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Cuatro Relatos Breves

Néstor Guestrin

Perfume

Siete Pasos al Cielo

Luz entre las hojas

Blues del Sábado a la Tarde


1 Cuatro Relatos Breves: Perfume Néstor Guestrin

Perfume

Lo verdadero puede, a veces, no ser verosímil


Guy de Maupassant

Cuando ella le dijo que sintiera el perfume del momento en verdad recordaría
después todos los perfumes por los que había transitado desde que su memoria
alcanzara. Como situado en un punto desde donde volvía hacia atrás fue reconstruyendo
cada paso en una revisión de aquello que lo llevara al instante donde esa sensación
aromática sugerida le llevaba de regreso a momentos anteriores. Quizás lo que vendría
se apoyaría en ella, imaginó.
El agua golpeaba en la orilla de piedras y algo de arena sobre la costa formada
artificialmente para ganarle un espacio al río. A pesar de ese artilugio, y como una
ratificación de lo natural, el viento tenue que venía del este empujaba con lentitud las
pequeñas olas rompiendo sobre los restos de bloques en el afán de corroer y desintegrar
lo que antes había sido algo sólido y con ambiciones de perpetuidad. Las aguas iban y
venían en un calmo acompasar sin tiempo de antes ni después socavando sin pausa la
dureza del cemento. Las nubes daban a la brisa un halo de frescura quitando en algo el
calor del verano que se aproximaba. Entre algunos pájaros que proclamaban su
presencia con su vuelo entre las aguas y el cielo, una gaviota de silueta blanca pasó de
lado a lado extendiendo su lánguido cuerpo y sus alas de posible magnificencia
demorando la visión del único paseante que por esa hora perdía su mirada hacia el
horizonte del ancho río, ése que los antiguos habían confundido con la entrada del
océano a la riqueza de la plata en el nuevo mundo por conocer. El paseante siguió el
vuelo. Un recuerdo de perfumes lo invadió en presagio de la propuesta a la que sería
convocado.
Ese mismo lugar, el único donde la barranca baja suavemente hasta fundirse con
el agua en una suerte de corta playa silenciosa, fue donde vio antes una extraña escena
de ceremonia ritual con gente envuelta en blancas y coloridas túnicas bailando al son de
2 Cuatro Relatos Breves: Perfume Néstor Guestrin

