Sei sulla pagina 1di 48
meee AV Uo POR aha 3. La larga duracién * Hay una crisis general de las ciencias del hom- bre: todas ellas se encuentran abrumadas por sus propios progresos, aunque sdlo sea debido a la acumulacién de nuevos conocimientos y a la necesidad de un trabajo colectivo cuya organiza- cién inteligente est4 todavia por establecer; di- recta 0 indirectamente, todas se Jo uieran 0 no, por los progresos de las mas ‘al mismo tiempo que con- finan, no obstante, bregando con un humsanismo retrégrado ¢ insidioso, incapaz de servirles ya de marco. A todas ellas, con mayor o menor luci- dez, les preocupa el lugar a ocupar en el conjunto monstruoso de las antiguas y recientes investiga- ciones, cuya necesaria convergencia se vislum- ra hoy. EI problema est en saber cémo superardn las ciencias del hombre estas dificultades: sia tra- + Fernad Brandl: , cul- mina hacia finales del siglo xrx en una crénica de nuevo estilo que, en su prurito de exactitud, si- gue paso a paso la historia de los acontecimien- tos, tal y como se desprende de la corresponden- cia’ de fos embajadores 0 de los debates parla- mentarios. Los historiadores del siglo xvim y de principios del 20x habfan sido mucho més’ sen- sibles a las perspectivas de la larga duracién, la cual sélo los grandes espiritus como Michelet, Ranke, Jacobo Burckhardt o Fustel supieron re- descubrir més tarde. Si se acepta que esta supe- racién del tiempo corto ha supuesto el mayor enriquecimiento. —al ser el menos comin— de la historiografia de los tiltimos cien afios, se com- prendera la eminente funcién que han desempe- fiado tanto Ia historia de las instituciones como la de las religiones y la de las civilizaciones, y, gracias a la arqueologfa que necesita grandes’ es- pacios cronolégicos, la funcién de vanguardia de los estudios consagrados a la antigiiedad clésica. Fueron ellos quienes, ayer, salvaron a nuestro oficio, La reciente ruptura con las formas tradiciona- les del siglo x1x no ha supuesto una ruptura total con el tiempo corto. Ha obrado, como es sabido, en provecho de la historia econémica y social y en detrimento de la historia politica. En conse- cuencia, se han producido una conmocién y una renovacin innegables; han tenido lugar, inevi- tablemente, transformaciones metodolégicas, des- plazamientos de centros de interés con Ia entrada en escena de una hi Jabra, “Pers, sobre todo, se ha producido una altera- 6 Fernand Braudel ign del tiempo hist6rico tradicional. Un dia, un aio, podian parecerle a un historiador politico de ayer medidas correctas. El tiempo no era sinor una suma de dias. Pero una curva de precios, una progresién: demografica, el movimiento de salarios, las variaciones de la tasa de interés, el estudio (mas sofiado que realizado) de la produc- cién o un anélisis riguroso de la circulacién exi- gen medidas mucho més amplias. Aparece un nuevo modo de relato histérico —cabe decir el «recitativo» de la coyuntura, del ciclo y hasta del «interciclo»— que ofrece a nues- tra eleccién una decena de afios, un cuarto de siglo y, en ultima instancia, elmedio siglo del cic clo clasico de Kondratieff. Por ejemplo, si no se tienen en cuenta breves y superficiales acciden- tes, sco ira a8 7 eae cios en Eu de 1791 a 1817; ¢ precio balan-de 1817-252 o movimiento: de_alza y de retroceso mea un clo completo para Europa y casi para el a lo_entei istos periodos cronoldégicos no ‘tienen, sin jada, un valor absoluto. Con otros ba- rémetros —los del crecimiento econémico y de la renta o del producto nacional— Francois Pe- rroux® nos ofreceria otros mites quiz4 mas va- lidos. ; Pero poco importan estas discusiones en curso! El historiador dispone con toda seguridad de un tiempo nuevo, realzado a la altura de una explicacién en la que la historia puede tratar de inscribirse, recorténdose segin unos puntos de referencia inéditos, segiin curvas y su propia respiracién. Asi es como Ernest Labrousse y sus discipulos han puesto en ‘marcha, desde su manifiesto del Congreso histérico de Roma (1955), una_amplia encuesta social bajo el signo de la cuantificacién. No creo traicionar su designio afirmando que esta encuesta est4 abocada forzosamente a culminar La larga duracién o en Ja determinacién de coyunturas (y hasta de estructuras) sociales; y nada nos asegura de an- temano que esta coyuntura haya de tener la mis- ma velocidad o la misma lentitud que la eco- némica. Ademés, estos dos grandes personajes —coyuntura econémica y coyuntura social— no nos deben hacer perder de vista a otros actores, cuya marcha resultara dificil de determinar y sera quiz