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TEXTOS Y DOCUMENTOS Clasicos del Pensamiento y de las Ciencias Epicteto Enquiridion ANTHROPOS | TEXTOS Y DOCUMENTOS Clasicos del Pensamiento y de las Ciencias Coleccién dirigida por Antonio Alegre Gorri 14 Epicteto ENQUIRIDION Edicion bilingiie Estudio introductorio, traduccion y notas de José Manuel Garcia de la Mora En Apéndice, la versién parafrastica de D. Francisco de Quevedo y Villegas Al ANTHROPOS dic jicteto ; estudio introductorio, traducién y notas de José jiaseel Sarena ta Mora jen Apéndice, la versién parafrastica de D. Francisco de Quevedo y Villegas. — Edicion bilingtie. — [segunda edicién]. — Rubf (Barcelona) : Anthropos Editorial, 2004 XXIV + 198 p. ; 20cm. — (Textos y Documentos ; 14) ‘Tit. orig.: Exzetptdtov. — Bibliografia p. XXI-XXIV ISBN 84-7658-687-6 te Bstoicis sa griega-S. 1 1. Quevedo 1. Filosofia griega -S.1 2.Estoicismo_ 3. Prosa griega- S. ; y Villegas, Francisco de. Doctrina de Epicteto : puesta en espafiol, con consonantes It, Garcia dela Mora, José Manuel, ed. IIL Titulo IV. Coleccion 875 Epicteto Primera edicién: 1991 Reimpresion: 1999 Segunda edicién: 2004 © dela introduccién, traduccién y notas: José Manuel Garcia dela Mora, 1991 © de la presente edicién: Anthropos Editorial, 1991 Edita; Anthropos Editorial. Rubi (Barcelona) \www.anthropos-editorial.com ISBN: 84-7658-687-6 isl sito legal: B. 16.593- resin Saati Vivaldi, 5, Montcada i Reixac Impreso en Espajia - Printed in Spain ‘ods i ida, ni en todo ni en derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproducida, ni en todo mt Tears ‘en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacién, en Finguna forma ni por ningrin medio, sea mecénico, fotoquimico, eleetrénico, magntico, elee- trodptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial ESTUDIO INTRODUCTORIO El Enquiridion o Manual «de Epicteto» es un libri- to que ha venido siendo lefdo, comentado, glosado, re- editado y traducido a casi todas las lenguas cultas de Occidente a lo largo de los siglos. Sus paginas, trilladas por la critica, desfiguradas a menudo por la ignoran- cia o el descuido de los copistas, la incomprensi6n de los intérpretes y escoliastas o las solicitaciones y for- zaduras de sentido mas diversas, han inspirado a mu- chos personajes ilustres, proporcionado a multitud de gentes alivio o fuerza para resistir en las luchas de la vida y servido como arsenal de citas mds o menos opor- tunas a una pléyade de escritores y de oradores sagra- dos o profanos, laicos 0 religiosos. Los griegos llamaban enkheiridion a todo lo que, pudiendo tenerse en la mano (en kheirt), fuera facil de asir y manejar y estuviera disponible. Equivaldria, pues, a nuestro «manual», adjetivo y sustantivo. Sig- nificarfa, por tanto, desde un ramillete de flores has- ta cualquier objeto pequefio y leve, instrumento, arma ligera 0, también, vademécum siempre a punto para prestar auxilio. Pero, con el tiempo, se llamé asf, en castellano enquiridién, por antonomasia, al libro ma- nual que en poco volumen contuviera mucha doctrina. Designacién para la que serviria, seguramente, de pro- totipo —si no unico, sf muy caracteristico y ejemplar— el librito que aqui nos ocupa. Porque su texto, ademas VIL de cumplir a la perfeccién ambas condiciones de bre- vedad y enjundia, goz6 muy pronto de singular pres- tigio, al ser la doctrina contenida en él un habil re- sumen de las principales directrices de la ética es- toica segtin la profesara, confirmando sus ensefian- zas con el ejemplo de su propia virtuosa y austerisima vida, el ferviente y original filosofo y educador que fue Epicteto, cuya doctrina era, ademas, muy afin ala cristiana. Constituye, pues, este Manual epicteteo —y Je da- mos tal calificativo 0 ponemos entre comillas de Epic- teto porque, como en seguida se dira, siendo cabal- mente suyo todo su contenido, sin embargo, parece que no fue é1 sino un discipulo el autor material de la redaccién— constituye, digo, un auténtico tesoro des- de el punto de vista del historiador de la filosoffa. Es, sin lugar a dudas y pese a su escuetez, el tratado mas importante, por lo sistematico y preciso, que de la mo- ral estoica nos ha legado la antigitedad. Y ofrece tam- bién no poco material de estudio tanto a los grecistas como a los historiadores de la espiritualidad y, en ge- neral, de la cultura. Pero en lo que consiste sobre todo su atractivo, lo que le hace un verdadero joyel de la sabidurfa heléni- ca tardoclasica, son sus inapreciables valores practicos en orden a conseguir la libertad interior, la tranquili- dad de espiritu, la paz de la conciencia... siempre y cuando —eso si— se acaten y cumplan esforzadamen- te los preceptos estoicos. Enumerando junto a estas cualidades las de una amable sencillez y una cierta amenidad del estilo se ha- bran reconocido los principales méritos de la obrita. El insigne literato, cultisimo filélogo y sagaz criti- co que fue Giacomo Leopardi comienza el «Preambo- lo del volgarizzatore» a su postumamente famosa y di- fundidisima versi6n italiana del Manual con esta apreciacion: «Non poche sentenze verissime, diverse con- siderazioni sottili, molti precetti e ricordi sommamente Vit utili, oltre una grata semplicita e dimestichezza del dire, fanno assai prezioso e caro questo libricciuolo». eee Epicteto nacié6 (ca. 50 d.J.C.) en Hierapolis, ciudad de las mas populosas y ricas de la Frigia meridional provincia a la saz6n del Imperio romano. Fue llevado, probablemente de nifio, a Roma como esclavo, y allf es. tuvo al servicio de Epafrodito, un liberto que era se- cretario de Ner6n. «Tal fue Nerén —comenta nuestro Quevedo— que en su tiempo ser esclavo en Roma no era nota, sino ser ciudadano; pues era esclavo en la Republica, que era esclava. Todos lo eran: el Empera- dor, de sus vicios; la Reptiblica, del Emperador; Epic- teto, de Epaphrodito. jOh alto blasén de la filosofia, que cuando el César era esclavo y la Reptiblica cautiva, sélo el esclavo era libre!» , Las relaciones con su amo no serfan muy grat i ha de darse crédito a la anécdota divulgada oe nae. dicion, segtin la cual, como se divirtiera aquél bestial- mente retorciéndole a Epicteto una pierna con un ins- trumento de tortura, el bueno de nuestro filésofo se habrfa limitado a advertirle que se la iba a romper, y luego, cuando eso sucedié, a exclamar por todo repro- che: «jYa te dije que me la romperias!». Seguramente se trata de una leyenda emblematica yun tanto caricaturesca, grdfica sintesis del lema epic- teteo ‘Avéyou Kol dnéxov, Sustine et abstine!: «Resis- te (o aguanta) y abstente (de pasiones, afectos y de- seos)», recomendacién que compendia gran parte de su filosofia y de su actitud. La cojera 0 lisiadura que pa- decié de por vida atribiyenla otras fuentes a enferme- dad, al reima en concreto. Frente a la brutalidad que supone la referida anéc- dota, esta el hecho de que a nuestro hombre se le per- mitiera asistir, siendo todavia esclavo, a las lecciones que daba el caballero romano y filésofo estoico Muso- Xx nio Rufo, muy famoso por aquel entonces (ca. 70 d.J.C.) en la Urbe. Allf, de los labios del que ya para siempre seria su querido maestro Rufo —como le llamara cari- fiosamente—, aprendio Epicteto los ideales y dogmas estoicos junto con muchas virtualidades de una peda- gogia muy vivida y eficaz. En la Roma de la €poca, la oposici6n a la tiranfa de los Césares era preponderantemente de cariz estoico entre las clases mas elevadas y estoico-cinica entre la plebe y los esclavos. Las mismas prédicas de religiones advenidas del Oriente, sobre las que no tardé en des- tacar la cristiana, abundaban en elementos connatu- ralmente proximos al estoicismo. Algunos de los libros sapienciales de la Biblia fueron redactados por buenos conocedores de la Estoa; san Pablo, el Apéstol de las gentes, se habia formado en su ciudad natal, Tarso de Cilicia, famosa por sus centros de ensefianza estoica — la misma Citio, de Chipre, patria de Zen6n el fundador del estoicismo, fue en su origen una colonia tarsense y mantuvo después estrechas relaciones con su metré- poli—. Doctrinas como las de que todos los hombres son hermanos, descendientes 0 hijos de Dios, que lle- van en sf una chispa de la divinidad, que todos son, por tanto, de la misma dignidad y estirpe, sin ninguna di- ferencia natural entre libres y esclavos; que todos de- ben aspirar a la mayor justicia en sus acciones; que el mundo entero es la universal y pasajera patria... debi- an de parecerles muy adversas y subversivas a los en- diosados déspotas imperiales, a los Caligulas y Nerones. Hasta el relativamente tolerante Vespasiano convino en expulsar de Roma a cinicos y estoicos (afio 71). El cruel Domiciano, perseguidor del cristianismo, favorecedor de los delatores y cuyo reinado (81-96) fue una domi- nacién por el terror, emitié igualmente varios decretos contra los filésofos. En el afio 93, Epicteto, que por esta fecha habia sido ya manumitido y, en su nueva condicién de liber- to, habfa decidido imitar a su maestro Rufo vistiendo x los atuendos de filésofo y empezaba a profesar ptibli- camente el estoicismo, hubo de salir de Italia deste- rrado como sus colegas. Pasé asi a establecerse en Nicépolis, ciudad del Epi- ro fundada por Augusto en la ribera del golfo de Am- bracia para conmemorar la victoria de Accio y a la sa- zon muy floreciente. Abrio all Epicteto escuela publica, donde perseveré ensefiando las doctrinas estoicas y dan- do ejemplo de una vida sumamente ascética, contento con lo preciso para subsistir y paupérrimo siempre du- rante mas de cuarenta afios. En su casucha casi ruino- sa no habia mas muebles que una mesa, un jerg6n y un candil o lamparilla de metal que, como se la robasen, sus- tituy6 sin queja por otra de barro. Vivié solo hasta que, habiendo recogido a un nifio abandonado, tomé a su ser- vicio a una pobre mujer para que lo cuidara. Ciertamente la filosofia era entonces una especie de lo que hoy solemos entender por profesi6n religiosa e implicaba, como ésta, exigencias de renuncia, de mor- tificacién, de austeridad y sometimiento a unos prin- cipios y reglas de caracter casi monastico. Los filéso- fos venfa a ser algo asf como predicadores cuyas ensefianzas iban dirigidas tanto o mas al corazon y a la voluntad que a la inteligencia de sus oyentes. Se acu- dia al filésofo en busca de una direccién practica para el espfritu, sintiendo la necesidad de recibir consejos y alientos con que arrostrar animosamente los combates de la existencia, y para que, encareciéndoles a todos su dignidad de hombres, les ayudara a encontrar la paz y la dicha interior en la practica de la virtud. Epicteto ensefié, con gran aceptacién y hasta con una veneracién por sus discfpulos que le granjearia fama de santo —el pagano Celso en sus controversias anticristianas lleg6 a compararle a Jesucristo—, todas las doctrinas estoicas, aunque insistiendo primordialf- simamente en la ética. Cual otro Sécrates, al que pro- curé emular cuanto le fue posible, no dejé nada escri- to para el ptiblico de su época ni para la posteridad, XI debiéndose sélo a la devota solicitud de uno de sus fie- les discfpulos la perduracién de muchas de sus ense- fianzas a través de los tiempos. Las recogid, en efecto, por escrito y tratando de reproducir con la maxima exactitud la docencia y la misma palabra viva de su ad- mirado maestro, el grecorromano Arriano de Nicome- dia, personaje ilustre que, después de formarse oe do a Epicteto cuando éste era ya de edad avanzada y é! atin joven, seria eminente politico y general del Impe- rio ademas de escritor de numerosas obras originales. Arriano, pues, compilé las notas o los apuntes que © él solo o —lo mas probable— con ayuda de otros ha- bia ido tomando en las vividas exposiciones, clases 0 conferencias dadas por Epicteto, y formé asf unos cuantos libros destinados, en un principio, solamente a su propio uso y al de sus amistades, con la intencién de que les sirvieran para recordar lo entonces apren- dido y para estimularles al ejercicio de la virtud como buenos filésofos estoicos. Pero parece ser que aquellos apuntes informales y privados trascendieron a circulos mas amplios de un modo semejante a lo que hoy lla- marfamos edicién pirata. En vista de lo cual, Arriano tuvo que salir al paso, impedir el abuso y corregir las alteraciones que hubiera sufrido el texto. Lo publicé con este fin por su cuenta en forma de ocho —o mas— libros de Diatribas, 0 sea, «Disertaciones (0 charlas, conferencias, platicas) exhortatorias». De tales libros arriano-epicteteos SE se conservan cuatro y es- agmentos de los demas. ‘ cer oo vicisitudes redaccionales y editoria- les, as{ como la intencién y los excelentes deseos filo- s6ficos que le movieron, constan con claridad en la carta que dirigié Arriano a su amigo Lucio Gelio y que sirve de prélogo a las Diatribas: Ni propiamente redacté yo estos Discursos de Epicteto tal como se redactarfa una obra as{, ni tampoco los divulgué yo mismo, que te aseguro no haberlos redactado. Sino que, XI cuanto le of decir, eso mismo traté de conservarlo para mi, escribiéndolo, hasta donde era posible, palabra por palabra, como apuntes que en el futuro me recordasen el ingenio y la franqueza de aquel gran hombre. Est claro, por consiguiente, que estas razones son como las que se sentiria uno impulsa- do a decirle esponténeamente a otro y no como las que aca- so compondrfa luego para que fuesen lefdas. Lo que ocurre es que, siendo como son, no sé de qué modo cayeron, sin yo saberlo, en manos del ptiblico. Ya puedes suponer que a mi no me importa mucho si parezco incapaz de redactar con ele- gancia, y por lo que hace a Epicteto no le importara un co- mino si alguien menosprecia sus discursos, pues ya cuando Jos pronunciaba era evidente que no aspiraba més que a mo- ver hacia lo mejor los animos de quienes le ofan. Y si eso mis- mo lograsen hacer estos discursos que aquf lees tendrian, a mi entender, cuanto deben tener los discursos filos6ficos; pero, si no, sepan al menos quienes los leyeren que, cuando Epicteto mismo los pronunciaba, érale forzoso al que los ofa sentir precisamente lo que aquél queria hacerle sentir. Y silos discursos mismos por sf solos no logran esto, quizA sea yoel culpable y quiz4 sea también fatal que asf suceda. jVale! Luego de publicar con este espfritu las Diatribas, presentando en ellas lo mas al vivo posible a su maes- tro en accién docente y solidariz4ndose por entero con sus aspiraciones de fil6sofo educador, formador de hombres virtuosos, compone Arriano el Enquiridién o Manual «de Epicteto». Y lo hace entresacando lo que considera ms nuclear y sustancioso, lo auténticamente esencial de aquellas doctrinas y ensefianzas antes re- copiladas. Ignérase si al ver el Manual la luz publica viviria atin Epicteto. En tal caso habria refrendado segura- mente con su autoridad lo certero del resumen. Lo mas probable es que, segtin parece poder deducirse de va- vias expresiones de las Diatribas —e inclusive de la car- ta-prélogo que acabamos de reproducir, donde Arria- no se refiere en pretérito a las actuaciones de Epicteto—, éste habria ya muerto para entonces; no sin antes haber recibido, en sus tltimos dias, la visita del XII emperador Adriano ni sin ser objeto, después de muer- to, de multitud de loas y veneraciones, prodigandose- Je numerosas estelas y otros monumentos con versos encomidsticos. Refiere Luciano de Samosata que el candil de arcilla a cuya luz estudiaba el admirable vie- jo se vendié en tres mil dracmas —dispendio muy cuan- tioso por aquellos dias—, juzgdndolo el comprador «bastante a comunicarle la propia doctrina [del sa- bio]», traduce Quevedo, quien acaso quiso ignorar la guasona puya lucianesca contra el devoto, y comenta con alabanza: «Ya le sirvié [al comprador] de maestro el candil, pues le ocasioné accién en la virtud tan ad- mirable que se refiere igualmente por ejemplo con la vida de Epicteto». kee Despréndese de lo que hasta aqui llevamos dicho que la finalidad del Manual, la intencién con que Arria- no lo compuso, no era dar a conocer el estoicismo, ni su ambiente, ni tampoco quién fuera Epicteto, ni como se le entendié o se le dejé de entender, ni si influyé poco o mucho 0 nada. Todo ello lo suponfa de sobras sabi- do, o pensaba que no hacfa ninguna falta saberlo. El Manual se escribié para que fuese no una clave ° lave que permitiera abrir e introducirse en algtin Ambito hasta entonces desconocido, sino, mas bien, una guia y un instrumento para el repaso, para la recordacién, para mantener presente y actualizado algo que ya an- tes se aprendio bien, para que ayudara a ir aplicando segtin conviniese en cada momento ensefianzas ya re- cibidas, principios y normas previamente asimilados y que ya se habia empezado a poner en practica. 