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LA CULTURA HUMANA

LA CULTURA HUMANA

Hasta ahora habíamos visto la aparición de los rasgos específicamente

humanos, tanto de tipo biológico o natural, como de tipo cultural (concepto

éste entendido en sentido amplio y sin definir). También vimos que la

posesión de la cultura era, seguramente, el más peculiar de los elementos

que nos hacen humanos, llegando incluso al punto de independizarnos (en

parte) de nuestra primitiva condición natural y de nuestras primitivas

limitaciones biológicas. En esta unidad vamos a centrarnos precisamente en

el estudio de esa peculiaridad; vamos a estudiar de forma exhaustiva en qué

consiste la cultura humana.

INTRODUCCIÓN: HERENCIA NATURAL Y HERENCIA

CULTURAL

Los seres humanos poseemos dos clases de herencia: la herencia natural y

la herencia cultural. No nacemos desnudos, en el sentido metafórico del

término: nacemos con una dotación genética que es prácticamente común

con el resto de los miembros de la especie, adquirida a través de millones de

años en el largo proceso evolutivo de la hominización. En cada uno de

nosotros se encuentran prácticamente todos los genes responsables de las

características físicas de nuestra especie, y la posibilidad de reiniciarla


desde un principio mediante la reproducción sexual y los mecanismos

responsables de nuestra variabilidad.

Además de esta herencia, nacemos a todo un mundo de objetos y de ideas

ya desarrollado. Nacemos y adquirimos un lenguaje, vestidos, una forma de

alimentarse, un hospital, unos conocimientos médicos, un sistema familiar,

un cariño de nuestros progenitores, una televisión y una radio, una cuna… Sin

embargo, todo este repertorio cultural no se encuentra almacenado en

nuestros genes, sino en las neuronas de los cerebros de multitud de sujetos

biológicos individuales y en

el sinfín de objetos que nos

acompañan. Si la herencia

natural la cobramos en

genes, en una cadena de

ADN, la herencia cultural

la cobramos en

información.

La herencia biológica la

recibimos toda ella por

entero al nacer, cuando

adquirimos individualmente los genes que determinan nuestro organismo; de

la cultural sólo podemos recibir una parte (la cultura es necesariamente

compartida), y no dejamos de seguir recibiéndola a lo largo de nuestra vida,

mediante el aprendizaje social.

Como ya habíamos apreciado en el tema anterior, existe entre ambas una

estrecha interdependencia; la herencia biológica es una condición necesaria


para poder adquirir la herencia cultural. El desarrollo de la cultura exige

unas complejidades y sofisticaciones biológicas que sólo se dan en el caso de

los humanos, las dos herencias se relacionan como las dos vertientes de una

montaña, puesto que la cumbre necesariamente se debe apoyar en las dos

laderas.

La cumbre, en este caso, es la capacidad adaptativa humana; como vemos, se

basa tanto en nuestra herencia biológica como en nuestra herencia cultural.

Por eso podemos alcanzar un punto tan alto de éxito adaptativo (la cumbre

es siempre lo más alto); porque poseemos dos tipos de herencia, frente al

resto de los animales, que sólo reciben una de ellas. Los seres humanos

somos las altas montañas; los demás animales se establecen por los valles.

Sin embargo, llegados a tener que decidir sobre cuál sea el atributo

distintivo de la humanidad no cabe duda que se trata, sin duda, de la

posesión de la cultura. ¿Por qué? Porque precisamente es lo que nos

distingue del resto de los animales, que no la tienen, pero sobre todo,

porque, como fuerza adaptativa, puede superponerse a la propia naturaleza

y a las condiciones de la selección natural. Y ello, de dos manera diferentes

y a la vez complementarias: por un lado, porque la herencia cultural aumenta

de forma brutal la capacidad de la especie humana para sobrevivir

enfrentándose a cualquier exigencia de la

naturaleza; por otro lado, porque la propia

cultura puede modificar enormemente las

condiciones ecológicas y medioambientales (en

otras palabras, transforma y modifica la

naturaleza) en las que se juega la lucha por la

existencia
EL HECHO DE LA DIVERSIDAD CULTURAL

Hay un aspecto, sin embargo, en el que ambas herencias se contraponen de

forma casi absoluta. La herencia natural de la especie humana es única para

toda la especie. El proceso de hominización es todo un proceso de

convergencia biológica (de hecho, somos una población numerosísima -6000

millones- dentro de la que no existen subespecies; las razas humanas

carecen de rigor clasificatorio, y en realidad resumen aspectos que pueden

llamar la atención a las mentalidades racistas, pero son de escasísima

relevancia biológica).