indeterminable a falta de medidas pre- cisas, Las ciencias, las técnicas, las instituciones politicas, los utillajes mentales y las civilizaciones (por emplear una palabra tah cémoda) tienen también su ritmo de vida y de crecimiento; y la nueva historia coyuntural solo estaré a punto cuando haya completado su orquesta. Este recitativo deberia haber conducido, l6gi- camente, por su misma superacién, a la larga duraci6n. i ' eracién no. bo _y_asis- timos hoy a una vuelta al tiempo corto; quizé Porque parece mds urgente coser juntas la histo- via «ciclica» y la historia corta tradicional que seguir avanzando hacia lo desconocido. Dicho en términos militares, se trata de consolidar_ posi- ciones adquiridas. E] primer gran libro de Ernest Labrousse, en 1933, estudiaba el movimiento ge- neral de los precios en Francia en el siglo xvur*, movimiento secular. En 1943, en el mas impor- tante libro de historia aparecido en Francia en el curso de estos tiltimos veinticinco afios, el mis- mo Emest Labrousse cedia a esa exigencia de vuelta a un tiempo menos embarazoso, recono- ge i le las_mas_vigorosas fuentes. Revoluci rancesa, una de sus rampas de lanzamiento. ga cotudiaba tr semiinercclo,- medida reste vamente amplia, La ponencia que presenté al Con. greso internacional de Paris, en 1948, Comment naissent les révolutions?, se’ esforzaba, esta Vez. 10 Fernand Braudel en_vincular_un_patetismo econémico de corta du- ‘vacién (nuevo estilo) aun patetismo politico (muy viejo estilo), el_de [as jornadas revolucionarias. Henos de nuevo, y hasta el cuello, en ef tiempo corto. Claro_est4, la operacién es licita_y util; pero gue sintomatical El Historiador se presta de buena gana a ser director de escena. ¢Cémo habria de renunciar al drama del tiempo. breve, a los mejores hilos de un muy viejo oficio? Jos ciclos y de los it is a lo que los economistas Tlaman, aunque no siem- pre lo estudien, la tendencia secular. P consideraciones sobre las crisis estructt les, que oo eee do sdiaia Te peta ae Tas vere ficaciones histéricas, se presentan como unos es- bozos o unas hipétesis apenas sumidos en el pa- sado reciente: ta_1929 y como mucho hasta in‘decada“de_1870'Representan, sin embargo, ‘una Util introduccién a la historia de larga dura- cién, Constituyen una primera Have. La segunda, mucho mas util, es la palabra es- tructur mala, es ella 1a que domina los mas_de larga duracion. Los observadores de lo social entienden por estructura una organi zacién, una coherencia, unas relaciones suficien- temente fijas entre realidades y masas sociales. , una estructura e, una arquitec- ¢s indudablemente un ensambla; tura; pero, més atin, i tarda ehormemente en desgastar yen transnar- tax Glertas estructuras estén dotadas de tan lar- ga vida que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir, Otras, por el contratio, se desin- tegran més rapidamente. Pero todas éllas cons- tituyen, al mismo tiempo, sostenes y obstaculos. La larga duracién n los EI riencias no pueden emanciparse. Pignsese en la dificultad de romper Giertos marcos geograficos, ciertas realidades bio- légicas, ciertos limites de la productividad, y has- ta determinadas coacciones espirituales: también Jos encuadramientos mentales representan prisio- nes de larga duracién. rece que el ejemplo mas accesible continia sod af de We concen peneraten Bl hombre es prisionero, desde hace sigios, de Tos cli- mas, de las vegetaciones, de las poblaciones ani- males, de las culturas, de un equilibrio lentamente construido del que no puede apartarse sin correr el riesgo de volverlo a poner todo en tela de juicio. Considérese el lugar ocupado por la trans- humancia de la vida de montafia, la permanencia en ciertos sectores de la vida maritima, arraiga- dos en puntos privilegiados de las articulaciones litorales; reparese en la duradera implantacién, de las ciudades, en la persistencia de las rutas y de los traficos, en la sorprendente fijeza del mar- co geografico de las civilizaciones. i ii supervivencias se de lo cultural. ET mag- constituye dan_en el inmenso camp Therencia_dk jerfo, abrumada_a_su vez por una. vill fites intelec- icién_de Tas tuales ha vivido hasta los si tr¥Endose_de los mismos temas, Tas mismas com: paraciones y los mismos lugares comunes. En una linea de pensamiento andloga, el estudio de Lu- cien i i Eebure Rabelais et le problime de Vincro- lems sigcle’, pretende precisar el uti- TSR ar paesignto Trances en Ta époce n Fernand Braudel de Rabelais, ese conjunto de concepciones que, mucho antes de Rabelais, y mucho después de él ha presidido las artes de