4 De ahi una primera y harto chocante paradoja —que sin duda les hubiese hecho sonrefr a los estoicos, tan proclives a ellas—, una paradoja por demas hi- riente con respecto a nosotros, los hodiernos lectores del Manual: ¢cémo se nos va a recordar, a rememorar, XIV algo que, en realidad, ignoramos atin?; ¢c6mo se nos va a ayudar a revivir, a reactualizar, cosas de las que nun- ca tuvimos antes ninguna experiencia viva, en las que nunca antes nos ejercitamos? As{ que nosotros, los lec- tores actuales del Manual —y en su tanto los de cual- quier época que no estuvieran te6rica y practicamente iniciados en tratar de vivir su vida conforme a los dic- tados del estoicismo epicteteo—, al abordar tales pagi- nas, sea con 4nimo simplemente curioso y superficial, sea por inquietud cientifica y afanosos de documen- tarnos sobre una de las interpretaciones de la vieja Es- toa, erramos ya de entrada el tiro en cuanto a la in- tencionalidad del texto y de su autor, desvirtuando totalmente su sentido mas auténtico, sus mds genuinas potencialidades. A menudo sin advertir siquiera tamafia aberraci6n, u obviandola ad placitum, los editores y traductores modernos se conforman con anteponer a nuestro librito introducciones varias y ‘noticias’ sobre Epicteto y su en- torno, con trabajos que se suele considerar mejores cuanto mas cargados estén de sélida erudicién histé- rico-filolégica o filos6fico-profesoril, erudicién que en ciertos casos frisa en lo abrumadoramente exhaustivo. Cierto que de la filosofia epictetea y de la persona- lidad misma de Epicteto sélo gracias a Arriano, a su cuidadosa labor transmisora, podemos tener hoy un co- nocimiento bastante seguro en cuanto a los datos po- sitivos. Pero nada habria tan ajeno a los propésitos del transmisor como la mera funci6n informativa, como el querer enterar a la posteridad, y concretamente a no- sotros, no digamos ya de las doctrinas que él daba por bien aprendidas por sus posibles lectores, jcudnto me- nos atin de todo lo que en términos técnicos se entien- de como realia o elementos de positiva erudici6n! Y esta dificultad, con la que —podria objetarse— tropieza for- zosamente cualquier intento de interpretacién de un texto antiguo, a saber, la de que se corre el peligro de coger, como quien dice, el rabano por las hojas y per- XV derse el cuerpo de la obra, el significado profundo de su sentido, por agarrar la encubridora hojarasca de una anacrénica erudicién, se agrava aqui al maximo por tratarse de un optisculo concebido para que sirva, unica y exclusivamente, de guia y recordatorio practi- cos. ¢De qué practica? ¢Acaso de la de una erudici6n li- bresca? jMinimamente! De modo que este librito frustrar las expectativas de quienes no hagan ningtin esfuerzo por ponerse a tono con las exigencias y necesidades para cuya satis- faccién fue redactado. Pero de su planteamiento, co- rrespondiente a la antigua concepcién. sapiencial de la filosoffa como ciencia y arte del recto vivir, nos hallamos hoy tan polarmente distanciados —sobre todo los oc- cidentales, y tal vez los que mas, en nuestra utilitaris- ta civilizacion, los presuntos y sedicentes estudiosos y representantes 0 expositores de las filosofias al uso— que nos pareceria absurdo y hasta ridiculo pedir algo como una puesta en practica de los consejos que pue- da seguir dandonos jun manual para los estoicos!* Pues bien, suponiendo que alguien, aunque sdlo fuese a titulo de curioso ensayo de ejercitacién auto- educativa, o por una simple apuesta caprichosa, deci- diera someterse a las exigencias del Manual epicteteo, seguir sus directrices, reglas y preceptos, cumplir con. sinceridad sus condiciones de ascesis, es evidente que antes tendria que estar bastante impuesto en el con- junto de saberes y prdcticas al que remiten los fre- cuentes imperativos recuerda... recuerda... con que sé jnician muchos de sus capitulos y que se van reiteran- do por todo el optisculo. Y ese previo instruirse lo ha- * Praechter cuenta el caso del director de un sanatorio suizo que solfa poner en manos de sus pacientes neurasténicos y psicasténicos un ejemplar del Enquiridion traducido al aleman, cuya lectura ser- via de eficaz ayuda para la curacién (cfr. Ueberweg-Praechter, p. 408, nota [cita tomada de: F. Copleston, Historia de la filosofta, t.1, trad. castellana, p. 429, notal; véase también J. Xenakis, Epictetus: Philo- sopher-Therapist, La Haya, 1969). XVI bria de hacer con intenciones practico-vitales, no me- ramente eruditas: como décil y confiado alumno deseoso de formarse para Ilegar a ser un dia virtuoso practicador de la doctrina estoica en vez de sélo ‘sa- bérsela’, en vez de conocerla al estilo de nuestro posi- tivo ‘conocer’ moderno, tan infecundo en obras de virtud. Para el aprendizaje unicamente intelectual, te6rico a la moderna, al gusto de los ‘sabios’ filosofantes o cientifico-técnicos de hoy —a los que los antiguos, y desde luego Epicteto, tacharian de pseudofiloséficos monstruos engendrados por una raz6n soberbia y alo- cada, continua incurridora en tremenda hybris— no faltan, mds bien podria decirse que sobran, abundan- tisimos medios ‘culturales’. En efecto, al alcance de cualquier estudioso que de- see informarse puntualmente sobre el estoicismo, sus origenes, ambientacién, maestros fundadores y epi- gonos, doctrinas principales y secundarias, evolucion, recepci6n e influencias culturales de las mismas, estan los estupendos trabajos de Von Arnim, Max Pohlenz, Bréhier, Goldschmidt, Rist, Spanneut..., por citar a unos cuantos entre los mas destacados especialistas ex- tranjeros; y, entre nosotros, los profundos y docu- mentadfsimos estudios del P. Eleuterio Elorduy, o, por ejemplo, la —probablemente no tan profunda, aunque, a mi entender, en buena proporci6n ilustra- dora y desde su punto de vista acertada— critica que del estoicismo como ideologfa ha hecho Gonzalo Puen- te Ojea. Las obras competentes, de enfoque mds amplio y general o monograficas y de detalle, relativas al estoi- cismo, a su problematica y a sus interpretaciones e influjos, sobre todo a los filoséficos, son hoy numero- sfsimas. Y, en particular, para especializarse erudita- mente en Epicteto no se puede ya prescindir de los es- critos que a su estudio han dedicado autores tan relevantes en la investigacion filolégica y en la herme- XVII neusis filoséfica del tltimo estoicismo como Schweig- hauser, Bonhéffer, Schenkl, Colardeau, Oldfather, Hijmans, Jagu, Souilhé, Del Reale, Cassanmagnago, Voelke, J. Moreau... Por suerte, los espafioles disponemos de una mag- nifica edicion de las Diatribas, con el texto griego revi- sado, traducido y copiosamente anotado por el ilustre helenista Pablo Jordan de Urries y Azara, quien en la magistral introduccién a la obra epictetea aduce toda clase de datos, comentarios y juicios sobre Epicteto, su pensamiento, su personalidad y su extraordinaria tarea educadora. , Ninguna preparacién mejor para habérselas dig- namente con el Manual, sin tergiversarlo ni desnatu- ralizarlo, que la previa lectura integra, pausada, medi- tativa y saboreante, de las Diatribas. Porque, dados los valores intrinsecos de esas disertaciones de Epicteto, su inmersi6n en ellas no dejara de suscitar en todo lector de 4nimo noble un vivo interés por aprovechar cuanto le sea posible los consejos del estoico y seguir pruden- cialmente sus directrices en la propia conducta.* A partir de ahi, de un previo conocimiento, vivido y entrelazado con vivencias practicas, de la doctrina epictetea cual lo proporciona la reposada lectura de las Diatribas si se hace con dnimo décil y discipular, so- brard ya todo tipo de anotaciones al Enkheiridion. Las que aqui ofrecemos —y no con cicaterfa— solo pretenden acompaiiar a la ideal recordacion, suplirla donde no quepa invocarla y, también, indicar de paso nexos, afinidades, sugerir ulteriores miras, ayudar, en una palabra, a un estudio y una comprensién mas orientados de lo que se suele a la practica formativa y pedagégica. ; * Con lo que aminorarfa, siquiera para s{ mismo, los continuos peligros de estrés, ansiedades, angustias y depresiones que nos aco- san en este esquizofrenizante mundo de nuestro diirftige Zeit (véase Ia nota de la p. XVD). XVI El que se afiada como Apéndice la versién «hecha en verso con consonantes» por D. Francisco de Que- vedo y Villegas responde a varios motivos: es una tra- duccién, esta de nuestro cultisimo y casticisimo neo- estoico castellano, que con todo y ser parafrastica, resulta espléndida, singularisima y brillante. Si, segan el diccionario, damos el nombre de pardfrasis precisa- mente a la «traduccién en verso, en la cual se imita el original sin verterlo con escrupulosa exactitud», ha- bremos de reconocer que esta quevedesca es un au- téntico dechado, un modelo de pardfrasis de extraor- dinaria calidad. Se adhiere bastante al sentido e, inclusive, a muchos giros del original griego, siendo en definitiva mejor, lingiifsticamente, que todas las de- mas versiones espafiolas que conozco. Ya otro de nues- tros grandes clasicos de la lengua castellana, el padre Juan Eusebio Nieremberg, encargado oficialmente de examinar este trabajo de Quevedo, escribi6 aproban- dolo: [...] la traduccién es elegante, clara, verdadera, sin duda de provecho, de mds viva sentencia y animado es- tilo que su original [...]» (el subrayado es mfo). Contrastando con sus valores facilmente reconoci- bles, enfadan y producen grima la enorme ignorancia y el casi total olvido a que esta relegada esta traduccién, sin que se la cite apenas nunca a la hora de mentar con encomio versiones del Manual epicteteo mucho me- nos meritorias. En cuanto a la humorada de la versificaci6n, hay que decir que se deberia a un designio didascalico, si hemos de creer a su autor cuando declara: «[...] he procurado adornar esta version que hago en versos con la suavidad de consonantes para que sea a la memoria apetito la armonfa». Y mas adelante reitera: «Hicela en versos de consonantes, porque el ritmo y la armonia sea golosina a la voluntad y facilidad a la memoria». Aqui nos hemos limitado a transcribirla de su pri- mera edici6én, actualizando la ortograffa y modifican- do levisimamente tal cual pasaje en que quizds hubo al- XIX gtin lapso o se desliz6 el consabido error de imprenta; ademas, hemos numerado los versos. Parece conveniente reproducir el texto griego por- que hacia mucho tiempo que no podian cotejarse con él las traducciones del Manual al castellano. Y puede servir para iniciarse en la lectura de un griego sencillo, conciso y didfano, elegante en su misma carencia de pretensiones estilfsticas. Nos hemos atenido a las edi- ciones de Coray, Thurot, Guyau y Joly, que seguian fundamentalmente la reconstitucién del texto hecha por el gran fildlogo alsaciano Jean Schweighauser, y a las, m4s modernas, de Schenkl (en la Bibliotheca Teub- neriana) y de Oldfather. Para la transcripcion castella- na de los nombres propios griegos nos hemos ajusta- do a las normas expuestas por M.F. Galiano en el libro que dedica a este asunto. BIBLIOGRAFIA SELECTA (Casi del todo exhaustiva es la recopilacién hecha por W.A. Oldfather, Contributions toward a bibliography of Epictetus [1927], con «A supplement» del mismo Old- father, editada por H. Harman, con una lista preliminar de «Epictetus manuscripts» por W.H. Friederich y C.U. Faye, Urbana, University of Illinois, 1952. Véase también. M. Spanneut, «Epiktet. 1952-1962», L’information litté- raire, XIV [1962], 212-216, y G. Reale y C. Cassanmag- nago, Epitteto. Diatribe Manuale Frammenti, Rusconi, Milan, 1982, con «Bibliografia» en pp. 53-60.) Traducciones antiguas del «Manual» al castellano SANCHEZ [DE Las Brozas], Francisco, Doctrina del estoi- co Fildsofo Epicteto, que se llama comtinmente En- chiridion..., Madrid, 1612. Correas, Gonzalo, El Enkiridion de Epikteto, ila Tabla de Kebes, filosofos estoikos, Salamanca, 1630. La version de Quevedo se halla en su obra intitulada Epicteto y Phoctlides en espafiol con consonantes. Con el origen de los Estoicos, y su defensa contra Plutarco, y la defensa de Epicuro, contra la comin opinion, Madrid, 1635. (Indispensable para estudiar esta traducci6n que- vedesca del Manual es la monografia de Henry Etting- XXI hausen, Francisco de Quevedo and the Neostoic Move- ment, Oxford University Press, 1972 [aporta profusa bi- bliografia pertinente].) Otra traduccién del s. xvi es la atribuida a Antonio Brum, El Manual y las Maximas de Epicteto, Bruselas, 1669 (reproducida en numerosas ediciones; la mas re- ciente, México, Porrta, 2.* ed., 1980, con un estudio preliminar de Francisco Montes de Oca). Que yo sepa, la tinica vez en que el texto griego del Manual fue presentado impreso al publico espafiol se debié al celo pedagégico del dieciochesco presbitero e incansable traductor y anotador de los clasicos griegos y latinos don José Ortiz y Sanz, cuyo Enchiridion o Manual de Epicteto incluye el texto griego, traducido al castellano e ilustrado con algunas notas para uso de los j6venes que se dedican a la lengua griega. Afiddese al final la traduccién latina, atada en lo posible al texto griego (Valencia, 1816; el Prélogo esta fechado en Ma- drid, el 12 de mayo de 1798). Otras traducciones espatiolas modernas Mirasent, Francesc, Manual de Epicteto [seguido de la Tabla de Cebes], Barcelona, Montaner y Simén, 1943. PEREZ BALLEsTAR, Jorge, Pensamientos [de Marco Aure- lio, seguidos del Manual de Epicteto y del Cuadro de la vida humana de Cebes], Barcelona, Fama, 1954. Lerra, Joan y Montserrat, Josep, Epictet-Mare Aureli. Enquiridié-Reflexions, Barcelona, Laia, 1983. XXID Principales trabajos modernos a los que se remite en nuestras notas Arnim, H. von, Stoicorum veterum fragmenta, 3 vols., Leipzig, 1902-1903 [con los {ndices de M. Adler en el vol. IV (1924)]. Sigla: SVF. Etorovy, E. y Pérez ALonso, J., El estoicismo, 2 vols., Madrid, 1972. JorpANn de Urrtes, P., Epicteto. Pldticas por Arriano, 4 vols., Barcelona, 1947-1973. Poutenz, M., Die Stoa. Geschichte einer geistigen Bewe- gung, 2 vols., Gotinga, 1947-1949. Rist, J.M., Stoic Philosophy, Cambridge, 1969. Voetke, A.