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Walter Benjamín
Se trata de ganar a los intelectuales |para la clase obrera haciéndoles lomar conciencia de la identidad
RAMÓN FERNÁNDEZ
Recordarán cómo trata Platón, en su modelo de estado, a los poetas. Los destierra en interés
(le la comunidad. Tenía un alto concepto del poder de la poesía, pero la consideraba nociva,
superfina -en una comunidad perfecta, claro está. Desde entonces, no ha sido frecuente hallar
la cuestión del derecho del poeta a la existencia planteada con tanto énfasis; hoy, sin embar-
go, la pregunta sí se plantea. Aunque sólo esporádicamente se plantea bajo forma, resultará
familiar para lodos ustedes en tanto que premunía por la autonomía del poeta, por su libertad
para escribir lo que le plazca. Ustedes no estarán dispuestos a concederles tal autonomía. Pien-
san ustedes que la situación social actual les fuerza a elegir al servicio de quien pondrán su actividad. El
escritor burgués de literatura de entretenimiento no reconoce esta alternativa. Habrá que demostrarle que.
aún sin admitirlo, está trabajando al servicio de determinados intereses de clase. Un tipo de escritor más
progresista sí reconoce esta alternativa. Su decisión, tomada sobre la base de la lucha de clases, lo pone
de parle del proletariado. Finaliza así su autonomía.
Su actividad está ahora orientada por lo que es útil para el proletariado en la ludia de clases.
Ya tienen ustedes el lema en torno al cual se viene desarrollando desde hace mucho tiempo
un debate que, sin duda, les resultará familiar. Su familiaridad da cuenta (le lo infructuoso de
tal debate, ya que nunca ha avanzado más allá del aburrido «por una parte-por otra parte»: por
una parte, se exige del poeta la línea política correcta; por la otra, está justificado esperar que su obra sea
de calidad. Desde luego, esta fórmula es insatisfactoria. en tanto que no se ha percibido la conexión entre
los dos factores, la línea política v la calidad. Evidentemente, esta conexión puede sostenerse
dogmáticamente. Se puede afirmar: una obra que muestra la tendencia política correcta no tiene porqué
tener ninguna otra calidad. Pero también se puede afirmar: una obra que presenta la tendencia correcta
debe poseer necesariamente cualquier otra calidad.
* Este artículo fue originalmente concebido como un discurso para el <<Instituto para el estudio del
fascismo>> en París, el 27 de abril de 1934. La traducción inglesa es una reedición de la que aparece en
Reflections: Essays, Aphorisms, Autobiographycal Writings, ed. Peter Demetz, Nueva York, Harcourt
Brace Jovanovich, 1978.
Esta segunda formulación no deja de ser interesante, aun es más, es correcta. Yo la hago
propósito de probar esta formulación solicito ahora su atención. Quizá ustedes puedan objetar
que se trata de un tema muy especializado, que no viene al caso ¿Cómo voy a promover el estu-
dio del fascismo con una prueba tal? Pero esta es, en efecto, mi intención. Pues espero ser capaz
debate antes mencionado, es un instrumento perfectamente inútil para la crítica literaria polí-
tica. Me gustaría mostrarles que la tendencia política de una obra literaria sólo puede ser
pora una tendencia literaria. Y, añadiré inmediatamente, esta tendencia literaria, que está
implícita o explícitamente contenida en toda tendencia política correcta -ésta y sólo ésta cons-
tituye la calidad de la obra-. Por eso la tendencia política correcta de una obra incluye también
Esta afirmación -espero poder prometérselo- en seguida quedará aclarada. Por el momen-
to, me gustaría hacer un inciso para puntualizar que el punto de partida que he escogido para
mis reflexiones bien podría haber sido otro. He comenzado por el estéril debate acerca de las
relaciones entre tendencia y calidad en la literatura, pero podría haber comenzado por otro
debate aún más antiguo, aunque no menos estéril: ¿cuál es la relación entre forma y conteni-
do, especialmente en la poesía política? Este tipo de pregunta está muy mal vista; con razón.
dialécticos. Pero entonces, ¿cuál es entonces el enfoque dialéctico de esta misma cuestión?
