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1 | La historia como conocimiento Partiremos de una definici6n y nos preguntaremos: ;Qué es la historia? Bien entendido, esto no es mas que un artificio pedagégico. Serfa ingenuo imaginar que una definicién, elabo- rada por via especulativa y planteada a prior, pudiese exprimir de un modo satisfactorio la esencia, el quid sit, de la historia, No es asi como procede la filosofia de las ciencias, sino. que parte de un dato, que es una determinada disciplina ya consti- tuida, y, aplicdndose a_analizar el comportamiento racional de sus especialistas, deduce la estructura l6gica de su método, Las distintas ciencias han ido desarrollandose, por lo general, a par- tir de una tradicion empirica (a geomeuria procede.de fa agri- mensura, la medicina experimental de la tradicion de los curan- deros, etc.) antes de que el filésofo se pusiese a establecer su teoria sobre ellas, La sociologia no constituye una excepcién, sino una prue- ba suplementaria de esta ley: su desarrollo se vio entorpecido mas que favorecido por el cimulo de especulaciones metodo- logicas que Auguste Comte y Durkheim le ofrecieron a modo de crisol. De modo andlogo, la historia existe; no pretendemos, en nuestro punto de partida, definir la mejor historia que pueda concebirse como posible; tenemos que constatar la existencia de nuestro objeto, que es ese sector de la cultura humana ex- plotado por un cuerpo especializado de técnicos, los historia- lores; nuestro dato es la prictica que competentes éspecialistas han reconocido como valedera. La realidad de semejante dato no admite duda: es bien cierto que el cuerpo de historiadores se halla en posesi6n de una vigorosa tradicion metodolégica que, para nosotros los occidentales, comienza con Herodoto Tucidides y se continéa hasta digamos Fernand Braudel (por ‘legit una de las Gltimas «obras maestras» presentadas por un joven valor’ al veredicto de los miembros de la corporaci6n). Una tradicién bien determinada: nosotros los del officio sabe- ‘Escrito en 1953. Hoy dctamos Emmanuel Le Roy Ladurie (Les Paysans de Lan- _guertoc, 1965), en espera de poder remit a Peul Veyne. B IIIS: CURR TVITIIVIIIIIFTIIIIIIIIS Ve mos perfectamente quiénes son nuestros pares; quiénes, entre Weehbtoriadores de hoy o de ayer, cuentan con una labor vali- Ge quienes, como se dice, ssientan cétedra-, o quiénes, por el oe tirio, son sospechosos de un comportamiento ms o me- fos irregular... En una primera aproximacion, tal como convie- petal punto de partida, esta realidad de la historia solamente se olla Helimitada a grandes rasgos y tiene que admitir, en cuanto a sus fronteras, un margen ‘més o menos elastico, Nuestra tradi- ain metodoldgica no ha cesado de transformarse: Herodoto, por ejemplo, nos parece hoy no tanto el “Padre de la historia- Petro un abuelo que ha vuelto un poco a la infancia, y la vene~ sacion que le profesamos por su ejemplo no est exenta de orta sonrisa protectora. Si bien respecto de Tucidides o Poli- fio reconoceremos que, en lo esencial, su manera de trabajar Coineide con la nuestra, admitiremos que la historia verdadera~ mente cientifica no acab6 de constituirse hasta el. siglo XIX, Riando el rigor de los métodos criticos, puestos @ punto por los grandes eruditos de los sigios XVII y XVII, se extendi6 desde SM ambito de las ciencias auxiliares (numismatica, paleografia, etc.) a la construccién misma de la historia: strictiore senst, Guestra tradicion s6lo la inauguraron definitivamente B. G. Nie- buhr y, sobre todo, Leopold von Ranke. 14 misma imprecision marginal rige por lo que respecta a la historia tal como actualmente se practica: si bien no puede ne- garse que, a grandes rasgos, los expertos estan de acuerdo, en el geno de la corporacién, en poner en tela de juicio la validez de Sus Investigaciones, este consensus no se da sin algunas disonan- ias y sin que sea discutido a cada paso: si bien, con demasiada Figurosidad, los especialistas descalifican de buen grado al ama feur, no duidan al propio tiempo en reprocharle su estrechez a la ‘ciencia oficial, De hecho, el Ambito de la historia, el terreno en que trabajan los historiadores, se halla ocupado por un equipo de investigadores desplegados en forma de abanico. En un extte- mo se emplazan los eruditos minuciosos, que se dedican @ ~pei- har los documentos que han de publicar, basta el punto de que se termina pot sospechar que no son mas que fildlogos, sin lle- gar a ser ent modo alguno historiadores: preparadores, o ayudan- ies de laboratorio, pero ain no verdaderos cientificos. En el otro extremo vemos a nobles espfritus, afanosos de realizar vastas sir tesis, que abarcan con vuelo de Aguila inmensas fracciones del devenir: desde abajo se les contempla con cierta inquietud, con Ja sospecha de que rebasan el nivel de la historia, esta vez por lo Toleremos Ge MOMENTO Coe eee. Lian a lo unranian de | de las fronteras; dejemos al gusto, o mas bien, a la vocacion de cada cual el derecho de valorar, o descalificar, tal o cual aspecto de esa practica multiforme. Vemos, por ejemplo, como algunos ‘condenan la biografia como un género fundamentalmente anti o ‘ahist6rico,! mientras que otros* querrian convertirla, por lo con- trario, en el género hist6rico por excelencia (entendiéndola co- mo una visién concentrada de toda una época y aun de una ci vilizacion, captada en uno de sus hijos mas preclaros). ‘Yo he llegado a escribir, pata impugnar la autoridad que la teorfa de la historia expuesta por Croce le proporcionaba su ex periencia como historiador, lo siguiente: la obra historica de Cro- Ce oscila entre dos géneros, la pequefia historia local (La revolu- cién napolitana de 1799; Bl teatro en Napoles desde el Renaci- mniento hasta finales del sigio XVUD y la gran sintesis que domina los hechos, los «piensa, pero no trabaja directamente sobre las fuentes (Historia de Itatia, 1871-1915; Historia de Europa en el siglo XIX). (Me atreveré a insinuar que el eje de la historia verda- dera pasa por entre los dos? —Pero cada uno determinara este eje au manera, y sé muy bien que a mi teoria se le podré obje- tar que es la propia de un historiador de la Antighiedad, de un historiador de la cultura, demasiado exclusivamente orientado hacia los problemas de ortien espiritual 0 religioso, y que habria sido matizada de distinto modo si hubiese tomado como campo de experiencia la historia contempordnea y sus problemas eco- némicos y sociales. ‘Aceptemos provisionalmente esta diversidad de puntos de vista, rehuyendo otorgar exclusividad a ninguno de ellos, y trate- mos de aprehender en su compleja realidad y en toda su varie- dad la historia tal como existe, realizada por obra de los historia dores. ‘Podemos dejar de lado las tentativas, continuamente reno- vadas, de los teoricos que tratan de demostrar la posibilidad, la necesidad, la urgencia de otra historia distinta de la de los histo- Hadores, de una «historia que seria més cientifica, ms abstracta, Gue trataria, por ejemplo, de establecer Tas leyes més generales del comportamiento humano tal como se manifiesta en la histo- » Gouunswoor, Jdea, 9. 