Sin embargo, el proceso de humanización, una vez puesto en marcha, no es

convergente sino divergente. Admite y exige la posibilidad de multitud de

variaciones culturales diferentes. La herencia cultural que es posible recibir

es variadísima, y depende tanto del momento histórico en el que se nazca,

como del lugar geográfico, puesto que al fin y al cabo las variaciones

culturales expresan la capacidad humana para enfrentarse de innumerables

maneras a sus condiciones de existencia, que están en continuo cambio. En

conclusión: la diversidad cultural es un hecho genuino y específico humano.

Lo peculiar y específicamente humano es la diversidad cultural, la

heterogeneidad cultural (a la vez que la homogeneidad biológica).


El hecho de la diversidad cultural se aprecia de forma cruda y descarnada

en el siguiente texto:

„OTRA CULTURA:

La vida de los hombres y mujeres yanomamo: En el momento en que un varón


yanomamo típico alcanza la madurez, su cuerpo está cubierto de heridas y
cicatrices como consecuencia de innumerables peleas, duelos e incursiones
militares. Aunque desprecian mucho a las mujeres, los hombres yanomamo
siempre están peleándose por actos reales o imaginarios de adulterio y por
promesas incumplidas de proporcionar esposas. También el cuerpo de las mujeres
yanomamo se halla cubierto de cicatrices y magulladuras, la mayor parte de ellas
producto de encuentros violentos con seductores, violadores y maridos. Ninguna
mujer yanomamo escapa a la tutela brutal de típico esposo-guerrero yanomamo,
fácilmente encolerizable y
aficionado a las drogas. Todos
los hombres yanomamo abusan
físicamente de sus esposas. Los
esposos amables sólo las magullan y
mutilan; los feroces las hieren y
matan.

Un modo favorito de intimidar a la esposa es tirar de los palos de caña que las
mujeres llevan a modo de pendiente en los lóbulos de las orejas. Un marido irritado
puede tirar con tanta fuerza que el lóbulo se desgarra. Durante el trabajo de
campo de Chagnon, un hombre que sospechaba que su mujer había cometido
adulterio fue más lejos y le cortó las dos orejas. En una aldea cercana otro marido
arrancó un trozo de carne del brazo de su mujer con un machete. Los hombres
esperan que sus esposas les sirvan a ellos y a sus huéspedes, y respondan con
prontitud y sin protestar a todas sus exigencias. Si una mujer no obedece con
bastante prontitud, su marido le puede pegar con un leño, asestarle un golpe con un
machete, o aplicar una brasa incandescente a su brazo. . . Las mujeres que huyen
de sus maridos sólo pueden esperar una protección limitada por parte de sus
parientes masculinos. La mayor parte de los matrimonios se contratan entre
hombres que han acordado intercambiar hermanas. El cuñado de un hombre suele
ser su pariente más próximo e importante. Ambos pasan muchas horas en
mutua compañía, soplándose mutuamente polvos alucinógenos en las narices, y
tendidos juntos en la misma hamaca. En un caso relatado por Chagnon, el hermano
de una mujer fugitiva se irritó tanto con su hermana por perturbar la relación de
camaradería que le dispensaba su marido que la golpeó con un hacha. Chagnon
afirma que las mujeres yanomamo esperan ser maltratadas por sus maridos y que
miden su estatus como esposas por la frecuencia de las palizas que les propinan sus
maridos. Una vez sorprendió a dos mujeres jóvenes discutiendo sobre las
cicatrices de su cuero cabelludo. Una de ellas le decía a la otra cuánto la debía
querer su marido puesto que la había golpeado en la cabeza con tanta
frecuencia. Al referirse a su propia experiencia, la doctora Shapiro cuenta que su
condición sin cicatrices y sin magulladuras suscitaba el interés de las mujeres
yanomamo. Afirma que decidieron que "los hombres a los que había estado
vinculada no me querían en realidad bastante". Aunque no podemos concluir que las
mujeres yanomamo desean que se las pegue, podemos decir que lo esperan.
Encuentran difícil imaginar un mundo en el que los maridos sean menos brutales.”