El planteamiento dialéctico de esta cuestión -y con ello alcanzo el punto central de mi expo-
sición- resulta completamente inutilizable en lo que toca a cosas rígidas y aisladas: una obra,
una novela, un libro. Para ser operativo ha de insertarlas en el interior del contexto social
viviente. Podrían ustedes afirmar, y tendrían razón, que esto se viene haciendo desde hace ya
tiempo en los círculos de nuestros amigos. Es cierto, pero, siempre que se han puesto manos a
la obra, en seguida se han visto enfrascados en cuestiones amplias, generales y, por tanto, nece-
sariamente vagas. Las relaciones sociales están, como sabemos, determinadas por las relaciones
de producción2. Y cuando se elabora una crítica materialista de una obra, es costumbre pre-
guntarse por la relación de esta obra con las relaciones de producción sociales de la época. Se
trata de una cuestión muy importante, pero también muy difícil. Su respuesta no siempre está
libre de ambigüedades. Y ahora me gustaría proponerles una cuestión más inmediata, una cues-
tión que es en cierto modo más modesta, que no apunta tan lejos, pero que tiene más posibili-
dades, según pienso, de obtener una respuesta. En lugar de preguntar «¿cuál es la actitud de
una obra frente a las relaciones de producción de su época? ¿Las acepta, es reaccionaria o bien
gustaría proponer otra. En vez de preguntar «cuál es la actitud de una obra frente a las rela-
1 El texto inglés reza: «... this literary tendency, which is implicitly or explicitly contained in every
correct political ten-
dency of a work, includes its lilerary quality because it includes its literary tendency» [«...esta
tendencia literaria que está
implícita o explícitamente contenida en toda tendencia política correcta de una obra, incluye su
calidad literaria porque
2 Dada la raigambre marxista de los textos de Benjamín , nos ha parecido más adecuado
traducir el término alemán
«Verhältnisse» por «relaciones», a pesar de que el traductor inglés ha vertido «conditions» [N. de los
T.]
nes de producción?». Esta pregunta concierne directamente a la función que tiene la obra
Al traer la técnica a colación, he nombrado el concepto que hace que los productos litera-
rios sean directamente accesibles a un análisis social y, por tanto, materialista. Asimismo, el
concepto de técnica proporciona el punto de partida dialéctico desde el que puede superarse la
estéril antítesis de forma y contenido. Además, este concepto de técnica contiene una indicación
acerca de la determinación correcta de la relación entre tendencia y calidad, la cuestión que
habíamos planteado al comienzo. Por tanto, si antes establecí que la tendencia política correc-
ta incorpora su calidad literaria debido a que incorpora su tendencia literaria, ahora puedo
formularlo con mayor precisión, afirmando que esta tendencia literaria puede constituir ya un
Seguro que consentirán ustedes que yo ahora pase, con solo una aparente arbitrariedad, a
unas condiciones literarias muy concretas. Las condiciones de Rusia. Me gustaría que dirigiesen
ustedes su atención hacia Sergei Tretiakov y el tipo de escritor «operante» que él define y encar-
na. Este escritor operante ofrece el ejemplo más tangible de la interdependencia funcional que
existe siempre y bajo todas las condiciones entre la tendencia política correcta y la técnica lite-
raria progresiva. Admito que se trata sólo de un ejemplo; me reservo otros. Tretiakov distingue
el escritor operante del escritor informativo. Su misión no es informar, sino luchar; no se trata
de jugar el papel de espectador, sino de intervenir activamente. Esta misión la define en la expli-
comuna «El faro comunista» y allí, durante dos largas temporadas, emprendió las siguientes
tareas: convocar reuniones de masas; recolectar fondos para comprar tractores; persuadir a
campesinos independientes para que entraran en los koljoses; inspeccionar las salas de lectura;
crear periódicos murales y dirigir el periódico del koljós; hacer reportajes para los periódicos
de Moscú; introducir la radio y los cines ambulantes, etc. No es de extrañar que el libro Los seño-
res del campo, que Tretiakov escribió a continuación de estas estancias, haya ejercido una
Puede que ustedes tengan a Tretiakov en alta estima y, aún así, sean de la opinión de que
este ejemplo no prueba gran cosa en este contexto. Las tareas que llevó a cabo, objetarán tal
vez, son propias de un periodista o un propagandista, pero tienen poco que ver con la literatu-
amplitud del horizonte en el que debemos reconsiderar nuestras concepciones de las formas
literarias o los géneros, en vista de los factores técnicos que afectan a la situación actual, si es
que queremos identificar las formas de expresión que representan el punto de partida para
las energías literarias del presente. No siempre hubo novelas en el pasado, y no tiene porqué
seguir habiéndolas siempre; no siempre hubo tragedias, ni grandes epopeyas; formas como el
comentario, la traducción, o incluso lo que llamamos plagio, no siempre han sido juegos en los
los textos literarios árabes y chinos. La retórica no siempre fue una forma menor, de hecho en
la antigüedad imprimió su sello en grandes territorios de la literatura. Con esto intento que se
hagan ustedes a la idea de que nos encontramos en medio de una inmensa reorganización de las
formas literarias, una refundición en la que muchas de las oposiciones en las que estábamos
de este tipo de oposiciones y del proceso de su superación dialéctica. Pues bien. nos encontra-
«En nuestra literatura», escribe un autor de izquierdas4, «oposiciones que en períodos más
mente. El escenario de esta confusión literaria es el periódico, su contenido, una «materia» que
rechaza toda forma de organización que no sea la que le impone la impaciencia del lector. Y esta
impaciencia no es sólo la del político que espera una Información, o la del especulador que busca
un pronóstico: tras ellas late la del excluido, que cree tener derecho a ver expresados sus propios
intereses. El hecho de que nada ata tan estrechamente al lector con su periódico como este impa-
ciente anhelo por la alimentación diaria viene explotándose desde liare va tiempo por parte de los
redactores, que abren constantemente nuevos espacios para sus preguntas, opiniones, protestas.
