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Los albores de la transición.

¿Dónde esta el peronismo,


Si no es en los sindicatos?
Dirigente sindical peronista.
Citado en Clarín, 25/8/1985

El presente trabajo gravitará sobre la relación entre gobierno y


sindicatos durante la transición democrática, y por ende nos
abocaremos a la etapa final de la dictadura militar y a los años
alfonsinistas. En este marco, explicitaremos los virajes institucionales
y políticos de los sindicatos. Este será nuestro objeto de estudio
principal, y paralelamente, puesto que es imposible prescindir de
ellos, sondearemos los diferentes roles del sindicalismo en tanto
representantes de los intereses de los trabajadores e integrantes del
Partido Justicialista.
Para dicha empresa nos serviremos de un cuerpo de
investigaciones previas que citaremos oportunamente y se detallarán
luego al final del presente escrito, en las que se analizan distintos
momentos, puntos de vista y los intereses de los actores que
formaron parte del proceso. En este sentido, se observará: el
accionar sindical frente al gobierno y viceversa, específicamente las
distintas respuestas en torno a los diferentes planes económicos y
sus posicionamientos en tanto miembros del Partido Justicialista.
Creemos que las diferentes perspectivas de los autores que analizan
esta coyuntura pueden servirnos para contemplar la salida de la
dictadura militar junto con la (re) composición de los sindicatos y sus
dilemas internos, la relación entre partidos y sindicatos, y el tipo de
representación que expresan.
El sindicalismo llega a la coyuntura electoral de 1983 con
divisiones internas que se originaron durante la dictadura militar. En
ese momento los sindicatos mantuvieron distintas posturas frente a la
política gubernamental. Según Arturo Fernández la autonomía del
sindicalismo (idea propia del autor) condujo a los gremialistas a la
adopción de al menos tres formas de relacionarse con el Estado
desde 1976. Estas actitudes son las que denomina: participación,
confrontación y lucha clasista. En el pasado reciente el sector
“participacionista” había considerado que la concertación social era el
objetivo esencial de la acción sindical y se dispuso dialogar y negociar
con los militares. Recién en junio de 1978 surgió la Comisión de
Gestión y Trabajo que constituyó la base principal de la Comisión
Nacional de Trabajo. Los “confrontacionistas” crean la Comisión
Nacional de las 25 Organizaciones, desconociendo la presencia de los
interventores y reconociendo como autoridades legítimas de los
gremios a quienes habían sido elegidos antes del 24 de marzo de
1976. En junio 1978 fundan el Movimiento Sindical Peronista y
convocan al primer paro general en abril de 1979. Por su parte, la
lucha clasista expresó la voluntad de lucha del obrero peronista,
sumado a vertientes de pensamiento del clasismo marxista y
perspectivas revolucionarias1. A estos últimos se dirigió la represión
en su versión más cruda de exterminio. Con esto dejamos en
manifiesto que el movimiento obrero argentino y sus sindicatos, no
son homogéneos, sino que tienen matices y que, además, es
necesario tener en cuenta que no todo el movimiento obrero estuvo
identificado directamente con el peronismo.
Estas fueron las posturas que toman los sindicatos frente a los
gobiernos militares, pero existen otros factores a tener en cuenta en
el momento de la transición. Hay que sumar entre otros, la débil
situación económica; la tensa situación del cuerpo militar, que pierde
paulatinamente la paupérrima legitimidad que pudo conseguir con el
salto hacia adelante que significó la guerra de las Islas Malvinas; la
inminente transición hacia un gobierno democrático; y los distintos
grupos de lucha por los derechos humanos que tendrán todos en
distinta medida, sino participación, al menos diferentes grados de
influencia en la política por venir.

