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Encontré un caso de plagio

María Tenorio

Les voy a hablar de la indignación que sentí al encontrarme con un caso de plagio en la tarea de
uno de mis estudiantes universitarios. Pero antes de contarles lo que descubrí, la forma cómo lo
hice y cuáles fueron las reacciones de las partes involucradas, les confesaré algo que nunca en mi
vida he contado a nadie. Una anécdota inédita, con pecado incluido y sin absolución.

Cuando estaba en sexto grado plagié un texto completo de una enciclopedia. Entonces no había
Internet y para hacer los deberes usábamos libros. Mi profesora de lenguaje, la señora de Aguilar
--cuya voz gutural y pelo blanquísimo son inolvidables--, nos dejó escribir una composición.
Encontré un artículo que respondía a las indicaciones y lo transcribí con mi puño y letra,
haciéndole mínimos cambios. Obtuve un reluciente diez que me hizo sentir triunfante. Y aunque
entonces no sabía que aquello se llamaba "plagio", la formación en la culpa, que recibí por
toneladas en aquel colegio religioso, me advertía que en mi práctica había deshonestidad y
engaño. Con esa, entre otras cargas inconfesas y confesas, he vivido varias décadas.

Ahora paso a la historia reciente. Una noche, calificando tareas, me encontré con algo que me
hizo fruncir el ceño: una frase que nadaba como un lindísimo pez azul entre un montón de
chimbolos. Se trataba de una oración elaborada, que empleaba palabras sofisticadas y que
contrastaba con el estilo más bien descuidado del resto del escrito. Ante la sospecha de que venía
de una fuente pública, copié las palabras textuales en el buscador de Google y, para mi suerte o
desgracia, las encontré intactas en un sitio web. Me puse como ya-saben-quién y estampé un cero
en aquella página.

Al día siguiente, en el aula, esperé que todos salieran para llamar a la persona en cuestión, la
miré con ojos de "te descubrí" y le entregué su "cero". Mi sorpresa fue darme cuenta de que mi
estudiante no entendía qué había pasado con su tarea. Le hice ver que haber copiado y pegado
una frase de un sitio web a su texto, sin citarla ni hacer ninguna alusión, constituía plagio. Pero
me argumentó que ese delito se producía cuando se copiaba un texto completo. Parecía que
hablábamos dos idiomas distintos. Mi malestar aumentó cuando buscó justificarse en la excusa
de que "todos lo hacían". Valga decir que en la tarea de marras había más de una frase plagiada
de más de un sitio web.

El plagio, como todo en la vida, es condenado o celebrado según dónde y cuándo se cometa.
Alfredo Bryce Echenique, escritor peruano cuyos libros leí con delectación, fue acusado de robar
íntegros más de una decena de artículos periodísticos. El gobierno peruano lo multó por ser
plagiario en serie. Ese hombre es escritor, esa es su profesión. En otros ámbitos, como la
publicidad o las artes visuales, copiar eslógans o imágenes es una práctica frecuente e incluso
aceptada. Estampar a la Mona Lisa, con bigote y barbita de chivo, como hiciera Marcel
Duchamp en 1919, es un acto de rebeldía artística que ha merecido atención y fama hasta el día
de hoy. Nadie dijo que fuera plagio, sino parodia.

Vuelvo al campo que me ocupa. La vida académica tiene sus códigos y uno de ellos es el de no
copiar ni plagiar. Aquí, yo pecadora, me erijo en guardiana de las convenciones. Copiar y pegar
desde un sitio web es plagiar, aunque sea una sola oración.

15 abril 2009
Publicado en Talpajocote.blogspot.com

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