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EL CASO DEL EQUILIBRIO SOCIAL De La sociepab oPULENTA Cuando fue p en La sociedad opulenta, lo llamé «La teorta det tes, «La Naturaleza ibro social», Se me ha asociado estrechamen te afios con este e entre ia de bienes pri ter extremadamente p Mads tarde hice piiblico: la de defer in el re I poder superior de lustria privad ular. Fllos han compartido co igono, y con la aguiescencia 0 el apoyo positivo de spr s partidos politicos, la asuncién de esta parte del presupuesto. La econoy aqui, dom clarai bre el gasto puiblico, es su prim la de mis di libro, si usar la descripcion del coche y de sus ocupantes afueras del campo y el parque ru propieds mi punto de vista de y fue, por un icluso, de La so edad opulenta. Coma 6 a una p as en Vermont, traduccion de Carlos Grau Petit, Ariel, Barcelona, 1984, pp. 260-298, Saclety, MarinerHoughton Mifflin, 1998, ed, del 40 aniversario, pp, 186-199.) 43 on caer un estado en donde nuestra familia ha pasado muchos veranos. Con pocas discrepancias, la comision urgié a que las cunetas fueran protegidas, in- cluyendo, entre otras cosas, la eliminacién de los carteles fuera de las ciu- dades. El resultado ha supuesto una mejora sustancial para el campo y un estimulo considerable para el turismo; las personas ahora van a Vermont para ver las praderas abiertas, los bosques y las montaftas. El control am- biental puede ser realmente bueno para el negocio, algo que no sospeché ori- ‘ginariamente Hasta que no se descubre que los altos ingresos individuales no bastan para inmunizar al conjunto de la humanidad del c6lera, el tfus y la igno- rancia y que menos atin le proporciona las ventajas concretas de las opor- tunidades educativas y de la seguridad econémica, la sociedad no comien- 7a, con lentitud y deszana, asediada por vaticinios de degeneracién moral y de desastres econdmicos, a tomar medidas colectivas para proveer a aque- llas necesidades que ningsin individuo comtin, aunque trabajase extraordi- nariamente durante toda su vida, podria satisfacer por sf slo. RH, Tawney! | problema dltimo de la sociedad productiva es lo que produce. El Ee jitttoma es roto do na implacable endencia a propercionar un op saministro de unas cosas y una cosecha avarienta de otras. Esta dis- paridad I ta el punto de constituir una causa de malestar e insalu- bridad social. La linea que separa nuestras zonas de riqueza y pobreza es, en términos generales, la que divide los bienes y servicios produci- dos y situados en el mercado por el sector privado de los servicios pres- tadlos por el sector pablico, Nuestra riqueza en los primeros no se encuen- tra tan sélo en sorprendente contraste con la escasez de los iltimos, sino que nuestra abundancia en bienes producidos privadamente constituye en gran medida la causa de la crisis en el abastecimiento de servicios pibli- os, ya que no hemos acertado a percatarnos de la urgencia e incluso pe- rentoria necesidad de mantener un equilibrio entre ambos. La disparidad entre nuestras masas de bienes y servicios privat a de apreciacién subjetiva del autor. Muy al contr tema de amplios y abundantes comentarios que se abstienen ciertamente de establecer dicho contraste tan claramente como lo hacemos aqut. Du- rante los afios que siguieron a la segunda guerra mundial, los periddicos de cualquier ciudad importante —los de Nueva York constituyen un ejem- plo excelente_- hablaban a diario de la insuficiencia y de los defectos de los servicios municipales y metro ran viejas y estaban atestadas. A la fuerza p fal le faltaba capacidad y sus salarios eran bajos. Los parques y terrenos de juego eran insuficientes, Las calles y solares se encontraban cubiertos por la inmundicia y ala briga- da de saneamiento le faltaban material y hombres. Para los que trabajaban en ella, los accesos de Ia ciudad eran inseguras e incémodos, agravandose cada -z més la situacién. Los transportes internos eran insuficientes, an- jiénicos y sucios. Lo mismo sucedfa con el aire. Debiera haberse prol estacionamiento en las calles pero no quedaba espacio disponi tros lugares. Estas \cias se manifestaban en los servicios ai guos y consolidados y no en los nuevos modernos. Desde hace mucho tiem- po las ciudades barren sus calles, facilitan el transporte de sus habitantes, los educan, mantienen el