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SERVANDO TERESA DE MIER HD VAI Le) POLITICO PROLOGO I “.,soy con la pluma lo que cierto comandante con las manos y Ja boca cuando se incamoda, que se me viene a las barbas, diciéndome mil babadas, hasta delante de la gente, que a veces me quema y me arrabia.” (Carta a Ramos Arizpe, 28 de agosto de 1823.) SEMBLANZA De FRAY SERVANDO TERESA DE MIER lo que més poderosa e insistentemente ha llamado la atenciés ha sido su vida azarosa tan llena de carceles y fugas, de aventuras y corterias, de persecuciones y desgracias; en suma, el perfil nove- lesco y picaresco de su existencia. Cuantos se han ocupado de este personaje han sucumbido a la tentacién que para todo escritor representa la narracién de una vida como la suya. Pero el resultado ha sido el descuido, ya que no el olvide, de lo mds importante, a saber: el estudio de su ideatio politico y de su brillante actuacién como miembro del Primero y Segundo Congresos Cons- tituyentes Mexicanos. Vagamundos, aventureros, excéntricos los ha habido muchos; pocos, sin embargo, han sido los que, como el padre Mier, ejercieron et su dia una influencia tan preponderante en Ia fijacién del destino de su patria; pocos los que, como él, han tenido una visidn tan clara y penetrante en momentos de confusidn y desorden como fueron aquellos afios inmediatos siguientes a la consumacién de la independencia politica de México. Quizds el principal motivo de esa falta de apreciacién por parte de Ja posteridad deba encontrarse en el hecho de no haber sido las opiniones del padre Mier las que prevalecicron en el gran debate acerca del sistema cons- titucional que habia de adoptarse como estructura politica de la nactente te- publica; pero sea de ello lo que fuere, también parece cierto que no es el padre Mier ajeno del todo a la preferente atencién que se ha concedido a la patte pintoresca de su biografia, pues fue él el primero en insistir hasta el cansancio en ese aspecto de su vida, dejéndose arrastrat sin reservas por una mania exhibitoria, rasgo capital de su cardcter. Insaciable admirador de si mismo, aprovecha cualquier acasidén para citar sus propios escritos o para narrar por extenso grandes trozos de su vida, viniera o ne al caso, como acontecid con supetlativa impertinencia el dia en que tomé asiento como diputado IX por su provincia natal en el seno del Primer Congreso Constituyente. E] mas superficial conocimiento de la obra del padre Mier servird para abonar con exceso probatorio la afirmacidn de ser la egolatria su pasidn dominante. Son varios los relatos que nos ha dejado de su vida, aparte de dos escritos bas- tantes extensos, las Memorias (cuya primera parte titulé “Apologia”) y el Manifiesto Apologético, que vienen a ser dos versiones de una autobiogratia formal. En estas obras, como en muchos otros papeles suyos, abundan las expresiones de engreimiento y de insufrible vanidad.' Su afin de notoriedad fue el motivo, siendo atin joven, de su primer destierro y, por lo tanto, de tantas persecuciones como padecié en Espafia, pues el famoso sermén guadalupano,? causante de todo, no tiene otra explicacién que el desenfrenado deseo de originalidad que lo consumia. Para el padre Mier este sermén y el proceso eclesidstico a que dio lugar, fueron una obsesién de toda la vida. En casi todos los escritos vuelve sobre el asunto con infatigable reiteracién, y siempre anduvo muy empefiado, de acuerdo con la pasién dominante de su cardcter, en convencer a sus lectores de que la verdadera y tinica razén de la persecucién que sufrid por parte del arzobispo Nufiez de Haro era la envi- dia que despertaban, entre los espafoles eurcpeos radicados en México, la gran reputacién y fama que habia adquiride como orador sagrado, siendo, como era, un criollo nacido en México,’ Nunca estuvo dispuesto a admitir la gravedad y el alcance del tremcbundo escdndalo que provecd al impugnar desde el pulpito la aceptada tradicién de la apaticién del Tepeyac,’ y si bien hoy puede parecernos muy excesivo ef tigor con que fue tratado, la explica- cién que él mismo sugiere, tan halagitefia a su vanidad, no es del todo acep- table. Sin querer restarle méritos al padre Mier, puede afirmarse que su afan de exhibicionismo es la clave para comprender la mayoria de sus actos y la explicacién del tono de toda su vida. Liegé a tanto, que hasta en ocasién de recibir el yidtico, doce dias antes de su muerte, el padre Mier repartid perso- nalmente entre sus amigos y los altos funcionarios del gobierno unas esque- las invitando a la ceremonia, ocasién que no desperdicid para pronunciar un discurso acerca de si mismo, Extraordinariamente vanidoso, ello fue su sostén durante tantos afios de adversidad como conocidé. Pese a su acendrado repu- blicanismo, fue siempre el padre Mier muy puntillosa en asunto tocante a su ascendencia aristocratica. “Mi familia, dice, pertenece a la nobleza mag- naticia de Espafia, pues los duques de Altamita y de Granada son de mi casa, y la de Miofio, con quienes ahora esta enlazada, también disputa la grandeza”. No menos se jactaba de su ascendencia por el lado materne que hacia Uegar a Cuauhtémoc, de tal manera que en varias ocasiones expresé la opinién de que en caso de restablecerse el Impcrio Mexicano, & podria alegar detecho pata ocupar el trone.2 No obstante las persecuciones que sufrié a manos de la Inquisicién y de las autoridades eclesidsticas, jamas renegd de la fe en que nacié, ni Ilegé nunca a excusar la sumisién que como catélico debia al sumo pontifice. Sin embargo, de la aversi6n que sentia por el lujo y de Ja simpatfa con que vefa la simplicidad de los habitos republicanos, siem- pre se mostré muy celoso del respeto y tratamiento debidos a sus titulos aca- démicos, asi como del reconocimiento de las prerrogativas que le correspondian como prelado doméstico del papa, y muy particularmente la de vestirse de x un modo semejante a los obispos. Hasta donde es posible afirmarlo, fue el padre Mier insensible a las centaciones de la riqueza y del amor. Todos sus biégrafos coinciden en esto. No se le comoce ninguna aventura amorosa, y a pesar de sus opiniones adversas al celibato del clero, rechazé una ventajosa oferta de matrimonio que, estando en Bayona, le hicieron los judfos con quienes habia establecido estrechos vinculos de amistad. La Inquisicién hizo desesperados pero vanos esfuerzos por demostrar que el padre Mier trafa consigo una mujet conocida por el nombre de “Madame la Marque, o la Marre” ceando vino en la expedicién de Mina. Por lo visto las mujeres no existian para él; y, sin embargo, en un pérrafo desconcertante de una carta escrita desde Norfolk, Virginia, dice que junto con Mina ird de paseo a Filadelfia y Nueva York, “donde estén Jas bellezas mejores que las de Londres, dicen, por su pie més pequefio, cuerpo y andar més gracioso y elegante”. Lo gue alli pasd, avetigielo el diablo. Dotado de facil palabra, mordaz, erudito, inteligente y deslenguado, siem- pre supo cautivar ja atencién de sus oyentes. Escribir fue su ccupacidn pre- dilecta; pero, aventurero inquieto, mds de ocasién que por aficién, su obra entera se resiente de falta de unidad. La inttil reiteracién, el desorden, la inexactitud y el yo constante, son las notas negtas de sus escritos. No por eso se menosprecien. Su obra es admirable; el estilo es original y vigoxoso, y toda ella, animada de Ja apasionada personalidad de su autor, estd Mena de atisbes certeros y hallazgos felices. El padre Mier es lectura imprescindi- ble para quien aspire a conocer de raiz el origen, los antecedentes y las solu- ciones de ese gran vuelco histérico que fue la independencia politica de las posesiones espaiiolas de América; y mds imprescindible atin pata quien se interese por conocer los problemas que en raudal les salieron al paso a aque- Iios incipientes republicanos, tan sinceros como alucinados. Pero por encima de todo, haciéndonos olvidar excentricidades y pequefias vanidades, se destaca en la vida del padre Mier su preocupacién mds pura, apasionada y perma- nente, que fue ver realizada y segura la independencia de América. Mal que bien, expuso la persona al servicio de esa causa, y a ella le dedicd sus mejores afanes y el vigor de su talento. No por eso odié a Espafia. “Yo soy hijo de espafoles”, nos dice en su Manifiesto Apolagético, “no los aborrezco sino en cuanto opresores”. El padre Las Casas fue su idolo, objeto ilustre de su etnulacién, Como capelldn castrense se distinguié en la Peninsula en la guerra contra la invasidén mapoleénica, mereciendo el elogio de sus superiores. Ad- mité y temié a Inglaterra; temid y admiré a los angloamericanos. Amé la repiblica y odié la monarquia. Fue campedn del sistema republicano centra- lista, y perdid para México la batalla; la mds significativa de cuantas librd en su tumultuosa vida. Enfatigable, sirvid a la patria hasta sus uilcimos dias y, como dice Alfonso Reyes “rodeado de la gratitud nacional, servido —en palacio—— por la tolerancia y el amor, padtino de la libertad y abuelo del pueblo” murié a los sesenta y cuatro afios, el dia 3 de diciembre de 1827/° XI IJ “mi historia es apologética, y Ja he eserito pata impugnar a un hombre.” Historte, Préloge EL HISTORIADOR Dr MaNoO DEL PADRE Mier nos han llegado numerosos escritos. Hay sermo- nes y discursos, ensayos, memotias y manifiestos, cartas y borradores, sin que esté del todo ausente [a poesia, més bien de ocasién y de no muchos quilates. Como mds formal y ambiciosa, se destaca entre todas sus obras la celebrada Historia de la Revolucion de ta Nucva Espafa, publicada en Lon- dres, donde la acabé de escribir en el afio de 1813 bajo el seudénime de José Guerra. A juzgar por esto, dirfase que al padre Mier lo tentaron muy diversos campos donde ejercitar su talento, o por lo menos que dividié su atencién entre la politica especulativa y practica y la historia. Pero, vista de cerca su obra, la verdad es que en toda ella no hay sino esencialmente dos cosas: autobjografia con no pocas exageraciones, imprecisiones y disimulos, y politica con no paca palinodia. La Historia de la Revolucién de la Nueva Espaia, que podr{a aducirse como prueba en contra de la anterior afitma- cidn, no es, ni para el mismo padre Mier, historia en el sentido mds propio de Ia palabra. En el prdlogo del libro nos dice que Ja misién del historiador es “dar la nata de su saber, haciendo sdlo remisiones a fuentes conocidas, y ocupéndose del orden, propiedad y belleza de la expresién con que haga al lector agradable la historia al mismo tiempo que Je instruya”, pero que esto solamente puede hacerse “cuando pasado el choque de los intereses y pat- tidos, se cree el historiador libre de parcialidad y sospecha”.’ No era cier- tamente ése el caso en que se encontraba Mier; él escribe otra cosa, esctibe lo que, inspirado en Las Casas, llama “historia apologética” y que nosotros podemos traducir por politica. Su Historia es ante todo un alegato en pro de Ia independencia de América, inspirado y fundado en los brotes de rebel- dia en las colonias de ultramar que por todas partes se multiplicaban y se extendian; y es también una exposicién dirigida al pueblo inglés (a cuyo efecto afiadid Mier para mayor claridad el libro XIV), con el objeto de in- formarles acerca del “verdadero estado de la cuestidn” entre los espafioles y sus colonos ameticanos, y de justificar fos anhelos libertarios de éstos, Arre- mete contra el despotismo mondrquico espafiol y contra los prelados ¢ inqui- sidotes, a quienes consideraba como los instrumentos principales de aquél, sin perder la ocasién que le brindaba el libro para, segtin dice, “soltarles al paso algunas r4fagas de luz, y oponer a los rayos espirituales algunas barras eléc- tricas”. El titule del {libro invita, pues, al engafio, Comparada esta Historia, que Lorenzo de Zavala califica injustamente de “escrito indigesto” * con obras histéricas de algunos ilustres contempordneos suyos, como son el Cue- dro Histérico de Bustamante y mejor ein la Historia y las Disertaciones de Alaméan, fa difetencia de intencién es notoria, sin que esto quiera decir, na- turalmente, que la Historia escrita por el padre Mier, asi como el resto de sus XIL obtas, no sean, para nosotros, documentos histéricos de primera importancia, Y de paso conviene aqui advertir el interés que tiene para la teoria de la historia este libro del padre Mier, considerado como un ejemplo de Ja his- toria convertida en arma politica a favor de uma causa determinada. Quizd sean mejores titulos para incluir al padre Mier en el catélogo de historiadores, en un sentide més estricto de la palabra, las Cartas que escribid al cronista Juan Bautista Mufioz sobre la tradicién de la aparicién de la Vir- gen de Guadalupe y otros pequefios escritos.” Pero si bien es cierto que por este lado gana el padre Mier en cuanto a puridad en la intencién, no es menos cierto que pierde por le que toca al valor de los resultados. Porque entre toda la bibliografia histérica mexicana sera dificil encontrar algo que, en orden de disparates, extravagancia y absurdos pueda igualdrsele. La tesis sostenida con un acaloramiento digno de mejor causa es que la imagen guadalupana vene- rada en su Colegiata de México no tenfa el origen que le atribuye Ja tradi- cidn aceptada y de todos conocida, sino que remonta a una antigiiedad mucho més alta y que procede, ni mas ni menos, de una supuesta reunién de tierras de México entre la Virgen Marfa en persona y el apdstol Santo Toméas. Al santo se le convierte en el Quetzalcdatl de la mitologia indigena y la supuesta tilma de Juan Diego no es tal tilma, sino la capa que en aquel remoto enton- ces usaba el apdstol. Y aqui de las etimologfas torturadas, de las presunciones pelijaladas y de las pruebas negativas. Empefio que no tiene ni fa excusa de originalidad. Mier se inspiré en un escrito de un licenciado medio chiflado, llamado Borunda, que tampoco puede reclamar la paternidad de la teoria, porque no faltan otros mas antiguos, y no son pocos, qué s€ constituyeron en adalides, si no de todo el tejido de extravagancias, si de su cimiento, o sea de la identificacién del apéstol con Quetzalcéatl. Entre éstos, mucho me temo que habr4 que incluir a Calancha, a Veytia y a ouestro don Carlos de Si- giienza y Géngora.” Pero en el caso del padre Mier este tema guadalupano no es, tampoco, una preccupacién puramente de historiador. Fue, primero, la causa de su destierro y pretexto de persecuciones; por eso, mds tarde se le cotvittié en el centro de una obsesién que no le abandomaté nunca. Ast lo atestiguan su Casta de despedida a los mexicanos (1820); la incorregible rein- cidencia del tema en todos sus escritos, y su postrer discurso, el que, con ocasién de recibir el vidtico, pronuncié para defenderse, entre otras cosas, de la acusacién de antiguadalupano. Para el padre Mier se trata, ante todo, de un tema autobiogréfico, y nada podia ser mds de su agrado. Si no fuera pteciso abandonar la consideracién de la personalidad del padre Mier desde el punto de vista de histotiador para dirigirla hacia su perfil politico, el mas interesante de todos, deberia emprenderse aqui un andlisis de su obra en conexidn con dos grandes corrientes historiogrdficas relativas a América que privaban entonces y atin existen, a saber: Ja condenacién de- finitiva de Ja accién espafiola en el Nuevo Mundo, y lo que en otra ocasién he Tamado la “calumnia de América." que consiste en una visién europea radical y ahsolutamente adversa a América, y que inspird, en su dia, impor- tantisimas obras histdricas y filoséficas de aleance tan insospechado como de- cisivo. Pero debo conformarme por ahora con dejar apuntado el sugestivo tema, con la indicacién de que el padre Mier se suma a la primera de las XIII dos tendencias sefialadas y se opone con ejemplar violencia a la segunda, constituyéndose, de ese modo, en uno de los més ilustres representantes de una postura que podriamos Hamar la “americana”. situada entte la espatiola, por una parte, y la del resto de Europa, por otra, Quede el desarrollo de todo esto para ocasién mds propicia.". Ii “Es imposible ser onza de oro para agtadat a todos.” (Carta a Cant, 5 de agosto 1823.) EL CAMPEON DE LA INDEPENDENCIA VISTAS CON LA PERSPECTIVA de toda una vida, las opiniones de un hombre constituyen un largo proceso cuyos extremos 0 puntos intermedios frecuente- mente se hallan en oposicién, Hay que desconfiar siempre de las reducciones demasiado simplistas, de las etiquetas con que el historiador propende a ar- chivar a los hombres del pasado. Seria, pues, tan intitil como efigaitoso. tratar de encerrar en una férmula wnica, intemporal, el pensamiento politico del padre Mier, Decir sin mas ni més, como se dice, que el padre Mier fue “cen- tralista", es tanto como no entenderlo a fuerza de mutilarlo. Sea pues nuestro intento reconstruir a grandes saltos el proceso de su pensamiento, tan com- plejo como apasionado. No quiere esto decir, sin embargo, que falte un eje central a su ideario, 0 mejor dicho, que falte una preecupacién dominante en su vida. Fue ella la independencia de las posesiones espafiolas de América y particularmente Ia de Nueva Espaiia. Estando preso por orden de Iturbide, e] juez instructor de la causa le preguntd cud! habfa sido su opinién sobre la mejor forma de gobierno, a lo que contests que habia sido varia; que ptimero estuvo por la monarquia moderada semejante a la de Inglaterra; después por [a forma republicana, convencido vor el ejeraplo y por la pros- petidad de los Estados Unidos; pero que su empefio siempre fue la indepen- dencia. Es decir, lo decisivo para él no era la forma de gobierno, lo decisivo era lograr y consolidar Ja separacién y autonomia volitica de tas antiguas colonias, Desde la epoca en que fue destettado ya sentia, como tantos otros, la injusticia del favoritismo por parte del gobierno respecto a los espafioles europeos, tan lesivo a los intereses de los criollos. Pero seguramente lo que Jo decidié a abrazar la causa de la insurgencia, fue el haber visto muy de cerca y con asombrosa claridad los wrbios manejos en las Cortes de Cédiz en jo tocante a la representacién de ultramar. Comprendid que todo era una farsa y que Espafia ni estaba dispuesta a conceder la anhelada paridad poli- tea, ni tampoco iba a abandonar su posicién tradicional, tan opuesta a los ideales liberales y progresistas que predominaban en el ambiente éutopeo de la época. xIV Sus primeros escritos politicos, las dos extensas Cartas de un Americano, contienen Ja critica de los propdésitos que animaron a las Cortes de Cadiz y especialmente de los métedos empleados para hacer nugatorias las gestiones de la representacién americana. Contienen la critica de la Coustituctén de la Monarquia Espaaola de 1812. El padre Mier, como muchos coniempordneos suyos, habia alimentado la esperanza de que Espafia comprenderia la verdadera situacién de las colonias y les concederia lo que en oposicidn a la independencia absoluta, podria Ila- marse una independencia relativa. Es decir, que Espafia accederia de gtado y hasta por propio interés a que hubiese cierta autonomia gubernamental interna en América y sobre todo que existiese libertad de desarrollo econd- mico y comercial. Se trataba de una separacién que era una nueva unidn para formar, en vez del viejo imperio, una comunidad de naciones estrechamente ligadas por intereses y tradiciones comunes.! Sin duda ésa era la solucién correcta para todos; pero los hombres en cuyas matios estuve la decisién no pudieron verlo asi. La Constitucién de 1812, que fue la expresién del esfuerzo que hizo Es- pafia por estructurarse politicamente de acuerdo con las ideas Siberales de la época, no satisfizo a nadie, y menos a los americanos. Pese a sus méritos indiscutibles no dejaba de ser letra muerta