milación de lectores que se ven en un instante ascendidos a colaboradores. Aquí se oculta, sin
la fórmula para su renacimiento en la prensa de la Rusia soviética. Dado que la escritura gana en
extensión lo que pierde en profundidad, la distinción convencional entre autor y público, soste-
nida por la prensa burguesa, comienza a desaparecer en la prensa soviética. El lector está en todo
momento preparado para transformarse en escritor, es decir, en alguien que describe, pero tam-
bién prescribe. En tanto que experto -aunque no lo sea tanto por lo que sabe acerca de un tema,
cuanto por la posición que ocupa- consigue acceder a la condición de autor. El trabajo mismo
tiene ahora la palabra. Y la explicación que ofrece de sí mismo forma parte de la capacidad nece-
saria para llevarlo a cabo. La cualificación literaria no se funda va en una formación especializa-
da, sino, más bien, en una educación politécnica: se convierte así en una propiedad común.
Se trata, en pocas palabras, de una literaturización de las condiciones de vida que vence lo que, '
de otro modo, no serían sino insolubles antinomias. Y el lugar donde se prepara su salvación es
Espero haber mostrado por medio de esta cita que la descripción del autor como productor
debe extenderse hasta donde llega la prensa, ya (pie es a través de la prensa, al menos a través
de la prensa de la Rusia soviética, como puede reconocerse que el potente proceso de refundi-
ción del que hablé antes no sólo afecta a la distinción convencional entre géneros, entre el pro-
sista y el poeta, entre el investigador y el divulgador, sino que también supone una revisión de
la distinción entre autor y lector. La prensa es la instancia decisiva de este proceso, por lo une
Dado que por una parte, el periódico representa, hablando técnicamente, la posición literaria
más importante, pero, por otra parle, esta posición está bajo el control de la oposición, no hay
4 Como señala Jesús Aguirre en su traducción de este mismo texto, este autor de izquierdas no es otro
que el propio Benjamín; Cfr. Tentativas sobre Brecht (Iluminaciones 3), Madrid, Taurus, 1987, p. 121.
[N. de los T.]
por qué extrañarse de que la comprensión del escritor de su posición dependiente, sus posibili-
dades técnicas y su tarea política tenga que lidiar con las mayores dificultades. Uno de los pro-
cesos decisivos de los últimos diez años en Alemania ha consistido en que una proporción consi-
derable de sus cabezas productivas, bajo la presión de las condiciones económicas, ha pasado
por un desarrollo revolucionario de sus actitudes, sin ser simultáneamente capaz de reconside-
rar la naturaleza de su propio trabajo, su relación con los medios de producción o su lécnica,
de una manera realmente revolucionaria. Me refiero, como apreciarán ustedes, a los llamados
los movimientos político-literarios hegemónicos de la última década han surgido de esta intelli-
gentsia de izquierdas. Mencionaré dos de ellos, el activismo y la nueva objetividad, para mostrar
por medio de estos ejemplos que una tendencia política, por muy revolucionaria que pueda
El lema en el que se resumen las demandas del activismo es «logocracia»; es decir, gobierno
del espíritu. Bien puede traducirse como gobierno de los intelectuales'. De hecho, el concepto de
cia de izquierdas v domina sus manifiestos políticos, desde Heinrich Mann hasta Dóbhn. Es fácil
darse cuenta de que este concepto ha sido acuñado sin prestar atención a la posición que ocupa la
inteligencia en el proceso de producción. El propio Hiller, el teórico del activismo. pretende que
tal, permanece, naturalmente, flotando entre las clases. Abarca un número cualquiera de indivi-
duos sin ofrecer la más mínima base para su organización. Cuando Hiller formula su acusación a
los líderes de los partidos, no es poco lo que les concede: es posible que «sepan más acerca de
temas importantes..., que sus discursos estén más cerca del pueblo..., que luchen con más cora-
je» que él, pero hay una cosa de la que está seguro: «piensan de un modo más deficiente». Pro-
bablemente sea cierto, pero no se ve a dónde pueda llevar esto, puesto que lo políticamente deci-
sivo no es el pensamiento privado sino, en palabras de Brecht, el arte de pensar dentro de las
cabezas de otra gente. El activismo intenta reemplazar la dialéctica materialista por la noción
mucho, un grupo social. En otras palabras, el principio mismo de formación de este colectivo es
Sin embargo, este pernicioso principio de colectivización continúa actuando, como pudo apre-
ciarse hace tres años, cuando apareció Wissen und Verändern! [¡Saber y transformar!], de Döblin.