orden pablico y proporcionan lugares de estacio- namiento para los vehiculos que deban detenerse. El hecho de que sus habitantes gocen de un suministro de aire libre de impurezas no tiene nin- ‘guna conexién revolucionaria con el socialismo. La discusion de esta pobreza pitblica puede contraponerse con éxito total a las crénicas relativas a la opulencia creciente de los bienes produci- os por el sector privado. El Producto Nacional Bruto aumentaba, También se elevaban los ingresos personales. La productividad del trabajo hi mismo mejorado. Los coches que no podian ser estacionados ibar producidos a un ritmo creciente. Los nifios, aunque careciesen de colegios, disfrutaban en sus juegos del carifoso interés de unos adultos con gustos extrafios y dispontan de unas formas de delincuencia cada ver mas inge- niosas, equipandoles admirablemente con re én de se habia confiado principalniente al -0, Nuestros colegios tenfan a menudo un excesivo niimero sy el material de que disponfan era insuficiente, ocurriendo lo mismo con los hospitales mentales, El contraste era y sigue siendo evidente no sélo para la persona que lee en su coche color malva y cereza, con aire acondicionado, direccién asistida y servofre de ciudades deficientemente pavimentadas, y afeadas por los desperdicios, los edificios desconchados y los anuncios junto a postes de conducei icas que deberian ser subterréneas desde hace ya mucho tiempo. Contemplan un paisaje rural que es casi invisible por obra y gracia del cas respecto del paisaje tienen, por lo tanto, un cardcter secundario. En es- tos aspectos no somos inconstantes.) Meriendan con unos alimentos ex- quisitamente empaquetados que sacan de una nevera portatil, a orillas de 50 JK. GALBRAITH ‘un arroyo contaminado, y pasan la noche en un parque que es una amena- za para la salud pablica y para la moral. ¥ antes de adormecerse, acostados en un colchén neumatico, cobijados por una tienda de nilén y rodeados por el hedor de la basura semicorrupta, pueden reflexionar vagamente sobre la curiosa desigualdad de las mercedes que se les han otorgado. Realmente, ges esto el genio americano? I Desde hace mucho tiempo se ha reconocido que debe mantenerse una re~ laci6n relativamente estrecha entre la producci6n de diversas clases de productos dentro del sector econémico privado. La produccién de acero, ca tiene que igualarse con el creci ren, La existencia de estas relaciones —«coeli tas— ha hecho posible la elaboracién de la tabla factor-producto* que demuestra cémo los cambios en la producci6n de un sector industrial au- mentarn o reducirén la demanda de otros sectores industriales. E] mun- do esta en deuda con esta tabla, y especialmente con su inteligente crea- dor, el profesor Vasili Leontief, al hallarse en posesién de una de las més snto de las relaciones econémicas. Si la expansion de 10 de los sectores del sistema econdmico no se correspondida por la necesaria expansi6n en otros sectores respetase el necesario equilibrio—, se originarian estrangulamientos y es- caseces, acaparamientos especulativos de las materias escasas y una eleva- cién promunciada de los costes. Afortunadamente, el sistema de mercado opera de una forma répida ‘az, en tiempo de paz, para mantener este existencia de stocks y una cierta flexibilidad jido al profesor Leontief, e encuentra expuesto fof American Economy, 1919-1939, Oxford Univer- 1953), Los economistas de habla espafola no se han puesto ain de sduccién correcta que debe darse en nuestra lengua a la terminolo- cen los coeficientes a consecuencia de las sustituciones, nos da la seguridad de que no se produciran dificultades graves. Sélo nos damos cuenta de la existencia de este problema al comprobar la gravedad que reviste para aquellos paises que procuran resolverlo adoptando disposiciones planifi- cadoras y que disponen de un abastecimiento de recursos mucho més re- ducido. Del mismo modo que debe existir un equilibrio dentro de la produccién de una comunidad, también debe haberlo dentro del consumo de esa co- .oen el empleo de un producto crea, inevitablemente, leo de otros més, Si nos disponemos a consumir més automéviles, tendremos que disponer de mas gasolina. Se tendrén que sus- cribir més seguros y crear ms espacio para poder manejar los coches. Mas allé de cierto punto, el aumento en la cantidad y calidad