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Gionia Mora {la moneda, Barcelona: Gabinet Numismatic de Catalunya, MINAC, 2010, pp. 105-122 MORALES, Ambrosio de: Lat Corumioa General de Raparta. Que cntinuaba Ambrosio de Morales, Alealé de Henares, Juan Ifigues de Lequerica 1574, PEREZ-ACCINO, José Ramén: «"Se mecieron en la misma cuna’ Ezgipto en el descubrimiento de la cultura ibérica, en Joaquin Ma- ria. Cérdoba Zoilo, RafselsJiménex Zamudio y Covaconga Sevilla Cueva (eds), HE redkaabriniente de Oriente Brixino y Eypto. Viaje, ‘allazgoveinvestigaiones, Madeid: Universidad Auténoma de Madrid, 2001, pp. 251-262 REMESAL RODRIGUEZ, José: «Trigueros epigtalista. La pasién de Hubner por Trigueross, en Manuel Gonsdlex Jiménes (ed.), Car ‘mona en le Edad) Moderna, Actas del Itt Congreso de Historia de Carmona, Carmona: Ayuntamiento de Carmona, 2003, pp. 465-486. SALINAS DE FRIAS, Manuel: «Mitos,fasificacin y realidades en la historiografia de la Via dela Plata: acerca de una fundacién mitica de Salamancas, en Jean-Gérard Gorges, José d'Enearnagéo, ‘rinidad Nogales Basarrate-y Anténio Carvalho (eds.), Lavtinia Romana. Ea tre. mito ea realidade, Cascais: Camara Municipal de Cascais, 2009, pp- 281-307. El mercado de la autenticidad Las nuevas ficciones patrimoniales Beatriz Santamarina y Albert Mone: He podemos decir que lo patrimonial se ha convertido en fe~ che metacultural reificado, translocalizado y recontextua- lizado, que genera un amplio mercado articulado alrededor de la autenticidad (Kirshenblatt-Gimblett, 2004; Frigolé, 2014). Nunca. antes habjamos asistido a un crecimiento de la demanda y con- sumo patrimonial tan acusado; asistimos, en términos de Heinich (2009), a una inflacién patrimonial. La fébrica patrimonial parece bien engrasada para dar respuesta a los tiempos que corren en la medida que genera espacios de autenticidad altamente descados. Bl espectacular incremento patrimonial ha sido impulsado por Ja propia democratizacién de su enunciado, pero también por la mundializacién de su produccién y por un aumento exponencial de su demanda. La expansién in coincidiendo con Ia explosién de la industria del turismo global, ciada en la ultima década del xx, ha continuado con energia en las dos primeras décadas de nuestro siglo. 193] 94 Beamaz SantamariNWALauar Moncust La Factoria patrimonial: de lo material a lo inmaterial La entrada del patrimonio inmaterial, en las exclusivas listas de la UNESCO, ha sido ol sltimo eslabén para redondear la cadena patrimonial. Inclusién que puede ser lefda desde miltiples pers- peetivas, pero que responde, racionalidad de la economfa neoliberal. Ahora conviven las entre otras, a la transformacién de la tas formas patrimoniales ~culturales, naturales e inmateriales~ en: grosando tanto los mimeros como las ansias patrimoniales. Antes de proseguir, cabe matizar que el constructo patsimonial responde a los distintos regimenes de gobierno desde que la mo- dernidad lo encumbré como un proyecto de emancipacién y cul- tura (en singular). Su vocacién integradora, evocadora y estética hace que se diluya, con facilidad, su earga sociopolitica (Santama- rina, 2012). Ademés, su remisién constante al pasado, su sustan- tiva autenticidad y su potencialidad como vertebrador de una comunidad imaginada hacen dificil vislumbrar tras él los regime: nes de gobierno (Bendix, Eggert y Peselmann, 2012; Del Marmél, 2012; Chaves, Montenegro y Zambrano, 2014). Pero empezare- mos a hablar de ellos en la medida que las taxonomias y disposicio- nes que lo configuran nos remiten a tecnologias de poder y campos de autenticidad, Por tanto, es importante reconocer que no hay Patrimonio sino, como acertadamente planteaba Montenegro (2010), hay patrimonializadores. Visto ast, el aparato patrimonial se nos muestra como un espacio de juego donde se otorgan distin- ciones, en una aparente objetividad consensuada, bajo la atenta mirada de lo disciplinario. Dicho esto se entenderé que lo patrimo- nial es un