vivir, de pensar y de creer y ha limitado de antemano, con dureza, la aventura intelectual de los espiritus ms libres. El tema tratado por Alphonse Dupront ™ aparece también como una de laS-mas nuevas investiga- ciones de la Escuela histérica francesa: la idea de Cruzada ; is en Occidente, después deL siglo x1V—es decir, con mucha posteriori : la «verdadera» cruzada—, como la continuidad le_una_actitud de larga duracién que, repetic sin fin, atraviesa las sociedades, Jos mundos y Tos psiquismos mas diversos, y alcanza con un ultimo reflejo_a_los hombres _del_sigl Pierre Francastel, Peinture et Soci en un terreno todavia préximo, a partir de los principios del Renacimiento flarentino, la perma- nenci io _pict6rico «seoméirica» nada i xf yila pintura intelectual de principios de nuestro siglo. La historia de las ciencias también conoce uni- ‘versos construidos que constituyen otras tantas explicaciones imperfectas pero a quienes les son concedidos por lo general siglos de duracién. Sélo se les rechaza tras un muy largo uso. El universo aristotélico no fue précticamente impugnado has- ta Galileo, Descartes y Newton; se desvanece en- tonces ante un universo profundamente geome- trizado que, a su vez, habia de derrumbarse, mu- cho mds tarde, ante las revoluciones einsteinia- nas", Por una paradoja sdlo aparente, la_dificultad cstriba en descul rir Ja larga duracién en un terre- no_en_el_que Ja_ investiga de objener_innegables éxitos: cleconémico. Ciclos, interciclos y crisis estruciurales encubren aqui Jas regularidades y las permanencias de sistemas ©, como también’ se ha dicho, de civilizaciones La larga duracién B econémicas": es decir, de viejas costumbres de pensar o de obrar, de marcos resistentes y tena- ces a veces contra toda légica. Pero mejor es razonar sobre un ejemplo, répi- damente analizado. Consideremos, muy préximo a nosotros, en el marco, de Europa, yn_sistema econémico’ que se inscribe en algunas Tineas y as gen reglas generales bastante claras: se mantiene ¢ vigor_aproximadamente desde _el siglo xtv_al_si- lo xv —di ara_mayor seguridad, que asta Ia década de 1750. Durante siglos, la acti- vic econémica pblacic axalgamente frigles como To. demuesiran los grandes reflujos de 1350-1450 y, sin duda, de 1630- T730"" A lo largo de siglos, la circulacion asiste al triunfo del agua y de la navegacién, al cons- tituir cualquier espesor continental un obstdculo, una inferioridad. Los auges europeos, salvo excep- ciones que confirman la regla (ferias de Cham- pagne, ya en decadencia al iniciarse el perfodo, 0 ferias de Leipzig en el siglo xv1m), se sitéan a lo largo de. franjas,litorales, Qjras-caracterfsticas de este sistema: la primacia de mercaderes y co- fresslantes, el papal eminente desenipetiado por los metales preciosos, oro, plata, ¢ incluso cobre, cuyos choques incesantes’ sélo seran amortigua- dos, al desarrollarse decisivamente el crédito a finales del siglo xvr; las_repetidas dentelladas de las_crisis_agricolas estacionarias; la fragilidad, Ce aie ism de Ia’ vida econo: mica; la funcién, por iltimo, desproporcionada a primera vista, ‘de uno o dos grandes traficos exteriores: el comercio del Levante del siglo xm al siglo xv1, el comercio colonial en el siglo xvi. He definido asi —o mejor dicho he evocado a mi vez después de algunos otros— los rasgos fundamentales, para Europa Occidental, del ca: jitalismo comercial, etapa de larga duracién. Es tos cuairo_o cinco siglos_de vida econémica, a "4 Fernand Braudel gus; todavia no-hemos salida. Estuvieron carac- terizados por una serie de raseos comunes que ieron i 's miientras que a su al rededor, entre otras continuidades, miles de rup- turas y de conmociones renovaban la faz del mundo. Entre los diferentes tiempos de la historia, la larga duracién se presenta, pues, como un perso- naje embarazoso, complejo, con frecuencia iné- dito, Admitirla en el seno de nuestro oficio no puede representar un simple juego, la acostum- brada ampliacién de estudios y de ‘curiosidades. Tampoco se trata de una eleccién de Ia que la historia serfa la tinica beneficiaria. Para el histo- tiador, aceptarla equivale a prestarse a un cam- bio de estilo, de actitud, a una inversién de pen- samiento, a.'una nueva ‘concepcién de lo. social Equivale'a familiarizarse con un tiempo frenado, a veces incluso en el limite de lo mévil. Es Icito, desprenderse en este nivel, pero no en otro —vol- veré sobre ello del tiempo exigente de la histo- ria, salirse de él para volver a él més tarde pero con otros ojos, cargados con otras inquietudes, con, otras preguntas. La totalidad