una tumbadora y una campanilla disipando por el aire una música insistente y singular.
Esos ritmos percusivos llegaban al promontorio donde ahora estaba instalado el
paseante convertido en esta circunstancia en testigo de algo inusual. Las personas del
grupo bailaban y al parecer oraban en conjunto abrazándose y luego abriéndose como
círculos en espasmos de contracción y dilatación. Por momentos elevaban sus brazos al
aire y después los bajaban hacia el agua conjugando en el movimiento una relación
entre los dos elementos. En el centro del círculo humano alguien enteramente de blanco,
la oficiante del rito o quizás la destinataria del mismo, se contorsionaba al son de la
música que le proporcionaban. Otro participante tenía entre sus manos una pequeña
barcaza amarilla adonde la mujer de túnica blanca, la elegida o la promotora de la
ceremonia, le dirigía lo que semejaba una plegaria. Palabras, o imprecaciones, le
dedicaba a esa barcaza, a veces con los brazos en alto, otras hacia abajo, hacia el agua.
Después de sucesivos cánticos, abrazos y rondas, el que tenía la barcaza amarilla fue
llevándola aguas adentro mientras los otros lo seguían en procesión ritual. Cuando
llegaron a cierta distancia de la playa los participantes de la ceremonia se detuvieron y
quedaron viendo cómo aquel otro iba internándose hasta una considerable distancia de
la costa. En ese momento con un fuerte empujón derivó la barcaza a lo profundo. El
viento fue llevándola hasta que se perdió de vista. Las personas volvieron a reunirse en
la playa, y con una última oración dieron por finalizada la ceremonia. De a poco se
fueron apartando hasta quedar nuevamente la pequeña playa despoblada y solitaria.
El paseante, testigo ahora de esta ceremonia, evoca quizás alguna fragancia de
recuerdos atávicos y lejanos.
Se van mezclando otros recuerdos del mismo modo que los aromas se fusionan,
se dispersan y se unen en mil combinaciones. Más lejanos, menos precisos. En una
espiral caleidoscópica aparecen, se borronean y desaparecen. Infinitos sonidos y
silencios, colores y luces, sensaciones y sentimientos, van y vuelven, vuelven y van.
Los bloques comenzaron a girar adoptando el amarillo y el blanco de las túnicas.
El agua golpeó con más fuerza sobre la playa alentada por una brisa que empezó a
soplar con mayor intensidad hasta transformarse en un ventarrón considerable. Las
nubes giraron sobre sí anunciando una tormenta de proporciones. Algunos de los
oficiantes de la ceremonia volvieron sobre sus pasos a recoger algo que habían dejado y
huyeron rápidamente en distintas direcciones. Los pájaros desaparecieron del lugar
transformados en sombras ululantes. La barcaza amarilla ya perdida de vista volvió
hacia la costa empujada por el viento que soplaba fuertemente aumentando sus
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dimensiones hasta hacerse un gran barco que encallaba estrepitosamente entre las rocas
de la costa rompiéndose en varias partes. Las túnicas abandonadas por los oficiantes
volaron cubriendo y enroscándose de mil formas entre los bloques de cemento
esparcidos en la playa partiéndolos en pedazos que volaban por el aire arrastrados por el
vendaval desatado. El paseante había desertado hace rato ya de tal escenario
presintiendo este final. La oscuridad fue ganando el paisaje mientras el polvo de las
rocas volaba enfurecido golpeando y erosionando lo que encontraba a su paso. Las olas
crecieron en tamaño cubriendo aquella pequeña playa llevándose todo tras de sí. Algún
cartel cayó con gran estruendo y en medio de la furia del vendaval voló arrastrado tierra
adentro. Un árbol giró abruptamente dejando sus raíces en desnudez mientras sus ramas
y hojas se esparcían como jirones a lo largo de la costa. Playa, rocas, bloques, todo se
disolvió en esa tormenta hasta quedar en nada. Sólo el agua y el viento que había
cobrado una inusual fuerza dominaron el paisaje hasta reducirlo totalmente. Desde el
fondo del ancho río surgió como un fantasma que nadie vio la silueta de una carabela
antigua con sus tripulantes buscando aun los tesoros de plata prometidos y nunca
hallados.
Lejos de aquel lugar recordó entonces el momento cuando ella le dijera que
sintiera el perfume. Reconstruyó en su imaginación la calma de la pequeña playa, los
pájaros que volaban entre el agua y el cielo, la brisa tenue del este, el paso raudo y fugaz
de una gaviota en vuelo posible, la ceremonia ritual de túnicas amarillas y blancas, la
barcaza perdiéndose lentamente hacia lo profundo. Creyó subirse entonces a esa antigua
carabela aparecida para seguir buscando junto a sus tripulantes el mítico camino hacia la
tierra de la plata.

Néstor Guestrin
22-Diciembre-2007
4 Cuatro Relatos Breves: Siete pasos al cielo Néstor Guestrin

Siete pasos al cielo

Sobre Seven Steps to Heaven,


de Miles Davis

1. Viene...llega...pasa...mira...vuelve… Su cintura se mueve rodeada de un halo


sensual y el perfume que deja tras sí envuelve el aire en fragancias de tiempos que
excitan luces remotas mientras sus cabellos ondean y dibujan una silueta curva que al
caer sobre el hombro contornean la figura de una desnudez imaginaria.
Viene…llega…pasa…mira...vuelve… La sonrisa dibujada en sus labios promete
la certeza de revelar secretos sugeridos con una tácita suerte cómplice aunque ella sabe
desde su femineidad que puede lograr su propósito si así es su anhelo, sólo viene y va,
mira acá, curiosea allá y arrastra la vista de aquél y otro de más allá que no pueden dejar
de seguirla absortos en su atracción.
Viene…llega…pasa…mira…vuelve...Una amplia pollera de colores vivos
arremolina sus pasos de modo que parece el viento le acariciara al moverse y de su
blusa dos turgencias moldean en generosa redondez los pechos envueltos en suspiros de
ese admirador perdido que con una absurda y tonta mirada la sigue y cree no ser notado.