complejo constructo cultural atravesado por el pasado, la memoria, la identidad y el tervitorio, donde se condensan, cosi- fican y reinventan précticas culturales codificadas bajo criterios aglutinados en la autenticidad (Hobsbawm y Ranger, 1988; Lowenthal, 1998; Garcia Canclini, 1995; Prats, 1997; Harvey, , @ EL meRcabo DE 1A AUTENTICIDAD 95 2001; Herzfeld, 2004; Smith, 2006). Es deci, en lo patrimonial la autenticidad ocupa un papel central porque sin esta consideracién careceria de sentido, Su atribucién le confiere valor distintivo y le hace merecer proteccién (lo auténtico en los principios de restau- raci6n, patrimonio material), conservacién (lo original en las gutas de la preservacién, patrimonio natural) 0 salvaguardia (lo ver- néculo en el compendios de custodia, patrimonio inmaterial). La institucionalizacién del mercado y el consiguiente protagonismo abrumador del consumo (Berger y Luckman, 1997; Featherstone, 2000) facilitan que esa distintividad quede investida de valor de cambio y que el patrimonio vea potenciado su valor como objeto de venta y consumo. De ahi, que hoy asistamos, en pleno proceso inflacionista, a una mercantilizacién de la autenticidad, Ahora bien, desde que apareciera el patrimonio colectivo en el siglo xix éste ha ido redefiniéndose, adaptindose y dando res- puesta a las distintas necesidades politicas, sociales y econdmicas. Y en ese camino la autenticidad se ha presentado o articulado de formas variadas en las distintas versiones patrimoniales. De ma- nera sintética, podemos decir que el patrimonio decimonénico, vinculado a la ereacién del Estado Nacién, al liberalismo y al capi- talismo, respondia a un proyecto politico articulado en la distin- cin y en la creaci6n de grandes topogralias patriéticas (Anderson 1985; Choay, 1996; Ballart 1997; Gonzélez-Varas, 2003; Hernén- dex et al, 2005; Poulot, 2006). El patrimonio nacional pasé a ser tun elemento central para la legitimacién politica, construyéndose lo patrimonial como un instrumento metonimico de la nacién. La asignacién de la autenticidad se realiz6 sobre objetos o lugares previamente cosificados, como amalgama de una pretendida ver~ sign identitaria. La identidad (de nuevo, en singular) se construyé entonces como representativa de un todo, borrando cualquier atisbo de disenso y diversidad. La Cultura era presentada como Sinica y verdadera convirtiéndose en un poderoso instrumento de 96 Bearraz SaNtaarinvAtbeRt MONCUS dominacién al establecer jerarqutas basadas en su posesién (den- troy fuera de nuestras fronteras). El patrimonio colective, codificado como histérico-artistico © natural y comprimido en los monumentos y en los museos/par- ques nacionales, se edificé a través de la seleccién de elementos vinculados a la distincién en terminologia bourdiana (Bourdieu, 1997 y 1998). El resultado fue la imposicién y reproduccién de una historia, una memoria y un territorio como escudo frente a los procesos de aceleracién y destruecién dernidad. Su certficacién fue aproblem: disciplinario (Smith, 2004; Santamarina, 2013) y se construyé a partir de la autenticidad de la obra de arte (original frente a copia) o la naturalidad de la naturaleza (pristina frente a intervenida). ‘Sin embargo, de las formas patrimoniales del XIX a las activa- ciones patrimoniales del x1, ha habido un largo camino donde se han ido mudando las representaciones. Pensemos tan s6lo en las ropios de la primera mo- gracias al desarrollo implicaciones de su trasmutacién de monumento a bien. No sélo se ha ampliado su enunciado y se ha reconocido a distintos agentes activadores, sino también sus légicas han variado considerable mente (Arifio, 2002; Hernandez et al, 2005). En la actualidad, el constructo patrimonial se nos presenta como tn gran aparato ge- nerador de taxonomias y valores globales (Palumbo, 2010), como un enorme foco de produccién de mercancias (Roigé y Frigolé, 2010) y como un espacio de posibilidades emergentes (Comaroffy Comaroff, 2011). Pero