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CRIMEN DE "ABANDONO INTELECTUAL"

Por César Eduardo Camargo Ramírez


Educador, Abogado e Investigador Independiente
Bogotá, Colombia
ce.camargo@gmail.com

Una noticia proveniente de Brasil da cuenta que dos padres de familia fueron sancionados
por el crimen de "abandono intelectual" para con sus dos hijos de 15 y 16 años.
Sorprende la nota por varias razones, entre otras: la tipificación de esa conducta como
delito, la sanción a los padres a pesar que los menores obtuvieron notas de 6.5 y 6.8
sobre 10 (suficientes para promoverlos en el sistema regular) y por la apuesta tan fuerte
de esos padres de familia en el tránsito por un camino poco recorrido.

Desconocemos las razones de la decisión familiar, los antecedentes para la tipificación


del delito, el currículo adoptado por la familia y las opiniones de los jóvenes sobre su
novedosa experiencia, pero es innegable que el caso constituye una buena excusa para
reflexionar sobre la calidad de la educación, el papel de los padres de familia en la
educación, el alcance del poder público, la autonomía constitucional de la familia para
adoptar el modelo de educación para sus hijos o el derecho a explorar senderos
originales.

La discusión pone en primer plano asuntos como el autodidactismo, los modelos alternos
de educación, la tendencia de educación domiciliar o doméstica (que tiene muchos
adeptos en Estados Unidos), la respuesta social ante la deserción escolar (que por cierto
el Ministerio de Educación señala para 2009 en el 5,25%), la objeción de conciencia y el
derecho a desobedecer.

En éstas sociedades agitadas en que los padres no sacan tiempo para coadyuvar en la
formación de sus propios hijos, entregando en la mañana y recogiendo al crepúsculo a
sus menores, encontrar algunos que tomen la amorosa, valiente, solidaria y atrevida
decisión de asumir plenamente la formación de los menores, es motivo de admiración y
nunca de sanción penal.

La escuela, el ejército, las iglesias, el hospital, son instituciones creadas por la sociedad,
con unos fines de grupo, que muy probablemente a todos no satisface, tanto más en una
sociedad que intenta construirse pluralista. Los espíritus rebeldes colombianos
encuentran respaldo constitucional a su derecho a apartarse de la institucionalidad en el
artículo 18 de la Carta, a partir de la libertad de conciencia que no es otra cosa que el
derecho a seguir la voz de la conciencia y el derecho a no ser constreñidos a actuar en
contra de esa conciencia. A partir de uno de los más renombrados objetores de
conciencia, Thoreau, encontramos diferentes modalidades, entre otras: la objeción
profesional, la objeción médica o sanitaria, la objeción a donar sangre, la objeción fiscal,
la objeción al juramento, la objeción al culto cívico, la objeción al sufragio, la objeción al
mandato superior y la objeción al servicio militar.
Puesto en los zapatos de Cleber y Bernardeth Nunes, argumentaría contra el
establecimiento que apelé a una modalidad de objeción de conciencia, a partir de la falta
de confianza en el sistema educativo.

A cambio de lo sucedido en Brasil, pregunto: ¿Ha sido efectivo el Código del Menor de
1985 y el nuevo Código de la Infancia y la Adolescencia para proteger integralmente a
nuestros menores? ¿Podríamos intentar acciones contra el Estado, la sociedad y la
familia por el abandono intelectual de la juventud colombiana frente a temas transversales
como la educación sexual, tecnologías de la información, medio ambiente, bilingüismo …?

Sin que me escuchen, envío un hálito de energía a Cleber y Bernardeth, y a sus hijos
Jonatas y Davi, porque su caso quiebra la rutina y estimula la reflexión sobre el Estado, la
sociedad, la familia, la educación y la autonomía.

ADENDA: Que vaina éste mundo tan enrevesado que ahora ciertas sociedades enjuician
a los autodidactas. Qué opinarán Álvaro Mutis que aprendió a escribir lejos de la facultad,
Estanislao Zuleta que filosofó en los bares y entre copas, para no apelar a Leonardo da
Vinci, Newton o Leibniz, o los que aprenden a tocar guitarra sin la ayuda del pentagrama?

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