para América y en definitiva una componenda que sancionaba los males que habia querido remediar. El padre Mier, en la Segunda Carta de un Americano, emprende su minuciosa y certera critica. No hay divisién de poderes, porque falta el equilibrio para mantener- la: el rey, érbitro de la concesién de empleos y duefios de Ja fuerza, puede convertirse cuando quiera en un tirano; el poder judicial seré su primer es- clave: la permanente de Cortes esta privada de toda autoridad efectiva; el Consejo de Estado es hechura del rey; Ia maneta presctita para que América esté representada es una farsa. En definitiva, la Constitucién de 1812 no contiene ningdin cambio sustancial; bajo ella América padeceria largos afios de despotismo. Se impone un temedio, el tinico, ineludible, la independencia absoluta. No se trata de una idea irrealizable. E] padre Mier pudo sefialar, lleno de jubilo, a lo “estatuide por los legisladores y la Constitucién de Ve- nezuela”. La Segunda Carta de un Americano, es el alegato del padre Mier a favor de la independencia absoluta en la polémica contra la idea de la inde- pendencia relative. El famoso Blanco White, a quicn va dirigida la Carta, habia escrito en pro de esta solucién. “Los americanos —decia— son imptu- dentes si declaran la independencia; sin ella pucden prosperar de mi! ma- neras. Pudieran reconocer a Fernando WII y tener congresos propios; pudie- tan mandar sus diputados a las cortes de Espaiia, contentdndose con el influjo que en su policia interior debieron tener los Ayuntamientos.” En fin, se podrian encontrar modos que aseguren a fos americanos “la posesién de la esencia de la libertad, la cual se iria perfeccionando con el tiempo, y al fin los haria capaces de la absoluta independencia, siguiendo ef curso inevitable de las cosas”. Blanco White piensa, ademds, que la independencia relativa es el camino més expedito para obtener de un modo inmediato los beneficios que pretenden las colonias, sin riesgo para ellas. Mier contesta que todo eso es quizé cierto, pero que en realidad es una pura ilusién, porque ya se habia RY entendido y se habfa visto que Espaiia no estaba dispuesta a conceder nada. Sin duda la proclamacién de la independencia absoluta tenia graves inconve- nientes y riesgos; costatia rios de sangre; Mier lo geconoce; pero también comprende que es la uinica salida. Ya no habla remedio; era necesario seguir adelante, Fue el desengafio y no el peso de razones de orden doctrinal lo que, como a tantos otros, hizo que el padre Mier abrazara la causa de la insur- gencia y del separatismo absoluto. ilndependencia absoluta! La idea era atrevida. Los Estados Unidos esta- ban aillf con su prosperidad asombrosa, como un ejemplo ilustre y alentador; pero los notteameticanos eran ingleses y estaban acostumbrados a practicas politicas desconocidas para los indianos. Precisaba, pues, fundar la tesis de la independencia absoluta del mundo hispanoamericano y al mismo tiempo destruir para siempre los supuestos titulos en que Espafia cimentaba su domi- nacién colonial. En las Cartas, en la Historia y postetiormente en ottos escri« tos, el padre Mier se enfrenta a esta doble tarea. América, dice, es de los americanos. “Hemos nacido en ella y ése es el derecho natural de los pue- blos.” La naturaleza esté del lado de la emancipacién. Asi acontece siempre con los individuos de todas las especies, y los pueblos no forman excepcién a esa regla general. “La cuestién sobre la independencia de las colonias no es una cuestién de orden politico, sino de orden natural.” * He ahi el fun- damento indestructible de la emancipacién. Pero équé derechos puede alegar Espafia para justificar su domiaacion? Ninguno. El haber sido descubrido- tes; el haber Ilevado la cultura y la civilizacién al otto lado del océano: la cesi6n que la Silla Apestdlica hizo a favor de la corana. Todo ello, segtin Mier, constituye ui gigantesco edificio de falacias, mentiras y crimenes. Mucho menos puede invocarse como titulo para justificar la opresién Ia predicacién evangélica. Espafia siempre ha carecide de titulo justo, y si se concede que alguna vez lo tuvo, los excesos cometidos por los conquistadores y los colonos y la mala te de los gobernantes lo ha invalidado. Quedan, pues, justificadas las pretensiones de los pueblos americanos para separarse de la metrépoli. Peto hay, ademés, otras razones poderosas que Dios mismo estd favoreciendo con el hecho de haber puesto uh inmenso ocdano entre Europa y Amética. Geograficamente América est4 séparada de Europa; los intereses son distintos. Los pueblos del Viejo Mundo arrastran a los del Nuevo en guetras costosas y continuas que no son las suyas ni le interesan. La felicidad de América, dice Mier, como dird mds tarde cualquier senador aislacionista norteameticano, consiste en permanecer neutral. Pero no sdlo eso. Respecto a Espafia la separacién es particularmente conveniente, porque Espaiia es un pais atrasado, un pais dominado por la ignorancia, un pais que carcce de fabricas y de industrias. Espafia es un pesadisimo lastre pata América; un pais que sélo ha podide vivir a costa de sus colonias; sin ellas, Espaiia habria desaparecido como nacién. E] padre Mier est4 alucinado por las ideas progresistas y liberales de entonces que dia a dia iban entregando a los anglosajones el mando del mundo, con Inglaterra a la cabeza. Y aqui es donde encontramos, como cimiento jurfdico de toda la argu- mentacién del padre Mier, una doctrina que le fue muy cara. Sostuvo, inspi- tado en cierta forma por su fdolo el padre Las Casas. que las pueblos de XVI América tenfan con los reyes de Espaiia un pacto antiguo explicitado en las Leyes de Indias, mediante el cual ningtin pueblo americano era, propiamente hablando, una colonia de Espafia, sino su igual, y que, por eso, estaban en libertad de gobernarse como mejor les pareciere y mejor conviniere a su ptos- petidad y felicidad. Es decir, que podian gobernarse independientemente si asi lo estimaban necesario, y que ése era ahora el caso. A ese pacto {lamaba el padre Mier Ja “Constitucién de América”, sa Magna Carta. A su explica- cién le dedicé mucho esfuerzo, muchas paginas de minuciosa argumentacién y erudicién. Tal es el tema central del Libro XIV de la Historia y en parte de la Memoria Politico-Instructiva. No parece infundado suponer que el origen de esta idea debe buscarse en el pensamiento de Las Casas y més inmediatamente en el contagio del ambiente politico de Inglaterra donde escri- bid el padre Mier sus primeros escritos polémicos en pro de la indepet- dencia. En estrecha relacién con la idea, con la justificacién y con la obligatorie- dad de la independencia absoluta, el padre Mier hizo suyo otro pensamiento gue lo suma a los precursores de la unidad continental. Sostuve, como coro- latio de la independencia, la necesidad de la m4s {ntima unién entre los pue- blos de América. “Seremos libres si estamos unidos.” “Salga de entre nosotros la manzana de Ja discordia.” Pero no predica una amistad mds 0 menos estre- cha; se trata de darle al continente hispanoamericano una estructura politica pata formar un coloso capaz de enfrentarse con éxito a toda agresi6n y que ademés impidiese toda discordia interna. Al principio, concibe la creacién de un congreso que seria el 4rbitro de la guerra y de la paz en todo el conti- nente, sin que se decida acerca de la forma de gobierno que convenia adoptar en América. Mas tarde, estando ya en los Estados Unidos, contagiado esta vez por el ambiente republicano, pedird que la unién continental se esta- blezca mediante la formacién de tres grandes republicas que podrian ser federaciones, aunque este sistema nunca fue completamente de su agrado. Pero cualquiera que fuere la solucién de detalle, lo capital, lo decisivo, era la unién; sin ésta, pensaba Micr, la independencia era ilusotia: carecia de firmeza y garantias. Motivo de vacilacién y mudanza fue para el padre Mier Je sclucién al problema de cuél seria la forma de gobierno més conveniente para la América desuncida ya del trono espaiiol. Hemos visto eémo en un principio creyé en la posibilidad de mantener, por medic de Ja independencia relativa, la unidad de Ia monarquia espafiola con las Indias. Pero una vez que abrazé el pat- tido de Ja independencia absoluta, el problema se le presenté en la forma de una disyuntiva: se preguntaba, indeciso, si convendria reptiblica o mo- narguia. Al escribir la Historia estando bajo el influjo de la admiracién que sentia por Inglaterra, amonestaba a tas colonias contra los peligros de la alucinacién que producia el ejemplo de Norteamérica. Era, segin Mier, un ejemplo sumamente engafioso, un canto de sirenas. “No clavéis los ojos de- masiado en la Constitucién de Norteamérica —decfa—; no se sabe atin si podrén subsistir’; adem4s, los norteamericanos son distintos, son ingleses acostumbrados al ejercicio de los derechos politicos anejos a las delibera- ciones de asambleas libres, y lo que a ellos les conviene, bien puede ser de XVII funestos resultados para los americanos espafioles. Recomienda como modelo, “en cuanto lo permitan las circunstancias”, la constitucién politica del pueblo inglés, de “esta nacién dichosa donde escribo, y donde se halla la verdadera libertad, seguridad y propiedad”, Inglaterra es para el Mier de ta Historia “la admiracién de fos sabios” y, a diferencia de los Estados Unidos, tiene a su favor la experiencia de los siglos. No conviene, pues, arriesgarse en ensa- yos nuevos que serian “sangrientos, costosos, y tal vez ireparables si se yerta”. Se trataba de que América declarase su completa independencia; en esto diferia de Blanco White y otros cuyas ideas se inclinaban a favor de la independencia relativa; pero no por eso dejaba de percibir los peligros de un desenfreno libertario. Para conjurarlos recomendaba Ja adopcién de un sistema semejante al inglés, o sea el de monarquia moderada o parlamentaria