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Are we not ment Rita Indiana HG, Wells, The Island of Doctor Morea NOMBRES Y ANIMALES EDITORIAL PERIFERICA PRIMERA FDICION: octubre de 2015 Esta obra ha recibido una ayuda a la edicidn del Ministerio de Educacién, Cultura y Deporte. if = ibice © Rita Indiana Hernandez, 2013 © de esta edicidn, Editorial Periférica, 2015 Apartado de Correos 293. Caceres 10.001 info@editarialperiferica.com www.editorialperiferica.com ISBN: 978-84-g2865-8e-2 DEPOSITO LEGAL: CC-210-2013 IMPRESO EN ESPANA — PRINTED (N SPAIN E] editor autoriza la reproduccidn de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o fururo, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales, What was that thing that came after me? Los gatos no tienen nombres, eso lo sabe todo el munde. A los perros, sin embargo, cualquier cosa les queda bien, uno tira una o dos silabas y se les quedan pegadas con velcro: Wally, Furia, Pelusa, etc, El problema es que sin un nombre los gatos no responden, gy para qué quiere uno un animal que no viene cuando lo Haman? Mucha gente se con- forma, dicen Anibal, Abril, Pelusa, ete. y los nom- bres rebotan como el agua sobre los pelos de gato. Dicen Merlin, Alba, Jestis y los gatos, como si no fuera con ellos, vana lamerse el culo en la direcci6n opuesta. Cualquiera se tira de un puente. Abro la puerta y en el aire siento el golpe de cloro con el que repasan los pisos y paredes de este lu- gar, como todas la maiianas recorro las salas abrien- 5 las ventanas y en mi mente comienzo a darle vyueltas en una tombolaa todas los nombres que he ito en mi libretita durante la noche anterior. Auila Cianuro Picasso Arepa Meter Peter Alcanfor Meea Rémulo Liliput Goliat Kayuco Kawasaki Meneo Bambi Burbuja Abu Amadeus Danny Nucleo Apuesto a que esa c con a de meca y esac con / de nticleo van a quedarse enganchad. s del pellejo del animal como anzuelos. Las persianas del sétano estin oxidadas y la ma ela tarda un poco en ce- der, cuando finalmente entra un rayo que ilumina desde la pileta de baitar a los perros hasta la jaula mas grande, donde cabria un san bernardo, una bolita surge de la tombola hacia mi boca con el nombre ganador. Y alli esta el gato, acostado en uno de los peldafios de la escalera del s6tano; es junio y lo unico fresco en toda la Reptiblica son los pisos de granito. An- tes de que me mire digo el nombre que he elegido, pero se queda alli con esa respiracion regular e im- perceptible tan comiin en las figuras de ceramica barata. Tirarle el nombre ahora ha sido un desper- dicio, sabiendo como sé que la ceramica es atin mas resistente a los nombres que los gatos. Subo espan- tando al gato con mis zancadas hacia la recepeién, tanteando mis opciones para el almuerzo: albéndi- gas o chuletas, halo la silla para sentarme y alli, so- bre el escritorio, encuentro un conejo muerto. «Qué es esta vaina?», pregunté con el volumen de mi voz desajustado, mirando el blanquisimo cone- 7 jo que alguien, que recién captaba con el rabillo del oj, habia colocado frente a mi sila. El pegote en la esquina de la sala de espera se convertia en persona y se acercal tar la supe que tendria que levan- ta del conejo e hice un rapido inventario: dos canicas de sangre donde van los ojos y una patita tiesa como en esas fotos en las que un juga- dor de fiitbol intenta alcanzar la bola estirando la pierna entre los tobillos de otro sin éxito, «Es mio», dice un hombre joven con la piel de la cara llena de mareas, la camisa polo azul clarito y el pelo como baba. Se me ocurre saludar, pero me tardo dema- siado y él comienza a decirme: «se me estan mu- riendo como cosa loca, yo ereo que quieren hacer- me dafio, tu sabes, los vecinos envidiosas». Me in- troduce en el mundo de sus vecinos envenenadores y hallo tiempo para concentrarme en su piel llena de crateres donde pueden, como en las nubes, en- contrarse formas divertidas, chuchutrenes y tribi- lines que el acné fue dibujando con la ayuda de dos manos nerviosas que extirpaban antes de tiempo cualquier cosa que creciera sobre la superficie del planeta, Sacude al animal y me dice: «necesito que me le hagan una autopsia». Toma aire y se sienta en una de las butacas de la sala de espera, el conejo en una mano sobre la pierna y en la otra mano un en- g cendedor. Imagino que quiere fumar y le doy per miso ofreciéndole un cenicero en forma de media bola de basketball que io traja porque, se- gtin él, combinarfa de maravilla con la fibra de vi- drio naranja de las butacas. Suena el teléfono y es una mujer, Quiere saber so- bre las tarifas de estadia, Se va a Miami a hacerse una cirugia y necesita dejar a su perro en el haspi- tal varias noches. Mientras me da detalles sabre el costo de su operacién, razén mas que suficiente, seguin ella, para que le rebajdsemos el precio, me fijo en los filos del pantalén del muchacho. En un segundo calculé el miedo o el amor que habia de- tras de aquella plancha, pero sobre todo el tiempo que alguien dedicaba a aquellos y a muchos otros pantalones convirtiendo el kaki en acero. ‘Tan pronto se me terminé la conversacién con la sefiora de la cirugia saqué la guia telefénica detrés de un mimero que puede estar entre las letras r, Jo w. Este truco para matar el tiempo no me lo ha en- sefiado nadie y es muy efectivo, sobre tada cuan- do uno no quiere bregar con duefios de enfermos terminales y més atin cuando el tinico paciente po- sible esté muerto. Espero a que quien leyante el 9 teléfono cuclgue y es entonces cuando empiezo a mover la boea. «Buenas, le hablamos del hospital veterinario Doctor Fin Brea para informarle de que ya puede venir a recoger a