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TS ”—~— __DELASANTIDADA __ ___LAPERVERSION—__ _o deporquénose cumplia laleyde _Diosenlasociedad novohispana _ SERGIO ORTEGA, ed. {oot enlace 4 grijalbo Las cenizas del deseo. Homosexuales novohispanos a mediados del siglo XVII Serge Gruzinski? Entre los muchos marginados de la sociedad novohispa- na, algunos ocupan un lugar singular, pues el silencio gue encubriendo su existencia y vivencia. Si muchas vo- ces se levantaron para denunciar —con toda la razon— la condicion de los indigenas, de los esclavos negros, de los judios y, mas recientemente, de las mujeres, pocos se interrogaron y se interrogan sobre la suerte de aquellos hombres que deseaban y amaban a los de su propio se- xo. Eran los ‘inicos que pagaban con la muerte lo que era solamente la manifestacion de su singularidad. A diferencia de los criptojudios que renegaban del cristianismo, de los idélatras que regresaban a sus anti- guas creencias 0 de los negros que escogian el camino de la rebelion, estos hombres no hacian mas que ser ellos mismos. ‘Sin embargo, se les acusaba —y se les sigue acusando— de “‘pervertir” el orden de las cosas, de corromper el orden social y el orden del deseo. Tal acu- sacion nos recuerda que, al igual que la santidad, la per- version es un producto sociocultural y no una infraccion a supuestas leyes de la ‘‘naturaleza’’, La perversion es, ante todo, una categoria cuyo contenido varfa con los * Investigador del Centre National de la Recherche Scientifique de Paris. 255 256 DE LA SANTIDAD ALA PERVERSION siglos, los ambitos y las etnias. Una categoria que puede abarcar comportamientos muy distintos y que los apro- vecha para afirmar el dominio de la norma, estrechar controles y orquestar represiones. Tal vez el caso no- vohispano, que ahora examinaremos, permita precisar lo que se designaba como perversion en la sociedad colo- nial del siglo XVII, asf como descubrir como los “‘perver- sos”? asumian el papel que se les imponia. ‘Aan en la actualidad, estos hombres “‘siguen mo- Iestando”. No proporcionan —como los indios, los negros, los judios y hasta las mujeres— la oportunidad de desarroilar los acostumbrados discursos sobre la explotacién colonial, la pérdida de identidad o la Iu- cha de clase. Al contrario, no dejan de. plantear problemas. No tienen nombres, desde el siglo XIX los llamamos homosexuales, con la connotacién médica que eso implica; en otro contexto, se les llamaria “pu- tos”, usando un término que ya corria por el siglo XVII. En la misma época, las autoridades coloniales preferian los vocablos més técnicos de sodomitas 0 sométicos 0 la referencia casi metafisica al ‘‘pecado nefando”’. El tér- mino de perverso no parece ser mucho mas satisfactorio, ni en el sentido moralista de corruptor o en la acepcién mas moderna, freudiana y aparentemente cientifica, que postula una supuesta desviacion del deseo, un deseo cu- ya manifestacion “normal” seria, obviamente, hetero- sexual. La pluralidad de los nombres basta para sefialar a complejidad del fendmeno al que nos enfrentamos. La historia de estos hombres resulta ser indisociable de una historia global de las relaciones sexuales y afecti- vas, de la familia, de la mujer y del machismo. Esta his- toria queda por hacer. Bs decir, no se trata de un pufia~ do de desviantes aislados y exdticos cuyas practicas y " “ Segin el Malleus Maleficarum, quien hubiese perseverado en este peca- do mas de 33 afios —el tiempo dela vida terrenal de Cristo— perdia cualquier esperanza de salvarse. Henry Institoris y Jacques Sprenger, Le Marteau des Soreleres, Paris, 1973, pp. 176-177. | 22 DELASANTIDAD ALA PERVERSION (Las) caussa, torpezas y circunstancias del pecado son yncreibles. Desconocimiento y, sobre todo, falta de informacion traduce el testimonio de Sotomayor, pues reconoci6, sin mayor dificultad, que el éxito de su represion se debié ms a la “Providencia de Dios’ que a la “diligencia del juez”. Es verdad que él mismo admitid que algo sabia del delito: “Ha doce afios que he tenido noticia de que el pecado nefando tiene muy contaminadas estas provin- cias’”. Sin embargo, parece ser que un sentimiento de impotencia invade la mente de los funcionarios al des- cubrir que las circunstancias del pecado son tan antiguas que muchos de ellos havia quarenta afios que estavan en él, otros treinta, los mis diez, doze y ocho(. . .) Repulsion, ignorancia, impotencia y también miedo. Un miedo que refleja un concepto empleado por las autoridades, el de “‘complicidad’”, que implica una aso- ciacion o colusién de delincuentes y, muchas veces, de- signa a grupos que el Estado considera como peligrosos. Es el caso, por ejemplo, de los negros sospechosos de querer rebelarse, o el de los indios idélatras. Asi pues, al lamentar la recrudescencia del paganismo en el Mar- quesado, a principios del siglo XVII, Jacinto de la Serna refiere el descubrimiento de una “gran complicidad de indios idélatras”’.”