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REFORMAS BORBÓNICAS
Los monarcas Borbones, comenzando por Felipe V, llegaron decididos a cambiar la ineficiente
administración del estado español, implementando cierto número de reformas. El objetivo en
esta etapa era acabar con el excesivo poder de la gran aristocracia y las autonomías
regionales, que habían impedido el eficiente accionar de la Corona en tiempos de los
Habsburgo.
Tras la firma del tratado de Utrecht (1713), España se vio obligada a realizar profundos
cambios en su política, tratando recobrar el terreno perdido ante sus pares europeos. Así,
desde las primeras décadas del siglo XVIII, los reyes Borbones implantaron una serie de
reformas que cambiarían el sistema español de antiguo régimen por una administración
moderna y centralizadora. Uno de los puntos centrales en el cambio fue volver los ojos a las
colonias y hacerlas partícipes de las transformaciones. Los Borbones se dieron cuenta que
necesitaban tener una real presencia en América, si es que buscaban obtener algún rédito de
ella.
Las principales reformas se aplicaron recién durante el reinado de Carlos III. Carlos III fue un
monarca muy distinto a los anteriores Borbones españoles. De carácter fuerte, estaba
dispuesto a convertir a España en una gran potencia. Dio un renovado impulso al programa de
reformas, centrando su atención en América como fuente de recursos para emprender una
activa política exterior en Europa.
COMERCIALES
Las reformas comerciales constituyen una de los más importantes del programa reformista
borbónico. En este aspecto, la política de la Corona se basó en el mercantilismo francés,
ejemplificado por el ministro de Luis XIV, Jean Baptiste Colbert (1619-1683). El mercantilismo
se basaba en la idea de que los metales preciosos son la base de la riqueza de una nación, por
lo tanto debe hacerse todo lo posible para aumentarlos. Esto se traducía en medidas
proteccionistas del comercio y la industria con la finalidad de obtener una balanza comercial
favorable. Es decir, debían ingresar más metales (en la forma de moneda) de los que salían
para pagar las importaciones.
Durante la primera mitad del siglo XVIII el comercio legal trasatlántico había languidecido a
causa del contrabando y las concesiones hechas a Inglaterra en el tratado de Utrecht. Tras las
reformas, el resultado de estas medidas fue el incremento masivo del comercio trasatlántico, en
particular cuando el fin de la Guerra de Independencia con Estados Unidos (1783) trajo la paz
con Inglaterra. Pronto las mercancías europeas invadieron los mercados americanos,
causando las protestas de los tribunales del Consulado de Lima y México. La sobreoferta de
manufacturas causó el desplome de los precios en América, reduciendo considerablemente los
beneficios de estos grandes mercaderes. En cambio, resultaron beneficiados una nueva
generación de comerciantes pequeños y medianos (en su mayoría nuevos inmigrantes
españoles), dispuestos a trabajar con menores márgenes de ganancias. En cuanto a las
regiones, los puertos venezolanos y los del río de la Plata lograron incrementar
considerablemente su participación en el comercio trasatlántico.
Del lado americano el incremento de la producción de plata cubrió buena parte del incremento
comercial, aunque su participación se redujo de un 75% a un 60%. El resto de las
exportaciones a Europa estaba compuesto por productos agrícolas: índigo, cacao, tabaco,
azúcar, en su mayor parte provenientes de la región del Caribe, lo que revelaba la creciente
importancia de regiones antes consideradas marginales del imperio. Las plantaciones se vieron
beneficiadas con las Reformas Borbónicas. El mejor ejemplo de ello es Cuba, donde la Corona
favoreció la importación de esclavos africanos y harina barata de los Estados Unidos para
incentivar la producción azucarera. Esta se vio favorecida por la Revolución de Santo Domingo
en 1789, que sacó a esta isla francesa del negocio del azúcar. Además, Cuba producía tabaco,
pero no en grandes plantaciones sino en propiedades más pequeñas. Para la década de 1790,
la isla exportaba alrededor de 5 millones de pesos, creciendo hasta los 11 millones en la
década siguiente. Un éxito similar se logró en Venezuela con la producción de cacao, aquí
también sobre la base de la mano de obra esclava.