304 Avon, Introduction, pp. 81-82. 2 Como Ditrazy, cuyas grandes obras hist6ricas son biografias: Vida de ‘Scbletermacher, 3, 1870; Hisiora do a faventud de Hegel, 906. T Segin me objet6 Georges Bidault en el curso de una discusién memorable sosenida en [a Societe Lyonnalse de Philosophie el dia 18 de junio de 1942 PULELLELLELELESEEELELEEUELULEE! VUE SS ria empirica (contingencia, necesidad, etc.) Ia -sintesis cientificas de Henri Bert la historia tedrica: de P. Vendryés,> la -theoreti- sche Geschiedenis: de J. M. Romein.® Suponiendo que estas disci- plinas se muestren aigun dia tan fecundas como lo esperaban Sus fundadores, no por eso suprimiran la historia tradicional, cu- ya existencia ellas mismas postulan, Nuestra filosofia critica se- guira siendo necesaria y legitima {Qué €s, pues, la historia? Yo propondria esta respuesta: La historia es el conocimiento del pasado bumano. La utilidad practi- ca que se desprende de tal definicién es la de resum breve formula el aporte de las discusiones y glosas que habra provocado. Comentémosta Diremos conocimiento y no, como algunos otros, snarracién del pasado huifiano.” ni tampoco -obra Iiteraria que pretende describirlo. ® Sin duda, la labor hist6rica tiene que conducir nor- malmente a una obra escrita (y este problema lo examinaremos para terminar), pero se tata Je una exigencia de caracter practico (la mision social del historiador...): de hecho, la historia existe ya, perfectamente elaborada en el pensamiento del histo- riadoy, incluso antes de que éste la haya escrito: al margen de las imerferencias que puedan producirse entre ambos tipos de acti- vidad, éstos son logicamente distintos Diremos conociniento y no, como otros, -investigacion: 0 estudio: (aunque ese sentido de -indagacién- sea el primero de la palabra griega historia), porque esto seria tanto como confun- dir el fin con los medios; io que importa es el resultado obtenido mediante la investigacion: sino hubiese de alcanzarse con ella, no la emprenderiamos: la hist. e muestra. capaz-de-elaborat, Al decir, pues, coniocimiento, enten- demos por tal el conocimiento valido, verdadero; la historia se opone asia lo que podria haber sido, a toda representaci6n falsa © falsificada, irreal, del pasado, a la utopia, a la historia imagina- ria (del tipo de la escrita por W. Pater®), a la novela hist6rica, al < Lasymibése en bistoie, son rapport avec Ihistore générale, 1911, 2 ed, 1953, 5 De ia probabitisé en histoire, lecomple de Vexpédition d Egypte, 1952. ___& Theoretische Gescbiedents, Groninga, 1946. Sobre esta concepcion, mucho ‘mis comprensiva que las dos precedentes, cf In comunicacion de J H, Nova, en Actes experiencia cotidiana, es un conocimiento elaborado en funcién ’ { de un metodo sistematico y riguroso el que se ha revelado como representante del factor éptimo de verdad Conocimiento del pasado, aun cuando se trate de historia enteramente contemporanea (pensemos en el agente de la circu- lacion que redacta —acto hist6rico elemental— el atestado del accidente que acaba de producirse hace unos instantes ante sus (jos); conocimiento del pasado humano: sin prejuzgar nada de Jo que haya podido suceder; resistiendonos en particular a las exigencias preliminares que desearia imponemos el filésofo de Ig historia, nuestro peor enemigo (como légicos y fildsofos de las ciencias que somos): él sabe, o pretende saber, lo que constituye la esencia del pasado; nosotros rehusamos aqui saberlo y acepta- mos en su complejidad todo cuanto ha pertenecido al pasado del hombre, todo lo que de ese pasado podemos llegar a apre- ender. ‘Asi, decimos pasado bumano, rechazando cualquier adicion 19 Se hallaré en eb anilisis comparativo de las antéticas ibro de R. Mover, Allemagnes ot Allemands, 1948, el raciones (siichomhie) que la ensefianza clemental a efectuado, en Francia y en Alemania, de unas mismas figuras histricas: Carlomagno, ec. 6 especificacion como sospechosas de una segunda intencion. Por qué afiadir, por ejemplo, pasado «de los hombres que viven en sociedad?" Esto es 0 inutil, puesto que sabemos desde Aris- toteles que el hombre es ese animal que vive en sociedad orga- hizada (el histotiador del eremitismo descubre con asombro que In huida al desierto no separa al hombre de la sociedad: ante Dios, el contemplativo asume toda la humanidad), 0 tendencio- so: no puedo admitir que se pretenda excluir de la historia los aspectos mas personales de la recuperaci6n del pasado— que son quiza su conquista mas preciosa, Igualmente, spor qué preci- sar ciciendo -de los becbos humanos del pasado-? }? Initil si por shechos* quiere significarse simplemente la realidad, 1o opuesto a {o fantastico o lo imaginario: infinitamente sospechoso si por es via se desliza uno a excluir las ideas, los valores, el espiritu; por lo demas, nada nos parece tan poco claro como la nocién de el apaci- ee ajo del uno ni como la triunfante expansion del otro, pues es algo mas arriesgado, en un sentido de tragedia, de don- Bucs mos jadeantes, humillados, por siempre mas ‘bien venci- oe: algo similar a la bucha de Jacob con el angel de Yahvé junto oe ee Yabbog: no estamos allt solos, sino que nos encontnr, ards en las tinieblas con un misterioso Otro (lo ane llamaba yo mage arriba la realidad nouménica del pasado), realidad que sen- fimos 2 la vez como terriblemente presente ¥ come rebelde timos @ esfuerzo: tatamos de abrazasia, de forzaria a somelise, y siempre, a! fin, en parte al menos, se ‘escabulle... La historia es ¥ siempate del espirita, una aventura ¥, como todas /2s Jocuras buenas, no alcanza nunca mas que éxitos parciales, totalmente Pauvos, sin proporcion con la ambicion inicial; com de toda refriega emprendida con las desconcertanres profundidades del ger, ef hombre sale de ella con un sentimiento agudizado de sus mites, de su debilidad, de su humildad. Porque percibimos de sobra cul es la tarea que tendriamos gue ser capaces de emprender. A fuerza de forcejear con esa te- Gisiai deseoncertante, acabamos por situatla en la medida sufi- Sente como para saber qué es lo que necesitariames, ¥ lo que Certs sta, para poder conocerla de un modo auténtico ¥ total; ree a asn llega a concebir qué mentalidad deberia (ere el Nictorador para ser capaz de adquitir tal conocimicnio. (en