-J., L'idée de volonté dans le stoicisme, PUF, 1973. Otros estudios mds tenidos en cuenta Aman, D., Fatalisme et liberté dans l'antiquité grecque, Amsterdam, 1973. CotarEau, Th., Etude sur Epictéte, Paris, 1903. Ditton, J.M. y Lone, A.A. (eds.), The Question of «Eclec- ticism». Studies in Later Greek Philosophy, Berkeley- Londres, 1988. EDELSTEIN, L., The Meaning of Stoicism, Cambridge (MA), 1968. Garcia-Borron, J.C., Séneca y los estoicos, Barcelona, 1956. Grit, A., Il problema della vita contemplativa nel mon- do greco-romano, Milan, 1953. Humans, B.L., ’Aoxnotc: Notes on Epictetus’ Educatio- nal System, Assen, 1959. Jacu, A., Epictéte et Platon, Paris, 1946. Le Mr, J., «Les Fondements psychologiques et reli- gieux de la morale d’Epictéte», Bull. Assoc. G. Budé, 4 (1954), 73-93. Moun, E., La herencia moral de la filosofia griega, San- tiago de Chile, 3.* ed., 1957, XXII Orteea y Gasset, J., Espiritu de la letra: «Etica griega», Madrid, 5.* ed., 1965. Prior, W.J., Virtue and Knowledge. An Introd. to An- cient Greek Ethics, Londres, 1991 [en las paginas 209-219 de este libro se analiza el Manual de Epic- teto y se citan y comentan muchos de sus pasajes]. Rust, J.M., Human Value. A Study in Ancient Philoso- phical Ethics, Leiden, 1982. Sampursky, S., Physics of the Stoics, Londres, 1959. ScHOFIELD, M. y STRIKER, G. (eds.), The Norms of Nature. Studies in Hellenistic Ethics, Cambridge-Paris, 1986. Sout, J. y Jacu, A., Epictéte. Entretiens, 4 vols., Paris, 1965-1975. VWV.AA., Hellenistic Ethics, The Monist, 73, n.° 1 (1990), 3-97. Watson, G., The Stoic Theory of Knowledge, Belfast, 1966. Zeer, E., Die Philosophie der Griechen, Il, i*, II, i*, Leipzig, 1889 y 1909. Barcelona, junio de 1991 XXIV Epicteto "EY XEIPIAION MANUAL "EXEIPIAION KE®AAAION A 1. Tav dvtov té pév éotiw 8’ Hiv, Te 58 ODK Eq’ T- Liv. "Eg’ Hpiv nev drdAnytg, Spur, Spettc, ExKArorg 1, Comenta Max Pohlenz: «Esta “clasificacion de las cosas”, esta dihairesis, es el fundamento de la ética de Epicteto, la grande y sime ple verdad de la que, segtin él, depende toda la conducta del hombre, la orientacién de su vida entera, y cuyas consecuencias saca él con inexorable rigor» (Die Stoa, I, p. 330). Curtido su cardcter en las ad- versidades que, mientras fue esclavo, hubo de soportar, y quizds también por temperamento, no era amigo Epicteto de andarse con contemplaciones, medias tintas ni tibiezas. De ahi que, aun admi- tiendo la tradicional clasificaci6n estoica de las cosas en «buenas», «malas» e «indiferentes» (adiaphora) (SVF, I, 191-196, 559-562; III, 117-168) respecto a la moral y a la felicidad, prefiriese, para la prac. tica, esta biparticién mis tajante. Arriano hizo muy bien al encabe- zar con ella la programatica declaracién de principios con que se ini- cia este resumen doctrinal: es el nticleo mismo de la ensefianza de su maestro (cfr. Diatr., 1, 22, 10; I, 5, 4). «Las cosas que dependen de nosotros» (ta eph’ hémin) podria aca- so traducirse «que son responsabilidad nuestra» en un sentido de res- ponsabilidad un tanto neutro o intermedio entre el que le dieran las interpretaciones del estoicismo como extremadamente determinis- tao, por el contrario, plenamente libertarista. Véanse al respecto las matizaciones que hace R.W. Sharples, respondiendo a Frede, White y otros, en «Could Alexander (Follower of Aristotle) Have Done Bet- ter?», en Oxford Studies in Ancient Philosophy, vol. V, 1987, 2 15-216. ‘Véase asimismo A.A. Long, «Freedom and determinism in the Stoic theory of human action», en Problems in Stoicism, Londres, 1971, 189-192, donde trata especialmente de Epicteto, subrayando la si- 2 MANUAL CAPITULO I [Para ser libres y felices es fundamental distinguir entre lo que esté en nuestro poder y lo que no] 1. De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros, otras no.! De nosotros dependen juicio, impulso,? deseo, aversion. y, en una palabra, cuantas son nuestras propias acciones;3 milaridad de su pensamiento con el de la primera época dea Estoa. 2. La horme (pl. hormai; verbo honman) abarcaba entre los estoicos las significaciones de nuestros términos inpulso, tendencia, instinto, em- pujeal actuar... Cfr. Brad Inwood, Ethics and Human Action in Early Stoi- cism, Oxford, Clarendon Press, 1985, donde se hallaran tres apéndices so- bre la hormé. Segiin Diatr. TH, 2, 1: «Tres son los campos en que ha de ejercitarse quien quiera ser bueno y honrado: el concerniente a los deseos ya las aversiones [...] el concerniente a los impulsos y a las repulsiones [o refrenamienios: aphormas] y, en suma, a lo que conviene [o al deber], a fin de actuar con orden, con sensatez, sin descuido; el tercero es el que ataiie a la prevencién de errores y juicios temerarios y, en general, a los asentimientos». La hormé es una «tendencia del anima hacia algo» (Es- tobeo, 160) y se da en todos los seres animados, es un movimiento 0 ape- tito del alma; pero en el hombre se intelectualiza, convirtiéndose en un «movimiento de la dianoia» en direccién a un objeto (Pohlenz, I, p. 91). Cicerén dice en De finibus, III, 7, 23: «Atque ut membra nobis ita data ‘sunt, ut ad quandam rationem vivendi data esse appareant, sic appetitio ani- mi, quae Oppit} graece vocatur, non ad quovis genus vitae, sed ad quan- dam formam vivendi videtur data, itemque et ratio et perfecta ratio». 3. U operaciones 0 actividades. «Primero el hombre, enjuician- do, se forma una opinién de los objetos que le rodean; después tien- de hacia ellos para alcanzarlos 0, por el contrario, se aleja de ellos, 3 "EPXEIPIAION Kal Evi hoy Soo. Tetepa Epya odk EG Tpiv d& 16 OG Lo, H KtHotg, SdEon, pyar Kar Evi Ady boa ody HE tepa Epya. “4 2. Kol ta pév é@ hiv got pvoet shevOepa, dKOAD™ ra, dnapaunddrota, ta Sé OdK EG Hiv dobevt, 5o0Aa, KOALTE, GAAS TPLOL. no los apetece, los rechaza; en fin, a este movimiento de tendencia o de repulsa, se afiade, segin sea el caso, un sentimiento de deseo —Spetic— 0 de aborrecimiento —ExxA1o1c—» (M. Guyau). La hypélepsis, susceptio, equivale propiamente a una «aceptaci6n juiciosa», una susceptio in mente per iudicium rectum, una concep- tuacién prohairética de acuerdo con una phantasia kataleptike (véa- se mas adelante notas 16 y 38). , 4. O también reputaciones. Al sabio no le importarén nada ni los honores, galardones, pompas u otras vanidades ni lo que pueda pen- sarse de él cuando haga lo que deba, lo que juzgue recto, lo tinico que depende de él: obedecer a la naturaleza, a la raz6n, a Dios, actuando en consecuencia, Asf, estar por encima del que dirdn. Cfr. Diatr., Il, 24, 50; «ovSev xoreiv 100 56Eon Evexo» (no ha- cer nada por causa del parecer): Ibid., 68: «@r|yn, ovvi|Gets ToL, dior siendo, eso sf, ciertisimo que no obtendrds aquellas cosas por medio tinicamente de las cuales se consiguen la libertad y la felicidad.!® 5. En seguida, pues, a toda fantasia!” perturbadora citandonos en alcanzar la perfecta armonja racional, seremos ge- nuinamente libres y felices; contra lo que pretendfan los epiciireos, que querfan conciliar la buisqueda de la virtud con el disfrute de bie- nes externos tales como el placer, identificando éste con el bien sumo. 17. Aunque el tecnicismo gavtacta suele ser traducido gene- ralmente por representacion, con el significado de «imagen-copia», me parece mejor dejar el término tal cual. «Zenén acept6 el principio de que nuestra aisthesis [sensacién] es siempre verdadera, en cuanto que reproduce siempre algo real, por ejemplo, la imagen del objeto que impacta directamente nuestro ojo. »Ahora bien, para el conocimiento no es la aisthesis el factor deci- sivo, sino la phantasia, y esta se presenta con la pretension de darnos aconocer el objeto mismo, pero tanto puede ser falsa como verdade- ra, pues a su formacién contribuyen no sélo los factores externos mas dispares —naturaleza del objeto, distancia, modalidades de la obser- vacién, etc.— sino también el estado de los érganos sensoriales. Si la phantasia reproduce o no el objeto con exactitud, y, por lo tanto, si es ono verdadera y no s6lo aparente o engajfiosa, le corresponde verifi- carlo tnicamente al Jogos, el cual la acepta o la rechaza ejerciendo su synkatathesis [sintesis comprobadora, asenso]» (Pohlenz, I, p. 60). Y «qué cualidad ha de tener una phantasta para hacer posible la aprehensién o captacién del objeto mismo?». Zenén fijé los si- guientes requisitos: ante todo, tiene que «provenir de un objeto real y presente; ademés, ha de imprimirse y como sellarse en el alma de una forma adecuada a ese objeto y ha de ser tal que no pudiera de- terminarse sin la presencia del objeto» (ibid.). Para Crisipo, la phantasia no es otra cosa que el érgano central mismo, el hegemonikén, en un determinado estado suyo, esto es, en cuanto, por efecto de una afeccion externa, experimenta un cambio cualitativo (ibéd., 61). Pese a su origen sensible, las representaciones no se reducen a puras sensaciones, sino que implican una elaboracién compleja, en el curso de la cual el hegemonikén no cesa de mostrarse activo. Esta actividad comporta, primeramente, una deliberacién interior, que Crisipo define como un movimiento interno de la razén y cuyo cometido es «comprender la phantasia de cada uno de los sen- tidos, inferir de sus mensajes cual es el objeto, acogerlo cuando 9. "ETXEIPIAION yer 6t1 «pavtacta el Kol 0d NEVIS TO POLVELEVOV.» “Enevta c&étale adtiv Kal Soxipate toig KaVOGL TOU TOIG Vlg EXELS, MPSTO SE TOVTP KOA LaAota, TOTEPOV, nept 16 EG tiv Eotiv nept ta OdK EG Hiv KaV mept TL TOV OdK EG Hiv f, MPdxErpov Eotw tO Sidtt covdsev mpoc eps.» KE®@AAAION B 1. Mépvnoo, Sti opéGeos Emoryyetor émitvzia. ob Spey, ExkAoeme EmaryyeAta. TO Wy NepimEecetv éxetve 6 ExKAt- veta, Kal 6 pév Ev dpéter dnotvyydvov AtVANG, 0 5E Ev éxxAtoet nepinintav Svotvxns. “Av HEV obv pova exkAivys 16 KaPG PUG TOV Ent Got, odsevt.,, @v &KKAt- esta presente y también acordarse de él cuando esta ausente e in- cluso prever su futura aparicién» (Calcidio, Com. al Timeo, 220). Llevando adelante la elaboracién de los datos sensibles, el pensa- miento (nous, hegemonikon) forma en seguida unas nociones (en- noiai), Resultan éstas ante todo de una actividad espontaénea —son las pre-nociones, nociones primeras (prolépseis)— y, después de un examen o estudio reflexivo (81 hpetepac didacKaAtag Kol Em heketac —mediante nuestros conocimientos aprendidos y nuestras reflexiones— (Aecio, Plac., IV, 11; SVF, I, 83). Probablemente Epicteto esta pensando en esta activa génesis de las nociones cuan- do alaba a la Providencia por haberle dado al hombre «una cons- titucién mental que no sélo nos permite recibir las impresiones de los objetos sensibles, sino también hacer una eleccién entre ellas, quitar y afiadir, combinar tales elementos con tales otros [...] y pa- sar de unas nociones a otras que con Jas primeras se vinculan de algiin modo» (Diatr., 1, 6, 10). (Cfr. A.J. Voelke, pp. 43-44, y Diatr., I, 18, 24.) 18. Porque, si esa impresién es perturbadora, e.d., penosa, aspera, ingrata, suscitante de desordenados apetitos, por fuerza habra de ser s6lo aparentemente verdadera y ser, por tanto, portadora de false- dad, contraria a la raz6n o indigna de nuestra aquiescencia (cfr. Ci- cerén, Tusc. disp., IV, 6, 11 y Didg. Laerc., VII, 110). 19. Cénones, ed., reglas, criterios, normas. Que tienes: el Manual es, no para instruir inicialmente, sino para uso de los ya instruidos. 10 MANUAL procura reprocharle: «Fantasia eres y no, en absoluto, lo que parece».'® A continuacién, examinala despacio y ponla a prueba con los cdnones!° que tienes, princi- palmente con este primero”° de si es acerca de las co- sas que dependen de nosotros o acerca de las que no es- t4n en nuestro poder. Y, como sea acerca de alguna de las cosas que no dependen de nosotros, esté a punto lo de que «En nada me atafie».?! CAPITULO II [Cudles han de ser los objetos de nuestros deseos y aversiones]} 1. Recuerda que lo que el deseo se promete”? es la con- secucién de lo que desees; lo que la aversién se promete es no ir a caer en aquello de que se huye. Quien no lo- gra lo que desea es desafortunado, pero quien cae en lo que teme es desgraciado.”? Por lo tanto, si de entre las cosas que de ti dependen sdlo rehtyes las contrarias a la naturaleza,*4 no te topards con ninguna de las que aborreces; pero, en cambio, si te empefias en esquivar 20. Es decir, ateniéndote a este que hemos puesto en primer lu- gar por ser el mAs importante. 21. Cfr. Diatr., TL, 16, 15, y II, 22, 38-49, 22. O sea: Jo que anuncia o declara como su propia finalidad y como su objeto. En el fondo, el deseo es una especie de promesa in- terior que nos hacemos a nosotros mismos y cuyo cumplimiento no depende precisamente de nosotros. 23. Avotvyric (desventurado, mal afortunado) es peor que sdlo ctuyiis (sin suerte, sin fortuna). La mala suerte trae desgracias; el no tener suerte puede quedarse en eso. 24. Cfr. Diatr., 1,4, 1-2. Segtin los estoicos, «el fin [la perfeccién humana] se logra viviendo conforme a la naturaleza, lo que quiere de i seguin la virtud de cada uno y de las cosas todas del universo, omitiendo cuanto esi prohibido por la ley general, que es la recta raz6n, que a todos invade y es la misma que existe en Zeus, gober- nador de todo, y es también la misma virtud del hombre teliz, que es la buena conducta de la vida, en la cual todo se hace arméniva- mente al espiritu de cada cual v al dictamen del que rive cl univer- 11 "ET XEIPIAION veg, nepimecfy vooov 8 dv éxKAtvnc H Odvatov H ne viav, Svotvxr sets. 2. *Apov ae oye ExKMOW &1O TAVTOV tov ovK &@ Hpiv Kor petades Eni 1. Napa vot TOV EG a Tv Spegw 3 TOVTEADS EM TOD TAPOVTOS ave. ef ce yap Opéyn TOV ODK 8G huiv tw, &tvXELV ee mt 1Ov te £g Hiv, doov Opeyeooar KOAOV dv, oddEV 0 Sénw cor RapEecti. Move S& 10 Oppay Kol pophav YP, KOVHS HEVTOL Kod ped’ dreGorpeoeas Kal dover pévac. so» (Didg, Laere., VII, 8). Y como, segtin Epicteto, lo mas propio del hombre, la esencia suya, su naturaleza, es ser libre, el precepto «Vive segun la naturaleza», segtin la tuya y la del universo todo, equivale a de Sé libre, obedeciendo sélo a la recta razén». 25. Pues son cosas que no dependen de tiy, de ellas, algunas pue- den sobrevenirte, y la muerte —que no es mas que el fin natural del individuo, que, segtin el orden césmico se escinde en sus elementos, para que otro individuo pueda ocupar su puesto— te sobrevendra de seguro (cfr. Diatr., Ul, 1, 17-18; II, 13, 14; TD, 24, 92 ss.; 13, 13 ss. IV, 7, 15 y 27). Cfr. Pohlenz, I, p- 340: Epicteto no cree en una su- pervivencia personal, pero el disolverse en el todo es un retorno a Dios, retorno que el que se halla entre las cadenas de la corporeidad puede, a veces, desear ardientemente. La é€ayoy (la partida; tam- pién, el suicidio) sdlo es acto razonable cuando Zeus ha dado la se- fal (I, 29, 28 s.; IL, 15, 5; I, 24, 101; 26, 29, etc.). : 26. Segin Zenén, las pasiones, los afectos, son impulsos desme- surados que, por esta desmesura, rompen Ja armonfa de la natura- Jeza, son contrarios a ella y representan, por tanto, el mas grave pe- ligro para la autodeterminacion del logos y para la vida moral. 