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javier oliden
1.
Por la ventanilla del avión entra la luz de un sol radiante, y abajo, en la distancia, atenas se
extiende ilimitada. Una vez aterrizados, el autobús nos traslada a la terminal mientras desde los
fingers anuncios de la entidad bancaria hbsc dan la bienvenida al viajero. Recojo el equipaje y
cruzo entre la muchedumbre, hacia el metro a la ciudad. Camino a lo largo de una pasarela, junto a
anuncios de la marca de whisky johnnie walker:
”Si tus pies están en la tierra, tu mente alcanzará el cielo”
”Hay un maravilloso mundo allí fuera y es todo para ti”
”La esperanza camina más rápido que el miedo”
¿Qué intentan estos anuncios?, ¿levantar el ánimo en el contexto de crisis económica
actual?, ¿vender whisky?
¿Puede ser ambiguo su significado?
¿Puede ser ambiguo el significado de las cosas en general?
El sol transmite bienestar, cuando llego de una mañana lluviosa en barcelona:
El sol envía calor, se entrega él mismo, pues ¿qué es el sol sino calor?
El calor entra en mi piel, ¡el sol es también parte de mí!
El sol, hidrógeno y helio ardiendo a ciento cincuenta millones de kilómetros de aquí.
Hidrógeno y helio, el fuego en que arden, mi cuerpo calentito. Tres cosas que unidas
significan “sol”.
Ya en suelo ateniense, la entidad bancaria hbsc es la primera que se preocupa por darme la
bienvenida, ¿y qué es una entidad bancaria?, ¿alguien que provee de dinero igual que el sol da
calor? Quizá sí, pero primero ha de recibirlo.
Unas horas después había de encontrarme con una antigua caja de caudales, año 1927,
expuesta en las oficinas de otro banco, en pleno centro, cerca de la plaza syntagma:
El reclamo es “dinero en lugar seguro”; y para las grandes sumas, además, la promesa del interés
bancario, que incrementará la suma depositada.
Los bancos nacionales, que son quienes ponen en circulación el dinero al principio, tampoco
es que lo saquen de la nada. El dinero, aspira a representar el valor de la riqueza de una comunidad.
Cuando todavía no se emitía papel moneda, cuando el dinero existía en forma de monedas hechas de
metales preciosos, sí tenía cierto valor de por sí: el del oro como material incorruptible al paso del
tiempo.
El oro que brilla como la luz del sol.
La luz del hidrógeno y el helio en combustión.
Salvando las distancias, johnnie walker, johnnie el caminante, guarda cierto parecido
conmigo, pues yo me dedico también a caminar, ahora por las calles de atenas. Walker vende
whisky. Yo escribo. Los anuncios con que el viajero se encuentra, en su camino de la terminal
aeroportuaria al andén del metro a la ciudad, guardan cierto parecido con lo explicado hasta ahora:
1”Si tus pies están en la tierra, tu mente alcanzará el cielo”: La tierra equivale a lo material,
el cielo a la inmaterial luz.
2”Hay un maravilloso mundo allí fuera y es todo para ti”: Todo lo maravilloso, lo luminoso,
que pueda haber allí fuera, implica un aquí más denso y material.
3 ”La esperanza camina más rápido que el miedo”:
¿Y quién está caminando, el miedo o la esperanza? O por decirlo con las anteriores
preguntas: ¿Qué pretende este anuncio, subir el ánimo o vender whisky?
¿Levanta el ánimo el whisky?
La ebriedad es plenitud.
Lo significativo de las cosas es plenitud.
Plenitud de luz y calor.
Plenitud del fuego.
¿Pero el fuego que calienta y el que abrasa son el mismo?
En todo caso es prudente distinguir ahora entre quien recibe calor y luz, y quien queda ciego
y se abrasa. E inmediatamente después preguntarnos si para que alguien reciba luz y calor, otro
debe quedar ciego y abrasarsE.
2.
L@s atenienses consumen como el resto de urbanitas. Parecen tener una obsesión especial
con las gafas de sol. Se tiene la impresión de que, según el modelo escogido, cada ateniense trata de
expresar su propia forma de entender la sociedad. Son incontables modelos de gafas de sol los que
circulan, aunque puede que sólo sean múltiples variaciones de unos pocos arquetipos. Gafas que, al
tiempo que permiten ver, expresan cierta visión del mundO.
Por otro lado los atenienses se sienten consumidos por su ciudad. Así se entiende por las
inacabables quejas en cuanto a las prisas, la contaminación, los precios... Es parecido a lo que se
dice de barcelona, de roma, de cualquier otra megalópolis. ¿Se devora a sí misma la ciudad?
Frente al acto de consumir, existe otro igual pero diferente, es el acto de consumar. Frente al
consumo, la consumación: algo que se completa, un proceso que llega a su fin. Pero no para quedar
abandonado en un vertedero o agotado en un sofá, sino para empezar lo que le corresponde, llegado
el momento, de una vez por todas. La consumación no es tanto una puerta que se cierra, como una
que se abre.
A las seis de la tarde se había convocado una manifestación en la plaza panepistimiou. Se
trata de una de las plazas más céntricas de la ciudad, ocupada principalmente, por tres edificios
neoclásicos: la biblioteca nacional, donde hace años entré para leer tranquilamente un rato, pero el
conserje me dijo que sólo estaba permitida la lectura de los libros de la institución (y la enorme sala
aquella mañana estaba desierta); la sede de la universidad de atenas, que funciona como rectorado y
sala de ceremonias universitaria; y la academia de atenas, que toma su denominación de la original
academia platónica, donde el filósofo explicaba que existe un mundo de las ideas, que forma al
mundo de la materia.
L@s manifestantes habían sido convocad@s por el sindicato de funcionarios públicos, a
quienes el gobierno quiere someter a riguroso reajuste, como medida que ayude a superar la crisis
económica. Supe de la convocatoria gracias a V., una vieja conocida a quien encontré por casualidad
en las revoltosas calles de exargia. La encontré vestida toda de negro y con el pelo teñido de rojo, y
me llevó a tomar café con sus amigos, todos igualmente veinteañeros como ella vestidos de negro.
En la mesa alguien comentó lo de la manifestación de funcionarios públicos, pero también que a la
marcha se uniría un grupo que pedía la liberación de cierto joven detenido. Según parece, la policía
acusaba a este joven de lanzar cócteles molotov, y el juez había dictado orden de prisión preventiva.
La principal de funcionarios y la añadida propreso iban a discurrir juntas y coordinadas, por lo que
alguien comentó en la mesa que no habría diversión.
¿Por qué? pregunté.
Bueno, ya sabes, porque no habrá disturbios respondió con una mediosonrisa muy
particular.
La naturaleza de esta mediosonrisa es algo que resulta difícil definir con exactitud. Supongo
que es una mezcla ambigua de palabras dispares como franqueza, sarcasmo y contundencia. Es una
mediosonrisa que guarda cierto parecido con las fieras cuando enseñan los colmillos, y que
difícilmente deja de extrañar a quien la observa. Pero más extraña me pareció la noche anterior,
cuando la encontré en otras circunstancias, a la mesa de la elegante casa familiar de una buena
amiga, mientras degustábamos un exquisito vino junto a su padre, exdiputado en el parlamento, y un
amigo de éste. El amigo venía de pasar unos días en venecia y nuestra conversación comenzó
girando en torno a la belleza de los canales, los grandes hoteles y la atmósfera desenfadada de
algunos establecimientos célebres donde tomar una copa. Como todos se interesaron también por mi
viaje, expliqué que mi intención era pasar unas semanas en la isla de ikaría. Pasamos a comentar
entonces la peculiar fama de la isla, y en especial la de sus fiestas tradicionales. Pero no tardó en
salir el dato de que varios terroristas detenidos hacía poco eran ikariotes. Resulta que en grecia han
surgido, en los últimos años, algunas bandas terroristas y se ha llegado incluso al asesinato. Yo ya
conocía esto, pero cuando el amigo de la familia habló de los detenidos ikariotes, al describir a la
banda, utilizó la palabra “anarquista”, y fue entonces, durante esta palabra, cuando la apacibilidad
de su rostro mudó hacia esta mediosonrisa tan particular: fiereza, presencia, cierto placer en la
aspereza. Pero por la diferencia de contextos, un café en la revoltosa exargia y un excelente vino en
una casa adinerada, deduzco que quienes sonreían debían sentir impulsos confrontados, y sentirse
muy diferentes el uno del otro. Sin embargo la sonrisa era la misma. Uno se pregunta entonces si
todas las diferencias entre sus formas de vestir, sus temas de conversación y el tono y palabras con
que los desarrollan, son diferencias significativas, o por contra significan poco, nada. Igual que para
el naturista dos encinas no dejan de ser lo mismo una a la otra, encinas, por muy diferentes que sean
la forma de sus troncos y el tamaño de sus copas.
El café en exargia no duró demasiado. Faltaban un par de horas para la manifestación y antes
quería ir a descansar un rato. El trayecto al hostal cruzaba la plaza panepistimiou. En la misma plaza
se encuentra también la sede del banco de grecia. Se trata de un edificio del siglo XX, de estilo
academicista, con las puertas principales de bronce. A esa hora estaba cerrado. En sus preciosas
puertas alguien había graffiteado con pintura negra, el símbolo anarquista. ¿Qué significaba esto?,
¿que atenas es una ciudad rebelde?, ¿que atenas tiene que cargar con la molestia de la anarquía, pero
que no deja de ser eso, sólo una molestia?, ¿significa que el capitalismo y el anticapitalismo no
pueden vivir el uno sin el otro? La respuesta puede ser que dependa de quien se lo pregunte.
Si las puertas del banco de grecia son de bronce suntuoso, es sin duda porque representan lo
mismo que el dinero que la institución custodia: la riqueza de la comunidad llamada grecia. ¿Pero
en que sentido es posible hablar de la riqueza de una comunidad?, ¿se refiere a la cantidad de
coches que tiene, de televisores, apartamentos, gafas de sol, etc que tiene? Se reduce la riqueza a las
capacidad de consumo, por muy ampliamente que se quiera entender esta palabra?
Respondiendo mejor en términos de consumación, la riqueza de una comunidad consiste en
su capacidad de estar a la altura del momento, o a la bajura, da igual, de lo que se trata es de estar en
armonía con el mundo, y mantenerse en equilibrio. Si el oro es un material significativo, no es tanto
por todo lo que se puede comprar con él, como porque su incorruptibilidad viene a ser sinónimo de
equilibrio.
Por su parte, el signo de la anarquía aspira a representar la libertad. La libertad es un
concepto escurridizo que se concibe como ausencia de restricciones, espacio disponible, puertas
abiertas. El spray de pintura negra y la mano rápida con que en este caso ha sido trazado, cuenta la
historia de la revuelta ante la imposición de restricciones, bloqueo, puertas que se cierran. Pero el
entendimiento de lo que la libertad es quedaría cojo si nos quedásemos sólo con esa explicación, y
al mismo tiempo no lo entendiésemos como la capacidad de adaptarse a las circunstancias. Y las
circunstancias, por un lado o por el otro, siempre limitan. Al fin y al cabo quién puede sentirse más
libre que un surfero, en equilibrio, sobre la cresta de la ola, y no por eso deja de ser sensible a unas
limitaciones, que si ignorase lo llevarían al agua.