2. En el bar él la espera. Sentado a la mesa del lado del ventanal, la de siempre,


revuelve la taza de café y sostiene con la otra mano un cigarrillo que se ha ido
consumiendo sólo. No sabe cómo le dirá, pero tiene que hacerlo. La ansiedad por
terminar todo de una vez se le marca en su gesto. En ese rato a solas repasa lo que le
parece el largo tiempo desde que la conoció, las salidas, los encuentros, sus risas y
proyectos, la vida en común, la separación acordada, lo que fue y lo que no fue. Esta
mesa fue el punto del comienzo hace ya mucho según su memoria, de los primeros
encuentros, y también de los reencuentros luego de las peleas. Una relación de altas y
bajas. Y ya no va más. Eso es lo que quiere aclarar y terminar de una vez. El llegó como
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siempre a la hora acordada, y tendrá que esperar, como siempre. Una paciencia agotada.
Y es cierto que nunca tuvo demasiada, no puede ser que ella haga siempre su voluntad
me molesta su pretensión de independencia que quiera hacer lo que quiere sin mi
consentimiento sino qué soy yo el que lleva los pantalones el que manda el que está
arriba porque eso es lo natural y así debe ser la mujer lo debe seguir el que pone las
cosas en su lugar es el varón qué tanto embromar y basta de discutir sino con una buena
cachetada se termina es la forma que uno tiene de hacerse valer por favor y nunca lo
entendió. Ella abre la puerta con algo de timidez, o quizás temor, y mira a la mesa de
siempre, sabe que él esta allí. Tendrá que ser fuerte se dice para darse valor. Recorre el
poco trecho con lentitud porque también sabe el discurso que tendrá que escuchar.
Reproches, quejas, y no más porque están en un lugar público, sino seguiría con algo
peor. Esta vez decidió ella y no él que deben seguir cada uno por separado, la forma de
preservarse después de tanto pasado sin ver ni aceptar. Mira… seria… firme… dice…
Basta.

3. Sueña…piensa…sola…nada… Quedaron en verse después de la clase a


definir los temas de las siguientes. El tono afable, suave y afectuoso la seduce. Es
algunos años mayor y algo hay de protector. Siempre con algún libro o carpeta en las
manos, igual que ella, es claro ambos son profesores y eso es parte de su actividad. El
pelo revuelto y el mechón siempre caído sobre su frente amplia, una barba recortada que
parece descuidada y no lo es, una figura delgada y algo encorvada dibuja su aspecto
intelectual vestido sin mayor pretensión, como un profesor universitario más. Allí está
en aquel rincón, lo saluda con una sonrisa que él le devuelve. Se acerca y se sienta
frente a él, del otro lado de la mesa. Deja los libros y carpetas sobre la mesa. En el apuro
su cuaderno de notas golpea y hace volcar el vaso de agua, pide disculpas, no es nada,
responde. Alguna palabra trivial antes de hablar del tema específico sí pero también hay
tiempo para llevar la conversación a cosas más personales como manera de ir
conociéndose un poco mejor. El empezó este año con su cátedra, ella ya hace varios que
dicta la materia acá, eso la hace sentir más segura. El cambió de universidad porque no
le gustaba el ambiente anterior, aburguesado y sin pretensiones. No creas que el de acá
incentiva demasiado Percibe que algo más puede haber aparte de la simple relación de
dos profesores preparando el temario de lo que vendrá. Y allí está, una simple pregunta
dejada al descuido le produce un ligero temblor, una simple pregunta, este fin de
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semana tenías pensado hacer algo, dice él. Bueno, en realidad algo tenía, pero no es
seguro, como para dejar una posibilidad. Siguen con el programa del curso, hablan de
quién se ocupará de cada punto, cómo organizar el trimestre, y así también al descuido
la mano de él roza la suya, otro ligero temblor, ¿lo habrá notado? El la mira a los ojos,
ella los baja, él se sonríe, ella suspira sin que lo parezca. Ya no hablan de la materia ni
de temas ni de programas. El le toma las manos y se quedan un largo rato sin decir
nada. Ella dice que se le hace tarde, tiene alumnos esperándola. El se ofrece a
acompañarla. Salen juntos. Se verán el sábado con más tiempo.
Sueña…piensa…sola…nada…