Como es bien sabido, este panfleto fue escrito en respuesta a un joven - Döblin se refiere a él como
Herr Hocke- que había planteado al conocido autor la pregunta: «¿Qué hacer?», Döblin lo invita a
unirse a la causa del socialismo, pero con ciertas reservas. El socialismo es. según Döblin, «liber-
tad, unión espontánea de hombres, rechazo a toda coacción, indignación ante la injusticia y la coer-
ción, humanidad, tolerancia, talante pacífico». Como quiera que sea, sobre la base de este socialis-
mo establece un frente contra la teoría y la praxis del movimiento obrero radical. Döblin sostiene
5 El témino aleman es “Geistigen”, cuya traduycción más literal sería “espirituales”, opción por la que
se decanta Jesús Aguirre en su versión. No obstante, el traductor ingles ha creído conveniente traducir
como “intellectuals”, elección que respetamos, añadiendo esporádicamente aclaraciones que precisen el
sentido en que se usa el término. (N. De los T)
que «no puede surgir de una cosa nada que no estuviera ya en ella -y a partir de una guerra de cla-
ses asesina y exacerbada puede surgir la justicia, pero no el socialismo». Por esta y otras razones, la
recomendación que le hace a Herr Hocke, reza «No puede usted, estimado señor, llevar a cabo su
acuerdo de principio con la lucha (del proletariado) alistándose al frente proletario. Debe usted con-
tentarse con la aprobación amarga y desasosegada de esta lucha, pero debe saber también que si
hace más, una posición inmensamente importante quedará vacante...: la posición comunista origi-
naria de libertad humana individual, de solidaridad espontánea y unión de los hombres. [...] Es esta
posición, estimado señor, la única que a usted le corresponde». Aquí podemos palpar claramente a
dónde conduce esta concepción del «intelectual» como un tipo que queda definido por sus opinio-
nes, actitudes o inclinaciones, pero no por su posición en el proceso de producción. Debe hallar su
lugar, como establece Döblin, junto al proletariado. ¿Pero qué tipo de lugar es este? El lugar del
benefactor, del mecenas ideológico -en definitiva, un lugar imposible. De esta manera volvemos a
la tesis propuesta al comienzo: el lugar del intelectual en la lucha de clases sólo puede ser identifi-
rato de producción sin transformarlo, en la medida de lo posible, según una orientación socia-
lista. «La publicación de las Versuche [Tentativas]», escribe el autor en la introducción a la serie
de textos agrupados bajo este título, «tuvo lugar en un momento en el que ciertos trabajos no
debían ser ya experiencias individuales (no debían tener carácter de obras), sino que debían,
es una renovación espiritual lo que hace falta, como proclaman los fascistas: se trata de propo-
ner innovaciones técnicas. Aún volveré sobre estas innovaciones, pero por ahora me daría por
satisfecho con una referencia a la decisiva diferencia que existe entre el mero abastecimiento de
«nueva objetividad» afirmando que abastecer a un aparato de producción sin tratar de trans-
do la materia suministrada parezca poseer una naturaleza revolucionaria. Porque nos encon-
tramos ante el hecho -del que la pasada década en Alemania ha proporcionado numerosos
ejemplos- de que el aparato burgués de producción y publicación puede asimilar una asom-
brosa cantidad de lemas revolucionarios e incluso difundirlos sin que se ponga seriamente en
menos en la medida en que sus proveedores sean escritores rutinarios6, por revolucionarios
que sean. Defino al escritor rutinario como aquél que se abstiene por principio de enajenar el
aparato productivo respecto de la clase dominante mediante mejoras que sirvan a los intereses
del socialismo. Y sostengo además que una porción considerable de la denominada literatura
de izquierdas no ha tenido más función social que la de extraer de la situación política un flujo
continuo de efectos novedosos para entretener al público. Esto me conduce hasta la «nueva obje-
tividad», que pretende fomentar el reportaje. Preguntémonos a quién beneficia esta técnica.
