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María Tenorio
La campaña de don Ramón está pegando. Aunque no tengo claro exactamente de qué se trata,
desde hace algunas semanas me encuentro con su imagen en más sitios. Hace unos días, una
joven en un carwash llevaba una camiseta con la misma figura que he visto pintada en la
Panamericana y en Los Próceres. También leí una nota de La Prensa Gráfica que registraba el
fenómeno del movimiento ciudadano donramonesco. Su página de Facebook tiene, ahora que
escribo, 9,822 seguidores.
Por más globalizados que estemos, seguimos leyendo los fenómenos culturales en clave
nacional. A propósito de ello quiero comentar dos cosas: la primera, el uso de un personaje
mexicano para una campaña salvadoreña; y la segunda, relacionada con la anterior, nuestra
limitada producción de símbolos culturales, explicable, en parte, por el pequeño tamaño del
mercado nacional.
En cuanto a lo primero, nos hemos apropiado de prácticas y símbolos mexicanos incluso desde
antes de crear los nuestros, de manera que esa tradición es parte de ser salvadoreños. Los
mariachis, Thalía, los tacos, las telenovelas, José José, los Polivoces, Timbiriche y el mismo
Chavo del 8 son parte de la cultura salvadoreña. Consumimos, disfrutamos y nos identificamos
con esas producciones culturales.
Ahora bien, cuando hacemos propio algún contenido y lo insertamos en nuevos contextos, le
imprimimos nuevos significados. Creamos algo nuevo a partir de lo ya hecho. Un ejemplo
notable de ese principio creativo es el Movimiento Antropófago, surgido en Brasil en los años
veinte, que propugnaba el devoramiento crítico de la producción cultural occidental desde una
perspectiva rebelde. Pero para producir símbolos y prácticas nuevas a partir de lo foráneo o de lo
viejo, hay que tener ciertas condiciones materiales. Con eso sigo.
3 abril 2010
Publicado en talpajocote.blogspot.com