Los bancos, y en especial los bancos nacionales, son unas de las instituciones sujetas a
controles más rigurosos. De modo que el signo anarquista y las suntuosas puertas del Banco de
Grecia me hablaban así: la capacidad de adaptación a unos límites junto a la capacidad de
derrumbarlos.
¿Y cuáles eran los límites en ese caso preciso?, ¿cuál era el momento?
Frente a las puertas del banco de grecia una mendiga arrodillada, su cuerpo todo cubierto
por un ropaje negro, la frente tocando el suelo en total sumisión, extendía un vaso de plástico, a la
busca, en espera, de la moneda. Y esto producía una vertiginosa sensación de perplejidaD.
El recorrido de la manifestación había de ser circular. Desde la plaza panepistimiou se
tomaría la avenida eleftheris venizelou hasta la plaza omonia. En omonia se giraría 180 grados para
tomar la calle stadiou. Por ella se llegaría hasta la plaza syntagma, rodeándola, de modo que l@s
manifestantes pasarían frente a la tumba del soldado desconocido y frente al parlamento, y al acceso
a éste por la avenida reina sofía. Rodeada syntagma, se retomaría entonces la avenida eleftheris
venizelou, y se llegaría de nuevo, desde el otro lado, al punto de partida, la plaza panepistimiou.
Entonces la manifestación sería desconvocada.
Llegué al anochecer y encontré a la multitud. Pancartas, megafonías, corrillos, saludos,
distensión, vendedores de cachauetes, repartidores de panfletos, dos mil, tres mil, cuatro mil
personas, es difícil calcularlo. Pero entre toda aquella multitud no tardé en encontrarme,
inesperadamente, con dos jóvenes griegas que conozco de barcelona. Resulta que conocían al joven
detenido y venían a expresar su apoyo.
Cuando comenzó la marcha, el grupo propreso, pequeño, en su mayoría gente joven, se situó
al final. Yo hubiera deseado situarme a la cabeza, y así observar mejor cómo se desarrollaba la
manifestación. Pero durante el inicio me quedé con mis amigas a la cola.
¿Qué es una manifestación? Fundamentalmente consiste en una expresión pública y
colectiva, con la que se pretende influir en la realidad social. Los funcionarios pretenden así que el
gobierno no les baje sus salarios, y los propreso la puesta en libertad de su compañero. Pero es casi
tan importante alcanzar el objetivo propuesto como la expresión misma del mensaje. Esto es algo
que los jóvenes griegos subrayan a menudo:
Al menos protestamos dicen con orgullo.
Las manifestaciones sirven también, quizá en menor medida, para socializar, charlar un rato
con conocidos sobre el día a día de cada cual. Esto se ve sobretodo al principio, cuando l@s
manifestantes aún no se han puesto en marcha. Vincularse a las luchas de una comunidad es siempre
una buena forma de integrarse.
Socializar. Expresarse. Definir cómo ha de ser una sociedad. Son tres formas de hacer
comunidad. Pero hay quien solamente socializa, o quien solamente se expresa o a quien solamente
le interesa que la realidad sea de una determinada forma. Ninguna de éstas posiciones, por sí sola,
puede llegar a ser significativa.
La marcha transcurría con normalidad y se palpaba incluso buen humor entre l@s
manifestantes. Una de mis amigas sin embargo se sentía nerviosa porque no veía muchas caras
conocidas, y temía que si finalmente había problemas no sabría bien qué grupo la protegería, pues a
la policía le es mucho más fácil detener a personas aisladas. Pero los mensajes que desde el grupo
propreso se coreaban parecían animarla poco a poco. Algunos de estos mensajes me los traducía, y a
menudo consistían en insultos contra la policía y en llamadas a la “guerra contra la guerra de los
patrones”.
Cuando llegamos a omonia y giramos por la calle stadiou, quise avanzar hasta la cabeza de
la manifestación. A medida que adelantaba, diríase que la media de edad de l@s manifestantes
también subía. La marcha estaba regularmente ordenada: Una masa de gente estrecha y alargada,
con grandes pancartas de dos mástiles, de lado a lado de la calle, una tras otra. La caligrafía clara,
los colores básicos y vistosos. Algunos llevaban también pancartas individuales, en las que se veía
unas figuras humanas, esquemáticas, unidas por las manos. Una de estas figuras llevaba en la mano
que le quedaba libre una herramienta (una llave fija), como metáfora del trabajo. Era el único objeto
existente, además de las figuras humanas unidas. La herramienta como símbolo del obrero, del
trabajador, del trabajo manual. Por mucho que actualmente el instrumento más utilizado por los
funcionarios sea seguramente el ordenador, resulta mucho más expresivo el símbolo de la
herramienta, porque la herramienta indica el carácter manual del trabajo, que se opone al trabajo de
carácter psicológico del patrón, sus órdenes y dictados. Una vez más lo material frente a lo
inmaterial.
El carácter manual es lo que define el trabajo del obrero. ¿Qué significa esto?, ¿únicamente
que usa las manos? El trabajador encaja la herramienta en la tuerca y la hace girar, quiere poner a
punto una máquina. Supervisa la máquina. Evidentemente esto no es sólo un trabajo manual, pues
también exige saber cuándo una máquina funciona y cuándo no, es decir, exige también un trabajo
de tipo psicológico. El trabajo exclusivamente manual es el que hacen las máquinas, trabajo
mecánico, monótono, y cuanto más parecido a éste es el trabajo de una persona, más consumida y
alienada se siente. El típico ejemplo es el de la cadena de montaje, el trabajador reducido a un único
y monótono gesto, el trabajador autómata. Toda esta rutina se debe a la necesidad de economizar.
Cuando alguien se propone un objetivo, trata de alcanzarlo sin que se derrochen esfuerzos, sin que
existan gestos innecesarios. Pero economía tiene que ser entendido aquí en el sentido más amplio de
la palabra, porque puede llevar también a la rutina de quien, a base de repetir un gesto, acaba por
convertirlo en arte, al fin y al cabo la bailarina virtuosa tiene que repetir una y otra vez los mismos
gestos, para convertirlos en arte, y más que sentirse consumida, siente que está consumando una
obra.
¿De qué depende que la rutina sea una u otra?, ¿depende de que se trate de una disciplina
artística (las bellas artes) y/o de que ejercite todo el cuerpo humano (y no sólo el brazo que acciona
la palanca sistemáticamente)? Puede que éstos sean rasgos que ayuden, pero muy lejanamente. No
en vano las cajeras de supermercado son a veces simpáticas, y los artistas insoportables.
¿De qué depende?, ¿de que uno a lo que se dedique sea a consumar su propia obra y no la de
otros?
¿Para que alguien logre consumar su propia obra, es imprescindible que otra persona sea
consumida? Porque si es así el consumador puede ser considerado como culpable, y el consumido
como víctima.
¿Necesita la consumación del consumo, de modo que son sólo partes del mismo proceso?
¿O son procesos diferentes, independientes uno del otro?
Cuando la manifestación llegaba a la plaza syntagma, se encontró con un bloqueo policial.
Tres autocares atravesados y un cordón de antidisturbios impedían rodear la plaza y obligaban a
pasar por ella tangencialmente. Esto pilló por sorpresa a l@s manifestantes. ¿Qué pretendía la
policía?, ¿intentaba que no pasaran frente a la tumba del soldado desconocido y el parlamento?,
¿estaban defendiendo estos símbolos nacionales o simplemente trataban de decir “aquí mandamos
nosotros”?
L@s manifestantes no aceptaron el bloqueo. Comenzó una negociación con el oficial de
policía al mando, al tiempo que los ánimos generales se caldeaban. Los camarógrafos de la prensa
seguían de cerca la negociación. Un exaltado lanzó avispadamente una patada, que casi alcanza la
espinilla de un antidisturbios. Los oficiales se comunicaban por walkietalkie. A los pocos minutos
los autocares encendían motores, maniobraban, y se alejaban a toda velocidad. El cordón policial
recibía la orden de retroceder, sin dar nunca la espalda, mientras uno de los oficiales apremiaba a
sus subordinados.
¿A qué fue debido este cambio de táctica policial?, ¿un error de cálculo o estaba todo
planificado? Ni idea, fue extraño. Pero la cuestión es que, tras esta pequeña victoria, l@s
manifestantes siguieron su curso, al tiempo que el ánimo de unos fanáticos se desbordaba. Un grupo
de gente, me dio la impresión que joven, comenzó a acosar a los policías en retirada, con gruesos
mástiles de banderas rojas, lanzamiento de botellas de plástico llenas de agua y todo tipo de
crispadas amenazas. Fue un momento de violenta tensión. Fue un momento de tristeza. Sin
embargo, el recular de la policía era un movimiento en progresión, que dividía el propio cordón en
dos mitades, cada una extendiéndose longitudinalmente, a lo largo de su acera más próxima,
despejando la calzada para que la manifestación continuase y la oposición se deshiciera. Los
fanáticos se mantuvieron un poco más encarados con la policía, pero el flujo de la manifestación
acabó por llevárselos.
Aquella violencia atrapó mi atención. Y todo me resultaba más chocante al ver cómo la
mayoría de l@s manifestantes proseguían como si tal cosa, apenas sacudidos por toda aquella
brusquedad. Es posible que esto sea sólo una apreciación mía, puramente subjetiva. Yo lo único que
recuerdo es que una mujer continuaba conversando desenfadadamente con su compañero de marcha.
No sé. En cualquier caso la pregunta era para mí en qué consistía lo significativo de aquella
manifestación. Porque si lo que todos secretamente esperábamos era sentir una violenta sacudida
interior, ante la visión del caos, había que permanecer junto a los fanáticos. Deseé sin embargo que
lo significativo fuese bastante más que eso, y volví a avanzar hacia la cabeza de la manifestación,
guiado por un bombo, que marcaba el pulso de la marcha. Esto era ya en el lado oriental de la plaza,
frente a la tumba del soldado desconocido. Y aún así continuó siendo un momento de inquietud,
pues otras formaciones de antidisturbios flanqueaban la avenida venizelou, y yo temía que cargasen
contra l@s manifestantes. No fue así. Avanzamos por el interior de ese pasillo policial y al rebasarlo
me detuve, y salí de la marcha para ver cómo les iba a mis amigas, que debían estar todavía por
pasar. En realidad estaban muy cerca, también fuera de la marcha. Más exactamente una ya se había
ido, y la otra, incómoda porque seguía sin encontrar conocidos, me propuso ir a exargia. Yo sentía
curiosidad por ver cómo acababa todo, pero decidí que ya había visto todo lo que tenía que ver, y
nos fuimos por la calle stadiou, donde los coches volvían a circular. Mientras, l@s manifestantes
continuaban por venizelou, según lo previsto, dejando a un lado la avenida de la reina sofía, donde
otro cordón policial guardaba el acceso al parlamento.