4. Vuelve a su casa. La perrita la reconoce antes de abrir la puerta, escucha los


ladridos con que la recibe. Revuelve su bolso hasta encontrar las llaves. Haciendo
malabares con todos los cuadernos, carpetas y libros las saca y hace girar la cerradura.
La perrita se le abalanza como siempre, corre, retoza, mueve la cola, ella es el afecto
que la recibe. También su gato aunque es menos demostrativo. Allí está durmiendo
enroscado en el sillón, su sillón, se levantará ante una caricia que se la devuelve
frotando la cabeza en su mano. De un salto está en el piso y seguirá su demostración
cariñosa entre sus piernas. Ella le pone su alimento en el tazón de siempre. Uno para el
gato, otro para la perrita. Se llevan bien, y sólo fingen pelearse. Mejor que los hombres,
piensa. Pone en la mesa los sobres de boletas a pagar que dejaron en la puerta de
entrada, ya las verá después, abre la heladera para sacar su cena, se desploma cansada
en el sillón y escucha los mensajes que le han grabado en el contestador telefónico, nada
importante seguro. La hermana que pregunta por ella, una alumna pidiendo un horario
de clase, la amiga que le recuerda el cumpleaños de otra amiga, y allí está esa voz que
reconoce enseguida, Francisco, el profesor compañero de materia, hola cómo estás, nos
vemos el sábado, ¿no?. Una sonrisa, un ligero temblor, una ilusión. Claro que sí, se
dice.

5. Sueña…piensa…cree…vuela… Llega el sábado. En el bar donde se citaron


está Francisco con algo de impaciencia. Desde el lugar donde se ha sentado pierde la
vista hacia el ventanal, hacia la puerta, hacia las otras mesas vacías, hacia aquella otra
donde una mujer espera a alguien, quizás una amiga, quizás su novio, quizás su amante,
7 Cuatro Relatos Breves: Siete pasos al cielo Néstor Guestrin

todo lo puede conjeturar. Revuelve su taza de café e intenta leer el libro que ha llevado.
Siempre tiene alguno a mano, es una costumbre. El televisor que nadie ve ni escucha
colgado de una pared exhala imágenes de un remoto partido de fútbol. Pasan unos
minutos de la hora que habían establecido, él se inquieta, ¿vendrá? Ella baja de un taxi
en la esquina, al frente de la puerta del bar. El la ve, la reconoce enseguida. Con paso
ligero cruza la vereda, llega a la puerta y entra con decisión. Va directamente a la mesa
donde está él. Perdonáme me fui para otro lado, pero al fin por el taxista encontré este
lugar donde habíamos quedado. El sonríe, ¿cómo estás? es la pregunta inicial de una
conversación que va a recorrer durante largos minutos, quién sabe cuántos, tiempos,
lecturas, el pasado de cada uno, algún proyecto vago de escritura, la poesía de ella, los
sueños de él. Sus manos se cruzan, se tocan, se estrechan. Algo los llega a unir. Por
momentos no hay palabras, sólo mirarse el uno al otro, acariciarse con los ojos, llenarse
de la imagen del otro. Algo fluye entre los dos. Hablan de parejas anteriores, lo que ya
no es, lo que dejó de ser. También sin decirlo imaginan lo que puede ser. No, allí no.
Está el mozo atendiendo las mesas, el encargado detrás del mostrador, la otra mujer que
se ha reunido con la amiga, otro que entró después. Sólo hay lugar para una caricia con
las manos, con los ojos. El deja un billete sobre la mesa que el mozo enseguida viene a
recoger, y salen del bar con mucho más de lo que tenían cuando entraron.