° Existen otras coincidencias termino- logicas entre el campo del pecado nefando y el de la idolatria. Al investigar los mecanismos de los sincretis- mos, otro apasionado extirpador de idolatrias, Ruiz de Alareén, explica: "© Jacinto de la Serna, “Manual de ministros de indios” en Tratado de las ‘idolairias, supersticiones, hechicerias y otras costumbres de las razas aborigenes de México, México, Fuente Cultural, 1953, p. 74, LAS CENIZAS DEL DESEO 263 Los que comunican mucho los indios, especialmente siendo gente vil, facilmente se inficionan con sus costumbres y supers- ticiones.!! Gonzalo de Balsalobre, por su parte, habla de “‘con- tagio”’ entre los idélatras de Oaxaca.” Mas afortunados que los “‘sométicos’’, los maestros de idolatria escapaban de la hoguera para beneficiarse de la clemencia de la Iglesia. Aunque no fue el caso de los judios, que también pagaron su singularidad y su pretendida “‘complicidad”, con Ia muerte en la hogue- ra. Baste sefialar aqui que las fantasias de complot y de epidemia se unen en el discurso oficial cada vez que se manifiesta una desviacién a nivel de grupo, ya tuviera una base sexual y religiosa (idélatras y judios), 0 étnica y social (los negros y mulatos). Dicho sea de otra manera, las autoridades coloniales parecen concebir el fendmeno homosexual —si nos permitimos este anacronismo— en dos niveles: el del acto individual, considerado como pe- caminoso y el del grupo, al reunirse individuos que lo cometen, Ademias el individuo mismo, como “‘persona desvian- te potencialmente peligrosa y como ser singular, dotado de una naturaleza distinta”’ —es decir, el homosexual tal como lo definira el siglo xrx—, no parece todavia tener Hernando Ruiz de Alarcon, ““Tratado de las supersticiones. Tratado de las idolatrias. . .,p. 49. "2 Gonzalo de Balsalobre, ““Relacion auténtica de la idotatrias. . . de los Indios del obispado de Oaxaca, 1656”, en Tratado de las idolatrias. «., . 1359, “Muy pocos naturales del dicho partido se excapan deste contagio"”. No €s inatil recordar que la homosexualidad sigue siendo considerada en ambitos cientifices —o considerados como tales— como una enfermedad social. Vé-~ ase, por ejemplo, Helmut Schelsky, Sociologie de fa sexualité, Paris, Idées, 1969, p. 150. ° "3 "Recordemas los dos autos de fe de 1649 y 1659 en que casi acabaron con tos eripto-judios de Nueva Espana. Seymour Liebman, Los judios en México ‘y América Central: fe, Hamas, Inquisici6n, México, Siglo xx, 1971 a 264 DELASANTIDAD ALA PERVERSION algin equivalente en el discurso oficial. Cabria, por su- puesto, profundizar en el andlisis de la posicién de las autoridades, las raices de su argumentaci6n y de sus mo- tivaciones, asi como recordar que en la Espafia del siglo XVII —como en los demas paises europeos— el pecado nefando era a la vez un atentado contra Dios, la natura- leza y el poder establecido (el Rey). Se desconoce ain mas la actitud y las reacciones de la poblacién novohispana al respecto, No es iniitil recor- dar que durante el motin del 8 de junio de 1692, muchos “tumultuantes” insultaron a los espafioles, tachandolos de “mariquitas”’. Espafioles de porqueria, ya vino la flota. Andad, mariquitas, a los caxones a comprar cintas y cavelleras(. . .)"* Ya no estamos en el registro del pecado ni del sacrile- gio, sino en el del afeminamiento del var6n, obsesion que no podemos desligar de la afirmacién machista. Pe- ro otros insultos circulaban en los medios populares, co- mo el que profirio un mestizo de Veracruz: “si tu amo no es judio o puto, jno hay judios en Veracruz!””. Seda aqui, otra vez —como lo hacia el discurso oficial—, la correlacion entre dos minorias excluidas y perseguidas. Sin embargo, como en el caso anterior, se ataca a la per- sona (puto) y no al acto sexual que se comete. Dicho sea de paso, hasta los que practicaban el pecado nefando empleaban el término puto: el mulato Benito de Cuevas recordé que “un dia antes que le prendieron fue un hombre a su casa del susodicho. . . y le dijo que se huiese porque estaban presos sus compafieros por putos. . .”” Estos indicios bastan para sefialar la complejidad de las actitudes frente a los ‘‘sométicos” y, tal vez, distin- Carlos de Sigitenza y Géngora, Alboroto y motin de México del 8 de ju- rnio de 1692, México I. Leonard, 1932, p. 72. LAS CENIZAS DEL DESEO 265 guir al menos tres componentes: un rechazo religioso, un miedo politico y social, y un desprecio por la persona misma; siendo, el acto, el grupo y la persona, los blan- cos del rechazo, y en contra de los cuales se ejercian el odio, la exclusion y la represién. ‘Ahora bien, aunque es probable que la sociedad colo- nial en su conjunto haya compartido estas reacciones frente a los ‘‘putos”, no podemos descartar la existen- cia, en la practica y en la vida cotidiana de margenes 0 espacios de tolerancia en los que se expresaban actitudes mas matizadas y ambiguas. Pienso, por ejemplo, en la mestiza que sorprendié a los dos hombres en el campo y que parecié demostrar mas curiosidad que escandalo; en Dofia Melchora de Estrada que hospedaba a uno de los inculpados y a sus amantes; 0 en los duefios de pul- querias que