente para refutar al sabio de Jerusalén? De división en división, vamos a dar en partículas de materia que ya no podemos dividir, por más energía de que dispongamos. Si nunca vamos a sobrepasar ese límite, no todo es vanidad. La sustancia de las cosas consistiría en sus partículas indestructibles.

    * * *

    Se responde: Koheleth de Jerusalén habla de vanidad, no de vacío. En mi Diccionario Académico se desvanece así la vanidad: ‘calidad de vano’. Y las acepciones de ‘vano’ son como decepciones: ‘falto de realidad, sustancia o entidad’; ‘hueco, vacío, falto de solidez’.

    * * *

    De una New English Bible, traduzco ‘vaciedad’. Dice el Predicador: «Vaciedad, todo es vaciedad». También dice Koheleth:

    «...en cuanto a los hombres, me dije: Dios los ha probado y les ha hecho ver que no son más que bestias. Porque el destino de los hombres y las bestias es el mismo: como mueren las bestias, igual muere el hombre; igual respiran unos y otros, y la distinción del hombre sobre la bestia es nada, porque todo es vanidad». (Cap. III: 18,19)

    ¿No queda claro que vanidad es vaciedad? El hombre es más que las bestias, de la forma en que A + 0 es mayor que A.

    * * *

    Leo una interpretación muy concreta de vanidad. En hebreo, jebel es por aliento, ‘humo, ‘vapor. En la interpretación que digo, David y Salomón representan una graciosa diatriba:

    David dijo: el hombre es como un humo. Pero ¿de qué especie? El humo de un horno o el de una fogata tiene sustancia. Entonces vino su hijo Salomón y explicó: un humo de humo.

    ¿Vale la figura? Si se enciende un fuego de humo, el humo de tal fuego será humo de humo. Pero tal fuego es un disparate.

    * * *

    R. Gordis traduce jebel recurriendo a otros textos bíblicos: aliento, vapor, ‘viento, ‘ráfaga. Se apoya en el significado de alientoy de este separa, para definir vanidad, las cualidades: ‘insubstancial, transitorio’.

    F.C. Burkitt ofrece ‘burbuja’ como traducción y comenta: un soplo, una burbuja ligera que se desvanece, e interpreta: todo, absolutamente todo es pasajero, ilusorio y vacío de realidad.

    * * *

    H. Odenberg interpreta «todo es vanidad» así: no hay realidad ni substancialidad ni permanencia en el producto del trabajo humano. No hay producto en absoluto, todo se desvanece en el aire y deja vacías las manos del hombre.

    * * *

    No cuesta recordar un asombro de nuestra niñez: cuando vimos troncos reducidos por el fuego a un simulacro de troncos. Aquí había troncos —nos decimos hurgando con el pie— esto no es más que su forma. La forma de los troncos se sostiene apenas como en piel de cenizas; la sustancia se esfumó.

    * * *

    «Una generación pasa y otra viene, pero solo la tierra permanece por siempre sin cambio. El sol se levanta y el sol se pone, sin aliento corre hacia el lugar del que otra vez se levanta. Yendo al sur y volviendo al norte, el viento gira y gira, y luego vuelve sobre su ruta. Todos los ríos van al mar, pero el mar nunca se llena; al lugar del que fluyen los ríos, los ríos continúan fluyendo». (Cap. I: 4-7)

    Así traduce R. Gordis: Solo la tierra permanece. La tierra es polvo y el resto es vanidad. Las generaciones, yendo y viniendo, dan al polvo una visible agitación. Pero de ello solo resulta que el polvo vuelve al polvo. El carbono al carbono, el hidrógeno al hidrógeno. Más que círculo vicioso, círculo estúpido.

    * * *

    Sale y asciende el sol para descender al punto de partida. Los vientos y las aguas corren agitados hacia el lugar desde donde partieron. Todo se mueve con diligencia buscando algo, sin más resultado que volver al inicio y reiniciar la búsqueda. Eterno girar sin fin, sin resultado, sin propósito. Así se explica la aflicción de espíritu: porque nos esforzamos por alcanzar algo, que nunca alcanzaremos.