27. Mientras no hayas progresado en la sabiduria lo bastante como para desear ya sélo lo honesto, mejor seré que suprimas todo descr. pues —se supone—que atin eres un principiante, que atin no estas preparado para lograr que todas tus acciones, deseos, etc., sean sabiamente virtuosos. Atin eres poco versado y ejercitado en la filo- oe Es decir, conténtate ahora, a los comienzos de tu practicar Ia filosofia, con ir procurando servirte de los impulsos, instintos y ten- dencias espont4neas de tu naturaleza bajo la guia y el control dela razon. 12 MANUAL, la enfermedad, la muerte o la pobreza, serds desgra- ciado.?5 2. Retira, por consiguiente, tu aversién de todas las cosas que no dependen de nosotros y aplicala mas bien a las que, dependientes de nosotros, sean contrarias a Ja naturaleza.6 En cuanto al deseo, suprimelo por aho- ra*’ enteramente; pues, si deseas alguna de las cosas que no dependen de nosotros, es forzoso que fracases, y si alguna de las que dependen de nosotros, de cuan- tas fuere honesto desear, ninguna esta todavia a tu al- cance.?8 Usa slo del intentar y el refrenarte,?? pero li- geramente y con reserva y sin rigidez.*° 30. Sin tiranteces, con elasticidad del 4nimo, pero al mismo tiempo sin creerte que todo vaya a ir siempre sobre rosas: con re- servas, es decir, previendo que es muy posible que algunas cosas de las que intentes no las consigas y que otras que quieras evitar o en las que quieras refrenarte te salgan al paso o se escapen de tu control. «E] sabio no muda el consejo mientras las cosas estan en el mismo ser que tenfan cuando las emprendié, [...] Por otra parte, emprende toda obra haciendo esta salvedad: “Si no sobre- viene algtin caso que lo impida”. Por eso decimos que al sabio le sucede todo segtin lo que tenia previsto y nada contra lo que pen- s6, porque siempre previno mentalmente que podria atravesarse algan accidente que impidiera lo que él tenfa deliberado. Es de im- prudentes prometerse confiadamente la buena fortuna; el sabio la mira por el haz y por el envés; sabe cudn anchos dominios tiene el error, cudn inciertas son las cosas humanas, cuantos estorbos obstan a la ejecucién de nuestros designios; sigue con perfecta in- diferencia el dudoso y resbaladizo resultado de los acaecimientos y recibe los sucesos inciertos con resoluciones ciertas» (Séneca, De beneficiis, IV, cap. 34). «Navegaré, si ningtin incidente me lo estorba; llegaré a pretor, si ninguna cosa me lo impide; me saldra bien el negocio, si no inter- viene nada que lo eche a perder.» De ahi que digamos que al sabio nada le acontece contra su opinién. No le eximimos de los azares hu- manos, sino de los errores; ni afirmamos que le suceda todo tal como deseé, sino tal como lo pensé. Y lo que primero tuvo en cuen- ta en cualquier ¢asoes que algo podria impedir la realizacion de sus deseos. De manera que al Animo de quien no se prometié seguridad alguna de obtener el éxito es forzoso que le resulte mas tolerable el dolor del fracaso (Séneca, De tranquil. animi, XIII, 2). 13 “EPXEIPIAION KE®@AAAION T° "Eg ExKoTOD TOV WoYayHyoUVTOV 7 xpetav nape eve 7] otepyopévov pénvnoo emaAeyew Onotdv to TW, ARO TOV OLLKPOTATOV ep&duevoc dv meee OTEPYIKG, STL «YVTPAV OTEPYO* KaTEWyELONS YP O Ais od tapaxoron dv nordtov covt0d KaTAMIAfs A YU voixa, &tt GVOpanov KatTapLric: Gnobavdvtos yap od tapaxeron. KE®AAAION A "Otay dntecbat Tivos Epyou HEAANG, DTOUtLVTOKE ceavtdv, Onoidv goti TO Epyov. ’Edv AG uso Ney o8 aning, MPdParAE Geavtd tH ywopeva év ee tovds dnoppoivovtas, Tods tykpovopiévovs, “re re : podvtac, tods KAEMTOVTAG: Kal obtas dopa. ore Gym tod Epyov, tav emaéyng evOde Sti «Aovoacbar GELO KOA TH EMaVTOD MpocpEsty KATA PUOLV EyovoaV 31. O que atraen, Todas estas cosas son ddtdgope. (indiferen- tes), de suyo, para la moral. i : algo deleznable. : 3 pede psieradero, mortal. Pero, resulta bastante inhu mana una indiferencia que implica el tratar Poa mismo rasero le una olla yla muerte de un ser querido! : Dae IIL, 24, 84, se hacen parecidas recomendaciones ones do ejemplos similares. Son todas cosas gue no dependen de faa 34. Ala letra: no fe perturbards. La imperturbabili ela ma ma tranquilidad del 4nimo, la calma absoluta del espiritu, plena- mente liberado de afectos pasionales (dxdsewa [apatia: que no in- sensibilidad]) es la meta ultima del estoico. «Si eae aan orbis, impavidum ferient ruinae» (Horacio, Odas, Il, 3 ssbloce toico: «Como caiga el orbe hecho pedazos, sus ruinas heri ee nee IIT, 15: «Que todo ha de hacerse con cireunspec- cién». Y compérese con el cap. XXIX del Manual. Se 36. Los antiguos griegos y romanos solian ir mucho a eis a bafiarse y allf conversaban y se entretenfan gentes de lam es condicién. Los percances ¢ incidencias, como estos que aqui se ap tan, debian de ser ordinarios en tales ambientes. 14 MANUAL CAPITULO III [Adviértase bien lo que es en st cada cosa y lo que vale] Sobre cada cosa de las que seducen el Animo?! 0 de las que reportan utilidad o de las que son queridas, re- cuerda que has de discernir de qué calidad es, empe- zando por las mas pequefias. Si te agrada una olla, has de decirte: «Una olla?? es lo que estimo». Con lo que, si se hace pedazos, no te alteraras. Cuando beses a tu hi- jito o a tu mujer, has de decirte que a un ser humano™3 besas, pues asi, aunque muera, no perderas la calma.34 CAPITULO IV [Tener en cuenta la naturaleza de nuestras acciones y sus circunstancias] Cuando vayas a emprender alguna tarea, trdete a las mientes cual es la naturaleza de ese quehacer.35 Si sales de casa para bajfiarte, represéntate las cosas que suelen ocurrir en el bafio ptiblico:3* los que salpican, los que dan empujones, los que insultan, los que roban.37 Y asf acometerds con mayor firmeza la acci6n si te di- ces, por ejemplo: «Quiero ir a bafiarme y que mi bien pensada decisi6n*’ se mantenga en conformidad con la 37. Ladrones de bolsos y de ropas los hay también en nuestras piscinas ptiblicas. Las vestes clasicas grecorromanas, mas sencillas y faciles de quitar del cuerpo que las actuales, serian también muy faciles de hurtar. También hay siempre, en esos ambitos, molestos gamberros que insuitan, maleducados que empujan o salpican, etc. Estas Agiles pinceladas realistas dejan entrever un cierto humor so. carré6n de su autor. 38. Oeleccién bisica, opcién fundamental. El concepto de pro- hairesis, que es central en Epicteto, se presta a muy diferentes in- terpretaciones por su pregnante complejidad. Ha sido traducido de muchas maneras distintas: propositum, voluntas, consilium, mens ra- tione utens et voluntate, asi Schweighaeuser; faculté de juger et de vou- loir, libre-arbitre, asi Courdaveaux; Wille, asi Enk, Schulthess, Miic- ke; will, asi Carter, Long, Matheson; choice, as{ Carter; moral purpose, 1S: "ETXEIPIAION TMpticat.» Kai dcavttac é¢ Exdotov Epyov. Obtw yap GV TL TPG TO AoVoacban YEvyton ELModav, MPOXELPOV Eotot 51671 «GAX od ToOT0 HOEAOV LOVOV, GAAG Kol THY éuavtod mpoaipecw Kata gvor Exovoay tHpTsar od THPr Se 8, EdV GyYAVAKTA MPO TH YvOpeEvaL.» KE®AAAION E Tapdocet todc dvepadnove ov 16 MP&yato., GAA. te mepl TOV TPAydtov Sdyata lov 6 Edvatog od ast Oldfather; vrije keuze, asi Hesselin; vrijheid van wil, wil, as{ Stell- wag; albedrio, libre albedrio, asi Jordan de Urries; voluntad, asi Pé- rez Ballestar; intencio, asi Leita, etc., etc. MJ. Souilhé, M.A. Jagu y M.L. Guéry, en su edicién y versién de los Entretiens (Parts, Belles Lettres, 1975) prefieren, siguiendo indi- caciones de Th. Colardeau, el término persona moral (cfr. p. L de su Introduction). ‘André-Jean Voelke, en su muy trabajada y atinada obra L’'Idée de Volonté dans le Stoicisme (Paris, PUF, 1973), dedica un largo apar- tado (pp. 142-160) a estudiar la prohairesis, particularmente en Epic- teto. Recalca el sentido activo de la prohairesis, que es siempre un acto © la funcién de ejecutarlo 0, al menos, el propésito de hacerlo. Asi, Jas tendencias, los deseos y todas las funciones del hegemonikon —o, lo que es lo mismo, del logos, del yo, del hombre (términos estos que aparecen intercambiables)— son formas diversas, expresiones, funciones, contenido o materia de la prohairesis, (En lo cual viene a ser Epicteto un continuador de Aristételes, para quien «La prohairesis es “inteleccién deseosa” 0 “deseo deliberado”, y este principio es el hombre» [Etica Nicom., VI, 2, 1.139 b 4-5]. Cfr. R. Roda «El concepto de “npoaipecic” en la ética de Aristételes», Universitas Tarraconen- sis, IX [1987], 291-301; «Individuo y accion en el pensamiento grie- go», Pensamiento, 185, vol. 47 [1991], 91-95.) Distingue Voelke tres grupos principales de significaciones del término prohairesis: 1) elec- cién previa, de fondo, inicial; opcién-decisién basica; fundamental vo- luntad-propésito de pureza moral; libre albedrio; 2) decisién juiciosa puntual (= en cada caso); bien pensada resolucién 0 elecci6n reflexio- nada; accion libre, voluntaria; y 3) el yo mismo (oavt6v), elalma hu- mana, el hegemonikén o principio rector. Y comenta, finalmente, lo que de elemento divino tiene, segtin Epicteto, nuestra prohairesis: «Es la “porcién que de sf mismo nos ha dado Dios” para que podarnos “hacer buen uso de las fantasfas” (Diatr., I, 1, 12); es “nuestra alma’ (I, 14, 6), “la razén, el pensamiento” (I, 3, 3). Sobre ella no tiene ningun poder ni 16 MANUAL naturaleza». Y del mismo modo para cada obra. Por- que asi, si algo llega a ser obstaculo a que te bafies, no te costaré argiiirte: «La verdad es que yo no queria sélo eso, sino también seguir manteniendo mi eleccién3? de acuerdo con la naturaleza, y no la mantendré si me irrito contra lo que sucede». CAPITULO V [Sdfo nuestros juicios pueden turbarnos] Lo que turba a los hombres no son los sucesos, sino las opiniones*® acerca de los sucesos. Por ejemplo, la Dios mismo: es libérrima, independiente en sus actuaciones (I, 17, 27; I, I, 23; I, 6, 40). Sin embargo, esta total independencia no es irres. ponsabilidad: los juicios y elecciones con que nuestra prohairesis deci- de determinan lo que seremos (I, 12, 34). Dandonos la prohairesis, Dios nos ha confiado nuestra propia custodia (IV, 12, 12), de suerte que de- bemos ejercer una auténtica “tutela” (epitropé) sobre nosotros mismos (Z, 8, 21-23). Asi, la doctrina estoica de la oikeidsis presenta, en Epik- teto, un matiz religioso muy notable: es ante Dios ante quien somos res- ponsables de nosotros mismos. Por lo que nuestro hombre puede de- clarar cuando piensa en su propia muerte: “jOjal4 no me cogiera pensando en otra cosa que en cuidar mi voluntad de ser despasionado, libre, sin constriccién, independiente!” Ocupado en esto quisiera que me hallase, para poder decirle a Dios: “Transgredf en algo tus 6rdenes? ¢Utilicé mal los recursos que me diste? [...]” (III, 5, 7-8; cfr. IV, 10, 13)». En esta actitud para consigo transparece una de las virtudes fun- damentales de Epicteto, la del aidos o respeto a si mismo: respeto re- ligioso, que procede de la conciencia de que somos portadores de un elemento divino que no debemos manchar con nuestros pensamien- tos ni con nuestras acciones, sino honrarlo como se merece (cfr. II, 8, 9-23; 1, 3, 4. En I, 19, 8 se habla de quien honra [tetinxeic] a su prohairesis; en IV, 13, 14, de quien la deshonra [\ttwoxdt1}; en IIT, 2, 3, de quien hace caso omiso de ella [2v od8evi ti8ec0n, la tiene en nada}). También Marco Aurelio, afirmando que el hombre debe res- petar a su propia raz6n, recalca que esta raz6n es divina (VI, 35, 2). 39. Seguir manteniendo mi eleccion equivale a ser constante (cfr. la preciosa obra de Séneca sobre este t6pico estoico de la constancia del sabio); constantéa es, ademas, el vocablo latino que puede equi- valer a un estar firme con la totalidad del orden natural. 40. Las cosas no pueden mover nuestro 4nimo; sélo la manera 17 i _ “EPXEIPIAION Bev Seivov, énel Kal Loxpdter dv Eqatveto, GAAG TO Soya. 10 Tepl T00 Oavatov, S1dtt Servov, éxeivo TO Ser vév gotiv. “Otay odv gunodiCapedar 7] tapacodpeba # AvnGpeba, undémote GALOV aitiadpeda, GAA’ Exv- tov<, TOOT EoTl TA EQUTOV Soywata. Anaidevtov Epyov 16 HAorg Bykareiv, eg’ oig adt0G TPAGGEL KAKO Ypyévon nardseveodou 10 Eavtd memordsevpevon TO rte GAA@ write Eat. KE@AAAION ¢ "Emi pnéevi napO fig &AAOTPLO mpotepripatt, Ei 6 ‘Innog Enaipdpevos EAeyev Str «Kaards epi», olotov av fv: od 88, Stav A€yns Emaupdpevos 6t «"Innov KOAOV EO,» LoOL, Stt Ent Inno Kya Exatpn. Ti obv LOTL GOV; XPTSIG PAVTASLaV. “Qo6’, 6tav év xpricet PAVTACLGV Kat PaLV OXfIG, anvikadta éxd pont tote YAP EM GH ti yO enapOrjon. de enjuiciarlas, de opinar sobre ellas, es lo que puede alterarnoslo, tdrnoslo (cfr. I, 11, 33: toda accién se deriva de un juicio que forma una opinién, y I, 17, 26: tu parecer, tu juicio es el que te fuer- za, a veces, a ir contra tu propia decisién fundamental, contra tus pro- pésitos mas firmes). Aqui opiniones tiene sentido peyorati de juicios desacertados, por precipitacién al juzgar, por prejuicios, 0 por otros motivos que nos inducen a error, a no pensar, como de- berfamos, de acuerdo con las verdaderas razones, en armonfa con el inquie Logos-Razén universal (cfr. cap. XX, nota 112). 41. Cfr. cap. 11, nota 25, y caps. XVI y XXVI. 42. O del inedado, del no instruido debidamente, del no ejer- citado en pensar con total coherencia. Cfr. II, 2, 13: «[Sé] 0 libre o esclavo, 0 instruido o ignorantes. ‘Arc Sevtoc es sinénimo de iteben¢ (individuo ignorante, falto de instrucci6n, vulgar), y, para los estoicos, ambos términos eran intercambiables también con el de B00X0< (siervo, esclavo). 43. Oa instruirse y ejercitarse en la filosofia, sinénirmno de mpo- KOéntovtos (progresante, proficiente). 44. Quien ya estd educado es el filésofo cabal; 18 idealmente, el Sa- bio. Este ha conseguido ya la tranquilidad, libertad y felicidad sumas: MANUAL. muerte no es nada terrible, pues, de serlo, también se lo habria parecido a Sécrates;*! sino la opinion de que la muerte es terrible, jeso es lo terrible! Cuando, pues, nos hallemos incémodos 0 nos turbemos 0 aflijamos, wanes echemos a otro la culpa, sino a nosotros mismos, esto es, anuestras propias opiniones. Obra es de quien carece de formacion filos6fica*? acusar a otros de lo que a él le va mal; quien empieza a educarse* se acusa a si mismo; quien ya esta educado, ni a otro ni a si mismo acusa.4 : CAPITULO bs [Unicamente nos deben enorgullecer los bienes propios] No te jactes de ningtin mérito ajeno. Si el enorgulleciéndose dijese: «Soy hemossy, Saheneae portable; pero cuando tu digas lleno de orgullo: «Ten- goun hermoso caballo», sabete que te enorgulleces de un bien del caballo. ¢Qué es, pues, tuyo? El uso de las fantasfas.4° De modo que, cuando en el uso de las fan- tasias procedas conforme a la naturaleza,*¢ enorgullé- cete en ese preciso momento, pues entonces te enor- gullecerds de algun bien tuyo. es perfecto, se halla por encima de toda pasién t identificado plenamente con la Ciencia Wiladta yo ooteaee todo y en todo acttia con la maxima justicia posible. 