el Betido en que fa geometria nos habla de un arco capae de con- sengcon éngulo determinado). El historiador deberla saberlo to- fo, todo cuanto ha sido en realidad sentido, pensado, hecho por fodos los hombres del pasado; captar esta corns lejidad sin igno- rar, quebrar ni alterar las relaciones interna’, delicadas, miitiples, {ah dumezcladas, que ligan, en Jo seal, esas manifestaciones Cr la enividad humana y cuyo conocimiento les confiere ung inteligi- tilidad. Por limitada que sea nuestra experiencia, bastard para fe- valarlos la existencia de esa tupida malla de relaciones °° la que Jes causas prolongan sus efectos, en la que las consecuencias ES cany 8¢ recortan entre si, se anudan, se combate, © la que cpa mio shecho> (ese encventio del que dependert quiza la rieye todo mi futuro...) €6 el punto al que van @ parr una serie convergente de reacciones en cadena. Cualquier pro- blema de historia, por limitado que sea, postula progresivamente el conocimiento de toca la historia universal Citaré el ejemplo, ya clasico, que propuso Ch. Morazé: con- sideremos el advenimiento de Jules Ferry 2 la jefatura del gobier- no francés.’ Su historiador habra de establecer, evidentemente, las circunstancias concretas de su acceso al poder, las negocia: ciones que le llevaron a alcanzarlo y la situacion parlamentaria francesa en septiembre de 1880, ;Parlamentaria? Digamos mas en general y mAs profundamente la situacin politica y, por lo tanto, social, econémica, etcétera, Francesa? No cabe pasar por alto la coyuntura internacional: la encuesta se ir ampliando con nue- vos registros. Pero volvamos a Jules Ferry. ;Quién es este hom bre? Un temperamento, una psicologia, la culminacién, en 1880, de una historia personal ya dilatada (nuestro colega, el psicoana- ta, insistird en que se prolongue hasta la etapa prenatal); pero el hombre Ferry, es solamente el producto de una evoluci6n ini- ciada en el instante de su concepcién? Jules Ferry es también Saint-Dié, la emigracién alsaciana, los algodoneros de Mulhouse, el protestantismo francés, etc, (pues habriamos de remontarnos hasta los origenes del ci mo). Pero hay también otra pista: la burguesia industrial, el hundimiento de los precios agricolas y una nueva serie de circunstancias que nos llevard, a través del estudio de las estructuras agrarias de la campifa francesa, hasta Jas roturaciones de la prehistoria... Y todo esto no son sino inda- gaciones que nuestra mente concibe como posibles; pero tam- bién sabemos en qué medida depende del azar la posibilidad de que cada una ocurta; resulta igualmenie legitimo postular la exis- tencia de otras series causales, ademas de las enumeradas ‘Tanto en extensi6n como en comprensi6n, el problema que plantea el pasado humano manifiesta tener una estructura doble € indefinidamente compleja: podria trasponerse al objeto de la historia el tema pascaliano del doble infinito. No seguiré adelan- te una vez trazado este esbozo: basta con que el vértigo nos ha- ya embargado. Sital es el problema planteado por este programa de la his- toria. gqué espiritu se podra declarar capaz de asumirlo? Respon- demos: ese Espiritu existe, es el Sefior nuestro Dios, YHWH, cu- ya Sabiduria increada -es, en efecto, en si misma un Espfritu inte- igente, sutil, 4gil, penetrante, claro, tajante, incoercible, s6lido y seguro, ‘capaz’ de todo, dominador de todo, que todo lo tras- 7 Trois esas sur Histoire of Culture, 1948, pp, 1-1. 12 Gs ciende...8 Conviene que el filésofo se detenga y pronuncie con adoracién el Nombre inefable, pues su meditacion bastard para alejar de si la tentacion més peligrosa, aquella que no ha cesado de amenazar a toda filosofia de la historia, el error fatal, el peca- do de la desmesura, la bybris. El historiador debe acordarse a tiempo de que él no es sino un hombre y de que conviene a los mortales el pensar como mortales: tneta phronei, como decian los griegos. Ae 7 ‘Me he expresado como cristiano, pero la formula de Euripi- des muestra que esta verdad posee un valor absoluto. La referen- cia al pensamiento cristiano se impone a todo occidental; lo ates- tigua Raymond Aron, que se ve Obligado a escribir: Solamente Dios podria sopesar el valor de todos los actos y poner en su si- tio los episodios contradictorios [), unificar el caracter y la con- ducta. Con la teologia debe desaparecer la nocion de esta verdad absoluta...” De hecho no desaparece, ya que siempre puede concebirsela como posible, y el tedlogo, sea cristiano 0 pagano, (0 mejot dicho, el filosofo, ia proclama inaccesible a la condicién humana. Fl primer principio de conducta practica que formularemos con destino a nuestro discipulo serd (si se nos permite hablar en términos familiares) el siguiente: tt no eres el buen Dios; no ol- vides que no eres mas que un hombre. Este aviso no ha de inter- pretarse como una confesion de impotencia, como una invita- Cin a la renuncia y a la desesperanza (santo Tomas, que exalta la virtud de la magnanimitas, nos pone en guardia contra esta ‘argucia del pecado: no habria aqui mas que una sutil forma del orgullo): el filésofo debe alegrarse de haber dado alguna preci- sion, sea cual fuere, a la verdad acerca del ser; en nuestro caso, ala verdad acerca del ser del historiador. hijo mio, t no eres mAs que un hombre, y esto no es razén para renunciar a llevar a cabo tu tarea, tu (area del hom- bre-historiador, hurnilde, dificil, pero dentro de sus limitaciones, seguramente fecunda. Nuestra filosofia es también humana y no puede avanzar més que paso a paso. Esta fecundidad, real pero limitada, la esta- bleceremos a su debido tiempo; por el momento bastaba con de- jar bien sentado este primer punto: que hay una desproporcién ica entre el objeto al que se aplica la historia, esa realidad historica nouménica que sOlo Dios puede abarcar, y los medios | ® sap. NIL, 22-28, Introduction. p. 72 itados de que dispone esta disciplina, es decir, los menguados esfuerzos de la mente humana, con sus métodos y sus instru- mentos. Recuerdo haber contemplado en cierta ocasion desde to alto de unas rocas los esfuerzos que hacia un pescador en un la- go de moniafia; yo distingufa, brillando en el agua wansparente, Ets hermosas truchas que él codiciaba desde la orilla y que evo- jucionaban lejos de su sedal demasiado corto... Asi le sucede a menudo al historiador: sus limitados medios no le permiten ba- iret con sus redes toda la extension del lago del pasado; la histo- fa seguiré siendo the Past so far as..., es decit, lo que él pueda coger con sus redes, No es nada, como veremos; pero no €s to- doy, sobre todo, no es lo mismo: la historia es fo que consigue Captar el historiador del pasado, pero, al pasar a través de sus