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Hilda Sabato (1989)

CAPITALISMO Y GANADERIA EN BUENOS AIRES. LA FIEBRE DEL LANAR 1850-1890

Introducción

Hacia mediados del siglo XIX, el panorama que mostraba el país era de un conjunto de economías regionales de orientación centrífuga,
con sociedades con aspiración de autonomía e identidades de arraigo local. La guerra que sobrevino a la caída de Rosas parecía el preludio
de una fragmentación definitiva, pero esto no se dio así, y el camino que siguió fue el de la reducción a la unidad, hasta su consolidación
en 1880. El Estado central fue la materialización del triunfo de un orden que tenía como contracara el “progreso”: el crecimiento
económico, la expansión de la producción y el comercio exterior, el aumento de su población. De esta manea se sentaron las bases de un
nuevo orden social y económico que consolidaría a la Argentina en el papel de proveedora de materias primas y receptora de capitales,
manufacturas e inmigración. Este es el período donde se van delineando las condiciones de conformación de una economía y una sociedad
capitalistas, son los años de afirmación y aceleración del proceso de acumulación capitalista, que encontró en la economía lanera de la
Provincia de Buenos Aires su punto de partida. Durante más de 40 años la lana ocupó el primer lugar entre las exportaciones argentinas,
asegurando al país su inserción plena en un mercado mundial gobernado por el libre cambio y las ventajas comparativas. Esta producción,
ahora la más dinámica, había desplazado al vacuno.
Es preciso hacer una breva caracterización del capitalismo en la Argentina en la etapa inicial de la expansión. Se parte de la existencia de
una renta diferencial internacional a favor de la Argentina, consecuencia de sus ventajas comparativas para producir bienes primarios
exportables. La lana fue el primer producto exportado de manera sistemática bajo estas condiciones favorables. Pero es sobre todo
importante tener en cuenta también, además de la renta diferencial, los problemas que plantea la organización de la producción y el
comercio en esta economía exportadora en expansión. En este sentido los años 1850-1890 fueron decisivos en el camino que llevará a la
Argentina a colocarse como “granero del mundo” en el período posterior, fue la etapa de consolidación del capitalismo. A su vez fue en
Buenos Aires, la etapa de la conformación del mercado de tierras, durante el cual se completa el proceso de transferencia de tierras
públicas a manos privadas, se consolido la propiedad privada y se expandió la frontera; del mercado de trabajo (conformación de fuerza de
trabajo libre); y de la consolidación de una clase terrateniente capitalista, que combinaba la propiedad de la tierra y la organización
capitalista de sus empresas.
El principal estímulo de esta expansión radicaba en el escenario internacional, en el impacto del mercado mundial en la organización de la
producción rural. Especialmente en la afluencia de capital extranjero, que se canalizaba a través de dos rubros: préstamos a gobiernos y
construcción de FFCC. Y jugaron un papel importante la ampliación de los circuitos comerciales y financieros. El trabajo de Sabato está
centrado en la formación y funcionamiento del mercado de tierras y el mercado de trabajo, en las características y en la organización de las
empresas productoras de lana, y en la redefinición y ampliación de los circuitos comerciales y financieros que operaban alrededor de la
producción y exportación de lanas. Se deja de lado el papel del Estado en ese desarrollo (eso lo agarra Chiaramonte) o el de las
características que va adoptando la estructura social.

1- La cría de ovejas en Buenos Aires


Los comienzos

A pesar del lugar marginal que ocupaba la cría de ovejas en la primera mitad del siglo, hacia finales de la década del ’20 y durante las dos
siguientes, se inició una tarea pionera en ese campo cuando algunos estancieros -en su mayoría extranjeros- importaron de Europa
animales de raza para cruzarlos con sus criollos. Estos extranjeros que habían prosperado en alguna actividad mercantil o financiera,
buscaban invertir su capital en la producción, y la cría de ovejas era atractiva pues requería escaso capital inicial y no estaba monopolizada
por estancieros locales. Muy pronto el mercado internacional comenzaba a abrirse a las materias primas de estos nuevos territorios para el
mercado europeo. La participación de este sector en las exportaciones creció gradualmente, hasta que a mediados de siglo el ovino
comenzó a desplazar al vacuno del lugar de preeminencia. Sin embargo se debía hacer frente todavía a muchos problemas: os rebaños
estaban constituidos por ovejas sin mestizar, de tipo primitivo, cuya alana no era apreciada en calidad. Además, existían problemas de
escasez de brazos, y los problemas de índole política y bélica que afectaban a la comercialización de los productos. La naturaleza aportaba
una cuota en los problemas con las sequías e inundaciones. En este primer momento se comenzó por industrializar el sebo y se
comercializó localmente la carne.

La primera crisis y la gran expansión

Durante la década del ’50 la ganadería ovina seguía expandiéndose y el mestizaje avanzaba con rapidez, mientras se incrementaba la mano
de obra disponible y se introducían mejoras técnicas en la producción, a la vez que se agilizaba el aparato de comercialización. Pero este
desarrollo pronto sintió los efectos de su estrecha vinculación con el mercado internacional. El primer impacto fue en 1857-8 provocado
por la retracción de Rusia del mercado: los precios subieron, los criadores rioplatenses respondieron expandiendo la producción, pero

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pronto los precios volvieron a caer al retornar Rusia a su papel de primer proveedor. Pero en 1865 se produce el boom lanar (fiebre del
lanar) debido a que a partir del ’62 la demanda creció generando fuertes ingresos. Los circuitos financieros y comerciales eran ya
eficientes, mientras mejoraban las redes de transporte, disminuyendo los fletes. La presencia de vascos, irlandeses, franceses y escoceses
aseguraban la mano de obra (farmers). Además esta industria rendía altos beneficios, por lo que atraía capitales tanto privados (estancieros)
como el propio Estado que canalizó fondos hacia la región, en caminos y FFCC, así como combatió al indígena. El Estado contribuyó tanto
directa como indirectamente al desarrollo de la actividad lanera: si bien los gravámenes de exportación se incrementaron, se mantuvo una
moneda depreciada que servía a los sectores exportadores en general. Más específicamente se otorgó asistencial legal y financiera para
promover la introducción de animales de raza. En estos años de dictó el Código Rural que contribuyó al ordenamiento social de la
campaña, mientras los estancieros comenzaban a organizarse sectorialmente como grupo, lo que quedó expresado en la Sociedad Rural
(1866). En sí reinaba en esta época el oportunismo.

Una crisis sin parangón

La gran crisis golpea de lleno a este sector que va a ser el más afectado. Escasez de circulante y la valorización del peso afectarán
negativamente. A ello se sumaba una crisis comercial internacional resultado de la sobreproducción, los precios de la lana cayeron, así
como cayó el ritmo de crecimiento de las exportaciones argentinas. Además el sector lanero sufría serios problemas internos, pues el
aumento de los rebaños del período anterior no fue acompañado por una expansión equivalente de la frontera, y los campos se
sobrepoblaron. La Guerra del Paraguay también afectó la oferta y el precio de la mano de obra, pues los hombres eran reclamados en el
frente, aunque los efectos no fueron tan negativos pues aprovisionar el ejército se convirtió en un gran negocio. A estas dificultades que
afectaron al sector ovejero, los estancieros consolidaron su organización como grupo de presión a través de la Sociedad Rural. Algunos
comenzaron a criticar al liberalismo económico imperante en Buenos Aires y a proponer medidas proteccionistas para promover el
desarrollo de la agricultura y la industria para estimular la diversificación de la estructura productiva. Pero esta crítica fue coyuntural y los
proyectos (como el de la creación de una fábrica de paños) no prosperaron porque siempre defendieron los intereses de la campaña. Hacia
fines de la década la situación comenzó a mejorar para el sector exportador, pero el optimismo ya no era el mismo.

Un período de moderada expansión

En los ’70 el sector siguió en expansión aunque expuesto a los altibajos de su dependencia al mercado internacional, como de los
problemas locales. En 1873 nos encontramos con una nueva crisis acompañada localmente por una larga depresión: el precio de los
productos había caído en el mercado, se contrajo el crédito y reinó la usura. Hasta que la década del 80 se muestre como promisoria pues
los precios volvían a subir, la producción y la exportación crecían, y se consolidaban las estructuras para el desarrollo del capitalismo en
Argentina. Luego de tres décadas de desarrollo, la actividad había alcanzado su madurez con la organización de un aparato productivo y de
una red comercial y financiera que respondía a sus necesidades. A pesar de todo era un sector estructuralmente muy vulnerable por su
dependencia casi total a un oscilante mercado mundial. Si bien siguió siendo el principal ramo de exportación de la provincia, a partir de
los `80 la estructura agraria de Buenos Aires experimentó cambios decisivos como el surgimiento de la estancia mixta (agricultura y
ganadería vacuna) que desembocaron en la declinación de la cría de ovinos y en el desplazamiento a zonas más alejadas del puerto (como
Tandil) a la zona sur de la provincia.