Este texto nos enfrenta al modo de vida de unos seres humanos en las

selvas del río Orinoco, en Venezuela. No salimos de nuestro asombro: son

una gente cuya vida cotidiana consiste en la agresión y en la lucha (los

hombres como sujetos activos; las mujeres como sujetos pasivos); el

consumo de drogas; la violencia desproporcionada… Y además, un mundo

mental perfectamente coherente y conforme con ese modo de vida: eso es


lo normal para ellos, ese es el tipo de relaciones entre las personas, y entre

hombres y mujeres…

Este texto nos plantea el hecho de la diversidad cultural de forma

extraordinariamente cruda, precisamente porque no se queda en la

descripción externa de conductas chocantes, sino que intenta entrar en las

formas de pensamiento de las personas que comparten esa cultura. ¿Cómo

es posible que las mujeres soporten semejante vida? ¿Cómo es posible que

una conducta que nuestro sistema nervioso detecta como dolorosa y

peligrosa, y tiene que generar enormes dosis de terror y estrés se pueda

pensar como normal? Pues efectivamente, eso sucede; a las mujeres

yanomamo eso les parece una institución cultural perfectamente normal y

asumible, como lo es para nosotros vestir de rosa a los bebés del sexo

femenino, y de azul claro a los del masculino. Al ver un bebé vestido de color

rosa, esperamos que sea una hembra; del mismo modo la mujer yanomamo

espera ser golpeada y agredida por su marido, y piensa, con perfecta lógica,

que la antropóloga sin heridas no debía haber sido amada por ningún

hombre.

La última conclusión que debemos sacar de este texto es que el hecho de la

diversidad cultural es aún más radical y fundamental de lo que parece a

primera vista. No

consiste tan sólo vivir

de forma diferente,

más o menos exótica

para nuestro punto de

vista. Va mucho más

allá: la diversidad cultural supone además pensar de forma diferente y


sentir de forma diferente. La diversidad cultural supone construir un mundo

mental de valores, de estimar las cosas como buenas o malas, apetecibles o

despreciables, totalmente diferente. La diversidad cultural supone

establecer mundos de valores radicalmente diferentes e incompatibles

(podemos reproducirnos sexualmente con los yanomamo, puesto que tenemos

la misma herencia biológica; en cambio, nos es imposible convivir

culturalmente con ellos, porque nuestra herencia cultural respectiva no

posee elementos en común).

La institucionalización de conductas y formas de vida diferentes, lleva a

establecer y fundamentar valores y formas de pensar diferentes. Vivir

diferente lleva a pensar y sentir diferente.

Automáticamente surge un problema filosófico asociado a esta cuestión:

¿Qué cosa determina a qué otra? ¿Son nuestra forma de vida, nuestras

condiciones materiales de existencia, las que determinan nuestra forma de

pensar, nuestros valores, las ideas que hay en nuestra cabeza? ¿O es al

revés, son los valores e ideas que pensamos los responsables del tipo de vida

real y material que desarrollamos? ¿Es la materia la que determina las ideas,

o por el contrario, son las ideas las que determinan la materia? Este dilema

no admite una respuesta clara y plantea los puntos de vista generales del

materialismo y el idealismo (en sentido filosófico). Volveremos sobre estas

cuestiones al hablar de ciertas transformaciones en los valores.

