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Th. W. Adorno Dialéctica negativa La jerga de la autenticidad Obra completa, 6 Edicién de Rolf Tiedemann con la colaboracién de Gretel Adorno, Susan Bech-Morss y Klauss Schultz Traduccidn de Alfredo Brotons Mufioz Melle La filosofia, que otrora parecié obsoleta, se manticne con vida porque se dejé pasar el instante de su realizacién. El juicio sumario ce que meramente interpretaba el mundo, de que por resignacién ance la realidad se atrofié también en si, se convierte en derrotismo de la raz6n tras el fracaso de la transformacién del mundo. No ofrece lu- par alguno desde el cual la teorfa como tal pueda ser condenada por cl anacronismo del que, después como antes, es sospechosa. Quizd la interpretacién que prometia la transicién a la practica fue insufi- ciente. El instante del que dependia la critica de la teoria no puede prolongarse teéricamente. Una praxis indefinidamente aplazada ya no es la instancia de apelacién contra una especulacién autosatiste- cha, sino la mayoria de las veces el pretexto con el que los ejecutivos estrangulan por vano al pensamiento critico del que una praxis trans- formadora habria menester. Tras haber roto la promesa de ser una con la realidad o de estar inmediatamente a punto de su produccién, la filosoffa esta obligada a criticarse a sf misma sin contemplaciones. Lo que antafo, por comparacién con la apariencia de los sentidos y de toda experiencia vuelta hacia el exterior, se sentia como lo abso- lutamente contrario a la ingenuidad se ha convertido por su parte, objetivamente, en tan ingenuo como hace ciento cincuenta afios ya Goethe consideraba a los pobres pasantes que buenamente se entre- gaban subjetivamente a la especulacién. El introvertido arquitecto de los pensamientos vive en la luna confiscada por los extrovertidos téc- nicos. Las cdpsulas conceptuales que, segtin costumbre filoséfica, de- bian poder acoger al todo, a la vista de la sociedad desmesuradamente expandida y de los progresos del conocimiento positivo de la natu- raleza, parecen reliquias de la primitiva economia mercantil en me- 16 Dialéctica negativa dio del tardocapitalismo industrial. Tan desmedida se ha hecho la des- proporcién, mientras tanto rebajada a tépico, entre poder y espiritu alguno, que hace intitiles los intentos de conceptualizar lo preponde- rante inspirados por el propio concepto de espiritu. La voluntad de hacer esto denota una pretensién de poder que aquello por concep- tualizar refuta. La expresién mds patente del destino histérico de la filosofia es su regresién, impuesta por las ciencias particulares, a una ciencia particular. Si, segtin sus palabras, Kant se habia liberado del concepto de escuela al pasar al concepto cdésmico de la filosofia', ésta ha regresado, por la fuerza, a su concepto de escuela Siempre que confunde éste con cl concepto cdsmico, sus pretensiones caen en cl ridiculo, Hegel, a pesar de la doctrina del espiritu absoluto, en el cual élinclufa a la filosofia, sabia a ésta mero momento en Ia realidad, ac- tividad fruto de la divisién del trabajo, y por tanto la restringfa. De ahi resulré luego su propia limitacién, su desproporcién con la tea- lidad, y tanto mas ciertamente cuanto mas a fondo olvidé esa res- triccién y sechazd como algo extrafio a ella la meditacién sobre su propia posicién en un todo al que monopoliza como su objeto en lugar de reconocer cudnto, hasta en su composicién interna, su ver- dad inmanente depende de €l. Sdlo una filosofia que se desprenda de tal ingenuidad vale de algtin modo la pena de seguir siendo pen- sada. Pero su autorreflexién critica no puede detenerse ante las cum- bres més altas de su historia. A ella le cumpliria preguntar si y como, tras la caida de la filosofia hegeliana, es ella atin posible en general, tal como Kant inquiria sobre la posibilidad de la mectafisica después de la critica del racionalismo. Si la doctrina hegeliana de la dialécti- ca representa el intento inigualado de mostrarse con conceptos filo- s6ficos a Ja altura de lo a éstos heterogéneo, hay que rendir cuentas de la relacién debida a la dialéctica en la medida en que su intento ha fracasado. Ninguna teoria escapa ya al mercado: cada una de ellas se pone a la venta como posible entre las opiniones concurrentes, todas someti- das a eleccién, todas devoradas. Si no hay, sin embargo, anteojeras que el pensamiento pueda ponerse para no ver esto; si igualmente cierto es que la infatuada conviccién de que la propia teoria ha escapado a ese destino degenera en el clogio de sf misma, tampoco la dialéctica ha menester de enmudecer ante tal reserva ni ante la a ésta aneja de su superfluidad, de lo arbitrario de un método pegado por fuera. Su Sobre la posibilidad de la filosofia — La dialéctica no es un punto de vista 1? nombre no dice en principio nada mas que los objetos no se reducen 4a su concepto, que éstos entran en contradiccién con la norma tra- dicional de la adaequatio. La contradiccién no es aquello en que ef idealismo absoluto de Hegel debfa inevitablemente transfigurarlo: algo de esencia heraclitea. Es un indicio de la no-verdad de la identidad, del agotamiento de lo concebido en el concepto. La apariencia de iden- tidad es sin embargo inherente al pensar mismo de su forma