frecuentaban indios ‘‘vestidos de muje- res”, Por otra parte, el abismo que separa el bajo name- ro de las victimas y la poblaci6n real de delincuentes in- vita también a preguntarse sobre el grado de tolerancia o de clandestinidad que rodeaba sus existencias. Resulta necesario distinguir entre una posicion oficial ¢ infle- xible que, segiin los términos de Foucault, condena la sodomia y el pecado nefando ‘‘de la manera que la ma- gia y la herejia en el mismo contexto de profanacion reli- giosa’”'s, y una sensibilidad y una actitud coneretas, de desprecio y escandalo, pero que a veces pueden ser tole- rantes y hasta complices. Dejando estas cuestiones que merecen detenidos ana- lisis, veamos quiénes son estos hombres que ‘‘cometen el pecado nefando”. |S Michel Foucault, Histoire de la folie a age classique, Paris, Gallimard, 1972, pp. 101-103, Sobre los lazos entre homosexualidad y herejia, véase E.W.. Montar, “'La sodomie a I’époque moderne en Suisse Romande”, en Annales, es.c., Paris, Armand Colin, 29e année, 4juilet-adut 1974, pp. 1024 y 1032: “En Ia €poca del famoso cédigo imperial de Carlos V, la Carolina de 1532, la sodomia, . . era mencionada entre los erimenes espirituales cuyo particular horror procedia de la ofensa especial que se cometia en contra de Dios" | | Ff 266 DE LA SANTIDAD A LA PERVERSION El origen geogréfico y étnico Antes de acumular cifras, conviene subrayar los limites de los datos y calculos que siguen. Es obvio que 123 ca- sos constituyen una base muy reducida; pero la dificul- tad es otra, reside en la falta de datos comparables que pueden dar a estas cifras su verdadero valor. No solo la escasez de elementos acerca de la practica del pecado ne- fando, sus manifestaciones y su sociologia, sino también la ausencia de informaciones basicas relativas al perfil demografico, étnico social de la capital novohispana y de la ciudad de Puebla, a mediados del siglo XVII. Por lo que nos limitaremos a subrayar los rasgos mas obvios. La lista de los inculpados oftece los porcentajes si- guientes: Binias| Indio Mestizo Negro Mulato Castizo Morisco Portugués Espafol mes 33291 1 28 og 28 Esta primera aproximaci6n deja entrever la presencia de todos los sectores de la poblacion novohispana, incluyendo a minorias como los portugueses. Tres gru- pos alcanzan porcentajes comparables: los indios con 26.8%, los mestizos con 23.6%, y los espafioles con 22.8%; y hasta cuatro si tomamos en cuenta el conjunto negro- mulato, que totaliza 23.6%. Pasemos ahora a la distribucion geografica de los in- culpados: El pecado nefando, perseguido en 1657-1658, consti- tuye un fenémeno esencialmente urbano; los inculpa- dos, en su aplastante mayoria, proceden de México y LAS CENIZAS DEL DESEO 267 “Toi. Indio Mest Negro Mulato Castizo Morisco Portugués Espafol Origen pe » 0 » | 2 1 B _ wu nu 8 @ 1 1 0 12 Mexico TiS Poctia T Azapuleo| 0 Cholla ‘Aiseo (Ao) Puebla, las dos ciudades mas importantes del virreinato, yen las que la proporcién de espafoles (criollos o penin- sulares) es mas elevada. Menos de la tercera parte es ori- ginaria de Puebla, mientras que mas de las dos terceras partes corresponden a México. Sin embargo, las dos ciudades no ofrecen la misma reparticion: Foil, Indio Mensa Negro Mulato Casizo Morsco Portugués Espanol (400) (iy 3 D8 CGS. 2 12 0 145 Mico (io 629 sa Ri a7 aS Pula woe sO El grupo “‘indio-mestizo” es predominante en la ca- pital virreinal, con 56.6%, seguido por le grupo negro- mulato” (26.5%); mientras que los espafioles no son mas de 14.5%. ‘Al contrario, en Puebla, estos dltimos son los mas nu- merosos (40.5%), frente a los indios y mestizos (35.1%) y a los negros y mulatos (19 %). Tanto en México como en Puebla, los dos grupos ‘‘indio-mestizo” y “‘negro-mulato” mantienen relacio- nes similares, siendo el primero dos veces mas numeroso que el segundo. Por otra parte, mientras en México los indios superan a los mestizos, en Puebla se presenta la situacién opuesta. a 268 DELASANTIDAD A LA PERVERSION Cabe observar, ademas, que el perfil “‘espaftol” de la ciudad de Puebla procede de la presencia de un fuerte contingente de estudiantes inculpados. Sin embargo, si se les exceptiia, el grupo espafiol, reducido a 8 sujetos, no deja de constituir un porcentaje mas elevado (26.6%) que el de los espaftoles capitalinos (14.5%). COmo interpretar tales datos? En la ausencia de ele- mentos fiables sobre la reparticion étnica de la pobla- cién de ambas ciudades a mitad del siglo XVII," resulta imposible establecer si la incidencia del pecado nefando tiene que ver con el origen étnico de los inculpados. Los datos poblanos parecen confirmar lo que sabe- mos de esta ciudad de creacién colonial: una importante presencia espafiola y mestiza frente a una minoria indigena. Las cifras relativas a la ciudad de México son mas confusas, Pues si en 1644 las poblaciones indigena y espalofia sumaban efectivos comparables, es dificil en- tender porqué los inculpados indios son dos veces mas numerosos que los espafioles. No debemos olvidar que una operacion policiaca no puede