2- La tierra
La era de Rosas

Luego de 1810 la tierra era un recurso abundante en Buenos Aires, más de la mitad del territorio actual no tenía ocupantes legales
propietarios o enfiteutas. La expansión ganadera y la cuestión de la frontera impulsaron al Estado provincial a ensayar políticas respecto a
la tierra. Así con el propósito de fomentar el asentamiento de la población en las áreas de frontera, ya en 1817 el Directorio había
entregado tierras públicas en esa región. Paralelamente se adoptaron medidas tendientes a definir los límites de las propiedades creándose
la Comisión Topográfica en 1824 y dictándose leyes que obligaban a los dueños a mensurar sus campos. Ya estaba entonces la primera ley
provincial de enfiteusis, que establecía que las tierras públicas no podían ser vendidas pero si arrendadas por períodos largos de 20 años.
Se trataba en este caso de que la tierra pública pasara a manos privadas pues el gobierno necesitaba la tierra como garantía para un
préstamo que estaba negociando en Londres y esperaba el ingreso de los enfiteutas. Cualesquiera que hayan sido las motivaciones de la
enfiteusis, esto contribuyó a la concentración en manos de grandes ganaderos y especuladores que acumularon permisos y más tarde
compraron la tierra a precios muy convenientes. Durante la administración rosista, la ganadería experimentó una expansión sin
precedentes. Los riesgos del mercado mundial para estos productos hacían que esta explotación sea de carácter extensivo, que requerían
bajas inversiones en tierra y tecnología. Esta sed de tierras encontró rápida respuesta del gobierno de la provincia, al poner la tierra pública
a disposición de los estancieros mediante una sistemática transferencia a través de la venta o de la donación en calidad de premios,
pensiones, u otras formas de recompensa. Soldados y empleados a quienes se entregaba el derecho de apropiarse de extensiones de menso
de una legua cuadrada, en general vendían su parte y como resultado la propiedad fue concentrándose en pocas manos. La concentración
de la tierra y la expansión del latifundio fueron el corolario de estas medidas.

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Cuatro décadas de transformación

Hacia mediados de siglo comienzan a operarse grandes cambios en la estructura productiva de la provincia y en la estructura de la
propiedad, y la tierra fue sujeto y objeto de esa transformación. A partir de entonces se produjo una apropiación efectiva de grandes
extensiones de tierra, una transferencia de la propiedad. Por otra parte, ocupar un pedazo de tierra, que en las primeras décadas del siglo
había sido fácil, barato y viable para muchos, se fue haciendo más difícil, limitándose de manera gradual pero sistemática. Si bien se
expandió la ganadería y hubo transferencia masiva de tierras, hacia finales de los ’40 Buenos Aires sólo estaba parcialmente ocupada.

La tierra Pública

Desde la caída de Rosas cualquier debate referido a la política de tierras implicaba profundas cuestiones que tenían que ver con el modelo
de país a que aspiraba la elite. A pesar de que había diferencias en este punto, los resultados muestran la continuidad de las
administraciones en favorecer la propiedad privada de la tierra, y quienes consideraron el arrendamiento lo hicieron como un paso natural a
la propiedad privada. Los miembros de la elite estaban convencidos de la necesidad de promover el asentamiento de población, en especial
inmigrante, en las áreas rurales promoviendo programas de colonización. Pero la especulación y la gran propiedad fueron el corolario de
estos 40 años en la historia de Buenos Aires. Y esto fue así porque la tierra era un recurso importante que se usó, mediante arriendo, venta
o hipoteca, para atender las necesidades fiscales. Hacia 1880, la mayor parte de la tierra pública había sido enajenada para beneficio de los
grandes propietarios y de los especuladores, quienes concentraron en sus manos enormes extensiones (la propiedad era parte integral e
inseparable de la empresa ganadera; este modelo se consolidó en los años de expansión lanar). Los instrumentos legales por los que se
llevó adelante esta transferencia fueron disposiciones y leyes sancionadas por el gobierno entre el ’57 y ’78.

Los precios de la tierra

Los criterios que prevalecieron en relación con la valuación de la tierra pública estuvieron relacionados a la distancia respecto de la ciudad
de Buenos Aires, si estaban dentro o fuera de la línea de frontera, su calidad, los precios en función de las necesidades fiscales. Las tierras
privadas variaron su precio de acuerdo a la distancia de los mercados, calidad, ventajas naturales, inversiones ya efectuadas, etc. Lo cierto
es que con todo ello no fue posible construir una serie uniforme de precios, pero lo que se advierte es que el alza de éstos fue importante,
pues se valoró con la inserción al mercado mundial, la expansión de la producción y el comercio en la era del lanar. Hubo una presión
sistemática sobre la tierra que elevó los precios.

La estructura de la propiedad

Cada vez más la propiedad privada se convirtió en condición de apropiación, y fueron desapareciendo las posibilidades de ocupar un
pedazo de tierra sin títulos legales que acrediten su propiedad. Antes de la expansión del lanar, la ganadería vacuna desarrollada en forma
extensiva requería grandes superficies para ser redituable, por lo que para 1836 las propiedades tendían en general a ser parejamente más
extensas que en las décadas posteriores. Con el advenimiento de la cría de ovejas era posible montar explotaciones rentables en
extensiones bastante menores, y muchas empresas funcionaron de esa manera. Sin embargo la gran propiedad no sólo no desapareció, sino
que también se desarrolló en este período como resultado de un sistema de producción que seguía privilegiando el uso extensivo de la
tierra y del resultado de un rápido proceso de acumulación de capital por muchos estancieros, generando inversión en tierras. De esta
forma, aunque la cría de oveja podía desarrollarse en pequeñas extensiones, el aumento de tierra permitía mejores resultados aún.

Y la tierra fue privada

Proveedora de los principales productos de exportación para el mercado internacional, entre el ’40 y el ’90 la provincia de Buenos aires
cumplió un papel decisivo en una Argentina en profunda transformación. La ganadería ovina se transformó en la principal actividad
económica a medida que la exportación de lana crecía. La tierra no fue ajena a estos cambios. Del desierto de las primeras décadas, donde
las tierras eran fiscales, se paso hacia el esfuerzo sistemático del Estado para asegurar su apropiación y la incorporación al uso productivo
en el segundo tercio del siglo, consolidando la propiedad privada. Así la tierra fue privada, gradualmente. Un recurso que fue abundante y
barato hasta los ’30, se fue haciendo cada vez más caro y escaso. Muy pronto esto contribuyó a la subdivisión de la propiedad a medida
que los precios trepaban y el latifundio fue disminuyendo a favor de las explotaciones medianas. Sin embargo el patrón de tenencia y la
estructura sigue siendo en 1890 la explotación de tierras extensivas.
(Hipótesis) El monopolio inicial de la tierra y la posibilidad que tenían ciertos grupos de acceder a ella a bajo costo influyeron de manera
decisiva en la forma en que se organizó la producción ovina, de manera tal que el patrón de acumulación privilegió el uso del factor tierra
y dio lugar a una lógica empresaria particular, que perseguía no sólo la obtención de ganancia sino también la obtención de renta. Por ello
la subdivisión llegó a un límite y siempre se mantuvo el predominio de la explotación extensiva.
Para 1890 el desierto se había transformado: la tierra ya no era del Estado y no estaba despoblada. Los propietarios se había multiplicado y
sus propiedades eran más pequeñas que en 1836. La tierra había cambiado de manos, aunque la distribución era más desigual. La
subdivisión y la concentración habían sido el resultado de los últimos 50 años.

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3- Los trabajadores
El período posrevolucionario

Estancias extensas, habitantes dispersos, ganado semisalvaje, era el estado de la campaña de Buenos Aires antes del ’50. La ganadería
extensiva era la única actividad de significación y pequeños puestos diseminados a lo largo de la provincia atendían las necesidades
comerciales. La escasa actividad agrícola se practicaba en las estancias para autoconsumo por lo que para el consumo interno la harina se
importaba. Pero este cuadro no iba a quedar inmóvil. La escala extensiva de la producción requería la ocupación de nuevos territorios, y se
extendió la frontera hacia el sur donde hombres y ganado comenzaron a fluir. El ordenamiento productivo de la campaña se basaba en la
estancia, que es considerada una empresa donde la mano de obra asalariada predominaba; contaba con un personal permanente (peones,
capataces) y contrataba trabajadores ocasionales para la realización de tareas específicas (como la marcación o la doma). La estancia
ganadera no desapareció en la segunda mitad del siglo XIX, aunque su importancia declinó en las áreas del predominio del lanar y fue
siendo relegada a zonas fronterizas.

La mano de obra en las estancias ovinas

Hacia mediados del siglo comenzó a producirse un cambio en la estructura de la producción; gradualmente se establecieron estancias
nuevas dedicadas a la cría de ovejas, mientras muchos viejos establecimientos también se volcaban a esa actividad. Esta transformación
tuvo sus efectos: generó una gran demanda de mano de obra por el crecimiento de los rebaños, esa nueva actividad exigía cambios en la
calificación y nuevos oficios por funciones muy diferentes de las de la anterior producción (mestizaje, organización de la esquila, curar la
sarna, el pastoreo, etc.); generó cambios en el orden interno de la estancia que se hizo aún más estricta en cuanto a calendario de
actividades, y era imprescindible que los puesteros se quedaran en su lugar de trabajo de manera permanente; y por último generó
estacionalidad en la producción y en la demanda de mano de obra, pues si bien requería un número creciente de trabajo permanente de
rutina en la estancia, exigía anualmente en la temporada de esquila un número mucho mayor de brazos. O sea, hubo un contexto de
expansión y transformación de la demanda. Pero la pregunta es cómo se resolvió el problema de la oferta de mano de obra.

La estructura de la población

Teniendo en cuenta los datos de los censos nacionales de 1869 y 1895, y los provinciales de 1854 y 1881 vemos que la población de la
provincia creció de forma sistemática, mientras se expandía a las tierras recién incorporadas. Un factor muy importante de este crecimiento
había sido la inmigración, italiana y española, y en menor medida inglesa y francesa. A lo largo del período la población rural fue
adquiriendo gran peso al desarrollarse centros importantes como Chacabuco, Chivilcoy y Suipacha. Los efectos de la inmigración eran
claros, pues había proporciones cada vez mayores de hombres en edad activa. En esta etapa las ocupaciones relacionadas con actividades
rurales representan un 23% de la población activa, el grupo más numeroso era el de jornaleros y peones rurales. Esto nos sirve para
analizar la mano de obra involucrada en la cría de ovinos.