de los alimentos equivale a aumentar la necesidad de servicios médicos. Fl ereciente consu- mo de alcohol y tabaco los hace absolutamente imprescindibles. Poder dis- poner de més vacaciones exige més hoteles y més cafias de pescar. Y asi sucesivamente. in embargo, las relaciones que nos ocupan en este momento no se li- iitan tan s6lo al mbito del sector privado. Actitan de una forma total so- bre el conjunto de los s 10s privados. Con la misma certeza que un aumento de la produecién de automéviles genera nueva demanda para la industria sideningica, crea también una nueva demanda de servi- ios piiblicos, Del mismo modo, cada incremento en el consumo de bienes privados daré lugar, por lo general, ala adopci6n de alguna medida favora- ble o protectora por parte del Estado. En todo caso, si estos servicios no son prestados con rapidez, se producirén consecuencias lamentables hasta Cierto punto, Es conveniente que podamos disponer de un término que ex- 46n adecuada entre el suministro de bienes y servicios produ- stado, y éste puede ser elequi- brio social El problema del equilibrio social tiene el temente, el de la inoportunidad. Como ya se observ, sumo de automéviles exige las correspondientes facilidades en calles, ca- rreteras, sefializacién y espacio de estacionamiento. También habré que disponer de los servicios protectores de la policfa urbana y de carretera, asf ‘como de los hospitales. Aunque en este caso es completamente evidente la exista un equilibrio, nuestro empleo de vehiculos priva- de la ubicuidad y, frecuen- ‘aumento en el con- necesidad de qt dos ha excedi siguientes. El resultado obtenido miento de las carreteras, una matanza anual de proporciones increfbles y la colitis erdnica de las ciudades, Lo mismo que ocurre en la superficie terres-. & \f. 8 32 LK qatpearrat tte, sucede en el aire. Los aviones son objeto de interminables retrasos 0 cho- can, ocasionando desagradables conset Jas disponil sncias para los pasajeros, cual del trifico aéreo no se mani s rutas areas. utomovil yel aeroplano, en lucha con el espacio para poder ser utilizados, no son més que un ejemplo excepcionalmente palpable de unos ios de saneamiento adecuados, la contrapartida, sdad cada vez més intensa. A ma- @e nuestra época. A medida que se producen y adquieren mas bienes, mayo: res son las oportunidades de estafa y mayor proteccién se debe otorgar a la propiedad. Si las cantidades que se destinan a los servicios pablicos que eben hacer cumplir la ley no se mantienen al mismo ritmo, el reverso de un bienestar creciente serd, sin duda, un aumento en el niimero de delitos. La ciudad de Los Angeles cor recientemente, un ejemplo casi clisico de los problemas que presenta el equilibrio social. El aire se ha he- cho all{ casi irrespirable durante gran parte del afio, debido a las magnifi- cas y eficientes fabricas y refinerfas de petréleo, a una fastuosa cantidad de automesiles ya un inmenso consumo de productos siractivamente emp quetados que, unido a la ausencia de un servicio municipal de recoleccién de basurs, ha obliga al empleo deincineradores doméstces, La con, minacién del aire podria ser controlada tinicamente mediante un conjunto de servicios piblicos muy complejo y desarrollado —a través de un mejor conocimiento de la situacién gracias am: tuales. Asf, un aspecto del incremento de la produccién, niimero de cosas joven. Las peliculas cinema- méviles y la inmensa gama de opor atractivas, como los estupefacientes, las revistas de aventuras y la porno- EL.CASO DEL EQUILIBRIO SOCIAL 53 ‘odo ello se encuentra incluido en el crecimiento del producto na- wruto. El hijo de una época menos opulenta y menos adelantada {taba de muchas menos diversiones de este tipo. El edi- de la escuela es recordado todavia por su posicién ro} vidas de los que acudian a él. Ninguna escuela moderna puede ambicionar que se le legue a recordar del mismo modo. ‘En una comunidad bien regida y administrada, con un sistema escolar adecuado, buenas oportunidades de esparcimiento y una buena fuerza de policfa en suma, una comunidad cuyos servicios ptiblicos se hayan man- tenido al mismo ritmo de la produccion privada—, las fuerzas de diversion que operan sobre la juventud moderna no pueden causar grandes dafios. lentos habitos de Hollywood tienen que enfrentarse lectual del colegio. Las atracciones