de. en_todo caso, ser jlante M0_a_ i infraestructura_en relacién a estas capas de ik ;, todas las miles de fragmentaciones del tiempo de la historia, se comprenden a partir de rofundidad, de emiins lidad; sea ind Sie selene nds en tore la No pretendo haber definido, en las lineas pre- cedentes, el oficio de historiador sino una concep- cién del mismo. Feliz —y muy ingenuo también— La larga duracién % quien crea, después de las tempestades de los Ailtimos afios, que hemos encontrado los verda- deros principios, los limites claros, la buena Es- cuela, De hecho, todos los oficios de las ciencias sociales no cesan de transformarse en raz6n de sus propios movimientos y del dinamico movi- miento de conjunto. La hisioria no constituye una excepcién. No se visumbra, pues, nit quie- tud; y Ia hora de los discipulos’ no ha sonado todavia. Mucho hay de Charles Victor Langlois y de Charles Seignobos a Mare Bloch; pero des- de Mare Bloch la rueda no ha cesado de girar. Para mi. Ja historia es la suma de todas las his- torias _posibles: una coleccién de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy y de matiana. El iinico error, a mi modo de ver, radicarfa en escoger una de estas historias a expensas de las dems. En ello ha consistido —y en ello consis- tirfa— el error historizante. No ser4 facil, ya se sabe, convencer de ello a todos los historiadores, y menos ain a las ciencias sociales, empefiadas fen arrinconarnos en la historia tal como era en el pasado. Exigiré mucho tiempo y mucho esfuer- zo que todas estas transformaciones y novedades sean admitidas bajo el viejo nombre de historia Y no obstante, una «ciencia histérica> nueva ha nacido y contintia interrogindose y transformén- dose. En Francia, se anuncia desde 1900 con la Revue de Synthése historique y con los Annales a partir de 1929. El historiador ha pretendido preocuparse por todas las ciencias del hombre. Este hecho confiere a nuestro oficio extrafias fron- teras y extrafias curiosidades. Por lo mismo, no imaginemos que existen entre el historiador y Tas diferencias que antes exist Seesat tethombte comprsndida ia historia, o> t4n contaminadas unas por otras. Hablan o puc- den hablar el mismo idioma. 16 Fernand Braudel Ya se coloque uno en 1558 o.emel afio de gracia de 1958, para quien pretenda captar el mundo, se trata’ de definir una jerarquia de fuerzas, de corrientes y de movimientos particulares; y, mas tarde, de recobrar una constelacién de conjunto. En cada momento de esta investigacién, es nece- sario distinguir entre movimientos largos y em- pujes breves, considerados estos iiltimos en sus fuentes inmediatas y aquellos en su proyeccién de un tiempo lejano. El mundo de 1558, fan des- apacible desde el punto de vista francés, no nacié en el umbral de ese afio sin encanto. ¥ lo mismo gcurre, siempre visto desde el punto de vista francés, con el dificil afio de 1958. Cada s 2 ersia del tiempo corto Estas verdades son, claro est, triviales. A las ciencias sociales no ‘les tienta en absoluto, no obstante, la bisqueda del tiempo perdido. No quiere esto decir que se les pueda reprochar con firmeza este desinterés y se les pueda declarar siempre culpables por no aceptar la historia o la duracién como dimensiones necesarias de sus es- tudios, Aparentemente, incluso nos reservan una buena acogida; el examen «diacrénico» que re- introduce a Ia’ historia no siempre est4 ausente de sus preocupaciones tedricas. ‘Una vez apartadas estas aquiescencias, se im- pone sin embargo admitir que las ciencias sacia- les, por gusto, por instinto profundo y quizA por formacién, tienen_siempre i indi se evaden de ello me- diante dos procedimientos casi opuestos: el uno «sucesualiza» 0, si se quiere, «actualiza» en exce- so los estudios sociales, mediante una sociologia La larga duracién n empirica que desdefia a todo tipo de historia y ie se limita _a los datos del tis dal ; el otro rebasa simplemente al tiempo, imaginando en el término de una «cien- cia de la comunicacién» una formulacién mate- mética de estructuras casi intemporales. Este tl timo procedimiento, el més nuevo de todos, es con toda evidencia el tinico que nos pueda intere- sar profundamente. Pero lo episédico (évenemen- tiel) tiene todavia un mimero suficiente de parti- darios como para que valga la pena examinar sucesivamente ambos aspectos de la cuestién. He expresado ya mi desconfianza respecto de una historia que se limita simplemente al relato de los acontecimientos 0 sucesos. Pero seamos justos: si existe pecado de abusiva y exclusiva preocupacién por los acontecimientos, la histo- ria, principal