también como un importante motor de los en un mundo tan liquide como desbocado. La hipermo- dernidad nos deja un panorama confuso de continua convulsién espacio-temporal donde se entreeruzan procedimientos de homo- esos de geneizacién, heterogeneizacién e hibridacién con pro desterritorializacién y reterritorializacién; donde las coordenadas para definirnos y para pensarnos no dejan de mutarse (Bauman 1999, 2005a, 2005; Garcia Canclini, 1999, 2002; Giddens 1991, | g MERCADO DE LA AUTENTICIDAD 97 2000; Giddens y Hutton, 2001; Appadurai 1996; Beek 1997, 1998 -y 2002; Hernéndez 2004). Hoy se apuesta por la diferencia y por los procesos, frente a la distincién y los ebjetos, en un contexto de produccién de capitales transnacionales y de mercantilizacién de la cultura, Las formas emergentes patrimoniales responden, en gran medida, ala perdida y afioranza de lo que se vive o representa como «experiencias auténticas», Las cadencias han cambiado en la economia neoliberal produciéndose un importante giro: de la pro- duceién de valor de lo material pasamos a la produccién de valor de lo inmaterial (Boltanski y Chiapello, 2002; Harvey, 2008; Co- maroff y Comaroff, 2011). En este articulo, nos interesa destacar cémo el patrimonio en su vertiente mercantilista convierte la autenticidad en un juego atado a la lgica de demandas crecientes. En este sentido, la nueva economia politica, marcada por las exigencias globales, la terciari- zacién y Ia deslocalizacién, fuerzan tanto a los centros clasicos de produccién, que han perdido su posicién competitiva, como a las periferias, en los margenes de los polos de produccién, a reinven- tarse. En este articulo queremos prestar atencién a esos procesos de reinvencién y ala paradoja sobre la que se asientan los actuales procesos de patrimonializacién, resaltando la tensién que se pro- duce entre la autenticidad y la falsificacién, Dicha tirantez se in- serta en el nuevo espiritu del capitalismo, donde las apariencias y los simulacros conviven sin mucho problema para alcanzar re- formulada una libertad que ha sido puesta en suspenso ante la apremiante necesidad de seguridad ontolégica (Giddens, 1991). Seguridad que permeabiliza nuestras relaciones y sentidos y que también dota de sentido, valga la redundancia, a lo auténtico, en la medida que para certificar la autenticidad se exigen garantias (se- guridades). 98 Bearriz SantaManina/ALaeer MONCUst EL MERCADO DE LA AUTENTICIDAD 99 Patrimonio, autenticidad y espectacularizacién En el contexto actual del capitalismo posfordista, la reestructu racién de la economia y su terciarizacién han situado a la fabrica patrimonial y a su maquinaria en un importante motor de generar riqueza. El crecimiento exponencial del turismoy las nuevas exigen- cias de un mercado, cada vez. més competitivo, han situado el bino- mio patrimo turfstico exige, cada vez més, un turismo cultural/natural,tildado de calidad, que se articula en una demanda creciente del consumo pa- trimonial. El marketing heritage trabaja para garantizar experiencias, auténticas, tnicas y espectaculares, consumidas en un tiempo fugaz ‘ya la-vez, extraordinario, La marca (brand) patrimonial se articula turismo en un matrimonio bien avenido, Elmereado sobre pilares tan sélidos como apetecibles: la historia, la memoria, el lugar, la identidad y la tradicin bafiados de autenticidad. De facto, cen el mercado patrimor mitema. El ansia de buscar lo auténtico -lo verdadero, lo original, lo |-turistico lo auténtico se converte en el pristino-, como si el resto de las experiencias cotidianas feran una suerte de falacia, convierte al constructo patrimonial en wn poderoso aparato para satisfacer una creciente demanda. Su manufactura da respuesta a la (re)invencién de un pasado cada vex més cercano, donde las distancias se acortan y el espacio se contrae (Kirshenblatt- Gimblett, 2004). E tiempo de la autenticidad es paradéjico, permite la sensacin e era de ralentizarlo, y el espacio de la autenticidad es