Otra cuestión asociada a la diversidad cultural es la siguiente: ¿Es lo normal

para los seres humanos reconocer el hecho de la diversidad cultural? ¿Es lo

habitual para los seres humanos reconocer que cualquier forma cultural es
tan humana como cualquier otra? ¿Es acaso nuestro punto de vista asumir

que tan humano es el modelo cultural yanomamo como el nuestro? ¿O más

bien pensamos que los yanomamo son bárbaros, salvajes o primitivos, y que,

desde luego, nosotros estamos más civilizados, tenemos más cultura? ¿No

estará la cultura yanomamo más próxima a la naturaleza, más próxima a lo

animal y a lo instintivo, en un grado inferior a la nuestra…?

DEFINICIÓN DEL CONCEPTO DE CULTURA

Llega ahora el momento de desarrollar a fondo la explicación del propio

concepto de cultura. Hasta ahora lo veníamos manejando de forma intuitiva

y genérica, entendiendo por cultura algo así como “sociedad o grupo humano

que comparte una forma de vida”. Estos significados no son incorrectos,


pero llega el momento de desarrollarlos de forma exhaustiva.

La primera aclaración que

hay que realizar es la

siguiente. “Cultura” es un

término con dos

acepciones. La primera de

ellas tiene un sentido

pedagógico, y es el mismo

significado que se

encuentra en términos

como agricultura, piscicultura, horticultura o silvicultura. Proviene del latín


colere, que significa cultivar. Si un terreno no se cultiva, de ella sólo surgen
malas hierbas, artos, rebollas…; si se cultiva puede dar exquisitos tomates,

sabrosos pimientos, deliciosas fabas…

Pues bien: los individuos somos como la tierra. Si nos cultivamos, si

adquirimos educación y conocimientos, de nosotros pueden salir cosas

excelentes; podemos fabricar puentes, realizar una compleja instalación

eléctrica en una casa, redactar una sentencia judicial, cocinar platos

exquisitos, pescar con enorme habilidad y aprovechamiento. Si no los

adquirimos, seremos animales de carga o de tiro (o no: también podemos

pensar en los futbolistas, o en los personajillos del corazón). Esa es la

diferencia entre ser culto y ser inculto, la diferencia entre la cultura y la

incultura. Nuestro cerebro es la tierra a cultivar mediante la educación.

Otros términos asociados a este significado son

también los de alta cultura, o cultura de élite (los

contenidos culturales más exquisitos, más elevados

o mejores de nuestra sociedad; el mejor abono, los

mejores fertilizantes, los más eficaces tractores,

para seguir con nuestra comparación), opuesta a la

cultura popular o de masas (la cultura que posee todo el mundo, la que no es

preciso tener educación para conocerla: los actores del cine, lo que pasa en

Gran Hermano, los deportes, Julián Muñoz y la Pantoja, el ínclito Jesulín de

Ubrique…; la cultura que, paradójicamente, tiene todo el mundo, tanto el que

tiene cultura como el que no la tiene).

Sobre este sentido pedagógico del término cultura, volveremos más

adelante puesto que hay muchas más cosas que comentar.


La acepción del término que a nosotros nos interesa es la antropológica. El

sentido antropológico del término es aquel que identifica a la cultura con

todo aquello que no es naturaleza. Todo lo que no es natural, es cultural;

todo lo que no es cultural es natural. Este sentido proviene de una vieja

distinción de la lengua griega, y de unos filósofos que se estudian en

Filosofía de 2º de Bachillerato, denominados los sofistas. Estos sofistas

decían que existían dos tipos de realidades. Por un lado, las de la physis, o

naturaleza, en la que las cosas eran como eran por sí mismas, al margen de la

intención o el deseo humanos (la ley de la gravedad, los 23 pares de

cromosomas de nuestra dotación genética, la estructura del átomo, etc.).

Por otro, las realidades cuya forma y carácter dependen de la intención y

voluntad humanas, de un acuerdo consciente humano (conducir por la

derecha, hablar hebreo, saludarse frotando las narices, etc.), y son así por

nómos, palabra esta que significa acuerdo o convención.

Así pues, el sentido antropológico del término cultura recupera el sentido

de la vieja oposición griega entre physis y nomos; recupera en concreto el

significado de esta última expresión. Ya vimos que significa cultura en

cuanto colere; ahora vamos a ver qué significa cultura en cuanto nomos.