pura. Pen- sar significa identificar. El orden conceptual se desliza satisfecho ante lo que el pensamiento quiere concebir. Su apariencia y su verdad se interfieren. Aquélla no se deja climinar por decreto, por ejemplo me- diante la afirmacién de algo que es cn sf aparte de la totalidad de las determinaciones cogitativas. Esté secretamente implicito en Kant y fue movilizado por Hegel contra él que el en si, mas alla del concepto, es nulo en cuanto totalmente indeterminado. La consciencia de la apa- riencialidad de la totalidad conceptual no tiene otra salida que rom- per la apariencia de identidad cotal inmanentemente: segtin su pro- pio criterio, Pero como esa totalidad se construye conforme a la légica, cuyo nucleo constituye el principio de tercio excluso, todo lo que no se adectie a éste, todo lo cualitativamente distinto, recibe el marcha- mo de la concradiccién. La contradiccién es lo no-idéntico bajo el as- pecto de la identidad; la primacta del principio de contradiccién en la dialéctica mide lo heterogénco por cl pensamiento de la unidad. Cuando choca con su limite, se sobrepuja. La dialéctica es la cons- ciencia consecuente de la no-identidad. No adopta de antemano un punto de vista. Hacia ella empuja los pensamientos su inevitable in- suficiencia, su culpa de lo que piensa. Si, como se ha repetido desde los criticos aristotélicos de Hegel’, se objeta a la dialéctica que todo lo que cae en su molino lo Ileve por su parce a la forma meramente légica de la contradiccién y deje ademas de lado ~asi argumenta to- davia Croce—? toda la diversidad de lo no contradictorio, de lo sim- plemente diferente, entonces se achaca al método la culpa de la cosa. Lo diferenciado aparece divergente, disonante, negativo en tanto en cuanto por su propia formacién la consciencia tenga que tender a la unidad: en tanto en cuanto mida Jo que no es idéntico con ella por su pretensién de totalidad. Esto es lo que la dialéctica reprocha a la consciencia como contradiccién, Gracias a la esencia de la misma cons- ciencia, la contradictoriedad tiene el caracter de una legalidad inelu- dible y fatal. Identidad y contradiccién del pensar estan mutuamen- 18 Dialéctica negativa te soldados. La totalidad de la contradiccién no es nada mds que la no-verdad de la identificacién total, tal como se manifiesta en ésta. La contradiccién es la no-identidad bajo el dictamen de una ley que atecta también a lo no-idéntico. Pero ésta no es una ley del pensamiento, sino real. Quien se plie- gaa la disciplina dialéctica ha incuestionablemente de pagarlo con el amargo sacrificio de la diversidad cualitativa de la experiencia. Sin em- bargo, el empobrecimiento de Ja experiencia por la dialéctica, que escandaliza a las sanas intenciones, en cl mundo administrado se re- vela como adecuado a la uniformidad abstracta de éste. Lo que tiene de doloroso es el dolor, elevado a concepto, por el mismo. EI cono- cimiento debe sometérsele si no quiere degradar una vez nis la con- crecién a la ideologia en que realmente esté comcenzando a conver- tirse. Una versién modificada de la dialéctica se contenté con su renacimiento desvigorizado: su deduccién de las aporias de Kant des- de el punto de vista de la historia del espiritu y lo programado, pero no cumplido, en los sistemas de sus sucesores. Cumplir no es sino ne- gativo. La dialéctica desarrolla la diferencia, dictada por lo universal, de lo particular con respecto a lo universal. Mientras que ella, la ce- sura entre sujeto y objeto penetrada en la consciencia, es inseparable del sujeto (y surca todo lo que, incluso de objetivo, piensa éste), tendria su fin en la reconciliacién. Esta liberaria lo no-idéntico, lo desemba- razaria aun de la coaccién espiritualizada, abriria por primera vez la multiplicidad de lo diverso, sobre ta que Ia dialéccica ya no tendria poder alguno. La reconciliacién seria la rememoracién de lo multiple ya no hostil, que es anatema para la razén subjetiva. La dialéctica sir- ve a la reconciliacién. Desmonta el cardcter de coaccién Idégica a que obedece; por eso se Ja acusa de panlogismo. En cuanto idealista, es- taba claveteada al predomintio del sujeto absoluto en cuanto la fuer- za que negativamente produce cada movimiento singular del concepto y la marcha conjunta. Incluso en Ja concepcién hegeliana, que des- bordaba a la consciencia individual y aun a la trascendental kantiana y fichteana, tal primacia del sujeto esta histéricamente condenada. La desaloja no sédlo la falta de vigor de un pensamiento adormecedor, que ante la preponderancia def curso del mundo renuncia a construirlo. Mas bien, ninguna de las reconciliaciones que afirmé el idealismo ab- soluto —cualquier otro resulté inconsecuente-, desde las légicas has- ta las politico-histéricas, fue sélida. El hecho de que el idealismo con- Realidad y dialéctica 19 sistente no haya podido constituirse mas que como epitome de la con- tradiccién es tanto su verdad, de légica consecuente, como el castigo que merece su logicidad en cuanto logicidad; apariencia tanto como necesaria. Pero la reanudacién del proceso a la dialéctica, cuya forma no-idealista entretanto ha degencrado cn dogma, lo mismo que la idea- lista en bien culcural, no decide tinicamente sobre la actualidad de un modo de filosofar histéricamente