contradictorio, garantiza la emocién del lugar. Ambas, lentitud y lugar; son coordenadas de lo auténtico. La fetichizacién patrimonial su deseo, ambicién y necesidad— expresa la demanda de nuevos valores (Kirshenblatt-Gimblett, 1998) y no es més que una res- puesta ante la necesidad apremiante de buscar en las metanarrativas modernas los amarres en el mundo. Ahora bien, el problema de mercantilizar lo pretendidamente auténtico, en un contexto neoliberal, es que para garantizar el es- pectéculo de lo auténtico se falsifica la autenticidad (si es que la hay) para dar respuesta a las exigencias del mercado. La compra- venta del producto patrimonial no escapa a la légica mercanti- lista y a la necesidad de produccién de sentido. La calidad del producto, la satisfaccién y expectativas del cliente enmarcan los nuevos ellos de garantfa patrimonial (seguridad y autenticidad), que se rigen paradsjicamente por los estindares de produccién cuando lo que buscan precisamente es distanciarse de ellos. He aquf otro mentfs importante. Piénsese, por ejemplo, en productos cada vez més solicitados que, bajo la Denominacién de Origen, Productos de la Tierra 0 Indicaciones Protegidas Geogrélicas pa- trimonializan nuestra cultura alimentaria certificindola, Es como si las llamadas ISO's (Organizacién Internacional de Normalizacién) pudieran aplicarse sin més a lo patrimonial en tanto producto y servicio que se comercializa, entrando en una suerte de contradic cin con el principio fundacional de lo patrimonial. En este sentido, recordemos que el patrimonio se sustenta sobre el principio de la escasez (ora distincién ora diferencia) que activa su puesta en mar~ cha bajo la todopoderosa ley de la oferta y la demanda (Gare‘a, 1998; Lacarrieu, 2008). La autenticidad, convertida en atributo inherente de lo patrimonial, debe también elaborarse en un juego de apariencias donde lo artifcioso quede anulado por lo espectacu- las. El valor afiadido debe remarcarse, frente a lo estandarizado (con fuertes connotaciones negativas: artificial, perjudicial, indus- trial), lo singular y diferente (con amables connotaciones positivas: natural, sano, artesano). Volveremos a ello més adelante. En cualquier caso, los procesos de espectacularizacién y feti- chizacién de lo patrimonial, vinculados a la hipermodernidad, son expresién de la biisqueda de experiencias y referentes cada vez ‘mas deseados, como si la compra de un pasado envasado 0 de una identidad comprimida nos garantizara el paso por el presente y nuestra continuidad en el futuro. El modelo de consumo patrimo- 100 Bearniz SANTAMARINVALBERT Moncust nial neoliberal sitda la espectacularizacién y Ia autenticidad en dos caras de la misma moneda. En este sentido, se requieren retéricas {que conviertan lo auténtico en espectacular. En ese salto se pro- duce una importante paradoja: silo auténtico viene definido por la anaturalidad -y este atributo es precisamente el que le confiere ver~ dad-, la espectacularidad viene earacterizada por la artificialidad lo aparatoso-. Al aunar dos conceptos que se edifican con refe- rentes antagénicos se requiere de un importante trabajo narrative para casar dos términos que, en principio, responden a légicas in- versas, La autenticidad obra para presentar lo patrimonial en su desnudez, en el origen, de ah su fidelidad y su capacidad de cert ficar lo verdadero (Davallon, 2010; Frigolé, 2014). La espectacu- larizacién, vinculada a la banalizacién, trabaja para el especticulo, para la teatralizacién de la realidad, para el consumo facil y rapido. Sin embargo, encontramos sin mucha dificultad eémo el mereado Jos ha casado en un juego escapista, donde lo natural y lo artificial conviven tensados entre lo autentificacién y lo falsifieacién. Sin duda, esto requiere una puntualizacién, porque no hay en realidad nada auténtico ni nada falso, sino un conjunto de mediaciones que hacen posible culturalmente la edificacién de ambos como contra- rios, La autenticidad no es