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Su primera estancia en esta ciudad fue de corta duración. Cuando por medio
de su predicación y obra, en las que sus compañeros de ministerio le ayudaron
constantemente, fue afirmándose cada vez más la autoridad de la Palabra de
Dios en la Iglesia y el Estado, se produjo también la resistencia contra este
trabajo, la cual se hizo al final tan fuerte, que tanto Calvino como sus colegas
fueron expulsados de la ciudad (1538).
También tuvo contacto muy frecuente con personas que habían sido
arrastradas por la gran corriente de los anabaptistas. Estos, al igual que los
reformadores, se apartaban de la autoridad de Roma y no querían saber nada
de la autoridad del papa, pero al mismo tiempo desechaban prácticamente la
Sagrada Escritura. Según ellos, ésta no era mas que letra muerta y aquí se
trataba del Espíritu que da vida, Pero ellos separaban a este Espíritu de la
Palabra del Evangelio. Como consecuencia, desechaban el bautismo de niños y
menospreciaban el pacto de la gracia, y la Iglesia instituida con diversos
cargos, y en los primeros tiempos turbulentos se mostraron tumultuosamente
con frecuencia contra la autoridad pública. A estos hombres se les considera
justamente como fanáticos. Calvino podía, a través de su trabajo oficial, abrir
los ojos a muchos de estos equivocados.
REGRESO A GINEBRA
En segundo lugar, se editaron una serie de libros escritos por él, especialmente
comentarios sobre casi todos los libros de la Biblia. También estos libros se
extendieron, muchas veces a través de traducciones, por una gran parte de
Europa.
Y en tercer lugar, Calvino ejerció su influencia mas allá de las fronteras suizas
por medio de sus alumnos. En los últimos años de su vida estuvo ligado, como
catedrático, a la Academia de Ginebra, que había sido fundada en 1559; y
además formó a muchos para la lucha de la reforma de la Iglesia.
CALVINO Y LUTERO
Según hemos hecho notar, debemos ver a Calvino a la luz de los reformadores
más antiguos que él, principalmente Lutero, a quien recordaba siempre con
gran agradecimiento, si bien señalaba las faltas que había tenido.
Al mismo tiempo se sintió llamado, no sólo a desarraigar todos los abusos que
Roma había introducido —a esto se limitó Lutero en la mayoría de los casos—,
sino también a instituir todas las cosas según la evidente voluntad del Señor.
Por eso, y a diferencia de Lutero, podía decir que la Iglesia tenía que ser libre,
no sólo de la tiranía papal, sino también de las potestades humanas, libre para
cumplir la Palabra de Dios en ella por la predicación, el servicio de los
sacramentos y el ejercicio de la disciplina.