confundirse con un sondeo; consideraciones politicas y sociales pudieron proteger a ciertos sectores y salvar a individuos, y que ba- rreras culturales y lingilisticas, tal vez, aislaron a otros. Nos contentaremos con recalcar la naturaleza urbana del fendmeno aqui descrito y su cardcter pluriétnico.” El empleo y la posicién social Este analisis reserva los mismos obstaculos y las mismas '6 Segiin Charles Gibson (Los aztecas bajo el dominio espanol 1519-1810, México, Siglo x1, 1967, p. 144), la poblacién indigena de la ciudad de Méxi ‘0 y de'Tlatelolco era de unas 27 000 personas a mediados del siglo xvut. Pe- ter Gerhard (A Guide 1o the Historical Geography of New Spain, Cambridge, (Cambridge University Press, 1972, p. 182) da la cifta de 7 630 tributarios para México en 1644, mientras los vecinos espafoles eran 8 000. Sobre el contexto politico y social, véase J.1. Israel, Race, Class and Po- lirics in Colonial México 1610-1670, Oxford, Oxford University Press, 1975. LAS CENIZAS DEL DESEO 269 trampas. Resulta més limitado ain, pues s6lo 66 sujetos de los 123 pueden estudiarse bajo este enfoque. Cuatro grandes categorias abarcan a las tres cuartas partes de los inculpados identificables: los oficios relacionados con la confeccién, sastre, guantero, tejedor, coletero y zapatero, con 21 personas (31,8%); cinco espafioles y cinco mestizos dedicados a la sastreria. Origen étnico y oficios Segin la “memoria de los ajusticiados(. . .) pre- sos(. . .) y lamados a edictos y pregones por dicha causa”, tenemos a los domésticos y esclavos (24.2%), entre los que figuran cuatro esclavos; siete estudiantes (10.6%); los que viven de la produccion y venta de comestibles, panadero, frutero, chilero, carnicero,-pulquero, son un 10.6% Si referimos estos datos a las distintas etnias y mez- clas, un s6lo grupo homogéneo parece destacarse, el de los estudiantes, que son todos —como era de es- perarse— espafioles. Por otra parte, observamos una predominancia de los espafioles y mestizos entre los ofi- cios de la confeccion, mientras mulatos y negros abundan entre los domésticos (10/16), y mestizos ¢ indios (6/7) en el grupo dedicado a la alimentacién. Tal reparticién pa- rece reflejar el perfil ordinario de una sociedad colonial urbana con sus segmentos acomodados (los estudiantes espafioles); sus esclavos (3 negros y un mulato); sus arte- sanos indios y mestizos, mulatos y espafioles, sin olvidar algunos empleos menos comines: un titiritero y un tafie- dor de arpa. Faltan representantes de las élites sociales, econdmi- cas y religiosas. De hecho, sabemos, por el testimonio de Sotomayor y del arzobispo de México, que miembros del clero también estuvieron involucrados. Para ellos, la a 270 DELA SANTIDAD A LA PERVERSION pamadero 2 cher 7 camicer te ado 323 1 2 clo at 4 soldado i i 2 7 7 ‘anedor dep z Suma Total Bo 7s ‘Total de los ineulpades Fre Mdenificado 364 58.6 7047.4 10050 (2) “Juan Francisco, espatol que bai biene”. discrecion se impuso, lo que no nos impidié descubrir huellas de su condena en los archivos de la Inquisicién."* Ademas, podriamos citar al hijo de un regidor de Yease la nota 7. “El Tribunal de la Sancta Ynquisici6n ha echo diligen- ‘ias con los reos della y el Ordinario Eclesistico tiene presos otros esemptos LAS CENIZAS DEL DESEO. m Puebla que figura también entre los inculpados. Es po- sible que este sector haya escapado més facilmente a la investigacion o que se haya callado sus nombres para disminuir el escandalo y permitir que el virrey pudiera afirmar: No est en la causa hombre ninguno no sblo de calidad peri ni de capa negra, sino todos mestizos, indios, mulatos, negros y toda la inmundicia de este reyno y'ciudades. El Virrey se equivocaba o mentia. Pero vale la pena destacar la facilidad con la que su pluma afiadia a la condena del pecado el prejuicio social y racial, Sin em- bargo, la realidad era distinta. Si consideramos que la lista de los inculpados corresponde a una cadena de de- nuncias y, por consiguiente, a un conjunto de individuos que tuvieran alguna relacidn entre si, podriamos sugerir que el pecado nefando trasciende las barreras sociales y 6tnicas, logrando conformar y delimitar un medio extre- madamente original. Las miltiples caras del pecado 4Cuales fueron las conductas sexuales y sociocultura- les que caracterizan dicho medio? Para contestar la pre- gunta disponemos de algunos indicios, proporcionados por la lista de los inculpados y de los elementos —a veces extremadamente crudos— que revelan los interrogato- tios. Son, por supuesto, los comportamientos mas especta- culares que sobresalen en las fuentes: los “‘afeminados”” y de su jurisdiccion porque asta estos se aviaestendido este achague tan mor tal y nefando”. (Sotomayor en 57-A). En una carta del 4 de mayo de 1659 el ‘Arzobispo de México Matheo Sagade Bugueiro menciona nominalmente a tres personas: un “sazerdote llamado Diego de Saabedia(. ..) Manuel Espi- ‘nossa, presbitero(. . .) Fernando Gaitén de Ayala. . .”. (Aci, Mexico 38). 