Pues bien: decimos que un grupo humano con cierta permanencia y amplitud

en el tiempo y el espacio constituyen una cultura siempre y cuando

(1) Compartan los siguientes elementos:

1. Elementos ideológicos: son las ideas que existen en las

mentes de los individuos de esa cultura, tales como valores


(lo que se estima bueno o malo), normas (lo que se cree que

se debe hacer o no se debe hacer), símbolos (desde el

lenguaje a una media luna –símbolo del Islam, por ejemplo),

conocimientos, creencias e ideologías.

2. Elementos conductuales: son las formas de comportamiento

comunes a las personas de esa cultura (saludarse

entrelazando las palmas de las manos), los ritos (bautismo,

la primera comunión), las costumbres (comer doce uvas al

finalizar el 31 de diciembre).

3. Elementos institucionales: los sistemas de control y

organización social (las castas hindúes, los estados

feudales), los sistemas familiares (familia poligámica,

poliándrica), los sistemas de represión y sanción social

(tribunales de justicia, policía).

4. Elementos materiales: los artefactos, los utensilios, las

técnicas y habilidades específicas que los implican (saber

conducir, saber disparar con arco y flechas –también

podrían ser conductuales; todos ellos se relacionan).

(2) Sus características como un todo sean las siguientes:

1. La cultura se aprende socialmente, en contacto con los

otros miembros de la cultura, e igualmente se transmite de

forma social y continuada a lo largo de toda la vida del

individuo. Esto se relaciona directamente con la acepción


pedagógica del término, y con lo que veremos en el

Apartado 3.

2. La cultura es fundamentalmente simbólica, en la medida en

que se vertebra y articula necesariamente a través del

lenguaje humano.

3. La cultura necesariamente somete a la naturaleza en alguna

medida, para aumentar la libertad y las posibilidades del

ser humano frente a ella. La cultura es adaptativa a medio

plazo, aumentando las posibilidades de supervivencia de la

especie humana. No es posible saber si a largo plazo lo será

también, puesto que está presente la sospecha de que la

evolución cultural humana pueda acabar con la propia

especie humana al destruir el planeta en el que de momento

se encuentra obligado a vivir.

4. La cultura es a la vez general y específica. General, porque

no puede existir ningún grupo humano ni un ser humano

aislado, sin ella (como veíamos en el Texto 7, es lo

específicamente humano). Y específica, porque todo grupo

humano, tiene una cultura propia y diferenciada (el ya

conocido hecho de la diversidad cultural).

5. La cultura es omniabarcante, es decir, lo abarca todo.

Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, todo

adquiere sentido y dimensión cultural.

6. Ningún ser humano, por sabio que sea, puede poseer toda la

cultura en su cabeza. Tampoco puede haber una cultura

específica y diferente para un solo ser humano. La cultura


necesariamente es compartida por muchos individuos en sus

aspectos fundamentales.

(3) Y cuya compleja finalidad sea esta:

1. La supervivencia biológica; como ya sabemos, las

adaptaciones culturales se superponen a las adaptaciones

biológicas, son más plásticas y poderosas, y las principales

responsables de nuestro éxito adaptativo.

2. La constitución de los seres humanos. Los seres humanos

somos humanos porque poseemos cultura; es la cultura la

que nos hace ser lo que somos, la responsable de nuestra

individualidad y la que nos aleja de la animalidad. Y todo ello

en un triple sentido:

i. En primer lugar, porque es la cultura la que nos sitúa

en la realidad y la que da sentido a nuestra vida, la

que nos da el marco mental en el que nos planteamos,

la felicidad, el futuro, las relaciones con las

personas, el concepto de familia, etc.

ii. En segundo lugar, porque es la cultura la que nos da la

capacidad para expresar nuestra humanidad; ante el

dolor no nos limitamos a gritar: podemos componer

una canción, una poesía, pintar un cuadro,

deprimirnos, encontrar consuelo en la Iglesia de los

Santos de los Últimos Días, etc.


iii. Y por último, porque es la cultura la que ordena el

tiempo y el espacio, la que sitúa a cada uno de

nosotros en un marco temporal (de dónde venimos, a

dónde vamos) y espacial (de dónde somos, dónde

estamos).