1
Fernández, Arturo, Las prácticas sociales del sindicalismo (1976-1982), Buenos Aires, CEAL, 1985
A medida que retrocede la dictadura militar avanza el
reordenamiento democrático. En 1983 (como desde 1946 en
adelante) el mapa político argentino puede dividirse, como lo explica
Juan Carlos Torre, entre un polo peronista y otro no peronista.
Como explica Steven Levitsky, (en el polo perosnista podría
decir) de este reordenamiento brota el PJ como un partido de base
sindical (de facto). Al iniciarse en 1983 el período de transición a la
democracia, el PJ estaba dominado por el sindicalismo organizado. La
fuente principal de la hegemonía sindical era el control que los
sindicatos ejercían sobre los recursos económicos y organizativos. Su
manejo de las obras sociales de los trabajadores y el contacto que
mantenían con importantes industriales los ubicaban en mejor
posición que la de los políticos del PJ en lo relativo a la financiación de
la actividad política2. Esta tradición de los sectores sindicales de
representar al Partido Justicialista arraiga fuertemente en la historia.
Allá por 1955, durante la proscripción y prohibición de nombrar en
público o privado a Perón y Eva Perón, cuando se suprime el Partido
Peronista, los sindicatos se transformaron en los representantes
políticos del peronismo y esto se debió a su gran poder organizativo.
Los dirigentes sindicales emergieron como los depositarios de los
ideales y valores, de la política y de las luchas por la reivindicación
social.
Por aquel entonces, en toda su resistencia el objetivo principal
fue el retorno de Perón. Fue su leitmotiv y tras su muerte siguieron
resistiendo los avatares que buscaron anularlos, en pos de una lucha
por constituirse y mantener su identidad. Actitud que en su mayoría
tendrán a lo largo de la transición. Si bien no es uniforme el
movimiento sindicalista, ni todos los sindicatos son peronistas,
creemos que ésta es la esencia que arrastran en su historia, y que
demostrarán de distintas formas. Por ello no es de extrañar que ésta
instancia de representación del Partido Justicialista tras la victoria

2
Steven Levitsky, La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, (1983-
1999) páginas 125-126.
radical se haya sucedido, no con tranquilidad y normalidad (en el
sentido pasivo de la palabra) pero sí con bastante asimilación.
En cada uno de los polos, el peronista y el no peronista, se
bifurcaron la opciones para llevar a cabo dicho proceso eleccionario,
que se realizó finalmente el 30 de octubre de 1983. Ampliando la
cuestión, recordemos primeramente que para las tan esperadas
elecciones, Raúl Alfonsín, candidato por la UCR, denunció un pacto
sindical-militar, que aprovecharían los sectores militares para
asegurarse su inmunidad frente a la esporádica revisión de los
crímenes ocurridos durante la dictadura3. ¿De qué hablamos
exactamente cuando hablamos del pacto sindical-militar? Pues bien,
nos ubicamos en las postrimerías de la dictadura militar y a inicios de
la transición democrática, en donde el Ministerio de Trabajo pudo
estrechar las manos con la dirigencia sindical tras haber acordado
retirar las intervenciones a algunos sindicatos, prorrogando el
mandato de las antiguas comisiones directivas o nombrando
comisiones normalizadoras, donde en algunos casos se convocaron a
elecciones por la Ley sindical N° 22.105, sancionada en la dictadura.
Esto es lo que denunció Alfonsín como el nudo, el núcleo de una
estratagema, el centro del acuerdo, del pacto sindical-militar al que
obviamente, sobre todo por la coyuntura, no le faltarían apelativos
tales como, corporativista y anti-democrático. En un reflejo más fiel,
justo, y objetivo de las palabras utilizadas podemos ver tal alusión en
la siguiente frase del propio candidato radical declarada a la prensa el
23 de abril de 1983:
“… queremos un sindicalismo fuerte (…) alejado del
compromiso con cualquier partido.”4