instrumentos de conocimiento, ese pasado ha quedado tan reela borado, tan «tehecho», que aparece enteramente nuevo, converti- do, ontolégicamente, en otra cosa distinta de la que fue. Pero ya va siendo hora de que nos ocupemos de estudiar esta transmuta- cién Para descubrir lo que llegar a ser la historia es preciso que dejemos de meditar sobre su objeto, ese indeterminado, ese fapeiron, y, partiendo del historiador, seguir los pasos de éste por {a via que Je conduciré hasta el conocimiento: la historia ser lo que él consiga elaborar. "bramos nuestro Langlois-Seignobos, libro I, cap. 1, linea primera: sLa historia se hace con documentos; formula que apa- Fece otra vez en la conclusién: «La historia no es mas que la apli- cacion de unos documentos! Lo comprendo bien, Pero, en buena logica, no es el documento lo que se halla en el punto de partida: el historiador no es un simple obrero dedicado a la transformacion de una materia prima, ni el método historico es tuna maquina-utensilio en la que se introduzca como por tun em budo el documento en bruto y se extraiga luego una delicada trama continua de conocimiento, Nuestro trabajo supone una ac- tividad original, producto de una iniciativa: ia historia es la res- puesia (elaborada evidentemente 2 base de documentos: més Adelante nos referimos a este punto) a una pregunta que le plan- tean al misterioso pasado la curiosidad, la inquietud, algunos di- rin la angustia existencial y, de todos modes, la inteligencia, ta mente del historiador. El pasado se le presenta a éste, al comicn- 70, como un vago fantasma, sin forma ni consistencia; para asitlo hha’ de encerrarlo estrechamenie en una red de interrogaciones °® jnsroduction auc dudes historques, pp. 1,275. 48 sin escapatoria posible, que le fuercen a la confesion; mientras no le sometamos a un acoso de esta naturaleza, seguira velado y silencioso. Logicamente, el proceso de elaboracion de la historia se inicla no porque existan documentos, sino por una andadura | original, la -pregunta que se plantea-, impl delimitacion y la concepci6n del tema. En la prdctica puede suceder que una investigacién histori- ca se ponga en movimiento por el hallazgo fortuito de algtin do- Cumento; la cabra ramonea alli donde es atada (a muchos cole- {as, intertogados sobre sus trabajos, les he oido dar esta raz6n). Ia proximidad de determinado archivo, los recursos de tal 0 cual biblioteca, el descubrimiento por azar en las hojas, de un monu- mento nuevo (caso frecuente en la historia de la Antiguedad, donde los documentos son raros y todo material nuevo resulta bienvenido) pueden aparecer como el origdn de tales trabajos; pero esto en nada cambia la prioridad logica de la -preguntar {que €] historiador les plantears a esos documentos. El andlisis en apariencia superficial de Langlois y Seignobos se explica (seamos justos) por la estrecha concepci6n que duran- te largo tiempo se tuvo de la historia, en la cual, cualquiera que fuese la que fuvieran de ella, aquéllos permanecign aprisionados. Sela limitaba, précticamente, a lo que se dio en llamar la historia general, el estudio de los »grandes- acontecimientos hist6ricos; es decir, ante todo, las guerras, las negociaciones diplomaticas que las habian preparado 0 terminado y ademés las vicisitudes de la politica interior estudiada en la cumbre: el rey, sus mintstros, la Corte, o bien los lideres del conglomerado gubernamental, las fasambleas y su vida parlamentaria, $i se aftaden a esto unas ‘cuantas catistrofes naturales, tales como una epidemia de peste, esto ¢s poco mas o menos todo lo que Tucidides, por ejemplo, considetd wil referimos sobre la Grecia de su tiempo, y durante siglos los historiadores se contentaron con un programa pareci- do; a Jo sumo, desde Voltaire, afiadian a su relato, en forma de ‘apéndice y como extemo al cuerpo de la obra, un cuadro del es- tado de las ciencias, las letras y las artes. En estas condiciones, el programa se encontraba trazado en su totalidad, las preguntas fabian sido planteadas previamente y la concepcién de! tema se reducia a la eleccin de un periodo. Hoy ha triunfado una con- cepcidn de la historia completamente distinta,.a la vez amplifica- dae impelida en profundidad. La expresi6n es de Marc Bloch:"' es de justicia poner de re- 11 Apologie pour Ubistoire o Métir bistovien p. deccacceretererseeecess 49 06 ita en la elecci6n, la A - 1 Marrow ieve la parte que le corresponde al equipo formado por Lucien Febvre y Marc Bloch en Francia, en esa pugna victoriosa contra el viejo fdolo de la historia politica, de acontecimientos, la -histo- ria historizante-. Pero la reaccién ha sido muy general y no es patrimonio de ninguna escuela. Ya lord Acton daba como con- signa a sus estudiantes: -Estudiad problemas y no periodos., y a todo lo largo del siglo XIX se asiste al progreso de la historia de la civilizacion, la Kulturgeschichte, que se opone a su vieja rival, Ia chistoria de batallas. 1a historia politica resulta casi sofocada bajo el camulo de investigaciones concernientes a las historias -especiales., la his- toria econémica y social, la historia de las ideas, de las mentali- dades, de las Weltanschauungen, la historia de las ciencias, de la filosofia, de la religion, del arte, y esto hasta el punto de que quiz4s haya llegado a hacerse necesaria una reaccion, al menos en el plano pedagogico: de tanto buscar comprensiones y hon- Guras, la cultura hist6rica corre el riesgo de salirse de la reali dad concreta para disolverse en humaredas abstractas. Recorde- mos sin cesar a los j6venes estudiosos que la historia de la civ’ lizacién (y cada una de sus historias especiales) tiene que pro- yectarse sobre una tupida red de nombres, fechas, y aconteci- mientos precisos, y que los hechos politicos, de ordinario los mejor documentados, proporcionan la sélida trama de tal cafia~ mazo. Entonces, al abordar el estudio de cierta época o de un am- biente determinado, el historiador no ve que se le imponga, 0, si se prefiere, no tiene a su disposici6n un programa de investiga cién fijado a priori que, en cierto modo, sirva para todo. Este ptograma le corresponde a él establecerlo, y, por consiguiente, todo el desarrollo ulterior de las investigaciones y el conocimien- to mismo al que se llegue quedan orientados y predeterminados por las preguntas que se planteen. Digo «preguntas» por abreviar; pero, cuando el entendi- miento elabora una pregunta, formula en seguida una o varias respuestas posibles: una pregunta precisa (y sdlo las de este caracter son dtiles en historia) se presenta bajo el aspecto de una hipotesis por verificar: {No sera cierto que...» Sin duda, mientras se lleva a cabo la verificaci6n, la hipétesis volvera