6 Hemos optado por una versión más literal del término alemán <<Routinier», que el traductor
inglés ha traducido por
En aras de una mayor claridad situaré su forma fotográfica en un primer plano, mas lodo
lo que vale para esta forma puede aplicarse también a la forma literaria. Ambas deben su extra-
prueba la autenticidad del arte. Sus naturalezas muertas estallan compuestas de billetes, carre-
tes de hilo y colillas unidos por algunos elementos pintados. Todo ello se disponía en un marco
y así se mostraba al público: mirad, vuestro marco de cuadro quiebra el tiempo; el más míni-
mo fragmento auténtico de vida cotidiana dice más que la pintura. Igual que la sangrienta hue-
lla de un asesino en la página de un libro dice más que el texto. Gran parte de este contenido
jos de John Heartfield, cuya técnica ha convertido las cubiertas de los libros en un instrumen-
Se va haciendo cada vez más matizada, cada vez más moderna v el resultado es que va no puede
fotografiar ningún bloque de viviendas, ningún montón de basura sin transfigurarlos. La foto-
grafía es incapaz de decir nada acerca de una presa o de una fábrica de calilos que no sea: ¡el
mundo es bello! El mundo es bello es el título del conocido libro de fotografía de Renger-
Patsch, en el que la fotografía de la nueva objetividad ocupa la cumbre. En efecto, esta corrien-
a las masas para su consumo, por medio de una adaptación según la moda. temas que antes se
les hurtaban -la primavera, personajes famosos, países extranjeros-, renovar desde dentro -de
acuerdo con la moda- el mundo tal como es, es una de sus funciones políticas.
Tenemos aquí un flagrante ejemplo de lo que significa abastecer un aparato productivo sin
modificarlo. Modificarlo hubiera significado franquear otra de las barreras, trascender otra de
las contradicciones que encadenan la producción de los intelectuales, en este caso la que se yer-
gue entre la escritura y la imagen. Lo que exigimos al fotógrafo es la capacidad de dar a sus imá-
genes una leyenda que las arranque del comercio de moda y les otorgue un valor de uso revo-
lucionario. Pero plantearemos esta exigencia con más énfasis cuando seamos nosotros-los
escritores- los que nos pongamos a fotografiar. También aquí, por lo tanto, el progreso técnico
es para el autor como productor la base de su progreso político. En otras palabras, sólo trans-
cendiendo la especialización en el proceso de producción intelectual que. desde el punto de
vista burgués, forma su orden, puede hacerse de esta producción un proceso políticamente uti-
lizable; y las barreras impuestas por la especialización, levantadas para separar las fuerzas
productivas, deben ser derribadas conjuntamente por esas mismas fuerzas productivas. El
autor como productor experimenta -al experimentar su solidaridad con el proletariado- una
solidaridad inmediata con otros productores que antes apenas le interesaban. He hablado de
los fotógrafos; me gustaría intercalar muy brevemente una cita de Eisler acerca de los músicos:
mos aprender a apreciar un progresivo proceso de racionalización. [...] El disco, el cine sono-
ro, los aparatos de música pueden difundir música de alta calidad [...] envasada como una mer-
limitando a grupos de especialistas cada vez más reducidos, aunque también más cualificados.