Canquifa.» Durante un cuarto de hora comparto con el inexistente duefio de Canquifia anécdotas sobre el buen comporta- miento de la pet a dieta de bolitas organicas que le habiamos suministrado, los comentarios del doc- tor sobre la inteligencia y el caracter de Canquitia, la vaguada que azoté la costa este de la isla la se- mana pasada y el precio de los articulos de primera necesidad. Cuando el tema comenzo a oscilar entre Canquifia y la momia hermafrodita en el tiltime ntimero de la revista National Geographic, la ca- mioneta de Tio Fin se detuvo frente a la clinica. Colgué y avisé al loca: «llegé el doctor». Los pantalones de Tio Fin también tienen filas, pero son tan viejos que el filo esté grabado en ellos y Armenia, la mujer'que trabaja en casa de Tio Fin, ni tiene que plancharlos. Estos filos permanecen sin mucho trabajo, con sélo colgarlos en el eléset res- petando el filo o lo que queda de él se mantienen, gracias a que otra Armenia de nombre Belgica, Tel- ma o Calvina los planché a dos centavos la libra 10 durante los afios que ‘Tio Fin duré para graduarse. Si fuera por Tia Celia, los pantalones estarian en la basura hace tiempo, y cuando lo ve salir con ellos puestos le grita por el pasillo: «jcofo Fin, geudndo es que tu vas a soltar esos malditos pantalones de cuando tu’taba etudiando?!», Pero Tio Fin sigue ca- minando como un camello tierno, arrastrando los mismos zapatos de gamuza y los lentes de sol Ray- Ban con los vidrios verde oliva con que aparece en la foto de mi primer cumpleafios, Tio Fin lleva al conejo y a su duefio al consultorio, coloca al primero sobre la camilla de acero inoxi- dable y junta la puerta. Es entonces cuando vuelvo a pensar en el gato y digo en mi mente el nombre que tenia bajo la manga, «micleo», Como un resor- te da un brinco y se trepa al escritorio, oliendo el {rio residuo del roedar envenenado. Se acerca mas a mi cara, estrujando su cabezota en mi barbilla. Por un momento creo ver el milagro ejecutad, el gato ha respondido a mi llamado telepatico, lo lle- vo de nuevo hasta la escalera y colocandome de- tras del eseritorio, repito en mi mente la palabra magica, pero esta yez mi me mira, comienza a subir la escalera lentamente y desaparece. Asi llevamos un mes. ‘Todos los dias, después de cerrar la clinica, camino hasta la casa acumulando nombres, cuando ya estoy alli los apunte todos y a ado unos cuantos mas. A veces cuando me voy a la cama el zumbido de tados esos nombres, su sus rrados por una voz que no es la mia, me mece como en la pa ojos el 0, Cuando cierro los susurro se hace més fuerte y dibuja figuras aza de un gran b: geometricas en el interior de mis parpados. Asi hasta que me quedo dormida y suefo que he encontra- do el nombre, pero el gato ha muerto o desapa- recide y yo ando por una calle muy agitada, bus- cando un supermercado donde el nombre del gato pueda ser canjeado por una vajilla de cuarenta y cuatro piezas. El viento abre la puerta del consultorio y sin esti- rar el cuello puedo ver a ‘Tio Fin sentado detrés de su escritorio, el dueiio del conejo frente a él, dema- siado cémodo en su silla, con un pie sobre la rodi- lla izquierda. Tio Fin junta el pulgar y el indice en el asa de una taza imaginaria y se la lleva a los la- bios queriendo decir haz café. Voy a la cocinita y abro la cafetera, descubro que en el fin de semana de agua y oscuridad se ha desarrollado una pelicu- la de hongos en el fondo, blancos filamentos por 12 todo cl metal del interior cuya resistencia compr bo al tratar de fregarla con un brillo verde, La re lleno de agua y coloco la parrilla para el polvo. Cuando enciendo la estufita eléctrica comienzo a pensar en el gato otra vex y me pregunta si sera sordo, si no responde a mis nombres porque no puede oirlos. El café sube y el olor llega hasta la calle, coloco las tazas, el aztcar y la Cremora en una bandeja de plastico verde que Tio Fin compré 2% pesos porque pegaba con el verde institu- por cidn de las paredes. Empujo la puerta con la cade- ray encuentro a Tio Fin de pie junto a la camilla metilica, situado justo a la mitad de la misma con el conejo levantado en el aire, como si quisiera que- marlo con la luz de la lampara blanca que tiene encima. Yo he visto esto antes y no sé dénde, en- tonces me doy cuenta de que el duefio se ha ido y pongo la bandeja en la camilla, echo azticar para ‘Tio Fin y para mf en las pequeiias tazas de florecitas azules, remuevo y espero a que él ponga al muerto en su sitio para levantar la mia. Entonces Tio Fin da los dos pasos hacia el teléfono y marca un nu- mero de memoria, dice: «ald, Bienvenido, seres ti?». Bienvenido es el mejor amigo de Tio Fin. Ellos com- praron un velero juntos cuando todavia tenian pela T3 en la cabeza y todas las muchachas querian subirse aese velero. Hay muchas fotos para comprobarlo, lo de los pelos, el yelero y las muchachas, y todas estin en casa de mi abuela en una caja de metal con llave para que ‘Tia Celia no las coja y las bote en la basura, adonde pertenecen. Bienvenido es ademas el tinico veterinario forense graduado del pais, cos que en boca de Tio Fin suena como si estuviera diciendo el tinico hombre que puede abrir una bo- tella con el culo, ‘Tio Fin tranea el telefono y no he terminado de escuchar su voz en mi mente diciendo «el tinico veterinario forense del pais» cuando deja caer, muy espontaneo, que Bienvenido esta de camino para bregar con el conejo, ya que es el tinico veterinario forense del pais. Luego se toma su café despacio y aiade que «en un pais como éste, en el que los ani- males no tienen derechos y las gentes son animales, ide qué sirve un veterinario forense? Si fuera