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S. Pedro y S.

Pablo – M isa de la vigilia

Solemnidad de San Pedro y San Pablo


Misa vespertina de la vigilia

La liturgia de esta misa de la vigilia de los santos apóstoles Pedro y


Pablo pone ante nuestros ojos dos características comunes de ambos en su
relación con el Señor: la experiencia de la propia debilidad y el amor a Jesús.
Ambos fueron llamados por Dios cuando se encontraban en una situación
negativa en relación a Jesús: Pedro le había negado tres veces y Pablo estaba
persiguiendo a la Iglesia de Dios. Los dos experimentaron a su modo su
debilidad, su incapacidad para estar en el camino correcto, para ser fieles a la
Verdad. Y paradójicamente, esta experiencia de la propia debilidad los capacitó
para ser apóstoles, es decir, enviados por Cristo para anunciar el evangelio de
la gracia.
El evangelio, de manera especial, nos recuerda que el amor a Jesús es
la otra condición indispensable para anunciar el Evangelio. Porque el Evangelio
no es, en realidad, un mensaje, una doctrina, sino una persona, la persona del
propio Jesucristo. El Señor no examina a Pedro sobre sus capacidades
intelectuales u organizativas, ni tampoco sobre su amor a las ovejas de su
rebaño, sino que lo examina sobre su amor hacia Él, porque sabe que quien le
ama a Él, amará también las ovejas que Él le confía. Pues amar a Cristo más
que a sí mismo es la condición indispensable para poder apacentar sus ovejas.
Porque las ovejas son Suyas: Él es el único Pastor y el buen Pastor, y quien las
apacienta en su nombre no tiene que buscar sus propios intereses sino los de
Cristo (Flp 2,21).
También nosotros estamos llamados a asumir el papel de la debilidad en
nuestra vida, a comprender que somos constitutivamente débiles y que la
gracia de Dios no nos espera lejos de nuestra debilidad sino en el corazón
mismo de esa debilidad por la que somos sometidos a la tentación. Nosotros
no amamos nuestra debilidad, porque ella nos hace frágiles y vulnerables,
porque por medio de ella somos sometidos a la tentación. Y sin embargo,
Aquel que no ha venido a llamar a justos sino a pecadores (Mt 9,13), espera
que le presentemos y que le ofrezcamos nuestra debilidad, para manifestar en
ella su fuerza, tal como él mismo le dijo a Pablo: “Te basta mi gracia, que mi
fuerza se realiza en la debilidad” (2Co 12,9).

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S. Pedro y S. Pablo – M isa de la vigilia

Nuestra debilidad desempeña un papel providencial en nuestra vida


espiritual, porque nos hace humildes: la debilidad -que nos hiere- nos permite
comprender que somos salvados por gracia, que nosotros, por nosotros
mismos, nunca conseguiremos vivir de un modo agradable a Dios, conforme a
Su voluntad, porque “cojeamos”, porque tenemos una terrible propensión a
fallar en determinados puntos.
Nuestra debilidad nos obliga también a ser comprensivos con los demás,
y nos ayuda a no juzgarlos, a no condenarlos, porque comprendemos que
también nosotros podríamos ser juzgados y ser condenados, y sin embargo
Dios no lo hace: tiene paciencia y esperanza sobre cada uno de nosotros.
Nuestra debilidad nos permite comprender que es perfectamente posible
querer amar a Dios con todas nuestras fuerzas y, sin embargo, tropezar
muchas veces en determinados puntos y tener que pedirle reiteradamente
perdón.
Por todo ello nuestra debilidad nos obliga a tener un corazón
“quebrantado y humillado”, que es el corazón que Dios “no desprecia” y que
constituye el sacrificio agradable a Dios (Sal 50,19). Un corazón así nos ayuda
a reconocernos hermanos de todos y especialmente de los pecadores y nos
hace fraternales.
Que el Señor nos lo conceda.

Rvdo. Fernando Colomer Ferrándiz

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