    * * *

    «Yo, Koheleth, reiné sobre Israel en Jerusalén. Apliqué mi mente a buscar y averiguar en mi sabiduría todo lo que ocurre bajo el cielo —triste cometido con que Dios aflige a los hombres. He contemplado todas las obras hechas bajo el sol y visto que todo es vanidad y aflicción de espíritu. Ni lo torcido se puede enderezar, ni lo vacío llenar». (Cap. I: 12-17)

    Dios puso en el hombre un impulso que lo lleva a conducirse con una agitación que recuerda los giros sin destino del sol, las aguas, los vientos y la tierra: el impulso de conocer todas las cosas. Cómo abarcar lo infinito en lo finito, cómo meter el platillo en la taza, cómo morderse la nuca.

    Dios puso en el hombre un impulso de logro imposible. Siendo un impulso impuesto por Dios, el hombre lo obedece; obedeciéndolo pone su empeño y diligencia en esta prodigiosa empresa: hacer nada como si estuviera haciendo algo. ¿No es una maravilla, una tragedia, un chiste y una estupidez?

    * * *

    El círculo, en el intento de aprehender lo infinito en lo finito, tiene su muestra y caricatura en el absurdo propósito del perro de morderse la cola. Gira, gime, se enfurece. Es la forma perruna de la aflicción de espíritu.

    * * *

    Hay que tomar mucho aliento para siquiera comenzar a leer Eclesiastés. Hilaire Duesberg, por ejemplo, nos dice:

    Salomón solo prestó su máscara a Koheleth para que expresara mejor la vanidad de todas las excelencias humanas. Antes del Concilio de Jamnia (90 A.C.), Eclesiastés era tenido por libro inspirado; después, también. Fue durante el Concilio que trataron de sacarlo del canon. Hay quienes ven en este texto una discusión de Salomón consigo mismo. En cuanto a su ortodoxia... se ha prestado a este autor cada uno de los malos pensamientos conocidos por los hombres: escepticismo, epicureísmo, egoísmo, pesimismo... (Dict. de Spiritualité, 1960).

    * * *

    Otra figura de vanidad resulta de considerar a dos que van de un punto a otro. Uno lo hace por camino largo y accidentado; el otro, por ruta corta y llana. Vistas las cosas desde el punto de llegada ¿cuál es la diferencia?

    «He oído decir que la sabiduría excede a la insensatez como la luz a la oscuridad; que el sabio lleva los ojos en la cabeza y que el insensato camina en las tinieblas. Pero yo sé que a ambos aguarda la misma suerte. Me dije, pues, la suerte del insensato me aguarda también. ¿Por qué, pues, me he hecho tan sabio? Y me dije que esto también es vanidad. Porque el sabio no es más recordado que el necio. En la multitud de los días que vendrán todo será olvidado. Aborrecí, pues, la vida, porque todo el trabajo hecho bajo el sol me pareció sin valor y todo vanidad y caza del viento». (Cap. II: 13-17)

    * * *

    También se puede entender así la vanidad: el sabio hizo el camino con los ojos abiertos y a la luz; el insensato anduvo a tientas y tropezones por las tinieblas. Pero el mismo día estaban los dos a las puertas del mismo cementerio.

    * * *

    El pequeño trata de meter el platillo en la taza. No ha leído a Piaget. Trata de entrarlo de canto, de plano... ¡No hay manera! Chilla, patalea, arroja el platillo contra el suelo. ¡Odia la vida! Por cosa parecida, Jerjes ordenó a sus ejércitos que azotaran al mar; y este gritaba tanto que se oía en el Olimpo.

    Absurdo de absurdos, Jerjes.

    ¿Solo él? He visto curas bendiciendo tanques y filósofos tirándose las ideas de las barbas.

    * * *

    En lugar de decir que Dios puso en los hombres la aflicción de alcanzar lo inalcanzable, dicen algunos biólogos que la Evolución arrinconó en nuestro cerebro programas incompatibles: los de nuestros ancestros arbóreos y los de nuestros ancestros esteparios. Unos salen a aullar al desierto; otros a clamar desde los eucaliptos.

    * * *

    En nuestra era científica, cualquier muchacho es capaz de concebir la tierra empujada por una gran fuerza estelar sobre la superficie del sol; y sabe que no alcanzaría a llegar allí una porción de nuestro planeta sin antes disolverse en humo. De modo que la sentencia «Todo es vanidad» resulta actualmente obvia hasta para un muchacho. Esta es la intuición grande de Koheleth: captar una obviedad cuando no era obviedad.