en Estados Unidos seria otra cosa, alla si que saben apreciar aun profesional». De inmediato imagino a Bienvenido en una serie del cable, recogiendo con una espatula milimétrica pequefios residuos de se- men humano del cuerpo inerte de una tortuga ha- llada en el sdtano de una discoteca. Para cuando 14 ride llega unos minutos ¢ tarde, mi opl- nién sobre él ha cambiado totalmente, hasta me parece mas inteligente. La arruga que siempre tiene en la frente es ahora la marca de un hombre con una mision: resolver un crimen, Cuando entra en la clinica me levanto y le ofrezco agua, café, un churro yatodo me dice que no, poniéndose unos guantes de goma que Tio Fin le ofrece a manera de saludo; entran los dos al consultorio y cierran la puerta con seguro, Era extrano pensar que alld adentro habia dos hombres muy altos, con guantes y mascarillas buscando en el interior del conejo muerto las hue- llas de un grupo de vecinos envidiosos armados con clanuro o Tres Pasitos. Afuera sonaba el radito, un aparato del afio uno que Tio Fin puso a mi dispo- sicién el primer dia que vine. Yo le propuse traer mi Diseman, traer mis audifonos y mis cps. «Y como vas a oir el teléfona?», me dijo, «zy como vas a oirme a mi cuando te Ilame?». «Realmente», me dijo, «el radio es para los pacientes y sus duefios, pon Clasica Radio que ahi ponen misica relajante, musica buena para un hospital.» Hrente al escritorio hay una puerta de vidrio por la qu ve la avenida Rémulo Betancourt; es una avenida mas bien fea, como son casi todas las ave- 1j nidas de esta ciudad. La puerta permanece abierta el dia entero para que entre aire, pues aunque tene- mos dos abanicos encendidos el calor se concentra y hasta las fotos de perras paridas con que hemos decorade comienzan a sudar. Lo tinico es que ‘lio Vin me ha pedido que cuando yaya al baiio cierre la puerta del frente con seguro, cosa que a veces hago y a veces no, Tio Fin lo dice porque un dia se metieron unos ladrones y se llevaron toda la mer- canefa para perros que encontraron en la sala de espera, champuis, correas y juguetes para mascotas mas que nada, chucherias que tenia 'Tio Fin para que los dueios compraran si querian. Aunque él no me lo diga, yo sé que Tio Fin sospecha de Cutty, el hijo de la mujer de la casa de al lado. Cutty es dificil y dice muchas palabras similares a «mama- ficma» en cada oraci6n, tiene unos brazos muscu- losos que a mila verdad me gustarfa tener y en uno se ha tatuado con una maquina de hacer tatuajes hecha en casa un dragén chino color rojo sangre. Curty es muy compacto y cuando digo compacto me reliero a que toda la ropa que se pone parece ser parte de él. Es como si él siempre estuviera des- nudo, porque los jeans, el t-shirt y las chancletas de goma que siempre tiene puestas parecen haber ve- nido con él. 16 y lo sabe porque ha visto Si Tio Fin esta aqui (Cu la camioneta) Cutty viene y hace unas preguntas que ha estado planeando toda la tarde para tener algo que decir al llegar y habla muy fuerte con una voz que hace que los choferes que cruzan la aveni~ da volteen la cabeza. A Tio Fin se le pone la carne de gallina, sale a la sala de espera y le hace un chiste tonto. Cutty entonces se rie de una manera que hace que Tio Fin se arrepienta de haberle hecho el chis- te y de haber estudiado veterinaria. Luego Cutty nos cuenta de un chef italiano que vive en San Cris- tobal que tiene las luces que le faltan a su Vespa y de cémo estas luces y este italiano son los tinicos en el pais, Cutty esta reconstruyendo esta Vespa desde hace un afo, cuando encontré el cascarén oxidaco cerca del 28, ala vuelta de visitar a su mama manicomio. Tio Fin, que ha visto la Vespa y ene también a la mama de Cutty, se mete la mano en el bolsillo y saca cincuenta pesos, «;Con eso te da?», le pregunta, y Cutty, sin mirar a Tio Fin a la cara, dice «vamo a ve» y sale corrienda como loco no sin antes escupir en la acera. 5i Tio Fin no esta, Cutty entra en la sala, se dobla sobre el eseritorio hasta que el olor a queso frito en 17 aceite de motor que sale de su boca y yo somos una sola cosa, Si esta contento porque ha conse~ guido una bujia o una tuerca milenaria me cuenta una pelicula de muertos y se agarra la bolsa, dando brinquitos al ritmo de la implosién de su risa, cele- brandose como un bebé al que una: bles zarandean alzindolo por debajo de las axilas. Si hace calor y la Vespa no tiene futuro, se sienta sobre el escritorio y pone un pie sobre cada brazo de mi asiento, se abre el zipper y se saca un pene rosado del largo de un lapicero Paper Mate. Yo me quedo muy tranquila porque la verdad no sé qué hacer mientras él echa un vistazo hacia atras para comprobar que no viene nadie con un movimiento de cuello muy rapido, tan rapido que por un mo- mento Cutty no tiene cabeza. «Mira», me dice, moviendo su mano hacia arriba y hacia abajo, y me golpea la mejilla con la punta y pienso que si yo abriera la boca y la mordiera mis dientes se queda- rian marcados como en una goma de borrar. Lue- go, casi siempre, Cutty se cierra el zipper, se rie y se va y el aire se queda hecho sopa. Yo entonces me voy al bafio y me hago una paja detrds de la otra pensando que he dejado la puerta sin segura y que los ladrones @ su regreso van a darse cuenta de que en esta clinica no hay nada que valga la pena robar. 