auténtica, ni la falsificacién falsa, ambas nociones son construcciones sociales reificadas, que otorgan enti- dad y caracterizacién, a través de la seleccidn de ciertos elementos culturales. Los espacios suplantados el patrimonio ficticio Pero volvamos a nuestro interés, si hoy el aparato patrimonial se ha reconvertido en una importante mercancfa, movida por un mercado turfstico en constante crecimiento, veamos cémo se ha plasmado en un contexto de produccién de capitales transnaciona- EL. MERCADO DE LA AUTENTICIDAD 101 les, Para ello atenderemos a dos ejemplos. En el primero, observa- remos eémo los centros de produccién tradicionales, situados en las urbes como espacios privilegiados de producciéa y distribu- se han visto bruscamente avocados a una redefin capitales. Su capacidad como polo industrial ha perdido su prota- gonismo y han tenido que reinventarse para situarse de nuevo en el mercado. Bl llamado turismo urbano, consumidor de productos culturales, ha lanzado a la carrera a numerosas ciudades que han de sus tenido que pujar por entrar en los cireuitos de la excelencia que les situara en el mapa. En el segundo, nos centraremos en zonas rura- les, earacterizadas por haberse quedado fuera de los centros por excelencia de produccién y cuya situacién de marginalidad so- cioeconémica ha condicionado su devenir. Durante décadas se han, caracterizado por la pérdida demogréfica y por su posicién peri- férica, simbélica y real. El llamado turismo rural, consumidor de productos naturales, ha abierto una oportunidad al mundo rural, de ahi la necesidad de redefinirse para colocarse y colocar en el mereado sus productos. En ambos casos se han implementado politicas patrimoniales que responden a los nuevos requerimientos ¢lobales, pero al hacerlo la articulacién se ha ido moldeando a sus propias caracteristicas y a la propia caracterizacién patrimonial que les ha sido asignada. En el primer caso tomaremos como mo- deloa la ciudad de Valencia, en el segundo nos servies como mues- tra un pequesio pueblo de la Sierra Calderona situado en la co- marca de Camp del Tiria (Valencia). Nuestro primer ejemplo, Valencia, es exponente, en los dlti- mos quince afios, del city marketing propio del urbanismo neolibe- ralyy del consiguiente esmero en construir una representacién de la ciudad que la sitée en un buen lugar en la concurrencia global entre ciudades por atraer eventos internacionales y turistas (San- tamarina y Moncust, 20153e). La capital del Turia se ha modelado como objeto de consumo en un plano material y simbélico. En el 102 primero, se han desplegado operaciones urbanisticas especulati- vas y -sobre todo~ erigido la Ciudad de las Artes y las Ciencias (CAG), complejo arquitect6nico espectacular con sello de autor; en el segundo, se ha articulado un discurso promocional que ha cua- jado en guias turisticas y videos promocionales con un guion en el que la ciudad se ha presentado reiteradamente como una combi- nacién Gnica de historia, tradicién y ultramodernidad encarnada en la CAC. En todas las gufas turisticas, el complejo de Calatrava es omnipresente y es habitual su inclusién en un discurso teleol6- gico que lo convierte en la culminacién de una historia materiali- zada en monumentos histéricos y tradiciones seculares. Varios videos promocionales han condensado esa doble faceta de histo- riaftradicién y modernidad. Fl titulo de uno de ellos «Valencia incretble, pero cierta» ejemplifica el ejercicio de construir autenti- di, a través de procesos de patrimonislizacién, en el mercado. Elementos como la catedral, el Aicalet 0 la Lonja de la Seda com- parten protagonismo con la CAC en un conjunto aderezado, entre otras cosas, por las fallas y la paella. Semejante mezeolanza dis- cursiva articula una operacién simbélica de autentificacién de todo lo que incluye la representacién de la urbe (Santamarina y ‘Moncust, 2015a). En este primer ejemplo lo tradicional y lo hist6- rico aportan veracidad e inmanencia a la effmera