La oferta de mano de obra

A pesar de la expansión y dispersión de la población todavía existían graves problemas con la escasez de mano de obra. Ocurre que buena
parte de los potenciales asalariados gozaba todavía de formas alternativas de subsistencia que impedían su participación en el mercado de
trabajo (su conchabo). Para el poblador rural no era necesario trabajo en forma permanente y recurría solo ocasionalmente a ofrecer su
fuerza de trabajo a cambio de un salario. Sin embargo este hombre no es un campesino inscripto en una economía de autoconsumo. En esta
etapa de expansión sin precedentes con la exitosa incorporación de la provincia como productora de lanas para el mercado mundial, este
problema se hizo más grave. Era necesario crear una oferta estable y disciplinada de fuerza de trabajo, por lo que se contó en Buenos Aires
con dos recursos fundamentales: atraer a ese trabajador local no incorporado, y a la incorporación de trabajo por la inmigración. Con
respecto a los Vagos y Malentretenidos el disciplinamiento laboral y social de la población de la campaña fue una de las principales
preocupaciones de los propietarios y del Estado de Buenos Aires. No era solamente una cuestión de conseguir peones para un trabajo sino
sobre todo de mantenerlos, de que no abandonaran su tarea (los estancieros se quejaban de las deserciones). Para atraerlos muchas veces
los estancieros adelantaban dinero a los trabajadores. El adelanto era un incentivo que se ofrecía para atraer mano de obra, más que una
forma de endeudarlo. El ocupar tierras sin dueño aparente y robar y mater ganado para uso personal o venta, esas violaciones a la
propiedad privada, eran prácticas habituales. Por ello se intentó coartar estos medios de subsistencia alternativos al trabajo asalariado con
medidas de control y represión, como la imposición de la papeleta de conchabo y del pasaporte y efectivizar el control policial en la
campaña. Donde no hubo acuerdo entre los propietarios fue con respecto al sistema de leva, pues muchos estancieros veían a ese sistema
perjudicial en tanto que competía con el Estado por esa fuerza de trabajo. Desde el Estado no se trataba solamente de apoyar esas
demandas, sino también de ejercer el control social sobre la población del territorio; la imposición de la ley y el orden se convirtió en un
objetivo central de las administraciones. Pero el orden que se quería imponer resultaba decisivo cuando se trataba de organizar el ejército.
Desde la revolución fue una cuestión obligada mantener un ejército casi permanente, cuyos miembros se reclutaban entre la población
rural. Estas levas afectaban entonces a esos potenciales trabajadores de la campaña. Existe una contradicción entre las necesidades de una

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mano de obra que plantea la economía rural en expansión y los requerimientos de hombres para el ejército, contradicción que encontró una
solución parcial en la legislación sobre vagos y malentretenidos, que buscó disciplinar mano de obra y proveer hombres al ejército
amedrentando al trabajador y castigando al marginal. Así se definía como vago a quien carecía de propiedades o de un trabajo estable,
pasible de ser arrastrado a servir al ejército. Las disposiciones exigían la papeleta de conchabo y pasaportes, y se erigieron como los
principales mecanismos de contra, social y laboral, de la población. Esa papeleta debía ser llevada siempre, incluso en el paso de un
partido a otro, y debía estar firmada por el empleador y el juez de paz, y renovada trimestralmente. Durante el período rosista, Sábato
afirma que la legislación se aplicó efectivamente y que la opción era el trabajo asalariado, el frente o simplemente la decisión del juez de
paz. (Pero esto no es así según Ricardo Salvatore, pues existieron otros mecanismos mediante los cuales los trabajadores expresaban sus
reclamos y tomaban decisiones).
Con Urquiza estas medidas continuaron en vigencia, aprobándose nuevas disposiciones entre el ’53 y el ’58, hasta que se dicta finalmente
el Código Rural que regula los derechos de propiedad, la relación entre terratenientes, la organización de la policía rural y la vinculación
entre empleador y trabajador, definiendo derechos y obligaciones, estableciendo un control del comercio. Pero a medida que cambiaba la
estructura socioeconómica de la campaña, las disposiciones entraban en contradicción. Ahora la misma dinámica de la economía lanera,
que exigía mano de obra estacional y ocasional y que se beneficiaba con trabajadores que pudieran trasladarse donde fueran necesarios, era
impedida porque el pasaporte significaba una limitación a la movilidad. En 1870 el Código Rural se modificó y en el ’73 se abolió el
requisito del pasaporte, pero había que esperar hasta el ’80 para que el reclutamiento al ejército fuera por sorteo. Con respecto a los
inmigrantes, fue hacia fines de los ’40 que comenzaron a llegar irlandeses, escoceses y vascos atraídos por las tierras, y llegaron en el
momento justo cuando la expansión de la cría de ovejas requería de esa mano de obra confiable. Desde el comienzo los estancieros de
origen europeo (que son los que comenzaron con esta actividad) emplearon inmigrantes como administradores y mayordomos, así como
prefirieron a esos pastores pues eran la mano de obra ideal, pues muchos eran calificados, y los que no rápidamente aprendían en busca de
progreso. Además, por ser extranjeros, estos trabajadores estaban eximidos de las levas, por lo que los estancieros podían estar seguros de
no perder a sus peones en épocas de reclutas. En esta región predominaban los inmigrantes españoles e italianos que se dedicaban al
comercio o a las actividades agrícolas; los franceses se ocupaban de oficios urbanos de tipo artesanal; los vascos se ocupaban en saladeros
y cría de ovejas; los alemanes y suizos se concentraron en colonias; y eran los escoceses e irlandeses los que se inclinaban a la cría de
ovejas. La inmigración temprana, la que llegó con la expansión del ovino, fue en general de carácter espontáneo y resultaba de los
contactos personales que se establecían entre los futuros inmigrantes y quienes residían (cadenas). Los que probaron suerte en el Río de la
Plata con la cría de ovino muy pronto encontraron beneficios. Con el aporte de inmigrantes y trabajadores locales (canalizados por
distintos mecanismos) se constituyó una oferta estable y disciplinada de fuerza de trabajo que atendió a la demanda creciente del sector
lanar en expansión.

Formas de contratación de la mano de obra

El trabajo asalariado predominaba en la provincia, aunque se presentaba bajo distintas variantes y coexistía con otras formas de relación
entre capital y trabajo. Pueden identificarse tres tipos en la actividad pastoril: el trabajo asalariado, la aparcería y el trabajo familiar.

a) Trabajo asalariado

Esta era la forma más difundida para el empleo de la mano de obra, donde el trabajador era contratado por el patrón para una tarea, durante
una temporada o de forma permanente, a cambio de un salario, parte en dinero y parte en especie (comida, techo, vicios). Distintos tipos de
trabajadores se empleaban bajo este sistema en la estancia ovina. Por ejemplo, el peón, al cual se le extendía un contrato por sus servicios,
por el cual se establecían las condiciones de empleo. Éste debía vivir en la habitación provista por el empleador y trabajar las horas que
fijaba el contrato. Los estancieros contrataban a los peones de manera permanente para trabajar en las tareas más generales del
establecimiento, pero con mayor frecuencia los empleaban de forma temporaria para tareas específicas, pues la cría de ovejas era una
actividad con picos estacionales muy marcados, durante los cuales se requería de mano de obra adicional (como castración, esquila, etc.).
Durante la temporada alta en la campaña, todos los recursos humanos disponibles en la región se utilizaban durante los meses de octubre a
enero; como por ejemplo la mano de obra migrante de otras provincias que llegaban para la temporada. La esquila ocupaba todos los
brazos disponibles en el establecimiento, además de los contratados especialmente. En el caso de las explotaciones familiares, ocupaban a
toda la familia y en ocasiones algunos contratados y farmers vecinos para ahorrar en el número de asalariados. Cada temporada la campaña
era invadida por miles de hombres, que en grupos de quince o veinte, formaban comparsas de esquiladores y recorrían las estancias de la
región. Estos grupos (cuadrilla) estaban conformados por el atador, el envellonador, el cocinero, el afilador de tijeras y los esquiladores.
Los que participaban de estas tareas de esquila, eran incluidos en la categoría general de peones, que cuando terminaban su tarea se
disolvían en la multitud de jornaleros, conchabándose en otras tareas o buscando formas alternativas de subsistencia. Muchos de estos
esquiladores eran argentinos que provenían de Córdoba o Santiago del Estero, y las comparsas muchas veces incluían a mujeres que se
destacaban por su prolijidad en la esquila. Cuando la temporada concluía, algunos trabajadores se quedaban en la campaña cumpliendo
trabajos diversos en las estancias, que siempre requería de mano de obra adicional (demarcación de estancias, zanjeado, o curación y
castración de ovejas), otros volvían a sus provincias empleándose nuevamente o viviendo del ahorro obtenido del alto jornal ganado en la
esquila. Entre los trabajadores permanentes, los puesteros estaban en una categoría más alta que los peones. Los puestos eran habitaciones
esparcidas en distintos puntos de la estancia, con sus corrales y un terreno para el cuidado de la majada, y corre por su cuenta las provistas.