18 ‘Tio Pin y Bienvenido abren la puerta y salen qui- an sudados y pare- tindose los guantes; los dos es ven haber visto un fantasma. Bajo el volumen del radio para poder oir lo que dicen pero ninguno dice nada. Entran muy juntos al baiio y los imagi- no compartiendo la pastilla de jab6n para lavarse las manos, las mufecas, los antebrazos, como ha- cen los doctores en las peliculas. Bienvenido sale primero y dice que tiene que ira resolver un asun- to, v lo dice como si el asunto, en vez de un pica- pollo con platanos fritos para su esposa, fuese un caballo con los ojos sacados en el parque Indepen- dencia. De mi ni se despide y de Tio Fin apenas, se quita la bata sucia que trajo en una funda y se mete en un Mitsubishi Lancer del 79. Bienvenido arranca y yo le pregunto a Tio Fin por el conejo. El me acerca un frasco de mayonesa a la cara. El frasco es uno de tantos que Tio Fin trae de su casa para reciclar. Por lo general yo misma les quito el olor a pepinillos o Cheese Whiz con un estropajo para que Tio Fin los llene de mierda de perro 6, como en este caso, coloque dentro una bola de pelo, porque esa encontraron en el esté- mayo del conejo: una bola de pelo maciza de un 19 _— ee gris brillante, tan perfecta que dat ganas de po nerla en un arbol de navidad. Al ver aquella perla peluda detris del vidrio recordé la excursion que habiamos hecho antes de que acabara el afio esco- lar al Museo del Hombre Dominicano, donde los trigonolitos y las espatulas de los arawacos palide- an bajo luces artificiales. E] guia del museo, re- cién convertido a ‘Testigo de Jehova, nos explicé en yoz baja que los tafnos estaban atrapados en una fantasia satanica como también lo estaban los espa- fioles que venian supuestamente en nombre de Dios, y cuando llegamos al diorama de la pesca y la caza aprovechs para vendernos un par de revistas Ata- laya y ;Despertad! «Los conejos no vomitan, por eso hay que darles mucha fibra», me dice'T'fo Fin sonriendo, «para que pucdan deshacerse de todas esos pelos que se tra- gan». Ahora esta listo para salir y se arremanga hasta por encima de los cados. Esta claro que no va a atender a ningiin otro animal esta mafiana, Se mon- taen la camioneta y arranea, pero antes de avanzar tres metros viene de reversa y me grita desde la ca- lle: «jsi Hama el duefio del conejo no le digas nada, si le decimos la verdad no vaa venir a pagar!». 20 Cuando Tio Fin se ha ido y estoy sola en el hospi- sola con el gato, abro la libre tal, quiero deci donde a veces dejo algunos nombres en remojo. Si ya los he gastado todos, apunto unos cuantos mas. La libretita esta siempre muy cerca de mi y los bor- des de las paginas estan Ilenos de garabatos que dibujo cuando hablo por teléfono que es casi todo el tiempo que no paso buscando nombres. A veces jlaman amigos de Tio Fin, amigos mios o los due- fos de los pacientes, pero la mayoria de las veces n llama es Tia Celia. qu ‘Tia Celia es la esposa de Tio Fin y es, como quien dice, la duefia del hospital, porque ella lo constru- yo con su dinero y eso se lo recuerda a todo el mundo, todo el tiempo. Mi mama dice que lo que pasa con Tia Celia es que nunea pudo tener hijos y toda la energia que debié poner en criar y parir la pone en joder a la humanidad. Yo que casi nunca estoy de acuerdo con mi mamé, estoy muy de acuer- do cuando ella dice «joder ala humanidad» y hasta ereo que Tia Celia por la noche cuando se acuesta ve letreros en neén en su mente que dicen «adera la humanidad» y creo que hasta le gustan, En lo que respecta al hospital, Tia Celia quien berlo todo y para eso tengo otra libreta en la que apunto cada movimiento del doctor, a qué hora dinta azticar, por ejemplo, y s tomé el café y con cu me fuera posible comprobarlo, la cantidad de pa- pel de inodoro que usa cada vez que va al bafo. Esto es en serio y por cada pagina de la libreta Tia Celia me da veinte pesos o una entrada al cine, que es la misma cosa. Lo que Tia Celia no sabe es que yoen la libreta pongo lo que me da la gana y un dia de éstos si me jode mucho se lo digo a Tio Fin por- que Tio Fin también me da dinero, ademas del sa- lario con el que me pagan las diez horas que me paso en este hoyo, dizque porque hay que apren- der a trabajar. La idea no fue de ellos sino de mi mama y mi papa, con las maletas hechas para su segunda luna de miel. Amino me dijeron nada hasta una semana antes de irse, cuando encontré cinco conjuntos idénticos de bermudas y chaqueta (lima, salm6n, rosado, azul cielo y lila) en el asiento trasero del carro de mami junto con un brochure que decfa seviLLa 92. Para entances mi papa ya se habia memorizade las rutas y los nombres de cada uno de los monumentos que ibana visitar y en su cabeza todo el mundo en Gre- 22 cia hablaba espaiol y él por supuesto alla como aqui hablaria hasta por los codos y se sentiria com- placido en ilustrar a todo el que se le acercara so- bre la plaga de la mosquita blanca, dénde estaba él cuando mataron a ‘Trujillo y el gemelo que se le murié al nacer. Lo peor no es el trabajo, pues Tio Fin y yo nos llevamos muy bien. Lo peor es que el mamagiievo de Mandy se queda sélo con la casa y a mi que me lleve el diablo, o sea, Tia Celia. Mami traté de ex- plicarme que porque Mandy se acababa de gra- duar del bachillerato y se iba del pa‘s al final del verano a estudiar en Miami, ellos entendian que él fecesitaba tiempo y espacio para despedirse de sus wnigos, Mandy es el favorito de mami, y aunque fo es hijo de papi, él también lo prefiere. Mami le puso Armando José por una telenovela que veia cuando estaba embarazada y le salid igualito que el yaldn, dice ella, y cuando lo dice pueden verse fesiduos de mazorea de maiz entre sus dientes. © uando este tipo de cosa pasa, a mi me da un chin ide miedo, o sea, cuando la gente se convierte en Hira gente. No es que se disfracen ni nada, a veces Justa con que enciendan la lampara de la mesita en ve de la del techo para que pasen de ser el sefior 23 que vino a instalar el cable a ser Amanda Miguel. Mandy por ejemplo, con tanto musculo y tanto cabello, sale del bano recién afeitado y con la toalla amarrada ala cintura, yo lo miro desde el pasillo y entiendo lo que piensa un bistee: me van a comer si no salgo corriendo, por eso Mandy siempre tiene las rodillas flexionadas como si estuviera en una cancha de voleibol. Cuando mami termin6 el discurso sobre lo que se podia y no se podia hacer en casa de Tia Celia me hizo poner en la maleta sdlo la ropa que ella consi- deraba apropiada para una «nifia que ya va a em- pezar a trabajar» y me hizo dejar todos mis t-shirts y jeans en el cléset. «Te va a hacer bien vestirte di- ferente, salir de la rutina», me puso en un taxi, le pagé al taxista y prometié llamarme del acropuer- to para despedirse. 