acusada, no es ni mucho’ menos, la tinica culpable. iencias sociales incu- xen en este terror, Tanto los economistas como los demégrafos y los gedgrafos estan divididos 12%, mal divididos— entre el pasado y el presente; la prudencia exigirla que mantuvieran igualados os dos platillos de la balanza, cosa que resulta evidente para el demégrafo y que es casi evidente para los gedgrafos (en particular para los fran- ceses, formados en la tradicién de Vidal de la Blache); pero, en cambio, es cosa muy rara de economies, prisioncras de Ta mas corta actualidad y en re ifmite y un presente que los planes y previsiones pro- Tongan en el inmediato porvenir algunos meses y —todo lo més— algunos afios. Sostengo que Yodo pensamiento econémico_se encoenta Bo- qe ‘por esta restriccién temporal. A los his- toriadores les corresponde, dicen los economis- tas, remontarse més allé de 1945, en busqueda 78 Fernand Braudel! de viejas economfas; pero al aceptar esta restric- cidn, los economistas se privan a si mismos de un extraordinario campo de observacién, del que prescinden por su propia voluntad sin por ello fegar su valor. l_economista. se_ha ac . Ta posicin de los etndgrafos y de los etnélo- gos no es tan clara ni tan alarmante. Bien es ver- dad que algunos de ellos han subrayado la impo- sibilidad (pero a lo imposible estan sometidos todos los intelectuales) y la inutilidad de la his- toria en el interior de sit oficio. Este rechazo au- toritario de Ia historia no ha servido sino para mermar la aportacin de Malinowski y de sus discipulos. De hecho, es imposible que la antro- pologia, al ser —como acostumbra a decir Claude LéviStrauss “— la aventura misma del espiritu, se desinterese de la historia. En toda sociedad, por muy tosca que sea, cabe observar las «garras del acontecimiento»; de la misma manera, no existe una sola sociedad cuya historia haya nau- fragado por completo. A este respecto, seria un error por nuestra parte el quejarnos o él insistir. it Fl tante enérgica en las fronteras del tiem] el ‘sociologfa de las cncuestas sobre lo actual y de Tas encuestas en mil direcciones, entre sociologia, psicologia y economia, Dichas encues- tas proliferan en Francia y en el extranjero. Cons- tituyen, a su manera, una apuesta reiterada a favor del valor insustituible del tiempo presente, de su calor evolcénico», de su copiosidad, ; Para qué volverse hacia el tiempo de la historia: em- pobrecido, simplificado, asolado por el silencio, reconstruido, digo bien, reconstruido? Pero, en realidad, el problema est4 en saber si este tiem- po de la historia esta tan muerto y tan recons- truido como dicen. Indudablemente el historia- La larga duracién @ dor demuestra una excesiva facilidad en desen- trafiar lo esencial de una época pasada; en tér- minos de Henri Pirenne, distingue sin dificultad los «acontecimientos importantes» (entiéndas «aquellos que han tenido consecuencias»), Se tra- ta, sin ningiin género de dudas, de un peligroso procedimiento de simplificacién. Pero ¢qué no daria el viajero de lo actual por poseer esta pers- pectiva en el ticmpo, susceptible de desenmasca- rar y de simplificar la vida presente, la cual re- sulta confusa y poco legible por estar anegada en gestos y signos de importancia secundaria? Lévi. Strauss pretende que una hora de conversacion con un contemporineo de Platén le informaria, en mucho mayor grado que nuestros t{picos di cursos, sobre la coherencia o incoherencia de la civilizacién de la Grecia cldsica “, Estoy totalmen- te de acuerdo. Pero esto obedece a que, a lo lar- g0 de afios, le ha sido dado ofr cientos de voces griegas salvadas del silencio. El historiador le ha preparado el viaje. Una hora en la Grecia de hoy no le ensefiaria nada 0 casi nada sobre las cohe- rencias 0 incoherencias actuales. ‘Més atin, el encuestador del tiempo presente sélo alcanza las «finas» tramas de las estructu- ras a condicién de reconstruir también él, de an- ticipar hipétesis y explicaciones, de rechazar lo real tal y como es percibido, de truncarlo, de su- perarlo; operaciones todas’ ellas que permiten escapar a los datos para dominarlos mejor pero que —todas ellas sin excepcidn— constituyen re- construcciones. Dudo que la fotografia sociolé- gica del presente sea mas «verdadera» que el cua- dro historico del pasado, tanto menos cuanto més alejada pretenda estar de lo reconstruido. Philippe Ariés" ha insistido sobre la importan- cia del factor desorientador, del factor sorpresa en la explicacién histérica: "se tropieza uno, en el siglo xvt, con una extrafieza; extrafieza para 80 Fernand