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Argentinos, irlandeses, escoceses y vascos parecen haber predominado entre los puesteros a sueldo de la provincia. En el orden interno de
la estancia, los capataces estaban a cargo de dirigir el trabajo de peones permanentes y temporarios, así como controlar a los puesteros y
supervisar el trabajo en el establecimiento. A ellos también se les paga un salario mensual. La situación era diferente para el mayordomo,
representante personal del estanciero que tenía control sobre todo lo que acaecía en el establecimiento; éste era un trabajo muy
especializado y bien remunerado en el cual se prefería al inmigrante. No poco del ellos se convirtieron en prósperos empresarios del lanar.
Pero los capataces y mayordomos conformaban una pequeña porción de la fuerza de trabajo empleada en las estancias; el grueso de los
asalariados lo conformaban peones permanentes, jornaleros y puesteros. Sus salarios en moneda no siempre eran pagados en efectivo ni a
intervalos prefijados. Con frecuencia el estanciero abonaba con vales que debían canjearse por mercaderías en un almacén determinado,
donde el estanciero gozaba de crédito permanente. En las décadas anteriores al ’80 era opinión generalizada que los salarios eran altos en
la Argentina comparados con los que se pagaban en otras partes del mundo, y la cría de ovejas era la mejor remunerada. Los primeros años
del ’60 fueron florecientes para la actividad pastoril, y los trabajadores resultaron favorecidos por el alza sostenida de la demanda de
trabajo, resultado de la expansión de la producción. Este crecimiento se manifestó en un incremento en los salarios pagados en moneda.
Estos niveles se mantuvieron por la Guerra del Paraguay, las epidemias de cólera y fiebre amarilla, los conflictos internos y el reinicio de
las campañas al desierto que continuaron cobrando su cuota de fuerza de trabajo potencial. El nivel de salarios es uno de los diversos
aspectos vinculados al tema de la reproducción de la fuerza de trabajo, y tiene dos caras. Por un lado, los salarios altos pueden contribuir a
incrementar la oferta global de mano de obra (inmigrantes como golondrinas); por otro, si esto se combina con condiciones de fácil acceso
a los medios de producción, puede obstaculizarse el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo, dando lugar a que los trabajadores
potenciales puedan encontrar el camino de la autonomía. En el período estudiado estas condiciones existieron en las primeras décadas de la
expansión lanar, era posible alcanzar la autonomía laboral: 500 ovejas al corte podían comprarse con 4 meses de trabajo, y con 40 meses se
podían adquirir 300 hectáreas. Para el ’80 estas operaciones ya no son posibles, y las condiciones de independencia se hacían cada vez más
difíciles.

b) Aparcería

La aparcería es un contrato entre un trabajador capitalista que aporta su fuerza de trabajo y una parte del capital necesario para llevar
adelante la explotación, como un socio menor de la empresa, y un terrateniente capitalista que pone la tierra y el resto del capital que se
requiere para hacer marchar la empresa. Al período fijado en el contrato el trabajador recibe una parte del producto y el terrateniente se
queda con la otra. Sin embargo, en las estancias ovinas de Buenos Aires pueden distinguirse dos tipos de aparcería. El mencionado, y
también, en las primeras décadas de la fiebre lanar hasta 1860, eran frecuentes los contratos por los cuales el trabajador aportaba casi
exclusivamente su fuerza de trabajo para cuidar la majada de ovejas, y en algunos casos un pequeño capital. Por su parte el dueño del
campo aportaba la tierra, los animales, el capital necesario y proveía de herramientas de trabajo y vivienda. Al cabo de la tarea el pastor se
quedaba con una parte proporcional del producto (que no sólo incluía lana, cueros y sebo, sino también los corderos nacidos en el año).
Este caso era similar al del puestero asalariado, pues el trabajador no tenía para ofrecer más que su fuerza de trabajo a cambio de un
salario, que en este caso era parte del producto (mediaría, tercería o el cuarto).Sin embargo la aparcería, a diferencia del trabajo asalariado,
podía constituir un camino más o menos rápido para alcanzar la propiedad de uno de los medios de producción más importantes, los
animales. Pero las condiciones favorables de entonces pronto comenzarían a desaparecer. Ocurre que como consecuencia de la escasez de
mano de obra durante las primeras décadas de la expansión ovina, la aparcería, con las características que presentaba en la década de los
’50 y ’60, sólo fue un sistema transitorio, y las contradicciones en las relaciones entre trabajador y empleador pronto se fueron limando.
Así fue disminuyendo la porción que el aparcero recibía, de manera que para los ’80 no se podía encontrar mediería ni tercería para quien
no aportase capital. Además la autonomía de la que gozaba el trabajador fue disminuyendo, y ni siquiera puede quedarse con parte del
incremento de la majada. Sumado a esto las condiciones generales habían cambiado: subieron los precios de la tierra y el costo de
explotación ovina también (capital inicial). Por su parte, las redes de comercialización y transporte se fueron centralizando y cambiaron las
condiciones del crédito. Todo esto fue una barrera para la independencia de los asalariados para montar su empresa propia. O sea que a
medida que fueron cambiando las condiciones del mercado de trabajo y de la producción lanar se fue disolviendo este sistema de aparcería,
asemejándose cada vez más a la condición asalariada. Lo mismo ocurrió con el otro tipo de aparcería, a pesar de que gozaban de mayor
posibilidad de independencia en el manejo de sus puestos y de mayor libertad para disponer de la parte del producto que les correspondía.
A fines del período era muy difícil entrar en contratos de mediería. La aparcería fue muy importante y tuvo gran difusión en la provincia de
Buenos Aires durante la etapa de expansión del lanar, pero los censos no la distinguen como categoría.

c) Trabajo familiar

Hasta ahora sólo se ha considerado a todos estos trabajadores como individuos empleados por un patrón para realizar una tarea. Así los
contratos se firmaban entre dos partes, y aparentemente no involucraban a más personas. Sin embargo, el trabajador tenía mujer e hijos, y
era la familia entera la que se desempeñaba en el puesto. Lo mismo ocurría con arrendatarios y farmers. En la estancia de la primera mitad
del siglo XIX no había lugar par el núcleo familiar. Con la complejización de la organización productiva y la incorporación de fuerza de
trabajo europea que acompañaron la expansión de la cría de ovejas, la familia se constituyó en una pieza esencial de orden económico y
social de la campaña. La familia no sólo cumplía el papel de productora, sino que garantizaba la reproducción de la fuerza de trabajo en

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todos sus aspectos. Además los estancieros preferían la instalación de puesteros con sus familias como forma de asegurarse la permanencia
del trabajador en su lugar.

4- Estancias y estancieros
Tierras y ganado fueron los recursos esenciales sobre los que se construyó la riqueza de la provincia de Buenos Aires luego de la
independencia. En las primeras décadas la campaña había comenzado a producir cueros para la exportación y carne para el consumo
urbano, pero el vuelco fundamental se da en los años ’20. Para entonces, el sector mercantil urbano local que había ido perdiendo poder
económico, encontró una fuerte alternativa de riqueza en la campaña y hacia ella volcó su esfuerzo productivo. Cueros vacunos y tasajo se
convirtieron en el principal ramo de la exportación de una provincia que recibía importaciones crecientes, y que ya no contaba con los
excedentes metálicos de la etapa anterior. El hinterland de la provincia fue la región clave de esa expansión productiva, por lo que enormes
extensiones de tierra fueron apropiadas y puestas en producción a través del sencillo mecanismo de “poblar estancias”. Hacia 185 la
estancia había conquistado el espacio rural y su organización se había hecho más compleja, mientras la fórmula siguió siendo la tierra
abundante, pocos brazos, ganado extensivo y muy baja inversión. La introducción del ovino al principio no produjo cambio alguno en la
organización de la producción rural. Hacia los ’30 poco importante fue su producción, aunque existían rebaños como complemento del
vacuno. Gradualmente se fue comenzando a promover esta empresa del desarrollo lanar. Quienes la impulsaron fueron inmigrantes que
poseían algún capital de origen mercantil, y que buscaban invertirlo en el ámbito rural. Ellos conocían los vaivenes del mercado
internacional, y ante el alza que experimentaba la demanda mundial de lana, se arriesgaron a probar suerte en la cría de ovejas. Para ello
imitaron a los ganaderos locales, y sobre el modelo de la “vieja estancia” surgió un nuevo tipo de empresa que se difundió por todo el
territorio en muy poco tiempo: la estancia ovina. Estas empresas eran manejadas por su dueño y explotada por arrendatarios, eran empresas
que funcionaban sobre la base de la contratación de asalariados y establecimientos donde predominaba la mano de obra familiar.
Atendiendo al proceso de acumulación de capital se pueden clasificar según dos tipos: la estancia y la explotación familiar o farm. Las
estancias eran empresas capitalistas que producían para el mercado, empleaban trabajo asalariado combinándolo con otras formas de
contratación -diferentes formas de aparcería- cuyo objetivo era la maximización del beneficio para asegurar la acumulación. La
explotación familiar también producía para el mercado.

Estancias y estancieros

En la provincia de Buenos Aires la estancia designa generalmente a empresas dedicadas a la producción agropecuaria, cuy organización
fue variando con el tiempo, desde la primitiva estancia vacuna hasta la moderna empresa productora de cereales y ganado actual. Aquí se
analizan las características de la estancia en una etapa de la expansión lanar, o sea de la estancia ovina. Hubo etapas dentro de la misma:
una primera donde la oveja fue complemento del ganado vacuno, y una segunda en que predominaba el ovino, y finalmente donde las
actividades relacionadas con el lanar dieron paso a la estancia mixta agrícola-ganadera. Las estancias eran de variada extensión, desde las 5
a las 30 hectáreas, con animales que iban de las 10 a las 100 cabezas. Pero estas variaciones en la escala tenían escasa influencia en la
organización y el funcionamiento de la empresa.

La organización de la empresa

Grandes o pequeñas empresas se organizaron de manera similar. A comienzos del período tenían una casa central que era de adobe, uno o
dos corrales para las majadas principales, una cocina para los trabajadores, un aljibe y alguno árboles, en la periferia en distintos lugares se
encontraban los puestos (ranchos). Una zanja podía rodear las partes principales de la estancia. Tres décadas más tarde mostraban ya otro
aspecto para nada precario, estaban mucho mejor equipadas, ahora los cascos eran grandes casas donde vivían los dueños y sus familias,
casa para el mayordomo y su familia, galpones de esquila o depósitos con herramientas, aljibes, una quinta para cultivo de hortalizas y se
plantaba un monte y varios corrales, y finalmente las pequeñas casas para los puesteros. Los cambios no sólo s limitaban al equipamiento,
el ganado también creció de forma notable. A pesar de los cambios, las estancias no alteraron la organización hasta la introducción del
sistema de potreros a fin de siglo. De mil a tras mil cabezas eran separados los rebaños que eran asignados a los pastores, ese fue en
general el sistema. Cada puesto además contaba con caballos para realizar las tareas de pastoreo. El puesto era la célula básica para el
cuidado de las majadas. Los acontecimientos más importantes de la vida de la estancia eran la esquila, que tenía lugar entre octubre y
enero, y la parición de corderos, en abril-mayo y julio. Otras tareas eran la marcación de los corderos y ovejas recién adquiridos, la
curación de la sarna, el mantenimiento de los edificios, cercos, corrales, etc. A continuación de la esquila había que curar y bañar a los
animales, había que efectuar la selección de los que serían sacrificados o vendidos en pie. Las tareas rutinarias y el resto se realizaban en
los puestos, la esquila siempre era en el casco de la estancia. Para todas estas tareas se contaba con trabajadores permanentes y ocasionales.