2m DE LA SANTIDAD ALA PERVERSION © “‘vestidos de muger’””. Dicho con otro término, los “travestistas’”. Son, por lo menos, ocho, Juan de la Ve- ga, mulato, con el apodo de ‘‘Cotita”; Miguel Geroni- mo, mestizo, llamado ‘‘La Zangarriana”’; Juan Correa, mestizo, con el apodo de ‘La Estampa””; Alonso, mesti. zo, ‘La Conchita”; Bernabe, un sastre espafiol, “La Luna’; Sebastian Pérez, espafiol, ‘Las Rosas”; Mar- tin, indio con el apodo de “La Martina de los Cielos”; y un negro llamado “La Morossa”. . . Es decir, tres mestizos, dos espafioles, un negro, un indio y un mulato, 6.5% de los inculpados (8/123). La escasa representacion indigena —un solo indio Hamado “La Martina de los Cielos’”— plantea la cuestién de la difusién del “‘travestismo”? en el medio indigena, sin que tengamos aqui ningiin elemento de respuesta; pero po- demos esbozar los contornos de una praética que se ins- pira en modelos femeninos. El gesto, el vestido, la tarea desempefiada son 0 quieren ser los de una mujer y, a ve- ces, se afanan en imitar a las rameras del dia o a las bellezas de la capital. Véanse los apodos que usan y reci- ben: “‘La Zangarriana(. . .) a semejanza de una mujer de amores que hubo en esta ciudad, muy comin’; “La Estampa(. . .) era el nombre de una dama muy hermosa que hubo en esta ciudad”. Las descripciones vuelven con insistencia sobre los rasgos femeninos: El dicho Juan de la Vega(. . .) hera mulato afeminado(. . .) le amaban Cotita (que es lo mesmo que mariquita) y (.. .) el dicho mulato se quebrava de cintura y traia atado en la frente de hordinario un panito llamado melindre que usan las muge- res y(... .)en las aberturas de las mangas de un jubén blanco que traia puesto, traya muchas cintas pendientes y(. . .) se sen- fava en el suelo en un estrado como muger y(. . .) hacia tor- tillas y lababa y guisaba. El mestizo Juan Correa tenia unos setenta afios; ‘“bai- laba con los susodichos poniéndose por la cintura la ca- pa que traia puesta y quebrandose de cintura y quejan- ————— LAS CENIZAS DEL DESEO 273 dose diciendo que iba malo y que llevaba mal de madre Resor) iguiendo la ldgica del modelo que se apropia, el tra- vestista simula Ia prefiez y sus parejas y amigos lo acep- tan como mujer, tratandolo como tal, “los susodichos le regalaban y davan chocolates, diciéndole mi alma, mi vida y otros requiebros(. . .)”” Parece que para poder expresar su singularidad se- xual, el ‘“travestista”” escoge los rasgos y las conductas que en su sociedad pertenecen al sexo femenino. Se tra~ ta, de hecho, en el contexto novohispano, como en mu- chos mas, de la unica alternativa culturalmente estan- darizada y codificada que existe a la heterosexualidad masculina, a pesar de la degradacion y de la represion que conlleva esta eleccidn. En otros términos, el traves- tismo constituye un ‘‘modelo de inconducta’” y, por esta misma razon, una desviacién facilmente identificable por los demas miembros de la comunidad. Es factible que el indigena haya tenido acceso a este modelo solamente en la medida en que estaba lo bastan- te aculturado para poder volverse una “mujer criolla”, condicién imprescindible para integrarse a un medio so- cial y étnicamente mezclado y responder a sus gustos. De alli tal vez su escasa representacion en nuestra fuente —un caso—, mientras los mestizos son tres, y dos los es- pafioles. Vale la pena afiadir que el modelo de inconducta que representa el travestismo es doblemente desviante; por Ja inversién de papeles que implica, asi como por la refe- rencia feminina elegida, pues, como lo notamos, algu- nos de los apodos (La Zangarriana, La Estampa) remiten explicitamente al ambito de la prostitucion femnenina, es- pacio ya de por si marginal en la sociedad novohispana. Al lado de los ‘‘travestistas””, no se perfila ningtin otro grupo claramente identificable, a no ser el de los mozuelos que visitan regularmente a Juan de la Vega, “Cotita” y que parecen dedicarse a la prostitucion: 274 DELASANTIDAD ALA PERVERSION Le visitaban unos mozuelos a quienes el susodicho llamaba de ‘mi alma, mi vida, mi corazén y los susodichos se sentavan con @1y dormian en su aposento. El medio queda constituido por los estudiantes y criados que servian en los colegios poblanos, espacios masculinos y monosexuales que ofrecen un Ambito favo- rable a la practica del pecado nefando. Es necesario re- cordar que en las sociedades preindustriales no era facil que el individuo escapara a la promiscuidad de la vida cotidiana, disimulando sus actos a la mirada de sus fa- miliares y de sus vecinos o manteniendo relaciones que se inscribian fuera de los lazos ordinarios de la alianza, de la amistad 0 del trabajo. Tampoco era facil que un soltero pudiese materialmente sobrevivir sin la ayuda de una mujer, ya fuera su criada, esclava 0 esposa. Por lo que suponemos que la mayoria de los inculpados, lejos de integrar categorias 0 grupos definidos, llevaba una doble vida, improvisando, segiin la ocasi6n, su modo de encontrar el placer. Mas que sobre una clasificacion de “homosexualidad’”, preferimos insistir sobre la plastici- dad de las conductas impuestas