experiencia del turista, al tiempo que el patrimonio histérico y el inmate fieren autenticidad a un nuevo conjunto urbanistico. La ciudad espectacular deja absorto al espectador, de mado anélogo a eémo les sucede a los dos protagonistas de uno de los videos promocio- nales de la ciudad («Mira Valencia con otros ojos»); un ejecutivo y una artista (guifio a la ciudad financiera y ereativa) que compar- ten con el espectador las emociones que experimentan al evo- car una ciudad de ensuefio. Valencia ofrece al mercado una versién revestida de espectacu- laridad y autenticidad que ha gozado de buena acogida durante MERCADO DE LA AUTENTICIDAD 105 mucho tiempo, como muestra el incremento de pernoctaciones, viajeros y muscos (Rausell, 2010; Puche y Obiol, 2011). La repre- sentacién de la urbe para el turista busca la autenticidad en un exitoso ejercicio de recontextualizacién de elementos patrimonia. les y de reificacién de la CAC. Valencia se ha convertido asf en ejemplo de cémo la construccién de representaciones identitarias, se apoya en un mercado institucionalizado. El patrimonio feticl zado contagia sus propiedades a un nuevo elemento, no sdlo e' tando cualquier consideracién de artficioso, sino produciendo un hechizo que ensombrece la percepcién de las estrategias legitima- doras de la dominacién politica y la especulacién econdmica que se encuentran tras el esmerado ejercicio de ety marketing y que oculta las desigualdades sociales y los movimientos de contestaci6n social aque laten en la ciudad. El maridaje entre lo moderno/vanguardista y lo tradicional/histérico en un mismo relato autentifica y legitima cualquier intervencién en aras de la glorificacién de un modelo de ciudad pensado para visitantes y turistas, pero también a cuya suscripcién se invita a los ciudadanos. El alifio se completa con tuna fiesta como las fallas, repleta de referentes a la tradici6n rural, Jo que contribuye a reforzar la autentificacién. Especulacién, es- pectacularizacién y teatralizacién ocupan el lugar que antafio desplegaba el nacionalismo en los procesos de patrimonializaci6n, Frente a la versién moderna de la patrimonializacién, fundamen- tada en el nosotros para nosotros y para los otros (Prats 1997), surge una tercera versién —«vosotros para nosotros»~ fundamen- a de- terminada nocién de aquelloy aquellos a quienes encontraran. Sin embargo, los ciudadanos muestran desaliento por las carencias que experimenta su entorno urbano més préximo y por la forma como la ciudad, con toda su historia y patrimonio, se ha visto su- plantada por la versién ofrecida a través de la CAC, dando la es- tada en un desplazamiento del protagonismo hacia quienes la ciudad, demandan «un turismo de calidad» y, con ello, 104 Bearniz SaNtaMmanina/Anueer MONCUST palda al pasado y ala identidad, para centrarse en una representa cién ficticia de la ciudad (Santamarina, 2014), ‘Nuestro segundo ejemplo muestra que la ficcién patrimonial es un recurso considerablemente versétil Serra es una pequefia loca- lidad de montafia a pocos kilémetros de la ciudad de Valencia que al igual que muchos otros mticleos rurales de Espafa se ha trans- formado en los sltimos decenios, de la mano del turismo y la cons- truccién, invirtiendo una tendencia de estancamiento econémico y descenso demogréfico (Roigé y Frigolé, 2010; Del Marmol, 20125 Beltran y Vaccaro, 2014). Serra era ya lugar de veraneo para cla- ses acomodadas de Valencia que buscaban allf un remanso en la naturaleza, a finales del siglo x1X y el XX. La nocién de naturaleza, y todas las asociaciones que se desprenden de ella, tiene también hoy que ver con esa transformacién, en un ejemplo de otra forma de construir autenticidad a través del patrimonio. La Declara- cién de la Generalitat Valenciana del Parque Natural de la Sierra Calderona (Decreto 10/2002, de 16 de enero, del Gobierno Valen- ciano) supuso que Serra quedara enclavada en una zona conside- rada oficialmente patrimonio natural. Con ello, este municipio