Sin embargo, el aumento de las exportaciones coloniales españolas se debe contrastar con las
cifras de las colonias inglesas y francesas. Entre 1783 y 1787 los ingleses importaron
productos de las Indias Occidentales (un puñado de islas en el Caribe) por un valor de
alrededor de 17 millones de pesos anuales. Los franceses hacia 1789 importaban de Santo
Domingo alrededor de 27 millones de pesos (30 millones según otras fuentes), en su mayor
parte en azúcar, algodón y café. En contraposición, las cifras para toda la América Hispánica a
comienzos de la década de 1790s (la mejor época del comercio trasatlántico) sólo llegaba a 34
millones de pesos. Esto da una medida de la persistente ineficiencia del gobierno español en
América.
El notable incremento del tráfico trasatlántico a raíz del "Libre Comercio" redundó en mayores
ingresos para la Corona, sin colmar las expectativas que en él se ponían. En particular,
resultaba obvio el fracaso de las manufacturas españolas para sacar beneficios de las
Américas. Las mercaderías españolas enviadas a América seguían siendo en su mayor parte
productos agrícolas, mientras que las manufacturas (inclusive los barcos mercantes) seguían
llegando de otros países europeos. Incluso parece que las manufacturas registradas como
españolas (principalmente textiles) eran reexportaciones de manufacturas de otros países con
una mínima reelaboración. De igual manera, el comercio seguía estando concentrado en
Cádiz, pero dominado por casas comerciales extranjeras.
REFORMAS POLÍTICO-ADMINISTRATIVAS
Uno de los primeros frutos de las reformas administrativas fue la segregación de los criollos de
los principales cargos de la administración colonial. Se abolieron las ventas de cargos se
restableció la progresión en los nombramientos de oidores, los cuales pasaban de audiencias
menores a cargos más importantes en las capitales virreinales.
Las reformas no se limitaron a los cargos más altos. Un problema de particular preocupación
era el de los Corregidores. Los anteriores monarcas Borbones habían limitado e incluso
reducido sus sueldos en la península y las Américas. Para compensar esta pérdida, en 1751 se
legalizó el Repartimiento. Esta era una vieja costumbre de los corregidores de indios, hasta
entonces practicada profusamente a pesar de su ilegalidad. Tenía dos formas, en la primera el
corregidor repartía mercancías a los indios a su cargo, quienes debían aceptarlas
obligatoriamente y pagarlas a precios elevados. En la segunda forma, los corregidores
repartían dinero para luego recuperarlo en productos tales como la cochinilla o el índigo, lo que
convertía a esta forma de repartimiento en una especie de crédito forzado. La primera estaba
generalizada en los Andes, mientras que la segunda predominaba en la Nueva España.
Al autorizar los Repartimientos, la Corona se limitó a regular los precios de los bienes
distribuidos, pero esta regulación no tuvo mayor éxito, dado que en el corto período de
gobierno de los corregidores (generalmente cinco años) éstos debían recuperar la inversión
hecha y pagar a las grandes casas comerciales de México y Lima, que eran las que los
proveían de crédito y mercancías. El Repartimiento se convirtió en causa de profundo
descontento entre las masas indígenas, sobre todo en los Andes.
Para implementar una solución final al problema de los corregidores, la Corona decidió
trasplantar a Indias el sistema de Intendencias implementado en España. Ello causó gran
polémica, pues se consideraba que si los indígenas se veían libres de los repartos dejarían de
participar en la economía de mercado y se volcarían a la autosubsistencia, causando la ruina
de los virreinatos. El primer paso hacia el cambio se dio con el establecimiento de la primera
Intendencia en Cuba, de forma experimental en 1763. En 1782 se crearon 8 intendencias en el
virreinato del Río de la Plata. En 1784 se crearon 4 más en el virreinato del Perú y en 1786,
otras 12 en el de Nueva España. Además, se crearon 5 en Centroamérica, 3 en Cuba, 2 en
Chile y 1 en Venezuela, pero no llegaron a implementarse en el virreinato de Nueva Granada.
Los intendentes concentraban una enorme autoridad en el plano local, a lo que se agregaba
que sus jurisdicciones eran mucho más grandes que las de los corregidores, controlando las
esferas judicial, económica e incluso religiosa. Para ayudarlos a gobernar existían
subdelegados encargados de jurisdicciones más pequeñas. Los resultados obtenidos por los
intendentes fueron exitosos hasta cierto punto, beneficiándose sobre todo las ciudades donde
se asentaban. Sin embargo, el escaso tiempo en que pudieron desarrollar su actividad (pues la
Independencia hispanoamericana estaba a la vuelta de la esquina) no permite hacer un juicio
preciso sobre los resultados obtenidos.