por la clandestinidad, el peligro constante y la necesaria discrecién. Fuera de los Mamativos ‘‘travestistas””, los demas se hunden en la ma- sa annima, desapercibidos e ignorados. Ahora bien, llevar una doble vida era cosa tan arries- gada como ardua. La relacion con la mujer podia, a ve- ces, ser muy mal vivida. Asi, por lo menos, lo da a en- tender el testimonio de Miguel de Urbina: Un dia que se halld con su mujer, aviendo tenido con ella acto carnal, de rabia que no hubiese sido con el hombre con quien comunicava nefandamente, cogié una vela y pego fuego a un santo Niflo Jesits que tenia en un altar. El malestar sexual y afectivo del indio Miguel de Urbi- na tomé la forma de un acto sacrilego, que traduce de LAS CENIZAS DEL DESEO 215 manera espectacular y profundamente aculturada —se trataba de un indio “‘adino y de buena raz6n’”’— la d cultad de conciliar el deber conyugal con la relacion que mantenia con su amante. El choque entre la conducta licita y el amor prohibido provoca una crisis que estalla en el gesto iconoclasta. Al cometerlo, Miguel justifica involuntariamente la condena oficial que asimila pecado nefando y herejia, como si, tanto las autoridades como al, hubiesen percibido que esta ruptura sexual y moral s6lo se podia equiparar a la de la herejia. Sin embargo, como veremos mas adelante, la actitud parece haber si- do imica. La sociabilidad secreta El medio que se perfila a través de nuestras fuentes se caracteriza ante todo por una intensa circulacion de los cuerpos. Asi pues, Joseph Duran se acuesta con Geréni- mo Calbo, un mestizo de 23 afios, que resulta ser tam- bién el amante de Christoval de Victoria. A Geronimo, Joseph, Simon de Chaves, Miguel Gerénimo y a Juan de la Vega los sorprendieron juntos ‘‘cometiendo el peca- do”. En las reuniones, el intercambio parece haber sido generalizado. En dichas visitas se regalaban unos a otros y cometian el peca- do nefando los unos a los otros(. Por eso Hamaban a Miguel Geronimo “‘La Zan- garriana’’, ya que era comin a todos. Las fuentes re- velan, ademas, la frecuencia de las relaciones sexuales: Confesaron el haver cometido el pecado nefando infinidad de veces con diferentes y muchas personas, sefialando lugar, tiem- po, hora, dia, mes y aflo(. . .) La facilidad reconocida de los contactos no deja de 216 DELA SANTIDAD ALA PERVERSION sorprender, dado el clima de represion y los riesgos mor- tales que rodeaban la practica del pecado nefando. Esta proliferacion —tan contraria a las normas de una so- ciedad cristiana— expresa una biisqueda intensa del pla- cer que tal vez tenia pocos equivalentes. Reintroduce ademas la cuestion del umbral real de tolerancia con el que estos hombres podian contar en la capital virreinal y en la ciudad de Puebla. Por otra parte, obsesionada con la “‘inmundicia”” del pecado, la justicia hizo poco caso de la dimension afecti- va y amorosa que podian tomar estos lazos fisicos. Basada en el deseo del otro de los demas, ignorando por completo las barreras de la edad, de la piel o del es- tatuto, esta sociabilidad se fortalece al crearse relaciones mas estables: Christoval de Victoria confiesa ser el amante, el ‘‘guapo”’ de Geronimo Calb uel de Ur- bina prefiere manifiestamente a su amante mientras odia a su-esposa. La fuerza del lazo puede desembocar en cri- sis y escenas de celos como las que provocaba el amante del negro Nicolas de Pisa (“‘havia abido pendencias de celos’’). Una vez mAs penetramos una sociedad marginal que en ciertos aspectos calca las conductas y los conflic- tos del mundo “heterosexual”, un medio clandestino en el que la desviacion no deja de reproducir —aunque des- plazdndolos— los modelos habituales: la mujer, la pros- tituci6n, la posesividad, el engafio y, como lo describire- mos mas adelante, la religiosidad. ‘Ademas de relaciones ocasionales ‘‘en el campo”, le- jos de las miradas indiscretas, la actividad sexual tenia Tugar en reuniones que algunos organizaban dentro de su propia casa, como en San Juan de la Penitencia, “‘ca- si extra muros de esta ciudad’’, o en el barrio de San Pablo; por lo general, en lugares apartados. Alli se cita- ban los dias festivos, ‘‘sefialadamente los dias de ‘Nuestra Sefiora, de los Sanctos Apostoles y otras festivi- dades de la yglesia’””. No solo porque se trataba de dias LAS CENIZAS DEL DESEO am feriados, sino también porque correspondian a la devo- cién predilecta del amo de la casa: Porque los mas dellos tenfan en sus oratorios las ymagenes de ‘Nuestra Sefiora y demas santos referidos y con ocasion de ce- lebrar sus fiestas se conbidavan los unos @ los otros. Asi, por ejemplo, se reunian en casa del indio Juan —un zurrador— para celebrar a San Nicolas; bailaban, se acostaban, “Se citavan para otras visitas de mugeres en otras partes diferentes””. Intercambiaban direcciones. “Sefialaban las otras casas donde zelebrar las fiestas”. Jovenes, ancianos, travestistas y prostitutos tomaban el chocolate, algunos recordaban las proezas y las conquis- tas del tiempo ya lejano de su juventud, la belleza perdi- da y los