Organización y administración

El propietario u patrón de la estancia era quien ejercía el control sobre todo el proceso de producción. La participación efectiva de los
dueños variaba en cada caso, pero la preocupación por el manejo de la empresa fue mucho mayor que la que podría suponerse a partir de la
condición de ausentistas de muchos de ellos. La mayoría de los estancieros menores personalmente supervisaban, pasando largas

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temporadas en el establecimiento. Los más grandes preferían residir en Buenos Aires para atender otros negocios. Los estancieros se
reservaban para sí la tarea de las decisiones clave en materia de inversiones, ventas, manteniendo una nutrida correspondencia con sus
mayordomos. Para garantizar el buen funcionamiento de la estancia, la elección del mayordomo era algo fundamental, ya que éste era el
representante del estanciero durante su ausencia y ejercía el control sobre los distintos procesos de producción. Ellos empleaban a los
trabajadores, se encargaban de la reparación de edificios y equipos, la compra de alimentos y provisiones, llevaban las cuentas de la
empresa, estaban a cargo del personal (que incluía capataces, peones, sirvientes, pastores, etc.). Además la empresa contrataba trabajadores
especializados como quinteros, carpinteros o carniceros. Los empleados comunes eran contratados a sueldo, mientras que los puesteros
eran asalariados o bien aparceros. Ejemplos de estancias son las de Henry Bell, Felipe Girado, las dos en Chascomús; o Juan Acebal,
Federico Gándara, Agustín Zemborain. Todas ellas combinaban los distintos tipos de aparcería, medianería, tercería o cuarto, que eran
típicos de la estancia ovina, y que dicho sistema jugó un papel central en el diseño empresario. La aparcería era una respuesta a la falta de
mano de obra: resultaba atractiva para los trabajadores potenciales a la vez que conveniente al empresario, así se atrajo a muchos
irlandeses y vascos. Una de las ventajas de la aparcería era que aseguraba la dedicación total del trabajador, por otra parte el sistema
implicaba escaso desembolso de dinero efectivo durante el año, pues la mayor parte de la paga se realizaba cuando se vendía el producto,
esto significa que el trabajo en aparcería tenía un costo variable porque el precio se determinaba al final cuando se vendía el producto, y el
estanciero pagaba según el fruto que había conseguido. Por ello cuando los precios comenzaron a subir, y las ganancias fueron en aumento,
ahí se comenzó a limitar la parte de la aparcería. Esta es la otra cuestión que planteó la aparcería, la de la independencia del aparcero, que
se controlaba con la centralización de la venta y distribución por parte de la estancia. Así al puestero se lo mantenía alejado de los circuitos
de comercialización (se le quitaba el animal y se le pagaba en dinero). De esta forma el aparcero se fue convirtiendo en un asalariado más,
al que se le pagaba de acuerdo a su rendimiento y a los precios que alcanzaban los productos de sus majadas en el mercado. Aunque su
remuneración fue más alta que la de los asalariados, éste debía trabajar con toda su familia lo más intensamente posible para garantizar
máximos resultados.
Por ello, teniendo en cuenta las ventajas y las desventajas de este sistema, los estancieros optaron por combinar las formas de contratación
(asalariada y aparcería) y reducir al mínimo la mano de obra con el fin de flexibilizar su estructura de costos. Pero también estaba la otra
forma de aparcería, que consistía en aparceros que aportaban también con animales cuando el dueño del establecimiento no alcanzaba a
poblar su campo para asegurar la rentabilidad de toda la extensión. Por su parte, estaba también el arrendamiento que redituaba un ingreso
importante, pero que significaba un alto grado de autonomía para quien lo trabajaba.

Microeconomía de las estancias

Sin duda la cría de ovinos se había convertido en un campo muy atractivo para la inversión. Ofrecía ventajas evidentes frente a la
ganadería vacuna –la otra actividad alternativa- pues requería menor capital, rendía rápidos beneficios y podía iniciarse en escala
relativamente pequeña. Otras áreas de inversión resultaban redituables, como el préstamo de dinero a interés, pero era una actividad de alto
riesgo y que exigía fuerte capital inicial. Una producción extensiva en términos de tierra y mano de obra, bajos precios de tierra y valores
en alza para la lana en el mercado internacional y para animales en el mercado local, aseguraron a los productores las altas ganancias de la
primera fase. El incremento del precio de la tierra en las décadas siguientes provocó la caída de las ganancias, sumado al estancamiento de
los precios de la lana y de los animales, que también presionaron en este sentido. Para los ’80 las ganancias que se podían obtener de esta
actividad distaban de ser excepcionales, y otros campos mostraban mejores oportunidades para la inversión, introduciendo innovaciones
técnicas. Así es como luego se comenzó a explotar al ovino para la exportación del animal en pie y más tarde reses congeladas; este
cambio desató un rápido proceso de mestización para mejorar la calidad (raza Lincoln). Hacia fines del siglo este proceso se completaría
con la explotación combinada y mixta de ganadería y agricultura, y el desplazamiento del ovino hacia otras regiones de la provincia y del
país. Esto mostraba las fluctuaciones de la actividad pastoril a lo largo del período, y los contemporáneos eran conscientes de ello, por lo
que solían afectar la tasa de ganancia en la lana y fueron adoptando medidas de diversa índole para contrarrestar dichas fluctuaciones. La
crisis más dura fue sin duda la de la década del ’60, cuando se produjo una larga y pronunciada caída luego de la fase de bonanza. Los
productores pusieron en práctica mecanismos para controlar sus efectos por ejemplo vendiendo los cueros y la venta de animales para
compensar la caída de la demanda de la lana. Las crisis sobre todo afectaban a los pequeños productores, esto mostraba las desventajas de
los pequeños en relación a los establecimientos que operaban a mayor escala; y más aún se veía la diferencia al momento de realizarse
cambios estructurales como las tareas de mestización, o en el momento del paso a la explotación mixta. El arrendamiento estaba muy
difundido en la región dedicada al ovino, esto no quiere decir que sea una práctica deseable. El arrendamiento ya conocía una cierta
tradición en el Río de la Plata, la mayor parte de los estancieros importantes en la segunda mitad del siglo habían comenzado su carrera
rural como enfiteutas en la década del ’20, arrendando tierras públicas hasta que el censo de 1854 muestra que la cantidad de arrendatarios
era superior a la de los propietarios. La enfiteusis debe considerarse como una forma muy peculiar, como la única manera de acceder a la
tierra pública y adquirir derechos preferenciales para su posterior adquisición cuando saliera la venta. En nuestro período los estancieros
dedicados al ovino se establecen en tierras propias, mientras que arriendan las públicas. Los contratos de arrendamiento, en general, se
extendían por 5 años después de los cuales, al renovarse lo hacían siempre a precios actualizados, de manera que el arrendatario siempre
vivía en una situación de inestabilidad.

El proceso de inversión

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Comenzando en la década del ’40 y entrando en la siguiente, se puede considerar una primera fase, donde la distribución espacial de la
vieja estancia se adapta a los nuevos usos, fijando puestos y corrales, instalando pozos de agua y adquiriendo algunas herramientas, la
plantación de montes, la inversión más grande fue la introducción de merinos para la mestización de las criollas para mejorar la calidad.
Luego las construcciones de las estancias fueron haciéndose más sólidas, particularmente el casco, o sea que se avanzó en el capital fijo.
La crisis del ’66 se tradujo en una declinación de las inversiones, en una tercera fase de incertidumbre. La última fase estuvo caracterizada
por la diversificación gradual de la producción para la producción combinada de carne y lana, que a su vez comenzó a mostrar un interés
creciente por el ganado vacuno. Las inversiones en la actividad pastoril aseguraron la expansión y la transformación de la producción,
contribuyendo así al proceso de acumulación de capital que tuvo lugar en la campaña de Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX.
Pero esta inversión so sólo se refiere a la esfera de producción sino a otras, como el comercio, la inversión en préstamos, especulación,
seguían el curso del proceso de acumulación de las empresas y daban cuenta del mismo.

Como convertirse en estanciero

Analiza tradicional el traspaso que lleva de las actividades urbanas al mundo rural y de allí, del vacuno al lanar, en una sucesión
incluyente, en la que cada paso implicaba la superposición de intereses más que su desplazamiento. Las familias extranjeras habían
salteado la segunda etapa, y habían pasado de las actividades urbanas a la cría de ovejas. Las actividades de los estancieros y cómo
acumularon riqueza.

5- Los “ovejeros”, farmers de Buenos Aires


Los pequeños productores se multiplicaron y un gran número de explotaciones familiares dedicadas a la cría de ovejas y a la producción de
la lana surgieron y se expandieron en la provincia de Buenos Aires durante la década de 1860. Con frecuencia su extensión no pasaba de
unos cientos de hectáreas donde pastaban un par de majadas, al cuidado del dueño del campo y su familia. Estos propietarios pronto
fueron constituyendo un sector diferenciado entre los propietarios rurales. Estos farmers aportaron un rol complementario en la producción
y un papel secundario en la sociedad. Aquí se atiende a las formas de organización de las explotaciones, su significación económica y los
problemas que planteó su expansión.