Braudel uno que es hombre del siglo xx. ¢Por qué esta diferencia? El problema esta planteado. Pero a mi modo de ver Ia sorpresa, la desorientacién, el alejamiento y Ia perspectiva —insustituibles mé ios de conocimiento todos ellos— son igual- mente necesarios. pars comprender aquello" que nos rodea tan de cerca que es dificil vislumbrarlo con claridad. Si uno pasa un afio en Londres, lo més probable es que Iegue a conocer muy mal Inglaterra. Pero, en comparacién, a la luz de los asombros experimentados, comprendera brusca- mente algunos de los rasgos més profundos y originales de Francia, aquellos que no se cono- cen a fuerza de conocerlos. Frente a lo actual, el pasado confiere, de la misma manera, perspectiva. Los historiadores y los social scientists po- drfan, pues, seguir devolviéndose la pelota hasta el infinito a propésito del documento muerto y del testimonio demasiado vivo, del pasado lejano y de la actualidad préxima en exceso. No creo ue resida en elo el problema fundamental. Pre Ig.gue se mueve de prisa, hacia To que sobresale ‘sam Biar, doo Se_pone inmediatamente de Pranines Gus monstone steered hechos. de acontecimientos, tan erifadosa como la de las, ciencias histéricas, acecha al observador apresu- rado, tanto si se trata del etndgrafo que durante tres ‘meses se preocupa por una tribu polinesia como si se trata del socidlogo industrial que «des- cubre> los tépicos de su tiltima encuesta o que cree, gracias a unos cuestionarios hébiles y a las combinaciones de fichas perforadas, delimitar per- fectamente un mecanismo social. Lo social es una liebre mucho mas esquiva. Qué interés puede merecer, en realidad, a las La larga duracién 8 ciencias del hombre los desplazamientos —de los que trata una amplia y seria encuesta sobre la regin parisina“— que tiene que efectuar una joven entre su domicilio en el XVI*"* arrondisse- ‘ment, el domicilio de su profesor de misica y la Facultad de Ciencias Politicas? Cabe hacer con ellos un bonito mapa. Pero bastaria con que esta joven hubiera realizado estudios de agronomia © practicado el ski acudtico para que todo cam- biara en estos viajes triangulares. Me alegra ver representada en un mapa la distribucién de los domicilios de los empleados de una gran empre- sa; pero si carezco de un mapa anterior a esta distribucién, sila distancia cronolégica entre los puntos sefialados no basta para_permitir inscri- ‘birlo todo en un verdadero movimiento, no exis- tird Ja problematica a falta de To cual una encucs- ta_no_es sino un esfuerzo inutil, El interés de estas encuestas por la encuesta estriba, todo lo mas, en acumular datos; teniendo en cuenta que ni siquiera seran validos todos ellos ipso facto para trabajos futuros. Desconfiemos, pues, del arte por el arte. De la misma yy como ocurrié en los casos de Auxerre o de Vien ne en el Delfinado*, de no haber sido inscrito en_la_duracién_histérica. pogrom en tension con crisis, cortes, averfas y célculos necesarios propios, debe ser situada de nuevo tanto en el complejo de las campos que la rodean como en el de esos archipiélagos de ciudades ve- cinas de las que el historiador Richard Hapke fue el primero en hablar; por consiguiente, en el movimiento mds 0 menos alejado en el tiempo —a veces muy alejado en el tiempo— que alienta a este complejo. Y no es indiferente, sino por el contrario esencial, al constatar un determinado Fermand Braudel, 6 a Fernand Braudel intercambio entre el campo y la ciudad o una determinada rivalidad industrial 0 comercial, el saber si se trata de un movimiento joven en ple- no impulso o de una tiltima bocanada, de un lejano resurgir 0 de un nuevo y monétono co- mienzo, Unas palabras para concluir: Lucien Febvre, durante los ultimos diez afios de su vida, ha repe- tido: historia, ciencia del pasado, ciencia del presente». La historia, dialéctica de la_duracién, gno es acaso, a su manera, explicacion SO cial en toda su realidad y, por tanto, también de Jo actual? Su Ieccién vale en este aspecto como puesta en guardia contra el acontecimiento: no pensar tan sélo en et tiempo corto, no creer que sélo los sectores que meten ruido son los mas auténticos; también los hay silenciosos. Pero, evale la pena recordarlo? 