    * * *

    A la hora de las cuentas, el sabio no difiere en nada del insensato. Peor están las cosas entre el justo y el perverso:

    «En mi vana existencia he visto: justo que perece por su justicia y perverso que alarga sus días con su perversidad». (Cap. VII: 15)

    Mas dice Koheleth: que «el justo recibe la recompensa del perverso y este, la del justo». ¿Puede concebirse injusticia mayor?

    * * *

    Las desavenencias comunes de la justicia y la injusticia llevan a preguntarse: ¿Y si proponerse que el justo reciba su propia compensación y el injusto la suya fuera como tratar de meter el platillo en la taza? Búsqueda de justicia: apaleo del viento.

    * * *

    Considérese la balanza que la dama de ojos vendados ostenta a las puertas del tribunal: en un platillo, los hechos; en el otro, su exacta retribución. Pero ¡no hay manera! Los hechos del justo se pagan con los merecimientos del perverso; y las acciones de este, con los merecimientos de aquel. ¿Qué hacer? ¿Odiar la vida, revisar la balanza o hacerse examinar la cabeza?

    * * *

    ¿Cómo se resuelve esta increíble paradoja, que al justo correspondan los merecimientos del perverso, y a este, los de aquel? Nada más fácil: porque todo es vanidad y cero es igual a cero.

    * * *

    Lo mismo vale de la sabiduría y la estulticia:

    La suerte del insensato me aguarda también a mí. ¿Por qué, pues, me he hecho tan sabio?

    ¿En qué difiere Koheleth del insensato? En sabiduría. Pero, si a la hora de la muerte son iguales, la sabiduría es cero.

    * * *

    Se puede considerar a Koheleth como experto del cero y al hombre ordinario como inexperto. Koheleth detecta el cero como el lebrel la liebre. El cero se encuentra en todas partes, pero se escurre de todos. ¡Y se materializa de tantas maneras! Cuanto más concretas tanto más difíciles de percibir. A Macbeth le tomó una vida de proezas, intrigas y crímenes darse cuenta de su despreciable nadidad.

    * * *

    Para el lógico y el matemático, la unión del triángulo y el cuadrado tiene como producto la vaciedad. Solo un idiota trataría de unir triángulo y cuadrado. Koheleth nos dice que el hombre que produce lo que no consume está produciendo el triángulo cuadrado. También cuando el hombre clama por la justicia, clama por un triángulo cuadrado. Y ese que, allá, suda cincelando su estatua, está cincelando un triángulo cuadrado.

    * * *

    ¡Se ve tan bien con las aguas! Van al mar para colmarlo: y de ese empeño resulta que salen del mar para empeñarse de nuevo en colmarlo. ¡Se ve tan bien con el perro! Por incontables que sean los giros y feroces las dentelladas, la cola se escurre. ¡Si nos fuera dado ver como Koheleth ve! ¡Si pudiéramos ver las mil formas y la infinita extensión del cero como vemos las dentelladas sin destino del perro tras su cola!

    * * *

    Un matemático dirá que cosechamos decepciones y paradojas por andar haciendo tonterías con el cero. Y, por si fuera poco, con el infinito: tratando de obtener algo con infinitos ceros.

    * * *

    Encuentro este pasaje en los escritos de Benjamín Franklin:

    ...cuando empujo mi imaginación a través y más allá del sistema de los planetas, más allá de las estrellas fijas, en ese espacio infinito en toda dirección, y lo concibo poblado de soles como el nuestro, cada uno con su grupo de planetas moviéndose en torno, entonces esta pequeña esfera en que nosotros nos movemos parece, aun en mi estrecha imaginación, algo que es casi nada y yo mismo menos que nada y sin ninguna importancia.

    Actualmente no tenemos que fundar en nuestra imaginación una idea vieja como esta. Tenemos observado universo suficiente para concluir que somos ‘menos que nada’.

    * * *

    Dijo el astronauta James Lowell mientras, girando en su nave en torno a la luna, contemplaba la tierra:

    No dejo de pensar que soy un viajero solitario venido de otro planeta. ¿Qué tendría que preguntarme viendo la tierra desde aquí? Si está o no está habitada.

    Si estuviera Koheleth en lugar de Lowell, ¿qué pensaría? Porque toda la tierra estaría ante sus ojos, suspendida en los espacios como una burbuja... ¡y con cuánta zalagarda sin ton ni son de renacuajos que reptan encima!