Expansión de las explotaciones familiares

Estos pequeños productores eran propietarios de sus medios de producción, y para adquirir sus medios de producción, comprar bienes de
consumo y vender sus frutos, el pequeño productor acudía al mercado. O sea que participaba de las relaciones de distribución capitalista,
aunque su forma no lo sea tanto (pues no se basaba en el empleo asalariado).
Los años ’50-’80 son los de la transición durante los cuales se definieron muchos de los rasgos básicos de la Argentina como país y nación.
Algunos rasgos ya estaban claramente perfilados al comenzar el período, otros ni siquiera podían adivinarse aún. Ésta sería la época donde
se seguiría el camino de la acumulación y se irían definiendo las relaciones sociales. El desarrollo de la actividad lanera significó un paso
decisivo en este proceso de acumulación pues sería el espacio de inclusión. Este proceso no sólo dio lugar a la ampliación, renovación y
consolidación de una burguesía pujante, sino también a la expansión de una clase de artesanos y profesionales menores, de pequeños
comerciantes y chacareros que ya existían. En este contexto de cambio y reajuste en la estructura social se abre el espacio para la
emergencia y desarrollo de los farmers ¿Por qué? Porque hacia falta solamente un hombre y su familia para hacerse cargo de una majada
de 2000 ovejas en 500 ha. Para sacar buenos beneficios. Además, porque a comienzos del período había disponibilidad de recursos (tierra
y animales) que era condición para su desarrollo. Y una tercera condición para su éxito era la existencia de redes financieras y de
comercialización abiertas a los requerimientos de los pequeños productores (factor que luego será su primer condicionante). Por otra parte
el éxito se debe al empleo del trabajo familiar para bajar los costos del trabajo contratado.

La explotación familiar

La mayor parte de estas explotaciones estaban dedicadas al ovino, la producción de lana era el rubro principal, pero la cría de animales era
un complemento necesario. Las condiciones de vida de estos farmers no diferían mucho de la de los pastores o aparceros empleados en las
estancias. Dentro de su exaltación se construía una casa para la familia, con pozo y corrales, un par de ranchos en la periferia para albergar
a algún miembro a cargo de un rebaño en particular. Se contaba con equipamiento escaso y precario y rara vez la propiedad estaba
cercada. Diferencia de los asalariados, los farmers no trabajaban para otro, eran autónomos. El jefe de familia era el administrador y
dueño, y cada miembro tenía asignada una tarea específica. Cada unidad familiar contaba con una apreciable cantidad de brazos para el
trabajo, pues eran numerosas. Los hombres (con excepción de los muy jóvenes o muy viejos) se encargaban de la cría de las ovejas; las
mujeres se encargaban de la casa y de la producción de subsistencia. Sólo ocasionalmente se usaba mano de obra asalariada, durante la
temporada de esquila, además de que se solían sumar los ovejeros vecinos que se prestaban mutuamente ayuda en la temporada. Esta
explotación para su funcionamiento exigía relativamente poco capital circulante, pues los gastos corrientes estaban compuestos por los del
consumo doméstico, los necesarios para la explotación y sólo un rubro significativo que eran los gastos de la esquila. Como la actividad
rendía sus beneficios una vez al año, los gastos corrientes y la obtención de los medios de producción, debían financiarse recurriendo al

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crédito. Estos préstamos devengaban un interés que debía incluirse en los gastos de explotación. Los ingresos provenían de la venta de la
lana y animales, por lo que dependían de forma total de los precios de sus productos. Cuando los resultados de estos saldos eran positivos
se podía abrir el camino para las inversiones y la acumulación de capital. Estas inversiones podían canalizarse en la expansión de sus
empresas comprando tierras y animales, mejorando la calidad de sus rebaños y modernizando las herramientas. Pero si las explotaciones
familiares no hubieran encontrado un límite a este proceso hubieran representando sólo un estadio en el camino hacia la empresa
estrictamente capitalista. Sin embargo este tipo de explotación no fue el preludio de la estancia, por el contrario confluían condiciones
objetivas y subjetivas que limitaban esa posibilidad. Estos límites tenían que ver con la escala de la explotación, la fuerza de trabajo que
empleaban, el tamaño de las explotaciones que las hacían vulnerables a los riesgos de producción (sequias, plagas, etc.), los riesgos del
mercado y las crisis del sector lanero, el tipo de relación que establecían con los circuitos comerciales (comercializaban con intermediarios
obteniendo menores precios); o bien las limitaciones venían del ámbito externo a la explotación como la subdivisión de la propiedad, la
renuncia a emplear mano de obra asalariada que formaba parte de su conducta. Pero a pesar de todas estas limitaciones se puede apreciar
en general un proceso de acumulación. Las explotaciones familiares prosperan en la década del ’50 y ’60 pero las transformaciones
estructurales posteriores las afectaron de manera decisiva por el interés cada vez mayor en otros rubros productivos como la agricultura y
la ganadería vacuna, más el incremento del precio de la tierra, entonces los farmers tuvieron que convertirse en chacareros o dejar sus
campos para ir a otros destinos.

Productores arrendatarios

El arrendamiento era una práctica muy difundida entre los criadores de ovejas de Buenos Aires, aunque se prefería ser propietario de la
tierra donde se montaba esta empresa. Se había visto que el arrendamiento podía ser un paso previo hacia la propiedad, aunque esta meta
no era alcanzada por todos. Muchas de las explotaciones familiares se montaban sobre tierra arrendada. Estos arrendatarios no eran muy
diferentes de los aparceros o puesteros. Cuidaban su propio rebaño y pagaban al terrateniente una renta en dinero, pero no siempre eran
autónomos en aspectos referidos a la comercialización del producto, ya que en ocasiones debían venderlo al estanciero, y en materia
financiera muchas veces dependían de él. Sus condiciones de vida y hábitos no variaban de los demás puesteros, con una vida centrada en
la rutina. A pesar de todas las similitudes, había una diferencia esencial que distinguía al arrendatario, y era que ellos no trabajaban para la
estancia y podían ahorrar y mejorar su situación.

6- El comercio de lanas
El mercado internacional

La demanda internacional de lanas experimentó un alza sin precedentes durante la segunda mitad del siglo XIX. Francia, Alemania,
Bélgica e Inglaterra continuaron perfeccionando su industria textil, lo que generó una demanda de materia prima. En este contexto, el Río
de la Plata había comenzado a exportar lana a fines de los ’40 a EEUU y Gran Bretaña y, más tarde, al continente europeo. Su presencia se
tornó cada vez más significativa en los mercados franceses, belgas y alemanes. Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XIX
Francia fue el principal consumidor de la lana de Buenos Aires, aunque Bélgica también figura como el principal comprador hasta 1882,
con la preeminencia de Amberes. Francia y Bélgica, compra directa. Las compras de EEUU cayeron y fue sólo un comprador marginal en
la época.

La competencia y los precios

En el mercado internacional la lana argentina competía con la que provenía de Australia y Sudáfrica. La Argentina ocupaba el segundo
lugar, después de Australia. Los circuitos de comercialización de estos dos productos eran distintos: las lanas australianas eran introducidas
al mercado intermediariamente por Inglaterra. Argentina entraba a Europa vía Amberes y el Havre. Ambas lanas eran semejantes en
calidad de manera que los compradores potenciales podían fácilmente optar por uno u otro tipo. La expansión de la industria textil a
mediados de siglo produjo un alza de los precios de la lana hasta alcanzar un pico alrededor de 1860, estimulando hasta tal punto al
producción en regiones como Australia y el Río de la Plata que la oferta superó ampliamente los requerimientos de esa industria. Una
contracción de la producción siguió a este desfasaje entre oferta y demanda, la inelasticidad reducía los márgenes de tolerancia en el
mercado, de manera tal que cualquier incremento en la producción de la materia prima producía de inmediato en los precios (fluctuaciones
cíclicas en los mercados).

Las redes de comercialización

Variedad de mecanismos en Buenos Aires para comercializar la lana producida. El productor podía vender o consignar su lana. Podía
vender la lana en su propio establecimiento a intermediarios que compraban directamente a los productores. Estos intermediarios a su vez
podían venderla o entregarla en consignación. También desde los ’60 los productores podían vender sus productos a un nuevo tipo de
comprador, agentes de firmas manufactureras europeas que debían cumplir encargos. Otra forma fue la de vender la lana en Buenos Aires,
que se enviaba por carreta y más tarde por tren a los mercados de Once de Septiembre y Constitución; los principales clientes eran firmas

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exportadoras y agentes de casas europeas. Finalmente, el productor podía consignar directamente, mediante un consignatario, su producto.
Todo esto permite ver que existía una densa red de comercialización, cuyos mecanismos no eran nuevos, sino que ya existían y que ahora
se adaptaban al nuevo producto.

a) Casas exportadoras

El comercio entre Argentina y el resto del mundo estaba en manos de las casas de exportación-importación. Éstas son parte de la estructura
de comercialización existente que se adaptaron a los nuevos productos. Estas casas adquirían el producto siguiendo diferentes caminos, ya
sea a través de contactos personales con los productores o acudían a los mercados en los límites del casco urbano. En los ’70 la
importancia de estas firmas comenzó a declinar por la presencia de otros agentes de comercialización.

b) Representantes de casas extranjeras

El alto costo de la intermediación por las casas comerciales hizo que las firmas europeas enviaran sus representantes, práctica que se
generalizó en los ’70. Estos hombres practicaban todas y cada una de las formas posibles para adquirir los productos encargados por sus
mandantes. Se internaban en la campaña para inspeccionar los lotes y pulperías comprando cueros y lanas.

c) Consignatarios

El consignatario debía hacerse cargo de la lana a su llegada a la ciudad, prepararla para la venta y encontrar un comprador. Cobraba una
comisión por sus servicios que era del 2 al 4% de la venta. La mayor parte de las firmas extranjeras se volcaron sobre ellos. El escenario
principal de los consignatarios eran los mercados de la ciudad, ellos operaban en el mercado como nexos entre exportadores y productores.

d) Barraqueros

El papel original de las primeras barracas era el de ofrecer facilidades para el almacenamiento del producto que estaba en vías de
exportarse. Los barraqueros nunca limitaban su actividad a la de administrar sus barracas, sino que con frecuencia actuaban como
consignatarios para comprar y vender, especulando con el producto con los saldos de las diferencias.

e) Acopiadores y otros intermediarios

Buena parte de los productores solía vender sus productos a intermediarios, quienes a su vez procedían a venderla o a consignarla. Dos
tipos de permisos autorizaban la recolección de frutos del país en la campaña: el acopiador y el mercachifle. Era un actividad que la podía
realizar todo aquel que decida hacer negocio comprendo directamente a los productores, los intermediarios. En la provincia proliferaron, o
los pulperos y acopiadores. Eran generalmente productores medianos y pequeños, arrendatarios y farmers quienes vendían a esta gente
porque no tenían acceso al mercado. Los precios que pagaban eran bajos, los beneficios altos; pero a los pequeños productores muchas
veces no les quedaba otra, frente a la necesidad de vender su producción.

