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¿Actriz o actor? se pregunta Julia Varley en las primeras reflexiones de este libro. Claro que uno tiene la tentación de dejarse seducir por el encanto con que la actriz, la mujer que por más de treinta años ha formado parte del Odin Teatret, reclama su derecho de hablar desde el género –palabra dudosa o esquiva por su utilización para cosas diferentes-, en este caso la femineidad, la condición de la mujer de muchos rostros que no sólo espera y teje (el tiempo, la nostalgia, la fidelidad, etc.) sino que actúa sobre condicionamientos y obstáculos. Es cierto: la mayoría de las Historias del teatro, o de los libros sobre Teoría y práctica teatral, no sólo han sido escritos por hombres, sino que narran la experiencia de directores y dramaturgos mientras que raramente aparece una breve referencia a mujeres del oficio. No es injusto: es real. Porque el rol significativo de la mujer en el teatro, históricamente –al menos hasta la segunda mitad del siglo XX- ha sido el de la actriz, y la palabra tiene, incluso, un suave encanto: sugiere (por tradición) un rostro, una actitud, una sonrisa, una leyenda o un mito.
¿Actriz o actor? se pregunta Julia Varley en las primeras reflexiones de este libro. Claro que uno tiene la tentación de dejarse seducir por el encanto con que la actriz, la mujer que por más de treinta años ha formado parte del Odin Teatret, reclama su derecho de hablar desde el género –palabra dudosa o esquiva por su utilización para cosas diferentes-, en este caso la femineidad, la condición de la mujer de muchos rostros que no sólo espera y teje (el tiempo, la nostalgia, la fidelidad, etc.) sino que actúa sobre condicionamientos y obstáculos. Es cierto: la mayoría de las Historias del teatro, o de los libros sobre Teoría y práctica teatral, no sólo han sido escritos por hombres, sino que narran la experiencia de directores y dramaturgos mientras que raramente aparece una breve referencia a mujeres del oficio. No es injusto: es real. Porque el rol significativo de la mujer en el teatro, históricamente –al menos hasta la segunda mitad del siglo XX- ha sido el de la actriz, y la palabra tiene, incluso, un suave encanto: sugiere (por tradición) un rostro, una actitud, una sonrisa, una leyenda o un mito.
¿Actriz o actor? se pregunta Julia Varley en las primeras reflexiones de este libro. Claro que uno tiene la tentación de dejarse seducir por el encanto con que la actriz, la mujer que por más de treinta años ha formado parte del Odin Teatret, reclama su derecho de hablar desde el género –palabra dudosa o esquiva por su utilización para cosas diferentes-, en este caso la femineidad, la condición de la mujer de muchos rostros que no sólo espera y teje (el tiempo, la nostalgia, la fidelidad, etc.) sino que actúa sobre condicionamientos y obstáculos. Es cierto: la mayoría de las Historias del teatro, o de los libros sobre Teoría y práctica teatral, no sólo han sido escritos por hombres, sino que narran la experiencia de directores y dramaturgos mientras que raramente aparece una breve referencia a mujeres del oficio. No es injusto: es real. Porque el rol significativo de la mujer en el teatro, históricamente –al menos hasta la segunda mitad del siglo XX- ha sido el de la actriz, y la palabra tiene, incluso, un suave encanto: sugiere (por tradición) un rostro, una actitud, una sonrisa, una leyenda o un mito.