transmitido, o sobre la estructura filoséfica del objeto de conocimiento. Hegel habfa devuelto a la filo- sofia el derecho y la capacidad de pensar contenidos en lugar de con- tentarse con cl andlisis de formas de conocimiento vacias y, en sentido enfatico, nulas. La filosofia actual recae, cuando en general trata de algo con contenido, en la arbitrariedad de la concepcién del mundo, o bien en aquel formalismo, aquello «indiferente», contra lo que Hegel se ha- bia sublevado. La evolucién de la fenomenologia, a la que en un tiem- po animé la necesidad de contenido, hacia una evocacién del ser que rechaza todo contenido como impureza, prucba esto. El filosofar de Hegel sobre contenidos tuvo como fundamento y resultado la primacia del sujeto 0, segtin la famosa formulacién de la consideracién inicial de la Légica, la identidad de identidad y no-identidad*. Lo singular determinado era para él determinable por cl espiritu, pues su deter- minacién inmanente no debfa ser otra cosa que espiritu. Sin esta su- posicién la filosofia no seria, segtin Hegel, capaz de conocer nada ni de contenido ni esencial. Si el concepto de dialéctica idealistamente adquirido no alberga experiencias que, en contra del énfasis hegelia- no, sean independientes del aparejo idealista, a la filosoffa le resulta inevitable una renuncia que rechace el examen de contenidos, se li- mite a la metodologia de las ciencias, considere a ésta la filosofia y virtualmente se suprima. Seguin la situacién histérica, la filosoffa tiene su verdadero inte- rés en aquello sobre lo que Hegel, de acuerdo con la tradicién, pro- clamé su desinterés: en lo carente de concepto, singular y particular; en aquello que desde Platén se despaché como efimero e irrelevante y de lo que Hegel colgo la etiqueta de existencia perezosa. Su tema serfan las cualidades por ella degradadas, en cuanto contingentes, a quantité négligeable. Lo urgente para el concepto es aquello a lo que no llega, lo que su mecanismo de abstraccién excluye, lo que no es ya un ejemplar de concepto. ‘[anto Bergson como Husserl, exponentes de la modernidad filos6fica, estimularon esto, pero ante ello retro- 20 Dialectica negativa cedieron a la metafisica tradicional. Por amor a lo no-conceptual, Berg- son cred, con un golpe de fuerza, otro tipo de conocimiento. La sal dialéctica es arrastrada por la corriente indiferenciada de la vida; lo fijado como cosa, degradado como subalterno, no concebido junto con su subalternidad. El odio al rigido concepto universal instaura un culto de la inmediatez racional, de la libertad soberana en medio de lo no libre. Sus dos modos de conocimiento los proyecta en una oposicién tan dualista como sélo lo fueron las doctrinas por él ata- cadas de Descartes y Kant; al mecdnico-causal, en cuanto saber prag- matico, cl intuitive le molesta tan poco como a la estructura burguesa fa relajada despreocupacién de quienes deben su privilegio a esa es- tructura. Las tan celebradas intuiciones aparecen bastante abstractas en la misma filosofia de Bergson, apenas van mds alld de la consciencta fenoménica del tempo que incluso en Kant subyace al Gempo fisi- co-cronolégico (al espacial segtin el andlisis de Bergson). Por mas que arduo de desarrollar, el comportamiento incuitivo del espiritu, arcai- co rudimento de una reaccién mimérica, sigue sin duda existiendo de hecho. Lo que to precede promete algo mas alld del petrificado pre- sente. Sélo intermirentemente se logran, sin embargo, las intuicioncs. Todo conocimiento, incluido el propio de Bergson, ha menester de la racionalidad por él despreciada, precisamente si quicre concretarse. La duracién elevada a absoluto, el puro devenir, el actus purus, se con- vertirfa en la misma atemporalidad que Bergson censura en la meta- fisica desde Platén y Aristétel s. A él no le preocupaba et hecho de que lo que busca a tientas, si no es que resulte ser un fata morgand, tuinicamente cabria enfocarlo con el instrumental del conocimiento, mediante la reflexidn sobre sus propios medios; ni el que, con un mo- do de proceder que de antemano carece de mediacién con el del cono- cimiento, se degenera cn arbitrariedad. — El Husserl lagico, par el con- trario, destacé cierramence de manera nitida ef modo de aprehender Ja esencia frente a la abstraccién generalizadora. Lo que tenia en men- te era una experiencia espiritual especifica que debfa poder ver la esen- cia a partir de lo particular. Ahora bien, la esencia en cuestién no se distingufa en nada de los conceptos universales corrientes. Entre las operaciones para la visién de las esencias y su terminus ad quem hay una desproporcién enorme. Ninguno de los dos intentos de evasién consiguieron escapar al idealismo: Bergson se orientaba, lo mismo que sus enemigos jurados positivistas, por las données immédiates de la cons- El interés de la filosofta 21 cience; Husserl, andlogamente, por los fendmenos del flujo de la cons- ciencia. Ni uno ni otro salen del perimetro de la inmanencia subje- tiva’, Contra ambos habria que insistir en aquello que en vano per- siguen: decir contra Wittgenstein lo que no se puede decir. La sencilla contradiccién de esta demanda es la de la misma filosofia: califica a ésta como dialéctica antes siquiera de que se enrede en sus contra- dicciones de detalle. El