La crisis de los conciertos es la crisis de una forma de producción anticuada, que ha quedado
obsoleta debido a las innovaciones técnicas». La tarea consistió, pues, en una Umfunktionie-
rung de la forma del concierto que debía cumplir dos condiciones: eliminar la antítesis entre los
intérpretes y la audiencia, en primer lugar, y entre técnica y contenido, en segundo lugar. A este
respecto, Eisler efectúa una observación sumamente esclarecedora: «hay que cuidarse de valo-
rar en exceso la música orquestal y de considerarla el único arte elevado. La música sin pala-
bras sólo adquirió la gran relevancia y la difusión global de las que actualmente disfruta, con el
capitalismo». Esto significa que es imposible llevar a cabo la tarea de transformación de los
conciertos sin contar con la colaboración de las palabras. Sólo la palabra puede efectuar la trans-
formación, como lo expresa Eisler, de un concierto en una reunión política. Pero el que tal
transformación represente, de hecho, una cima de la técnica musical y literaria, es algo que han
Si desde esta posición ventajosa vuelven ustedes la mirada sobre el proceso de refundición
de las formas literarias del que hablé antes, podrán ver cómo la fotografía y la música, y cual-
quier otra cosa que se les ocurra, entran en la creciente masa incandescente a partir de la cual
se funden las nuevas formas. Verán confirmada la idea de que sólo la literaturización de todas
las condiciones de vida suministra una comprensión correcta del alcance de este proceso de
fundición, del mismo modo que el estado de la lucha de clases determina la temperatura a la
He hablado del procedimiento de cierta fotografía de moda en virtud del cual la miseria se
transforma en un objeto de consumo. Por lo que toca a la nueva objetividad como movimiento
literario, es preciso avanzar un paso más y afirmar que lo que ha transformado en objeto de
consumo ha sido la propia lucha contra la miseria. De hecho, la relevancia política del movi-
medida en que tenían lugar entre los burgueses, en objetos de disfrute, de diversión, que halla-
ban su camino sin dificultad entre el bullicio cabaretero de la gran ciudad. La transformación
co lúcido7 ha tomado el ejemplo de Erich Kästner para explicarlo de este modo: «Esta intelli-
gentsia de izquierda radical nada tiene que ver con el movimiento obrero. Es más bien, como
fenómeno de descomposición burguesa, una contrapartida del mimetismo feudal que el Impe-
rio admiró en el oficial prusiano. Los publicistas de la izquierda radical de la casta de Kästner,
Mehring o Tucholsky son el camuflaje proletario de los estratos burgueses que se han desmo-
ronado. Su función, considerada desde el punto de vista político, consiste en producir camari-
llas en lugar de partidos; desde el punto de vista literario, modas en lugar de escuelas; desde el
punto de vista económico, agentes en lugar de productores. Agentes o rutinarios, que montan
Esta escuela, como he dicho, monta un vistoso despliegue con su pobreza. Elude, por tanto,
la tarea más urgente del escritor de hoy: reconocer lo pobre que es y lo pobre que tiene que
ser para comenzar de nuevo desde el principio. Pues de esto es de lo que se trata. El estado
soviético, ciertamente, no desterrará al poeta como Platón, pero sí -y por eso recordé el esta-
maestras la riqueza, falsificada desde hace ya mucho tiempo, de la personalidad creativa. Espe-
7 Una vez más, se trata de Benjamin, como advierte Aguirre en su traducción (Ibid., p. 128). [N. de
los T.].
rar una renovación en el sentido de este tipo de personalidades y de obras es un privilegio del
fascismo, que saca a la luz formulaciones tan necias como aquella con la que Günter Gründel
concluye su columna literaria en Misión de la generación joven: «No podemos concluir mejor
este [...] panorama y este pronóstico que con la observación de que el Wilhelm Meister y el
Grüne Heinrich de nuestra generación aún no han sido escritos». Nada estará más lejos del
autor que ha reflexionado profundamente sobre las condiciones de producción actuales que
esperar o anhelar tales obras. Su trabajo nunca será exclusivamente trabajo con productos,
sino, a la vez, trabajo con los medios de producción. En otras palabras, sus productos deben
tener, antes y por encima de su naturaleza de obras, una función organizadora, y de ningún
política por sí sola no es suficiente. El excelente Lichtenberg ha afirmado, «No son las opinio-
nes de un hombre lo que importa, sino el tipo de hombre que estas opiniones hacen de él».
Ahora bien, es cierto que las opiniones sí importan, y mucho, pero incluso las mejores son inú-
tiles si no logran hacer algo útil de quienes las poseen. La mejor tendencia política es falsa si
no muestra la actitud con la que debe ser seguida. Y el escritor sólo puede mostrar esta actitud
ción necesaria, mas nunca suficiente, de la función organizadora de una obra. Se requiere
además una postura orientadora e instructiva por parte del escritor. Y hoy ha de exigirse con
más fuerza que nunca. Un autor que no enseña nada a los escritores, no enseña nada a nadie.