Existen igualmente una serie de conceptos relacionados con el concepto de

cultura que conviene conocer; algunos de ellos también los venimos

manejando de forma intuitiva. Son los siguientes: civilización, subcultura,

contracultura, etnia y sociedad.

Por civilización se entiende una cultura de excepcional riqueza, variedad y

amplitud; una civilización necesariamente ha de incluir dentro de ella

numerosas culturas o subculturas más pequeñas o restringidas. Por ejemplo,

la civilización europea u occidental (mejor éste último adjetivo, porque

incluye a otras regiones como buena parte de América u Oceanía), dentro de

la que hay culturas católicas, o latinas, y protestantes, o anglosajonas… O la

civilización islámica, o la civilización oriental…

Subcultura es un término que

vendría a definir cualquier

división que se pueda llevar a

cabo dentro de una cultura más

amplia. Es un término relativo y

no absoluto. La cultura hispánica

es, a su vez, una subcultura de la

cultura latina. La cultura latina, a


su vez, es una subcultura dentro de la cultura occidental (–y es en este

momento cuando el término civilización se hace más adecuado).

Contracultura, o contracultural, sería cualquier grupo humano que en algunos

aspectos no siga las normas, conductas y valoraciones que son mayoritarias

en su grupo cultural. En nuestra cultura, el consumo de hachís es

contracultural, puesto que la mayor parte de la gente no lo lleva a cabo y

piensa que es malo (en sentido moral); el del alcohol, en cambio, sería justo

al revés: cultural. También es un término relativo; en la cultura del Magreb,

consumir alcohol es contracultural, y

consumir hachís, cultural. El rock & roll

era contracultural en los años 50 y hoy en

día es perfectamente cultural.

Etnia o étnico es un término muy

empleado actualmente. Originariamente,

venía a ser un término sinónimo de cultura,

pero que no se aplicaba a la cultura o

civilización occidental, sino únicamente a

culturas más raras, extrañas, minoritarias,

etc. De hecho etnografía (estudio de las

culturas) y antropología son términos prácticamente intercambiables.

Sociedad, por último, es un término mucho más genérico e indefinido.

Hace referencia a cualquier agrupación de seres humanos que tengan algo en

común, sin mayores precisiones. Por eso podemos decir: “la sociedad

valdesana del siglo XVIII” de la misma manera que decimos “la sociedad rica

parisiense” o la “Sociedad Micológica Calagurritana”.


Evidentemente, esta definición que acabamos de desarrollar es

absolutamente exhaustiva y a la vez abstracta. Vamos a realizar un

ejercicio práctico que nos permita concretar su significado y operar con

ella.

Los conocimientos más característicos de la civilización occidental son los

basados en la ciencia y en la tecnología. Lo característico de la civilización

es el enfrentarse a las necesidades que impone la realidad a través de ese

tipo de conocimiento, renunciando al pensamiento mágico, simbólico o

animista (tipo de pensamiento explicado en clase con varios ejemplos como

el vudú, las danzas de la lluvia o la planificación familiar en Kenia);

renunciando, en suma, a resolver los problemas acudiendo a la superstición,

la tradición o la mera costumbre sin justificación (aunque, como ya dijimos,

ésta existe como un residuo contracultural). Lo característico de nuestra

civilización es el relacionarse con la realidad a partir de mecanismos

críticos, prácticos, empíricos, lógicos y racionales, como son los

ejemplificados por la ciencia y la tecnología. Entre los occidentales, si un

niño está enfermo, se piensa antes en el virus de la gripe que en el mal de

ojo.

Las creencias más características de la civilización occidental son las

basadas en la herencia cultural judeo-cristiana y luego cristiana a secas.

