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antagonismo o la oposición era, por regla general, entre gente de buena fe pero con
enemigos radicales del Libertador, los cuales cada vez más enconados, no vacilarían en
Eso quiere decir: que la cabeza al tirano, y los pies, cortar debemos
Bolívar tuvo que salir de Lima hacia Caracas, en agosto de 1826. El no veía la ciudad de
Gobierno central con sede en Bogotá, era el jefe de los departamentos venezolanos.
decir que si entonces Páez y su gente no querían la república grande porque la capital no
les gustaba estar mandados por venezolanos. Además, Venezuela necesitaba del
subsidio monetario de aquella otra parte de la república, ésta consideraba tal hecho
como un perjuicio.
esa Gran Colombia sucede, precisamente, cuando Bolívar desde el Perú se halla
empeñado en promover la unidad superior, la que debía surgir del Congreso de Panamá:
Con toda la celeridad que era posible, se vino el Libertador a tratar de dominar y
Bolívar en el Sur, sirvió para que se fueran aglutinando en Colombia sus enemigos,
Para disipar la tormenta política era necesaria una reforma en la estructura del
régimen; con tal objeto se convocó a una convención especial que se reuniría en Ocaña.
Nada se pudo hacer allí. Las pugnas anárquicas y disolventes seguían creciendo para
destruirlo todo.
Forzado por los hechos de tan dramáticos momentos, y aclamado por los pueblos
dio el título que en ocasiones graves, como esa, era usado por los romanos: Dictador.
Aclaremos que este gobierno de Bolívar no fue como los muchos regímenes de
oprobio, que después ha padecido América, llamados también “dictaduras”. Estas, más
Del modo como habla un padre, Bolívar habló a todos sus conciudadanos en esta
Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda
solo”.
lapso – y que concentraba en sus manos una parte apreciable del poder, no la totalidad-
para tomar medidas importantes, deseadas por el pueblo. Así, entre otras cosas, ordenó
pública, también mandó hacer su último intento por hacer tangible y concreta la
Revolución.
Los enemigos, actuantes en Bogotá, cada día más fanáticos prepararon con
noche. Antes habían proyectado varias veces asesinarlo, pero siempre fracasaron.
ruido. Manuela Sáenz acompañaba a Bolívar, quien estaba algo enfermo. Ella lo ayudó
a saltar por una ventana. Luego, con gran entereza, salió a detener a los facinerosos;
discutió con éstos, y así ganó tiempo el Libertador para ponerse a salvo-
siempre había sido muy resistente a las fatigas y la intemperie. Aunque físicamente no
era robusto, era fuerte y sano. En las campañas vivía al igual que los soldados, sin
maíz al pan de trigo, comía más legumbres que carne; casi nunca probaba dulces, pero
que nadie, decía que eso lo había aprendido en Francia. No fumaba, detestaba el olor a
sectores más influyentes – para ese momento de la gran Colombia que él había formado
no lo amaban. En Venezuela era aborrecido por los alzados gobernantes, los cuales
No existe congoja mayor que verse arrojado del país donde se ha nacido y por el
cual se han hecho todos los sacrificios. No puede él sufrir pena más honda que
su mensaje de despedida, señala con sincera desesperanza que ha sido enorme el estrago
quería marcharse a Europa, o por lo menos a las Antillas que estaban más cerca –él
esperaba que Jamaica le diera Asilo-. Los grupos dominantes de Nueva Granada y de
además, que el gobierno separatista de Venezuela nunca trataría con Nueva Granada
lo alcanza, primero como un espantoso rumor, la noticia, luego confirmaba, del vil
asesinato de su fiel camarada Antonio José de Sucre, el más puro y eminente de sus
la pieza más conmovedora del nutrido epistolario Bolivariano: “No concibo, señora,
hasta dónde llegará la opresión penosa que debe haber causado a Ud. Esta pérdida tan
irreparable como sensible; únicamente me atrevo a juzgar por mí mismo lo que pasará
por su esposa que lo ha perdido todo de un golpe y del modo más bárbaro. Tono
nuestro consuelo, si es que hay alguno se funda en las torrentes de lágrimas que
parte, reciba Ud. La expresión más sensible de mi profundo dolor por la muerte de un
amigo, el más digno de mi eterna gratitud por su lealtad, su estimación y los servicios
que le debíamos. Dispénseme Ud., señora que deje de continuar esta carta, porque no
En todas ellas, con cierta melancolía poética, están expresados el signo y la magnitud de
su papel histórico, el drama del “hombre solo” como se llamó tantas veces. Cuando
hacia 1820 se mira a sí mismo, considera que nadie lo sobrepasa como “arquitecto de
castillos en el aire”. En su mejor momento se vio “metido a alfarerote repúblicas”.
Para la crisis de 1830, cuando la Patria y la vida van como en tumbos hacia el caos, la
imagen –dice- es la de “un navío combatido por las tempestades y las olas: sin timón,
sin velas, sin palos, ¿qué podrá hacer el piloto?; necesita de quien remolque al buque y
lo lleve al puerto. Yo soy este piloto que nada puedo”. Ahora, en el prematuro ocaso de
la vida, su visión es la del torturado en la faena ardua e inútil que una y otra vez las olas
tornan vana: la del hombre que ara en el mar. Así concebía él –en la pesimista
Pero no estaba en lo cierto. ¡No había arado en el mar! Dejaba a América una
lección: su vida, sus esfuerzos, sus ideas. Cuando las lecciones son buenas son positivas
e inmortales.
justos y esforzados.