Lo que importa, por lo tanto, es el carácter de modelo de la producción, que es capaz, en primer
un aparato mejorado. Y este aparato será tanto mejor cuantos más consumidores sea capaz de
transformar en productores -esto es, cuantos más lectores o espectadores sea capaz de trans-
formar en colaboradores. Tenemos ya un modelo tal, al que, sin embargo, no puedo más que
disposición un gran aparato teatral avalado por el tiempo, pero que, en realidad, no hacen
más que abastecer a un aparato que se desmorona. «La falta de claridad acerca de la propia
situación que prevalece entre músicos, escritores y críticos», dice Brecht, «tiene enormes con-
secuencias a las que, sin embargo, se presta escasa atención. Porque al pensar que están en
posesión de un aparato que en realidad los posee, están defendiendo un aparato sobre el cual
ya no tienen ningún control, un aparato que ya no es, romo ellos creen, un medio para los pro-
ductores, sino que se ha convertido en un medio contra los productores». Si este teatro, con su
vertido en un «medio contra los productores» no es en último lugar porque trate de reclutarlos
para la lucha competitiva y sin salida en la que están enredados el cine y la radio. Este teatro
una clase saturada para la que todo cuanto toca se convierte en un estimulante. Su puesto se
ha perdido. No así el de un teatro que, en lugar de competir con nuevos instrumentos de difu-
sión, intenta usarlos y aprender de ellos, o dicho brevemente, busca una confrontación con
ellos. El teatro épico ha hecho de esta confrontación un asunto propio. Se trata de una forma
adecuada a la época, si se mide en función del estado actual de desarrollo del cine y de la radio.
En interés de esta confrontación, Brecht se ha retirado hasta los elementos más primitivos
del teatro. En cierto sentido, se ha conformado con un podio. Ha renunciado a las tramas de
amplio alcance. Así es como ha conseguido modificar la conexión funcional entre escena y
público, entre texto y puesta en escena, director y actor. El teatro épico, declaró, tiene que
presentar situaciones, más que desarrollar acciones. Estas situaciones, como veremos en segui-
da, las obtendrá interrumpiendo la acción. Me permito recordarles las canciones, cuya función
principal es la de interrumpir la acción. Como pueden ustedes apreciar, en este punto -en el
principio de la interrupción- el teatro épico adopta un procedimiento que les resultará fami-
liar gracias a la difundida presencia, en los últimos años, del cine y la radio, de la prensa y la
dimiento es aquí especialmente adecuado, por qué aparece en este punto con pleno derecho.
La interrupción de la acción, en virtud de la cual Brecht describe su teatro como épico, con-
trarresta constantemente una ilusión del público, puesto que tal ilusión es un obstáculo para un
teatro que se propone tratar los elementos de la realidad en una situación de experimentación.
Es al final del experimento, no al comienzo, cuando la situación aparece -una situación que,
bajo una u otra forma, siempre es la nuestra. No se trata de aproximarla al espectador, sino de
alejarla de él. Éste la reconoce como la situación real mas no con una actitud de suficiencia,
como en el teatro naturalista, sino con asombro. El teatro épico, en consecuencia, no reprodu-
ce situaciones; más bien las descubre. Este descubrimiento se realiza por medio de la inte-
rrupción de las secuencias. Pero la interrupción no tiene aquí un carácter estimulante sino una
función organizativa. Detiene la acción en su curso de modo que obliga al espectador a tomar
partido ante el proceso y al actor frente a su papel. Me gustaría mostrarles por medio de un
ejemplo cómo el descubrimiento y la utilización de lo gestual por parte de Brecht no es sino una
miento humano. Imaginen una escena familiar: la mujer está a punto de coger una figura de
bronce para arrojársela a su hija; el padre está abriendo la ventana para pedir ayuda. En ese
con la que se encuentra la mirada del extraño: caras alteradas, una ventana abierta, mobiliario
desordenado. Sin embargo, existe una mirada ante la cual la más habitual de las escenas de la
A la obra de arte total opone el laboratorio dramático. Utiliza de una forma nueva la anti-
gua posibilidad del teatro -exponer lo presente. En el centro de su experimento está el hombre.
El hombre de hoy en día; un hombre reducido, pues, congelado en un entorno gélido. No obs-
tante, dado que es el único del que disponemos, nos interesa conocerlo. De todo esto resulta que
los acontecimientos son alterables, mas no en sus puntos álgidos, ni por medio de la virtud y la
decisión, sino sólo en su curso estrictamente habitual y por medio de la razón y la práctica. El
propósito del teatro épico consiste en construir a partir de los elementos mínimos de comporta-
miento lo que en la dramaturgia aristotélica se denominaba «acción». Sus medios son, por tanto,
más modestos que los del teatro tradicional; al igual que sus objetivos. Se preocupa menos de
de forma duradera y por medio del pensamiento, de las condiciones en las que vive. Puede
advertirse, dicho sea de paso, que no hay mejor comienzo para el pensamiento que la risa. Habi-
tualmente, esta convulsión del diafragma ofrece mejores oportunidades para el pensamiento que
una conmoción del alma. El teatro épico sólo es opulento provocando carcajadas.