la mayoria de las veces a ser retomada, corregida y transformada, hasta resultar apenas reconocible, pero esto no quita que en el punto de partida haya habido un esfuerzo creador del historia- £1 conocimiento bistérico dor que ha comenzado por elaborar una imagen provisional del pasado: Procuremos exorcizar de nuevo el peligroso fantasma del idealismo; limitemos la parte de -construccion» auténoma que comporta esa elaboraciOn del cuestionario y de las hipotesis ane- xas: sin hablar del hecho de que la validez. de la hipotesis sigue dependiendo del proceso de verificacion de su conveniencia con respecto a los datos documentales, es bien evidente que el cono- cimiento hist6rico no parte de cero: es por analogia con una si- tuacién humana ya conocida como formulamos ésta imagen hi potética del pasado que tratamos de conocer, y la parte de la transposicién es aqui bastante débil, porque en la mayorfa de los casos (exceptuando el de una civilizacion recién descubierta y en absoluto extrafia; pero, entonces, zqué se podria saber de ella?), el historiador sabe ya grosso modo cudles son las pregun- tas susceptibles de ser planteadas, cudles son los sentimientos, las ideas, las reacciones, los logros técnicos que pueden ser atri buidos a los hombres de una época y de un ambiente determi- nados. Sus hip6tesis de partida tendran tanta mayor probabilidad de resultar fecundas cuanto menos contengdh una parte de ex- trapolacién. Es ahora cuando resulta preciso introducir la nocién de progreso dentro de un desarrollo homogéneo de la investiga- cién: cuando la ciencia hist6rica aborda el estudio de un nuevo campo, le es casi imposible evitar caer en el afrentoso pecado del anacronismo. Todavia no se sabe qué preguntas son las que conviene hacer; la mente no dispone adn de instrumentos de anilisis suficientemente precisos como para establecer un cues- tionario adecuado. Por es0 no serfa yo, quien arrojara por ejemplo la primera piedta sobre Michelet por haber hecho de Abelardo un librepen- sador, un apéstol de la raz6n contra los -oscurantistas escolasti- cos.. Las categorias heredadas de la Aufkldrung no le proporcio- naban a aquel liberal romadntico el instrumental necesario para comprender el pensamiento cristiano del siglo XII. Si hoy pode- ‘mos conseguirlo algo mejor es gracias a los progresos realizados, gracias a los esfuerzos hechos sin solucién de continuidad desde Michelet mismo hasta Etienne Gilson Resta ademas el hecho de que el conocimiento de un obje- to histérico puede ser peligrosamente deformado o empcbrecido pot el sesgo desafortunado con que es abordado desde el co- mienzo. SL sesceene Un ejemplo de cuestién mal planteada: se discutio durante toda una generacion si san Agustin, el afio 386, en Milan, se ha- bia convertido al neoplatonismo 0 al cristianismo, Ahora bien, P. Courcelle nos ha hecho comprender ahora que en aquella €poca fel neoplatonismo era la filosofia oficial del ambiente intelectual cristiano de Milan, empezando por su obispo, san Ambrosio. ‘al Ejemplo de empobrecimiento: las dos historias que se han publicado de la pequefia ciudad de Gap. 13 Apenas sé ocupan jnas que de la Edad Media, y aun dentro de este periodo se re- ducen a una serie de monografias sobre los obispos sucesivos, de los que se nos describen casi exclusivamente las querellas de orden politico que les enfrontaron ya al municipio, ya a su se- for, el conde de Forcalquier, y luego al Delfin. Nada incluyen re- ferente a la historia misma de los habitantes de este pequefio ni- cleo humano, sobre sus actividades econémicas, su estructura social, la evolucién de las unas y de la otra... (vislumbro no obs- tante aqui lo que J. Schneider ha sabido analizar con acierto en Metz:!* una burguesia que, al enriquecerse, se transforma en no- bleza terrateniente. ) Nada tampoco sobre Ja vida espititual: y, sin embargo, la crisis de la Reforma fue aqui extremadamente grave, Jo mismo que en todo el Delfinado (Gap es la patria de Farel, ‘uno de los principales reformadores), pero de aquella crisis slo be me muestran los efectos politicos, las guerras de religion. ‘Acerca de los origenes, tan s6lo trivialidades. Y sin embargo, po- dia haberse explotado, como lo ha hecho A. Déléage}’ para la Borgofia, de una manera sistemética, el material toponimico que representan los en dicho lugar» atestados tanto actualmente co- mo en los censos medievales, lo cual permitiia, mediante el and- Iisis etimol6gico, reconstituir las etapas sucesivas de la ocupacion Gel suelo y, por lo tanto, las del poblamiento, remonténdose has- ta las roturaciones precélticas. Mediante ¢l estudio de las leyen- das hagiogrificas y por el andlisis de la reparticion de los santos titulares de las diversas iglesias de la regién se podrian haber re- constituido las etapas de implantaci6n del cristianismo en el pais, al final de la Edad Antigua y a comienzos de la Edad Media." réanse especinimente sus Rechercbes sur les Confessions de saint Agustin, 1950, 1s. Gaus, Histoire de a ville de Gap et due Gapengais, 1842, publ por PP sume, Gep, 1909). Rona, Histoire de a ville ce Gap, 1892 Wa ale de Mets once XP et XIV siéeles, Nancy, 1950. 1S a ne rare on Bourgogne jus db du XP sicle, Macon, 194 36 Come lo ha intentado, aunque sn seguir un método bastante rigurso, G. ‘be Mavrean en Les origins cbrévlnnes de la JF Narbornaise, Gap. 1924, se 52 ve Interrumpo aqui el andlisis de estas posibilidades, que son ilimitadas, porque, hay que subrayarlo, cada €poca, cada am- biente humano, cada abjeto histérico suscita siempre miltiples problemas; es, hablando en pura logica, susceptible de prestarse 2 infinidad de preguntas. El conocimiento que el historiador ad- quiera de uno y otro dependerd evidentemente de cual de ellos decida hacer objeto de su profundizaci6n, y esta eleccién guar daré.a su vez telacion directa con su personalidad, la orientacion de sus ideas, el nivel de su cultura y, en fin, la filosofia general de la que extraiga sus categorias mentales y sus bases de juicio. ‘Tomemos un fenémeno hist6rico bien determinado: el mo- naquismo cristiano en sus origenes en el Egipto del siglo IV. Se Te puede estudiar desde el punto de vista de la historia del cris- tiahismo, en cuanto que constituye un episodio de ella, un as- pecto de su desarrollo general se le puede estudiar también des- Ge el punto de vista comparativo de la historia de las religiones, como una de las manifestaciones del ideal de recogimiento, de ascesis y de contemplacion que ha tomado tantas otras formas en la humanidad (brahmanismo, jainismo, budismo, taoismo, ¥ hasta, segtin parece, en las civilizaciones precolombinas). Se po- dra considerar su aspecto social, la huida al