Nuestra idea del sentido de la vida, de la muerte, del pecado, del cuerpo y

el alma, etc., se basan en el cristianismo. Que es de raíz católica para los

latinos, y de raíz protestante para los anglosajones, germánicos y nórdicos

(y de raíz ortodoxa para eslavos y orientales). Pero es lo característico de

Occidente igualmente la convivencia de una tradición de creencias no

religiosas, sino de tipo agnóstico, laico o ateo; tan sólidas y establecidas

como las anteriores, y de origen cultural filosófico griego y también


ilustrado. Y más aún: lo peculiar es que puedan convivir estas creencias

antitéticas en la vida cotidiana, precisamente porque en cualquier caso, en

Occidente las creencias son débiles y acomodaticias. Se cree, pero se cree

poco. O no se cree, pero no se cree poco.

Las normas y los valores más características de Occidente hunden sus

raíces en el pensamiento liberal, democrático, burgués y social heredado de

la Ilustración y la Revolución Francesa. Por eso valoramos la democracia, la

libertad, la igualdad, la

educación, los derechos

humanos, la seguridad

jurídica o la separación de

poderes… Junto a ellos,

también conviven todos los

valores asociados al nivel de

desarrollo capitalista en el

que nos movemos:

hedonismo, consumismo,

capitalismo, egoísmo, culto a

la imagen, individualismo…

Las normas que determinan

nuestra convivencia se basan precisamente en todos estos valores, los

desarrollan, los matizan y los armonizan. (O a veces los juntan en una

mezcolanza caótica).

Si la lengua es el principal elemento simbólico, los occidentales, salvo

pequeñas excepciones, tenemos un tronco lingüístico común, el del indo-

europeo. Y en líneas generales, la cultura católica y latina se asocia a las

lenguas derivadas del latín, mientras que la cultura protestante se asocia a


lenguas anglo-germánicas. Del mismo modo, los occidentales empleamos el

alfabeto latino y los números árabes, escribimos leemos de izquierda a

derecha y de arriba abajo, contamos el tiempo desde el nacimiento de

Jesucristo… Evidentemente, es un símbolo corriente en toda la civilización

occidental la cruz latina; otros símbolos muy característicos de nuestra

civilización se basan en las más famosas e icónicas marcas comerciales, con

sus distintivos logos (desde la M de McDonald´s hasta el toro de Osborne,

pasando por la estrella de Mercedes Benz y la W de la Warner Brothers

dominando los centros comerciales en competencia con el banderín del Corte

Inglés y los emblemas de las principales petroleras).

Es poco lo que se puede decir de los modos no normativos de conducta, sin

caer en los tópicos o los lugares comunes más burdos. En general, la cultura

latina es más expansiva y extrovertida que la cultura protestante del norte,

aunque todos sabemos que existen finlandeses lenguaraces y andaluces a los

que no es posible sacarles una palabra. Por supuesto, dentro de la

expansividad latina, los españoles los que más, y más cuanto más al sur.

¿Qué decir de la cultura asturiana, que forma parte de la cultura hispánica?

Pues son más fantasmones, borrachos y amigos de la blasfemia festiva, pero

no por eso se trata de una tierra de bárbaros…

Los elementos materiales más característicos de nuestra cultura son tan

evidentes que apenas podríamos señalarnos, puesto que forman parte de

nosotros. Los vehículos propulsados por motor de explosión, las televisiones,

los electrodomésticos, los teléfonos móviles, los ordenadores, la ropa de

temporada… son todos ellos objetos que nos abruman con su presencia y

determinan nuestras vidas y nuestras conciencias: el tipo de familia, el tipo

de trabajo, el tipo de conversación, el tipo de de organización de las

ciudades, el tipo de ocio, la relación entre los sexos…


Este es, pues, un breve resumen de cómo somos los occidentales; un breve

resumen que demuestra porque, a pesar de lo que pueda parecer, un

gaditano tiene más en común con el habitante de Wellington que se

encuentra en sus antípodas, que con el que tiene a escasos kilómetros en

línea recta, apenas cruzado en el estrecho. También es destacable, aunque

lo comentaremos en el Apartado 3, que en la medida en que estos elementos

se hacen comunes a muchas otras personas, es también la cultura y la

civilización occidental la que se expande con ellos (en parte, en eso

precisamente consiste la globalización).

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