Mientras caminábamos, pregunté a mi amiga cómo había vivido la manifestación. Y me
repitió más o menos lo de antes, que en momentos de tensión, si no siente la seguridad del grupo,
puede quedarse paralizada, así que prefería irse. Advertí que desconocía lo que había ocurrido a la
cabeza, durante el bloqueo, y le expliqué. Era inevitable que mi relato incluyera mis sentimientos,
así que cuando expliqué el momento de tristeza, el esfuerzo por comunicarnos resultó más delicado.
Recurrí a una imagen, la del funambulista que pierde el equilibrio y se siente caer. Ese caer, dije, es
la tristeza. Sucede al ver que un ser humano agrede a otro, independientemente de quién sea cada
cual. Ella escuchó, y habló de que en cada manifestación las cosas sucedían de forma diferente, que
la policía nunca había bloqueado ese paso, y que si luego lo desbloqueó fue seguramente porque se
sintieron en inferioridad. Dijo también que cuando en ocasiones una veía que la policía acosaba a un
amigo suyo contratacar no le parecía triste en modo alguno. Pero, claro acabamos por concluir,
cuando se entra en este proceso de acciónreacción, todo se vuelve ya muy difícil. Y aunque no
quedó claro si ésta era una conclusión definitiva, nos fuimos a cenar junt@S.
3.
La libertad. Derribar los muros que oprimen o adaptarse a los límites plenamente, hasta
hacerlos tuyos. ¿Cómo pueden estos dos planteamientos llegar a ser uno sólo?
Fuera de la temporada turística, el barco que cubre la ruta pireusparosnaxosikaríasamos,
llega a ikaría de madrugada. La isla cuenta con dos puertos principales: evdilos y agios kírikos, que
es la capital, aunque son municipios de tamaño parecido. Desembarqué en evdilos la madrugada del
25 de marzo, día de la epanastasi, cuando se conmemora el inicio de la guerra de la independencia.
Este levantamiento se inicia en 1281 y dura hasta 1833, año en que se proclama el estado griego que
llega hasta nuestros días.
La municipalidad de evdilos cuenta con unos tres mil habitantes. El pueblo en sí es pequeño,
y muchos de estos tres mil viven en otros pueblos por el monte. Pero el 25 de marzo, tanto aquí,
como en atenas o en cualquier población del país, ocurre lo mismo: celebración de la patria,
desfiles, homenajes y discursos. Quienes desfilaban en evdilos eran los escolares: los más pequeños
vestidos con el traje tradicional, y con ellos los del esjolío y el liceo. En formación, encabezad@s
por el portador de la bandera, tod@s desfilaban por el puerto, acompañad@s de la mirada atenta de
los maestros, y ante el resto de la población, alegre en un día de fiesta, y las miradas extasiadas de
padres y madres. El desfile llega hasta un monumento, un pequeño pilar conmemorativo que lleva
inscritos los nombres de los héroes de la localidad, que dieron su vida por la patria. Junto al
monumento se suceden varias intervenciones en las que participan todos los poderes institucionales.
La iglesia bendice públicamente, el alcalde y representantes del ejército dejan coronas de laurel al
pie del monumento. La directora del colegio lee un considerable discurso, y después, alumnos en
representación de cada escuela rinden honores depositando más coronas votivas, y quizá leen
también algún discurso más. Cada vez que se ofrenda una de estas coronas, se saluda después al
monumento. Los familiares toman fotos. La mayoría de los escolares están en general más o menos
distraídos, hablando entre ellos mientras todo esto sucede. Finalmente, tod@s junt@s, cantan el
himno nacional. Si dos días antes, durante la manifestación en el centro de atenas, los poderes
institucionales representaban la libertad entendida como la capacidad de adaptarse a unas normas,
ahora en cambio representaban la libertad entendida como la ruptura de unas normas. El discurso de
la directora lo mencionaba con la mayor rotundidad, la vieja consigna revolucionaria: libertad o
muertE.
¿Es posible morir por la patria?
¿Qué significa la patria?
La patria puede considerarse como una ilusión creada por las personas y negarse su
existencia. Pero desde otra perspectiva quizá menos ambiciosa, la patria existe y funciona como
equivalente de la comunidad.
¿Y qué es la comunidad?
¿Es un montón de personas juntas o es algo más?
En las ciudades como atenas las personas viven juntas en los mismos edificios y sin
embargo un@ apenas sabe algo más que el nombre del vecino, si es que en efecto lo sabe. ¿Qué
significado tiene entonces una misma bandera? Lo comunitario consiste en el apoyo mutuo, consiste
en algo que ha de ser valioso para más de una persona. Como ya se ha ido diciendo, lo valioso no
consiste tanto en el poder de adquirir muchas cosas, como en el poder de estar maduro para lo que
venga, estar en equilibrio. No se trata del poder de consumir sino de consumar. Si la guerra de la
independencia de 18211833 tuvo lugar, debió ser porque un grupo de personas se sentía perjudicada
por la comunidad que era el imperio otomano. Para ellas no había tal comunidad, porque no había
apoyo mutuo sino sumisión. Al menos esto fue lo que decidieron, y lucharon entonces para crear
verdaderamente una comunidad en la que apoyarse y participar.
El apoyo mutuo se ha definido muchas veces como “hoy por ti y mañana por mí”.
Teóricamente un@ podría señalar a los griegos que, en lugar de buscar su libertad derrumbando las
leyes del imperio otomano, debían haberla buscado adaptándose a ellas plenamente. Y si en aquel
momento les tocaba sostener el peso del imperio, tenían que arrimar el hombro y apoyar, en lugar de
dedicar sus energías a luchar por la independencia. Pero no fue así. Lo que sintieron es que el
esfuerzo que se les pedía era abusivo, que no estaba en armonía con lo que podían haber recibido
antes o lo que recibirían a cambio, y ya no cabía hablar de apoyo mutuo: libertad o muerte, dijeron
entonceS.
¿Qué sentido tiene dar la vida por la comunidad?
¿No es esto abusivo?
¿Qué clase de apoyo mutuo puede recibir un mártir?
Diríase que todas las patrias tienen sus mártires. Y si un@ cree en ellas, tiene que admitir
por fuerza que algunos de los patriotas deben sacrificarse por ella. Visto así, el apoyo mutuo que
representa la comunidad exigiría víctimas. La consumación requeriría del consumo, y la realización
personal de una persona iría unida a la desgracia de otra. No parece muy alentador eso de creer en
las patrias.
¿Pero es posible dar carpetazo de forma tan rápida a la idea de la patria, algo en lo que el ser
humano lleva creyendo desde quién sabe cuándo? Estudiémoslo desde otro punto de vista: quizá sí
es necesario que una persona se consuma para que otra pueda alcanzar la plenitud. Pero puede que
no sea necesario que se consuma totalmente, puede que no tenga que dar la vida por ello, sino sólo
ofrecer apoyo. La cosa funcionaría entonces que, una vez consumada la realización personal, un@
pasa a apoyar al otro, en lugar de apoyarse en él, y cuando este otro ha consumado también su
propia realización, ambos pasan a apoyar a un tercero, y así sucesivamente, hasta el final, hasta el
último de los miembros de una comunidad.
Continuemos con el razonamiento: ¿qué ocurre cuando todos los miembros de una patria
han consumado su realización?, ¿acaso hay patrias vecinas que todavía no han completado el mismo
proceso, hay personas que siguen apoyando sin haberse realizado, es decir, desgastándose? Si tod@s
los individuos de una patria se han realizado, ya no tienen nada que temer, de modo que no hay
razón para que no ayuden a los de la patria vecina. Al fin y al cabo tod@s somos seres humanos. Si
no apoyasen, además, en realidad estarían probando que para que una comunidad se realice, necesita
que otra sea consumida. De modo que, en el fondo, sólo puede existir una patria, la de tod@s, y la
existencia de patrias tiene que entenderse como algo relativO.
Pero, analizándolo desde otro punto de vista más, ¿acaso el proceso de apoyo mutuo y de
realización personal no funciona de otro modo? ¿No es más bien que las personas se apoyan unas a
otras durante su camino a la consumación? ¿No tanto ahora que ya me he realizado paso a apoyarte
a ti, sino al tiempo que voy consumándome te ofrezco apoyo y tú me lo ofreces a mí?
¿Y de igual manera: no es más bien que al tiempo que se realiza una comunidad, ofrece
apoyo a otra y lo recibe de ella?
¿Qué sentido tienen entonces sacrificar totalmente, lo propio o lo ajeno?
El único sentido que podría deducirse para la consunción total, propia o ajena en favor de
cualquier patria, es que en realidad este acto supusiese la consumación de quien lo lleva a cabo.
¿Pero es una deducción válida? ¿Qué sentido podría tener una cosa asÍ?
4.
Pasé el día recorriendo algunos de los lugares que había visitado el último verano. Tanto
armenistís, el pequeño pueblo al borde del mar, como nas, el río donde acampé, estaban ahora
desiertos. Por la tarde subí a jristós, pequeño pueblo de montaña, y a las afueras me instalé. Durante
la semana siguiente sólo había de bajar al mar en contadas ocasiones, siempre a armenistís a
encontrarme con S., amigo del verano. Trabajaba como profesor de economía en una escuela local,
su afición era investigar la historia de la isla, había publicado un libro sobre los molinos de icaría y
quería investigar sobre las migraciones de icariotes a los e.e.u.u, era también carpintero, y aun con
todo debía dedicarse a cualquier trabajo que le saliera para sobrevivir.
Lo encontré pintando un hotel, rascando las humedades de las paredes y poniéndolo a punto
para cuando volviera a abrir sus puertas en mayo. El hotel estaba vacío, excepto por él, e igual que
el resto de armenistís, sin turistas, parecía un lugar fantasma.
Hablamos un poco del trabajo, de mi viaje, del verano... nuestras conversaciones se
intercalaban con considerables pausas, pues S. de repente desaparecía por alguno de los pasillos del
hotel, y yo me escabullía hacia fuera, hacia los jardines suspendidos sobre el mar inmenso, y la
piscina vacía bajo el sol radiante de principios de primavera.
A un cierto punto le pregunté si creía que la gente de la isla vivía con un fuerte sentido de
comunidad.
No tanto como antes respondió tras unos segundo de vacilación.
¿Antes cuándo?
Antes del turismo y la televisióN.
La verdad es que cuando alguien me pregunta, en este viaje, si he venido de vacaciones,
respondo que mitad vacaciones y mitad trabajo. “He venido a descansar de la ciudad y a escribir”,
respondo.
¿Qué es el turismo?
¿Viajar?, ¿conocer otros lugares?, ¿olvidarse del propio por un tiempo?
Hacer turismo es salir a dar una vuelta con la billetera en el bolsillo, y consumir
experiencias. Con dificultad el turista se vuelve parte de la comunidad, porque el trabajo
comunitario requiere de tiempo, un tiempo más largo de lo que tenía previsto para su visita. El
turista deja su dinero a cambio de las experiencias.