de a Comarca del Camp del Turia encontré una puerta a la emergen- cia de iniciativas econémicas que giraban alrededor del potencial de visitar la naturaleza o vivir cerca de ella. Las iniciativas de eco- turismo, el proyecto (interrumpido por la reciente crisis) de cons- truccidn de un balneario y la puesta en marcha de un proyecto de recuperacién de la memoria desde el presente y de recreacién de un pasado rural, entendido como vinculado a la montatia, la economia tradicional y de subsistencia y la dureza de la vida rural, han supuesto una importante transformacién de la poblacién. Si en la ciudad de Valencia se desplegé el city marketing, en Serra en- contramos manifestaciones de rural marketing con una campaiia bajo el lema «Serra, tot natura («Serra, todo Naturaleza») en el papel oficial y en los carteles publicitarios. Este eslogan es espe- MERCADO DE LAA AUTENTICIDAD 105 cialmente elocuente porque opera como un importante mediador del lugar: Si Serra es todo naturaleza y la naturaleza remite a la autenticidad, todo el pucblo es auténtico (sus gentes, sus produc- tos, sus espacios, cteétera). Si en Valencia los monumentos han logrado contagiar de autenticidad a todo lo que los ha acompafiado cen el relato turistico, en Serva la naturaleza y la naturalidad asig- nada a sus habitantes ha hecho lo propio. En otro ejemplo de ello, los visitantes que Hlegan al pueblo son recibidos a su entrada con ‘un mural que reza «Benvinguts a Serra en el cor de la Calderona» (Bienvenidos a Serra en el corazén de la Calderona») (Santama- rina y Bodi, 2014). En este caso, se advierte al visitante que esta entrando de lleno en el corazén de lo natural, en el centro de la sierra, franqueando las puertas hacia el ansiado consumo de lo au- téntico. Baste recordar que la naturaleza encuentra en lo rural sw espacio antonoméstico, como algo auténtico y distintivo; como ausencia de todo aquello artificioso, encarnado por el entorno ur- bano (Frigolé y Roigé, 2006; Vaccaro y Beltran, 2007). La patrimonializacién de la naturaleza experimentada en Serra, de la mano de la declaracién como Parque Natural, pero también de su renovada condicién de zona rural de montaiia, ha otorgado nuevo valor al espacio del pueblo, para su venta de cara al ocio, el recreo, la salud, el recogimiento 0 el deporte. Como antatio hicieron acomodados ciudadanos de Valencia, segundos residentes y visitan- tes buscan en Serra lo que la ciudad parece negarles: aire puro, calma, gentes auténticas y la natural naturaleza. Y el pueblo ofrece todo eso en el mercado glocal, aunque para ello tenga que reinven- tarse, armonizando la naturalidad atribuida con su propia memoria, presentandose a medida y gusto del urbanita y poniendo a su servi- cio su economia inmaterial. No deja de ser notorio que la demanda de turismo natural ha provocado procesos paradéjicos como la ur- banizaci6n del paisaje y de los servicios y la remodelacién de estra- tegias, desde la produccién para el consumo urbano en lo rural 106 Brarniz Santanarina/ALaert Moncust hasta la recreaci casi obligada de lo «natural» (Frigolé, 2007). En. un juego claro de tensiones entre la falsficacién y la autenticidad, entre el deseo de lo auténtico y la exigencia de su consumo, las 20- nas rurales han encontrado una nueva oportunidad para pensarse, aunque ello conlleve una redefinicién para los «otrose. Al lado de esa misma urbe que disfruta de su propia autenticidad, Serra otra que le llega de la naturaleza, por representar lo pristino, y de sus gentes, por encarnar la tradicién rural y la reminiscencia del pasado auténtico. El patrimonio natural e inmaterial confiere autenticidad a un renovado escenario rural. De la ciudad al pueblo, del pueblo a la ciudad, la gramética patrimonial constituye ficciones que ocupan el lugar de espacios a los que resignifican, A modo de cierre Desde una perspectiva diacrénica, las activaciones patrimonia- les han ido respondiendo a distintas versiones de identidad y au- tenticidad