Entiéndase esto como un sindicalismo desligado de cualquier


actividad política. Es decir: separado y desvinculado del sector

3
Actitud sin duda factible si se tiene en cuenta el sector “participacionista” de los sindicatos, los cuales
mantuvieron más que cómodas relaciones con el gobierno militar, incluso formaron la comisión nacional
de trabajo. Fernández, Arturo, …. citar
4
Ernesto Villanueva, Conflicto obrero. Transición política, conflictividad obrera y comportamiento sindical
en la Argentina, (1984-1989), Bernal, UNQ, 1994
peronista al cual responde y en cierta medida, por estos instantes,
representa. Así, el triunfo de la Unión Cívica Radical, colocó a las
conducciones sindicales peronistas frente a un doble desafío. En
primera instancia debían resolver la crisis interna del peronismo
provocada por la derrota electoral asumiendo las responsabilidades
de la misma. En segunda instancia, debían constituirse en oposición
de un gobierno constitucionalmente elegido sin proscripciones. Más
hondamente, estos elementos establecían unas condiciones de
aislamiento político y social del movimiento obrero, como corolario
de las mutaciones provocadas durante los últimos años (Levitsky).
La derrota del Partido Justicialista es de singular importancia
puesto que dejaba vislumbrar la crisis de liderazgo interno en el cual
estaba sumergido. Pero esto no impidió a los sindicatos jugar un rol
protagónico, siendo un sustituto del PJ, posibilitando su
reconstrucción e incorporando dirigentes sindicales al poder. Cabe
preguntarse ahora en qué ámbito los dirigentes sindicales y
partidarios recuperaron su presencia pública. Quizás la respuesta
podría hallarse de alguna manera en sus posicionamientos frente a la
política económica, más íntimamente relacionada con las inquietudes
de la sociedad en general, lo que haría trascender los limites de su
visibilidad.

Recuperación de la República vs. Recuperación institucional-


sindical.