Si, más allá de ser un consumidor, quisiera participar de una consumación, su viaje debería
servir para acabar con prejuicios, ideas estereotipadas (tanto para él como para los autóctonos),
llevando a un conocimiento mutuo. Pero esto es improbable, porque el turista no participa de las
penas y alegrías de una comunidad. Participa sólo de las alegrías (y éstas las encuentra cada vez
más enlatadas). Al fin y al cabo las penas él ya las ha vivido en su casa, y las del autóctono le
interesan poco, y es que a lo que había venido era precisamente a descansar y distraerse. Lo único
que el turista comparte plenamente es su dinero.
¿Está mal esto?
Parece como si el dinero juntase mucho pero uniese poco.
¿Qué es lo que une a la gentE?
Rajes es la tercera municipalidad de icaría. Su capital, jristós, consta de unas pocas casas,
un par de iglesias, cafés, tabernas, y algunos comercios. Es un pueblo con cierta fama más allá de la
isla por los horarios en que transcurre la vida. Los comercios cierran buena parte del día y abren por
la noche hasta la madrugada, tanto en verano como en invierno. La gente en general es alegre , les
gusta conversar y reír, pero la crisis se notaba allí como en el resto del país. En la panadería escuché
las mismas quejas que en otros lugares. Y es que muchos griegos han visto como si quieren llegar a
fin de mes tienen que trabajar bastante más que antes:
La vida es más cara, y las personas nos obsesionamos con comprar más cosas. Creo que el
problema empezó con lo del dinero de plástico explicaba D., la panadera,, al tiempo que hacía el
gesto de meter una tarjeta en un cajero imaginario. Ahora todo el mundo quiere tener la gran
decoración en su casa, los muebles maravillosos, el cuadro perfecto. La gente comprueba todo esto
cuando entra en las casas de los demás, y si ven que, dicen, ¡ajá!, estas cortinas son las mismas
que... ¡vaya, vaya! , pero ella se lo tomaba a risa, y luego aclaraba : Antes en las casas sólo había
lo básico, unas sillas y en la pared una foto de los padres, ya está. Y estábamos content@s. Ahora
cada vez tenemos menos tiempo para compartir entre nosotr@s.
¿Qué opinas del turismo? quise saber, y ella reflexionó unos instantes, perspicaz,
considerando que quien le preguntaba esto no dejaba de ser un turista.
El turismo está bien comenzó explicando . Es una forma de que entre dinero en la isla. El
problema es que a menudo los icariotes se preocupan. A mí no me pasa tanto porque mi negocio es
de todo el año, pero muchos otros se preguntan constantemente si en verano vendrán los turistas, si
traerán el dinero con que pasar el invierno, ya sabes. Y esto es malo.
Esto les hace ir luego a la caza del turista bromeé.
No sé, lo bueno sería que nosotr@s pudiéramos hacer nuestra vida. Y si gente de afuera
quiere venir a ver cómo vivimos, y compartir con nosotr@s, genial, también nos gusta. Pero no
como una obligación.
Durante un buen rato D. recordó la despreocupación de antaño, la vida con pocas
necesidades, las horas pasadas en el café, cuando invitar a los demás no era problema, porque todo
costaba poco, y cada día era una fiesta:
“¡Siéntate a tomar un ouzo!”, invitabas a quien pasara frente al café. Fueron unos años en
los que se podía haber hecho mucho dinero, pero nos daba igual, eso no era lo importante, nadie se
preocupaba por el día siguiente.
<< Consiste en eso la realización personal >>, me preguntaba yo al escucharla.
Alguien le preguntó a un psiquiatra continuó explicando D. si no sería buena idea abrir en
rajes un consultorio, pues no había ninguno. Pero el psiquiatra dijo que imposible, que aquí, cuando
alguien tenía algún problema, al ir a por pan lo comentaba en la panadería, o luego en el
supermercado, y así en general. De modo que en cada sitio se vaciaba un poquito y al llegar a casa
ya estaba más o menos tranquilo y al rato acabó por concluir: La alegría es siempre algo
compartido.
Como fue que continuamos conversando sobre los cambios sucedidos en la mentalidad de la
gente, y en la dificultad de luchar contra todo ello, la escuché varias veces utilizar expresiones del
tipo “porque ellos quieren que cambiemos nuestra forma de...” o “ellos quieren que la gente
compre...” o “ellos hacen que ya no podamos..:”
¿Y quienes son ellos? pregunté
Y ella reflexionó:
Pues...
¿El sistema? propuse
Eso, el sistema. Necesitamos otro sistema aseguró con una preciosa sonrisa.
Así llegamos a la controvertida palabra:
¿Qué es el “sistema”?
Una definición abstracta podría decir algo así como que un sistema es la forma en que las
partes funcionan juntas. Pero como ya se ha ido viendo, “junto” y “unido” no significan
necesariamente lo mismo. Cuando las partes del sistema funcionan juntas pero no unidas, unas
partes funcionan como consumidoras y otras son consumidas. Cuando las partes del sistema
funcionan unidas, la cuestión de quién es consumidor y quién es consumido deja de tener
importanciA.
Cierto día me senté en la plaza para hacer un poco de tiempo hasta la hora de comer. Era un
día soleado, la plaza estaba desierta. A mi lado se levantaba el monumento a los héroes del pueblo,
muertos por la patria, monumento idéntico al de evdilos. Reflexionaba sobre su significado,
mientras del otro lado de la calle, desde el café, llegaban las risas estruendosas de los hombres. Eran
risas que parecían salidas del centro de la tierra y escupidas por un volcán.
¿Es eso la alegría?
¿Es eso la plenitud?
Algunos de los cafés y tabernas de jristós están decorados con una caricatura en la que
puede verse a un hombre sentado a la mesa, de fondo hay varios toneles. El hombre tiene una buena
barriga, un bigote desordenado, nariz roja y mejillas sin afeitar. Bebe vino y sonríe. Se trata de la
ebriedad. Una ebriedad que para consumarse necesita del consumo de vino.
El personaje de la ebriedad viene generalmente representado solo, sin otra compañía que la
de su vaso. Su alegría, por tanto, no es una alegría compartida. Pero generalmente el personaje
sonríe hacia el contemplador de la imagen.
¿Se trata de una forma de expresar que, para consumar la plenitud humana, debemos, para
bien o para mal, consumir?
¿O es sólo una estrategia publicitaria de los vendedores de vino?
¿Pero sea la respuesta una u otra, no se deduce lo mismo: la existencia de una pequeña
miseria, la de que en el fondo todos nos movemos un poco por interés, actuamos de forma algo
egoísta, y a veces todo lo demás nos trae sin cuidado?
¿Pero si aceptamos esta falta, nuestra imperfección, cómo vamos a tener entonces una vida
plena?
La plenitud se refiere a la vida misma. La perfección en cambio a nuestra necesidad de
sistematizarla. El sistema perfecto no existe porque, que exista o no, no tiene ninguna importancia.
Lo que importa es la plenitud. El sistema acaba por ser consumido, la plenitud consumada.
5.
El lunes comenzó la semana santa. Este año el calendario católico y el ortodoxo coinciden,
sucede cada cuatro años. El domingo de pascua será el cuatro de abril para ambas iglesias. El cisma
entre estas comunidades fue un proceso largo y progresivo que comenzó en el siglo IX, cuya causa
se señala tradicionalmente como una mezcla de motivos ideológicos y de luchas de poder internas.
Pero por tratarse de comunidades cristianas, el símbolo es el mismo: cristo. La semana santa es el
momento más sagrado, pues es cuando se celebra el milagro central de la muerte y la resurrección
del dios. Su triunfo sobre la muerte busca la liberación y la plenitud de todos los creyentes. El
mismo significado tiene el rito de la eucaristía que se celebra en la misa cada día del año. El
sacerdote sacrifica a cristo sobre el altar, y los fieles consumen su cuerpo y su sangre, que ha de
liberarles.
¿Qué clase de libertad encontrarán, la ruptura de las cadenas o la plena adaptación a una ley?
El mito ha de liberarles de sus miserias.
El mito ha de permitirles una plena adaptación a la realidad.
¿Era inevitable su muerte, muerte violenta, para que el género humano pudiera alcanzar la
plenitud?
El creyente, con lágrimas en los ojos, repite una y otra vez que sí.
¿Significa esto que para alcanzar la plenitud es necesario el sacrificio total de alguien?
La respuesta cristiana es que el único sacrificio necesario es el de cristo. Pero dado que
cristo, según la iglesia, tiene doble naturaleza, es decir, que es human@ y divin@ al mismo tiempo,
se vuelve inútil profundizar en semejante necesidad con este análisis.
¿Pero qué ocurre con los mártires? Las iglesias y monasterios bizantinos, sobretodo
los más antiguos, están plagados de pinturas en las que se representan escenas de tortura y
asesinato. Son los mártires, que se negaron a renunciar a su fe cristiana y la llevaron hasta las
últimas consecuencias imaginables.
¿Era necesario este sacrificio?
La comunidad cristiana rinde honores a sus mártires. ¿Pero acaso son menos quienes
tuvieron una muerte tranquila y sosegada?, ¿por qué en los iconos no aparecen rostros de sonrisa
dulce o incluso una cálida carcajada?
La lógica del mito cristiano busca ofrecer una respuesta a cómo el consumo puede mantener
una relación con la consumación. Pero para ello hay que aceptar la existencia del mal y el bien. Y
lo humano separado de lo divino. Requiere dar por buena la existencia de límites, y el deseo de
superarloS.
Los días más significativos de la semana santa son el jueves, viernes sábado y domingo. El
jueves se celebró la última cena, la eucaristía, y judas traicionaba a cristo a cambio de treinta
monedas de plata. El viernes el género humano lo crucificaba, el sábado cristo está sepultado y
finalmente el domingo resucita.
Hice una primera visita a la iglesia el viernes por la mañana. Afuera varias adolescentes, que
la tradición ordena sean virgenes, decoraban con flores el palio, en el que esa misma mañana sería
colocado el epitafio, un icono que representa a cristo ya dentro del sepulcro, después que lo bajaran
de la cruz. El palio con el epitafio lo llevarían esa misma noche en procesión hasta el cementerio de
jristós, no lejos de donde yo había alquilado habitación. Adentro en la iglesia no había mucha gente,
cuatro, cinco personas. Lo que sí fueron más frecuentes fueron las entradas y salidas de personas
que venían únicamente a besar una gran cruz, colocada en el centro de la nave, o a encender una
vela. A veces aparecía algún adulto con niños, quienes hacían un poco lo que les daba la gana. Esto
ya me lo habían contado antes: que la gente habla en voz alta e incluso el cura tiene que pedir
silencio. Una niña corría, gritaba, entusiasmada con las muchas velas encendidas, en un candelero,
y la niña lo sacudía a riesgo de volcarlo. El abuelo de vez en cuando le decía <<calla, calla>>, y
poco más.