    * * *

    El cero por relacióno cero-Franklin, lo encuentro en Koheleth cuando dice que con el paso de las generaciones las cosas se desvanecen en el olvido. Como obra el tiempo, obra el espacio. La tierra inmensa, yendo uno hacia la luna, va perdiendo todo su detalle, hasta verse como un plato luminoso en el negro firmamento. Viajando así, acaso, un día verán los cosmonautas el sistema solar entero que se esfuma allá lejos en un destello.

    * * *

    El cero por relacióntiene grados o potencias. Diógenes es un cero por relación a Alejandro. Pero tiene también especies. Como se ve al considerar que Alejandro es un cero por relación a Diógenes.

    * * *

    ¿Qué ocurre a un niño cuando entra en el mundo de los mayores? Corre con su balanza a ponderarlo todo. La balanza sube del lado que debiera bajar; baja del lado que debiera subir. El niño se llena de aflicción de espíritu, comienza a patalear. Andando el tiempo, se habitúa a las condiciones prácticas del equilibrio. Así terminan los niños.

    * * *

    No hay justicia. Por millones y millones son los hombres gaseados, incendiados, masacrados sin un gramo de justicia. ¿Cómo hacerse cargo de tanto daño? ¿No habrá más allá de este un mundo de justicia? ¡Vaya! ¿Cómo no se me ocurrió antes?

    * * *

    La frase hebrea que se traduce por "aflicción de espíritu" es rejut ruaj. Bien podría traducirse por ‘dar de palos al viento’. Muchos autores ponen ‘caza del viento’ o ‘pastoreo del viento’. Siendo así de sentido, bien pudo traducirse ‘apalear el mar’, ‘incendiar el infierno’, ‘acarrear agua con el canasto’. Desde pequeño escuché y volví a escuchar aflicción de espíritu. La frase caza del viento la encontré tarde, muy tarde. ¡Cuánto tiempo dormí mi Eclesiastés por causa de una traducción abstracta!

    * * *

    Tengo ante mí un diccionario hebreo-alemán. Dice: ruach = geist, wind. Primero, lo abstracto, después lo concreto. ¿Vamos a insistir en caminar así, patas arriba? Lo que me recuerda un limerick de E. Lear:

    Había un joven testarudo en Zaire

    que se estuvo con las piernas al aire

    hasta que el marrueco

    le subió al chaleco

    a ese joven ecléctico de Zaire.

    ¿Será porque Lear es inglés que ríe así? Vean el diccionario hebreo-inglés: ruach = wind, spirit.

    * * *

    También puede entenderse vanidad como superfluidad. Dice Koheleth:

    «He aquí que un hombre ha trabajado con saber y aptitud; no obstante, debe dar su porción a un hombre que no ha hecho nada por ella. Ciertamente, esto es vanidad y mal grande... No hay bien más grande que comer, beber y darse satisfacción de su trabajo...». (Cap. II: 21, 24)

    Tal vez queda más claro cuando dice:

    «...Lo que me pareció bien es que conviene al hombre comer y beber y disfrutar en todo su trabajo que soporta debajo del sol durante los días de la vida que Dios da; porque esa es su parte». (Cap. III: 22)

    La parte de mi trabajo que excede lo que puedo comer, beber y disfrutar es vanidad.

    * * *

    ¡Si pudiéramos ventilar con Koheleth ciertas implicaciones!

    El bien más grande consiste en el disfrute de lo que nuestro propio trabajo produce. El mal más grande consiste en que otros disfruten del producto de nuestro trabajo. Desde los tiempos de Sócrates, tratan todos de acostumbrarnos a pensar que en esto último hay dos males: el que padecen quienes no disfrutan lo que producen y el que padecen quienes disfrutan lo que producen otros. No es así para Koheleth:

    «Al hombre que favorece, Dios da sabiduría, conocimiento y alegría; pero al que no, asigna la tarea de amasar y recoger tan solo para cederlo al hombre que complace a Dios». (Cap. II: 26)

    Disfrutar lo que otros producen es un mal para algunos, un mal necesario para otros, un bien para casi todos.