trabajo de la autorreflexidn filoséfica consis- te en desenredar esa paradoja. Todo lo dems es significacién, re- construccién, hoy como en los tiempos de Hegel prefilosdficas. Una confianza, por problematica que sea, en que a la filosofia le es posi- ble; en que el concepto puede trascender al concepto, lo preparato- rio y lo que remata, vy, por tanto, alcanzar lo privado de conceptos, es imprescindible a la filosoffa, al igual que precisa de algo de la ingenuidad de que ésta adolece. De lo contrario, debe capitular, y con ella todo el espiritu. No se podria pensar la mas simple operacién, no habria ninguna verdad; dicho enfaticamente: todo no seria mas que nada. Pero lo que de la verdad; se toca mediante los conceptos mas alld de su abstracto cerco no puede tener ningtin otro escenario que lo por él oprimido, despreciado y rechazado. La utopia del conocimiento seria abrir con conceptos lo privado de conceptos, sin equipararlo a ellos. Semejante concepto de dialéctica despierta dudas sobre su posi- bilidad. La anticipacién de un constante movimiento entre contradic- ciones parece ensefiar, por muy modificada que esté, la totalidad del espiritu, precisamente la tesis derogada de la identidad. E] espiritu que no deja de reflexionar sobre la contradiccién en la cosa debe ser esta misma si ¢s que la cosa se ha de organizar segtin la forma de la con- tradiccién. La verdad que en la dialéctica idealista impulsa més all de todo lo particular como algo falso en su unilateralidad es la del todo; si no estuviese pensada de antemano, los pasos dialécticos carecerian de motivacién y orientacidn. A esto se ha de contestar que el objeto de la experiencia espiritual es en si, de manera sumamente real, un sistema antagonista no sdlo gracias a su mediacién como sujeto cog- noscente que se reencuentra en ésta. La constitucién forzosa de la rea- lidad que el idealismo habia proyectado en la regidn del sujeto y del espiritu debe retraducirse a partir de ésta. Lo que del idealismo que- da es que el determinismo objetivo del espiritu, la sociedad, es tanto una suma de sujetos como la negacién de éstos. Estdn en ella irreco- 22 Dialéctiva negativa nocibles y desvigorizados; por cso es igual de desesperadamente ob- jetiva y concepto, lo cual el idealismo confunde con algo positivo. El sistema no es el del espiritu absoluto, sino el del mas condicionado de todos los que disponen de él y ni siqui¢ra son capaces de saber has- ta qué punto es propio de ellos. Radicalmente distinta de la cons- titucién teGrica, Ja preformacién subjetiva del proceso social de pro- duccién material es lo que éste tiene de irresuelto, de irreconciliado con los sujetos. Su propia razén, que, tan inconsciente como el suje~ to trascendental, instaura la identidad mediante el engaiio, Jes resulta inconmensurable a los sujetos a los que clla reduce al denominador co- miuin: el sujeto como enemigo del sujcto. La universalidad precedente es verdadera tanto como no-verdadera: verdadera porque constituye aquel «éter» que Hegel llama espiritu; no-verdadera porque la suya no es auin razén, sino producto del interés particular. Por eso la critica fi- losdfica de la identidad crasciende a la filosoffa. Pero cl hecho de que se necesite igualmence de lo no subsumible bajo Ja identidad —segtin la terminologia marxista, del valor de uso— para que la vida en gene- ral, incluso bajo las relaciones de produccién dominantes, perdure es lo inefable de la utopia. Esta se introduce en lo que se ha conjurado para que no se realice. ‘Teniendo en cucnta la posibilidad conereta de la utopia, la diakéctica es la ontologia de la situacién Falsa, Una situa- cién justa, irreductible tanto a sistema cuanto a contradiccién, se ti- berarfa de ella. La filosofia, incluida la hegeliana, se expone a la objecién general de que, puesto que por fuerza diene como material conceplos, anticipa una decisién idealista. De hecho, ninguna filosofia, ni siquiera cl empi- tismo extremo, puede tracr por los pelos los facta bruta y presentarlos como casos de anatomia o experimentos de fisica: ninguna puede, como no pocas pinturas quieren hacerle creer seductoramente, meter las co- sas singulares en los textos. Pero el argumento, en su generalidad for- mal, toma cl concepto, tan fetichistamente como éste se exhibe inge- nuamente en su dmbito, como una cotalidad autosuficiente sobre la que nada puede el pensamiento filosdfico. En verdad todos les con- ceptos, incluidos tos filoséficos, acaban en lo no-conceptual, pues son por su parte momentos de la realidad, la cual —primariamente con fi- nes de dominio de la naturaleza— necesita de su formacién. Aquello como lo cual la mediacién conceptual se aparece, desde el interior, a si misma, la preeminencia de su esfera, sin la cual nada es sabido, no 11 todo antagonista ~ Desencantamiento del concepto 23 debe confundirse con lo que ella es en si. Tal apariencia de algo que es en sf le confiere el movimiento que le exime de la realidad a la que por su parte esta uncida. De la necesidad que tiene la filosofia de operar con conceptos no puede hacerse la virtud de su prioridad, como tam- poco, a la inversa, puede hacerse de la critica de esta virtud el vere- dicto sumario sobre la filosofia, No obstante, la comprensién de que su esencia conceptual, a