El relato cristiano comienza con la venida de cristo a la tierra, para proclamar su mensaje a
las personas, y acaba con el segundo descenso de cristo, el del apocalipsis, cuando viene para
llevarse a los buenos, mientras los malos son arrastrados al infierno. Comienza con una dualidad: un
dios que es a la vez hombre, y acaba con otra: el bien y el mal. De la dualidad a la dualidad. En
otras palabras, analizando este relato se concluye que lo que tiene que consumarse (lo divino, el
bien), necesita de algo que sea consumido (lo humano, el mal). Pero seguramente esta conclusión
sea inevitable cuando se considera la realidad mediante el análisis racional. De la dualidad a la
dualidad. ¿Qué ocurre entre una y otra según el cristianismo? Lo que ocurre es la propia narración
del relato crsitiano. Esta narración está impulsada y supervisada por la iglesia. La iglesia es varias
cosas al mismo tiempo: es el templo en donde se celebran los rituales, es la institución jerárquica
que supervisa la narración del relato, y es además el conjunto de la comunidad que lo apoya.
¿Une a la gente la narración de este relato?
En el templo de jristós, uno puede ver su narración mediante múltiples lenguajes: las
imágenes de cristo, la virgen, los santos, el signo de la cruz presente en la planta del templo, en la
decoración de los objetos litúrgicos, en el persignarse de cada persona que entra. El cura está en la
parte final del templo, apenas visible, mientras dos fieles van cantando sin interrupción oraciones e
himnos. Cada vez que entra alguien, además de santiguarse inmediatamente después de cruzar la
puerta, y besar después la cruz, a menudo también besa los iconos, y luego se va. Los iconos son
representaciones de imágenes sagradas, por ejemplo santos o frecuentemente la virgen con el niño.
Durante los siglos VIII y IX ocurrieron unas polémicas respecto a los iconos, conocidas como las
crisis iconoclastas. En ellas se cuestionaba el carácter sagrado de estas imágenes, y por tanto la
posibilidad de adorarlas. Los adoradores de imágenes eran perseguidos, y las imágenes destruidas.
Según parece, esto tenía mucho que ver con luchas de poder internas, pero conceptualmente la
cuestión era si algo material, creado además por el ser humano, podía representar a la divinidad.
Para los que estaban en contra esto era absurdo, y desviaba del auténtico camino. Los que estaban a
favor se justificaban argumentando que en realidad no se adoraba tanto a la imagen como al mensaje
que ésta revelaba. En cualquier caso, decían, el objeto material también es valioso, porque ayuda a
la consumación del mensaje, de la misma forma que gracias a la naturaleza humana de cristo nos
fue revelado el sentido de lo divino.
Uno de los iconos más habituales es el de la virgen con el niño. Esta imagen es conocida
como el theotokos (theo = dios, tokos= interés). Tokos es también la palabra utilizada para designar
el interés bancario, del que tanto se habla estos días, a propósito de la necesidad de un préstamo que
el gobierno griego pide a la unión europea, para afrontar la crisis económica: ¿cuál va a ser el
interés que se que se cargará a este préstamo?, negocian. Hablar del interés bancario es hacer la
siguiente pregunta: ¿cuánto vale el dinero?
¿Podemos preguntar cuánto vale el dinero? Obviamente sería absurdo que alguien te diera
100 euros al tiempo que tú le das 105. Así que la pregunta obliga a considerarla “en el tiempo”.
Durante ese tiempo, se tiene que aumentar esa riqueza lo suficiente como para devolver el préstamo
con intereses, y además otro tanto para quedar libre y autónomo económicamente, es decir, durante
ese tiempo se ha de producir suficiente riqueza como para que todo el asunto haya merecido la pena.
Entonces la pregunta “cuánto vale el dinero”, ha de entenderse como cuánto esfuerzo vale el dinero,
qué parte de tu tiempo, qué parte de ti. ¿Qué parte de ti debe ser consumida?
En el theotokos, cristo, encarnado gracias a la participación de la virgen, deberá devolver el
este préstamo, el cuerpo, con el interés añadido del sufrimiento en la cruz. Durante el tiempo que
dura su vida, realiza un trabajo, crea una riqueza, que ha de ser suficiente como para que merezca la
pena.
¿Merece la pena la narración del relato cristiano?, ¿une a la gente?, ¿une a la humanidad?
La parte final del ritual de la mañana consistía en la representación del descenso de cristo de
la cruz al sepulcro. Las doncellas entraron el palio decorado con las flores que la primavera ofrecía,
y lo colocaban frente al madero. Los que cantaban himnos entonaban con especial énfasis y el cura,
pronunciando oraciones, sacaba el epitafio, un pequeño tapiz que desplegaba y colocaba en el
interior del palio, y besaba, como debían hacer después el resto de los presentes. En el tapiz,
bordado, cristo dentro del sepulcro.
Todo esto no era más que la preparación del gran ritual de la noche, cuando al entrar en la
iglesia la encontré repleta de cirios, flores, y lugareños de todas las edades, vestidos y peinados para
la ocasión. Difícilmente se cabía, los niños tenían su lugar en un pequeño piso superior, y yo me
quedé en las escaleras, a cierta altura, para ver bien. Como ya me habían explicado durante una
conversación en el café, el sentido de la ceremonia giraba en torno al culto a los muertos. Las velas
se encendían en memoria de algún fallecido, y eran tantas que apenas cabían en el lugar destinado, y
una responsable debía vaciarlo a cada rato, y colocar nuevas existencias para ser adquiridas, que
sacaba de unas cajas repletas. Según ordena la tradición, el fuego con que se encienden es traído de
jerusalén, donde cada año, milagrosamente, una vela prende en el santo sepulcro. Cuando llega a
grecia, este fuego se multiplica por todo el país.
Acabados los himnos, besados el epitafio, y el resto de iconos por todos los presentes, el
palio fue cargado a hombros, cruzaba el pueblo, y salía a la carretera camino del cementerio, con
todos y todas detrás en procesión. A través de la noche estrellada, tras el palio exuberante de flores,
traté de entender la importancia de que quienes lo hubiesen decorado fuesen muchachas vírgenes.
¿Es porque la virginidad se asocia con la inocencia? ,¿significa entonces que la no virginidad se
asocia con la culpa?, ¿o significa sólo que la virginidad se asocia más fácilmente a la inocencia que
la no virginidad?
La culpa está relacionada con el pecado, ¿pero qué es exactamente el pecado?, ¿es un simple
error que se comete?, ¿es un mal?, ¿un mal que se comete a sabiendas: el mal? ¿Pero cómo puede
hacerse el mal?, ¿acaso sólo por ignorancia, por creer que el mal que se comete se compensa con un
bien mucho mayor que se consigue?, ¿acaso porque uno no es capaz de hacer otra cosa, no puede?,
¿acaso porque se disfruta cometiendo ese mal?, ¿acaso porque se lo merece quien padece el mal
cometido?
En lo que se refiere al sexo, ¿qué es lo que está mal?
¿por qué la virginidad es más inocente que la no virginidad?
Es en el sexo donde uno está más cerca de comprender cómo se crea el ser humano. La vida.
Uno entonces puede llegar a creer que es él mismo, o ella, quien la crea, o en cambio creer que es la
propia vida quien se crea a sí misma.
En el primer caso uno es el productor, de la vida, y el productor no deja de ser la otra cara
del consumidor. En el segundo caso se trata ni más ni menos que de una consumación.
Las personas vírgenes son, conceptualmente, ajenas a esta situación, igual que a los niños los
consideramos inocentes del mal que puedan causar, como cuando se complacen martirizando a los
insectos o a las lagartijas. Serán inocentes, pero no dejan de ser responsables, los causantes de ese
mal. Lo que en realidad son es ajenos, porque no lo entienden o porque, desgraciadamente, no han
tenido antes la oportunidad de entenderlo.
La procesión se desviaba de la carretera y bajaba por un camino de tierra. Alguien se caía,
otros iluminaban con linternas de bolsillo. Finalmente se llegaba al cementerio y, poco a poco, la
procesión se deshacía, y cada persona iba camino de la tumba de sus muertos, a encender una vela y
pasar un rato en homenaje.
¿Une esto a la gente?
¿Une el ver que cualquier otra persona, cualquiera, quien te guste mucho o poco, tiene igual
que tú esa experiencia, y la comparte, la de un ser querido muerto?
El cementerio era un mar de velas y el cielo estaba estrellado.
Sentí un nudo en la garganta, que a medida que paseaba por el cementerio se hacia cada vez
más profundo. Un nudo que sólo pudo desatar cierta visión profana, la de una mujer que, con la
llama de una vela, el fuego traído de jerusalén, se encendía un cigarrO.
6.
En el plano religioso, las celebraciones llegan a su clímax el sábado por la noche, cuando
finalmente se celebra la resurrección. Técnicamente esto debería suceder el domingo, tal como se
escribe en la biblia: al tercer día resucitó. Pero la tradición ha acabado por celebrarlo el sábado por
la noche, y en jristós incluso un poco antes de la medianoche. La iglesia vuelve a estar llena y todos
llevan en las manos una vela que, cuando el cura marca el momento de la resurrección, encienden
de un icono donde se muestra a cristo saliendo triunfante del sepulcro. La gente sale al exterior con
las velas encendidas y juntos dan tres vueltas a la iglesia, al tiempo que suena la campana y los
jóvenes del pueblo, y no tan jóvenes, empiezan a tirar petardos. Los petardos deberían ser un
elemento más de la celebración, pero acaban por provocar un enorme estruendo en todo el pueblo,
que tiende a eclipsar lo demás y hay quien se asustA.
La apariencia cristiana que da forma a estos días de primavera en jristós está presente, pero
no es la única. Los cafés están repletos durante el día y hasta altas horas de la noche. Son muchos
los familiares venidos de atenas para disfrutar de la montaña, los ríos y los bosques. Por la mañana
me sentaba a tomar café, a tomarle el pulso al lugar y a la fuerza de su comunidad. Otro buen lugar
para esto era la panadería, porque todos los lugareños pasan por allí y la propietaria es de buena
conversación. Allí me dirigí el sábado por la mañana. Me acomodé junto al mostrador, pero
enseguida se hizo evidente que era una mañana de mucho trabajo y la conversación no podría ser
muy fluida. Como yo suponía que D. era una de las primeras personas del pueblo en levantarse
(<<la primera, junto con el taxista, cuando le han encargado alguna carrera>>), esperaba que me
contase en detalle cómo empezaba los días el pueblo. Pero mis preguntas se veían continuamente
interrumpidas por algún cliente que entraba, o porque D. se ocupara de preparar una hornada extra,
pues iba a tomarse unos días de fiesta y no volvería a abrir hasta el miércoles.
En el gran recipiente de la máquina amasadora, vertía sacos de harina, cubos de agua,
levadura, sal (y un pelín de azúcar), hasta encontrar la proporción justa; y mientras las palas de la
máquina amasaban, yo observaba la consistencia y las formas que se iban creando, y que tenían
mucho de hipnótico. Era una sucesión de formas que recordaba a las que se programan ahora en los
ordenadores para acompañar las reproducciones musicales. Un juego caleidoscópico, una
exuberancia de sensaciones que le fascinan a uno. Y sin embargo, al cabo de un rato, te preguntas
qué sentido tiene todo eso, y te da la impresión de que estás pasmado frente a la pantalla como un
tonto.