3. Comunicacién y matematicas sociales Quizé hayamos cometido un error al detener- nos en demasfa en la agitada frontera del tiempo corto, donde el debate se desenvuelve en realidad sin gran interés y sin sorpresas utiles. El debate fundamental esté en otra parte, allf donde se en- cuentran aquellos de nuestros vecinos a Jos que arrastra la mas nueva de las ciencias sociales bajo el doble signo de la «comunicacién» y de la ma- temitica. Pero no ha de ser fécil situar a estas tentativas con respecto al tiempo de la historia, a Ia que, al menos en apariencia, escapan por entero. Pero, de hecho, ningin estudio social escapa al tiempo de la historia En esta discusién, en todo caso, conviene que el lector, si quiere’ seguirnos (tanto si es para aprobarnos como si es para contradecir nuestro La larga duracién 8 punto de vista), sopese, a su vez, uno por uno, Jos términos de su vocabulario, no enteramente nuevo, claro est4, pero si recogido y rejuvenecido en nuevas discusiones que tienen lugar ante nues- tros ojos. Evidentemente, nada hay que decir de nuevo sobre el acontecimiento o la larga dura- cién, Poca cosa sobre las estructuras, aunque la palabra —y la cosa— no se encuentren al amparo de las discusiones y de las incertidumbres ®. Int- til también discutir mucho sobre los conceptos de sincronia y de diacronta; se definen por sf mismos, aunque su funcién, en un estudio con- creto dé lo esencial, sea menos facil de cerner de Jo que aparenta. En efecto, en el lenguaje de la historia (tal y como yo lo imagino) no puede absoluto haber sincronia perfecta: una suspen- sin instanténea que detenga todas Jas duracio- nes es précticamente un absurdo en sf 0 —lo que es lo mismo— muy artificioso; de la misma manera, un descenso segiin la pendiente del tiem- po sélo es imaginable bajo la forma de una m tiplicidad de descensos, segtin los diversos ¢ i numerables rfos del tiempo. Estas breves precisiones y puestas en guardia bastardn por el momento. Pero hay que ser mas explicito en lo que concierne a la historia incons- Ciente, a los modelos, a las matemdticas sociales. ‘Ademés, estos comentarios, cuya necesidad se im- pone, sé retinen —o espero que no tardarén en Teunirse— en una problematica comin a las cien- cias sociales. La historia inconsciente es, claro esté, la histo- ria de las formas inconscientes de lo social. «Los hombres hacen la historia pero ignoran que la hacen», La formula de Marx esclarece en cierta manera, pero no resuelve, el problema. De hecho, ¢s una vez més, todo el problema del tiempo cor. to, del «microtiempos, de los acontecimientos, el ‘que se nos vuelve a plantear con un nombre nue- cy Fernand Braudel! vo. Los hombres han tenido siempre la impre- sién, viviendo su tiempo, de captar dia a dia su descnvolvimiento. gEs esta historia consciente, abusiva, como mushos historiadores, desde hace tiempo ya, coinciden en pensar? No hace mucho que la lingtiistica crefa poderlo deducir todo de las palabras. En cuanto a Ja historia, se forié Ja ilusién_de que todo _podia ser deducido de Tos acontecimientos, Mas de uno de nuestros contem- pordneos se inclinarfa de buena gana a pensar que todo proviene de los acuerdos de Yalta o de Potsdam, de los accidentes de Dien-Bien-Fu o de Sakhiet-Sidi-Yussef, o de este otro acontecimien- to —de muy distinta importancia, es verdad— que constituyé el lanzamiento de los sputniks. La. islavia inconsciente transcurre mds alla de estas luces, de sus flashes. Admitase, pues, que existe, a una cierta distancia, un inconsciente social. Ad: miftase, ademas, en espera de algo mejor, que este inconsciente sea considerado como mas rico cien- tificamente que la superficie relampagueante a la que estan acostumbrados nuestros ojos; mas rico cientificamente, es decir, mds simple, ‘més facil de explotar, si no de descubrir. Pero el reparto entre superficie clara y profundidades oscuras —entre ruido y silencio— es dificil, aleatorio. Afiadamos que la historia «inconsciente» —terre- no a medias del tiempo coyuntural y terreno por excelencia del tiempo estructural— es con fre- cuencia mds netamente percibida de lo que se quiere admitir, Todos nosotros tenemos la sen- sacién, més allé de nuestra propia vida, de una historia de masa cuyo poder y cuyo empuje son, bien es verdad, mas faciles de percibir que sus eyes 0 su duracién. Y esta conciencia no data ‘inicamente de ayer (asi, por ejemplo, en lo que concierne a la historia ‘econémica), aunque sea hoy cada vez més viva. La revolucién —porque se trata, en efecto, de una revolucién en espfritu— La larga duracién 8 ha consistido en abordar de frente esta semi curidad, en hacerle un sitio cada vez mas amplio al lado —por no decir a expensas— de los acon- tecimientos, En esta prospeccién en la que la historia no esta sola (no hace, por el contrario, mas que se- guir en este campo y adaptar a su uso los puntos de vista de las nuevas ciencias sociales), han sido construidos nuevos instrumentos de conocimien- to y