regida por una constitucién originada en los usos y las costumbres y sancionada por las leyes. El sistema parlamentario impedia que el rey se convirtiese en tirano. La cosa le parecia a Mier no sdlo recomendable, sino hacedera. Lo més im. portante del sistema era la constitucién, y para América este grave problema estaba resuelto, América tenfa una constitucién, tenfa su Magna Carta, aquella que el padre Mier, con tantas sudores y desvelos, habia desentrafiado del espeso bosque de Ia legislacién de Indias. Para América no era cuestién de inventar una constitucién sacdndola de principios abstractos. No hactan falta innovaciones peligrosas; lo urgente, lo verdaderamente necesario era consu- mar la independencia y después consolidarla por medio de la unidn signiendo en lo posible el modelo inglés. Gran acierto, quizds el mayor del padre Mier, fue esta visién general de los problemas politicos de la América recién emancipada. No canto, eviden- temente, por lo que se refiere a la imitacién de detalle del sistema inglés, sino cuanto a la idea de aceptar una constitucién derivada de los usos ¥ cos. tumbres en vez de fabricar una ley fundamental abstracta y puramente doc- trinal. Es unénime la critica de historiadores y juristas en el sentido de que el derecho puiblico mexicano fue concebido con el pecado original del deseo de borrar de una plumada todo el pasado histérico de la nacién, Se ctefa que adoptando una constitucién que consagrase ciertos principios, lo demas se daria por afiadidura, sin teparar en que el pasado, por mds malo que pueda parecer, no es un mero accidente que pueda desecharse en un momento dado como si fuese una camisa sucia. Més adelante tendremos la ocasién de exa- minar los motivos que hubo para no seguir los consejos del padre Mier. El mismo, obligado por las circunstancias, serd el primero en olvidarlos cuando se ve mezclado en el gran debate parlamentario entre federalismo y centra- lismo. Cuando por primera vez el padre Mier se enfrenta con la disyuntiva monarquia-repiiblica, vivia en Inglaterra. Esto explica que en cierta forma favoreciese el primer sistema contra el segunde; pero cuando abandona Europa y conoce de cerca fa gran reptiblica moderna americana, sus opiniones suften un cambio decisivo. A medida que los Estados Unidos dejan sentir su influencia en el dnimo del padre Mier, la que Inglaterra habia ejercido va perdiendo terreno, y con ella Ja antigua y exaltada admitacién que habia tenido por la libertad britdnica. Llega a negarla; Ia llama “sombra de liber. XVIIL tad”. En la Memoria Politico Instructiva escrita en Filadelfia y publicada en esa cudad en 1821, el gobierno inglés se ha convertido para Mier en el ene- migo més peligroso de cuantos acechan a América. Surge en sus labios la imagen de la “Pérfida Albién”. De Inglaterra hay que desconfiar mds atin que de Espafia, porque Espafa es un enemigo descubierto, mientras que In- glaterra es un enemigo disfrazado e intrigante. En cambio, todo su corazén se inclina hacia los Estados Unidos, “ese fanal que esté delante de nosotros para conducirnos al puerto de Ja felicidad”, Los Estados Unidos son, segun Mier, “nuestros amigos, nuestros hermanos”; a ellos y no a los europeos debemmos compararnos. De los Estados Unidos ha de venir el auxilio para lograr la independencia; “del norte —dice-— nos ha de venir el remedio; nos ha de venir tode el bien, porque por alli quedan nuestros amigos naturales” . Més tarde corregird esta ingenua y desbordada admiracién, aprenderd a ser més cauto y Megard a ver en el poderoso vecino un peligro. Pero por el momento no ve sino buenas intenciones; se convierte al republicanismo, y con todo el fuego de su apasionado temperamento, la emprende contra el sistema mondrquico para acumular un montén imponente de cargos y acusa- cienes contra los reyes. Al mismo tiempo, se entrega a fortalecer Jos funda- mentos del republicanismo, elaborando a su favor, ni més ni menos, una doctrina de derecho divino, como en otro tiempo Ja hubo para la realeza. "Dios nos libre de emperadores o reyes!”, exclama. Nada cumplen de Jo que prometen y van siempre a parar al despotismo. Rey es sinénimo de atraso; los reyes son idolos levantados por la adulacién; rey y libertad son incompatibles; la naturaleza no hizo reyes. Dios so dio reyes a su pueblo ptedilecto, sino en cdlera y para castigo; le dio un gobierno republicano, El sistema republicano no sdlo es més conforme a la naturaleza, sino que est4 fundado en las Esctituras; es de institucién divina, El gobierno republicano eg sinénimo de verdadera y completa libertad; alli estén los Estados Unidos para demostrarlo con su ejemplo y con su prosperidad. He aquf un notable cambio y una nueva postura en directa oposicién a Jo que sostenia Mier en la Historia, donde amonestaba contra el canto de la sirena republicana, Sin embargo, conviene matizar un poco. Tode Io lejos que se quiera que se haya dejado arrastrar el padre Mier Hevado de su admi- racién por los Estados Unidos, no puede decirse que, con vista a México, llegé a comulgar enteramente con el federalismo norteamericano. Si hemos de ser justos en la apreciacién, los Estados Unidos le sitven a Mier de arma polémica, de contundente argumento contra la monatquia; Je sirven para demostrar con hechos lo que entonces estaba de moda negar; se pensaba gue el sistema republicano en gran escala no era viable. Los Estados Unidos le sirven, por ultimo y en definitiva, para oponetse al Plan de Iturbide, que si bien consagraba la independencia absoluta de Mexico, tevertia a la monar- quia Hamando a un principe europeo para la corona mexicana. No debe, sin embargo, confundirse la argumentacién de Mier pro repiblica con un alegato pro federalismo. El matiz es de capital importancia. Mier, al igual que los demés padres de nuestra Reptblica, escuché y se dejé seducir por el canto de Ja sirena; pero no sin una resetva. En ella es donde se descubre la gesta- KIX cién de Ja ultima postura en el Jargo proceso de su ideologia politica, o sea su inclinacién hacia el centralismo en contra del federalismo. Por estas fechas la independencia de México sdlo era una promesa; toda- via se Inchaba con las armas, y el fin tan deseado parecia cada dia més Ie- jano. ¢Qué hacer? gCémo realizar la independencia? ¢Cémo obtener la victoria? A estas preguntas contesta el padre Mier en un Discurso © redactado en 1820 estande preso en San Juan de Ulta. Con anterioridad habia sostenido que la independencia costaria sangre; habia repetido frecuentemente que Ja guerra separatista era una guerra na- clonal que tarde o temprano tenfa que resolverse favorablemente a los inte- reses de América. En este punto su fe nanca padecié vacilaciones, Peto la lucha se alargaba més de Ja cuenta, epor qué? Examinando la situacién de la insurgencia el padre Mier encontraba un obstdculo serio que impedia el triunfo rapido. Lo malo era que los jefes militares no quetian ceder en auto- tidad, no combinaban los planes; en suma, la anarquia en el mando. A este respecto el padre Mier pensaba que “la fuerza atmada no es deliberante”; que los militares son muy estimables, pero que no son elfos Ia nacién; “la naci6n —dice— es superior a ellos como el fin a los medios; “el imperio de las armas por sf es el imperio de la violencia”, es ilepitime, y “en tanto se legitima en cuanto la nacién representada en un gobierno nacional es quien la emplea para su defensa y conservacién”. El padre Mier no se queda en los dafios; apunta ef remedio, Lo que se necesita es establecer un congteso; un congteso que represente a la nacién, porque el congreso es “el gobierno natural de toda asociacién, es el Srgano nato de la voluntad general”. “Con- greso, congreso, congreso, luego, luego, luego.” Asif exhorta el padre Mier a los mexicanos en lucha. Pero no hay que dejarse abrumar; tener un con- greso ¢s “el huevo juanelo”, No importa mucho cémo reunizlo y quiénes lo integren, “Entre les hombres no se necesitan sino farsas, porque todo es comedia.” Un congreso que fuera el centro director de Jos insurgentes, seria hijo de la necesidad y “la necesidad no conoce leyes”. “Afuera suena y eso basta.” El congreso que pide Miet no sélo seria el centro coordinador de la lucha, sino que es el tinico medio de asegurar el auxilio de las potencias extranjeras deseosas de ayudar. Los extranjeros no saben si el congreso es bueno o malo; “si los monos supieran hablar, bastarfa que el congreso fuera de ellos y dijesen que representaban a la nacién”. Sin este drgano represen- tativo es intitil espetar ayuda y el reconocimiento de afuera. A estos consejos el padre Mier afade uno mds. Es necesatio, dice, que teniendo ya un con- greso se haga un esfuerzo por enviar dinero a un banco americano, porque todo comerciante sabe que “sobre un millén se giran seis, y sobre dos, doce; y sobre un giro de doce millones est4 libre el Anghuac sin remedio". Qué duda cabe que en Ios consejos de Mier hay mucho de sabiduria préctica de que tan ayunos andaban los jefes de la insurreccién; pero no fueron ya nece- sarios, porque de un modo inesperado cambié de pronto el curso de los acon- tecimientos con Ia actitud que adopted Iturbide al pasarse del lado de la causa separatista. En septiembre de 1821 consumé éste, de un golpe, la indepen- dencia de México. Para estas fechas el padre Mier insensiblemente ha dejado de considerar xx las cuestiones que le preocupan en términes de América toda. Su pensamiento se encuentra cada dia mds oprimido por las urgencias de los acontecimientos que lo obligan a reducir su campo visual a sdlo la Nueva Espafia y a fijar la atencién en los innumerables problemas que, como un alud que amenaza ruina y desintegracién, va a desencadenar la consumacién de la indepen- dencia. IV “Estamos sobre un erdter, y Dios sobre todo.” (Carta al Ayuniomicnto de + :nterrey, 21 de agosto 1822.) INTERMEDIO IM*iRIAL ProciaMé Irurswe en Iguala, e! 24 de ‘s\.zero > 1821, el Plan conocido por el nombre de esta ciudad. Lo acon +236 con usta cata que ditigié al Virrey, exponiéndole los motivos justifizativos de <1 concucta y a la vez invitandolo para que con su nombre y autoridad apadrinara el Plan, aceptando la jefatura del gobierno provisional que habia de erigirse."’ Con ese documento y los Wamados Tratados de Cérdoba, da principio el derecho publico mexi- cano, El Plan de Iguala consagraba ciertos principics liberales a la moda, y de- clataba la independencia absoluta de la Nueva Ecpaiii; pero estatufa que (30) “su gobierno serd monarquia moderada” y (40) que “sord su emperador el sefior don Fernando VII”. A falta de la aceptacién de éste, se Jlaimazfa a otros principes de la casa Espafiola, segin el orden que se establecfa en ese ar ticulo. En la Memoria Politico Instructiva, el padre Mier afirma que desde hacia tiempo, estando preso en San Juan de Ulia, sabia y cooperaba en los atre- glos entte Iturbide y Guerrero que culminaron en el Plan de Iguala; pero que el documento mismo Je causé gran sorpresa cuando lo pudo leer en La Habana. Dice que s¢ vio en Ja necesidad de inventar una interpretacién para volver por el honor de Méxice, pues todo el mundo se sentia defraudado. Explicaba que lo esencial era !n Independencia absoluta, y que el resto era una estratagema politica dictada por las circunstancias para “meter en [a red a todos los partidos” .* La verdad es que el padre Mier no andaba muy seguro de la bondad de su interpretacién, y estando ya en Filadelfia escribid su Memoria Politico-Instructiva no s6lo, como hemos visto, para defender el republicanismo en teorfa, sino para atacar al Plax de Iguala en caso de que vetdaderamente se pretendiera implantar el sistema mondrquico en México. Seguramente el padre Mier no conocié al tiempo de escribir la Memoria el texto de los Tratados de Cdrdoba (24 de agosto 1821} en que se reafirmaron los puntos esenciales del Plan de Iguala, pues entonces ya no le habria cabido duda de la seriedad de las intenciones mondrquicas de los libertadores. El XXI hecho es que Mier veia esfumarse sus esperanzas y sus mds caros anhelos. Se dispuso a la lucha, y la Memoria constituye la primera artemetida. Tuvimos ya ocasién de exponer las ideas de Mier acerca de la monarquia: la conde- naba sin remedio y sin apelacién. Todo el peso de sus argumentos iba diri- gido contra quienes aceptaban el Plan de Iguala como siendo la férmula po- Iitica adecuada para México. Peto no sélo por implicacién atacaba Mier los preceptos de Iguala. En apéndice a la Memoria, publicé el Plax y en el texto de su escrito lo analiza y lo condena. El alegato termina con una amonesta- cidn @ Itutbide conminéndolo a que se convirtiese en el campeén de la “Inde- pendencia Republicana”. Pero no se conformé el padre Mier con eso. Toma la cosa desde su taiz y lanza el ataque contra las ideas de un famoso politico y escritor francés, hoy harto olvidado, cuyos escritos ejercieron enorme in- fluencia en los problemas de la insutteccién de América y que en el caso particular son, ni mds ni menos, el antecedente ideolégico del Plan de Iguala. Se trata de Dominique Dufour, abbé de Pradt,° cuya obra més importante, Des Colonies et de la révolution actuelle de PAmérique, 1817, fue traducida al castellano y publicada en ese mismo afio en Burdeos por Juan Pinard. Que el padre Mier habfa sucumbido a la influencia de Pradt no cabe nin- guna duda. El Manifiesto Apologético, escrito en 1820, asi lo atestigua. En esa obra el padre Mier hace suya una de las ideas capitales de la tesis de Pradt, 0 sea, que lo mds conveniente serfa imitar a Jos ingleses, “tnicos que saben gobernar colonias para su provecho, sacrificar la soberania de la admi- nistracién a la soberanfa del comercio, y ser todos felices. “Yo sé, dice Mier en el Mavifiesto, que piensan como yo muchos espaficles sabios, y ruego a los demds estudien las reflexiones verdadcramente politico-filantrdpicas del sabio arzobispo de Malinas, Pradt, en su obra De las Colonias y de la revo- lucién actual de la América Espeitola, de la cual he tomado algunos rasgos” . Es casi seguro, pues, que éstando preso en San Juan de Ulta, época en que redacté el Manifiesto, fue cuando leyé Ia citada obra de Pradt, porque en la Memoria (p. 14) dice expresamente que entonces vio introducir a México por Veracruz “doscientos ejemplares traducidos al espafial e impresos en Francia” de dicha obra. Pradt sostenfa que no sdlo era justo e inevitable con- ceder la independencia a América, sino que, inclusive, era provechoso para Jas naciones metropolitanas. Lo importante era el comercio; Ja administra- cién politica de las Colonias sélo era fuente de inquictudes sin fin, y ademds costosa. Conceder la independencia era un buen negocio; el agradecimiento de las Colonias era susceptible de capitalizacién. Pero Pradt daba otro paso importante, aconsejaba a los soberanos europecs que al mismo tiempo que Otorgeran su reconocimiento a las nuevas naciones de América, se apresu- raran a darles reyes de sus dinastias con el doble propdsito de establecer y atirmar vinculos de intereses comunes, y de conjurar e] peligro de una Amé tica toda republicana. Se ve claramenie, pues, la conexién de la doctrina sos- tenida por Pradt con el contenido politico del Plan de Iguala. La residencia del padre Mier en los Estados Unidos tuvo, como sabemos, una influencia decisiva en su pensamiento, A juzgar por el Manifesto Apo- logético, si el padre Mier no hubiese visitade los Estados Unidos después de su aventura con Mina, es probable que la doctrina consagrada en el Plan de XXH Iguala bubiera sido de su agrado. Pero el ambiente republicano de Norteamé- tica le quité el gusto por los reyes y la admiracion por Inglaterra. Furiosa- mente republicanc, ya no podia comulgar con Pradt ni, naturalmente, podia aplaudir el Plan promulgade pot Teurbide. Esto explica que en el corto es- pacio de un afio * que va del Manifiesto (circa agosto de 1820) a la Memoria, agosto de 1821, sufra un cambio tan tadical. En aquella obta recomendaba que si imitara a los ingleses, “unicos que saben gobernar colonias”. Ahora, en la Memoria, arcemete contra Pradt y los ingleses. Dice: “esabrd el sefior Pradt, que munca ha estado en las Américas, e] despotismo que ejercen los ingleses en sus colonias, y la esclavitud en que yacen?". Las colonias inglesas son metas “factorias de esa nacién comerciante’. En eso, dice Mier, consiste lo que Pradt llama “retener la soberania del comercio que ¢s lo util”. Y aqui, con notable ceguera para verse en el mismo espejo, como le acontece con bastante frecuencia, Mier acusa a Pradt de ser poco congrucnte con sus pro- pias ideas. “No se puede negar —dice-— que este obispo (Pradt) elocuente y fecundo ha deseado siempre muesira independencia; pero con la ligereza propia de quien cada dia escribe una obra, o se contradice en ella misma, o en la siguiente segtin los acontecimientos de la politica, que parece la brijula de su conciencia.” Como ultimo y capital argumento, esgrimido por Mier contra la tesis convenenciera y realista de Pradt, desentierra su antigua tesis de la Carta Magna de América y Ja aduce para afirmar que todo lo propuesto por Pradt no se puede aplicar a la América Espaiiola, por la sencilla tazén de que no se trata de “colonias”. En la Historia y en otro escrito suyo (Idea de la Constitucién) afirma que “nuestras Américas no son colonias sino reinos in- dependientes, aunque confederados con Espafia por medio de un rey, con un parlamento o consejo supremo, legislative € independiente, ete.”. Prade habla de colonias; América Espafiola no es una colonia, luego lo que Pradt dice no es aplicable a América. Asi razona concluyentemente el padre Miet con- tra Pradt y de paso contra el hijo espiritual de éste, el Plan de Iguata. En agosto de 1821 el virrey O'Donoja y Agustin de Iturbide fitmaron los Tratados de Cérdoba, En este nuevo documento se traté, seguin reza el predmbulo, de “desatar sin romper los vinculos que unieron a Espaiia y ‘América’. Se teconocta la independencia absoluta; el gobierno seria monét- quico, constitucional moderado, y se llamaria a Fernando para ocupar el trono, Pradt triunfaba. El padre Mier abandona los Estados Unidos, y Meno de oscuros presentimientos toma el camino rumbo a su flamante patria. Al Uegar a Veracruz, el comandante de San Juan de Uliia, todavia fiel a Espafia, aprisiona al padre Mier y lo retiene hasta el 21 de mayo de 1822, dia en que iturbide fue proclamado emperador de México por el congreso. El padre Mier viene hacia México con el designio de tomar el asiento que le correspondia en el congreso como diputado por Nuevo Leén. En todo el tra- yecto manifiesta abiertamente sus sentimientes republicanes, y lo mismo hace en wha entrevista que tuvo con el emperador. Iturbide lo halaga y escucha con benevolencia. Tal parece que la cosa ya no tiene remedio. El padre Mier es un extranjero en México; pero pronto se da cuenta de la situacién y del ambiente politico. En medio del aplauso de Jas galerfas ocupé su lugar en el EXUI congreso. Era un hombre célebre que despertaba la curiosidad popular. En su primer discurso parlamentario dice que a pesar de sus ideas republicanas aceptard lo hecho y que se limitard a velar en la medida de sus posibilidades porque Iturbide no se convierta en un tirano. Piensa, sin embargo, que puesto que era necesario apechugar con imperio, mejor y mas justo seria que el trono lo ocupara un descendiente de alguna de las familias reales indigenas. EI, Mier, est4 en ese caso. Pronto Miet se convierte en el alma de una conspira- cién contra el emperador. Las relaciones entre el congteso y el gobierno son cada vez mds tirantes. Iturbide pretende abarcar todo el poder y propone al congreso que expida una ley autorizéndolo a nombrar el poder judicial. E] padre Mier y otros diputades se oponen, v el congreso no