pesar de su inevitabilidad, no es su absoluco td, a su vez, mediada por la conformacidén del concepto; no es una tesis dogmitica, y menos ingenuamente realista. Conceptos como el del ser al comienzo de la Légica de Hegel significan en principio, enfaticamente, lo no-conceptual; apuntan, con expresién de Lask, mas all de si. Contribuye a darles sentido el hecho de que no se conten- tan con su propia conceptualidad, a pesar de que, al incluir lo no-con- ceptual como su sentido, tienden a cquipararse a ello y permanecen por tanto prisioneros en si. Su contenido les es tan inmanente, espiri- tual, como dntico, trascendente a ellos. Mediante la autoconsciencia de esto consiguen desprenderse de su fetichismo. La reflexidn filosé- tica se asegura de lo no-conceptual en el concepto. De lo contrario, éste, segtin el dictamen de Kant, seria vacio; al final, en general, ya no seria el concepto de algo y, por tanto, devendria nulo. La filosofia que reconoce esto, que abroga la autarquia del concepto, quita la venda de los ojos. Que el concepto cs concepto aunque trata del ente en nada cambia cl hecho de que esté por su parte enredado en un todo no-con- ceptual contra el que tinicamente su cosificacién, que por supuesto lo instaura como concepto, lo impermeabiliza. El concepto es un mo- mento como otro cualquiera en la légica dialéctica. Su ser mediado por lo no-conceptual sobrevive en él gracias a su significado, que por su parte fundamenta su ser concepto. Lo caracceriza tanto el referirse a lo no-conceptual —tal como, en ultimo término, segiin la teoria tradi- cional del conocimiento, toda definicién de conceptos ha menester de momentos no-conceptuales, deicticos— como, por el contrario, el (en cuanto unidad abstracta de os onta en él subsumidas) alejarse de lo éntico, Cambiar esta direccién de la conceptualidad, volverla hacia lo no-idéntico, es ef gozne de la dialéctica negativa. La comprensién del cardcter constitutivo de lo no-conceptual en el concepto acabaria con la coaccién a la identidad que el concepto, sin tal reflexién que se lo impida, comporta. Su autorreflexién sobre el propio sentido aparta de la apariencia de ser en si del concepto en cuanto una unidad de sentido. e 24 Dialectica negativa El antidoto de la filosofia es el desencantamiento del concepto. [m- pide su propagacién: que se convierta para si mismo en cl absoluto. Una idea legada por el idealismo y pervertida por éste como ningu- na otra, que ha de cambiar de funcién, es la de infinito la filosofia ser exhaustiva seguin el uso cientifico, reducir los fenédme- nos a un minimo de proposiciones. Asi lo indica la polémica de Hegel contra Fichte, que parte de un «proverbio». La filosofia quicre mas bien abismarse literalmente en lo heterogéneo a ella, sin reducirlo a ca- tegorias prefabricadas. Quertia ajustarse a cllo tan estrechamente como en vano descaban hacerlo el programa de la fenomenologia y de Simmel: su meta es la exteriorizacién integral. Unicamente alli donde la filo- sofia no lo impone cabe aprehender cl contenido filoséfico, Se ha de abandonar la ilusi6n de que pueda confinar a la esencia en ta finitud de sus determinaciones. Quizé a los filésofos idcalistas la palabra in- finito se les venia a la boca con tan fatal facilidad porque querian mi- tigar la corrosiva duda sobre la magra finitud de su aparato concep- tual, incluido, pese a su intencidn, el de Hegel. La filosofia tradicional cree poseer su objeto como infinite, y por ello se hace, en cuanto fi- losofia, finita, terminada. Una filosoffa modificada deberia cancelar No cumple a pretensién, no seguir convenciéndose a si y a los demas de que dis- pone de lo infinito. Pero, en lugar de eso, seria ella la que, sutilmen- te entendida, se haria infinita, por cuanto desdefiaria fijarse en un corpus de teoremas enumerables. ‘Tendria su contenido en la diversidad, no aprestada por un esquema, de objetos que se le imponen o que ella busca; se abandonarfa verdaderamente a ellos, no los utilizaria como espejos en los que reproducirse, confundicndo su copia con la con- crecién. No seria otra cosa que la experiencia plena, no reducida, en el medio de la reflexi6n conceptual; incluso la «ciencia de la experiencia de la consciencia» degradé los contenidos de tal experiencia a ejem- plos de categorfas. Lo que incita a la filosofia al arriesgado empefio en su propia infinitud es la expectativa sin garantias de que cada sin- gular y particular que descifre represente en si, como la ménada leib- niziana, ese todo que como tal no deja de escurrirsele; por supuesto, segun una disarmonfa preestablecida, antes que como armonia. El giro metacritico contra la prima philosophia es al mismo tiempo aquel con- tra la finitud de una filosofia que alardea de infinitud y no la respe- ta. El conocimiento no interioriza por completo ninguno de sus ob- jetos. No debe preparar el fantasma de un todo. Asi, la tarea de una La «infinitud» 25 interpretacién filosdfica de las obras de arte no puede ser producir su identidad con el concepto, agorarlas en éste; a través de ella, sin em- hargo, se desplicga la obra en su verdad. Lo que por el contrario se puede prever, sea como proceso regulado de la abstraccidn, sea como aplicacién del concepto a lo comprendido en su definicién, quizd sea ucil como