sociales, atléticas, ion con la teatrales, etc., del colegio ejercen también su influencia sobre la att del nio. Estas, conjuntamente con las demas oportunidades de entre miento de la comunidad, reducen al mfnimo las tendencias delictivas. Las experiencias de la violencia y la inmoralidad estan contenidas por un sis- tema eficaz de cumplimiento de la ley antes de que se conviertan en una epidemia, Las cosas son muy distintas en una comunidad que no ha sido capaz de mantener los servicios pablicos al mismo ritmo del consumo privado. En este caso, en una atmésfera de opulencia privada y de escualidez pit- blica, los bienes privados tienen el campo libre. Los colegios no compiten contra Ia television y las peliculas. Los idolos de la juventud son los du- dosos héroes de estas ttimas y no la maestra de la escuela. El bélido de carreras y los excesos de velocidad ocupan el lugar de unos deportes més, sedentarios, para los cuales no se han previsto desembolsos o lugares ade~ mics, el alcohol, los estupefacientes y las navajas forman impi- sho, de la creciente corriente de bienes, y nadi parte, como se ha de su disfrute. Existe una amplia provisién de riqueza privada de la que se Una comuni- puede disponer sin que haya mucho que temer de la pol Gad austera se ve libre de toda tentaci6n. Puede practicar esta misma aus- blicos. No ocurre lo mismo en una comunidad orga gran importancia a la produccién yy que posee una or ion extraordinariamente eficaz para crear nece- Sidades privadas, existen fuertes presiones para hacer que en cada familia haya el méximo nimero de ingresos posible. Como siempre, toda conduc- ta social forma parte de un todo mayor. Si ambos progenitores se dedican a la produccién privada, la carga de los servicios piiblicos sufre un aumen- to, Los nifios, en efecto, estén a cargo de la comunidad durante una impor- $4 eee servicios de la comunidad no se mantienen al 4 una causa més de perturbacién. in para ilustrar el problema del equilibrio so- cial, aunue de una forma compleja hasta cierto punto. Pocos serén ca- paces de afirmar que los americanos con ingresos més bajos o incluso medios disponen de una suficiente variedad de viviendas. Muchisimas fa- milias desearfan poder tener mas habitaciones, 0 una mejor distribucién, tuir un obstéculo para una distribucion adecuada de los recursos en el plano de la vivienda. El examen més detenido, sin embargo, nos revela que el problema no es demasiado diferente del de la educacién, Es muy poco probable que la industria de la vivienda sea mucho mas incompetente o ineficiente en Es- los que en aquellos otros paises —Escandinavia, Holanda o, en , Inglaterra— en los que se ha eliminado casi por completo los con un amplio, complejo y costoso despliegue de servicios puiblicos. incluyen la compra de terrenos y los derribos para proceder a una reorde- je la ciudad y del vecindario, as{ como _y vigorosa; diversos tipos de financiacion a los constructores y proy tarios, servicios de arquitec- fe para una industria © amparadas, para las familias que disponen de rentas bajas. La calidad de la vivienda no depende de k ria, que es invariable, sino de lo que se invierte en estos suplementos y subsidios.? ier los servicios pablicos en una pro- respecto de la produccién privada y del empleo de bienes lye una causa de disturbios sociales 0 perjudica el buen funciona- miento del sistema econémico. Debemos considerarlo ahora desde un an- .provechar la oportunidad para amy , desperdiciamos oportunidades de disfrute que, de no haber sido asf, se nos podrian haber presentado. Con toda probal dad puede ser satisfecha tanto por la adquisicin de mejores escuelas o par- ‘ques como por la de automéviles mas grandes. Al concentrarse en los i mos més que en los primeros, no logra maximizar sus satisfac mismo que sucede con las escuelas dentro de la comunidad, res los servicios pablicos en el pais en general. Apenas si tiene s bamos satisfacer nuestras necesidades de bienes privados dancia sin medida en tanto que, en el caso de los bienes pi puede comprobar a simple vista, practicamos una renuncia ilimitada, De este modo, en lugar de explotar sistematicamente las oportunidades que nos permiten emplear y obtener un placer de estos servicios, no nos sumi- nistramos Jo que nos mantendrfa alejados de toda preocupacién. La sabidurfa