    * * *

    Si el mismo Dios me da a disfrutar lo que otro produjo, ¿no es mi disfrute pleno? ¿Complace a Dios ver a sus preferidos disfrutar así? Si concebimos un Dios que nos crea con deseos que no podemos cumplir, que nos obliga a trabajar sin descanso para el disfrute de otros, que nos destina a disfrutar sin trabajo lo que otros producen, entonces ¡basta con la teología!

    * * *

    La vanidad en Koheleth se forma con las cosas que al examen se esfuman. Unas se esfuman física y literalmente. ¿Dónde está mi madre, muerta hace tantos años? Me pareció que pasaba un amigo tan amado. Miré más de cerca y ya no estaba.

    * * *

    Vanidad es el vacío sin sustancia; la realidad que se disuelve en la prueba; la búsqueda que jamás tendrá término; la entrega sin compensación; el fruto que no ha de ser consumido; el sudor superfluo; el trabajo destinado a otros; el consumo de los bienes ajenos.

    * * *

    «Todo es vanidad» es: Nada tiene sentido ni fundamento. Nadie conoce la razón de las cosas. Nada lleva un sello de necesidad. Igual que el mundo es, puede no ser. Da lo mismo que el mundo sea o que no sea. Si se resta a los hombres de la existencia, no se va a notar.

    * * *

    La injusticia que todo lo infecta, la avidez que no conoce límites, la ignorancia radical, el derroche, la insensatez, la crueldad, la violencia sin freno, la guerra, el pillaje, la esclavitud, el atropello humillante, la insolencia del poder, el cálculo denigrante, la impotencia ante el desorden, todo ello y en todos nosotros, ¿no es razón para acogernos al sabio del nihilismo universal? Todo se torna parejo con la muerte de todos. ¿Quién puede dudarlo? No hay que fingir alturas ni pueriles compensaciones. Venimos del polvo, volvemos al polvo. ¿Se puede esperar compensación más cierta y mejor? No hay quien merezca ni reciba más que pudrirse en la huesera. Toda la bajeza, toda la grandeza, vanidad.

    * * *

    Si existió un discurso exacto de Koheleth, ya no lo tenemos. Yendo de escriba en escriba casi desapareció. Manos adversas, escandalizadas, temerosas, torpes, piadosas, fueron insertando sus correccionesen el original. Así como lo tenemos —embutido de inconsistencias— todavía impresiona fuertemente. ¿Qué hace en medio de la Biblia esta pieza magistral de escepticismo, hedonismo, individualismo, cinismo, oportunismo, egoísmo, materialismo, nihilismo? Se dice que la falsa atribución a Salomón lo salvó de la genizah. Pero no hay que ser un experto para deducir que no pudo proceder de Salomón, que fue escrito cuando los ejércitos de Alejandro estaban bien arraigados en Siria y Egipto. Como cualquier hombre culto de su época, Koheleth conoce la ciencia y la filosofía helenísticas.

    * * *

    ¡La genizah! Suena como nombre de amenaza. No deja de tenerla. Uno escribe un libro, lo confía a un editor, que lo pone a dormir en la gaveta de abajo, y ya estamos en la genizah. Literalmente, genizah es archivo, y todo lo que llega a los estantes de la genizah lleva sobre sí un rótulo que dice: «Vanidad de vanidades». Pasado el tiempo, el escrito vuelve al polvo viajando por las tripas de alguna rata.

    Recorro bibliotecas y nunca dejo de examinar con cuidado los estantes de la genizah. Visito librerías de segunda mano; allí se pudren en la genizah por miles los libros. Hace un tiempo, un amigo me envió desde Berkeley dos títulos desclasificados. Los rescató al pasar de la corriente que los llevaba a los incineradores de la genizah. Disfruté leyéndolos, aprendí no poco, transcribí de sus páginas para las mías. ¿Irán también mis escritos a la genizah? ¡Vaya estupideces que pregunto! Escribo para la genizah, venga tarde o temprano.

    * * *

    Hay una paradoja —por decir una— con este texto de Koheleth. De todos los escritos que forman la Biblia, Eclesiastés debió en primer lugar y por su misma índole pasar sin más trámites a la genizah. Pero ocurrió y con fuerza inusitada exactamente lo contrario: se instaló en medio de ellos y sentenció: Todos irán a la genizah.

    ¡Me olvidaba! Dentro de nosotros, todos llevamos una genizah.