Quizá hayan advertido ustedes que el curso del razonamiento cuya conclusión estamos a
punto de alcanzar sólo le plantea al escritor una exigencia, la de pensar, la de reflexionar acer-
tarde o más temprano, conduce a los escritores que importan -es decir, a los mejores técnicos
de cada especialidad- a ciertas observaciones que sientan la fundamentación más efectiva para ;
mulado una cuestión: «¿Para quién escribe usted?» Cito parte de la respuesta de Rene Mau-
blanc y del comentario añadido por Aragón. «Indudablemente», contesta Maublanc, «escribo
casi exclusivamente para un público burgués. En primer lugar, porque estoy obligado a ello»
-Maublanc se refiere aquí a sus obligaciones profesionales como profesor- «en segundo lugar,
porque tengo un origen burgués, mi formación fue burguesa y procedo de un medio burgués, de
modo que me veo naturalmente inclinado a dirigirme a la clase a la que pertenezco, que es la
que mejor conozco y entiendo. No obstante, esto no significa que escriba con el objeto de agra-
darla o de apoyarla. Estoy convencido, por una parte, de que la revolución proletaria es nece-
saria y deseable v, por la otra, de que será más rápida, fácil y triunfante, y tanto menos san-
grienta, cuanto más débil sea la oposición de la burguesía. [...] El proletariado necesita hoy
aliados en las filas de la burguesía, exactamente igual que en el siglo dieciocho la burguesía pre-
cisó aliados del campo feudal. Me gustaría contarme entre esos aliados.»
A este respecto, comenta Aragón: «Nuestro camarada alude aquí a un estado de cosas que
afecta a un gran número de escritores actualmente. No todos tienen el valor de mirarlo cara a
cara. [...] Son pocos los que ven su propia situación tan nítidamente como Rene Maublanc.
Pero es precisamente de estos pocos de los que ha de exigirse más. [...] No basta con debilitar
a la burguesía desde dentro, también es necesario combatirla con el proletariado. [...] Rene
Maublanc v muchos de nuestros amigos de entre los escritores que todavía dudan han de
enfrentarse con el ejemplo de los escritores de la Rusia soviética, que aunque proceden de la
Hasta aquí lo que dice Aragón. Pero, ¿cómo se han convertido en pioneros? Desde luego que
no habrá sido sin amargas luchas, sin confrontaciones extremadamente difíciles. Las conside-
raciones que he expuesto ante ustedes constituyen un intento de extraer algunas conclusiones
a partir de estas luchas. Se basan en el concepto que proporcionó claridad decisiva al debate
especialista con el proletariado -y aquí reside el principio de la clarificación- sólo puede ser
una solidaridad mediada. Ya pueden los activistas y los representantes de la nueva objetivi-
dad comportarse como quieran: lo que no pueden hacer es eliminar el hecho de que la prole-
tarización de un intelectual muy raras veces da lugar a un proletario. ¿Por qué? Porque la clase
sobre privilegios educativos, le hacen experimentar solidaridad con ella y, en mayor medida,
hacen a la burguesía solidaria con él. En consecuencia, Aragón acierta plenamente cuando, en
otro contexto, declara, «El intelectual revolucionario aparece ante todo como el traidor a su
clase de origen». Esta traición consiste, en el caso del escritor, en una conducta que lo hace
pasar de abastecedor del aparato productivo a ingeniero cuya tarea es la adaptación de este
aparato a los fines de la revolución proletaria. Se trata de una actividad mediadora, pero que
libera al intelectual de aquella tarea puramente destructiva a la que Maublanc y muchos de sus
producción intelectuales? ¿Vislumbra los caminos por los que puede organizar a los trabaja-
vidad hacia esta tarea, tanto más correcta será su tendencia política y, por tanto, necesaria-
mente, tanto más elevada será también la calidad técnica de su obra. Y, al mismo tiempo, cuan-
menos probable es que reclame su derecho a ser «espiritual». El espíritu que se hace visible en
nombre del fascismo debe desaparecer. El espíritu que se le enfrenta confiando en sus propios