45. Ode las representaciones (cfr. nota 17). Diatr., I, 14, 13-14: «Ea, asf como en el caballo la carrera, :no hay acaso nada en el hombre por Jo que se pueda conocer quién es el mejor y quién el peor? ¢Es que no existen cosas tales como respeto, lealtad, justicia? Pues muéstrate ti me- jor en estas Cosas, para que como hombre seas mejor. Porque si lo que me dices es “Suelto buenas coces’ [ironfa de Epicteto, que alude qui- zs a los que presumfan de mtisculos o de su habilidad en la lucha —ibuena puntada contra los pseudodeportistas de hoy!—], te replica- ré también yo: “;Cuanto presumes por actuar como los asnos!”», gage Es desity ° no sera ningtin impedimento; siel piloto lla- ma, corre tt hacia el navio abandonande Yodie aquellas cosas sin volverte siquiera a mirar atras. Y, si eres viejo, tampoco te apartes mucho en ningtin momento de la nave, no sea que quedes lejos del que llama.5! CAPITULO VII [Se ha de aceptar de buen grado cuanto suceda] No pretendas que lo que sucede suceda como quie- res, sino quiérelo tal como sucede, y te ir bien.5? 52. Diatr., I, 14,7: «{...] debe uno acomodar su voluntad a los acontecimientos». Y cfr. Zenén, fr. 184: evo.o. Biov (Didg. Laer., VII, 88): «{...] el “buen fluir” —o el “libre curso”— de la vida, esto mis- mo es la virtud del dichoso: cuando todo se realiza teniendo en cuen- ta la consonancia del genio propio de cada uno con la voluntad del que gobierna el todo». (Cir. Sexto Empirico, Pyrrh. Hypotyp., THI, 172.) En fin, Diatr., I, 12, 15: «Educarse es esto: aprender a querer Jas cosas tal como vienen. —Y ¢cémo vienen? —Segiin las ordené el Ordenador». Teniendo, pues, presente esta ordenacién, ha de acu- dirse a Ia ensefianza, no para cambiar los supuestos —que ni se nos permite ni serfa mejor—, sino para que, estando las cosas que nos ro- dean tal como estan yson por naturaleza, tengamos nosotros nues- tra mente en concordancia con los acontecimientos». Y III, 10, 17- 20: «No hay que ir delante de los acontecimientos, sino seguirlos». 21 ‘ia ae een "EPXEIPIAION KE®AAAION © cowards totiv eunddiov, TpompésEeas be od, Be in ch bein XdAAVOIS oxthoug gotlv ae Biov, npoopécews Sz ob. Kal toOt0 Eg EKAOTOD T a éumuntovtv emt heye evdpricets yap adTO GAAOD TLVOS gunddiov, Gov dé od. KE®@AAAION I i TOD TOV MPOOMNTSVTOV HEKVTGO ETL ae ee nee, tiva S0vopiv Exets TpOS ay xpfiow odtod. Edv KOAOV 157g TH KOA, poenicns Sivapi pd TAdTA éykpdterav’ Eav Rove Hpes gepntar, EdpoEts xapteptav: dv Aordopta, & ene S dvebixaxtav. Kod obtas EO1Cdpevov Ge Od GVA: covaw al pavtactat. 53. Eneste pasaje creo que la mejor traduccion de prohairesis es 1a voluntad; véanse todas las acepciones recogidas en la nota 38. Y cfr. Charles H. Kahn, «Discovering the Will from Aristotle to Au guste, en 5M. Dillon y A.A. Long (eds.), The Question of clectcisnt» (Studies in Later Greek Philosophy), Berkeley, Univ. 0 . 234-260, especialmente p. 251. Pree eh, Diair. I, 1 28; 18, 17; en estos y otros muchos lgares ‘a siempre Epicteto lo que pueda pasarles a las cosas n cone ene eater le importaba su propia pierna impedida. 10 Poe ae ie tu hombre interior, que es el Gnico que has de man- libertad. tener on Sete es el punto de partida del filosofar: el percatarse de cémo se halla el propio regente (00 L8tov hyevovixod Rdg Exe1)», dice en Diatr, 1,26, 15. ¥ estéen la linea socratica: «Sderates soste hia que una vida sin examen no es vivir humano» (Ibid, 18). Ch. Pia ton, Apologia, 38 a «6 Be dvekeranros Biog oD Biatdg dvopano» ida sin examen no es vivible para el hombre). Rigs venient une Ss es, para Epicteto, un preeminente deber mo- ral, y en él tiene un caracter intelectualista muy destacado; insiste a 22 MANUAL. CAPITULO Ix [Las decisiones de nuestra voluntad son libres] La enfermedad es impedimento del cuerpo, pero no de la voluntad,5? como ésta no quiera. La cojera>+ es im- pedimento de la pierna, pero no de la voluntad. Ditelo también sobre cada una de las cosas que te ocurran y hallards que la misma es impedimento de alguna otra, mas no tuyo.55 CAPITULO X [Tenemos facultades con las que afrontar debidamente cada situacign] En cada cosa que te acaez¢a, procura, volviendo so- bre ti,5° averiguar qué poder” tienes para servirte de ella. Si ves a un guapo o a una guapa, hallards que el poder que tienes respecto a estas cosas es la continen- cia;** si te asalta la fatiga, hallards la fortaleza;59 si el ultraje, hallaras la paciencia.® Y acostumbrandote de este modo no te cautivardn las fantasfas.°! menudo en la necesidad de autoeducarse reflexionando sobre nues- tros actos, nuestras capacidades, etc. (Cfr. Pohlenz, I, p. 334.) 57. Diatr., 1, 6, 28. 58. «La continencia es la disposicién invencible en favor de lo acordado al recto discurso, o bien el habito inatacable por los pla- ceres (EEtv dr ttntov HSovOv)» (Didg. Laerc., VII, 93). 59. «La firmeza [o fortaleza] es ciencia o habito de aquello en lo que se ha de perseverar, en lo que no-y de lo que ni lo uno ni lo otro» (Diég. Laerc., VII, 93). ¥ Estobeo la define asf: «motyyn Eupevntikr tog dpOdg KpiOeior» (saber atenerse con constancia a Uiteralmente ciencia perseverante en] las cosas juzgadas rectamen- te [Eclogae, II, 107). 60. O la resignacion, el aguante. 61. O, lo que es lo mismo; basta con que tomemos conciencia de nuestro poder sobre las cosas exteriores, y nos habituemos a ello, para que los estimulos o impresiones —las fantasias— no nos confundan y arrebaten (cfr. cap. XXXIV). 23 i. ofa ~*~. —- "EFXEIPIAION KE®AAAION IA Mndénote éni undevdg elmpc Str « "AndAEoM ad- 16,» GAN 6t1 « AnESOKA.» To narStov anéGavev; ane 866n. ‘H yovt| &né8avev; dnedd6n. «Td yaptov aenpeonv.» —OvKobv Koi toOt0 omed60n.— «AAG KaKOG 6 BpEASPEVOS.» —TI SE Gol pérer, did tivog o€ 6 Bod¢ dant tnoe; Méxpt 8 dv 8156, Hs GAAOTPLOD ad- TOD Enpehod, d¢ tod navoxetov ot TOPLOVTES. KE®@AAAION IB 1. El mpoxdyou GéAE1g, does TOdG TOLOVTOVE EMAO- yopovs «'Edv &pektod tov sudv, odx BE@ dratpo 62. Dios (cfr. Diatr., IV, 1, 172). 63. Como nosotros, viandantes por este mundo. No nos ape- guemos a las cosas, Nuestra vida: pasar una noche en una mala po- sada, que dirfa, con metafora similar, santa Teresa. Y no parece sino que hubiese lefdo este capftulo del Manual epicteteo san Ignacio de Loyola antes de componer aquella oracién que se le atribuye: «To- mad Sefior y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendi- miento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis, y a Vos, Sefior, Jo tor- no: todo es vuestro [...}». 64. Se sobrentiende que en la filosofia, en irte apartando de la ignorancia y haciendo prudente y sabio (cfr. Diatr., 1, 4, 4; TIT, 26). El Manual fue redactado para que quienes habfan asistido por lo menos a algunas lecciones del maestro y conocfan algo sus doctri- nas pudieran recordarlas facilmente y seguir aprovechéndolas. a¢Pues qué? —pregunta Séneca—, ¢debajo del sabio no hay gra~ dos? ¢Est4 acaso la sabidurfa al borde de un precipicio? No lo creo yo asi, pues si bien el que progresa se cuenta atin en el mimero de os necios, sin embargo dista ya de ellos una gran distancia. Y has- ta entre los mismos que progresan existen grandes diferencias: en tres clases se dividen, segiin place a algunos. Los primeros son los que, sin tener atin la sabidurfa, han puesto ya el pie en sus aledafios; no obstante, lo proximo es todavia exterior. ¢Qué cudles son esos? Pues quienes ya depusieron las pasiones y los vicios, y, habiendo apren- dido ya las cosas a que han de aficionarse, su confianza ain es inex- perta, Esos no tienen atin el disfrute de su bien, pero ya no pueden reincidir en aquellas pasiones de que se escaparon. Estanya en sitio 24 MANUAL CAPITULO XI [Los bienes externos sdlo son préstamos, y su pérdida, devoluciones] Nunca digas respecto a nada «Lo he perdido», sino «Lo he devuelto». {Ha muerto tu hijo? Ha sido devuel- to. ¢Ha muerto tu mujer? Ha sido devuelta. «¢Se me ha robado la finca?» —No dudes que también esto ha sido devuelto.— «Pero es un malvado el que me lo robé». —Y a ti qué te importa por medio de quién te lo re- clamé el que te lo habia dado?® Mientras te lo conce- da, trata ti ese bien como cosa ajena, igual qu¢ tratan las cosas del albergue quienes van de paso.®? ( CAPITULO XII [La renuncia a todas las cosas exteriores es el precio que ha de pagarse por la felicidad] 1. Si quieres progresar,* rechaza reflexiones como és- tas: «Si descuido mis negocios, no tendré de qué vivir». del que no se retrocede, pero ni siquiera lo saben ellos mismos a cien- cia cierta: no saben que sepan. Les cupo ya en suerte servirse de su bien, pero no el confiarse [...] La segunda clase es la de aquellos que dejaron ya atras las més peligrosas enfermedades del alma (las pa- siones), pero no poseen atin con firmeza su seguridad, puesto que pueden recaer en ellas, La tercera clase est ya libre de muchos y grandes vicios, pero no de todos: se escapé de la avaricia, pero atin siente el ardor de la ira; no le tienta ya el placer venéreo, pero sf la ambicién; ya no experimenta codicias, pero s{ temores, y aun en es- tos se mantiene asaz firme para ciertas cosas, pero claudica ante otras; desprecia la muerte, pero teme el dolor, Meditemos un poco sobre este punto; bien nos ird si se nos admite en este ntimero. Con un temperamento muy feliz y con asidua aplicacién al estudio, se ocu- pa la segunda categoria; pero la tercera no es, por cierto, desdefia- ble. Piensa, si no, cuudntos males ves en derredor tuyo; advierte c6mo no hay crimen que no sea estimulado por un mal ejemplo; pondera el avanzar de la maldad dia tras dia; fijate cémo se peca en privado y en publico, y llegaras a convencerte de que bastante conseguimos con no ser de los peores. “Pero yo —dices— espero ser promovido a 25 "EPXEIPIAION dcr’ «E&Y U1] KOAGOW Tov Toda, TovNnpds Eoton.» Kpeicoov yap Aiud dnodaveiv &AvROV Kol &poBov yevouevov 7] Civ év dgBdvoig TapaccdpEvov’ KpEiT tov d& Tov Noida KaKOv elvan t] Ce KaKoSatpHova. 2. “ApEax torynpodv and tOv opikpGv. 'Exxeitat to eAGSiov; KAEMTETAL TO OlvapLov; Extreye STi «TOGO TOV NWAEi TAL aNhOELA, TOCOUTOD Gtapacta» MPOiKa Se ovSEV mepryivetar. “Otav SE KAAfI¢ TOV Toda, Ev- Ovpob, St Sdvator pr) DnaKkodoa Kal braKovous undev norjjoor dv éAet¢: GAN Odx Odtws Eotiy adTH KOAAS, Iva ex’ Exetv f] TO oF LI) Tapaxerivan. una categoria superior.” Por mi parte, mas lo desearia que no me lo prometeria: se nos anticipé el mal y andamos empefiéndonos en el camino de la virtud por en medio de todos los vicios [...]» (Epist., 65. «De las pasiones, las mas importantes [...] son de cuatro ti- pos: dolor, miedo, deseo, placer. [...] El dolor es una contraccién irra- cional, y sus especies son: piedad, odio, celo, envidia, enojo, moles- tia, tristeza, tormento y desasosiego [...] Tristeza es dolor que se acumula o se extiende a partir de consideraciones [...] El miedo es la previsién del mal [...]» (Diég. Laerc., VI, 110-112). 66. O que tti seas un mal genio (cfr., sobre el kakodaimona, la nota de P. Jordan de Urries a su traduccién de Diatr., IV, 4, 38). 67. Con estos diminutivos se expresa que no hay que dar im- portancia ninguna a tales cosillas, ni siquiera aunque escaseen, como ocurrirfa probabilisimamente en la humilde casa del frugalisimo Epicteto, ni por mas que su falta nos suponga incémodos. Asf, cuan- do a nuestro filésofo le robaron su lamparilla de metal, él, sin in- mutarse, se limit6 a sustituirla por otra de arcilla (Diatr., I, 18, 15; 29, 21). a Para los estoicos, la apdtheia vendria a significar «calma, imperturbabilidad», y no —como, en cambio, para Pirrén o para el megarico Estilpon— absoluta impasibilidad (cfr. nota 34, y Epist., IX de Séneca). Epicteto aproxima a menudo los términos apdtheia y ataraxta, poniéndolos a veces hasta en forma de endia- dis, posiblemente para eludir el relativo descrédito del primero si se lo querfa hacer sinénimo de insensibilidad o estolidez. Pero es el segundo, ataraxia, el que etimolégicamente significa «imper- turbabilidad» (cfr. Pohlenz, Die Stoa, II, pp. 139-140 y 163; tam- 26 MANUAL. «Si no castigo al joven esclavo, se maliciara.» Mejor es morirse de hambre habiéndose librado de la tristeza y del miedo® que vivir en la abundancia pero lleno de in- quietudes, y mejor que el esclavo sea una calamidad que no que tu estés siempre de mal genio.® 2. Comienza, por tanto [a ejercitarte] a partir de cosas pequeiias. ¢Se te derrama el aceitillo? ¢Se te roba el vi- nillo?®’ Di sobreponiéndote: «A este precio se ha de adquirir la calma, a éste el sosiego»,°® que de balde nada se obtiene. Y cuando Ilames al esclavito, piensa que puede no haber ofdo o, aunque haya ofdo, no ira hacer nada de lo que quieres, pero que su suerte no es tanta como para que dependa de él que no te llenes tt de agitacién.®? bién, cfr. nota 34, y pist. ad Lucil., IX de Séneca). Tranquilidad, calma, sosiego, serenidad, imperturbabilidad, son, por lo tanto, términos que, referidos todos ellos al estado de animo apacible y dichoso del sabio —sin zozobras, sin alteraciones, sin afectos de- sordenados, siempre ecudnime, en perfecta sofrosine— resultan equivalentes e intercambiables ad mentem Epicteti, segan conven- ga en el contexto. 69, Creo que este es el sentido —muy fino, muy intencionado, muy de la picaresca avant la lettre— de este pasaje, sin que haya de hacerse ningun distingo en cuanto a la condicién servil del que no atiende a quien le esta llamando. Es como si dijese: «{Qué mas qui- siera él, qué suerte tendria el tal, qué en grande se lo pasarfa si pu- diera mandar en tu interior y perturbartelo 0 no a su antojol». Tanto los esclavos como los civilmente libres no pasan de ser, para el filésofo, cosas externas, ajenas a nuestro albedrio, que ningun poder tienen sobre este, sobre nuestra interioridad, sobre nuestra pro- hairesis. Por otro lado, es de creer que Ja actitud de desatender ha- ciéndose los sordos seria frecuente entre los esclavos, ya se debiese a rencor y animosidad para con sus amos o por ver de divertirse un poco a costa de la paciencia de éstos, acerca de lo cual debfa de co- nocer Epicteto multitud de casos y anécdotas de su época de escla- vitud civil. Y asf puede brindarnos, en pocas Ifneas, este delicioso apunte de cuadro de costumbres. Mas el consejo es claro: piensa que el estado de tu dnimo, tu tranquilidad, depende sélo de ti. jNo te in- muten, pues, las cosas ajenas y exteriores, sean cuales fueren! Nada ni nadie puede forzar la decisién de otro. 27 "ELXEIPIAION KE®@AAAION IT mpokowo OéA€tc, DndpEIvov EveKo. TOV EKTOG aoe Sob Kal HAL6Loc, pNdév PovAoD doxely exiotacdor Kev S6éN¢ Tis Elva Lot, dttotet cea 1G. "lob yap Sti od Pgdiov THY Tpoaipeoww tiv oF avtod Kate pvow Exovoav gvAdsar Kod ta EKTdG, GAAS. TOd EtEpov Emperovpevov 100 Etépov pert oor TOCA. avayKN. KE®AAAION IA A TODS 1. "Bev O€Ang Te TEKVEL GOD KOA THY yovaika Kou gidovg cov né&vtote Cfiv, WMetog el TH YAP st én Got OEAEIg Em Goi elvan KOA TH GAAGTPLOL oO € ee Otto KaV TOV ROIS. BEATS HH} Kpaptéverv, papog a éAe1g yop THY KoKLOV HT ivan Kaxtav, GAN GALO TL. la nota 64. ae ee ce respecto a las cosas que Oe i” nuestro poder 0 n de nosotros (cfr. Diatr., 1, 22, 18). _ . eS R. ee 1, 40: «Debemos ser a la vez precavidos y one respecto a las cosas que nosotros no podemos decidir (ta. ee ee ; a), confiados; en las que s{ podemos decidir (te npocape Ke), P a cavidos». Esto conviene meditarlo, pues Epicteto mismo Recut ne : tiene visos de paradoja (ébid.). Un poco antes (36-39) dice eee «L...] piensa que no eres nadie y que nada sabes. Solo esto m stra saber, como no sufras nunca desengafio ni tropiezo. Elereftense ci en pleitos, otros en eee aria en ee task am on oe ir (cfr. Cicer6n (Tusc. I, 30), segtin el cual, \, oon vita commentatio mortis est; en el Fedén ae) pone ou bees de Sécrates (68 a) que «los que filosofan, en el recto sentido ee palabra, se ejercitanen morirs], ti en ser encadenado, tien set pl ee to en tormentos, tit en ser desterrado. Y todo ello hazlo oe Vi oh Ha fidndote de quien te Ilamé a ello, de quien te estimé ae sad puesto [o sea, fiandote de Dios]; ocupando perfectamente “ pl = to mostrards qué es lo que puede un dirigente regen oe gem nikén logikén] frente a las fuerzas ajenas a su libre all fo». 