desierto, la -anac6re- sis (lteralmente, el -echarse al monte:), fenomeno muy extendi- do en el Egipto grecorromano (criminales, deudores y, sobre to- do, contribuyentes insolventes, asociales de toda laya y no s6lo religiosos). Se podra considerar asimismo su funcion econdmica: los cenobitas de san Pacomio, que salfan a millares de sus con- ventos para recoger la cosecha en el valle del Nilo y ganarse asi fen pocos dias su magro sustento de todo el afio, venian a ser co- mo una reserva de mano de obra, un Lumpehproletariat, el equi- valente de esos jornaleros que se contratan para una campafia en California, descritos por Steinbeck en Las uvas de Ia ira... Cada uno de estos puntos de vista es legitimo en si mismo, y tal vez fecundo; cada uno capta en parte, 0 en un aspecto, la realidad del pasado, ‘Dejemos para més adelante el examen del cordén umbilical que une a cada uno de ellos a la personalidad de su historiador, * Ja consideracion de las consecuencias que resultan de ello para la validez del conocimiento. Preocupados por ir bosquejando nuestro tratado de las virtudes del historiador, subrayaremos sim- plemente por el momento que la riqueza del conocimiento hist6- Fico dependeré directamente de la habilidad, de la ingeniosidad con la que se planteen esas cuestiones iniciales que condiciona- ran la orientacion de conjunto de todo el trabajo ulterior. #-1. Marrow Bl gran historiador sera aquel que, dentro de su sistema de pensamiento (pues, por amplias que Sean su cultura y, como Tiele decirse, su abertura de espiritu, todo hombre, por lo mis- mo que adopta una forma, acepta unas limitaciones), sepa plan» tear el problema histérico del modo més rico, mas fecundo, y acierte 4 ver qué preguntas interesa hacerle a ese pasado. El va~ jor de la historia, y por tal entiendo tanto su interés humano co- mo su validez, se halla, en consecuencia, estrechamente subordi- nado al genio del historiador —pues, segtin decia Pascal, cuanto mas talento se tiene, mas se encuentra que son numerosos los hombres originales-, y mas los tesoros por recuperar en el pasa- do del hombre, ‘Observes la visi6n, singularmente enriquecida, que el ge- nio (tanto como la riqueza de informacion) del gran Rostovzev nos ha procurado sobre la civilizacion helenistica:”” ésta se nos aparece ahora como la admirable jizaci6n anti- gua —ese largo verano bajo e! vez de representar su decadencia, como lo queria un cierto pu- ismo del humanismo, centrado en exceso en la noci6n de un si- glo de oro, o como lo pretendia una historia romantica, demasia- go exclusivamente sensible a los valores de la originalidad, de la creacion, del brote inicial (lo que la llevaba a interesarse con preferencia por el arcaismo, por la -juventud- de un arte, de un pensamiento, de una civilizacion). 1 The soctal and economic bistory of the hellensiic World, 3 vols., Oxford, 1942, 3 | La historia se hace con documentos Una vez planteada la cuesti6n, es preciso hallarle una res- puesta, y aquies donde interviene la nocion de documento: ¢ Bistorizdor no es un nigromante al que podamos imaginar evo- Gando las sombras del pasado mediante recursos magicos. No podemos captar el pasado directamente, sino s6lo a través de los Festigios, inteligibles para nosotros, que ha dejado tras de si, en la modida en que esos vestigios han subsistido, en que los he- mmos encontrado y en que somos capaces de interpretarlos (mas {que nunca hay que insistr en el so far as... Surge aqui la prime: thy mas grave de las servidumbres tcnicas que pesan sobre la elaboracion de la historia. Los filosofos no lo han subrayado bastante, quiz porque nuestra filosofia critica naci6, con Dilthey, en el periodo de eufo- Tien el que la ciencia historia, embriagada por sus triunfos, tendia a olvidar sus limitaciones. Importa, con todo, detenerse @ pensarlo, por lo siguiente. ‘Encontramos aqui una de las causas principales de la distin: ci6n real que ya hemos seftalado entre el devenir (nouménico) Ge la humanidad y nuestra historia. Recordaria su relacion con lio la malévola querella que Spengler plantea en cierto lugar Contra Ranke. Este, como buen técnico, escribi6 en el prefacio Se su Historia universal: La historia no comienza més que all Gende los monumentos empiezan a ser inteligibles y donde exis: ten documentos dignos de confianzae. Inmediatamente estall6 Spengler en invectivas: +Es que la vida no es un hecho més quue enenddo los libros hablan de ella’ Ni siquiera vale Ja pena de- ‘mostrar que ban debico de existic acontecimientos de importan- is capital de fos que, 2 falta de documentos, nunca sabremos ni tina palabra, 1o que le da pie a Spengler par8 verter su ironta so- bre los viejos sabios miopes, incapaces de ver mas alla de los li- nites cle sus fichas, y para blandir triunfalmente la formula de E. Meyer: -Historico es ‘todo aquello que es o ha ‘sido activo...» | So- fismal (a ese seudoprofeta, a ese maestro en fos errores que es Spengler no le viene de un sofism: radica en el equivoco ya sefialado: si, Ia historia es slo que ha si- do activor, es¢ pasado que fue vivido, realmente, por hombres de carne y hueso sobre esta tierra concreta—, pero en cuanto lo conocemos; y no podemos conocerlo mas que si nos ha legado documentos. Luego, como la existencia y la conservacion de do- cumentos son debidos a la combinacién de un conjunto de fuer zas que no han sido ordenadas con vistas a las exigencias de un historiador eventual (es lo que simboliza la irracional palabra vazar+), resulta que nunca sabremos de ese pasado todo lo que fue, ni siquiera todo lo que somos capaces de desear saber acer- ca de él. Sorprenderse @ istitarse ante esta limitacion es tan ab- surdo como emprenderla contra el automévil que se detiene por falta de gasolina: la historia se hace con documentos, fo mismo que el motor de explosi6n funciona con carburante. Muchos de los problemas que podria plantear el historia- dor, entre las preguntas que efectivamente le hace al pasado, ha- brn de quedar sin solucion ni respuesta por falta de una docu- mentacién adecuada. No son las cuestiones mas interesantes las mas documenta- das; al estudiar, por ejemplo, la Palestina del siglo I, tenemos més datos sobre la vida sentimental del rey Herodes que sobre la fecha del nacimiento de Cristo, y sobre el ius gladii del prefecto de Judea mas que sobre las ideas religiosas de Poncio Pilato. Incluso cuando se establece una connivencia entre los hé- roes del pasado y sus historiadores venideros (cuando Dario o Sapor hacen esculpir sus relieves, funerarios 0 triunfales, en el roquedo de Naks-i-Rustum, cuando los estados modernos organi zan y mantienen sus archivos), la armonia preestablecida es im- perfécta: no siempre