convencional sostiene que la comunidad, grande 0 pe- quefia, toma una decisién acerca de la cantidad que destina a sus servicios pueblo decide cual sera la cuantia de sus ingresos privados y bienes que en- tregaré para poder tener unos servicios pablicos y que les son extraord prestan las autoridades pablicas. Es evidente, sin embargo, que este criterio depende de la idea de que las necesidades del consumidor estén determinadas independientemente de toda influencia externa, En un mundo semejante, se podria defender con cierta razén la doctrina de que el consumidor, en tanto que elector, puede cescoger libremente entre los bienes privados y los pti en cuenta ¢l efecto dependencia —dado que las necesidades dé dor son creadas por el mismo proceso que las satisface—, el con puede elegir de este modo. Se encuentra sujeto a las fuerzas de la publici- dad y dela e mn, a través de las cuales la produccién crea su propia de- manda. La publicidad opera exclusivamente, y la emulaci6n, en gran par- te, por cuenta de los bienes y servicios producidos por el sector privado.’ Puesto que la direccién de Jas empresas y los efectos emuladores actttan s6lo por cuenta de la produccién privada, los servicios piiblicos tendrn una tendencia a permanecer retrasados. La demanda de automéviles, que se crea con un coste considerable, exigiré inevitablemente una mayor proporcién de ingresos que los parques, la salud piblica o incluso las carreteras, sobre i luencia semejant ‘méquinas de la propagan- 10 grado de desarrollo, se apoderan de los ojos y §6_—________ K GALBRAITH idad pidiendo més cerveza pero no ms escuelas. Ni si- sabidurfa convencional se podré sostener que conduce a una eleccién imparcial entre las dos. "s més inteligentes del pais para ver si se puede cul- lin producto susceptible de venta. Ningtin proceso si- lar actiia en nombre de los servicios invendibles del Estado. Realmente, mientras damos por descontado el cultivo de nuevas necesidades privadas, hos sorprenderia mucho que s le aplicase a los servicios pitblicos. El cien- tifico, ingeniero o agente publicitario que se dedica a perfeccionar un nue- vo carburador, purgante 0 depilatorio por el que el piblico no advierte ni siente necesidad alguna hasta que surge una campafta publicitaria, es uno de los miembros més cotizados de nuestra sociedad. Un politico o un fun- cionario piblico que idea un nuevo servicio publico es considerado como tun manirroto, Pocos delitos piiblicos son mas censurados. Baste esto por lo que se refiere a las influencias que actian sobre la decisién a tomar entre la produccién publica y la privada. La tranquila de- cisién entre el consumo publico y privado que describe la sabidurfa con- vencional es, de hecho, un notable ejemplo del error que se desprende de contemplar el comportamiento social fuera de su marco. Siempre habr una tendencia interna a hacer que los servicios piblicos se mantengan poster- sigualdad y la tendencia in- luyen ya parte de nuestro marco gene- ‘iones, como la de los correos, los servicios piiblicos jeta con el precio que debe pagar el individuo que los Su propia naturaleza hace que normalmente se encuentren a dis- 6n de todos. Por consiguiente, cuando se les mejora o se int ay perturbadora cuest el que debe pagarlos. Esto, a su vez, resucita una disci irrelevante, sobre la desigualdad. Como sucede con el empleo de los tribu- tos en cuanto instrumento de la politica fiscal, también aqui se rompe la ‘tregua concertada sobre la desigualdad. Los liberales se ven obligados a sostener que los servicios deben ser pagados mediante una tributacién iad. Estando comprometidos pprogresiva que reduciré la desi Ia importancia de los bienes terior, a sostener un criterio relativamente mecnico acerca de la forma en que se puede mantener con mayor seguridad el nivel de produccién), se deben oponer a los impuestos sobre las ventas y el consumo. Los conser vadores corren a defender la desigualdad—aunque nunca empleando abier- tamente semejante tosco término—, y se oponen al uso de la contribucién sobre la renta. Explicitamente, se oponen a que se realice el gasto, no por los. méritos del servicio, sino por los defectos del sistema tributario. Puesto que la discusién sobre la desigualdad no se termina nunca, no se conceden normalmente los fondos necesarios, y el servicio no es realizado. Es