placeres de antafio. A veces, amantes rivales se insultaban y peleaban. ‘Casas con todo alifio donde recibian’”, segtin Guijo. Casas acogedoras de amigos 0 de citas, en las que “‘travestistas”” ya maduros actuaban de alcahuetes, Es el caso de Juan Correa, ‘de setenta afios, les llevaba los recaudos de dichas visitas”. Como lo vimos, Juan vivia rodeado de mozuelos que se pros- tituian. ‘Asi pues, aparecen los espacios distintos y comple- mentarios del deseo ‘‘nefando”’; los lugares desiertos para encuentros furtivos, las reuniones festivas en las que se “liga” a alguna pareja, las casas de cita. Falta mencionar los temascales en la oscuridad, en los cuales se mezclaban los cuerpos ‘‘en los aposentillos ocultos que hay en ellos””. Después de haber aprehendido a un indio y un mulato que habian ‘“cometido el pecado nefando’” en uno de es- tos bafios, la Sala Real del Crimen comentaba en 1687: El concurso de hombres solos en los temaseales, aunque 10 es de por si malo, por las circunstancias que concurren en ellos, del calor, obscuridad, tactos, mobimientos, azotes, vapores, todo junto es probocativo, muebe, irrita, ynsita a torpezas ¥ 278 DE LA SANTIDAD ALA PERVERSION ‘mas siendo las personas que alli assisten de bil condicién y de muy malas costumbres: de que en resultado y resultan tan cenormes pecados como es el de la sodomia,!® Tampoco olvidemos ciertas pulquerias en las que in- dios ‘‘para sasiar su torpe apetito se visten en traje de mujeres de noches y se acuestan entre ellos (los clientes) embriagados y los provocan al acto torpe (. . .)””. En fin, la promiscuidad forzada de los obrajes favorecia todo tipo de relaciones ilicitas, incluso el peca- do refando. Asi, por ejemplo, en noviembre de 1673 siete hombres mulatos, negros y mestizos, del obraje de Juan de Avila en Mixcoac, perecieron en la hoguera.?! Mas alla de esta sociabilidad que esbozan las fuentes, presentimos la existencia de una subcultura que tiene su geografia secreta, su red de informacion e informantes, su Ienguaje y sus cédigos. Pensamos, por ejemplo, en los apodos que designan a muchos de estos hombres “El Mitre Pulquero, Camarones, El Rey de Francia, Ei Alazan, El Conejo, Cascavel, Carita de Guebo(. . .)”’. También cabria recordar el uso de los términos mari- quita, cotita, puto, guapo, etc., o la intervencién anoni: ma que inform® al mulato Benito de Cuebas de su inmi- nente aprehensién, Este medio escapa a las redes, a los lazos instituciona- Jes que estructuran la sociedad colonial; ni la familia, ni el compadrazgo ni el clientelismo o la cofradia constitu- yen los marcos en los que se desarrollan estas vidas. En este sentido lo podemos calificar de “‘subversivo”’. Sin embargo, aunque se trata indudablemente de un medio marginal, marginado y clandestino, no est total- mente desligado de la sociedad que lo reprime. Repro- fate Mico 87, Carta dela Sata del Crimen, 12 de enero de 1687, I. 16- gals Méxio 293, Jonph Vida de Figueron, Canénigo, 1 de julio de 21 Antonio de Robles, Diario de sucesos notables (1665-1703), México, Porréa, 1964, vol. I, p. 137. q — LAS CENIZAS DEL DESEO 29 duce aspectos del mundo semitolerado de la prostitucion femenina, integra conductas y actitudes tipicamente “mujeriles” y manifiesta un conformismo religioso, apegandose a los usos y ritos de la devocion barroca. De hecho, a través de la pluralidad étnica y social de sus in- tegrantes, este medio est4 en contacto permanente con muchos de los distintos sectores de la sociedad novohis- pana. Por lo que resulta ser un espacio privilegiado y hasta excepcional de aculturacion, tanto por la multipli- cidad de los lazos como por la indiscriminacion que pre- valece en su eleccion. Se trata también de un sector particularmente frégil. No podemos ignorar los limites de una sociabilidad fun- dada sobre la comunidad del deseo y el rechazo exterior. No resistié la violencia de la represion, puesto que, sin que interviniera la tortura, los primeros arrestados de- nunciaron a todas sus parejas, desencadenando la ma- quina infernal de la persecucién: Result6 de la declaraci6n de los referidos ser cmplice Benito Cuebas(. . .) y de las declaraciones y confesiones de todos los referidos result6 el prender hasta diez y nueve personas(. . .) Confesaron el haber cometido el pecado nefando. . . sefialan- do lugar, tiempo, hora, dia, mes y aut. ») ‘Asi se descubrié a los 123 sospechosos. Es probable que debamos atribuir esta funesta falta de solidaridad a lo tenue de un plazo que, muchas veces, no era mas que fisico, tanto como el panico provocado por la represion judicial y sus hogueras. La vivencia Sin embargo, no parece que todos estos hombres ha- yan vivido en un miedo continuo, a pesar del espectro de la represion. Obviamente, es mucho mas dificil intentar percibir la manera como asumian su singularidad, como 280 DE LA SANTIDAD ALA PERVERSION vivian su experiencia ‘homosexual’, A pesar de eso, creo que vale la pena reunir algunos testimonios que pa- recen paraddjicos. En algunos encontramos la expresion de la conciencia del pecado