accede a la preten- cién imperial. Mier ve venir la tormenta, “Estamos sobre un crétet, escribe, y Dios sobre todo”. Comprende que el emperador va a disolver al congreso, el estorbo més serio de sus ambiciones. El dia 26 de agosto muchos diputados fueron reducidos a prisién por orden de Iturbide. El padre Mier es uno de ellos. Poco después el emperador disuelve el congreso y trata de sustituirlo por una junta instituyente. Santa Anna se Pronuncia ea Veracruz levan- tando la bandera pro reptblica. Un cuerpo de soldados se subleva y sacan al padie Mier y a otros diputados de Jas cdrceles poniéndolos a salvo. Iturbide se ve perdido, Reinstala al congreso, sdélo para abdicar ante él la corona. De nuevo ocupa el padre Mier su asiento en el congreso, y ya no men- cionard a Iturbide sino como “el tirana”. En la sesién en que se discute la mulidad de la coronacién, el padre Mier acepta a regafiadientes la impasicién de Ja pena de destierro para el ex emperador; él, Mier, piensa que Iturbide merece la horca. En lugar de eso, el congreso le asigna una pensién. El padre Mier hace una rabieta; lo importame, sin embargo, se ha conseguido, y en el horizonte politico se asoma urgente y perentoria Ja gran tarea: darle a Mé- xico una constitucién republicana, Vv “Yo aunque queria federacién, no la queria tan am- plia como la de ios Estados Unidos.” (Carta a Ramos- Arizpe, 28 de agosto 1823.) “Actum est de republica, que en buen castellano quiere decir, evésele todo el diablo.” (Carta a Canni, 20 de diciembre 1823.) LA REPUBLICA POCHA Dos PODEROSAS corrientes espirituales fueron el resorte emocional y vivo del movimiento de independencia. Habfa, por pna parte, la condenacién sin réplica, ciega, de la accién espafiola en e! Nuevo Mundo, de cuyo sentimiento brotaba el ingenuo, pero sincero anhelo de borrar para siempte el pasado colonial como si se tratase de una pesadilla de tres largos siglos. Habla, por XXIV otra parte, el vehemente deseo de ponerse al dia, de sumarse de un salto audaz a la trayectotia ascendente de los pueblos anglosajones, industriosos y liberales, usufructuarios de las “luces del siglo”. Para los hombres que lucha- ron por fa separacién de la América Espaiiola, sobre todo para los hombres de pluma, la independencia era como el despertar agitado de un suefio pro- fundo y tenebroso para amanecer en un mundo de risuefias promesas. La negacién y rechazo de todo cuante Espafia significa para el Nuevo Mundo, y el consigniente deseo de olvidar el pasado colonial, dio Iugar, corolario roméntico, a la reinstauracién del pasado precortesiano que en- contré su mds caracteristica expresién en la nostalgia de las glorias y del poderic del antiguo Mamado Imperio de los Mexicanos. A la vez que se repudiaba con asco y vergiienza el pasado colonial, se sentia que aquella vieja civilizacién autdéctona, decapitada por la barbarie espafiola, constituia el ver- dadero pasado, motivo de justo orgulle y fuente permanente de inspiracién heroica. Lo indio se puso de moda. Las denominaciones coloniales geogré- ficas quedaron proscritas para ser sustituidas por los nombres con que se conocian las diversas regiones en tiempos del paganismo. Se desentertd el nombre de Andhuac, que no suena mal, aunque prevalecié cl de México. A la Colonia del Nuevo Santander y a la Nueva Galicia se les conocera en adelante por Tamaulipas y Xalisco, y asi con muchas otras. El! estudio de las antigiie- dades mexicanas es visto con singular simpatia. En los discursos, en los ser- mones, en los manificstos polfticos, en Jas obras de los escritores, en todas partes, se percibe la huella de esta preocupacién. Las modas y las artes se inclinan a su influencia. El origen de la nacionalidad se retrotrae hasta Cuauh- rémoc, y el culto guadalupano florece espléndide, pues se ve en la aparicién del Tepeyac Ja carta ejecutoria de la Divinidad, sancionadora de este desper- tar mexicano. En la Carta de despedida a los mexicanos no se le ocurte otra cosa de mayor importancia al padre Mier que exhortar a sus compairiotas a que repudien |a sustitucién de la letra x por la j. "Esta carta, dice, se reduce a suplicar por despedida a mis paisanos anahuences recusen la supresién de la x en los nombres mexicanos o aztecas.” La Menzoria Politico-lustructiva va dirigida a “los jefes independientes del Andhuac, llamado por los espa- fioles Nueva Espafia”, y no olvidemos el orgullo con que el padre Mier os- tentaba su ascendencia noble de sangre mexicana. No es otra, también, la explicacién de por qué Iturbide se hizo coronar empetador de México y no su rey. Era Ja manera simbdlica y elocuente de exptesar el restablecimiento efectivo de la antigua y m4s pura tradicién, y al mismo tiempo de demostrar palpablemente cl rechazo de la tradicién colonial, espuria y perversa. En la mente de aquellos hombres todo lo colonial era merecedor de execracién; todo menos la religién catdélica y la memoria de algunos varones esforzados que lucharon contra la esclavitud y Ja destruccién de los indios. Al padre Las Casas, entre todos, se le reseryé el lugar més conspicuo, haciéndosele objeto de! culto casi supersticioso que desde entonces viene disfrutando. Pero aunque se admitian con veneracidn y respeto los preceptos y el dogma del catolicismo, se condenaba, por una parte, el uso que de ellos hizo Espafia, poniéndolos al servicio del despotismo y, por otra parte, se llegaba xxv hasta privar a Espafia del mérito y de la glotia de haber sido fa portadora del Evangelio y la maestta primeta de la verdadera religidn en el Nuevo Mundo, y aqui hemos de ver la profunda causa del éxito, de otro modo inex- plicable, de la tesis que sostenia como hecho real la predicacién evangélica en América en tiempos de los apdstoles. Ya conocemos el calor y apasiona- miento con que el padre Mier apadriné esa idea. Su error tdctico, que nunca quiso admitir, consistié en implicarla con la tradicién guadalupana que, a su vez, se habia convertido insensiblemente en otto de los grandes simbolos en que eacamaba las aspiraciones nacionales, come lo atestiguan abundante- mente la historia y el culto religioso-politico de que atin ahora es objeto la imagen del Tepeyac. En un parrafo de la Carta de despedida el padre Mier, sin embargo, presenta la cuestién sin la complicacién guadalupana. Pregunta retéricamente ¢qué era la religidn de los mexicanos, sino un cristianismo trastornado por el tiempo, y la naturaleza equivoca de los jeroglificos?, y afiade: “yo he hecho un grande estudio de su mitologia y en su fondo se teduce a Dios, Jesuctisto, su Madre, Santo Tomé, sus siete discipulos lama- dos los siete Tomés chicome-cohuatl y los martires que murieron en la pet- secucién de Huémac”. A los europeos, pues, ni siquiera se les tenfa que agra- decer la predicaci6n de las verdades catdlicas. Los espafioles, dice Mier, “destrufan la misma religién que profesaban, y reponfan las mismas imagenes que quemaban, porque estaban bajo diferentes simbolos”. Esta combinacidén y rechazo de todo lo que fue fa colonia no es doctrina de origen ctiollo, como podria pensatse a primera vista. Proviene de ideas muy antiguas; peto de un modo mas inmediato de aquella visién europea de América que ya mencioné en este estudio” Los criollos, como Mier, acep- taban de buena gana y aplaudian a rabiar los fundamentos y las pruebas de la tesis, porque constitufan un formidable alegato condenatorio de Espafia y de sus sistemas cojoniales; pero rechazaban con indignaciédn y violencia Jas conclusiones en cuanto en ellas se afirmaba [a degradacién de los ameri- canos mismos y de la naturaleza del Nuevo Mundo. Se adoptaba, pues, una posicisn intermedia entre dos extremas, que se resolvia en el ingenuo anhelo de borrar el pasado colonial y, como corolario, en el intento de salvarse, en la tabla de un romanticismo politico neoazteca. No entraba en pugna esta aspiracién nacional con la segunda gran corriente animadora de la independencia que, como he dicho, consistfa en el deseo de poner a México al dia y a la altura de los paises liberales que disfruta- ban de Ja prosperidad general y que venian apoderdndose del mando del mundo, Desenterrar el antiguo Imperio de los Mexicanos era un puro acto simbédlico que berraba de una buena vez el odioso pasado colonial. Se pre- tendia, permitaseme una expresién grotesca, un imperio azteca liberal y par- lamentaric. Tratar en setio de volver a Moctezuma era evidentemente un disparate; lo que no quitaba que [a invocacién del nombre de Cuauhtémoc fuera la mejor manera de halagar el incipiente sentimiento nacional. “La Nacién Mexicana no es ya un pueblo de aztecas dispuestos a sufrir un Moc- tezuma”, decian en 1823 los diputados de una comisién encargada de for- mular un plan de ley constitucional.” Se trata de un pueblo moderno y vi- goroso recién salido de Ja esclavitud, que tiene intacto el derecho de aspirar XXVI a todos los beneficios de su nueva condicidén, es decir, a los beneficios que acartean Jos principios liberales, atentos siempre a la voluntad general y al bien social. La inspiracién de este sentir se deriva de un sentimiento mezcla de admiracién y envidia por los paises anglosajones que en Ja carrera de la prosperidad y del poder parecfan haber dejado atrés a los demas. Bastaba una sola mirada comparativa de las condiciones que prevalecian en Inglaterra y en los Estados Unidos con las imperantes en las colonias espaficlas, para que aquellos nuestros primeros padres de Ja nacién se preguntaran llenos de esperanza por el secreto que podia obrar tantos prodigios. Pensaron que la ley y Ias formas de las instituciones politicas contenian la respuesta apetecida. En aquella época, como todavia en buena parte ahora, segiin vemos a diario, se crefa con fe ciega que la legislacién y a politica dirigida eran la panacea universal. Los mismos miembros de la comisién antes citada, decfan que Ja nacién mexicana sentia admiracién por la