técnica en el mds amplio sentido: para la filosoffa, que no se deja encasillar, es indiferente. Por principio siempre se puede equi- vocar, y, s6lo por eso, ganar algo. El escepticismo y el pragmatismo, en ultimo término incluso en la versién absolutamente humana de éste, la de Dewey, lo han reconocido; pero eso habria que afiadirlo como fermento de una filosofia vigorosa, no renunciar a cllo de antemano a favor de la prueba de su validacién. Frente al dominio total del mé- todo, la filosofia conticne, correctivamente, cl momento del juego que la tradicién de su cientifizacién querrfa excirpar. También para Hegel cra éste un punto neurdlgico: él rechazaba «... las especies y diferen- cias que estan determinadas por el azar externo y por el juego, no por la razén»®. El pensamiento no ingenuo sabe qué poco alcanza de lo pensado, y sin embargo debe siempre hablar como si lo tuviera com- pletamente. Esto lo aproxima a la payasada. Los rasgos de ésta puede negarlos canto menos cuanto que son lo unico que le abre la esperanza alo que le esta vedado. La filosofia es lo mas scrio de todo, pero tam- poco ¢s tan seria. Algo que aspira a lo que cllo mismo no es yaa priori, y sobre lo que no tiene ningtin poder garantizado pertenece al mismo remo. segtin su propio concepto, a una esfera de lo incondiciona- do de la que la esencia conceptual hizo un tabi. No de otro modo puede cl concepto representar la causa de lo que él suplanté, la mi- mesis, que apropidandose de algo de ésta en su propio comportamiento, sin perderse cn ella. En tal medida, aunque por una raz6n tocalmen- te diferente que en Schelling, no cs el momento estético accidental para la filosofia. No menos, sin embargo, compete a ésta superarlo en la perentoriedad de sus intelecciones de to real. Esta y el juego son sus polos. La afinidad de Ia Filosofia con el arte no autoriza a la pri- mera a tomar préstamos del segundo, menos aun en virtud de las in- tuiciones que los bérbaros toman por la prerrogativa del arte. ‘Tam- poco en el trabajo artistico caen éstas casi nunca aisladamente, como rayos desde lo alto. Han crecido junto con la ley formal de la obra; si se las quisicse preparar separadamente, se disolverian, El pensamien- to, ademés, no guarda fuentes cuya frescura lo liberarfa de pensar; no 26 Dialéctica negativa se dispone de ningtin tipo de conocimiento que sea absolutamente dis- tinto del que se tiene, ance el que presa del pdnico y en vano huye el intuicionismo. Una filosofia que imitara al arce, que quisiera conver- tise por sf misma en obra de arte, se tacharia a si misma. Postularia la pretension de identidad: que su objeto se absorbiera en ella conce- diendo a su modo de proceder una supremacia a la que lo heterogé- neo se acomoda a priori en cuanto material, mientras que justamen- te su relacién con lo hetcrogéneo es tematica para la filosofia. El arte y la filosofia no tienen lo que les es comun en la forma o cn el pro- cedimiento configurador, sino en un modo de proceder que prohibe la pseudomorfosis. Ambos manticnen la fidelidad a su propio conte- nido a través de su oposicidn; el arte, al hacerles dengues a sus signi- ficados; la filosofia, al no prenderse de nada inmediato. LE] concepto filosdfico no ceja en el anhclo que anima al arte en tanto aconceptual y cuyo cumplimiento escapa de su inmediatez como de una apariencia. Organo del pensar ¢ igualmente el muro entre éste y lo que se ha de pen- sar, el concepto niega ese anhelo. ‘lal negacién la filosofia no puede ni esquivarla ni pleparse a clla. A ella compete el empeiio de Hegar mas alld del concepto por medio del concepto. Incluso tras el repudio del idealismo, no puede, por supuesto en un sentido mas amplio que en ¢l demasiado positivamente hegclia- no’, prescindir de la especulacién que cl idealismo puso en boga y que con él cay en desgracia. A los positivistas no les resulta dificil acu- sar de especulacién al materialismo marxista, que parte de leyes de |. esencia objetiva, de ningtin modo de datos inmediatos o de propo- siciones protocolarias. Para purificarse de la sospecha de idcologia, ‘on Frecuencia considerado itive en general y por tanto también de aen que cn ésta se trata del conocimiento positive, se ha por el "Si, por lo dem: como un cnemigo itresistible de rodo saber pos la filosofia en la medi contracio de to el que tiene que temer al escepti aun hoy en dia ol escepticismne ar que, de hecho, cy meramente ef pensar del cntendimicnto abstrac- no y el que no se puede tesistir a ste, mientras no come uM momento, a saber, como lo dist que la filosofia contiene en sial esceptici Iéctico. Pero entonces la filosofia no se queda en el resultado meramente negativo de la dialéctica, como es el caso con cl escepti © confunde su resultado al retencrlo cidn. Como la dialéctica tiene como resultado suyo como mera, es decir, abstracta n lo negativo, esto ¢s, precisamente en cuanto resultado, al mismo tiempo tiene lo posi- tivo, pues conticne como superado en sf aquello de lo cual resulta y sin lo cual no es. Pero ésta es la determinacién fundamental de la tercera forma de lo légico, a saber. de Jo especulativo 0 racional-positiven (Hegel, WW’ 8, pp. 194 45.). 