nos han informado sobre lo que de ellos querriamos saber. ‘Los documentos conservados no siempre son (la experien- cia sugiete casi escribir «nunca son) los que nosotros desearia- mos 0 lo que haria falta que fuesen. O no los hay en absoluto, 0 no hay bastantes: tal es el caso general en a historia antigua, donde trabajamos la mayoria de las veces sobre fuentes literarias, siempre demasiado sumarias o que resultan secundarias o tercia~ tias (pues Tito Livio, por ejemplo, no elabor6 su historia partir de los documentos originales, sino que se content6 con rehacer lo que hall6 referido por sus predecesores, por Polibio o Valerio Antias). Las escasas fuentes de primera mano que poseemos es- tén representadas por los documentos arqueolégicos, las inscrip- iones, los papiros descubiertos al azar en las éxcavaciones, en virtud por tanto, de una seleccién arbitraria 46 56 oe Hasta los descubrimientos de Dura Europos y del desiento de Juda, apenas posefamos manuscritos antiguos fuera de los pa- pies ceipcios. Esta cega selecci6n, debida a la sequedad del cli- va, deformaba nuestro conocimiento del mundo helenistico 0 romano, puesto que Egipto era un pais muy diferente de las de- mas regiones, en las que nada ocurria exactamente como alli, y tampoco fue el pats en el que acontecieron los hechos més im- potlantes (piénsese en Ia posicion tan excéntrica que ocup6 du- Fante largo tiempo Egipto en la historia del cristianismo), | Pareceria que un genio maligno hubiese intervenido con frecuencia para privarnos, como por placer, de la informacion que buscamos. Cuantas veces aparece desgarrado un papiro precisamente en la linea en que empezaba 2 hacerse interesantel © también: véase a J. Carcopino esforzindose en. determinar la fecha precisa de la muerte de,Atalo Til de Pérgamo* (resulta im- portante, en efecto, para valorar los méritos respectivos de los Eos Gracos, saber en qué momento de ese afio 133 a. C. se pro- Gujo el hecho). Carcopino encontré dos inscripciones pertinen- tes, pero, he aqui que una de ellas utiliza un calendario local que no acertamos a traduci, y la otra, que se sirve del calendario fomano, jestd, por desgracia, rota en el lugar preciso, y se lee tan s6lo: ef ..mo dia del mes de ..embra : Puede ocurrir, por el contrario, que se disponga de dema- siados documentos. Es el caso normal en la historia contempor4- nea, donde el investigador sucumbe bajo el peso de la documen- facion acumulada y conservada hasta con excesivo esmero. Los problemas realmente interesantes resultan inabordables, porque Supondiian unos eximenes pricticamente infinitos, 0, ai menos, desproporcionados a los resultados esperados. Hay que limitarse sg monografias que hagan las veces de muestra, 0 bien condenar a equipos de investigadores (pero terés, otras cuestiones no estén maduras en 1a medida en qué no Se han llevado a cabo ciertos trabajos preliminares (recogida 0 Sdicion de las fuentes, por ejemplo). Existira la fuerte tentacion Gla que muchos sucumben) de preferir las cuestiones vanas pe ‘6 bien documentadas antes que los problemas profundos, real- jnente humanos, cuya solucién exige una arriesgada heuristica Ta antinomia no es facil de superar: jla condicién que se impone a historiador, caso particular de la condicion humana, no €s en absoluto la relajaciOn! Por lo demas, me complace introducir aqui la nocion de rendimiento. Imaginemos una fundicion meta iargica en la que, aplicando determinado procedimiento se logre extraer, pongamos por caso, un 80 % del metal puro contenico en un mineral, con tanto de gasto por tonelada tratada, Si para Clevar el rendimiento del 80 al 85 % hiciese falta multiplicar por diez © por ciento los gastos de la extraccion, zqué ingeniero aceptaria hacerse responsable del nuevo sistema? Lo mismo ocu- ine a menudo en el terreno de la heuristica histérica: Wega un Jnomento en que los procedimientos de indagacion ideados ago- lan casi sus virtudes: para aumentar el sock de documentos re- Cogidos habria que prolongar indefinidamente la basqueda, de- Sahollar esfuerzos inmensamente mayores, y todo para obtener tn rendimiento infimo. La raz6n practica aconseja entonces dete- nerse. Prosigamos nuestro andlisis del trabajo del historiador: lo encotramos ante tn expediente con documentos ya reunidos; al ponerse a estudiarlos, empieza por una primera pieza, que sera, por ejemplo Cimaginémonos que se propone estudiar la vida 10° Prana al comienzo de nuestra efa), la inscripcién funeraria cong, wide desde hace mucho por el nombre de Laudatio Turtae. Objetivamente, este documento se presenta como un conjunto Ge breves segmentos de una recta, acompaitados de algunos se- snicirculos y circulos completos (menos numerosos), dispuestos Ge un modo irregularmente regular en bandas. paralelas, todo tlio grabado en hueco sobre el original de marmol, pero. aqut, fmpreso con tinta en el papel de una copia o de una edicion. Besctipcion paradéjica: el documento no consiste en esta reali Bad material; es un documento en la medida en que esa reunion Ge azos rectos y curvos aparece ante el entendimiento del his- foriador como elementos constitutivos de las lineas de una escri- ura, simbolo y factor de pensamiento, utilizando un alfabeto co- hocido Cel de la capital latina), sirviendo para representa una Tengua, ¢1 latin cldsico, que el historiador conoce bien. En una palabra, es un documento en la medida en que el historiador puede y sabe comprenderalgo ‘scabamos de pronunciar Ja palabra clave: desde ese primer contacto con su objeto material, el documento, la elaboracion Gel conocimiento hist6rico nos muestra en accion la operacion {ogice fundamental que todo nuestro andlisis subsiguiente no ce, cari de poner en evidencia a cada sucesivo nivel del trabajo del historiador: la comprensi6n, das Versteben. ‘Observada empiricamente, la comprension historica apare- +8 CLL Vi, 1527, reeditada y brillantemente comentads por M. Dusty con el tivalo de: Blog fandbre d'une meatrone romaine, col. Bude, Paris, 1950. oe 7 ce como Ia interpretaci6n de signos (voluntarios: tales como las de la inscripci6n) 0 de indicios (as cenizas de un hogar, huellas digitales) por medio de cuya inmediata realidad conseguimos captar algo del hombre de otros tiempos, su accién, su compor- tamiento, su pensamiento, su ser interior 0, por el contrario, a veces simplemente su presencia (un hombre ha pasado por alli). Entre estos indicios, no todos proceden necesariamente de una accién, de una intervenci6n del hombre: la corriente de ba- 110 solidificado, la capa de cenizas y de iapilli que recubren Her- culano 0 Pompeya constituyen un «documento: historico tan vali- do como la famosa carta de Plinio el Joven 2 Tacito sobre