rapidez de los progresas realizados en los Estados Unidos y que “cree que la forma libre de su gobierno es la causa que los produce”. En otro lugar se afirmaba que “una constitucidn bien o meal meditada decide los destinos desgraciades o felices de una nacién; asegura su libertad o prepara su esclavitud; la eleva al poder o !a bunde en el abatimiento” . Ya se ve, pues, que darle una constitucién a México no era una cuestién puramente de orden legal, todo lo importante que se quiera; era, ni mds ni menos, encontrar la férmula magica que, o aseguraria [a felicidad eterna de la patria, o la condenaria a Ja ruina sin remedio. Y si aspiramos a en- tender el significado profundo de los debates parlamentarios de donde broté la reptblica y sus instituciones actuales, hemos de compenetrarnos bien de ese sentimiento reverencial con que se contemplaba ja ley y Jas estructuras politicas que de ella dimanan. Todo consistia en dar con la férmula magica; el] resto se daria por afiadidura. La implantacién en México del sistema mondarquico encarnado en el pri- mer imperic, responde con toda fidelidad a Jas dos corrientes que, como se ha indicado, constituyen el subsuelo espiritual de la independencia. La idea de reptiblica era muy extrafia entonces; se le tenia prevencién y se le miraba con desconfianza. Es el mismo padre Mier quien diré mds tarde en su dis- curso del 13 de diciembre de 1823 que la palabra repiblica se “confundia con herejia e impiedad”. Por eso negar que el Imperio de Iturbide no fue, en el momento de su ereccidn, la respuesta mds plena a los anhelos populares es ceguera ocasionada por una falsa perspectiva jaccbina. Ciertamente habia republicanos mds 0 menos tabiosos, como nuestro Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra; pero aparte de que eran los menos, eran sobre todo los mas contagiados por el ambiente norteamericano. No hay duda de que el sistema imperial fue recibido con jubilo, porque respondia a las simpatias de todos los sectores de la nacién. Sin ellas, Iturbide jamds se habria lan- zado a la aventura, y quizd, precisamente por ellas, fue por Io que perdidé la cabeza y resbalé por el lado del absolutismo. Sonaba bien aquello de Im- perio Mexicano y ademds era 0, mejor dicho, iba 4 ser wn imperio constitu- cional y representativo, Se combinaba admirablemente la reinstauracién de ja tradicién indigena con la aceptacién de la fétmula magica dispensadora SAVIL de la prosperidad. No fue, lo que perdid a Iturbide, el haberse coronado emperador, como gustan de creer los republicanos; fue el no haber querido constituirse en el sacerdote maximo encargado de administra fa formula mé- gica del liberalismo. Por eso cayé y por eso también fue, en su dia, un mo- vimiente popular la instauracién de Ja repiblica. Pronto, muy pronto, parecid, como le habia parecido a Mier cuando abandond Inglaterra, que todo el mal radicaba en el sistema monérquico. Desterrarlo por siempre se convirtié en una obsesién, en un fetichismo més, pues se pensd que ésa era Ja condicidn indispensable para que pudiera operar eficazmente la magia de la férmula que iba, ahora si, a aplicar debidamente. En Ia mente de los constituyentes se confundian repiblica y prospetidad, y no debe olvidarse, ademas, Ja influencia, también mdgica, que para el hombre siempre ha ejercido lo nuevo, lo desconocida, lo no experimentado. Los miem- bros de la comisién constitucional explicaban en el documento que he venido citando, que México sdlo tenia recuerdos de los sufrimientos ocasionados por las dinastias. “Tiene experiencias dolorosas del gobierno mondrquico —di- cen—. no la tiene del republicano; y son siempre lisonjetas las perspectivas de aquello que no se ha visto o sentido”. Y solamente el pavor que inspi- raba la monarquia puede justificar la ejecucién de Teurbide, que habia sido declarado traidor en un decreto expedido por el congreso cuando aquél no pudo conocerlo por encontrarse en alta mar. Pero si el impetio fue popular, también Jo fue Ja repiiblica. Experimen- tado aquél con los resultados que se sabe, el régimen republicane era el tinico sistema que quedaba para articular en él Ja f6rmula salvadota. Peto aconte- ci6, como siempre acontece cuando se pretende resolver la vida por apli- cacién externa de remedios infalibles, que las cizcunstancias reales no se doblegaban facilmente, En primer lugar surgié de inmediato un problema escabroso. Se vio que decir reptiblica era una ambigiiedad, porque habfa una serie de repiiblicas posibles segtin s¢ acercasen o alejasen de los dos extremos de republica federal con soberania de las entidades federadas o bien de repi- blica de tipo centralizada. ¢Cudl de estas formas contenia la formula mdgica para México? Esta era la gran cuestidn, la decisiva, y en torno a ella giré por muchos afios toda la historia politica de nuestro pais. Pero lo mds grave es que no se trataba simplemente de ua punto que pudiera discutirse aca- démicamente en el seno del congreso para llegar a la solucién doctrinal més adecuada. En el discurso del padre Mier, Hamado “de las profecias”, exhorta a los diputados a que no se dejen presionar por la actitud de las provincias que estaban en plena rebelidn, Todo fue imétil. La cosa revestia sintomas de gravedad alarmante. Las provincias pedian, 0 mejor dicho, exigfan que el congreso se inhibiera de sus facultades de constituyente y que se limitara a expedit una convocatoria para reunir nuevo congreso que fuera el encatgado de expedir la ley fundamental. Era una maniobra de pdnico para evitar que se diera a México una estructura politica de repiblica centralizada. Las pro- vincias amenazaban separarse para formar paises independientes. Querian federacién y no transigian, El padre Mier era de los Hlamados centralistas; sus ideas no podian imponerse, y aquella antigua admiraciéa por los Estados Unidos tan gallatdamente expuesta en su Mewreria Politico-Instructiva, se XXVIIE volvia en su contra. Se queria federacién a iodo trance, porque los Estados Unidos Ja tenian. Intentemos Legar al fondo de los motivos de esta rebelién de las pro- vincias mexicanas que, encabezadas por Guadalajara,” clamaban por federacién con soberanias locales semejantes a la federacién norteamericana. Genetalmente se explica este movimiento como un chantaje de las provincias que amenaza- ban al congreso con la desintegracién de la patria. En lo superficial, esto es estrictamente cierto; pero mo es sino la descripciédn formal y externa de algo mucho mds profundo. Aquellos dos grandes ideales que dieron impulso a la independencia, constituian un proyecto o programa de vida para el fu- turo que, por set tal, tenfa la virtud de mantener con vinculo vital [a unién de los pueblos que luchaban por constituirse en una nacién, Durante el Im- perio de Iturbide no sdélo no hubo desintegracién, sino anexiones a México de las provincias centroamericanas. El proyecto imperial les resultaba atrac- tivo y se unia voluntariamente a la mayoria para participar en la nueva y gloriosa aventura. Pero al derrumbarse esta primera estructura politica, se advierte que se afloja el lazo de wnidn entre las provincias, lo que trasciende hasta su intetiot mismo con peligro de desintegraciones locales. Es un gigan- tesco movimiento de didspora. La disputa parlamentaria entre federalistas y centralistas servia para patentizar con elocuencia la falta de un programa de vida, suficientemente atractivo, que estableciese la unidn nacional que estaba a punto de desaparecer. Porque una nacién es, ante todo, empresa y destino comunes. E] destino que México seatfa como propio era, ya lo indi- camos, sumarse a la ttayectoria progresista de fos pueblos liberales; el pro- grama debja serlo [a constitucién politica que el congreso estaba encargado de darle. Pero como no habfa acuerdo sobre este punto decisivo, la nacién se desintegraba. Fueron, sin embargo, las provincias mismas las que, en su rebeldia, propusieron una solucién al levantar la bandera pro sistema federal. Los politicos como Ramos Arizpe accedieron; los docttinatios como el padze Mier se opusieton. Los politicos triunfaron; los doctrinarios perdieron. Dadas las circunstancias, ambos tenian razon. Los politicos, porque conservaron la integridad tertitorial de la nacidn, si bien a costa de los males que predije el padre Mier en su extraordinaria perorata de 13 de diciembre de 1823; los doctrinarios también tenian razén, porque la federaci6n con soberantas lo- cales no era el programa adecuado para México. Sabian muy bien que se ptoponia puramente a causa del influjo poderoso que ejercia Ia alucinacién del brillante ejemplo de Ios Estados Unidos, sin parar mientes en las dife- rencias radicales que separaban a los dos pueblos, productos histdéricos de dos grandes troncos culturalmente distintos. Pero claro, asf tenia que ser, porque tanto el politico como el doctrinario; tanto Ramos Arizpe como Mier, habian decretado la abolicién del pasado hispanico; es decir, def propio pasado; es decir, habian decretado Ja abolicidn del modo de ser histdrico del pueblo. Como esto no es nunca posible, las soluciones pensadas bajo seme- jante supuesto se desmoronaban al primer contacto con la vida. Todo lo ene- migo politico que se suponga fueron Ramos Arizpe y el padre Mier, la verdad es que su discrepancia no superaba el mal fundamental: ambos, alucinados por la prosperidad de los norteamericanos, tendian a imitar a las institu- XXIX ciones de los Estados Unidos, Cudnta més razén habia tenido el padre Mier cuando, estando en Inglaterra, amonestaba a América del peligro que encerra- ba el intento de adoptar las instituciones angloamericanas, y proponfa, en vez, el reconocimiento de lo que acertadamente Ilamé la Carta Magna de la América Espafiola. Pero ya no habia remedio. El tumuliuoso griterio de las provincias ahogaba todas Jas razones. La nacidn, carente de programa, acep- taba ilusionada uno ya elaborado, de