¿De dónde surge esa fascinación?
¿Qué da significado a las formas?
La fascinación surge cuando la forma es un continuum que no se deja abarcar, encuandrar,
que no permite a la razón encerrarla dentro de unos parámetros: es la irregularidad. No es una
forma, es el continuo gestarse de una forma, que nunca acaba de hacerlo, y si lo hace es sólo durante
un instante.
¿Y durante ese instante, cuál es el significado de la forma?
Los clientes que a cada rato entraban en la panadería lo sabían muy bien. Pan para sus
estómagos. Pan crujiente y tierno, necesario, y que da además cierta alegría, la alegría del cuerpo.
Finalmente encontré un momento para que D. me explicase cómo empezaba sus días el
pueblo.
Los primeros que encuentro son los chicos que vienen de juerga, en el café, y se van a
dormir.
>>Es divertido añadió, no son malos chicoS.
El domingo de pascua se celebra en familia y entre amigos. Se come cabra, se bebe vino, se
canta y se baila. Recibí varias invitaciones, lo que me hizo suponer que aquí siempre hay alguien
preocupado por que no pases un día como éste sin compañía. Comí primero en casa de la familia
que me hospedaba, conversando un poco de todo y de nada. E., el padre, era uno de esos griegos
que habían pasado bastantes años en norteamérica trabajando, para después volver, instalarse en el
campo y llevar una vida más tradicional. Hombres ya mayores, todavía fuertes y de manos
inmensas, con muchas ganas de charlar y bromear.
Después fui a una reunión más multitudinaria, en una casa montaña arriba. Lo primero que
encontré al llegar fueron una cabra y un cordero empalados en astas metálicas, girando sobre brasas.
En una tercera asta se habían ensartado minuciosamente las tripas de los animales, de modo que sus
vientres los habían vuelto a cerrar después cosiéndolos fuertemente con alambre. Los invitados
íbamos girando las manivelas, relevándonos durante las cuatro horas necesarias para asarlos.
Éramos un grupo mayoritariamente joven, y poco a poco iban llegando más. La tarde corría
mientras uno probaba lo vinos de cosecha propia, las numerosas ensaladas, patatas, quesos,
preparados para acompañar. Las cabras despellejadas continuaban girando, supurando su jugo, y
uno podía ver la redondez de sus grandes ojos fijos, y su dentadura alargada, que se mostraba
completa, haciendo aparecer en el cadáver una sonrisa siniestra.
La carne de cabra es tradicionalmente un componente básico de la dieta en icaría, en las
islas, en toda grecia y en el mediterráneo en general. En icaria encuentras cabras pastando por todas
partes, y más ahora, que arrasan, porque los icariotes han aumentado el consumo, que es casi diario,
y la unión europea lleva años subvencionando los rebaños (a mayor ganado, mayor es la
subvención), y el turismo ha hecho que los propietarios de tabernas necesiten carne en abundancia
para cuando lleguen el verano y los veraneantes.
Consumimos carne de cabra, es la relación que creamos con el entorno.
A medida que la tarde caía iban desenfundándose los instrumentos y las primeras melodías
aglutinaban la dispersión generalizada. Se seguía comiendo y bebiendo. Algunos invitados se
entrelazaban y ensayaban los pasos de la danza ikariote. Cuando cayó la noche, la penumbra de los
rostros, el comer y el beber, el espectáculo de las estrellas, desinhibían y animaban a la
conversación.
El frío no tardó en hacernos entrar. Acondicionamos el salón con bancos y mesas, y la fiesta
tomó su impulso definitivo. El vino no se acababa nunca, y por ser un vino de alta graduación, se
hacía imprescindible acompañarlo con cualquier bocado. Cuando este consumo abotargaba como un
mazo, era imprescindible levantarse a bailar para sobrevivir. Cada canción que comenzaba era
celebrada con vítores y sus letras cantadas con intensidad. Abundaban los ritmos de procedencia
oriental, la rembétika, que exalta las penas del alma, o el tsiftetelis, que celebra la voluptuosidad del
cuerpo.
Así fueron pasando hora tras hora, sin embargo quise hacer un parón, porque mi curiosidad
me pedía bajar de nuevo hasta jristós. También allí, en el salón de la municipalidad, habían comida,
vino y baile. Pero al ambiente le faltaba el frenesí de montaña arriba. La gente era casi
exclusivamente mayor, poco apretados en los bancos y, lo más importante, la música en lugar de
interpretada en directo era reproducida en un cd. Aún con todo, había alegría y se bailaba. Era una
fiesta de mucha tradición, que se celebra siempre después de una misa en recuerdo de los
antepasados.
Resulta evidente que el recuerdo de los antepasados es algo en lo que se pone un énfasis
especial. Puede pensarse que no se trata únicamente de una cuestión emocional, sino también a
veces, por el contrario, de una estrategia premeditada para proteger una identidad colectiva.
¿Sí?, ¿es así?
Lo comunitario viene entonces definido por la procedencia, y el acento no está tanto en lo
que uno hace, como en quién lee hizo a uno. Es una concepción que en la práctica condiciona como
pocas otras cosas, y que debe ser sometida a crítica. Es una riqueza que puede empobrecer. Es una
referencia que da cobijo, pero cuanto pueda unir a la gente es al precio de diferenciarla de otros.
Afronta una cuestión: : “¿de dónde venimos?”, pero olvida fácilmente otra: “¿dónde estamos?”. Es
de agradecer mientras no ahogue la conciencia del individuo. ¿Pero qué es la conciencia?, ¿un estar
presente?, ¿un inexistir?
Algo se consuma,
algo se consume.
Cuando regresé a la fiesta, montaña arriba, la gente seguía igual de frenética que antes.
Continué comiendo, bebiendo, cantando y bailando, hasta que ya no supe más, hasta que todo
empezó a hacérseme repetitivo, y me fui camino a casa, a dormir, con la curiosidad como siempre
vagabundA.
7.
Si uno va de excursión hasta las alturas de ikaría y en algún lugar tranquilo se para a
observar, verá campos, ríos, bosques, cimas, y abajo al fondo el mar. Seguramente no tardará en
escuchar el zumbido de algún insecto, y muy posiblemente se encontrará con alguna cabra. Alguna
casa, aquí o allá, pero pocas, pues los pueblos de montaña son pequeños y éstas considerables.
¿Qué es la naturaleza? ¿Eso: bosques, ríos y montañas? Sería un poco estrecho entenderlo
así, para éstos cuadra mejor el concepto de “paisaje”. Si además subrayamos la presencia de plantas
y animales, la entenderemos también como alimento; si subrayamos la diversidad de formas y
materiales, la solución a muchas de nuestras necesidades y ambiciones. Si pensamos en la huella
que dejamos en ella, nos sentiremos como una parte más del sistema natural, mejor o peor. Si
pensamos en sus catástrofes nos sentiremos perplejos e insignificantes.
Todo eso es muy amplio, y uno no sabe por dónde empezar la reflexión.
Otra posibilidad es oponer el concepto de “naturaleza” al concepto de “cultura”. La
naturaleza entonces es vista como algo a lo que hay que adaptarse, y la “cultura” como el conjunto
de saberes destinados al caso.
No es posible sustraerse a la naturaleza.
No puede uno librarse de ella.
¿Qué clase de libertad puede dar entonces la cultura?
¿La de la mera adaptación, el sometimiento a unas normas?, ¿la del sometimiento a las leyes
de la naturaleza?
Demasiado hambre se ha pasado ya, demasiado frío. Pero sería inútil reaccionar ante esta
esclavitud rechazando la naturaleza, diciendo que no debe existir porque es injusta. Desde luego,
esto tampoco significa que haya que estar de acuerdo y postrarse. Entre rechazar y postrarse media
un mundo, en el que hay que aprender a viviR.
El lunes siguiente al domingo de pascua dejé mi habitación alquilada, a las afueras de jristós,
para vivir al aire libre, al borde del río chalares, muy cerca de la pequeña bahía de nas. Conocía el
lugar por haber estado en verano, durante dos semanas. Entonces habían muchas otras personas
acampando y el ambiente era amistoso y bastante festivo. Pero cuando llegué esta segunda vez, a
primeros de abril, no había nadie, solos el río y yo, y muchas cabras. Y así es como ha continuado.
Al estar éste muy crecido, no fue posible adentrarse en él desde la playa donde desemboca, como se
hacía en verano. El río está encajado en la sima de un cañón y para entrar y salir de él debo recorrer
con mucho cuidado la pendiente. Arriba una pista de tierra lleva a las tabernas sobre la playa, y de
allí se toma la carretera asfaltada. Jristós queda a unos seis kilómetros montaña arriba.
Duermo en una pequeña cueva al borde del río. No es una gruta natural que penetre en la
montaña, sino un hueco formado por tres grandes rocas que cayeron en algún desprendimiento una
sobre las otras. Protege bien del viento, la humedad y la lluvia, al tiempo que permite la entrada de
luz. El piso es de arena y lo suficientemente amplio como para extender mi esterilla, colocar a un
lado la ropa y libros y al otro varios cacharros de cocina y la despensa, que alojo dentro de la
maleta. El único inconveniente es que no se puede estar de pie, sólo sentado o agachado, pero a
través de la entrada se ven muy cercanos, un poco más abajo, una poza de aguas claras, se escucha
un salto de agua, y detrás, al fondo de la cueva, se puede hacer fuego, el humo escapa por una
abertura entre las rocas.
Como el sol, después de amanecido, tarda unas horas en entrar en las profundidades del
cañón, y como los primeros días fueron además ventosos y no invitaban a salir mucho, lo primero
que hacía al levantarme era encender una hoguerita, donde preparaba café, y que mantenía viva
mientras leía o estudiaba griego. En general, por la tarde suelo dejar el río y marcho hasta jristós a
visitar a algún amigo o por cualquier recado (tengo un ciclomotor que alquilé el primer día de
llegar). Regreso al anochecer, a veces ya a oscuras, y debo bajar la pendiente iluminándome con una
linterna. También hubieron días en los que no dejé el río, y la escasa presencia humana que hizo
aparición fue algún coche que pasaba lejano por la pista. Esos días solía ir por la tarde hasta la
playa, a ver el mar, y a caminar por las laderas pedregosas de la costa, entre matorrales, bajo la
vigilancia de las cabras y los corderos. Es un paisaje abismal: hermoso y terriblemente solitario .
Pero sea un día u otro, por las noches siempre reavivo el fuego, que es quien me acompaña.
Al principio, aquí, dentro de la cueva, era fácil sentirse como en el interior de un vientre
materno. Lejos de todo. Caliente, seguro y bien alimentado.
¿Es eso la felicidad: buena temperatura, calma y un estómago satisfecho?
Es verdad que, estando solo, existe cierto peligro, porque uno cae fácilmente en un diálogo
escindido consigo mismo, y si no se está alerta ante esta circunstancia, el diálogo puede prolongarse
considerablemente.