aunada al deseo de escapar a la tentacion. Es el caso iinico, cabe decirlo, del mulato Benito de Cuebas que asiste a la misa en la catedral y re- za a Nuestra Sefiora “porque le sacase del pecado”’, en el momento mismo de su arresto. Oportunismo o arrepen- timiento, la reaccion fue demasiado tardia y no impidio que el mulato muriese como los demas en la hoguera. Recordemos también que la explosion de rabia del in- dio Miguel de Urbina expresaba mas la frustracion de un homosexual casado que el trastorno causado por un de- seo singular. Sin embargo, al cometer una doble tra gresién —sexual e iconoclasta—, el indio revela las di cultades que acarreaba el seguir una doble vida. A diferencia de estos dos casos, los demas inculpados ofrecen una imagen mucho menos dramatica. En vez de remordimientos, expresan nostalgia, lamentan ya no po- der gozar como antes. El mestizo Juan Correa tenia 63 afios de practica, pues conocié el pecado a la edad de 7 afios: Se alabava que el siglo presente estaba acabando porque no se olgaban en éste como en el pasado —que el llamaba que era antes que esta ciudad se ynundase— porque entonzes el dicho Juan de Correa dijo que era linda nifia y que andaba vestido de mujer con otros hombres y que se olgaban cometiendo el peca- do nefando. ‘Asi pues, frente a los jueces que lo iban a mandar a la hoguera el anciano evocaba el recuerddo de un pasado placentero ya lejano, pues era anterior a la gran inunda- cién de 1629.8 Otros hacian gala de sus numerosos amantes: 2% Richard Everett Boyer, La gran inundacién: vida y sociedad en México (1629-1638), México, (SepSetentas) 1975, - 7 LAS CENIZAS DEL DESEO 281 (Christoval de Vitoria) havia cometido el pecado nefando con- tinuadamente en esta ciudad desde antes de la ynundacién, mas de treinta afios y que tenia perdida a esta ciudad con las personas @ quien el susodicho avia ensefiado a cometer este pe- cado(. . .) A través de estos testimonios surge la doble imagen de una conducta que se difunde voluntariamente y de una singularidad reivindicada, pues Juan de la Vega confiesa que “‘se ofendia si no le llamaban Cotita’’. Parece que un cierto grado de narcisismo sustituia tanto a la culpabilidad inculcada por la sociedad, como a angustia alimentada por la persecucin y sus espec- taculares hogueras. No es tampoco descartable que esta misma reaccién de sobrevivencia pueda explicar la co- existencia —para nosotros contradictoria— del pecado nefando y de la piedad cristiana, como si la afirmacién narcisista hubiese contribuido a hacer a un lado la con- denacidn de la Iglesia. Concluiremos planteando la cues- tién del impacto afectivo de la represion ejercida contra los ‘‘sométicos’’. ,Cémo se podia vivir con la perspecti- va de una muerte tan espantosa? En qué medida el es- caso numero de las ejecuciones (con relacién a los que practicaban el pecado) hacia de ellas una realidad dema- siado lejana para ser realmente temida? Sin embargo, no fue el caso para las victimas de la represion de 1658: La Real Sala del Crimen(. . .) ha sentenciado a quemar a ca torce en un dia, como se hiso, saliendo juntos al suplicio sin ser necesario darles tormento, por ser los catorce convictos y con- fessos, unos con otros, actores y pacientes. (El Virrey). “En los catorce se executd la pena de fuego"’ (Sotomayor)” % Sepiin Guijo, 1952, p. 140, el 12 de octubre de 1660, un mulato de 27, afios fue ejecutado en el tianguis de San Juan. Habia sido denunciado por sus ‘compareros. Bibliografia general I. Archivos 1. Archivo del Ayuntamiento de México, México D.F. ‘Cédulas Reales, nim. 426-A. 2. Archivo General de Indias, Sevilla ‘México 38, exps. 37-A, S7-B, y S7-C México 87; 333; 469. 3. Archivo General de la Nacién, México, DF. Indiferente General Ramo Criminal Vols. 25, exp. 25; 91, exp. 21; 116b, exp. 18; 117, exp. 16; 204, exp. 3; 210, exp. 10; 223, exp. 18; 229, exp. 29; 230, exp. 4; 243, exp. 5; 251, exp. 13; 257, exp. 12; 266, exp. 1; 267, exp. 13, 15; 272, exp. 7 y 8; 338, exp. 15. Ramo Inquisicion Vols. 2, exps. 4, 6: 3, exp. 5; 6; 7, exps. 2, 11; 70, exps. 1,4, 5, 7,11,13, 14, 16; 175, exps, 5-11, 7, By; 176, exp. 2; 262, exp: 2; 292; 302, exp, 7b; 318; 369, exp. 17; 451, exp. 1; 546, exp. 1 552, exp. 53; 609, exp. 1; 618, exp. 9; 622, exp. 6; 713, exp, 4; 728, exp. 19; 734, exp. 2; 740, exp. 37; 761, exp. 4; 769, exp. 18; 782, exps. 13, 15; 789, exp. 25: 790, exp. 1; 808, exp. 8; 812, exp. 11; 813; 836, exps. 1, 2,1 44; 844, exp, 7; 850; 988, exp. 3; 1000, exp. 4;'1011, exp. y 1023, exp. 34; 1030, exp. 9; 1045, exp. 1; 1070, exp. 35; 1113, exps. 2, 49; 1133, exp. 16; 1166, exp. 8; 1170, exp. 32; 1174, exp. 8; 1177, exp. 1; 1189, exp. 33; 1200, exp. 14; 1208, exp. 13; 1212, exp. 10; 1229, exp. 8; 1255, exp. 9; 1286, exp. 8; 1298, exp. 2; 1341, exp.'1; 1390, exp. 3; 1393, exp. I. I. Crénicas y libros sobre familia, matrimonio y comportamientos sexuales ‘Veanse apéndices de obras consultadas en los trabajos de Cristi- na Ruiz Martinez y de José Abel Ramos Soriano. 283,

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