de investigacién, tales como —mas 0 menos perfeccionados, a veces artesanales todavia— los modelos. , sistemas de explicacion sdlidamente vinculados segin la forma de la ecuacién o de la funcién; esto iguala a aquello o determina aquello. Una determinada realidad sélo aparece acompafiada de otra, y entre ambas se ponen de manifiesto relaciones estrechas y constantes. El modelo es- tablecido con sumo cuidado permitiré, pues, en- causar, ademas del medio social observado’ —a partir ‘del cual ha sido, en definitiva, creado—, otros medios sociales de la misma naturaleza, a través del tiempo y del espacio. En ello reside su valor recurrente. Estos sistemas de explicaciones varian hasta el infinito segin el temperamento, el célculo o la finalidad de los usuarios: simples © complejos, cualitativos o cuantitativos, estati- cos o dindmicos, mecénicos o estadisticos. Esta liltima distincién la recojo de Cl. Lévi-Strauss. De ser mecénico, el modelo se encontraria a la medida misma de la realidad directamente obser- vada, realidad de pequefias dimensiones que no afecta més que a grupos mintisculos de hombres (asi proceden los etnélogos respecto de las socie- dades primitivas). En cuanto a las grandes socie- dades, en las que grandes ntimeros intervienen, se imponen el cdlculo de medias: conducen a mo. delos estadisticos. Pero | poco importan estas de- finiciones, a veces discutibles! 86 Fernand Braudel Desde mi punto de vista, lo esencial consiste en precisar, antes de establecer un programa co- miin de las ciencias sociales, la funcién y los limi- tes del modelo, al que ciertas iniciativas corren el riesgo de infiar en exceso. De donde se deduce idad_de confrontar_ también los los i porque de Ia duracién que implican dependen bastante intimamente, a mi modo de ver, tanto su significacién como ‘su valor de explicacién. Para una mayor claridad, tomemos una serie de ejemplos de entre los ‘modelos histéricos® —entiéndase: fabricados por los historiadores—, modelos bastante elementales y rudimentarios que ara ver alcanzan el rigor de una verdadera regla cientifica y que nunca se han preocupado de des- embocar en un lenguaje matematico revoluciona- rio, pero que, no obstante, son modelos a su ma- nera. Hemos hablado més arriba del capitalismo co- pail ere ox sgt sv 2 entre Jos siglos xv y XVINI: se {rata de unc le uno le los modelos elaborados por Marx, Sdlo se apli & enteramente a una Tania dada de sociedades y alo largo de un tiempo dado, aunque deja la puerta abierta a todas las extrapolaciones. Algo diferente ocurre ya con los modelos que he esbozado, en un libro ya antiguo™, de un ciclo de desarrollo econémico, a propésito de las ciudades italianas entre los siglos xvt y xvini, sucesivamente mercantiles, «industriales>, y mas tarde especiali- zadas en el comercio bancario; esta tiltima activi dad, la més lenta en florecer, fue también la més lenta en desaparecer. Este bosquejo, més restrin- gido de hecho que la estructura del capitalismo mercantil, serfa, mas facilmente que aquél, suscep- tible de extenderse tanto en la duracién como en el espacio. Registra un fendmeno (algunos dirsan una estructura dindmica; pero todas las estructu- ras de la historia son, por lo menos, elemental- La larga duracién a mente dindmicas) capaz de reproducirse en un niimero de circunstancias faciles de reencontrar. Quizé quepa decir lo mismo del modelo, esbozado por Frank Spooner y por mi mismo*, respecto de la historia de los metales preciosos, antes, en y después del siglo xvr: oro, plata y ‘cobre —y crédito, agil sustituto del metal— son, ellos tam- bién, jugadores; la *, como pedia Vidal de la Blache ya en 1903. En Ja practica —porque este articulo tiene una finalidad practica— desearia que las ciencias so- ran, i sol FOX no es ciencia social, sobre lo que es 0 no cs estructura... Que intenten mas bien trazar, a tra- vés de nuestras investigaciones, las lineas —si lineas hubiere— que pudieran orientar una inves- tigacién colectiva y también los temas que per falter aleanzar tna primera ia. Yo ersonalmente Iamo a estas Imeas matematiza: cin, reduccion_al_espacio, Targa duracion, Pero me interesaria’ conocer cules propondrian’ otros 106 Fernand Braudel cialistas. Porque este articulo, no hay nece- sidad de decirlo, no ha sido casualmente colocado bajo la nibrica de Debates y Combates. Pretendo plantear —no resolver— problemas en los que por desgracia cada uno de nosotros, en Io que no concierne a su especialidad, se expone a eviden- tes riesgos. Estas paginas constituyen un lama- miento a la discusién.

Potrebbero piacerti anche