    ¡Más me olvidaba! En todas las empresas del hombre, en el patio del fondo, aguarda con las fauces abiertas la genizah.

    * * *

    «Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo que perece por su justicia, impío que alarga sus días con su maldad. No seas pues demasiado justo, ni sabio con exceso, ¿por qué destruirte? No hagas mal mucho ni seas insensato, ¿por qué morir antes de tiempo? Mucho mejor aferrar lo uno y lo otro; porque el que teme a Dios cumplirá con su deber mediante ambos. No seas insensato, porque bien se ha dicho: La sabiduría da al hombre sabio fuerza mayor que diez que rigen en la ciudad. Ni seas en exceso justo, porque se ha observado: No hay un hombre en la tierra siempre en lo recto». (Cap. VII: 15-20)

    Aquí atendemos a: la vida, la sociedad, la justicia y la sabiduría. Hay que orientarse por un término medio entre la justicia y la perversidad; y otro entre la sabiduría y la insensatez. Ante todo, vivir. La sociedad me destruye si pretendo obrar de acuerdo a la justicia y la sabiduría. ¡No matarás! Sí mataré. Y mentiré y robaré. Pero con medida. Todo con medida.

    Ni qué decir, estamos ante el pasaje más cruel y más duro de tolerar de Eclesiastés. Pesimista, realista, cobarde, cínico y practicista. Trago amarguísimo que a la postre no queda más que tragar y que resulta mucho más odioso por nuestra presunción que por sí mismo.

    * * *

    He aquí la única firmeza, la sola ecuación respetable, el solo bien que permite orientar los pasos y dar sentido a la vida de acuerdo a Koheleth:

    «Si un hombre vive muchos años, que disfrute de todos. Recordad que los días de oscuridad son muchos y que de allí adelante no hay nada. Disfruta, joven, en tu juventud y que tu corazón goce de los días jóvenes. Sigue los impulsos de tu corazón y los deseos de tus ojos. De todo esto Dios pedirá cuenta. Aparta la tristeza de tu corazón y el pesar de tu cuerpo, porque la niñez y la juventud son un suspiro efímero. Recuerda a tu creador en tu juventud, antes de que vengan los malos días y se acerquen los años en que digas no siento en ellos ningún placer». (Cap. XI: 8-10, Cap. XII: 1)

    Se siente con claridad la intercalación admonitoria en este pináculo del texto. Como si cogiendo la pandereta, sale Koheleth a danzar bajo el sol; pero hay un piadoso y un celoso que a medias lo sujetan de la túnica. ¡Dios te pedirá cuenta!, ¡Recuerda a tu creador!. Hay muchos que entienden el texto así. Pero hay también (y yo estoy con ellos) quienes interpretan estas frases como lo más esencial de Koheleth: Si no disfrutas, Dios te pedirá cuentas; y disfruta, que ello place a Dios.

    * * *

    La culminación de la vida como solo criterio de firmeza, sentido y felicidad. Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de aspirar, tiempo de declinar. Avanzar desde el alba hacia el mediodía; retroceder desde el ocaso hacia el mediodía. Todo converge sobre el supremo bien: el mediodía de la vida; la expectación, el anhelo, el deseo, de la mañana de la vida; la desesperación, el repudio, el hastío de la tarde. El límite exacto de ambas trayectorias en el cenit. ¿No es prueba y contraprueba de que todo el sentido, todo el bien y la felicidad se encierran donde la vida culmina?

    ¿Quién gusta la fruta verde, quién la gusta pasada? ¿Viose nada más bello que la fruta en sazón?

    * * *

    «¿Qué provecho hay para el que trabaja en el esfuerzo que hace?... Encontré que no hay más bien para el hombre que disfrutar y procurarse bienestar en la vida; y también que todo hombre que come y bebe y disfruta del bienestar en todo su trabajo, ello es un don de Dios». (Cap. II: 22, 24)

    El bien único del hombre se produce con la satisfacción del hambre, la sed y el gozo (sexual, se entiende); y cuando aquello con que satisfago esos apetitos fue el resultado de mi trabajo, puedo considerarlo un don del cielo. Es decir, el bien, definido de acuerdo a la justicia —el que resulta de consumir lo que se produce— es un balance con el visto bueno de Dios.

    Entran demasiados cuervos en la construcción del mundo.