24 1 could see the Thing rather more distinctly now. Ft was no animal, for it stood erect. Cuando Mauricio llegé a la casa no se llamaba asi. Asi le pusieron porque segtin dofia Moni con ese pelo y ese porte ya desde los dos meses se parecia a Mauricio Gareés, un actor que, decia ella, tenia mucho sex appeal. Se lo trajo de regalo a Palola, la hija de dofia Moni, un novio argentino que le duré a Palola lo que duré Palola en encontrarse un italiano. Mauricio al principio era chiquito y dormia donde le cogia la noche, en la cama de doa Moni, encima de la mesa del comedor o en el tupido nido de sé- banas recién lavadas del cléset de la ropa blanca. Mauricio, casi como un gato, se pasaba el dia dur- miendo, y cuando no estaba durmiendo estaba o a5 ae comiendo © mirando un punto fijo en la pared. A dona Mont esto le parecia encantador ¥ aunque el perro téenicamente era de Palola, esos primeros me- ses ella cogid a Mauricio para ella, alimentandolo, llamandolo «cosa bella», acariciandolo dia y no che, encontrando en aquel ejercicio una serenidad tan grande que se preguntaba si no se estaria vol- viendo loca. Pero Mauricio, como todo pastor aleman, comen- z6 a crecer y con el tamafio adquirid una stibita torpeza que le hacia llevarse de camino lamparas y botellas, jarrones y abanicos de pedestal. Las llu- vias de marzo cocinaron un lodo perfecto que Mau- ricio iba a recoger entre las patas para venir corrien- do hasta la habitacién de dofia Moni e imprimir con sus huellas todas las alfombras y las almohadas. A dofia Moni este jueguito no le hizo ninguna gracia y de repente se acordé de que el perro no era de ella, recordando también que tenfa una hija, y asi sucesivamente. Palola dijo que cuando ella pariera se ocuparia de limpiar mierda y esto se lo dijo por el teléfono ano sé quién mientras sacaba a Mauricio al callején, cuya tinica conexién con la casa era una puerta de hierro que daba a la cocina, puerta que desde ese momento permaneceria cerrada, pues la 26 comida le podia ser suministrada al perro a través de los barrotes, Aquella primera noche Mauricio pens6 que esta- ban jugando con él y que si él vinaba cual era cl fin de este juego alguien vendria, abriria la puerta y lo dejaria entrar a la casa para acomodarse en la cama de dona Moni o en cualquier otro lugar, in- cluso allf mismo en el piso de la cocina. Dio sal- tos, corrid de un lado. a otro, colocé las dos pato- tas en la puerta de hierro, ladré feliz, luego ladré fingiendo estar enojado como a veces hacia cuan- do dota Moni jugaba «perro bravo» grufiendo para que él le respondiera. Asi la noche entera. Cuando salié el sol y alguien vino a prepararse café, cl estaba tan cansado que ni movid la cola. Palola lo miré desde la estuta y le dijo: «sigue ahi, jugan- do con tierra». El se acord6é de Palola y se incor- por listo para estar alli con Palola, poner sus dos patas en el pecho de Palola, mover las patas a toda velocidad hasta que los olores a aleanfor, Anais Anais, trementina, cloro, cedro, mimbre, gamuza con moho, restos de una salsa curry que se derra- mo hace tres afios en el pasillo y licra que prove- nian del cuarto de Moni, y que Mauricio recono- cia con claridad, se le metieran dentro. Pero esa 27 cosa que estaba entre él y Palola seguia alli y segui- ria allt pai empre. De vez en cuanda la sefora que venia a limpiar abria la puerta, pero antes de que Mauricio se diera cuenta, ella ya estaba afuera con una manguera a presion y una botella de shampoo restregandolo y enjuagandolo, y la puerta, vista desde los ojos jabonosos del perro, alld al fondo, otra ver cerra- da. De vez en cuando un vientecillo arrastraba par- ticulas del cuarto de dofia Moni hasta su hocico iuminandole la noche a Mauricio, y ni los gatos ni las ratas, nt la lluvia ni el piso de conereto le amar- gaban ese gustico. Con el tiempo Mauricio encontré el triéngula de sombra que un vértice de la casa proyectaba en el callej6n al mediodia, donde una pelicula de musgo hacia mas suave el cemento y aprendiéa lamer ma- nos y caras a través de los hierros del portén, su lengua se hizo mas larga y sus reflejos més preci- sos. Los damingos dofia Moni recibia familiares y amigos y cocinaba para tada el mundo, a media tarde una luvia de muslos de pollo a medio comer le cafan a Mauricio en la cabeza, y él, si venian di- rectamente de la mano de dofia Moni, movia el rabo 28 frenético, feliz con el olor de su amor en aquellos huesos, triturando con los ojos bien abiertos hasta el tuétano. Un domingo de ésos dofia Moni le trajo un sobri- nito de dos afios ala puerta, «mira, perrito», Mau- ricio vio aquella cosita que habia estado durmien- do en la cama de Moni, con las sabanas de Moni, en el cuarto de Moni, y Mauricio en un segundo olid a Moni y en Moniel perfume y en el perfume qui- micos como arafitas de hierro diciendo «fud», y debajo del perfume el sudor de Moni, capas