dependiendo del contexto de su produccién. Esta de mds recordar que la capacidad de encapsular una identidad ha sido el motor de lo patrimonial, su alma méter. Sin querer entrar aqut cn Ia discusién sobre el controvertido término de identidad, no queda més remedio que, al menos, hagamos mencién a su impos- tura. La identidad es un término reificado ¢ ideslizado; como ha sido sefialado, en numerosas ocasiones, es un proceso abierto, en constante redefinicién y negociacién, que se caracteriza por sw inestabilidad, fragilidad y mutabilidad (Hall, 2003; Bauman, 2004), Pero a identidad, como versién aglutinante de una comuni- dad, ha servido como un potente marcador de autenticidad. Por- que lo cole resentado como rasgos tinicos y diferenciables de una idad, remiten a un pasado comtin que se articula en la trax dicién, Tradicién que es lefda como un importante paraguas dado EL. MERCADO DE LA AUTENTICIDAD 107 que remite a procesos sacralizados donde la remisién al origen es suficiente para dotarla de autenticidad (discurso circular). Ahora bien, desde que el patrimonio colectivo fuera institucio- nalizado, la férmula en la construcci6n identitaria ha ido variando. Eneeste sentido, Prats (1997) entiende que existen dos procesos de construccién patrimonial dela identidad. El primero se correspon- derfa con Ja activacién clésica del patrimonio y se trataria del «no- sotros del nosotros, propia del patrimonio decimonénico. El segundo responderia a la aetivacién de la demanda turistica y se deliniria como el «nosotros de los otros»; esta versién se consolida- rfa.con la aparicién del turismo de masas. Desde nuestra conside- racién habria que afiadir un tercer proceso que responde también al fenémeno turistico pero, en este caso, insertado en el contexto de la hipermodernidad donde la mercantilizacién de la cultura, la identidad y lo auténtico producen una tercera construccién: «voso- tros para nosotros». La hipermodernidad, definida en términos de globalizacién 0 nuevo imperialismo, ha provocada la proliferacién tanto de nuevos objetos y sujetos patrimoniales como la intensifi- cacién de demandas del llamado turismo de calidad. Este «con- sumo» insertado en redes globales de produccién trae consigo una reconliguracién en la forma de pensar y elaborar el partner pat monio/turismo. La demanda cada vez mayor de un turismo de ca- lidad (urbano o rural) obliga a unos «otros», a una escenificaci estereotipada que bien podria condensarse con la obligacién con- tractual de un «vosotros para nosotros» y, ademés, auténtico En las nuevas activaciones patrimoniales encontramos un mo- delo, cada vez més extendido, que tiene que ver con la imposicién de unaidentidad prefabricada (ofabricada desde fuera) ya medida para cl consumidor de ocio. La ligica econémica actual articulada en lo intangible construye una particular manera de construir a unos otros» que, muchas veces, parece recuperar las viejas postales ro- ménticas de antaffo en un intento de transferir con urgencia la an- 108 Brarraz SaNTAMARINAALDERT MONCUS! BL. MERCADO DE LA AUTENTICIDAD 109 siada autenticidad. Pero lejos de ser una mirada al estilo més pueril _yanacrénico del «buen salvaje», en realidad, se imponen alos «otros domes piaci6n de su propia identidad fragmentada y de explotacin de sus bienes y recursos. La identidad de los otros «fotogénicamente turfs ticose se limita a una representacién estereotipada de un «vosotros -ados» précticas de subordinacién en un ejercicio de expro- para nosotros», Nuestras relaciones con unos «otros» presunta mente amables y amigables se ofrece a la carta, al gusto de las «tar jetas visas» més exigentes. La pretendida autenticidad no es més que una ficeién o simulacro en intercambios desiguales. Sin dud, la peculiar presentacién de lo patrimonial, como re- clamo, nos invita a reflexionar sobre los peligros de las novedosas formulas de mercantilismo patrimonial. Estas, revestidas de una

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