6. Caminan por la vereda, la noche los envuelve, la luz de los faroles recubre su
intimidad. El la rodea con sus brazos, la abraza fuerte, ella siente ese calor y se deja caer
hacia él. Sin decir nada él la toma atrayéndola sobre sí y sus labios buscan los otros.
Ella cierra sus ojos, siente esos labios, abre los suyos para recibir y se pierde en un
laberinto de estallidos, fuegos y luces al reconocer su interior. El le recorre con sus
manos toda la espalda apretándola y ella balbucea alguna palabra de amor. Ella le pide
la acompañe a completar ese loco sueño de abrir y dar. Caminan muy juntos esas
cuadras sin que nada pueda llegar a perturbarlos. Siluetas de duendes antiguos saltan a
su alrededor con refulgentes banderines que surgen de su interior con la fuerza de
pasiones eternas, efluvios etéreos se arremolinan y danzan al son de sus pasos en
silencio cuando de los árboles parecen caer pequeñas hojas como una lluvia de cortos
sonidos en escalas descendentes y el todo se mezcla en una inmensa sensación de yacer
al subir y bajar en una rítmica de períodos que se alargan y se acortan con el fondo
nervioso de baquetas al golpear parches de diferentes alturas en saltos de aquí para allá
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cambiantes de continuo mientras el bajo transita de lo grave al agudo luego al grave y al


agudo y lo repite en un ir y venir enloquecido. Las luces de los autos que pasan por la
calle no pueden ver esa pareja envuelta en una sola silueta que deambula hacia el
sentido final de su intimidad omitiendo cualquier extrañeza de sí. Una neblina se abate
sobre los dos para borrar toda huella que permita seguirlos en ese sendero por donde se
encaminan, su único testigo es el aire que los acaricia con dulce aroma de pétalos
desbordados y mágico incienso traído de remotos lugares. Ellos son los únicos seres de
ese cuadro pintado de improviso donde los trazos abiertos se unen hasta que la liquidez
de la acuarela de varios colores que la componen se desliza en un estallido exuberante y
de única exaltación en el júbilo que supone el final arrebatador y grandioso de infinitas
notas sonando estremecedoras hacia su resolución por donde pasa el hilo de la vida por
nacer. Y después, la calma rodea tanta agitación. Un silencio impreciso y breve deviene
ante el postludio que separa ahora las líneas y cae como cierre ante lo sucedido. El
límite impreciso entre el recuerdo y el agotamiento de la acción entre dos melodías que
sonaron al unísono y ahora parecen diverger ya cansadas, ya realizadas.

7. Sueña…piensa…llora…pasa…ríe… Su cuerpo se despliega en una lánguida


progresión armónica al extender un brazo y luego su pierna en tibia desnudez como una
bailarina en elegante paso que lleva a sonoridades y rítmicas ya escuchadas.
Sueña… piensa…llora…pasa…ríe Cuando se siente observada por quien ahora
se aleja y la deja envuelta en atmósferas de quimeras inauditas al progresar a tiempos de
cantos internos anteriores, arcaicos y lejanos, ya sabidos y evocados como recuerdo
impreciso de aquellas melodías primigenias.
Sueña…piensa…llora…pasa…ríe Una mariposa en vuelo libre despliega alas de
palabras y relatos sobre viajes a un destino indeterminado, adonde la imaginación llegue
en torrentes de luz, armonía y abismos eternos, donde se produce el exacto instante del
nacer.
Viene…llega…pasa…mira…vuelve…sueña…piensa…llora…ríe… y él, tan
cerca, tan lejos.
9 Cuatro Relatos Breves: Luz entre las hojas Néstor Guestrin