73. O tu propdsito de obrar rectamente (cfr. nota 38) Auk 74. Contra lo que pretendian los epictireos (cfr. nota 16 y me TI, 15, 13). 28 MANUAL CAPITULO XIII No nos importen las criticas y procuremos sélo actuar rectamente] Si quieres progresar,”° soporta el pasar por necio y mentecato respecto a las cosas exteriores,”! nada quie- ras parecer que sabes, y si a algunos les parecieres ser alguien, desconfia de ti mismo.”2 Pues sdbete que no es facil mantenerse en guardia para que tu decisién’3 esté de acuerdo con la naturaleza y, al mismo tiempo, aten- der a las cosas exteriores, sino que quien se cuida de lo uno es totalmente inevitable que descuide lo otro.74 CAPITULO XIV [Quien trata de ser libre cuente tan s6lo con lo que de él dependa] 1. Si quieres que tus hijos y tu mujer y tus amigos vi- van siempre, eres un necio,’> pues quieres que depen- da de ti lo que no depende, y que lo ajeno sea tuyo. Asi- mismo, si quieres que tu esclavo no cometa ninguna falta, eres un loco, pues quieres que la incapacidad”® no 75. 'HM@to¢: stultus, necio, insensato. Diatr., IV, 1, 67: «Pero como quieras que tus hijos vivan a todo trance, o tu mujer, o tu her- mano, 0 tus amigos, ¢depende eso de ti?». Ibfd., 106: «Cuando la fies- ta toque a su fin, salte, aléjate como agradecido y dichoso, decorosa- mente. Da a otros lugar. Que también han de nacer otros, como tti naciste, y, nacidos, habran de tener sitio y casas y sustento. ¢Qué pa- saria silos primeros no se largasen?, :qué les quedaria a los siguien- tes? ¢Por qué eres insaciable? ¢Por qué insatisfecho? ¢Por qué quie- res atiborrar de gente el mundo? —“Si, pero a mi prole quiero tenerla conmigo, y a mi mujer.” —¢Son, por cierto, tuyos? ¢No del que te los da? ¢No de Quien te ha hecho también a ti? De modo que gno deja- rs lo que es ajeno? {No cederds a Otro ms poderoso?» (cfr. I, 12, 24), 76. Kaxta parece tener aqui este sentido; sobreentendiéndose, inclusive, que tal incapacidad debe remediarse con Ia educaci6n o ins: trucci6n y ejercitacion filos6fica. Epicteto no comparte el prejuicio, tan comin en la antigitedad, de que los esclavos sean de naturaleza inferior 0 mala. En Diatr., 1V, 5, 7 dice lo mismo que aqui, pero re- 29 “EFXEIPIAION "Ev St O€ATC OpeyopEvos Un GnotLyyaverv, TOTO dv" vaso. Todto odv doxet, 8 Sivacat. 2. Kupiog Exdotov tori 6 tOv bx Exeivov beAopévov 7 ph GeAopévey Exev tiv EEovotav eic tO nepinorficor H dgedecOan. “Ootic odv ehevGEpoc elvon PovActoa, Lite GeAéto Ti rite PevyetH TI TOV Ex GAAoLG: et dE pr, SovAevew avayKn. KE@AAAION IE Méuvnoo, Sti dc év ovptocia oe det dvaoctpé geodon. Meprpepdspevov yeyove tt Kat& of; Extetvas THY YElpa Kooptwc petdoBe. Mapépyeton; ut) Kdtexe. Odnw Ker; ur EntPorre noppw trv Spek, KAAG mE” pipeve, néxpic dv yEvyton Katé of. ONTO mpos TEKVO., otto mpd¢ yovaika, obtw mpdc apxdc, OdTH mpos TAODtOV: Kal Eon MOTE GELOs TOV BeGv GvENdTHS. "AV 8% Kal TapaATEPevt@V OI [1 AGBs, GAN OnEptdye, TO firiéndolo al hijo y a la mujer: «no pretendas que nunca yerren» (y el mensaje implicito es: més bien corrigelos, y as{ no errardn, no co- meteran faltas. Es absurdo y necio querer que el que no esta instruido obre como el que lo esta, que el ignorante no sea, sin mds, ignoran- : sin ponerle remedio). - 7 Ti deseo es el de progresar en la filosofia: el que suponfamos (al comienzo de los caps. XI y XIII) que tienes tu, lector de este Manual. 78. Osea, el irte instruyendo y ejercitando en ajustar tu conducta normas que aqui se te dictan. 7 = Lo cid equivale a decir que todos, absolutamente todos los que no limiten sus deseos a las cosas que estan en su poder, a los ob- jetos de su propia decisién (prohairesis), y no renuncien a las cosas externas, son, en tanto procedan asi, esclavos. Es la prohairesis (cfr. nota 38) lo que nos hace libres: si se limita a actuar rectamente yen Jo que es su campo —el hombre interior—, nadie puede obstaculi- zarla, ni el emperador ni siquiera Dios (cfr. Diatr., 11, 23, 43; I, 22, 103; «npoaipenrs Kal xpfais Pavtacrdv»; IV, 5, 32; 1, 18, 8: y Herdclito® y sus semejantes merecidamente fueron y se les Ilamé divinos. CAPITULO XVI [Cémo compartir el dolor ajeno] __ Cuando veas a alguien lamentandose en una aflic- cion, ya por la partida®? de un hijo, ya porque perdié lo que posefa, ten cuidado de que la fantasia no te cau- —dice el profesor José Vives— que puede descubrirse una intui- cién, aunque sea confusa y subconsciente, del atributo mas pro- pio y més profundo de toda auténtica divinidad: su soberanfa y su libertad verdaderamente ilimitada e independiente de los hom- bres. Si Dios es Dios, ha de ser absolutamente libre y soberano, no ha de estar supeditado a nada» («El sentido religioso en Homero», Bolet. del Instit. de Estudios Helénicos, IV (1970), 7-18, cit. p. 16). Probablemente Epicteto entenderfa de un modo parecido el ho- mérico ser convidado de los dioses si se le preguntara por el signi- ficado ultrat6pico de la frase, que aqui en concreto significa «ser supremamente libre»: «alcanzar4s la divina libertad del auténtico sabio estoico», 84. Es decir, dominéndolo todo con tu albedrfo, desempefiaras la més propia funcién de la divinidad respecto al mundo: ordenarlo y regirlo sapientisimamente. 85. Didgenes de Sinope fue el mas popular de los filésofos cini- cos y de él se referian innumerables anécdotas (Diég. Laerc., Vi- das..., libro VI); para Epicteto, es Diégenes uno de los modelos de existencia genuinamente filoséfica, por su radicalismo en cuanto a austeridad, sinceridad y conformidad con la naturaleza (cfr. Diatr. M1, 22, 80), . 86. De Herdclito de Efeso habian tomado los estoicos buena parte de su concepci6n del mundo. 87. Anobnpetv significa, propiamente, apartarse o alejarse del te- muro, del pueblo natal, por lo que puede ser también simbolo del mo- rir (cfr. Terencio, Heatontimorimenos, I, 1: halldndose ausente o le- jos, habiendo partido). 33 "EPXEIPIAION 100 Tig EKTOG, GAN edOdc EotH Mpdxerpov Stt «tOTOV OdPer ov td GvUBEeeKds (GAAOV yep Od OAt Pet), HAAG 10 SdyO TO NEpl TOVTOD.» Méxpt Uévtor AdYOU uy SKvet ovpmepipépesOar adTO kdv odto yy, KOA OVV- emotevdEor npdoexe LEVTOL U7) KO Eowdev otevadns. 88. Recdlcase lo ya dicho antes en el cap. V. 89. Cfr. notas 25 y 41. 90. Entiéndase, como anteriormente, la opinién errénea. 91, Evpnepipépecdor obt@, literalmente plegarse o adaptarse a él (lat. ei se ipsum circumferre, ei se ipsum accommodare). 92. Esto es, déndole el pésame; pero s6lo asi, de palabra. 93. Si llega el caso, si la ocasién lo pide. 94. O, lo que es igual, procura que tu dnimo no se conturbe: no pierdas tu calma, tu tranquilidad interior, la imperturbabili- dad, la feliz serenidad de tu espfritu. Diatr., 1, 18,19: «¥ no digo que no sea dado quejarse, pero en tus adentros no te quejes». Se- gan G. Murray (Stoic, Christian and Humanist, Londres, 1946, p. 111), «Aseméjase esto mucho a la doctrina cristiana de la Te: signacién». Y comenta P. Jordan de Urrfes —de quien es también la cita de Murray—: «Epicteto no desconoce los fueros de la car- ne, que es flaca, pero quiere salvar la parte mas noble del hom- bre, su armontfa interior» (Platicas, t. I, p. 91). Segtin Séneca (De ira, Il, 17; De clementia, II, 5), no se ha de confundir la compasi6n o misericordia con la clemencia (véase cémo distingue una de otra y cémo quiere descargar al estoico de las impugnaciones de duro, insensible ante las desgracias, etc.). Lo cierto es que, para el es- toico, suceda lo que suceda, si se enjuician las cosas rectamente, nunca hay que afligirse. Epicteto rechaza la compasién o miseri- cordia (Diatr., III, 22, 13; IV, 1, 4), teniéndola por sefial de debi- lidad del 4nimo, por falta de virtud (II, 21, 5); sélo le parece ad- misible —como también a Séneca— compadecerse de la miseria moral. Lo que ocurre, respecto a la comparacién de Murray con la resignacion, es que la del cristiano de veras va esencialmente unida al amor de caridad, que es precisamente lo que le falta a todo el estoicismo. Para el cristiano, la parte mas noble del hom- bre es, si, como para los platénicos y estoicos, el alma, pero ésta sélo se salva por la gracia divina, que es sobre todo —en vez de orgullosa armonia interior intelectual y autosuficiente— amor a Dios y al préjimo, una de cuyas manifestaciones es lacompasién o misericordia (entendida, desde luego, no como morbosa sensi- 34 MANUAL tive haciéndote creer que los males en que esa perso- na se halla le vienende fuera.*® Mas bien esté en se- guida a punto que «lo que le aflige no es el suceso acae- cido (pues a otro no le aflige),®° sino la opinién acerca del suceso».% Sin embargo, no temas testimoniarle tu condolencia®! hasta de palabra” e, inclusive, si se ter- cia,*? acompajiarle en sus lamentaciones; cuidate, em- pero, de que no gimas también en tu interior.%4 bleria, sino como virtuoso fruto de la caridad con que se aman los hijos del Dios-Amor), El abismo entre la doctrina estoica y la del cristianismo, inmensamente mas humana y sublime, es, en este punto y en otros, infranqueable. Jesucristo «lloré y se conmovié en su interior» (In 11, 35-38). Singular explicacién de este debatido —y denostado— pasa- je es la dada por Ludwig Edelstein (en The Meaning of Stoicism, Cambridge, MA, 1968, p. 3): el sabio no puede fingir simpatfa o condolencia, pues eso es mentir y no le esta permitido. Por otra parte, la simpatfa es necesaria: sin ella, nadie puede ayudar a los demés; cuando uno se siente agraviado, busca simpatia, com- prensién y ayuda. Lo que Epicteto quiere aquf decirnos es distinto de lo que al respecto se le ha solido atribuir: conmiserémonos del otro, asistamosle, como si estuviéramos tratando de salvar a uno que se ahoga en un rfo. Si me quedo en la orilla, no le salvaré; Ten- go que lanzarme al agua, y lo hago asf porque ese desgraciado me importa, porque simtpatizo con él y me doy cuenta del peligro en que se halla, Sin embargo, he de procurar a la vez que no me arrastre la corriente, 0, lo que es lo mismo, no he de identificar- me 0 simpatizar tanto con el que esta padeciendo ese trance como para sumirme también en el peligro, pues de lo contrario nos ahogaremos los dos. He de mantenerme ante todo a flote y con la cabeza clara y los nervios bien templados: para ayudar de veras, no he de perder mi serenidad mientras acttio segtin lo requieran las circunstancias. Y concluye Edelstein: «The Stoic sage, then, is not like the Hindu sage. It is not true that he does good without sympathy for others. The traces of passions, the scars [las cica- trices] as Zeno says SYF, I, fg. 215), remain within his soul. Chry- sippus admits the sarne. Seneca puts it well: “this is not strength if one bears what one does not feel” (De constantia, X, 4). To be sure, the sage overcomes his feelings; he controls them, but he feels nevertheless». 38. ay 8 eee "EPXEIPIAION KE@AAAION IZ Mépvnoo, Sti bmoKprtts el Spdpatoc, olov av GAN 6 SiScoKOAOS Gv pax, Bpaxtog dv paKpov, LLaKxpod: Gv ntwxov dmoKpivacbat cE GA, Ivo. KON TOOTOV EdvOVaS DroKptVIy Av X@AGV, av dpxovTa, av iSidtHV. Lov yep tot’ Foti, 16 S0év VroKpivacbor mpSoOmov KUAGS EKACGaoben F abtO dAAOV. KE®@AAAION IH ETO Kopog Stav pr aloov Kexpaéyn, HN ovvaprat oe H Guinot GAN evOde Siaiper napa ceavtd Koi . Diatr., 1, 29, 41-43: «No tardaré en llegar un tiempo en que los aoe se piensen ser ellos mismos méscaras, cowrnos y pom- posas vestimentas. jHombre, estas cosas las tienes como mae y supuesto! Déjate oir para que veamos si eres actor tragico 0 nee que lo demés lo tienen ambos en comin. Por ende, si alguien le qui ta los coturnos y la mascara y le hace salir al escenario ES su propia figureja, ¢se habr4 acabado el actor 0 seguir existiendo? Como ten- voz, sigue existiendo» (cfr. IV, 7, 13). . re 96. "O BrBdoKOAO (el maestro o preceptor) en) términos de teatro era el director de coro 0 de escena y el que hacia repetir sus declamaciones a los actores hasta que les salfan bien; tareas todas que a menudo desempe: fiaba el propio autor de la pieza, por lo que a este se le llamaba tam! rf ms 97. Convenientemente: segin corresponda a la naturaleza del ‘| personaje. £. Noe stent Hclogads IV, 33, 28: «De las “Charlas suasorias' ae Arriano. Y cuando Arquelao [un rey de Macedonia] mands lana es crates con la intencién de hacerle rico, Sécrates envié a decirle: “En Ate- nas cuatro quénices de harina cuestan un 6bolo, y hay fuentes que nos dan agua”. En efecto, si lo que tengo no me basta, yo si ae ee a lo que tengo, y asf también esto me es suficiente. ¢No ves que Polo tu famoso actor del s. 1V}, al recitar el papel de Edipo rey no ponia mejor la voz ni estaba més a gusto que cuando recitaba el papel de Edipo e: Colono, errabundo y mendigo? ¢¥ acaso el hombre de biense va a mos- trar inferior a Polo, esto es, no va a recitar lo mejor que sepa cualquier papel que la divinidad le haya dado? ¢No tomar4, més bien, por be delo a Ulises, que aun envuelto en andrajos actuaba con tate dee : como llevando el lujoso manto de parpura?» (cfr. Odisea, , 66 S8.). Puede que fuera Arist6n de Quios, discipulo de Zenén, el primero — que compar lo que debia ser el sabio estoico al buen actor teatral, 36 MANUAL. CAPITULO XVI [La vida es un drama en el que el hombre ha de representar bien el papel que sdle asigne] q Acuérdate de que eres actor de un drama que ha- bra de ser cual el autor lo quiera:% breve si lo quiere breve, largo, si lo quiere largo. Si quiere que represen- tes a un mendigo, procura representarlo también con naturalidad;*” y lo mismo si un cojo, si un magistrado, si un simple particular.®* Lo tuyo, pues, es esto: repre- sentar bien el personaje que se te ha asignado; pero ele- girlo le corresponde a otro. CAPITULO XVIII [De nosotros depende el que todos los presagios hayan de sernos favorables] Cuando un cuervo! haya graznado no buen au- gurio,'°! no te arrebate y confunda la fantasfa, sino ilustrando asi la doctrina de la indiferencia: ya se trate del papel de Tersites (el mas feo y ridfculo de todos los griegos que fueron a la gue- 11a de Troya [cfr. Mada, II, 212}) 0 del de Agamenén, lo que hay que hacer es representarlo convenientemente (Didg. Laerc., VII, 160). Sobre el término Stains, cfr. nota 289. 