fabricacién norteamericana, y cuyo éxito parecia estar garantizado experimentalmente. Y aunque los doctrinarios como Mier y Carlos Maria de Bustamante no alcanzaron a comprender la parte de culpa que les cabia por haber negado su propio pasado, sf pudieron ver claramente la falsedad de la solucién propuesta por las provincias y que en definitiva fue la aceptada. En una nota de su Historia de Iturbide* Bus- tamante se lamenta de que México tomara por modelo Ja constitucién de los americanos. “Esto es lo que nos ha perdido”, dice, “quisimos aplicar a un nifio el vestido de un gigante. Se quiso federacién, porque la tenian nuestros veci- nos; se obré por un principio funesto de imitacién.” A los pocos dias de haberse votado por el congreso el articulo quinto del Acta Constitutive que imptantaba el sistema norteamericano en México, el padre Mier escribia a su amigo Bernardino Canté, citando y traduciendo con desenfado a Cicerén: “Aciuet est de republica” que en buen castellano quiere decir “llevdselo todo el diablo". Y aqui podemos aplicar una fina distincién de Ortega; podemos decir que México se lanza desde entonces por Ja senda de una vida de adap- tacién en vez del camino de una vida de libertad. Tal es, en definitiva, la explicacién més cabal que puede darse al rosario de nuestras revoluciones sucesivas. Federacién o no, no debemos engafiarnos: el proceso de republicaniza- cién de América, en ef que algunos ven Ja formula original y auténtica de la América Espaiiola, es en su origen y en sus entrafias un proceso de anglici- zacidn o més exactamente de norteamericanizacidn. Sobre todo, lo es en la forma federal de soberanfas locales. Eso de que América es, por destino, o por naturaleza como diria Mier, el pais de las reptiblicas, es un juicio 2 pos- teriori y esencialista falto de perspectiva histérica. Pero ahora, para terminar, analicemos con cierto detalle cudl fue la pos- tara ideoldgica del padre Mier ea esa coyuntura decisiva formada por el cho- que entre las tendencias federalistas y centralistas. En realidad conocemos ya la direccién general de su pensamiento, puesto que hemos citado abun- dantemente la Exposicién de Motivos del Plan de Constitucién de 1823 que ostenta, entre otras, la firma del padre Mier y que tiene el sello inequivoco de su inspiracién. Hace falta, sin embargo, matizat con la debida precisién Ja etiqueta con la que la posteridad lo ha estigmatizado. Es un lugar comin decir que el padre Mier fue centralista. Se le opone, junto con Catlos Matia de Bustamante, a Ramos Arizpe, el campedn del fede- ralismo. Et partido de Mier perdié Ja batalla parlamentaria y a resultas de eso México qued6 constituido en reptiblica federal. La cosa no puede ser mds sencilla. Pero las simplificaciones excesivas siempre falsean. A quienes repi- ten incesantemente esas afirmaciones sin tomarse el trabajo de leer los textos, les sorprenderd enormemente que fue el padre Mier quien encabezé, en agosto XXX de 1823, una Comisién que formulé un Plax de Coustitucién en que expre- samente se dice que “el gobierno de Ja nacién mexicana es una repiblica representativa y federal”. No comprenderdn por qué en mruchas ocasiones el padte Mier se defendié del cargo de “centralista”, y menos atin podrén explicarse que el padre Mier figure en la lista de los diputados que wotaron a favor de la palabra “federacién” en el texto del articulo quinto del Acta Constitutiva que fue el impugnado por él en su famoso discurso llamado de “las profecias”. No estd, pues, nada clato que el padre Mier hubiere sido el enemigo jurado del federalismo como tan a la ligera se repite. ePor qué, entonces, la etiqueta de centralista? Las etiquetas siempre fal- sean. Son mdscaras que deforman a veces hasta los extremos de lo grotesco. Les imprimen a los hombres un gesto vinico, rigido e inmutable y son en oca- siones el mayor obstdculo para su didfana comprensidn. Son las etiquetas, sin embargo, indicios de primera importancia, porque no son casuales, como nada lo es en la historia. Sabemos ya que en un principio, cuando desde las paginas de las Cartas de un Americano y de la Historia intervino el padre Mier en la gran cuestién de Ja independencia de América, fue de opinién contratia en términos gene- rales al sistema republicano y en particular al sistema federativo. “Un go- bierno general federativo”, dice en la Historia, “parece imposible y al fin seria débil y miserable. Republiquillas cortas serfan presa de Europa o de la mds fuerte inmediata, y al cabo vendrfamos a parar en guetras mutuas”. Sabe- mos también que en su Memoria Politico-Instructiva, esctita bajo la influen- Cia norteamericana, cambié de ideas y hace profesidn de fe republicana, Ataca sin piedad el régimen mondrquico, y adelanta una doctrina de derecho divino en pro de las reptblicas. El atgumento mds poderoso que esgrime es, de hecho: Ja existencia de la Republica Norteameticana; pero la Reptblica Nor- teameticana es federal; Juego el padre Mier acepta ya el federalismo. Ahora bien, la consideracién fundamental que lo separa de los federalistas mexicanos como Ramos Arizpe, no es discrepancia en la doctrina politica en cuanto tal, sing discrepancia en las posibilidades de su aplicacién a México. Ramos Arizpe y el padre Mier admiraban por igual a los Estados Unidos; pero el padre Mier y unos cuantos més, no perdian de vista las diferencias entre los dos pueblos, que haclan imposible la traslacién a México de las instituciones anglosajonas de Norteamérica, Esta vatiante de opinién es el fundamento del amado centralismo del padre Mier. Pero lo que era una discrepancia de aplicacién, y no doctrinal, se agudizd hasta aleanzar el grado de contradicciéa cuando hubo de precisarse. La cues- tién de las soberanias de las entidades federativas se convirtié en el centro de la disputa. Los federalistas, a imitacién de los Estados Unidos, querian la soberania de los Estados; Jos llamades centralistas se oponfan a ello. Y es que éstos pensaban que Ia cuestién de soberania local no era una cuestion de derecho, sino de hecho. Los Estados Unides eran en realidad una confe- deracidn, es decir, una unién de entidades con soberania preexistente al pacto; no era ése el caso en México, Conceder soberania a Jas entidades mexicanas era, pués, un error en la aplicacién en México de las instituciones norteamericanas. En este punto capital era donde, precisamente, no se podia XXXI Idgicamente copiar a los Estados Unidos. Ahora bien, como la cuestién de soberanfa local era cuestidn de hecho, y como e] sistema americano era el modelo, el padre Miez llegé a una idea que salvaba la contradiccién, en apa- riencia irreductible. Querfa implantar en México un sistema federal sin con- ceder de momento la soberania a las entidades. Queria una republica centta- lizada que fuera evolucionando hacia una federacién con soberanias locales. “Yo, dice en una carta al Ayuntamiento de Monterrey, la quiero ( a Ja repi- blica) central a lo menos durante diez o doce ajios.” Es decir, queria que la soberanfa local se convirtiera en una realidad de hecho antes de su reco- nocimiento legal. Asi se entiende bien por qué el padre Mier no acepté nunca la etiqueta de “centralista”’; por qué voté a favor de la palabra “federal” en el texto del articulo 50, y por qué votd contra la palabra “soberancs” como adjetivo calificativo de los Estados, contenida en [a redaccién del ar- ticulo 60. Pero si todo eso aclara el alcance resttingido que debe concederse al “centralismo” del padre Mier, lo cierta es que su oposicién a los “federa- listas" extremosos —llamémoslos asi— tiene un sentido que cala mucho mds hondo de lo que parece indicar el debate parlamentario. En efecto, oponetse a la adopcién indiscriminada e incondicional de las instituciones politicas notteamericanas, era, en el fondo, poner en duda la eficacia y —lo que es mds— retar la validez de la creencia en que la implantacién de aquellas instituciones bastaba pot sf sola pata que México alecanzara, sin més ni mas, Ja libertad civil y la prosperidad material de que gozaban los norteameri- canos. El compas de espera que queria Mier implicaba el reconocimiento de que entre los pueblos de Iberoameérica y el de Estados Unidos existia una diferencia que hacia ilusoria aquella creencia, y el de que sélo la educacién civica y técnica y la adquisicidn de los hd4bitos de trabajo y de respeto a Ja ley serfan capaces de zanjar. Es asi, entonces, que el célebre discurso de “las profectas” que pronuncid el padre Mier el dia en que el Congreso dis- cutié la adopeidn del federalismo con soberanfas locales, se nos revela como una admonicidn contra el peligro de lanzar el curso de la historia nacional por el tobogdn de las falsas promesas de una inmensa mentira, Lejos de que Ja felicidad social y la riqueza se dieran como por encanto con sdlo vestir el iraje constitucional del podctoso vecino, la desilusién que experimentarian a ese respecto impulsaria a los mexicanos a buscar pretextos para rehuir la propia responsabilidad y a entregarse a una mitologia de autocomplacencia vy autoglorificacién que los enajenaria de la realidad de Ja historia. He aqui, pues, el profundo sentido de la batalla que dio Mier contra la tentacién de abrazar el partido de la historia como proceso magico, y ahora, a la vuelta de un siglo y medio de amarga experiencia por haber sucumbido a esa enorme falacia, la voz de Mier debe volver a resonar en el dmbito de la conciencia nacional. No dejemos que, de nuevo, sea prédica en el desierto y aprestémonos a echar por la borda todo ese lastre mitolégico que ha trau- mado el proceso de nuestra historia para as{ estar listos a contribuir con gene- rosidad a la inmensa aventura de dimensiones ecuménicas de que estd prefiado el futuro y, en todo caso, pata enfrentar con denuedo y con honor lo que acontezca. Epmunpo O’GorMAN XXKIE

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