Pero la soledad no era un gran problema, e incluso por las noches, al dormir, excepto las
primeras, que fueron algo cansadas y de adaptación al lugar, soñaba a menudo con una u otra
persona querida, y eran sueños coloridos y amables.
¿Era eso la felicidad o qué era eso?
Uno de los primeros días incluso ocurrió un hallazgo. Multitud de material de acampada en
la grieta de una roca. Siempre me había reído yo de las novelas que tratan el tema del aislamiento y
la autosuficiencia, del individuo que se basta a sí mismo, al estilo de robinson crusoe, porque en
ellas siempre aparece, como por arte de magia, un baúl con todo tipo de instrumentos de lo más útil,
ya sea traído por las olas con los restos de un naufragio, o misteriosamente abandonado por alguien.
Y entonces ahí lo tenía yo: un montón de material acumulado por los veraneantes al marcharse y
que, deduje, debían haber ido almacenando en la grieta para disfrute de otros: ollas, platos,
infiernillos, esterillas aislantes, cuerda, una parrilla, una palangana, un espejo y un largo etcétera.
No necesitaba comprar más que la comida.
¿Hasta cuándo podía durar aquella felicidad?
Igual que uno se pregunta qué es la naturaleza, puede preguntarse también cuál es la
naturaleza humana, o si existe algo que pueda llamarse así. Si antes se reflexionó sobre el concepto
de “naturaleza” oponiéndolo al de “cultura”, ahora se podría hacer algo parecido identificando la
naturaleza humana con el concepto de “instinto” y oponiéndolo al de “razón”.
El instinto es una fuerza incontrolada. Ya sea hambre, necesidad de otras personas, o furia,
es siempre algo que aparece sin premeditación y empuja en su consecución. La razón, al contrario,
pertenece al reino de lo calculado, de lo dirigido: todo debe quedar bajo control.
¿De dónde viene este deseo de controlar la propia naturaleza, de tener la sartén por el
mango?
No es un deseo a reprochar ni por completo estúpido, ¿quién no ha pasado en algún
momento por experiencias demasiado difíciles? Pero el afán de control le consume a uno, y no
garantiza la consumación personal.
¿Qué grado de autorepresión es necesario?, ¿cuánto hay que consumirse?
A menudo, mientras estoy en la cueva, la hoguera se empeña en apagarse, y yo debo calcular
otras combinaciones de los troncos, o ir a buscar más leña que consumir. Mi cálculo está siempre
dirigido a mantener vivo el fuego, y sólo lo dirijo con vistas a que se apague por completo (todo
cenizas, ningún leño humeante que moleste) por la noche, al final, para cuando yo ya esté dormidO.
Uno de los primeros días, poco después del despertar, estaba yo al borde del agua, cerca de
la grieta en cuyo interior está almacenado el material de acampada que dejaron los últimos
veraneantes, cuando me pareció oír unos ruidos en el interior. No estaba muy seguro y creí que
quizás era sólo alguna piedra que había caído por la pendiente. Pero no, los ruidos seguían llegando
del interior de la grieta, y muchos eran además metálicos. Como eran bastante inconexos, pensé que
podía ser una cabra que se hubiese colado en el interior, cual elefante en una cacharrería. Pero no
tardé en distinguir una figura humana. ¿Otro campista, que había descubierto el tesoro? Si era así, a
partir de entonces estaría acompañado en el río, y tendríamos que encontrar la mejor manera de
repartirnos el material. Pero tampoco, porque pude distinguir que iba vestido con un mono de
trabajo, y así sólo podía ser un lugareño. Para más detalle, yo estaba situado en una roca, a uno de
los márgenes de la poza, ancha en unos 10 ó 15 metros, y al otro junto a un banco arenoso se
encontraba la pared de roca con la grieta en cuestión, y el tipo adentro. Es decir, yo lo veía a él
bastante bien, pero él, por estar dentro y por faena, no sabía de mi presencia. Resistí a la tentación
de esconderme, pero tampoco subrayé mi presencia tosiendo o con algún saludo. Al poco
comprendí que el tipo estaba llenando un gran saco con el material, descartando el que estaba en
peores condiciones. Finalmente, cuando salió, y emprendió su camino con el saco al hombro por la
zona arenosa (pasaba los cincuenta años, pelo cano), me vio al otro lado de la poza y se sorprendió.
No se detuvo, pero, simplemente, sin que yo se lo pidiese, dejó escapar una explicación. Yo apenas
la entendí.
¿Todo te llevas? pregunté en mi griego básico. Y él, sin dejar de caminar, hizo un gesto
afirmativo.
Pero unos instantes después, sin que pudiera advertir yo cómo, vi que el saco había quedado
en la arena, y el tipo ya no estaba. Enseguida sospeché: <<esta persona se ha llevado una sorpresa al
verme, ahora no sabe hasta qué punto tiene derecho a llevarse el material, puede que tenga alguna
clase de remordimiento, pero tampoco sabe quién soy yo ni qué clase de derecho pueda yo tener.
Ahora ha dejado el saco ahí y se ha escondido. Supone que voy a ir hasta el saco y quiere ver qué
hago. Ahora me está mirando sin que yo pueda verlo a él, escondido>>.
Dudé si cruzar la poza e ir hasta el saco. No me sentía cómodo observado, y opté por
apartarme un poco, río arriba, para reflexionar con más calma. Y una vez fuera de la zona decidí
que qué más daba, que quién era yo para decirle a aquel hombre nada, que yo no podía estar seguro
de la situación de aquel material, y que todo lo pensado por mí eran inevitablemente conjeturas.
Además, era hora de desayunar y esto me parecía mucho más atractivo que estar jugando por ahí al
gato y al ratón.
Regresé junto a mi cueva. Avivé el fuego, preparé el café, ordené todo un poco. Y ya llevaba
yo un buen rato desayunando, entretenido en los más diversos pensamientos y habiendo olvidado ya
el incidente, cuando lo vi aparecer sobre unas rocas a mi izquierda. Llevaba un callado enorme y
esto me inquietó, pero continué masticando un trozo de pan. En unos pocos saltos se llegó cerca de
mí, y me preguntó algo que, aunque no entendí del todo, supe que se refería a mi pregunta <<¿todo
te lo llevas?>>. Le aclaré que no hablaba bien griego, pidiéndole así que hablase despacio. Siguió
preguntándome algunas cosas, que yo no acababa de entender pero que tenían relación con el
material de la grieta. Yo, que ya había advertido que todo aquello no tenía por qué ser más mío que
suyo, le expliqué que había cogido un par de cacerolas, un cacharro para el café, y algunos
cubiertos. Como siguió preguntando, pensé que podía referirse a uno de los instrumentos estrella: la
fantástica parrilla. La fui a buscar y se la mostré, ofreciéndosela. El hizo un gesto negativo. Lo que
él me estaba preguntando no tenía nada que ver con eso. Lanzó unas miradas alrededor y vio el
interior de la cueva, habitado, con todas mis pertenencias. Mientras, distinguí que le quedaba un
solo diente, de modo que le reconocí, porque, estando yo en la panadería conversando con D., un
cliente me había llamado la atención por su único diente, y eran más o menos de la misma edad, con
el pelo cano. Se lo dije, y asintió. Así que cruzamos unas cuantas frases sobre lugares y personas
conocidas por ambos, vínculos. Después, para zanjar la cuestión, preguntó algo sobre si había visto
alguna cabra que se colara en un terreno que hay en la pendiente, unas terrazas con olivos, valladas,
porque eso podía traerle algún problema. Respondí que yo no había visto nada, que yo estaba ahí
pasando unos días tranquilo. Añadió que en verano venía al río mucha gente y esto era un gran
problema (enseguida explicaré porqué). Yo le respondí que ya lo sabía. Le ofrecí café, pero dijo que
iba al pueblo ahora a tomarlo. Y antes de que se marchase, le volví a explicar, esta vez con cierto
humor:
He venido a pasar unos días lejos de todo.
Y él torció el gesto y repitió para sí.
Eso es, lejos de todO...
Aquel mismo día, o al siguiente, o al otro, volví a pasar por la grieta y vi que el saco estaba
ahí dentro, el pastor no llegó a llevárselo. Fue como una pequeña victoria, aunque en realidad, bien
pensado, yo no necesitara nada de lo que el pastor quiso llevarse (ya tenía bastante con mis
cacharros y con lo que él no quería).
El tema del río en verano, y el problema al que antes se aludió, lo he ido entendiendo mejor
en sucesivas conversaciones con la gente. Desde mi estancia de dos semanas a principios de julio, sé
que el río acaba por llenarse exageradamente de campistas, no siempre respetuosos, y que en agosto
pasa a ser un lugar poco agradable. Entiendo que los propietarios de las tabernas sobre la playa se
disgusten ante el aluvión de gente que quizás recarga los celulares en sus enchufes, o se asea en sus
baños, se lleva el papel w.c. o vete a saber qué. Aunque, todo sea dicho, también supondrán los
campistas un buen número de clientes.
Sé también que a los campistas los lugareños los llaman grúbali, que creo viene a significar
algo así como “los salvajes” o “el maleficio”. De hecho, en una gran roca de la pista, junto al
puente, alguien tuvo el dudoso gusto de pintar, como protesta contra este calificativo, en enormes
letras: << Todos somos grúbali>>, que el viento y el agua tardarán mucho en borrar.
Pero durante mi estancia en el río el julio pasado también conocí a muchas personas
respetuosas, inteligentes y hermosas, que incluso ellas mismas huían cuando la multitud de agosto
invadía el río. Así que ahora, tras preguntar por ahí, y aunque las opiniones son diferentes, la
explicación que me parece mayoritaria es la siguiente: Que existen dos problemas diferentes. Por un
lado algunos de estos grubali, ruidosos y pendencieros, que no respetan el entorno y abusan de la
tradicional confianza de los ikariotes, por ejemplo robándoles la comida durante las fiestas,
aprovechando el momento en que la gente se levanta de la mesa para salir a bailar alguna canción. O
incluso en algunos comercios, como en la panadería de D., donde, según escuché, solía dejarse
abierto por la noche, por si alguien quería pan, y el dinero de la compra se dejaba sobre el
mostrador. Y tras los robos esta confianza tuvo que terminar. Esto por un lado, por el otro el
problema del exceso: independientemente de la responsabilidad con que actúen los campistas, el
exceso produce en el río un impacto ecológico difícil de reparar. Tal como algunos cuentan, al final
de cada verano los lugareños deben, por el disgusto que les produce y sin ninguna ayuda
institucional, recoger toda las basuras abandonadas en el río, que dicen apesta a excrementos.
Más adelante, sin embargo, me habría de informar en una asociación ecologista sobre el
problema del equilibrio ecológico del río chalares, y saber que éste tiene otros aspectos importantes,
quizá más, pues parece que río arriba hay una zona en la que se vierten basuras, vertidos que nada
tienen que ver con los campistas. Y en un monte cercano se está realizando además un
megaproyecto, una gran planta de producción energética, creo recordar que presupuestada en treinta
millones de euros, cuya construcción también afecta al río, y esto, claro está, tampoco tiene que ver
con los campistas.