una ‘vietima de los objetivos econémicos de liberales y conservadores, para quie- nes los problemas del equilibrio social se encuentran subordinados a los de Ja produccién y, cuando se la menciona, a los de la desigualdad, es mejor, ya veces peor, de lo que sugiere s bésicas. Dada la estructura tributaria, los intos estratos del gobierno crecen a medida que crece el Los servicios pueden ser mantenidos, veces mejorados, gracias a este aumento automatico. este hecho, las asignaciones impuestos. Los servicios pablicos son tenidos en cuenta y vot do con su importancia aparente. Rara vez se contrapone la mejora de un servicio coner efecto que puede tener sobre lidad de los millares de asignaciones consideradas individualmente no cons- tituye sino un solo factor: En este proceso, la tiltima consecuencia tributaria de cualquier asignacién individual es de minimus, vla tendencia a hacer caso comiso de ello rele la sencilla matematica de la situaci6n. De este modo, €l Congreso tiene la posibilidad de tomar decisiones que afectan el equilibrio social sin invocar el problema de Ia desigualdad. La situacién empeora, sin embargo, por el hecho de que una amplia pro- porcién de les ingresos federales estén destinados de antemano a los gas- tos de defensa. La elevacién de los costes de la defensa ha tendido también a absorber una gran porcién del aumento normal de los ingresos fiscales. La 58 JK GALBRAITH posicién del gobierno federal para mejorar el equilibrio social se ha visto debilitada a partir de la segunda guerra mundial por la arraigada creencia, ahora de todos modos en retirada, de que sus tributos se encon- traban a unos niveles artficiales originados por la guerra y de que existe un compromiso técito para disminuir los impuestos en la primera oportuni- dad que se presente. El problema del equilibrio social es mucho mas grave en los estados y ' especialmente exacto in general sobre la propiedad— aumen- en lo que se refiere a la co tan menos que proporcional vada. La elaboracién del presuy en el caso del gobiemo federal —tinicamente la autoridad monetaria dis- fruta del agradable privilegio de suscribir sus propios préstamos—. Debido a esto, un aumento en los servicios de los estados y gularmente la cuestién de un aumento en I borrada por el debate sobre la igualdad y la equidad social Es normal, por lo tanto, que encontremos un desequilibrio social ‘mas grave en los servicios que prestan los gobiernos locales. E] FBI obtie- ne fondos mucho mas fécilmente que el cuerpo de policfa m Departamento de Agricultura puede mantener mucho més fécilmente su lucha contra las plagas al ritmo del creciente producto agricola de lo que el servicio de sanidad de una ciudad media puede atender a las necesi- dades de una poblacién indust que el gobierno federal se ve pre ‘mente y de una for recaudadora més elevada en grupos con un efecto extraordinariamente discriminatorio. que menos socorro obtienen son, aparte de las que vive pensiones o de otras asignaciones fijas para su seguridad personal, las que trabajan para el Estado. Dentro del sector econémico privado, la em- presa que vende bienes puede normalmente adaptarse inmediatamente al ‘movimiento inflacionista. Sus elevaciones de precios son la inflaci6n. Los ingresos de sus amos y propietarios se adaptan automaticamente al movi- EL CASO DEL EQUILIBRIO SOCIAL 59 miento alcista. En la medida en que los aumentos de salarios forman parte del proceso inflacionista, también sucede asi con los obreros industriales organizados. Incluso los empleados que carecen de organizac tran en un medio en el que los precios y los ingresos se vai a adaptacién de sus ingresos, aunque menos répida que la de los obreros in- dustriales, todavia se realiza con una velocidad adecuada, En tiempos muy recientes en las grandes ciudades, las organizaciones sindicales mas fuertes entre los empleados municipales han detenido y, en algunas comunidades, han invertido la tendencia a que los salarios de los trabajadores puiblicos fueran retrasados. En este sentido, la posicién com- petitiva de los servicios puiblicos no resulta automaticamente contraria ala VI Una de las caracteristicas de los afios que siguieron inmediatamente a la segunda guerra mundial fue un notable ataque contra la idea de aumentar y mejorar los servicios pablicos. Estos servicios habfan