99. Con este otro alude aqui Epicteto a Dios (cfr. Diatr., I, 25, 3), donde el que da instrueciones y el que concede a cada cual lo suyo y pone las condiciones es, en cambio, explicitamente Zeus, Es muy posible que en este bello capitulo del Manual, tan sim- bolico, se inspirasen nuestros clasicos para poetizar sobre El gran tea- tro del mundo y toda la tematica de la comedia humana; asi, princi- palmente Calderén de la Barca es de suponer que conocerfa a Epicteto, por lo menos a través de la version quevedesca. 100. Los romanos llamaban oscines a las aves cuya voz, canto o grito, crefan que era un presagio y que, ensefiéndolas, podfan apren- der a repetir algunas palabras, como ocurre Pparticularmente con el cuervo, la corneja y la picaza (Cicer6n, De divinatione, I, 52, 120: «Ef- ficit in avibus divina mens ut [...] tam a dextra, tum a sinistra par- te canant oscines»; Horacio, Odas, II, 27, 11: «Oscinem corvum pre- ce suscitabo solis ab ortus, y cfr. Varron, VI, 76). 101. Mi) vivo (ominoso, de mal agiiero): literalmente, no con- at ~. »-. - - — . "EPXEIPIAION Sti «Tovtov gpot ovdev Emonpatvetat, GAN a aunts Lov # 1H Krnoerdi@ pov 7 TH SoEapio pov 7 toi téEKvots 7 TA yovarkt. "Epol d& névta odor. on- poiveton, dv eya O&A 6 TL yap av tovtov anoBotvn, ér spot sot dpEANOrvor dx o-T00.» KE®@AAAION 10 1. Avixntog eivor Suvacor, tav etc pndéva. ayOva xataPatvyg, év odk gottv mt col vikfoat. : 2. “Opa urjnote LSav Tivo. TPOTILAPEVOV A eyo. Sve evov H &hAws evdoxipodvta paKaptong, 0nd tS avtactas cvvapracbets. "Ea yap év toi EG Hyiv H ovota Tob Gya00d f, OdtE POdVOS OdTE Cndrotunia yor al Destino, olo«. significa «la voluntad de los dioses» 0 «el Desien seers (lade: XX, 127; Odisea, VII, 197). Al revés que para los griegos, que se orientaban hacia el norte cuando querian nS tar lo que presagiaban las aves, para los romanos, que con ese fin se orientaban hacia el sur, los augurios buenos o felices eran los de los vue- los y cantos percibidos por el lado izquierdo, el de oriente Bers clo® mientras que eran malos los percibidos a su derecha, por el lado de oc- cidente. En cuantoa Epicteto, ya se ve que tanto se le daba de tales agile- ros, porque, en el fondo, en nosotros mismos, en el libre albedrio de cada cual, no pueden afectarnos, que es lo que va adecir acto seguido. “ies 102. Avaiper: divide, esto es, distingue, discierne entre lo que pende de ti y lo que no depende de ti, de tu voluntad. 103. Cfr. nota 67. Sans . Cfr. Diatr., I, 20, 9 ss. ; . ioe une II, 6, 5: «El “avezado a ejercitarse filos6ficamente’ (6 oxovdaioc) es invencible, porque no pelea sino donde es superior en fuerza», Ibid., 1, 18, 20-23: «¢Quién es, entonces, el invencible? Aquél a quien no le desazona nada de lo que no depende de su albe- drio. ¥ hay que ser invencible, no a la manera del asno [no por mera tozudez], sino como un atleta. Paso luego revista a Jas circunstan ancias | vie ee ‘enterando como a propésito del atleta: “Ese salié bien li- | 38 eathes distingue! al momento para contigo mismo yi: «Nin- guno de estos presagios anuncia nada contra mf, sino 0 contra mi cuerpecillo,! 0 contra mi haciendilla, o contra mi honrilla, o contra los hijos, o contra la mu- jer. Para mf, en cambio, todo se augura favorable, si yo quiero; porque, sea la que fuere la que de estas cosas ocurra, de mf depende el sacar provecho de ella».!4 CAPITULO XIX [Despreciando cuanto no dependa de ti serés invenciblemente libre y nada envidiards] 1. Invencible puedes ser si a ningtin combate descien- des en el que la victoria no dependa de ti.!9 2. Mira que nunca, al ver a alguien preferido en hon- ras 0 muy poderoso o de cualquier otra manera bien considerado, le tengas por feliz dejandote llevar por la engafiosa fantasia. Pues si la esencia!® del bien esta en las cosas que dependen de nosotros, ni la envidia ni los celos tienen cabida,'®” y ti mismo no querras ser es- brado de la primera suerte. ¢Cémo le iré con la segunda? ¢Y si hace mucho calor? Y en Olimpia ¢qué?”. Pues exactamente igual en nues- tro campo: Si le echas un dinerillo, lo despreciara. ¢Y qué si una mo- zuela? ¢¥ qué si a oscuras (donde nadie pueda observarle]? ¢Y si le va la honrilla? Y si hay por medio una injuria, qué? ¢Y si un elogio, qué? ¢Y qué si la muerte? Todo esto puede vencerlo. ¢¥ si quema el sol? jEs lo mismo! Tanto como si anda borracho, o deprimido [pe- AayxorGv, melancélico; pedavyzoAta, furor (Cic. Tusc., HI, 5)] 0 en suefios. Este es para mi el invencible atleta». 106. Es decir, nuestras propias acciones rectas, nuestro uso ra- cional de las fantasias al decidir sobre lo que esta en nuestro poder, y este mismo estar en nuestro poder, nuestra libertad, nuestro Dios en nosotros (ctr. IL, 8, 1-2; I, 20, 15): es lo que constituye la esencia o materia (cfr, Didg. Laerc., VII, 150) 0 sustancia del bien (cfr. también TL, 1, 4). ¥ ovoto: tod dya8o8, xpoctpeatc (esencia del bien [es] la prohairesis) es la recta decisién moral, el libre albedrio por cuyo ejercicio somos virtuosos (I, 29, 1). 107. Dependiendo los tinicos bienes verdaderos de nuestras pro- pias acciones rectas, todos podemos ser ricos en ellos, con sdlo que 39 "EPXEIPIAION 1) TPUTAVIC N av kyer: od te adTOS Od GtTPATHYSG, 0 eitee elvan bedtioetc, GAN’ tAevOepos. Mia. S& 6806 MPSS TODTO, KATAPPOVTDIC TOV ovdk é@ tiv. KE@AAAION K 0, Sti Od 6 AOLSOPGv 7H 6 tUNTOV dbBptcer, atiesme TO aes TovTaV ds DBpPLCovtav. oy odv épedion oF tic, 1561, 611 1 OT} OF Sroksivs 10 is xe. Toryapody év mpatoig metp@ bn0 TH spay aas aor Gvvapracbf vor dv yap nak ypdvov Kar dratpiBTs TOXTG PQOV Kpattfaerg OEQvtod. KE®AAAION KA Odvatog Kal Pvy Kol TdVvTO. To Seva. baer va. TPO SPOGALGV EoTH GOL Kad’ Hepa, b 1070, 8E NEVO 6 Odvatoc Kal Odsev OdSENOTE OTE TaNEL vov évOvpnOrjon odte Gyav EnOvpnoets TIVvd<. : ivina chispa del libre albedrfo, por nuestro poder SE eesneds eno ets cons toss iguales en posible riqueza moral. 4 vom ea Hl zaratego era un alto dirigente de algunas chads ae gas en el sistema administrativo del Imperio romano. : mo si dij Famos el gobernador. También puede significar general. 109. Magistrado 0 senador. 110. Diatr., IV, 1, 148 ss. 111. Cfr. Diatr., IV, 4, 39; 6, 9. 40. / Bie 38 280: «Sobre todo, recuerda aquello: que nosotros mismos nos metemos en apuros y en torturas, esto es, ie re oe 4 receres nos atormentan y angustian, Porque, caué es el ser insultat do? Ponte ante wna piedra ¢ inital: més facilmente serds duefio de ti,!!4 CAPITULO XXI [Hay que pensar a diario en la muerte] La muerte, el destierro y todas las cosas que pa- recen terribles tenlas ante los ojos a diario, pero la que mas de todas la muerte,!!5 y nunca dards cabida en tu 4nimo a ninguna bajeza ni anhelards nada en demasfa.!!6 acciones del alma que la vuelvan sérdida e impura? Nada sino sus perversos, desacertados juicios. O sea que: impureza del alma, pa- receres torpes; pureza, en cambio, formacién de pareceres como es debido. Pura es el alma que tiene opiniones cuales han de ser; sola ella es, en efecto, en sus propias acciones clara e inmaculada». Cfr. IIL, 9, 2: «Pues la causa de todo obrar es la enjuiciacion (10 Soyo, “la creencia, el parecer resultante del juzgar”)», \ 113. Cfr. nota 5. 114. O te dominards. 115. Cfr. notas 25 y 72 (Diatr., II, 1, 36-39). 116. Diatr., I, 4, 24-27, Era proverbial entre los griegos lo de Mndév dar (Nada en demasia). 41 "EFXEIPIAION KE®@AAAION KB El giaocogtag émOvpeic, nopacKevrdCov adt6GEv AG KATAYEAAGENGOLEVOS, AG KATUPLMKNGOMEVOV GON MOAOY, Hs Epovvtov bt ody &ti TOOT Eotw atta; MH> SE oddeic OVSap06 Eon, bv év pdvoig elvat tivo dei toig emi Got, ev ol¢ kEcoti cor elvan mhetotov BELO; 2. AAAG cor ol HtAoL &PorOntor Eoovtan: Tt Aéyets tO GPorentor; ody EEovor napa God Keppdtiov; oddE Toh tac Popatov adtods norijoets; tic odv cor eine, St TADtTA TOV Eq Hiv Eotiv, ODXL SE KAAS TPLA Epya; tig St Sodvoar SUvaton Etépe, & pn Exer adtds; 3. —Krijoai otv, onotv, iva fpeic Ex@pev. dad lo eres: a tu propia conciencia no la engafiarés. Y si ante ella, ante ti mismo, puedes juzgarte filésofo auténtico, ¢qué te importan las opi- niones de los demas acerca de si lo eres 0 no? Cfr. Séneca: «Nada quiero hacer yo por lo que piensen otros de mf, sino todo tinicamente para estar a bien con mi conciencia» (Epist., XCVII, 15; De ben., TI, 1, 4; De clem., 1, 13, 3; Phaedra, 162). (Bona conscientia: De ben., II, 33, 3; IV, 12, 4; Epist., XXII, 7; XLII, 5; De clem., I, 1, 1.) (Cfr. Poh- lenz, I, p. 317; IL, p. 158.) ; jQué distinta esta profunda y sincera conviccién de lo que sign- fica y exige el ser de veras filésofo, y la banalizacién, cuando no prostitucién, que hoy padecemos, de este término, convertido en vulgarisima moneda de cambio en la feria de las vanidades! (cfr. Diatr., IV, 8, 23: el ejemplo de Sécrates). 126. Epicteto contrapone aqui —como lo hace constantemente— nuestro personal e intransferible poder decisorio a la impotencia de los demas respecto a nuestro libre querer: nadie conseguira que yo delinca 0 sea malo como yo no quiera. 127. Oni tampoco en lo feo (0 en lo torpe, en el vicio). Mévov to KaAOv dyaOdv (SVF, II, 29-37, 310): «Sédlo lo bello es bueno». Para Jos estoicos, las acciones que corresponden a la naturaleza humana ya la ley racional, al orden del cosmos, son Kod. (bellas), mientras que las que quebrantan ese orden y son contrarias a la naturaleza son napa. gvawv (malas), Kaxd (torpes) y aioxpé (feas). (CEr. Estobeo, Eclogae, 138, 140.) 128. Todavia: ja pesar de cuanto Ilevamos ya dicho yen lo que 44 MANUAL CAPITULO XXIV [Atenerse a lo que depende de nosotros es ser verdaderamente titil a nosotros mismos, a nuestros familiares y amigos y a la patria] 1. No te contristen razonamientos asf: «Me pasaré la vida despreciado y no seré nadie en ninguna parte». Porque si la falta de honores es un mal, no puedes ha- larte en el mal por obra ajena,!2° no més que en lo feo,!?7 ¢Acaso es accién tuya el haber sido elegido para un cargo ptiblico o el ser invitado a un banquete? jDe ningtin modo! ¢Cémo, pues, todavia! es esto la falta de honores? Y ¢qué es eso de que no serds nadie en nin- guna parte tti que slo debes ser alguien en las cosas que dependen de ti, en las cuales te es posible ser dig- no de la mayor consideracién? 2. Pero tus seres queridos estaran desamparados. ¢A qué llamas ta desamparados? ;No recibiran de ti un céntimo?!? ¢Ni les hards ciudadanos romanos?!3° ¢Y quién te ha dicho a ti que sean estas cosas de las que de- penden de nosotros y no, mas bien, obras ajenas? Pero equién puede darle a otro lo que no tiene él mismo? 3. —Adquiere, pues —dice—,'3! para que nosotros ten- gamos. se supone que venimos ejercitandonos! Aqui y en la tres lineas si- guientes se le hace un reproche al principiante: «¢Aun andas asi?». 129. Literalmente, una monedilla (cfr. Diatr., III, 2, 8: dinerillo). 130. El titulo de ciudadano romano le daba a su poseedor mu- chos privilegios y ventajas sociales, por lo que era muy codiciado. En Ja época de Epicteto atin no eran cives yomani todos los hombres li- bres del Imperio, como lo serfan, en/virtud de un decreto, algin tiempo después. Pero el titulo adquirirse, ya mediante in- fluencias ya comprandolo, 0 como premio a ciertos merecimientos publicos en el ambito civil o en el militar. Un procedimiento rapido consistfa en venderse como esclavo a un ciudadano romano, que, a continuacién, con la emancipatio, conferia también la ciudadania ro- mana al reciente liberto (cfr. P. Garnsey, Status and Legal Privilege in the Roman Empire, Oxford, 1970). 131. Aqui es ya otro el que dice, no el que estaba ahora dialo- gando con Epicteto. Este pasa bruscamente a otro didlogo. En el de 45 "EPXEIPIAION —Ei dbvopon KtrjoaoGa THPAV Epavtoy cdr LO- va Kol miotOv Kal peyadd@pova, Seikvve tv 650v Kol KTH OOpOL. EL 8’ sue KEvodte ta GyaOe Te ELAvVTOB anohéoa, Ivar dpleic TH 11) &yoOe mEepitoionobe, Opa te dpeic, TH¢ dvicol tote Kal dyvedpoves. Ti Se Kar PovAcoGe LAAAOV; &pydptov Hj GtAOV MLOTOV Kor OLS1 LO” va; Eig to0t0 obv pot HAAAOV ovAAGUBaveEtE Kal LT, 8 dv droPAOAG adta tata, exeiva pe pdcoev a&Eodte. 4. «AN 4 natpts, Soov én gpot,» pnotv, «&BorOn- toc Eotot.» —Ildaav, notav koi tavtny Bor Geiav; otods ody BEer Sic ot odtE PoAaveia; Kal Ti TOTO; ODSE yep D- nodipata Eyer Sa tov YaAKES. OVS SAG Sid TOV GKD- téa: ixavov b£, tav Exaotog EKTANPHoY TO Eavtod Epyov. Et 5& GAAOV tive adtf Kateoxevales MOALTHV TMLOTOV KOA aLStjpova, Oddev GV AdTIV WoEAEIC; —«Nat.» —OvdKodv Od8t Od AdTOG aVODEATs EV Eins HTH. hace un momento su interlocutor se quejaba de no poder amparar asus seres queridos; a este otro supuesto interlocutor, que mas bien le solicita como amigo, le responder Epicteto a continuacién. Es- tos cortes 0 pasos bruscos se deben, seguramente, a que el texto del Manual lo compuso Arriano a base de porciones recortadas 0 entre- sacadas de la mas extensa redaccién de las Diatribas. 132. Injustos por querer que el sabio sacrifique sus bienes a cam- bio de nada; imprudentes por desear como bienes cosas que no lo son. 133. De la virtud o las virtudes no suele hablar mucho Epicteto, por no darlas de barato con palabrerfas y conceptuaciones (cfr. Dia- iribas, III, 16, 7); pero entre ellas considera muy importante la mag- nanimidad (megalopsykhia o megalophrosyne: Il, 5; 16, 41; 1, 9, 32;1, 12, 30), citandola junto a la andreta también. Y, en general, para Epic- teto, la virtud es la ciencia del vivir (moti un to Biov [IV, 1, 63)). De ahi que parezca mejor traducir aqui por cualidades, aunque con igual sentido. Las otras dos que ha citado son el respeto ola hones- tidad (aiSnnoosvn;: oldrpmv [modestia, reserva, pudor, respeto: respetuoso, honesto, etc.]) y la fidelidad (wiotig: motdg). (Cr. Poh- lenz, I, p.335 y II, p. 165.) Aldds y miotig vana menudo juntas, como constituyendo las dotes principales del buen amigo y del buen ciu- dadano; ambas son la base de la personalidad moral (IV, 1, 161; 13; 5, 14; ¥, 28, 23; I, 4,2; 10, 18; 22, 20; IV, 4, 10). 46 MANUAL. —Si puedo adquirir conservandome a la vez res- petuoso, fiel y magnénimo, muestra el camino y ad- quiriré. Pero si pretendéis que yo pierda mis propios bienes para que vosotros os hagdis con lo que no son bienes, jved cudn inicuos sois e imprudentes!!3? Y ade- mas, ¢qué preferis? ¢El dinero, o un amigo leal y ho- nesto? Mas vale, por tanto, que me ayudéis a serlo y no pretend4is que haga aquellas cosas por las que perde- ria estas mismas cualidades.!33 4. —«Pero la patria, en cuanto de mi depende —dice—, quedara desamparada.» —Una vez mas, ja qué amparo te refieres? ¢No ten- dra por tu medio™ porticos ni termas? ¢Y qué impor- ta eso?!3> Pues tampoco tiene zapatos por medio del he- rrero, ni armas por medio del zapatero, sino que basta con que cada cual cumpla su propia tarea."°° Y si ti le proporcionas algtin otro ciudadano leal y respetuoso, cen nada sirves de utilidad [a la patria]? —«Si [que le sirvo].» —Pues entonces, tampoco tti mismo le habras sido inutil.'37 134. Los ricos contribuian, en ocasiones con largueza, a costear la construcci6n y el mantenimiento de los edificios y monumentos puiblicos; venfa a ser como una obligacién y como algo de lo que po- dian ufanarse. 