la ‘erupci6n del Vesubio en el afio 79; 0 también, en el caso de que una vaca, atravesando inopinadamente la carretera al borde de la cual pacia, haya provocado un accidente automovilistico, el dato de las huellas de sus pezuhas serd tan interesante para el atesta- do como la declaracion de un testigo. Es que el conocimiento del pasado humano no se limita los meros datos propiamente humanos de ese pasado. El hombre no vive aislado, como en la campana de una maquina neuméti- ca; ¢3 inseparable del «medio ambiente: en que se halla y que es algo de gran complejidad: psiquico, quimico, biolégico, etcétera, tanto como humano. Su historia incorporara a su cono- cimiento Jos fendmenos naturales que, formando parte de ese medio, han representado un papel en su. pasado: la peste de Ate- nas en’la guerra del Peloponeso, la ola de frio que permitié a los alanos y a los vandalos pasar el Rin helado a la altura de Colonia el 1 de enero del 407, eteétera ‘Subrayemos que, en la vida cotidiana, la experiencia det presente offece idéntica asociacién de fendmenos naturales y de hechos propiamente humanos. Delante de mi, en la calle, un ansetinte resbala al pisar una piel de platano, cae, se levanta grufiendo y se frota la rodilla; en la toma de conciencia que rea- Tizo acerca de este incidente, hay que distinguir dos partes: a) re~ montando de los efectos a la causa, reconstituyo él encadena- miento de los fenomenos observados sirviéndome para ello de mi conocimiento, implicito o cientifico, de las leyes de la biolo- gia y de la mecénica (el conjunto de las fuerzas aplicadas en tal instante al talon derecho del transetnte ha dado una resultante horizontal); b) interpretando los signos expresivos que los ponen de manifiesto, comprendo Jos sentimientos experimentados por la victima (doior, indignacién, etc.) La historia no se interesa tan s6lo por lo que hay de especi- ficamente humano en el pasado del hombre: extraer la conclu- ses 68 si6n, ante la presencia de unas huellas digitales, que «un hombre ha pasado por allir, no difiere de la interpretaci6n de las huellas de Un animal 0, mas generalmente, de la del ragtro de un cuerpo movil animace por deterninado movimiento. Bero puede suce- der que ese cuerpo movil haya sido el de un asesino: el hecho puramente fisico de su presencia, en tal lugar y en tal instante, ser asumido en el condcimiento de cardcter sintético que es la historia, a la vez que las significaciones propiamente humanas de su acto, y es evidente que ¢s la comprensién de estos valores lo que confiere al conocimiento hist6rico su cardcter especifico. Si se desea poder dar cuenta de un modo satisfactorio de este proceso de comprension, hace falta renunciar a servirse de una transposicion de los métodos propios de las ciencias de la naturaleza (el : istoriador no se sirve, hablando con propiedad, ni de la deduccién ni de Ia induccién); hay que tomar como punto de partida el conocimiento llamado vulgar, del que nos valemos en la vida diaria. Desde el punto de vista de la teoria del conocimiento, Ia historia, ese encuentro de lo otro, aparece como intimamente emparentado con la comprensién del Otro en la experiencia del presente y se introduce con ella en la catego- tia mds general (donde ambas se unen por el conocimiento del Yo) del conocimiento del hombre por el hombre. El problema de la comprensién historica desemboca asi en una problemética mis general que aquélla supone resuelta. 'No quiero caer en el ridiculo de improvisar en pocas lineas una solucién a las dificiles cuestiones que plantean la posibilidad de salir del Yo, el encuentro con el Otro, la reciprocidad de las conciencias..., Cuestiones tan seria y ansiosamente investigadas por el pensamiento modemo, desde Hege?” hasta nuestros con- temporneos.*! Me basta con constatar que ningtin pensamiento reflexivo puede quedar dispensado de responder a tales pregun- tas, aunque no sea més que para dar la respuesta perezosa y f&- cil del pragmatismo;** solamente el solipsismo, posicion parad6- 2 Cf. §, Hvenoure: Gondse et structure de la Pbéneménologie de Uesprit de He gel Pas, 1946, pp. 311-316, 21 sabido es el papel que desempefian Ia pluralidad de las conciencias en la f- losofia de Husser! 0 el Mitsetn en la de Heidegger. (Como no recordar también las bellas esis de M. NéDonceus, La réciprocité des consciences (1942) 0 de M, Chas- ‘ante, Lexistence a’autrai (1951)? Vease asimismo: BJ. J. BurTenoyx, Phénoménola- ‘gle dela rencontre (wad. fran. 1952) Ch, por ejemplo, G. J. Rien, Histor, its purpose and metbod, Londres, 1950. pp. 146-154 wee J, Marron ica, de la cual puede dudarse que haya sido asumida alguna vez Seriamente, se resistira a admitir la autenticidad del encuentro con el otto: toda teoria del conocimiento que sea consciente de | sas deberes ha de integrar el hecho de la sintersubjetividad: (por fuerza, considerard el -nosotros- como dato fundamental y, por consiguiente, indemostrable), ha de dar cuenta de este hecho y establecer que, aceptado por la mentalidad comin, no es iluso- tio. Reservaria, pues, a Ja gnoseologia propiamente dicha la ta- rea de formular su respuesta a esta cuestion general del conoc niento de otro; no teniendo que ocuparme aqui més que de la teoria del conocimiento hist6rico, me bastard con dar cuenta de la comprensién de los documentos relativos al pasado. Y llegaré a hacerlo demostrando que no difiere, desde un punto de vista Jégico, de la comprension de os signos y de los indicios que nos posibilitan ef conocimiento de otro en la experiencia del presen- te, Obsérvese la gradaci6n de estos casos sucesivos: aan ed —comprender las palabras que nos dirige un amigo presen- te; —comprender una nota que ese mismo amigo, no habién- donos encontrado, acaba de garabatear sobre nuestra mesa, don- de ha consignado la comunicacin que nos habria hecho, y en jos mismos términos, si nos hubiese encontrado; “—comprender una carta que nos ha escrito, no un poco antes, sino ayer.., hace un afio... hace diez afios...; *“¢saltemos los grados intermedios)... comprender las Con- fesiones de san Agustin, O también: —comprender una carta que nos comunica un amigo, 2 quien se la ha escrito un tercero, amigo comtin, —ealtémonos también aqui los grados intermedios)... com- prender una carta de san Jeronimo a san Agustin Gno los conoz- £0 2 uno ¥ otto como buenos amigos, y mucho mas profunda- mente, por cierto, que a algunos contemporaneos con los que me relaciono?) Y, para concluir —comprender un documento cualquiera procedente de otro ser humano. Entiendo que no se trata aqui de renovar los viejos sofismas heredados de los megéricos (el -montén de trigo, el

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