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ADIÓS, MISHA

Fragmento inédito de “Ginger” (2001-2002)

La experiencia era vívida. Como estar en un cuarto con una


persona. Pero no estábamos en ningún cuarto. Ni con nin-
guna persona. Sólo estábamos recostados en un diván, con
los ojos cerrados. Pero la consola era capaz de eso. Y más.
La consola ya nos había mostrado las ceremonias de
clausura de varios Juegos Olímpicos; súbitamente, nos
veíamos en una habitación oscura, sentados en un sillón. De
un lado de la habitación comenzaban a aparecer, una a una,
las mascotas de los Juegos Olímpicos. Hablaban así:
“Konnichiwa! That’s a japanese ‘hello’ from us, the
Snowlets. We’re the four baby owls who are the mascots of
the Nagano Winter Games.”
Y así:
“I’m the Tyrolean Snowman, mascot of the Inns-
bruck Winter Games. As you can see, I’m very round and
white, and like every good snowman, I have a carrot snow.”
Y así:
“Grrr! I’m Hodori, mascot of the Seoul Olympics.
My name means ‘little tiger’. Tigers like me are popular in
Korea. We make people laugh.”
Y así:
“Guten tag! That means ‘good day’ in German. I’m
Waldi the Dachshund, mascot of the Munich Olympic
Games.”
Y así:
“My name is Amik, which means beaver in the Al-
gonquin indian language. I was chosen as the mascot of the
Montreal Games because I represent the friendliness, pa-
tience and hard work that helped build Canada.”
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Y así:
“Hi! I’m Misha the bear cub. I was the mascot of the
Moscow Olympic Games. The people of Moscow chose me
because there are a lot of nice bears like me in Russia.”
Adiós, Misha. Adiós, Misha el osezno.
Suspiro.
Cobi diciéndole adiós al mundo, desapareciendo en
la noche catalana en su triste barco de papel, gracias ami-
gos, gracias por todo.
Era imposible no llorar.
Vi a fanfarrones ex yuppies, educados en universi-
dades elitistas, acostumbrados a pasar sus vacaciones en el
extranjero y a atropellar perros el sábado mientras maneja-
ban al country club y a jactarse de ello con dos Johhny
Walker etiqueta azul encima, tipos acostumbrados a des-
preciar a los yajudis, a los negros, a los indios, a las ptitsas, a
sus propias ptitsas, a sus madres, a sus esposas, a sus her-
manas, a sus ancianos, a sus hijos o a todo lo que no se acer-
cara a su estatus y grosor de billetera, llorar con este ejerci-
cio de la consola. Oh sí, yo vi a esta clase de internos, vecos
que antes firmaban cuentas de mil quinientos dólares en
restaurantes de cala y que sólo vivían para ser exitosos y
“desarrollarse profesionalmente” y cumplir sus objetivos y
sus planes de vida, llorar, no, aullar y no parar en diez,
quince, veinte minutos. Les estoy hablando del pecho des-
bordado, las lágrimas empapando sus playeras y sus batas
de toalla, las caras rojizas, los glasos hinchados… los pobres
diablos pensando solamente en lo infinitamente triste que
era que un dibujo animado tuviera sólo un mes de vida, du-
rante los Juegos Olímpicos, y que luego, voluntariamente,
diera las gracias con desbordada humildad y dijera adiós al
mundo y desapareciera para siempre en el olvido. Moscú,
Seúl, Barcelona: los Juegos jamás regresarían y ellos tam-
poco, y de semejante apreciación sólo surgía la urgencia de
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abrazarse y compartir esa tristeza y ese sacrificio con los
demás internos, de celebrar melancólicamente y en silencio
la fugaz existencia de aquellas hermosas mascotas olímpi-
cas de las que sólo quedarían los recuerdos y los torpes
souvenirs que en algún momento se desgastarían o se
romperían y serían tirados a la basura.

☛ Copyright Rodrigo Xoconostle Waye, ®2010

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