Desde el gobierno de Fernando VI, e incluso antes, los jesuitas habían estado en el centro del
debate entre regalistas (partidarios de la autoridad de la Corona sobre la Iglesia) y anti-
regalistas (partidarios de la supremacía papal). A ello se agregaban los problemas generados
por la guerra en Paraguay, a raíz del tratado de 1750. Y en general, los jesuitas no eran bien
vistos por su notoria influencia en la corte, y por sus vínculos con Roma. Incluso se les atribuía
un cierto carácter subversivo y regicida. En suma, su carácter independiente e internacional los
hacía incompatibles con el ideal de absolutismo de los Borbones.
Esta medida no dejó de traer consecuencias para América. Buena parte de los miembros de la
orden expulsados eran criollos con fuertes vínculos en sus regiones de origen, por lo que la
medida causó gran descontento. Más aun, algunos de los expulsados desde el exilio se
convertirían en activistas en contra del dominio español en América, como por ejemplo Juan
Pablo Viscardo y Guzmán, quien escribió la conocida Carta a los Españoles Americanos
(1792).
Una serie de medidas fueron implementadas para erradicar lo que se había percibido como un
nacionalismo inca. En 1787 se abolió el cargo hereditario de curaca y se prohibió el uso de la
vestimenta real incaica, la exhibición de toda pintura o iconografía de los Incas, el uso de
símbolos precoloniales e inclusive la lectura de las obras de Garcilaso de la Vega.
Otras medidas fueron destinadas en mejorar la administración colonial y apaciguar los ánimos
de las poblaciones del sur andino. En 1787 también se estableció una audiencia en el Cuzco
que sería mucho más receptiva a las demandas locales. Luego, en 1784 se abolió el reparto de
mercaderías y los corregimientos fueron reorganizados en intendencias, quedando así el cargo
de corregidor eliminado. Asimismo, la Corona desplegó tropas regulares en diversas provincias
andinas, asumiendo un papel de control social interno.
A largo plazo, estas acciones perjudicaron principalmente a la elite indígena, al ser despojada
de sus fueron y privilegios. El sector que lograba comunicarse de mejor manera con los
mestizos y criollos y defender los intereses de los indígenas fue desapareciendo
paulatinamente no sin ofrecer resistencia en interminables litigios que no pudieron detener la
debacle de los curacas. Así, con el pasar de los años todos los pobladores andinos pasaron a
ser indios sin distinción, aumentando el sentimiento de desprecio y humillaciones a medida que
sus derechos eran socavados cada vez más, mientras los criollos percibieron el peligro que
significaba movilizar a contingentes indígenas para realizar sus propios pedidos y reclamos. La
incapacidad de los líderes multiétnicos del movimiento para establecer una alianza criollo-india
y las mismas divisiones dentro de la población indígena fueron el germen del fracaso rebelde.
El importante papel de intermediarios coloniales que ejercían los curacas, truncado a fines del
siglo XVIII y el sentimiento de amenaza de los criollos y españoles ante las masas indias tuvo
consecuencias hasta después de la independencia del Perú, y ayudó a configurar de manera
negativa la concepción que la nueva república peruana tendría de los indios, dejándolos fuera
constantemente de sus planes políticos.
Si bien la imagen de Túpac Amaru II fue revitalizada desde el indigenismo en los años veinte y
luego con fines políticos en la década de 1970, últimos estudios que combinan diversas
metodologías y disciplinas académicas han dado nuevas luces no sólo sobre el levantamiento
de José Gabriel Condorcanqui, sino sobre todos los movimientos sociales del siglo XVIII.
Actualmente, y luego de la idealización sufrida por el cacique de Surimana que inclusive llegó
al cine peruano, se puede afirmar que si bien la rebelión tuvo una gran envergadura y sus
consecuencias fueron las más importantes de todos los levantamientos del penúltimo siglo
colonial, lejos está Túpac Amaru II de ser un luchador social por su pueblo y precursor de la
independencia bajo una conciencia nacionalista.