Para acabar de ampliar la cuestión, semanas después, ya en atenas, habría de conversar con
M., amiga del verano y campista habitual, y escuchar como el último verano se había quedado por
primera vez en agosto y, si bien era cierto que muchos de los campistas de ese mes no eran
respetuosos con el río, ella y otros habituales, se habían esforzado en limpiarlo, e incluso la playa,
donde las autoridades ni siquiera ponen a disposición cubos donde acumular la basura que los
turistas generan.
Todas estas explicaciones sugieren, a falta de más datos, que la responsabilidad del
problema recae sobre todos, cada cual su parte, y cada cual su méritO.
A una semana santa ventosa y de cielos cambiantes, le siguieron unos días veraniegos. Se
hacía menos brusco bañarse en las frías aguas del río y, por la tarde, uno tenía la impresión de que
más pájaros cantores apaciguaban la sima del cañón. En general la vida animal se hacía más visible
y más abundante: lagartijas y muchas salamandras feas y enormes, del tamaño de una mano, que
huían entre las rocas al verme. Iban apareciendo todo tipo de insectos, como la libélula de azul
tornasolado, y algún ratón, que por la noche hacía una visita, y alguna anguila, que se deslizaba
sigilosa bajo las aguas.
Comenzaron a aparecer también muchas ranas. Se las veía quietas en alguna roca, al borde
del agua, con sus ojos bien abiertos y su piel decorada con irregulares dibujos. Una vez me quedé
cerca de una, quise saber qué era lo que hacía exactamente. Se encontraba sobre una roca blanca, en
la sinuosa y larga hendidura que el río había ido moldeando a base de tiempo.
Estaba ahí quieta y me pregunté si acaso estaría pendiente de alguna presa, o realizando
alguna función desconocida por mí, adecuando su temperatura corporal, quizá, o simplemente
descansando. Pero las ranas pasan en general largos ratos quietas, y por mucho que observara no
entendía que podía estar haciendo. Supuse que no estaría “pensando en sus cosas”, a la manera
humana. ¿Era posible que no estuviese haciendo nada?
¿Qué significa no hacer realmente nada, ni siquiera entretenerse?
¿Es malo eso?
Pero no tardé en impacientarme y ¡¡¡me fui a hacer cualquier cosa!!!, creo que fregar unos
cacharros.
Es fácil proyectar en el entorno lo que se tiene dentro de la cabeza, sobretodo cuando se está
en medio de la naturaleza, alejado de todos. Porque allí no hay leyes justificando porqué es mejor
que las cosas sean de una manera y no de otra. Allí las cosas sólo pueden ser de una sola manera: la
que es, y punto.
Si el curso del río se desliza sobre una roca y no sobre otra, no es porque si se deslizase
sobre la segunda tendría unas consecuencias peores que si se desliza por la que lo hace. Se desliza
por esa roca porque es lo que está haciendo. Uno puede recurrir a explicaciones científicas sobre la
gravedad y la masa, pero esto no cambiaría sustancialmente lo dicho y obligaría a llegar hasta los
fundamentos mismos de la ciencia.
Sin embargo a veces ocurrían cosas extrañas, por ejemplo: tenía yo una esponja de esas para
fregar cacharros. La guardaba al borde del río, en el hueco de una roca. Ocurrió que durante las
primeras mañanas, mientras trajinaba junto a la cueva, advertía que la esponja ya no estaba. Nada en
principio misterioso, algún animal podía habérsela llevado, o más probablemente el viento la había
sacado del hueco, arrastrándola por ahí hasta que el río se la llevara. La primera vez seguí un rato el
curso y pronto la encontré a uno de los márgenes de la poza. A la mañana siguiente ocurrió lo
mismo, pero esta vez ni en el margen de la poza, ni río abajo (y bajé un buen rato), la encontré, y ya
la daba por perdida. Entonces volví a subir y al llegar a la poza, en lugar de continuar por el margen
habitual, hasta mi cueva, se me ocurrió pasar al otro, e ir hasta la grieta del material, para coger el
espejo. Éste podía serme útil porque llevaba varios días pensando en afeitarme.
Me dio pereza desviarme hasta la grieta y pensé <<ya lo cogeré otro día>>. Pero pronto
subiría al pueblo, tenía ganas de encontrarme con gente, quizá algún baile, y lo cierto es que a
veces, cuando voy a bailes, me llaman la atención algunas personas bien arregladas, y deseo intimar
con ellas. <<Arréglate entonces tú también>>, pensé, <<para dar el gusto>>. Y, al tiempo que me
desviaba hasta la grieta, me dije, jugando conmigo mismo: <<por bueno, encontrarás ahora la
esponja>>. Y eso fue lo que ocurrió, a los pocos segundos la tenía frente a mis ojos, varada en la
orilla, entre unas hierbas. ¿Qué significa eso?, ¿nada más que casualidad?, ¿o acaso encontré la
esponja debido a mi empatía hacia el ánimo de otra, hipotética, persona? Puede que todo esto no
deje de ser un pequeño episodio, sin demasiada importancia, pero le llevan a uno a plantearse qué
clase de influencias pueden darse entre cosas aparentemente dispareS.
Otra noche, leyendo en la cueva, junto al fuego, iluminado por una linterna que me arreglo
para que cuelgue del techo, advertí que un pequeño saltamontes se había encaramado en el libro,
sobre el perfil de la cubierta. No traté de sacármelo de encima, pero tampoco puse mayor cuidado al
pasar las páginas, mover el libro o, si lo abandonaba un momento sobre la roca, nada más que el
necesario para no aplastarlo. Y el saltamontes no quiso marcharse.
¿Por qué estuvo allí todo el tiempo que duró mi lectura?
Sin hacer nada más, ahí.
¿Vino para hacerme compañíA?
Quise hacer una excursión. Me habían hablado de un lugar, a bastante altura, donde se
encuentran unas peculiares formaciones geológicas, inmensas rocas colocadas una sobre la otra en
desafiante equilibrio, conjuntos misteriosos que habitan una zona despoblada. No estaba seguro de
cuál era el mejor camino para llegar hasta allí, o incluso si quedaría demasiado lejos. Pero me
encaminé monte arriba desde una pista no lejos de jristós, y enseguida salí campo a través, para
seguir la lógica del curso a pie y no la de los coches. El monte estaba tan seco que parecía abrasado.
Las numerosas piñas en el suelo, al pisarlas, crujían desmenuzándose como pan tostado. Las únicas
formas de vida, además de pinos y arbustos polvorientos, eran alguna serpiente y constantes
miríadas de diminutas florecillas, moradas o amarillas, que trataban de compensar la aspereza del
paisaje. A medida que ganaba altura encontraba también el rastro de las cabras. Hacía calor, aunque
se soportaba bien. Atrás, abajo, quedaba el lado noroeste de la isla, el egeo hacia las cícladas, con
una perspectiva inmensa y traté de encontrar el perfil de la isla de tinos, pero la atmósfera en el
horizonte no era transparente, sino de brusca luminosidad, y cegaba. Una vez arriba me encontré no
lejos de una altiplanicie gris y desértica. Se llegaba a ella cruzando un arroyo, por lo que había que
descender ahora un poco y luego volver a subir, pero ya no habían fuertes desniveles que salvar. A
lo lejos, a un lado y otro, se distinguían las extrañas formaciones despidiendo brillos metálicos,
cumbres caprichosas y contundentes. Todo era silencio.
No sabía bien qué dirección tomar para entrar al altiplano, y hacia el arroyo comencé a bajar,
por entre altos arbusto, a lo largo de las concavidades que el monte ofrecía, saltando de roca en roca.
Y en una de esas resbalé y caí. Nada grave, ningún daño. Caí de culo una pequeña altura y quedé
sentado. Sin intención de reincorporarme, cortado el flujo inconsciente de los pensamientos que me
acompañaban durante el camino, cortado, reflexioné a consciencia. Se me hacía curiosa aquella
situación. Por accidente había caído y ahora me encontraba bajo las copas de unos arbustos, en una
pendiente alejada de cualquier sitio, fuera de cualquier camino. Seguramente nadie había estado
sentado antes donde yo lo estaba, junto a esa roca, viendo la luz filtrarse allí de aquella manera entre
aquellos arbustos y no otros. Era esto casi más una sensación que un pensamiento, o de ser un
pensamiento contenía una buena dosis de sofisticación. Pero, fuese lo que fuese, significó para mí
que aquello era un “lugar”. No era medio lugar, ni una parte de un espacio, ni el rincón de una zona.
Era un “lugar”.
En el baile icariótico, en la danza comunitaria y en círculo lugareña, el paso característico
expresa la caída de ícaro en su huida del laberinto de knossós. Ícaro, con unas alas de cera, se eleva
excesivamente alto, de modo que el calor las derrite y cae al mar. Es el nacimiento mítico de la isla
de icaría. La paradoja de la caída que trae consigo el nacimiento.
Consumido y consumado.
Entré en la planicie y poco a poco me fui sintiendo vacío de todo. Sólo había cielo. A veces
me dirigía hacia algún conjunto de rocas en equilibrio, pensando que desde arriba sería posible ver
ya la costa opuesta de la isla, pero siempre habían otras formaciones más allá, y yo no podía dejar
de caminar hacia ellas. A veces hubo que cruzar de nuevo algún arroyo, con una mínima vegetación
en su margen. El suave sonido de la corriente creaba un gracioso contrapunto con el abismo
silencioso de la llanura. Seguía adentrándome, y cuanto más, sentía como si mi persona se fuera
quedando atrás. A veces la brisa ocupaba el silencio, no para alterarlo, sino haciéndolo más
profundo.
Llegué al confín. La altiplanicie caía cortada de golpe, el mar era ilimitado y espléndido.
Aún estando tan alejado se tenía la sensación de poder distinguir cada ola, por pequeña que fuera,
de escuchar cada murmullo de la orilla.
Comí todo el pan y todo el queso que había guardado en mi bolsa. Y luego me tumbé en la
roca, sobre el abismo.
Me dediqué a articular sonidos, simples y primarios, en voz alta, simples y primarios.
Cuando el sol ya bajaba di la vuelta yo también. De nuevo en la planicie, adentrándome,
entre un grupo de rocas y otro. No me decidía a seguir una línea recta y avanzaba errático, extensas
y caprichosas idas y venidas en torno a la nada. Solos el viento y yo. La realidad se había
convertido en un sueñO.
Ahora han pasado varios días y escribo desde la cueva. Afuera ha caído la noche, se escucha
el río. Adentro la tímida hoguera, dos gruesas ramas susceptibles de apagarse y brasas. El fulgor se
extiende por la roca alternándose con las sombras. Creo que ya no queda más por contar.
Pero evoco el momento en que estuve allá arriba, articulando sonidos en voz alta sobre el
abismo, bajo el cielo. Lo evoco ahora y me hubiese gustado gritar <<¡Soy un ser humanO!>>.
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