A la vez que el gobierno de Alfonsín aparece entrelazado a la


recuperación de la República, los sindicatos durante la década del
ochenta se empecinaron en la recuperación de las instituciones de la
legislación laboral afectada por los años militares. Si podemos
considerar a esta contraposición como una disputa, quienes salieron
mejores parados (o en el peor de los casos los menos perjudicados)
fueron los sindicatos, puesto que entre 1983 y 1987 obtuvieron la
promulgación de las leyes de asociaciones sindicales, la de
negociaciones colectivas y control sindical de las obras sociales.
¿Cómo lo lograron, cómo obtuvieron dichas concesiones del
Gobierno?
Tales logros fueron resultado de un proceso en el que incidieron
tanto las pujas internas del propio sindicalismo, el reacomodamiento
de las diversas corrientes político-sindicales, y la oposición de un
sector significativo del mismo a cuestiones centrales de la política
gubernamental. Siguiendo estos ejes, entre 1984 y 1987 el accionar
sindical en relación al Estado se puede dividir someramente en tres
etapas, siguiendo la periodización propuesta por Belardinelli. En la
primera etapa y como eje principal, el enfrentamiento entre las 62
organizaciones y las 25, obligó a la CGT a orientarse hacia la
cimentación de una oposición corporativista. La segunda etapa
comenzó con el plan de lucha de mayo de 1985 caracterizada por el
surgimiento del ubaldinismo y su consolidación en la conducción de la
central obrera. En este periodo la CGT asumió un rol político en torno
a programas que podemos llamar “nacional-popular”. El problema
céntrico que enfrentaba el movimiento obrero en este período era el
de la necesidad de contar con un partido político propio. Finalmente,
la tercera instancia estuvo caracterizada por el fraccionamiento de las
fuerzas y la imposibilidad de expresar una política única.
Entre la tensión social que esta situación generaba y la grave
situación económica arrastrada desde el inicio del período, el
flamante equipo económico se plantea el problema principal: los altos
grados de desocupación, los bajos salarios, la consiguiente retracción
de la demanda y la producción. De estas mismas premisas se deriva
el programa propuesto a fines de 1983, el cual pretende propiciar la
reactivación y la redistribución progresiva de los ingresos,
controlando a la vez algunas variables fundamentales como la
inflación, el tipo de cambio y la tasa de interés. Pero este programa
ha de venir acompañado potencialmente por una iniciativa
tempranamente frustrada de modificar las estructuras sindicales y de
la trabajosa negociación de los términos de la deuda externa.
Entendamos que el reordenamiento sindical es una empresa
ciclópea y abrumadoramente hostigadora contra la red de relaciones
sociales del mundo del sindicalismo-peronismo. El proyecto de Ley
reflejaba el diagnóstico del gobierno sobre los sindicatos, ponía
énfasis en las restricciones de los estatutos sindicales a la
participación de los competidores en las elecciones, así como a la de
las minorías en su conducción, incluyendo normas específicas sobre
éstos puntos. El mismo fue denunciado por los dirigentes peronistas
como violatorio del Convenio 87 de la OIT sobre libertad y autonomía
sindical. La defensiva gubernamental aceleró el proceso de
unificación reorganizando la CGT en enero de 1984 y en
contrapartida, la CGT-RA llevó adelante una movilización en contra
del proyecto, el cual finalmente fue rechazado en el Senado por
ajustado margen de votos.
De este modo, la centralidad asignada por el gobierno desde el
comienzo de su gestión al tema del “reordenamiento sindical” dio
lugar a un proceso en el cual la dirigencia sindical peronista
demostró, primero, su capacidad de hacer política al obstaculizar la
iniciativa oficial y, segundo, al recuperar su legitimidad logró
proyectarse mejor sobre el sistema político.
Esta temprana derrota puede ser interpretada de dos formas
distintas. Principalmente se encuentra la capacidad que todavía el
sindicalismo peronista conservaba para vetar las políticas estatales,
sumado esto consecutivamente a las distintas posiciones con
respecto a la política a seguir en el ámbito laboral que coexistían
dentro del gobierno radical. Al menos tres eran las más
sobresalientes: un primer sector era aquel al que se le podría calificar
como “duro”, que abogaba por un sindicalismo despolitizado, honesto
y profesionalizado. Otro sector encabezado por la Junta Coordinadora
Nacional del Movimiento de Renovación y Cambio, intentaba
aprovechar la derrota electoral del Partido Justicialista y el
desprestigio de la dirigencia sindical para conquistar espacios de
poder en el movimiento obrero. El último sector que hemos
reconocido, sostenía una posición pragmática, orientada a encontrar
líneas de convergencia con el sindicalismo.
Se renuevan así las expectativas sobre la concertación, pese a
que se le niega la representatividad única del sector sindical a la CGT.
Comienza precisamente aquí una fase económica recesiva y el
problema salarial sigue sin resolverse. Se sanciona entonces una ley
que aplaza por un año la posibilidad de convocatoria a convenciones