sido creados y me- Sin duda, fue debida en jo de la produccién privada y, or consiguiente, de los productores. Indudablemente, algunos de los que contribuyeron a aque lo hicieron con la esperanza, tAcita al menos, de que seria posible eludir Ia tregua sobre la tributacién vis-a-vis de la igualdad reduciendo los impuestos en todas sus categorias. Durante un cierto tiempo fue casi axiomatico el criterio de que nuestros servicios pii- demostrar que ellos también estaban a favor de las economifas ptiblicas, Se elaboré en esta discusiGn una cierta mistica de la satisfaccisn de las necesidades con bienes proporcionados por el sector privado. Si una co- munidad decide que ha de tener una nueva escuela ello implica que cada individuo deberd entregar la cantidad necesaria, quiéralo o no, a través de los impuestos que paga. Pero si se le permite disponer de estos ingresos, es, un hombre libre. Puede decidir entre adquirir un coche mejor o un recep- tor de television. La dificultad es que este razonamiento cierra el camino a oo J.K. GALBRAITIE Ja comunidad para preferir la escuela. Todas las necesidades privadas, den- tro de las que el individuo puede escoger, son intrinsecamente superiores a todos los deseos piiblicos que deben ser satisfechos mediante la tributa- cién y con el inevitable cortejo de compulsin. Se sostuvo también que el coste de los servicios pGiblicos constituia una abrumadora carga sobre la produccién privada, aungue ello ocurrié en un. tiempo en el que la produccién privada florecia, Fueron proclamadas a t0- dos los vientos urgentes advertencias acerca de los desfavorables efectos de la tributaci6n sobre Ia inversién —«no conozco otro medio mas eficaz de eliminar el estimulo a la inversién que el de imponer impuestos que la gente considere como punitivos».* Sucedia esto en unos tiempos en que los ‘efectos inflacionistas de un volumen muy elevado de inversién legaban a inquietar. Los mismos sujetos que proclamaban los efectos perjudiciales de los impuestos apoyaban vigorosamente una politica monetaria proyec- tada para reducir la inversién. Sin embargo, la comprensién de nuestro discurtir econémico exige tener en cuenta una de sus reglas fundamenta- les: se permite a los hombres que ocupan posiciones elevadas adaptar, por tuna virtud especial, su razonamiento a la respuesta que ellos necesitan. Sélo se exige logica a los que estin situados en estratos inferiores. Se afirmé finalmente, con no menos vigor, que la expansién del gobier- zno amenazaba seriamente las libertades individuales. All donde se alean: in y categoria casi exclusivamente por llegar a ser ‘un functonario publica del Estado... es demasiado esperar que muchas perso- nas lleguen a preferir la libertad a la seguridad.* Con el tiempo, el desorden que acompaiia al desequilibrio social ha llega do a percibirse, aun cuando la necesidad de un equilibrio entre los servi- cios pablicos y privades contintia siendo valorada imperfectamente. La embestida que sufrieron los servicios piblicos ha dejado cicatrices duraderas. La sugerencia de que inspeccionemos nuestras necesidades pit- podemos mejorar nuestra felicidad mediante mas y ‘hoy un agudo tono radical. Incluso es necesario de- icos cuya misién es la de evitar desdrdenes. En cam- bio, el hombre que inventa una panacea para una necesidad inexistente y ‘que logra desarrollar ambas contina siendo una de las mejores criaturas de la Naturaleza. 5 ‘mis que amplio abastecimiento de armas yel pobre abastecimiento de servicios muni pales y sania pblica |Lacmulacion acta también entre comunidades dstntas. Una nueva escuela o una nue ‘a autopista en una comunidad ejerce presi sobre las dems para que se mantengan al ‘mismo ritmo, Sin embargo, en comparacién con los penetrantes efectos de la emulacién. al excender In demanda de los bienes de consumo prodiucidos por el sector privado, se ‘onvendrs, segin creo, en que este efecto entre las comunidades ser probablemente pe- quefo, Arthur E. Bums, presidente del Consejo de Ascsores Rconémicos del Presidente, U: S ‘News and World Report, 6de mayo de 1955. FA, Hayek, The Road 1 Serdar, George Routledge & Sons, Londres, 1944, p. 98. (Hay traduccidn espaola, Camino de Serviduombre, ebida a J. Vergara Doncel, Revista de De- recho Privado, Madrid, 1946.)

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