135. Para el filésofo, que ha de ir al fondo de las cosas, a la-yer- daderamente importante, gqué pueden significar esas obras publicas, por grandiosas que sean, si no son cometido suyo? 136. «¢Haciendo yo qué cosas quisiera que me cogiese la Tiuer- te? Pues, sin duda, haciendo algo humano, benéfico, de ptiblica uti- lidad, generoso. Pero, si no puede cogerme haciendo tan grandes co- sas, al menos eso sf, ejerciendo la interior libertad que me ha sido dada, corrigiéndome yo mismo, perfeccionando mi poder de usar las fantasfas, trabajando por la imperturbabilidad, desempefiando del mejor modo posible mi particular oficio y, si tan afortunado fuere, alcanzando inclusive el tercer estadio de la perfeccién, el de estar se- guro de hacer juicios certeros» (Diatr., IV, 10, 12-13). 137. Al sabio estoico le corresponde ante todo ser util a sf mis- mo y a la humanidad, que es su verdadera patria: el mundo entero. Si ademis le es dtil a la patria chica, al lugar de su nacimiento, me- 47 EFXEIPIAION —«Tiva obv Ea,» pnot, «xapav év Th mdAEL;» — Hv dv Sbvq PvAGTIOV LO TOV TLOTOV KOA O51} hove. Et d& éxeivnv adgereiv PovAdpevos GmoPadeic TAOTO., TL SMEG Av ADTA YEVOLO dvardr¢ KO ATLSTOS amotedeobeic; KE®AAAION KE 1. TpoetiptjOn cov tig év Eotidoer tH Ev MPooayo- pevoer 1 év TO naparngerivan cic ovpPovAtay; et peEV Gya0d txOth sot, yoiper oe Sei, STL EtvxeV adTaV E Keivoc el dé KaKE, [1 &XOOv, ST Od AdTOV OdK ETL 1s WE GO 88, St Od SUvaor pr TAdTE MoLdV mPdG TO THYYaVELV TOV ODK EQ Hiv TOV Low dELodobaL. 2. TGs yap Loov &xerv Svvatar 6 p11) gortav Em OV- PUGS TIVOS TA POITAVTL; 6 LL TApanéeTov TH Napo— NéUNOVTL; 6 LN EnovGv TO Exoavodvt; “Adikos OV Eon Kal dnAnotos, el ut mpoigpEvos taht, dvO’ ov Exeiva TIMpaoKetat, TPoiKa aVTA PovAron Aap” Bove. jor que mejor. Pero su raz6n, particula del Logos universal, sélo es- tard a tono con éste mostrandose ciudadano del mundo. Y se mos- trara asi haciéndose precisamente sabio, honesto, leal, virtuoso: con s6lo cumplir su propia tarea, su propio oficio de ser humano, ya no le habra sido inttil a la patria. 138. O leal y honrado (ai &r ove. [respetuoso, con vergtienza; ho- nesto, pudoroso; discreto y reverente]). (Cfr, nota 133.) 139. Es decir, una vez destruida tu personalidad moral. Puede co- legirse qué pensarfa Epicteto de tantos falsarios y sinvergtienzas de hoy, que se encubren con el disfraz de politicos y aun con el de pa- triotas siendo s6lo, en realidad, mezquinos embusteros y arribistas Avidos de poder y de faciles enriquecimientos. 140. Lo mismo que hacen tantos otros yendo tras los bienes aparentes, tras las cosas exteriores; y de eso mismo que hacen y de Jo que con ello logran va a dar algunos ejemplos a continuacién. Lo de las recompensas encierra ironfa. Literalmente dice: «No puedes ha- certe merecedor [0 digno] de iguales cosas»,y asi la frase es también irénica (cfr. Diatr.,IV, 6, 25). 48 MANUAL, —«Y gqué puesto —dice— tendré en la ciudad?» —EI que puedas, mientras te mantengas a la vez fiel y discreto.'38 Pero si, queriendo serle util, pierdes estas cualidades, ¢de qué le servirfas una vez vuelto desver- gonzado y desleal?!39 CAP{TULO XXv [Las honras y demds bienes externos no se obtienen gratuitamente] 1. ¢Ha recibido alguien mas honores que tt en un ban- quete o en una presentacién publica o en el haber sido admitido a la asamblea deliberante? Si éstos son bie- nes, debes alegrarte de que aquél los obtuviera; y si males, no te apene que tti no los hayas obtenido. Y re- cuerda que, no haciendo lo mismo! por obtener las cosas que no dependen de nosotros, no puedes preten- der iguales recompensas. 2. ¢Cémo puede, en efecto, obtener lo mismo quien no va a menudo a llamar a la puerta de alguien que quien s{ que va?,'4! ¢quien no corteja!? que quien corteja?, équien no elogia que quien elogia? Serds, por tanto, in- justo e insaciable, si, no pagando el precio por el que tales cosas se venden, quieres poseerlas gratis.'3 141. El clientelismo, las visitas incesantes, el sone po- derosos en sus casas y despachos son cosas de siempre. 142. Puede referirse asi, a la vez, a los cortejamientos de nego- cios 0 civiles —séquitos, acompafiamientos, comidas o cenas de tra- bajo que las llaman hoy, etc.— y también a los amorosos. 143. Evidentemente, todas esas cosas cuestan muchos trabajos ytrasudores, Lo que no quiere decir que los valgan de veras. Pero ti, que quieres progresar en la filosoffay estas ya convencido de que por esas cosas exteriores no merece la pena esforzarse y has decidido no hacerlo, sera el colmo que las sigas deseando y que quieras obte- nerlas: que te parezca que gratis y sin esfuerzo si que mereceria la pena conseguirlas! ;Valiente filésofo nos saldrias! 49 "EFXEIPIAION 3. AAAG nooov nimpd&oKovta OptdaxKes; SBoACD, av otto twyn."Av odv TI TPOeHEvOs TOV SBodOV AGBN OpisaKac, od Se pT) mpoepevos Ly AGByg, U1 olov Ehattov ker tod AUPdvtoc, ‘Qc yap Exeivog Exet Opt- SaxKac, otTH od tov SPoAdy, bv OdK EdmKac. 4. Tov adtov 81 tTpdnov Kai évtabea. OV na- pexArOng ge’ éotiacty tivoc; od yap EdmKag TA KaAodvt, S600 THAI TO Seinvov: Exaivov 8 adto nMA€i, Oepanetacs RMAEL. Ads Odv TO SiaPopov, et Gor Avorterei, Goov MMACITAL. El S& KaKeiva BEAEIS LN npotecdar Kai tadto AapP&verv, &ANOTOG el Kot G&PEAtEpOS. 5. Odsev odv eyetg &vTL Tod Seinvov; "Exerc pev odVv TO En Exoavécca todtOV, bv OdK TBEAES, TO [IT dvo.o yéo0o adtob tHv Ent Tig eioddov. KE®AAAION Kg, To PovANpe tic POEMS KaTOLAbEtv EotIV && dv od Stagepspeba mpPdG GAAMAovG. Oiov, Stav GAAOD nosapiov Katecken tO ROTH piov, MPdxerpov EvOdG Ae yew St «TOV yopevov éotiv.» “loOt ody, 6t1, 6tav Kol TO GOV KaTEDYf, TLODTOV Elva oe Sei, OnotoV Ste KOL Td TOO GAAOD KaTEGyN. Otto peTATiBEL KoA Emi TO [Let Cova. Téxvov dAAov TEBVNKeEV H yovi; Oddel EotLV 144, Cfr. Diatr., IIL, 24, 48. El dbolo, sexta parte de la dracma ate- niense; supongamos que a un dbolo era como si dijésemos ahora su- pongamos que a un duro. Epicteto propone un precio muy bajo y ha- bla precisamente de algo tan de poca monta como son las lechugas, para simbolizar con ello la minima valfa de las cosas exteriores. 145. Las lisonjas, zalamerias, etc. 146. Cfr. cap. XXXII, 13. Respecto a los malos tratos, insolen- cias, etc. de los porteros, cfr. Séneca, De const. sap., XIV. 147. Asi pues, la naturaleza piensa y quiere. De formulas como ésta al Deus sive Natura de Spinoza hay poca diferencia. Ysiendo en esencia la naturaleza, para los estoicos, el principio de la concor- dancia, de la paz y la armonia, el acuerdo 0 consenso universal sera claro indicio de acierto, de verdad, de arménica racionalidad, mien- : Es MANUAL, 3. Veamos: {A cuanto se venden las lechugas? Supon- gamos que a un 6bolo.'#4 Si alguien suelta el 6bolo re- cibe las lechugas, y tu, que no lo sueltas, no las recibes; pero no creas tener menos que el que se las lleva. Pues asi como aquél tiene las lechugas, asf ti el 6bolo que no has dado. 4. Dela misma manera ocurre también en nuestro te- rreno. ¢No has sido invitado al banquete de alguien? Es porque no le has pagado al anfitrién el precio por el que vende su comida: la vende a cambio de lisonjas, a cam- bio de una atencién servil. Da, pues, si te interesa, el im- porte por el que se vende. Pero, si quieres al mismo tiempo no soltar aquéllas'*5 y recibir estas cosas, eres insaciable y necio. 5. ¢Es que no tienes nada en vez de esa comida? Pues tienes el no haber alabado a quien no querias y no ha- ber sufrido las insolencias de los que custodian su en- trada.!46 CAPITULO XXVI [Comportémonos en toda adversidad como si esta les sobreviniese a otros] E] designio de la naturaleza se puede conocer par- tiendo de aquellas cosas en que no discordamos unos de otros.'47 Por ejemplo, cuando un esclavito de otro ha roto la copa, inmediatamente estamos dispuestos a de- cir: «Son cosas que suceden».!#8 Sabe, por tanto, que también cuando se rompa la tuya deberds comportar- te del mismo modo que cuando se rompié la del otro. Y aplica esto'#? aun a las cosas de mas gravedad. ¢ muerto el hijo o la mujer de otro? Nadie hay ate 0) tras que los desacuerdos serdn indicio de lo contrario (cfr. Diatr., Il, 11, y véanse las notas 303 y 304). 148. Oa cualquiera puede pasarle, es decir: no tiene importancia. 149. Este precepto. 51 “ETXEIPIAION 8¢ od« Gv elnor St «’AvOpwmivov.» 'AAN Stav 16 od- tod TLvdg dnobavH, EvOdG «Olpol, ThAUC Eye.» “EXpTV SE pepvijodar, ti téoZOpEV MEpl GAAMV adTO &KO- aves. KE®AAAION KZ "Qonep oKonds Npdg TO GnotvxEiv od TLHETAL, odtas Odd KaKOD PUotIs Ev KGOLO YveTat. KE®AAAION KH Ei pév 10 oGpud ood tic EnétpENe TH GDAVTTGAaV— T, HyavaKteis &v- Sti SE od THV -euNv Thy Geavtod énitpémets TH toxSvtL, {va,, dav AovdSoprontat oor, TapaxOf| Exetvyn Ka ovyyvOf, odK aloxsvy tTovtTovD Bvexa; KE®AAAION KO 1. ‘Exaotov Epyov okénet Ta KAONYOUMEVa KoA TO &KOAOVOG AdTOD, KAI ObTtas Epo Ex OTS: el SE EH, 150. O propio es del ser humano. 151, O, més literalmente, de alguno mismo (se sobrentiende: de los que asi hablan). 152. O una esencia del mal, es decir: tampoco hay en el mundo, en toda la realidad, en la naturaleza de las cosas, un mal que tenga existencia propia (independiente de la libre voluntad humana). Cfr. Diatr., I, 29, 1-4: «Esencia del bien, un determinado albedrfo; del mal, un determinado albedrfo. ¢Qué son entonces las cosas exteriores? Materias para el al- bedrfo, tratando las cuales acertard su propio bien o mal. ¢Cémo acer- tard el bien? Si las materias no admira. Pues los pareceres acerca de las materias, cuando son rectos, hacen bueno el albedrio, mas si estan tor- cidos 0 extraviados, malo. Esta ley la puso Dios y dice: Si algtn bien quie- res, tmalo de ti mismo». (Traduccién de Jordan de Urries.) ‘Ibid, I, 1, 17; «Debemos disponer lo mejor posible las cosas que de nosotros dependen, y usar de las demés segiin ellas son. ! al momento: «jAy de mi, qué des- dichado soy!». Y, en cambio, habria que recordar qué padecemos al ofr que igual cosa les acaece a otros. CAPITULO XXVIL [El mal no existe] As{ como no se coloca un blanco para desacertar- lo, asf tampoco se genera en el mundo una naturaleza del mal, !>? CAPITULO XXVIII [Debe cuidarse mds la mente que el cuerpo] Si alguien confiara el cuidado de tu cuerpo al pri- mero en llegar,'53 te indignarias; pero tt, que le confias tu propia mente a cualquiera, para que, si éste te in- sulta, sea aquélla turbada y confundida, ¢no te aver- gtienzas de ello?!54 CAPITULO XXIX [Antes de emprender cualquier accion hay que deliberar atentamente, en especial si se va uno a dedicar a la filosofia}'!>> 1. De cada obra mira sus antecedentes y sus conse- cuencias,'®¢ y sdlo después empréndela. Si no, al co- nisciente y Perfectisima, s6lo quiere el Bien. Mal es, s6lo, que los hombres usemos indebidamente nuestro albedrio y las demas cosas (cfr. Platon, Rep., 379, B15-16, y A.A. Long, «The Stoic Theory of Evil», en Philosophical Quarterly, 18 [1968], 329-343). 153. Oa cualquiera que saliese al paso 0 que se presentara. 154. Cfr. Diatr., 1, 25, 29. 155. Todo este capitulo es igual a Diatr., II, 15, 1-13, con pocas variantes. 156. Esto es, considera sus condicionamientos, circunstancias, 33: 'EPXEIPIAION tiv bev RPaTHV mpoOdpas HEers dite uNdév TOV bEtis évtedupnutvos, Dotepov S dvagavévtwv dvoxepGv twWOv aloxpds &nootHon. 2. @€etg ‘OAD PMO viKoor; Kdyo, vi tods Oe0vc" Kopwov yap got. "AAG OKOmEL TH KOON yOUPEVE. KOL 1G GKOAOVOG KO OSTHS dntOD TOO Epyov. Aei o’ ed- TAKTEIV, GVAYKOTPOELV, ANEXECOOL TEMPATOV, YH vateobor mpds avayeny, ev dpa tetoyévy, Ev Kav- Lott, &v woxeL, Wt woxXpPOv Tivery, HT olvov, as EtvxeV GNAGs Hs LatpG napadeSoxévor ceavtov th Ente rath. Elta év 76 &yOvi napoptooecban, Eott 82 Ste {Epa ExPareiv, oPvpdv OTpPEYo, TOAANY GEOrV KOE TANELV, EGO’ STE HAGTLYWOT| VAL, Kal WETA TOVTOV TAVTOV VIKNOT vo. 3. Tadto émoxeydpevoc, dv Et GANG, Epxov Emi 10 GO dev: el 88 pn, Hg tT MaLdta. dvaotpagron, & vOv pev nodaotas naticer, vOv S& Hovopdxous, vOv SE coAnt- Cet, elta tpaymdet- ob tw Kol od VOV pev GOANTIS, VOV 8E Lovoweexog, eito: pritap, Elta pLAdcOgos, SAN dE TAY 4 ovsév GAN ds MENKOS TAcav Bay, fv dv 1806, LU Kol GAO e& GAAOV cor dpéoKer. OD yop peta oKe wens TAeec Ent ti OSE neplodevouc, GAA elxf Kol Kor TH woxypay EM1Ovptav. requisitos, etc., y sus posibles y probables efectos; en summa: sé pru- dente y precavido, reflexiona antes de actuar. (Se da por supuesto, claro esta, que se trata de las obras 0 tareas de mas importancia, de mayor duracién 0 alcance, y no de las acciones de cada momento, aunque también para éstas sea aconsejable la circunspeccién. Qui- zs fuese mejor traducir aqui Epyov por negocio, como lo hace Jor- dan de Urrfes.) : 157. Seguramente hay aqui broma e ironfa por parte de Epicte- to, que, viejo y baldado, no podfa aspirar a esas victorias fisicas. Por Jo demas, la comparacién de la ascesis filos6fica con los certémenes atléticos, muy cara a los estoicos, llegarfa a hacerse tradicional y co- mtn entre los cristianos como metéfora de Ja vida espiritual (cfr. san Pablo [1 Cor 9, 24-25] y el pasaje [11, 12] del Evangelio segtin san Ma- teo: «Al reino de los cielos se entra por la fuerza, y quienes a si mis- mos se vencen lo arrebatan»). 158. O cuando ocurra, cuando venga en gana, a capricho. 54 MANUAL. mienzo iras animosamente, como nada preocupado de lo que se siga, pero luego, al ir apareciendo algunas di- ficultades, desistiras vergonzosamente. 2. ¢Quieres vencer en los juegos olimpicos? También yo, jpor los dioses!, que es bonita cosa.!57 Mas consi- dera los antecedentes y las consecuencias, y sélo des- pués pon manos a la obra. Tendrds que someterte a dis- ciplina, seguir un estricto régimen alimenticio, abstenerte de golosinas, ejercitarte quieras 0 no en la gimnasia a una hora fija, haga calor o frfo, no beber re- frescos ni vino al albur;!5® sencillamente, te tendras que sujetar como al dictamen de un médico al de tu en- trenador. Luego, en la lucha, el escarbar y arrojarse la arena,!>? dislocarse a veces una mano, torcerse un to- billo, tragar mucho polvo, ser tal vez azotado! y, des- pués de todo eso, ser quizds vencido. 3. Tras haber considerado estas cosas, si todavia quie- res, aplicate a ser atleta. Y, si no, te portaras como los chiquillos, que tan pronto juegan a luchadores de pa- lestra como a gladiadores, ora a trompeteros y en se- guida a comediantes: as{ también tt, ora vas a ser atle- ta, ora gladiador, después rétor, mas tarde filésofo, pero con toda tu alma nada: imitas como el mono!®! todo lo que ves y cada vez te gusta una cosa distinta. Porque a nada te llegaste con reflexién ni habiéndolo considerado en todos sus aspectos,!® sino al azar y con tibio deseo,!® 159. Como ardid de los combatientes, para contrarrestar lo res- baladizo del aceite con que se untaban o, también, para cegar al con- trincante. Otros traducen aqui cavar la arena con los dientes (equi- valente a morder el suelo 0 morder el polvo). 160. Quienes presidian los juegos ordenaban a veces que se azo- tara al atleta que cometia alguna falta. 161. Desde muy antiguo viene pareciendo indigno y degradan- te que un hombre se asemeje a un simio y se convierta en mono de imitacion. 162. También decimos darle muchas vueltas al asunto querien- do significar que lo meditamos, que reflexionamos sobre él. 163. Yoxpav émdvpiav: deseo frio, sin calor, tibio (cfr. nota 1). 55

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