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Amaya, poeta él mismo, leyó la obra de sus contemporáneos que fue encontrando en
libros y, sobre todo, en publicaciones electrónicas. Hizo la selección, el prólogo y las
notas sobre cada uno de los incluidos. Como no encontró una editorial interesada, se
decidió a publicar el libro con sus propios recursos.
Habrá quienes no estén de acuerdo con la lista (un poco extensa), el tamaño de la
muestra de cada uno de los seleccionados y la calidad de los versos incluidos, o hasta
con el contenido de su prólogo. Pero el libro es, sin duda, una campanada.
Amaya sostiene que a comienzos del siglo XXI en El Salvador apareció una
“generación precoz” de poetas, en un contexto muy diferente al que se vivió durante la
mayor parte del siglo pasado, pues el fin de la guerra civil permitió el disfrute de
libertades públicas, lo que a su vez propició una explosión de grupos y talleres
literarios.
Al igual que todas las generaciones o grupos que le antecedieron, esta generación XXI
surge con una convicción de renovación y originalidad. Aceptemos humildemente, sin
embargo, que no hay nada nuevo bajo el sol. Como suele decirse, todo hablante (o
escritor) está en deuda con su entorno y su historia. Esto configura un canon de modelos
(nacionales y extranjeros) del cual no es fácil despegarse sin arrancarse un poco la piel.
El Salvador no es la excepción. Como la pobreza y la exclusión, las manías literarias
también pasan de generación en generación.
Veamos unos pocos ejemplos. Cuando Tomás Andreu (uno de los incluidos), dice:
“escribí incólume el nombre de mi país/ con la tinta de mis heces”, estos versos parecen
sacado del entorno del poeta Mauricio Marquina (1945). Como también “Mi rosa”, un
soneto de Alberto López Serrano, podría provenir del jardín de nuestro recordado
Rolando Elías (1940), el “poeta de la rosa”.
Cuando Amaya anota la vena “nerudiana” de Efraín Caravantes, no hace sino repetir un
dilema (nerudianos versus vallejianos) que sigue siendo causa de debate en tertulias de
adultos mayores. De igual manera, pretérita es su polémica con nuestro “paisano
inevitable”, Roque Dalton. Sentencia: “En esta generación, Roque está y no está”…
(Como en la mía, si acaso la tuve, agrego en voz baja).
Nada de lo dicho, desde luego, debe desanimar a nadie para intentar romper con
nuestras maldiciones heredadas. En el libro hay suficiente talento visible como para
enfrentar ese desafío. Con esto, además de celebrar la irrupción de esta generación XXI,
solo quiero decir --si se me permite el lirismo-- que el alba, siendo la misma, siempre es
nueva.