    * * *

    Hay muchos pasajes en Koheleth que implican, valoran y hacen un fundamento de la ‘ecuación económica’ —la igualdad entre las cosas que el hombre disfruta y el duro trabajo que se da produciéndolas. Pero no encuentro una pizca de comentario en todo lo que leo. ¿No se aclaran las cosas en política, en moral, en jurisprudencia, si se toma ese principio: que la felicidad del hombre se forma con el consumo de lo que produce su trabajo? ¡Claro que se aclaran! No sea más que por contraposición.

    * * *

    L‘Ecclésiaste, de E. Podechard (1912), trae encima su Nihil Obstat e Imprimatur. Para este autor, Koheleth es un momento necesario en la historia religiosa que va del antiguo al nuevo testamento, la muestra y prueba por reducción al absurdo de la Redención, el Juicio y la Vida Futura. Esta es una articulación interesante de la categoría absurdo, una ‘dialéctica de los absurdos’ o ‘tríada absurda’: Koheleth muestra que el mundo entero es un absurdo; Podechard encuentra que tal empresa prueba por el absurdo la verdad de otro absurdo.

    * * *

    Robert Gordis traduce así los tres primeros versículos del Eclesiastés:

    1. Palabras de Koheleth, hijo de David, rey en Jerusalén.

    2. Vanidad de vanidades, dice Koheleth, vanidad de vanidades, todo es vanidad.

    3. ¿Qué provecho recibe el hombre de todo su duro trabajo bajo el sol?

    Para H.L. Ginsberg, el primer versículo es el título del libro. Y está de acuerdo con Podechard en que el tercer versículo es inseparable del segundo y que juntos establecen el asunto del libro. Mas dice Ginsberg de la relación entre el segundo y el tercer versículo:

    El mundo en que vivimos es jebel, o cero. Esto plantea la cuestión del yitron (provecho) o plus que puede haber para el hombre en la adquisición de los bienes mundanos. Pero primero hay que probar la premisa. Esto se hace en los versículos que siguen, 4 a 11: el mundo no tiene propósito, por lo tanto no tiene valor.

    Así, probada la proposición «todo es vanidad», a la pregunta «¿qué provecho recibe el hombre de todo su duro trabajo bajo el sol?» Se responde: ‘cero provecho’.

    * * *

    Más de una vez vienen juntas en el Eclesiastés las expresiones jebel y reut ruaj. Son exclusivas de Koheleth. Del inglés, nos resulta familiar la expresión vanity y vexation of spirit. Vejacióny vejamenremiten a vexare que es sacudir con violenciay maltratar. R. Gordis traduce reut ruaj por chasing of wind. Renán dice pâture de vent. Podechard hace ver que reut deriva de ree, que es quebrary así, brisement d’esprit es la traducción de algunos. ¿Por qué no, entonces, brisement de vent? Podechard pone poursuite de vent. Así tendríamos metáforas con términos concretos: Pastor de viento, caza del viento. Yo me quedo con apaleo de vientoy que lo dibuje Brueghel.

    Como encajar el platillo en la taza, morderse la nuca o rasguñar un vidrio.

    * * *

    Caso de un filósofo que de lejos escuchó, después, no de tan lejos y finalmente de cerca —por ejemplo, de estación en estación mientras viajaba de la tierra a la luna— la palabra de Koheleth: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Mirar la tierra desde la luna es escuchar de muy cerca «Todo es vanidad».

    * * *

    Koheleth dice que la pena es preferible a la alegría y dice que en la alegría reside todo el bien; dice que el sabio vale por diez y dice que el sabio no sabe nada; dice preferible el que está muerto al que está vivo y dice más vale un perro vivo que un león muerto; dice que hay que disfrutar todo el placer y dice preferible ir a la casa en duelo que a la casa en fiesta; dice que encuentra a la mujer más amarga que la muerte y dice disfruta la vida con la mujer que amas; dice que el sabio camina en la luz y dice no hables ni siquiera en sueños que las paredes oyen; dice que la corte es corrupción y dice que hay que obedecer al rey; dice nada hay como beber y disfrutar y dice que el beber y el disfrutar son insensatez; dice preferible el muerto que no sabe nada y dice preferible el vivo porque siquiera sabe que está vivo; dice que todo es vanidad, pero prefiere el vino al agua, el banquete al ayuno; dice que Dios permite

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1