Luz entre las hojas

Al caminar por la vereda de la avenida se observan en el piso diversas figuras


formadas por los rayos de luz al filtrarse entre las hojas de los árboles. Se debe estar
atento, de lo contrario no estarán visibles y pasarán inadvertidas. Hay bastantes
caminantes durante el día, pero todos andan con sus radios portátiles, hablando por sus
teléfonos celulares o, aquellos que corren en ejercicios aeróbicos van conectados a
algún aparato que les mide su presión arterial y su pulso. Están demasiado preocupados
con su salud corporal, su comunicación o la última canción de moda, lo cual no tiene
nada de criticable, pero lamentablemente se pierden un espectáculo singular. Suelen ser
empresarios, gerentes de importantes compañías, secretarias ejecutivas o atribulados
agentes de bolsa que después de la labor diaria, como dice un célebre matutino,
distienden sus presiones en este paseo de amplia vereda sombreada por altos eucaliptos
añosos y jacarandaes florecidos en azul según la época. Los minúsculos aparatos,
perdidos entre la camiseta traspirada y el pantalón de gimnasta, se deducen por el cable
que llega hasta el oído del transeúnte llevando la música, una conversación que cierra
algún negocio o la información de su nivel de presión y pulsación. Para el observador
atento esto sólo puede ser imaginado, ya que lo que circula por ese cablecito es
privativo y exclusivo de cada persona y nadie puede adivinar a ciencia cierta qué es lo
que llega a cada oído, salvo intuirlo por la expresión preocupada, gozosa, sonriente o
gesticulante de su portador.
Si miraran con algo de atención verían pequeñas, medianas o grandes formas
lumínicas, como hexágonos, pentágonos, círculos, óvalos o simples rectángulos
irregulares variables según el viento que se achican, se agrandan, giran y cambian de
10 Cuatro Relatos Breves: Luz entre las hojas Néstor Guestrin

posición, generando en el conjunto una imagen de enorme riqueza a la manera de un


cuadro de pintura abstracta por el cual a veces se pagan fortunas. O al menos quien
quiere admirarlo debe trasladarse hasta una exposición específica con el consiguiente
esfuerzo y gasto correspondiente. Aquí está a la mano, o mejor dicho al ojo del
observador, lo que comprueba la ley económica que lo que abunda carece de valor
pecuniario. Si además el observador pone más atención y levanta la vista siguiendo la
dirección del rayo lumínico, hacia la copa de los árboles, el espectáculo será mayor y
aun más rico, no en el sentido económico como ya se dijo, sino simplemente estético.
Claro que a los paseantes y corredores aeróbicos esto no les interesa. Está visto que el
placer estético no ocupa un lugar entre sus preferencias, posiblemente porque no exige
acá más que un esfuerzo de atención y una predisposición de la que se carece.
Si se sigue la dirección del rayo lumínico desde la figura creada en el suelo hacia
las ramas y hojas del árbol que la generan la sensación se acrecienta ya que puede
descubrirse una relación de causa efecto además de la satisfacción de averiguar cuáles
son exactamente las partes del árbol, y de cuál árbol específico se trata el generador del
espectáculo. Un ejercicio que requiere no sólo algo de tiempo, sino también un cierto
entrenamiento, algo de conocimiento del lugar, por el tipo y tamaño de árbol, y la
noción de la ubicación en ese momento del sol. O del astro solar como se podría decir
con mejor lucimiento retórico. Como se ve una conjunción geográfica astral situacional.
Siguiendo la teoría corpuscular de transmisión de la luz, aceptada por la física
moderna, podríamos imaginar, ya lindando lo ficcional, los fotones que se desplazan
desde la hoja del árbol que no han podido ser interceptados y deglutidos (ésa es una de
las funciones para lo que la naturaleza ha creado las hojas) y que a gran velocidad, la de
la luz obviamente, chocan contra el suelo. Un bombardeo inimaginable para los
paseantes corredores aeróbicos. Este nivel de agresividad natural contrasta con la
necesidad de pacífico esparcimiento que buscan quienes han elegido el paseo y que
gozan del mismo alejados de toda otra violencia impropia del lugar.
Si consideramos uno de esos fotones que ha viajado una longitud inaudita, desde
el sol hasta nuestro planeta, ha logrado perforar la atmósfera terrestre, y después esquiva
elegantemente la hoja del árbol para brindarnos un hermoso espectáculo al chocar
contra el suelo y crear un juego lumínico, el observador atento puede sentirse no sólo
satisfecho, sino extasiado por ser testigo de tamaño incidente, del cual como decimos
repetidamente están ausentes los paseantes aerobistas. Sólo cuando ese bombardeo se
hace muy intenso y en algún momento del año cuando la dirección de la trayectoria
11 Cuatro Relatos Breves: Luz entre las hojas Néstor Guestrin