colectivas de trabajo, en un rápido trámite parlamentario y sin mayor
oposición del sindicalismo. A ese tempestuoso mar de olas y
agitaciones sociales va a lanzarse el Plan Austral.
El plan Austral
Con la introducción del Plan Austral pareciera que un destello
optimista brilló en la lejanía de la esperanza argentina. En vísperas de
su aplicación, han fracasado sucesivos intentos por acordar criterios
entre el gobierno y la CGT en torno al problema salarial. Por su parte
la CGT, luego de un inicial desconcierto, optó por tomar una postura
opositora bien definida. Comenzaba a delinearse de este modo la
búsqueda de un interlocutor sindical; pero no uno cualquiera, sino un
interlocutor sindical sobre todo “serio y responsable”. Cuando la CGT
rechaza el proyecto oficial, impulsa un programa alternativo de “26
puntos” que defenderá y sostendrá a lo largo del periodo.
Tras un inicio relativamente aceptable y con buenos resultados,
puesto que se ve reflejado en este período la baja conflictividad
laboral respecto de otros tiempos, se confirma que el destello en la
lejanía no era más que una ilusión. El Plan Austral tendrá corta vida, y
las oposiciones se enconarán. La postura de la CGT radica, por estos
momentos, en la insistencia de instalar en el espacio público la
negociación. Para agosto de 1985 la CGT organiza un paro general en
contra del Plan Austral y propone su programa alternativo de “26
puntos” (aunque no haya faltado quien lo caracterizara como “listado
de demandas”). Son tres los paros generales de la CGT: 24 de enero,
25 de marzo y 13 de junio. Todas estas medidas de fuerza se
disponen contra el susodicho Plan y los acuerdos con el FMI por la
moratoria en el pago de la deuda externa y el programa de “Los 26
Puntos”. Paralelamente, el propio presidente Alfonsín reafirma la
profundización del rumbo económico, a través de las privatizaciones y
la desregulación de los mercados.
Esta estrategia de confrontación de la CGT incluía un
componente político partidario. Un partido político dividido y sin
rumbo tendió a ser sustituido por un sindicalismo peronista cada vez
más intransigente con la política oficial y apoyado en los reclamos
salariales de los trabajadores.
“No hay puntos en común”. Mientras los sindicalistas criticaban
el plan considerando que, al congelar los salarios presupondría un
“recrudecimiento de la miseria”, los empresarios lo caracterizaban
como “positivo y original” y ofrecían a las autoridades su
colaboración.
La “primavera” alfonsinista, que tuvo su apogeo en 1985,
terminaría antes de tiempo. Puesto que en 1986 comienzan a
percibirse signos de deterioro en la estabilidad política y económica,
un tanto más agudos: los sucesivos paros decretados por la CGT y las
crecientes presiones de la corporación militar debilitan de un modo
progresivo la capacidad de maniobra del gobierno democrático. De un
lado, los empresarios alegaban que la política impositiva, tasas de
interés exorbitantes e inflación conspiraban contra la expansión de
las inversiones y la producción. Del otro, los representantes de los
trabajadores se crispaban en un complejo arco de conflictos donde se
entremezclaban las luchas internas en el peronismo, la oposición a un
gobierno que había intentado redefinir la dinámica interna de los
sindicatos y la innegable licuación de los salarios que no llegaban a
ajustarse al ritmo inflacionario. La común oposición a Grinspun derivó,
hacia marzo de 1984, en un primer acuerdo entre CGT y
corporaciones empresarias que terminaría cristalizando en enero del
año siguiente en la elaboración de un documento conocido como los
“20 puntos”.
De aquí en adelante las líneas que alguna vez convergieron se
alejan hasta el infinito. El proceso de elecciones sindicales que se
avecinaba, promovió la postura de la CGT, que a través de la
unificación vertical y controlada de la protesta intentaba mejorar sus
posiciones como interlocutor del gobierno y los empresarios en la
mesa de concertación. Por el otro lado de la cuerda la iniciativa
gubernamental producía una bifurcación en las corrientes sindicales,
por un lado grandes sindicatos negocian con sus respectivas cámaras
patronales; por otro lado la CGT desarrolla una estrategia de
confrontación global pivoteando entre el reclamo de aumentos
salariales y la moratoria en el pago de la deuda externa, impugnando
el plan económico del gobierno.
Nuevos conflictos laborales 1986-1988
En este período nos enfrentamos al resurgimiento de los
conflictos laborales. Podemos ver a lo largo del bienio que los
conflictos fueron impulsados por dos estrategias diferentes en el
plano sindical. Una de ellas respondía a la lógica del conflicto
industrial, tendiente a lograr una apertura de la negociación colectiva.
Esta estrategia alcanzó el éxito en julio de 1986 cuando el gobierno
flexibilizó el control salarial y aceptó una negociación por bandas
salariales. Otro componente importante de la conflictividad fue
instalado por los asalariados del sector público, sector que no había
tenido hasta el momento una gran participación como han de ser por
ejemplo, los docentes. El congelamiento de precios y la estrategia
gradualista cosecharon numerosas críticas. Los sindicatos