y ca- pas de rastros de lociones, jabones y sudores aje- nos que ni el agua ni el Acido de baterfa arrancan de la piel, picapollo, wasakaka, ajo, pimienta, enemo- cada, yuea con cebollita, envases de foam, fabrica de foam, sillas de plastico, marquesinas con grasa, cl algod6n, el detergente con que se lavé el t-shirt, la mano de Mela, la lavandera de Moca, tierra ne- gra, lombrices de tierra, Moca, leche, tetera de goma, leche cortada, leche empegotada, azticar, olor a hormiga, olor a aceite y taleo y el olor de una encia nueva por donde empieza a salir un diente, y cada olor era un rascacielos en Ja nariz de Mauricio y encima del olor a gente, del olor a nifio -y a Moni, estaba el olor a xido de hierro de la puerta, el olor 29 a cemento de la casa y el olor de todos los trabaja dores haitianos que un dia la levantaron, el humo de la calle y los vecinos con el café puesto, la tinta negra de los periédicos que habia en el suelo de la cocina, las veintitrés medicinas que Moni tenia en el botiquin del baiio y alla al fondo de todas las cosas, la mancha de curry en el pasillo. Cuando Mauricio llegé al hospital ya el papa del nifio le habia reventado un ojo y dofa Moni le habia sellado la boca con una tira de tape. Imagi- né una pelea con otro perro 6 un eamidn a toda velocidad por la avenida Las Américas, le avisé a ‘Tio Fin y él abrié la puerta para que lo colocaran sobre la camilla, Dofia Moni estaba lista para ir al trabajo, conjunto sastre upo Jackie Onassis con so- brepeso y un mofio con mucho spray y muchos pinchos, Tmaginé un banco donde entré de cajeray termind de gerente, igual que mami, o una compa- Afa de seguros en bancarrota. Salié del consultorio de Tio Fin y se recosté sobre mi eseritorio para hacer un cheque, me lo entregé ¥ se fue. Cuando los duefias de los animales se van Tio Fin siempre tiene algo que decir y yo corre hasta su consultorio para escucharlo, La mayoria de las ve- 30 ces son chistes tontos que nos hacen reir un ratito, pero esta vez Tio Fin no dijo nada. Por lo menos por un buen rato. Se quedé fumando sentado en su sillén con los zapatos de gamuza sobre el escritorio. «2 Qué le pasd?s, le pregunté. «Mordié a alguien.» «¢Y qué va a pasar?» «Ya no lo quieren, ve y btiscate unos mangos,» He says nothing, said the Satyr, Men bave voices, A mi abuela se le cruzan los cables, Esto viene de lejos, yo creo que desde siempre, pero ahora que cumplié los ochenta como que se nota mas, A mi no me gusta cuando mi mama se enoja por- que mi abuela la llama tres veces seguidas para con- tarle el mismo cuento de un travesti que le tocé la puerta para pedirle trabajo como cocinera a de unos perros que vienen a sentarsele en el frente de la casa y que ella espanta con una olla de agua fria, Primero porque a la abuela le pasan tan pacas co- sas recientemente que es normal que las cuente una y otra vez. Lo otro es que la abuela cuando hace el cuento del travesti lo goza tanto, porque no se acuerda que ya te lo conté, que es, por lo menos 32 para mi, como si me lo contara por primera vez, eso sina dir que cada vez que lo cuenta el travesti tie- ne algo nuevo, y ese algo, un pafuelo, una voz de ultratumba, unas medias de nylon por donde se cue- lan pelos de medio centimetro de diimetro, hace que a la abuelita se le iluminen los ojos, y si uno tiene suerte, ella hasta hace la seiial de la cruz, riéndose. En la primera versién ella esta recostada, porque la abuela nunea esta acostada sino recostada, cuando ve una mano de hombre que entra por la ventana, Son las tres de Ja tarde y la mano le ha amargado la siesta, la abuela se levanta y dice: «:quién es?». Y una voz de hombre le responde: «Ramona». Lue- go ella corre a despertar a mi abuelo, que también esta siempre recostado y él se levanta y encuentra con la mano pesada un martillo que tiene debajo de la cama junto a la bacinilla y con el que ha matado para la gloria de no se sabe qué santo mas de siete ratas prenadas, La abuela se le engancha del coda y él se engancha de su andador y van las dos a dos pasos por minu- to arrastrando las pantuflas hasta la puerta, lo que quiere decir que les toma su buena hora y media llegar hasta donde esta Ramona, preciosa, tocando 33 el timbre como si la luz eléctrica no costara dinero. I: timbre de la easa de la abuela es otro tema y yo creo qu qu es parte del problema, es un ding dong slo se encuentra en telenovelas, en baladas de los setenta yen la casa de mi abuela, que es como decir que el timbre es casi imaginario o que es el ultimo timbre que queda en toda la Reptiblica con ese sonido, y para probarlo sdlo hay que ir conmi- go (como hice una tarde) tocando todos los tim- bres del vecindario y escuchar el brivry, el buzzzz ocl bididididt. Cuando los viejos Ilegan a la puerta estén listos para cualquier cosa, Desde que unos ladrones se metie- ron en la casa de al lado para rabarse un radito de pilas y dejaron al sefior que cuidaba amarrado a una silla y con el cerebro afuera, las viejos estan listos para cualquier cosa. Por eso cierran las puertas de madera que dan ala galeria dia y noche, abriéndolas cuando vengo yo o cuando viene algin vecino con el telétono cortado a hacer una llamada. Miabuelo ya tiene levantado el martillo cuando mi abuela abre la puerta, Ramona se presenta y dice que sabe lavar, planchar y cocinar, tiene experien- cia y se sabe todas las canciones de Marisela. Mi 34 abuela habla entonces con una voz que oyo u vez en alguna emisora de radio en los afios 30 y le rvienta, que ya estan vie- an una s dice que no neces: jos y despacharon a las que tenian, que ahora comen de cantina, una comida desabrida y que llega cada vez. mas