—Papá, ¿por qué mueren los niñitos? —Susana, el pecado causa su muerte. El pecado, feo y. horrible. No el pecado de Consuelo. No el pecado de sus padres. Sino el pecado del cual todos hemos sido participantes voluntariamente. No hay manera de ocultar la dura verdad de que nosotros —la raza humana— somos culpables por haber caído en el pecado. Y adver- timos los trágicos resultados en nuestro mundo maldito por la presencia de este mal. —Pero las buenas nuevas, Susana, es que Dios ha di- señado un plan maravilloso para terminar todo el sufri- miento y la muerte. Y mejor aún, es un plan que nos asegura que el pecado jamás volverá a levantarse. Detrás de todas las tragedias en nuestro mundo po- demos ver las evidencias de la intención de Dios. El no puede cambiar las consecuencias del pecado, a menos que haciéndolo destruya la única esperanza que todos tenemos de que se ponga un fin al reino del pecado. 30