11 momento especulative 27 ahora mismo es mds oportuno calificar a Marx de metafisico que de cnemigo de cl Pero el terreno seguro es un fantasma alli donde la pretensién de verdad exige elevarse por encima de él. La filosotfa no puede alimentarse de teoremas que quieran disuadirla de su interés esencial, en lugar de satisfacerlo siquicra con un no. Los movimien- tos contrarios a Kant lo han sentido desde el siglo xix, aunque una y otra vez comprometidos con el oscurantismo. Pero la resistencia de la lilosofia necesita del despliegue. Incluso en la musica, y sin duda en todo arte, cl impulso que incica al primer compas no se encuentra cum- plido enseguida, sino sdlo en el discurso articulado. En tal medida, por mucho que ella sea también apariencia en cuanto totalidad, ani- ma a ejercer a través de ésta ta critica de la apariencia, la de la pre- sencia del contenido aqué y ahora. ‘Tal mediacién no conviene menos ala filosofia. Si se permite decirlo con una conclusién breve, como un cortocircuito, cac sobre clla ef veredicto hegeliano sobre fa profun- didad vacia. A quien habla de lo profundo esto lo hace tan poco pro- fundo como metafisica a una novela que reficra las opiniones metafisi- cas de su personaje. Reclamar de la filosofia que aborde la cuestién del ser u otros temas principales de la metafisica occidental es propio de una fe primitiva en ef material. Sin duda, ella no puede sustraerse a la dignidad de esos temas, pero no hay confianza en que le corresponda el tratamiento de los grandes objetos. Hasta tal punto tiene que temer los caminos trillados de !a reflexién filoséfica, que su interés enfatico busca refugio en objetos efimeros, avin no sobredeterminados por las intenciones. La problematica filosdfica tradicional se ha de negar, por supuesto sin desligarse de sus preguntas. El mundo objetivamente arre- mangado como totalidad no libera a la consciencia. La fija incesante- mente a aquello de lo que quiere evadirse; su botin no es, sin embar- gO, otro justamente, que un pensar que con toda frescura y alegria comienza desde el principio, despreocupado de la forma histérica de sus problemas. Sélo gracias a su aliento cogitativo participa la filoso- fia de la idea de profundidad. Modelo de ello en los tiempos moder- nos es la deduccién kantiana de los conceptos puros del entendimiento, cuyo autor, con ironia abismalmente apologética, dijo que era «algo profundamente planteado»’. También la profundidad es, como a He- gel no se le escapd, un momento de la dialéctica, no una cualidad ais- lada. Segiin una abominable tradicién alemana, figuran como pro- fundos los pensamientos que se juramentan por la teodicea del mal y de 28 Dialectica negativa la muerte. Callada y subrepticiamente se introduce un terminus ad quem teoldgico, como si lo decisivo para la dignidad del pensamien- to fuera su resultado, la confirmacién de la trascendencia, 0 la in- mersi6n en la interioridad, cl mero ser-para-sf; como si la retirada del mundo fuera sin mds una con Ja consciencia del fundamento del mun- do. Frente a los fantasmas de la profundidad que en ta historia del es- piritu siempre estuvieron bien dispuestos hacia lo constituido, que para ellos era demasiado ins{pido, su verdadera medida seria la resistencia. EI poder de lo constituido erige las fachadas contra las que se estre- lla la consciencia. Esta debe tratar de atravesarlas. Sdlo eso arrancaria el postulado de la profundidad a la idcologia. En tal resistencia sobre- vive el momento especulativo: lo que no se deja preseribir su ley por los hechos dados los trasciende incluso en el contacto mas estrecho con los objetos y en el repudio de la sacrosanta trascendencia. Donde cl pensamiento va mas alld de aquello a lo que se vincula, resistiéndo- sea ello, esta su libertad, Esta obedece al impulso expresive del sujeto. La necesidad de prestar voz al sufrimiento es condicién de toda verdad. Pues el sufrimiento es objetividad que pesa sobre el sujeto; lo que éste experimenta como lo mas subjetivo suyo, su expresién, esta objetiva- mente mediado. Esto puede ayudar a explicar por qué a la filosofia su exposicién no le es indiferente y externa, sino inmanente a su idea. Sélo a tra- vés de su expresién ~el lenguaje— se objctiva su integral momento ex- presivo, aconceptual y mimeético. La libertad de la filosoffa no es nada mas que la capacidad para contribuir a dar voz a su fala de libertad. Si el momento expresivo aspira a mas, degenera en concepcidn del mun- do; cuando renuncia al momento expresivo y al deber de exposicidn, se asimila a la ciencia. Expresion y rigor no son para ella posibilidades dicotémicas. Se necesitan mutuamente, ninguna ¢s sin la otra. El pen- sar por el que se esfuerza, lo mismo que el pensar en cl presién de su contingencia. Sdlo en cuanto expresado, a través de la exposicién verbal, se hace el pensar concluyente; lo dicho laxamente estaé mal pensado. La expresién obliga al rigor a lo expresado. No es un fin en si misma a expensas de esto, sino que lo arranca a la per- version cosista, objeto por su parte de la critica filoséfica. Una filoso- fia especulativa sin basamento idealista requiere fidelidad al rigor para quebrar su autoritaria pretensién de poder. Benjamin, cuyo esbozo original del Libro de los Pasajes aunaba de manera incomparable ca- ja, exime a la ex- La exposicion 29 pacidad especulativa con proximidad microldégica