tarde, que mis hijos vienen a vernos y nos traen empanadas y helado de ron con pasas, Cuando al abuelo el brazo con el martillo se le can- sa, sale de atras de la puerta para encontrar a su esposa recostada de la puerta contandole a Ramona el cuento de cuando ella vio unos submarinos ale- manes en la Romana, y Ramona, que tiene tiempo para escuchar el cuento tres, cuatro, cinco veces, se sienta encima de una maleta color carne con las pier- nas cruzadas y va afiadiendo detalles a la historia. Cuando la abuela le dice que ella vivia en un inge- nio azucarero, Ramona dice: «como una princesa». Cuando la abuela dice que el ingenio estaba cerca de la playa, Ramona dice: «como en una pelicula», Cuando la abuela le dice que ella tenia un caballo, Ramona dice: «fabulosa». Cuando la abuela entra en detalles sobre el vestido de organdi y las botitas de charol, Ramona dice: «con bucles de agua de azuicar y camomila», y cuando la abuela se da cuenta de que el abuelo esta de pie junto a ella con un 35 martillo colgandole de la mano, no lo yea él sino a Felina, la negrita que llegé al ingenio cuando ella tenia tres ahlos y que sus papas criaron «como a otra hija», y le dice: «ve, cuélate un catecito, ;no ves que tenemos visita?». El viejo emprende el largo camino a la coci tres milimetros la hora, lo que quiere decir que en lo que llega a la cocina la abuela ya ha terminado el cuento de los submarinos y ha comenzado el cuen- to de los submarinos, y para cuando el abuelo ha vuelto, con una bandeja con café y galletitas de soda con mantequilla, Ramona ya sabe por qué el se- gundo hijo de la abuela se llama Fin y dénde esta- ba mi papa cuando mataron a ‘Trujillo, En la segunda version del cuento del travesti el abuelo no aparece sino hasta al final o esta tan en- fermo que no puede levantarse y mi abuela se la bandea sola en medio de la oscuridad, porque esta vez es de noche y hay un apagén del carajo v lo que la despierta es una voz igualita a la de su ma- dre, o sea mi bisabuela, diciéndole que juegue el 14 o el 78 0 el 36, Mi abuela dice que cuando oyé la voz se puso a llorar y a decir «ay, mama, es como si estuvieras viva», y que al decir esto cogié tanta ener- 36 gia que quiso levantarse de la cama como s1 fuera a pitchar un juego de béisbol. «¥ cuando me vien el piso lo tinico que aleancé a hacer fue a tirarme un pote de aleoholado en la cabeza, un potecito que tengo siempre junto a la bacinilla por si acaso. Cuan- do de repente oigo pasos en el callejon. Ese maldi- to callején que yo no sé cuantas veces le he dicho a mi hermano Rolando que termine de clausurarlo, ésa es una madriguera en la que cualquier tigre va a terminar metiéndose, y nos encontraran a tu abue- lo ya mi, panqueaos, como dos turpene, mejor se- ria que nos cogiéramos de las manitas y saltaramos del Malecon y ya nadie tendria que bregar con no- sotros.» Aeste ultimo fragmento siguen unas cuantas ldgri- mas que yo le seco a la abuela con la manga de mi t-shirt para que me siga contando y ella sigue: «des- pués de tres avemarias y un padre nuestro logré sacar fuerzas y me levanté, mejor dicho, me levan- t6 Jestis, porque yo la verdad no fui, cog la linter- na, acuérdate que no hay luz, y cuando la prendo no tiene pilas, mierda, lo raro es que encontré las pilas dentro de una cartera dentro de una gaveta en el cuarto que era de tu tio, no me preguntes cémo llegué porque no sé, seria Jestis también, que es la 37 . luz de este mundo, Cuando cargué la linterna, los pasos seguian en el callején, pasos con tacones al- tos, caminé hasta la puerta que da al patio y pre gunté “buenas noches?’ y una voz gruesa respon did: ‘Ramona’. Abri la persianae iluminé con la lin- terna una boca y luego unos ojos pintados de azul violeta, la voz me dijo que queria trabajo y yo le dije que aqui no habia y ademas que mi esposo te- nia muy mal genio y dos pistolas cargadas y que si se despertaba se iba a armar un lio, la tal Ramona se fue corriendo y yo le oi las pasos con tacos salien- do del callején, empecé un rosario a esa hora pero me quedé dormida como al quinto avemaria», En la tercera versién el abuelo llama la policia y a Ramona le parten el sieso. La abuela dice que le dio pena porque «se ve que por lo menos el mu- chacho queria trabajar y que si hubiera encontra- do una mano dura a tiempo no andaria dando pena en una falda». Como mi mama no es muy buena hija que digamos y mi tio Fin esta muy ocupado haciendo avionci- tos de papel en su consultorio, Tia Celia se ha en- cargado de mantener a mis abuelos por lo menos aseados. Ella le paga a una enfermera para que venga 38 una vez por semana y los meta abligados a la batie- ray los restriegue con una esponja a ver si se les sale ese olor a sofa orinado que cogen los viejos Celia también le paga a otra ada das con el tiempo. ‘T muchacha para que venga una Vv oma- nas y le pegue manguera a la casa, levante las al- fombras, sacuda los cojines y los muebles de caoba centenaria y oiga el cuento de los submarinos, de Ramona y de cémo mi abuelo se gano la loteria en ia Celia se 1939. Las muchachas, a menos que ’ quede para supervisar, terminan haciendo nada, comiéndaselo todo y viendo televisién, al abuelo lo empolyan y a la abuela le echan un chin de colo- mia en la cabeza, la hacen cambiarse la bata y la sa- canal sol del patio una hora para que el olora moho se le evapore. Pero, como dice Tia Celia, a esos viejos hay que bafiarlos, y como nadie es indispen- sable, que es otra cosa que Tia Celia dice todo el tiempo, me saca del hospital veterinario los dias que las muchachas van a casa de los abuelos para que yo las supervise. Este trabajito, la verdad, es