El papel del mercado

Las funciones de recolección y distribución del producto estaban en manos de las redes comercialización, a cuyos eslabones se hizo
referencia arriba. Las diferentes actividades que implicaba la comercialización de la lana fueron:

a) El transporte

Hasta fines de los ’60 la carreta era el transporte utilizado para trasladar los productos, era un transporte rudimentario, lento y la
mercadería quedaba expuesta al deterioro, además de que los caminos no eran buenos. Luego su monopolio en materia de transporte fue
puesto en discusión por el ferrocarril, cuando 4 líneas férreas comenzaron a dibujar la red; las más importantes el Oeste y el Sud. El
ferrocarril revolucionaba en más de un aspecto el transporte terrestre de mercaderías, las cantidades de toneladas de lana que llegaban a la
ciudad se habían multiplicado con creces. El transporte era más rápido y barato. La carreta se convirtió en un complemento del tren, pues
se necesitaba transportar la carga del lugar de producción a las estaciones. El ferrocarril revolucionó la producción agraria pampeana,
abaratando los costos, disminuyendo las pérdidas, incrementando el volumen de carga, e incorporaba nuevas áreas más alejadas y las
tornaba rentables.

b) Almacenamiento y procesamiento de los productos de exportación

A este servicio lo proveían las barracas y los depósitos anexos. Una variedad de servicios estaba asociada a los depósitos: el enfardado de
la lana, procesamiento para la exportación, almacenamiento, carga y descarga, manipuleo.

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c) Información sobre el mercado

Las firmas consignatarias en general proveían un servicio regular de información sobre las condiciones de los mercados. La información
en los comienzos del ovino se conseguía en las plazas-mercados o en las oficinas de exportadores y consignatarios. Con la creación de la
Sala de Comercio de Frutos y la Bolsa de Comercio en la década del ’50 mejoró notablemente la calidad de la información disponible
sobre la situación de los mercados.

d) Seguros

La comercialización de la lana implicaba innumerables riesgos. La mayor parte corría por cuenta de los productores. Las compañías de
seguros actuaban como instancias independientes de las instituciones estrictamente mercantiles y eran muy especializadas.

El costo de comercialización

Comerciantes y productores

Cuando la lana entró en escena, en un principio no fue necesario introducir innovaciones y los viejos circuitos la incorporaron
rápidamente. Pero la increíble expansión de la economía lanar fue introduciendo cierta especialización en el mercado. Nuevos agentes
exclusivamente dedicados a ese comercio hicieron su aparición (agentes de firmas manufactureras, exportadores especializados), mientras
que los tradicionales asumieron crecientemente la especialización (barraqueros que introdujeron prensa para enfardar, consignatarios de
frutos del país que se convirtieron en consignatarios de la lana, etc.) Esta tendencia pronto halla límites debido a las fluctuaciones del
comercio que resultan de su estrecha vinculación con el mercado mundial. Pronto tuvieron que ampliar sus operaciones quienes habían
entrado al mercado hacia productos que por entonces prometían expansión. El mercado no era autónomo, la dependencia global del
comercio de lanas respecto de las condiciones del mercado internacional tornaba vulnerable a la actividad en el área productora. Coexistían
entonces diversos procedimientos para vender la lana, donde un gran número de compradores y consignatarios eran atraídos por el
mercado. Esto tendría que haber favorecido a los productores en general. Sin embargo, no todos ellos estaban igualmente colocados para
beneficiarse de esa situación, y las posibilidades variaban, Los grandes estancieros gozaban de mayor autonomía en relación con los
circuitos de comercialización y estaban en mejores condiciones que los pequeños y medianos para tratar con ellos. Por ello los pequeños y
medianos se vieron en esa situación de dependencia completa de intermediarios para poder colocar su producción, su posición era más
débil.

7- El crédito
La moneda y sus problemas

La economía argentina de la época estuvo caracterizada por la inestabilidad monetaria debido a que el problema siempre fue la relación
que se establecía entre el papel moneda, emitido para transacciones corrientes y el oro, que se usaba para las transacciones internacionales.
La Argentina no producía oro y por tanto, sus reservas provenían de los saldos positivos de la balanza de pagos y del atesoramiento de
particulares. Sin embargo, en general se emitía papel moneda sin atender demasiado al respaldo, dando lugar a crisis recurrentes en el
campo monetario. En Buenos Aires, las emisiones importantes de papel moneda inconvertible, oscilaciones frecuentes del valor oro y una
continua devaluación del papel moneda, fueron características del panorama monetario en la década del ’50 y comienzos de la siguiente.
Para 1864 se inició un proceso de revalorización del peso papel, dando lugar a un período de escasez de moneda, que coincidía con el
boom de la lana perjudicándolo. Estas oscilaciones habían generado especulación.
El presidente Avellaneda y su ministro Victorino de la Plaza, llevaron adelante una política de recuperación que lentamente logró revertir
la situación en los años siguientes. Sólo en 1881 se pusieron en práctica algunas medidas en un esfuerzo por dotar al sistema de cierta
racionalidad. Entre las reformas se contaron la creación de una moneda oro (el peso oro) y el reemplazo de la vieja moneda corriente por el
peso moneda nacional, único circulante autorizado en el país bajo supervisión del gobierno nacional, y convertible a peso oro a la par. Pero
para 1885 la paridad con el oro tuvo que abandonarse, consecuencia de un nuevo período deficitario de la balanza de pagos. En síntesis, lo
que se intenta mostrar son los problemas monetarios experimentados por Argentina entre mediados del siglo y la década del ’80. Las
causas no sólo están dentro de los estrechos límites de la historia financiera del país, sino también en las condiciones estructurales de su
economía y en su creciente inserción en el mercado mundial. Esto está planteado en Chiaramonte cuando se refiere a la crisis del ’73,
describiendo los recurrentes mecanismos que producían desequilibrios en la balanza de pagos, dando lugar a crisis periódicas. Épocas de
expansión, que se traducían en el aumento de reservas de oro debido al incremento de los precios de los productos exportados y al ingreso
de capitales en forma de préstamos e inversiones, eran seguidos por períodos de crisis y depresión, con caída de precios y retracción de
capitales. Para la actividad lanera estas fluctuaciones monetarias se traducían en problemas que los estancieros y exportadores conocían
bien. Para los productores la alternancia entre devaluación y estabilidad de la moneda era percibida en términos de abundancia versus
escasez de la moneda. Los exportadores se beneficiaban de la devaluación, en tanto recibían sus ingresos en oro pero pagaban sus gastos

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en moneda corriente. La reevaluación de la moneda inmediatamente alzaba voces de protesta de éstos, en particular de la Sociedad Rural.
Por su parte la abundancia de capitales significaba crédito barato.

Requerimientos de capital

En el primer período de expansión de 1840-60 se caracterizó por la inversión en mestización y multiplicación de los rebaños, la
incorporación de tierras y la adaptación de las estancias a la nueva actividad o la creación de nuevos establecimientos. En materia de
capital, se necesitó la introducción de animales finos para cruzar al criollo, herramientas y tierras. En esta etapa los fondos para la
inversión eran sobre todo externos al sector lanero incipiente, por lo que se generó un flujo de capitales desde otros sectores hacia la nueva
rama en expansión, generalmente del comercio o de los que explotaban la ganadería vacuna. Sin embargo ya funcionaban algunos
mecanismos crediticios. También se hacía uso de recursos internos al sector que resultaba de la venta de la lana, o de otros rubros como la
de la venta del animal en pie, cueros, sebo. Luego de la crisis del ’60 se frenó el proceso de formación de capital y trajo aparejada la
retracción de recursos. Luego de esto se identifica una segunda fase, que se caracterizó por la expansión de la cría de ovinos expandiendo
la frontera al sur, la incorporación del alambrado, innovaciones técnicas, la mestización, que requerían mucho más capital. Los fondos para
cubrir estas necesidades provenían tanto de la misma actividad como de otros sectores de la economía. El capital externo era canalizado a
través de hipotecas y otras formas de crédito otorgadas por los bancos y otras instituciones financieras. La tercera etapa comenzó en la
década del ’80 y fue testigo de importantes cambios en cuanto a la dirección que siguió el proceso de acumulación. Los principales
aspectos fueron la nueva mestización (con la raza Lincoln) y el desplazamiento gradual de la cría de ovinos hacia el sur, en tanto los
recursos se volcaban cada vez más hacia la agricultura y a la ganadería vacuna. En esta fase la mestización planteó las mayores
necesidades en materia de capital, mientras los fondos provenían de fuentes internas como externas al sector; pero a fines del período el
flujo de capitales fue menor por canalizarse a otros rubros. Más allá de estas precisiones sobre las necesidades de la empresa, el sector
lanero debía enfrentar todos los años los costos de producción, costos que en general debían pagarse antes de efectuar las ventas y que
requerían cada temporada de crecientes cantidades de efectivo, para ello se recurría al crédito. ¿Cuáles eran esos eslabones de esa red que
estaban al alcance de los productores laneros en busca de crédito?