fotónica produce una explosión más grande, con la consiguiente mayor descarga
energética, puede ser que algún paseante piense hasta llegar a decirlo entre dientes, qué
calor, con alguna otra exclamación irreproducible. Se trata de una queja y no del goce
estético que venimos tratando.
Otra forma de ver estas luces y sombras es imaginar la proyección de seres
reales o irreales, formas más allá de lo puramente geométrico, provenientes de lo
mitológico o del ancestro terrenal. Serpientes de dos cabezas, dragones fulgurantes,
dioses de barba enojada, bellísimas hadas, medusas pegajosas, rocas parlantes, guerreros
invencibles, insectos gigantes o una simple flauta cantarina. Anunciadores de catástrofes
o conquistas, desastres o victorias. Ya lo hacían los antiguos. No es novedoso. El modo
mágico de preservarnos del temor existencial, explican los entendidos. En los tiempos
actuales tal planteo suena anacrónico, irreal. Sólo a los fabricantes de espectáculos
enlatados puede ocurrírsele. Y a ninguno de los paseantes habituales que aquí vemos
podría ni siquiera cruzarle tal idea. En tal caso lo resolvería hablando con su analista, y
seguiría tranquilamente con su audífono cargado de música, palabras o datos corporales.
Para el observante atento, que es el personaje que nos interesa, tampoco suena
convincente, más preocupado en encontrar un goce estético que tal tipo de tribulaciones
fantasiosas y faltos de originalidad.
Hacia el anochecer, si bien la luz solar se diluye, es reemplazada por la luz
eléctrica de la iluminación municipal. También se observan sombras y figuras
proyectadas ahora por esas luces. Pero no es lo mismo. Se nota la ausencia de
naturalidad. La calidad, o el tipo de luz, es enteramente diferente. Ya no se produce ese
encantamiento de la hora diurna, sin embargo para ellos es igual. Se diría que hasta se
animan a salir más, y por eso los caminadores suelen incrementarse en número.
Pareciera que les resulta mejor esta luz. Se sienten más cómodos en el artificio. Lo
mismo que en los días nublados, donde desaparece todo esta referencia lumínica. Allí
están en mayor cantidad al anochecer, o en días nublados. No cuando llueve,
obviamente, porque mojarse es peor que recibir el bombardeo de fotones solares.
Que haya alguien que se deleite con las figuras producidas por la luz solar entre
las hojas de los árboles es excepcional, aunque no creemos que haya sólo un caso único,
como el que escribe este breve prospecto. Es probable que haya alguien más, pero no se
anime a decirlo. Puede ser tildado de ingenuo, extraño o fuera de lo normal. Y los
caminadores pueden excluirlo de su medio. Por eso quizás subrepticiamente,
sigilosamente, secretamente, alguno que otro al pasar mire aunque sea de soslayo,
12 Cuatro Relatos Breves: Luz entre las hojas Néstor Guestrin

rápidamente, hacia el piso, y hasta en un ademán sólo, en un golpe de vista, intente ver
la copa de los árboles tratando de ver de donde viene la luz entre las hojas.