a los contenidos fac- tuales, en su correspondencia sobre el primer estrato (propiamente ha- blando, metafisico) de ese trabajo juzgé luego que sélo podia llevar- sca cabo como «ilicitamente “poético”»*. Esta declaracién de capitulacién designa tanto la dificulead de una filosofia que no quiera divagar como cl punto en que su concepto se ha de prolongar. La produjo, sin duda, la aceptacién, por asi decir como una concepcidn del mundo, del ma- tcrialismo dialéctico con los ojos cerrados. Pero el hecho de que Ben- jamin no se decidiera a la redaccién definitiva de la teoria de los Pa- sajes nos recuerda que la filosofia es mas atin que una empresa cuando se expone al fracaso total, como respuesta a la seguridad absoluta tra- dicionalmente subrepticia. El derrotismo de Benjamin con respecto «su propio pensamiento estaba condicionado por un resto de posi- tividad no dialéccica que él arrastré, inalterado segtin la forma, des- de la fase teolégica a la materialista. Por el contrario, la equiparacién hegeliana de la negatividad al pensamiento, que protege a la filoso- fia tanco de la positividad de la ciencia como de la contingencia di- letante, tiene su contenido de experiencia. Pensar es, ya en si, negar todo contenido particular, resistencia contra lo a ¢l impuesto; esto el pensar lo hered6 de la relacién del trabajo con su material, su ar- quetipo. Cuando hoy mas que nunca la ideologia incita al pensamiento a la positividad, registra ladinamente que justamente ésta es contra- ria al pensar y que se necesita la intercesién amistosa de la autoridad social para acostumbrarlo a la positividad. El esfuerzo implicito, como contrapartida de la intuicién pasiva, en el concepto mismo del pen- sar es ya negativo, sublevacién contra la exigencia de plegarse a ello que tiene todo lo inmediato. Juicio y conclusién, las formas cogita- tivas de las que ni siquiera la critica del pensar puede prescindir, con- tienen en si gérmenes criticos; su decerminidad siempre es al mismo tiempo exclusién de lo no alcanzado por ellas, y la verdad que quie- ren organizar niega, aunque con derecho cuestionable, lo no acufa- do por ellas. EJ juicio segtin el cual algo es asf rechaza potencialmente que la relacién entre su sujeto y su predicado sea distinta a como se expresa en el juicio. Las formas cogitativas quieren mas que lo me- ramente existente, «dado». La punta que el pensar dirige contra su material no es tinicamente el dominio de la naturaleza convertido en espiritual. Mientras hace violencia al material sobre el que ejerce sus sintesis, el pensar cede al mismo tiempo a un potencial que espera en 30 Dialectica negativa lo opuesto a él y obedece inconscientemente a la idea de reparar en los pedazos lo gue él mismo perpetrd; esto inconsciente ciente para la filosoffa. A un pensar irreconciliable se asocia la ex- periencia en la reconciliacién, porque la resistencia del pensar a lo que meramente es, la imperiosa libertad del sujeto, intenta también en el objeto lo que por su aprestamiento como objeto ha perdido sc hace cons- éste. La especulacién tradicional desarrollé la sintesis de la diversidad por efla representada, sobre la base kantiana, como caética, ¢ inten- té finalmente devanar a partir de si todo contenido. Por el contrario, el telos de 1a Filosofia, lo abierta y descubierto, es tan antisistematico como su libertad de interpretar los fenémenos que inerme afronta. Pero ella sigue teniendo que respetar el sistema en la medida en que lo he- terogéneo a ella se le enfrenta como sistema. Hacia ello se mueve el mundo administrado. El sistema es la objetividad negativa, no el su- jeto positive. En una fase histérica que ha relegado los sistemas, en cuanto que se aplican seriamente a contenidos, al ominoso reino de la poesia de pensamicntos, y que ellos vinicamente ha conservado el pa- lido contorno del esquema de ordenamiento, resulta dificil represen- tarse vividamente lo que otrora impulsé al espiritu filosético al sis ma. La virtud de la parcialidad no debe impedir a la contemplacién de la historia de la filosofia reconocer lo superior que éste, raciona- lista o idealista, fue durante mas de dos siglos a sus oponentes; estos aparecen, comparados con él, triviales. Los sistemas ponen manos a la obra, interpretan cl mundo; propiamente hablando, los demds nun- ca hacen sino aseverar: esto no va; se resignan y dimiten en un doble sentido. Si al final cuvieran més verdad, eso hablaria a favor de la ca- ducidad de la filosofia. A ésta le tocaria en todo caso arrancar tal ver- dad a su subalternidad e imponcerla contra las filosofias que no sélo por presuncién se denominan superiores: sobre todo al materialismo se le nota hasta hoy en dia que fue inventado en Abdera. Segtin la cri- tica de Nietzsche, el sistema no hacfa sino meramente documentar la mezquindad de los doctos que se desquitaban de la impotencia polli- tica mediante la construccién conceptual de su derecho casi admi- nistrativo a disponer del ente. Pero la necesidad sistematica, la de no contentarse con sus membra disiecta, sino alcanzar el saber absoluto, cuya aspiracién se alza involuntariamente en la perentoriedad de cada juicio singular, fuc a veces mds que una pseudemorfosis del espiritu en

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