El crédito

La gran expansión de esta producción planteó demandas crecientes a las primitivas redes financieras que atendían a las necesidades de los
distintos sectores de los distintos sectores de la economía en la primera mitad del siglo. Hasta los ’50 casi no existían los bancos ni las
instituciones financieras y los créditos se canalizaban por otros medios. Ese lugar era ocupado por las casas de importación-exportación y
las casas comerciales que actuaban como agentes financieros prestando y adelantando dinero (a corto plazo) como negocio especulativo.

a) Préstamos de mediano y corto plazo

Éste era uno de los principales mecanismos de préstamo, el de la letra de cambio. La letra se convirtió en un instrumento de crédito para
comerciantes y productores, era un anota dirigida por una persona (el librador) a otra (librado) ordenándole pagar cierta suma de dinero a
un tercero, en una determinada fecha a futuro. Una vez que se acepta la letra, su portador puede descontarla en el banco o con algún
capitalista dedicado a este tipo de operaciones. El banco adelanta la cantidad fijada por la letra descontando los intereses correspondientes
al período restante hasta el vencimiento. El descuento de letras es un mecanismo de crédito a corto plazo, las letras luego comenzaron a
librarse con el único propósito de ser descontadas, de manera que no se libraban como ordenes de pago para beneficio de un tercero sino
como medio por el que una persona recibía crédito del banco. El Banco de Descuentos y luego el Banco de la Provincia de Buenos Aires
institucionalizaron este sistema de préstamos. El descuento de letras se convirtió en una de las actividades más importantes del Banco y en
el primer tipo de crédito institucionalmente otorgado que sería utilizado por los productores rurales. Luego estos préstamos fueron
haciéndose a más largo plazo, llamándose préstamos de habilitación. La letra de cambio jugaba un papel muy importante en la
canalización del crédito de corto plazo. La mayor parte de los bancos establecidos descontaba letras y también lo hacían las casas de
comercio y capitalistas particulares. La letra permitía a los operadores cubrir el lapso de tiempo que iba de la temporada de exportación en
Buenos Aires al momento de la venta efectiva del producto en Europa. Los comerciantes de lana y agentes exportadores en Buenos Aires
utilizaban los fondos obtenidos a través de las operaciones de descuento para financiar sus compras de lana y cueros a estancieros, farmers
e intermediarios, quienes a su vez utilizaban parte de ese dinero para cubrir sus propios gastos. Además existían otras dos formas de
canalizar el crédito de corto y mediano plazo: girar en descubierto, o bien el adelanto de fondos antes de la entrega del producto. Los
comerciantes locales no sólo adelantaban fondos sino que vendían mercaderías a crédito a estancieros y productores menores. Finalmente
capitalistas de distinto tenor prestaban dinero a los productores a tasas de interés establecidas.

b) El crédito de largo plazo

La diversidad de mecanismos de créditos a corto y mediano plazo fueron accesibles, aunque no baratos. Para el largo plazo el único
instrumento fue el préstamo hipotecario. Estas operaciones no se llevaban a cabo en el marco de las instituciones bancarias sino que
quedaban en manos de capitalistas particulares, que otorgaban préstamos a muy altas tasas de interés, con garantía hipotecaria y con

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cláusula de retroventa. Cuando comenzó a desarrollarse el sistema bancario de Buenos Aires, las instituciones fueron reacias a otorgar
préstamos a largo plazo. La hipoteca era usada en préstamos de mediano plazo. Los observadores de la época sostenían que la institución
bancaria no estaba preparada para enfrentar la creciente demanda de este tipo de crédito que inmovilizaba demasiado el capital, y es por
ello que en 1871 el gobierno de la provincia decidió autorizar al creación de un nuevo banco dedicado al préstamo hipotecario, el Banco
Hipotecario de la Provincia de Buenos Aires. Éste operaba sobre propiedades raíces por encima de los dos mil pesos fuertes. Éste fue el
primer mecanismo para obtener préstamos a largo plazo. El crédito de largo plazo otorgado por el Banco Hipotecario, que se convertiría en
una fuente muy importante de capital para los productores rurales de fines de siglo, recién comenzaba a desarrollarse en la etapa del lanar y
su importancia era sólo secundaria frente a los otros tipos de crédito.

El costo del dinero

Como resultado de las oscilaciones del mercado monetario el costo del dinero era extremadamente variable, trepaba durante los años de
crisis, y a oscilaciones bruscas seguía una etapa estable. La estructura financiera de la era del lanar se desarrolló a partir de una red más o
menos informal de capitalistas particulares que cumplían algunas de las funciones bancarias requeridas por la sociedad rioplatense de los
años ’50, hasta convertirse en un sistema institucionalizado más complejo, que combinaba bancos extranjeros y capital local con viejos
mecanismos de ahorro y préstamo. Caracterizado por un mayor desarrollo del crédito de corto y mediano plazo que los de largo, y
favoreciendo bastante más a los estancieros y grandes comerciantes que a los medianos y pequeños, el sistema aseguró el flujo de capitales
hacia la actividad lanera. Este flujo sin embargo, se vio afectado por fluctuaciones agudas y frecuentes y el mercado de capitales estuvo
lejos de funcionar aceitadamente durante toda esta etapa.

Epílogo. Un mundo en transformación


La historia de la provincia de Buenos Aires en el siglo XIX es la del proceso complejo, discontinuo y con frecuencia contradictorio de
desarrollo y consolidación de una sociedad capitalista. Aquí la mirada se ha dirigido a algunos aspectos de este proceso, en la etapa en que
se sientan las bases para el funcionamiento de una economía centrada en la reproducción y acumulación de capital y en que se acelera el
ritmo de la expansión. Cuáles fueron las normas, fue la pregunta que ha guiado este trabajo. La mirada se orientó al sector que fue el más
dinámico de ese capitalismo en construcción, la economía del lanar, que fue la principal fuente de riqueza para el Río de la Plata en este
período, por su capacidad para generar excedente. Cuando la lana se convirtió en una propuesta atractiva para las clases propietarias
locales, dado el incremento de la demanda y de los precios, la cría de ovinos pasó a ocupar el lugar central como actividad productiva,
mientras se aceleraba y profundizaba el proceso de organización capitalista de la campaña. La definitiva apropiación privada de los
recursos naturales y la conformación de un mercado de trabajo libre fueron los aspectos clave de ese proceso (Cáp. 3). El capital reunió
tierra y trabajo en la organización de unidades de producción que funcionaron como empresas de cría de ovejas para la venta de la lana en
el mercado y orientadas a la maximización de beneficios. La tierra fue un recurso barato y el Estado posibilitó a su acceso por la venta o
donación. El patrón de acumulación fue el uso extensivo, la explotación directa a través del trabajo asalariado y formas indirectas como la
aparcería, o sea que renta y ganancias se conjugaron para asegurar su reproducción y ampliación, y el estanciero fue a su vez capitalista y
terrateniente. Este modelo de organización de la estancia perduró por décadas aún cuando los precios de la tierra subieron y la inversión en
ese recurso representó una proporción cada vez mayor del total necesario para establecer esta empresa. El establecimiento de un complejo
sistema de comercialización fue el complemento necesario de esa transformación de la estructura productiva, dado que el destino de la
producción era el mercado, mientras los sectores vinculados al comercio de exportación cumplieron un papel central en la provisión de
dinero y crédito, lo que reforzó su capacidad de negociación frente a los sectores de la producción. Pero la condición de posibilidad para la
actividad de comerciantes y productores era la existencia de un mercado y éste era el internacional. Este mercado europeo era el
presupuesto de la expansión productiva, y la fuente misma de excedentes: la renta diferencial de las ventas. Rentas y ganancias, excedentes
generados localmente y transferidos internacionalmente, fueron al base del proceso de acumulación que tuvo lugar en el Río de la Plata en
la segunda mitad del siglo: la reproducción y mejoramiento de los rebaños, la multiplicación de las estancias y explotaciones familiares, el
crecimiento de la población y el crecimiento de las redes de transporte fueron algunas de las manifestaciones más notables de ese proceso.
De todas formas fue un proceso nada regular, que conoció depresiones y euforia consecuencia de guerras, conflictos políticos y crisis
económicas. Al analizar los patrones de acumulación y consumo se plantea el problema de la distribución de los excedentes generados a
través de la producción y el comercio de lana. En esta etapa la distribución se expresó a través de los mecanismos del mercado, aunque el
papel del estado no fue nada desdeñable en cuanto a la intervención en le período inicial de apropiación y reparto de tierras y ganados,
como su posterior manejo de mecanismos de control monetario. No toda la riqueza de los excedentes permaneció dentro de las fronteras,
sino que hubo una transferencia hacia el extranjero a través de las inversiones (en el sector comercial como en infraestructura).
El mundo rural relativamente simple de la primera mitad del siglo, donde se relacionaban estancieros y trabajadores, se había transformado
mostrando la aparición de sectores intermedios formados por comerciantes, tenderos, prósperos barraqueros y dueños de flotas de carretas,
acopiadores y vendedores autónomos, artesanos. Los cambios en la organización productiva de las estancias habían provocado
modificaciones en la relación entre propietarios y trabajadores, por la incorporación de estos nuevos tipos de trabajo que se integraban en
la estancia. La sociedad rural de los ’80 era diferente tanto en su interior como por fuera. La emergencia y expansión de todos estos nuevos
sectores entre los escalones más altos de la burguesía y los más bajos de los trabajadores, muestra un renovado patrón de distribución. Este
patrón de distribución de la riqueza favorecía a quienes más tenían cuando sabían abrirse paso en el mundo capitalista.

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