Néstor Guestrin
6-Enero-2008
13 Cuatro Relatos Breves: Blues del Sábado a la Tarde Néstor Guestrin

Blues del sábado a la tarde

La poesía es tristeza
Gabriela Yocco

El andén de la estación cambia su aspecto el sábado a la tarde. No es por el


kiosco de revistas que ofrece sus portadas como todos los días, ni por el carro de venta
de panchos cerrado desde más temprano. Es que no hay oficinistas con sus maletines, ni
muchachas elegantes a la salida del horario de trabajo hablando con sus celulares a
novios distantes. Ahora sólo hay alguna gente, poca, mientras un resto de diario se
arrastra y quiere volar llevado por el viento, y un perro callejero olfatea las columnas
buscando un rastro perdido.
- ¡Hey!, ¡Naco!, dame fuego.
El muchacho tambalea y empuja a su amigo con el resto de un medio cigarrillo
en su boca.
- No te van a dejar fumar adentro.
- No me importa, sino le prendo fuego a todo.
El otro lleva una botella plástica cargada con cerveza. Busca en el bolsillo de su
pantalón, sucio y roto. Encuentra algo y se lo da. Prende su medio cigarrillo.
- ¿Tenés las monedas?
- Sí. Nos va a alcanzar para otra.
- Vamos, vamos.
-¿Cuándo?
- Cuando venga el tren.
Más allá, en el extremo del andén, un policía en uniforme azul, chaleco naranja,
rígido, serio, con una mano al cinto, pasea su mirada de lado a lado.
Una pareja de adolescentes recostados sobre una de las paredes laterales se
abraza y se besa, ausentes de lo que sucede a su alrededor.
- Naco, te lo dije, no me hagás enojar.
14 Cuatro Relatos Breves: Blues del Sábado a la Tarde Néstor Guestrin

- No, Juanchi, no te lo tomés así.


Se atropellan. Vacilan.
- ¿No tenés otro pucho?
- No, buscá por ahí.
Señala a cualquier lado.
- ¿A que no llegás más lejos?
Escupe hacia las vías. El otro se ríe.
La pareja cambia levemente de posición, de modo casi imperceptible. Lo suyo es
sólo suyo. Un largo, larguísimo beso los mantiene unidos.
El recién llegado a la estación sin mucha prisa ha pasado por la expendedora de
boletos, ha cruzado el molinete, y absorto en lo suyo, despacio, ha encontrado un lugar
para sentarse en un banco, donde se deja caer.
El que se llama Juanchi golpea con ritmo vago una de las columnas metálicas
con una chapita que ha recogido del suelo. El otro, Naco, quiere bailar, mientras bebe de
la botella plástica que le ha pasado su amigo.
Desde el andén del frente, otros muchachos le hacen eco con gritos y palmeos de
mano. Eso los incentiva a los dos que están de este lado a seguir con sus golpes en la
columna metálica con la chapita, y al otro a querer bailar y querer cantar.
El policía observa la situación sin moverse. Sólo ve.
Un semblante de tristeza tiene el que se ha sentado en el banco. Su mirada va
perdida a las vías, hacia el lado de donde vendrá el tren y luego con un giro de la cabeza
la lleva hacia el lado por donde se irá. Imagina una trayectoria temporal. Es lo pasajero,
lo fugaz de todo, lo que contempla. Los encuentros y despedidas tienen eso.
El que atiende el kiosco lee algo sentado entre sus revistas con una radio que le
hace compañía. Sabe cómo son los sábados a la tarde en el andén de la estación.
Empieza a oscurecer. Aparecen desde la curva lejana las luces encendidas del
tren. La pareja separa sus rostros para decirse algo y tomados de las manos se preparan
a partir. Los dos muchachos abrazados intentan bailar apoyándose en la columna.
Tambien ven al tren que se aproxima.
Llega el tren a la estación, abre sus puertas. Hay un movimiento de los que
entran y salen, el guarda controla a ambos lados y hace cerrar las puertas. El tren parte
con la estela de luz roja por atrás.
El policía camina ahora en recorrida por el andén ya vacío.
15 Cuatro Relatos Breves: Blues del Sábado a la Tarde Néstor Guestrin

Sentado en el banco queda él, pensativo. No ha querido tomar este tren para
prolongar el momento y acariciar sus recuerdos. Sólo le queda una larga ausencia.
De la radio del kiosco una trompeta deja escapar la melodía de un blues que se
dispersa por todo el andén.

a Graciela Vulpetti

Néstor Guestrin
31-Diciembre-2007

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