denunciaban la penuria de los aumentos para recomponer la
capacidad de compra de los salarios. Los economistas del peronismo
a su vez, cifraban sus expectativas en una reforma financiera y
alertaban, con insistencia tenaz, sobre los límites del gradualismo.
Se fuerza, justamente de este modo, al gobierno a retornar a la
vieja lógica corporativista de distribuir cargos del aparato estatal
entre los factores de poder para aplacar los conflictos. Buscando
contener a la oposición sindical, cuya estratagema consistía en
insertarse en el gobierno, restituyendo de este modo las leyes que
regulaban la actividad sindical, el gobierno democrático se niega a
restituir las leyes suspendidas por la dictadura que atañen a la
regulación de la acción sindical. Aclaremos, que no oscurezca. La
CGT, además de oponerse exitosamente al proyecto de
reordenamiento sindical, en febrero de 1984 hacía el primer planteo
salarial, acompañado por el reclamo de la derogación de la legislación
antisindical del gobierno militar y el restablecimiento de la ley 14.250
de convenios colectivos de trabajo y la inmediata convocatoria de
comisiones paritarias.
En síntesis, la estrategia sindical se desdobló entre la
confrontación y la alianza con el gobierno puesto que Alfonsín cedería
demasiado a los mercados o a los sindicatos, cuando intuyera una
amenaza al régimen democrático con el que se sentía profundamente
comprometido, quizás esta tibieza podría explicar en parte la falta de
consistencia en la política gubernamental.
Viraje Institucional
Así como los sindicatos sirvieron de base, depósito y sustituto del
PJ, cuando la imagen sindical empieza a deteriorarse con los
conflictos, el Partido Justicialista busca demostrar su capacidad de
gobierno, relegando al sindicalismo. De esta forma desde 1983 en
adelante, disminuyen demasiado los conflictos visibles.
Podemos ver así, que a partir de 1987, cuando los reformistas de
la renovación obtienen el control del partido, se aplana el camino
para la transformación del PJ de un partido de base sindical de facto a
un partido clientelista, característica fundamental de los noventa.
Este proceso de desindicalización será un factor importante en el
próximo éxito electoral del partido. De este modo, el PJ desplaza a las
62 organizaciones de ese papel principal que había jugado como vital
opositor a la oposición del gobierno, anhelando conseguir acuerdos
que a su vez permitieran a los gobernadores peronistas administrar
sus provincias.
La descripción precedente permite configurar el marco político de
la conflictividad obrera y visualizar el impacto diferenciado que las
políticas del gobierno tienen sobre la actividad reivindicativa del
sindicalismo. Esto puso en peligro las coaliciones del PJ. Primero,
erosionaron los vínculos sindicales del partido con su base de apoyo
urbana. La desindicalización arrasó con los sindicatos. Segundo, la
desindustrialización puso en peligro la base electoral tradicional del PJ
(los votantes de los sectores de servicios e informales), por lo que era
limitada la influencia que las organizaciones partidarias podían
ejercer.
La rapidez y la amplitud con la que este proceso de
desindicalización se sucede obedece a dos factores: el débil
acostumbramiento de los vínculos partidos-sindicatos y un viraje
sustancial en el equilibrio de recursos entre el partido y los dirigentes
sindicales. Surgirá pronto el clientelismo tan característico de los
noventa, pero ¿cómo? El desmantelamiento de Las 62 y del tercio
dejó al PJ sin mecanismo de participación sindical lo cual allanó el
camino para el mencionado clientelismo.
La quiebra del modelo sindical
Los nuevos vientos de cambio de la nueva década anuncian los
importantes pivotes que vienen a sucederse en el mundo del trabajo.
Desde 1991, con el nuevo modelo económico neoliberal, tendiente a
destruir los modelos de Estado de Bienestar, la conflictividad laboral
disminuyó al mínimo. Partícipe en alguna medida de cierta estabilidad
y prosperidad. Pero aun así, se produjo una quiebra de los sindicatos,
básicamente por las distintas posiciones frente a la política
económica en general y frente a la reforma laboral promovida por el
gobierno en particular.
¿Cómo cambia, cómo afecta esto al sector sindical, a las
organizaciones sindicales? Por ejemplo, si hasta 1983 las 62
organizaciones conservaban el monopolio del sindicalismo peronista,
luego de esta fecha, las 62 organizaciones perdieron su condición de
rama sindical oficial del PJ. Esto fue fruto de la estrategia de la
“renovación” del Partido Justicialista. Entre 1985 y 1989 los
renovadores del PJ lograron democratizar el partido y ampliar su base
electoral. Estas conquistas se alcanzaron rompiendo sus vínculos
tradicionales con los sindicatos en pos de una fortificación interna.
La consolidación del PJ como partido clientelista provocó una
abrupta caída de la influencia sindical. El detrimento de la
ascendiente sindical puede apreciarse en la disminución del número
de sindicalistas presentes en la conducción nacional del PJ y en la
Cámara de Diputados Nacional. Podemos observar dichos números en
los cuadros siguientes extraídos de Steven Levitsky:

En estos márgenes donde el sindicalismo pierde presencia,


suelen aparecer nuevos actores sociales, no en su reemplazo pero sí
a ocupar el espacio dejado por quienes fueros desalojados de la
escena política reivindicativa; los piquetes volverán a poner de
manifiesto la inquietud salarial, laboral y la asistencia social.
Los límites de las estrategias sindicales alcanzadas por este
entonces se demuestran en la división que se produjo en la CGT tras
el advenimiento al gobierno del peronismo. Así planteada la cuestión,
apoyar o no al partido en el gobierno consistía en apoyar o no las
economías neoliberales en el campo laboral, lo cual significaba un
dilema ideológico y existencial para un sector que, por cuanto se
destruye un mundo y se edifica uno nuevo, con relaciones sociales
totalmente diferentes, reivindicaba desde hacía casi medio siglo la
libertad económica, el antiliberalismo y la independencia soberana.
En pos de un proyecto.
Hemos delineado a lo largo de este trabajo, someramente, una
descripción de la relación entre Estado/sindicatos durante la
transición. Nuestro objeto que radica en describir conforme a las
investigaciones existentes la relación entre sindicatos y gobierno en
el período de la transición democrática, junto con las mutaciones que
sufre el Partido Justicialista, sumado a los virajes institucionales del
sindicalismo, nos obliga a tener en cuenta los diferentes roles que
asumieron los sindicatos en su calidad de representantes de los
intereses de los obreros y en su calidad de apoyo pilar en tanto
integrantes del PJ.
Nos preguntamos al inicio por qué insistir una vez más en esta
encrucijada y la respuesta puede afincarse a la convicción de una
observación con nuevos bríos, que atienda a las jóvenes inquietudes
de las generaciones por venir, para los que ésta ya no será una
historia cercana, sino lo suficientemente distante como para plasmar
una mirada más objetiva.
Siempre quedarán cuestiones por resolver, por volver a mirar.
Siempre se vuelve atrás una página tarde o temprano. Siempre
habrá interrogantes nuevos o estarán los de antaño con nuevas
respuestas. Nos interesa replantearnos una serie de cuestiones que
si bien ya han sido elaboradas previamente, no obstante, deseamos
volver sobre ellas en pos de un proyecto de investigación que amerite
su realización profunda y certera. Tales cuestiones hacen referencia
a:

 El pacto sindical militar, como hecho o como mera


estrategia política ¿ocasionó la derrota del Partido
Justicialista? De ser así ¿cómo responde el sector sindical?
¿y el PJ qué actitud toma?
 La recuperación de la República por parte del gobierno y la
recuperación de las instituciones laborales por parte del
sector sindical ¿necesariamente son predisposiciones
enconadas? ¿Existen puntos en común? De existir, ¿Cuál es
el campo en que se manifiestan?
 El problema económico principal de la desocupación, los
bajos salarios, la retracción de la demanda y la producción,
junto con el reordenamiento sindical ¿Qué implicancia
tienen sobre el éxito o fracaso del Plan Austral? ¿Por qué no
funciona, en qué falla?
 Como sabemos la CGT mantiene una postura opositora por
largo tiempo y plantea una “demanda de 26 puntos”, ¿en
qué medida amplía esta rigidez la profundización del rumbo
económico del gobierno de Alfonsín por medio de
privatizaciones y la desregulación de los mercados?

Bibliografía:

 Ernesto Villanueva, Conflicto obrero. Transición política,


conflictividad obrera y comportamiento sindical en la
Argentina, (1984-1989), Bernal, UNQ, 1994.
 José Luís de Diego, “¿Quién de nosotros escribirá el
facundo? Intelectuales y escritores en Argentina (1970-
1986)”, Ediciones Al Margen, La Plata, 2007.
 Mariana Heredia, “La demarcación de la frontera entre
economía y política en democracia. Actores y controversias
en torno de la política económica de Alfonsín” en Los años
de Alfonsín, ¿El poder de la democracia o la democracia del
poder? Alfredo Raúl Pucciarelli (Coord.), Siglo XXI, 2006.
 Palomino, Héctor, “Los cambios en el mundo del trabajo y
los dilemas sindicales”, en Suriano, Juan, Dictadura y
democracia (1976-2001), Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2005.
 Steven Levitsky, La transformación del justicialismo. Del
partido sindical al partido clientelista, (1983-1999). Cap. 4 y
5.

Palomeque, Milton César.


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