peor que la clinica, se supone que yo les diga lo que tie- nen que hacer, pero al final termino yo haciéndolo todo, barriendo el patio, desempolvando los bis- cuises, estrujando con agua y jabén las espaldas arrugadas de los viejos, que tienen que sentarse en 39 una silla de plistico dentro de la ducha porque te- nerlos alli de pie en la superficie mojada y hacerles un chiste seria una manera muy sencilla de larlos. iqui Un dia, sin aviso, Tia Celia llegd con dos haitianos y como diez galones de pintura blanca. Pusimos a los viejos en la habitacién del fondo con las venta- nas abiertas en lo que los haitianos pintaban la sala. Luego rodamos a los viejos a la habitacién del cen- tro y alli les rodé también el tocadiscos con un LP de Eduardo Brito para que escucharan una mu- siquita. Cuando le tocé a la habitacin del medio, los rodamos al patio y alli se quedaron toda la tar- de muy callados preguntanda, mas por quedar bien que por interés real, qué cuanto cobraban los hai- uanos por pintar la casa, Tia Celia, que es arquitecta ¢ ingeniera y tiene haitianos hasta para regalar, les dijo que no se preocuparan por eso, que eso era unasunto entre ella y sus haitianos. Cuando empe- 26 a atardecer la abuela se quejé de frio y le traje un suéter color fucsia que a ella le gusta mucho y al abuelo un pedazo de pan para que lo repartiera a las palomas, Alli estuvieron entretenidos un rato y cuando Ilegé la hora de la cena los entramos a la casa, que olia a pintura fresca y donde habiamos 40 encendido todos los abanicos para que se sec Mi mama lleg6 con unos pastelitos y Tio Fin trajo varios envases de foam con bollitos de yuea y pica pollo, un big leaguer de Coca-Cola y un tetra pack de leche, nos sentamos en la mesa del comedor ¥ les servimos a los viejos primero, Mami le corté todo en trocitos al abuelo, que derramé sin querer su vaso de leche sobre el mantel de plastica, Mi mama, como nunca hace nada por los viejos, se siente un poco culpable y se pone muy nerviosa delante de Tia Celia, asi que o habla de un proble- ma en la oficina o hace muchos chistes muy malos de los que sélo se rien ella y miabuela. A pesar de los chistes todo el mundo estaba contento, incluso yo, si mantenia la posicién de mi cabeza, tratando de no ver a los viejos masticando con sus dientes postizos aquel vendaval de comida rapida y bue- nas intenciones. Cuando terminamos Tio Fin trajo caié y leche y todos quisimas; de repente la abuela levanté la cabeza de su taza y con la cuchara del azticar todavia en la mano pregunté: «gy donde es que estamos?, ¢y de quién es esta casa?». Tio Fin, como un papel crepé al que le cae un chorro de Sopa, s¢ acereo muy rapido y tocé el hombro de su mama apretando y soltando, diciendo «oh, 41 mama, en tu casa, ésta es tu casa» y clla, volyiendo a meter la cuchara en suc can leche, dej6 esea- par un «ah» con menos peso que cl humo que sa de la cafetera. Desde ese dia la abuelita esta convencida, aunque esto sdlo me lo dice a mi, de que la llevaron a otra casa, idéntica a la suya y que esta en la misma cua- dra que la suya, pero que no es la suya 0, y esto me gusta mas, que su casa la han rodado, o sea que ésta es su casa de antes pero que la rodaron unos cuantos metros y aunque nadie se da cuenta ella si. Yo imagino a ‘Tia Celia con sus dos, tres, mil hai- tanos poniendo la casa sobre un conveyor belt para rodarla y confundir a la abuela, pero la abuela se las sabe todas y se da cuenta comparando el espa- cio que hay ahora en el callején donde antes cabia un policia dandole macanazos a tres ramonas y aho- ra solamente cabe una bicicleta. 42 J found myself that the cries were singularly irritating and they grew in depih and intensity as the afternoon wore on. Son las once de la mafiana y Tio Fin no aparece. ‘Tengo dos perros y un hamster en la sala de espera y el especial de Fleetwood Mac que suena en la radio ya tiene a todo el mundo viendo manchitas en las paredes. La dofia del chow chow se me esta desesperando y qué decir de la gordita del pug que prometié traer una muestra de heces fecales para un examen coprolégico, pero el perro esta estreni- do y ni metiéndole un palito con algodén saca uno algo digna de estudia. Me ha canfiado tados los esfuerzos que hizo para lograr que Derek, su pug, agara. Y yo se lo creo, cémo no creerle todo a una mujer que sostiene a un pug como a un bebé mientras le da un biberén de jugo de ciruela. ic 43 El hamst ene un tumor en el ano del tamano de una nuez, siendo las nueces por lo general mas gran- des que las cabezas de hamster; este caso no tiene futuro, pero la nifia que lo trae en su jaulita tiene dos cerezas en los ojos de tanto Llorar, asi gue le digo que todo ya a estar bien, que he visto a un hamster arrastrando un tumor como una casa y Sa- lir de aqui nuevecito, y este tumor gigante en otro hamster hace que en algtin bosquecillo oscuro en el interior de la nifia dos unicornios muevan los la- bios imitando a Stevie Nicks. Armenia, la dofia que trabaja donde Tia Celia, tam- poco ha venido a limpiar la clinica y hay un vaho a mierda de labrador con pipi de cotorra que fun- ciona mejor que la mmisica clasica que Tio Fin quiere que yo ponga para mantener a la gente adormilada, haciéndoles perder la nocién del tiempo y de ellos mismos. A las once y media Tia Celia se aparece de sorpresa y encuentra, en el panorama que describi con antelacion, la contirmacion de todas sus sospe- chas. Como ‘Tio Fin no estaba y Armenia tampoco, tuve que chuparme todas las quejas de Tia Celia delante del hamster, el chow chow y el pug sin de- cir ni ji, pues yo sabia que el show no estaba dirigi- do a mi sino a calmar su propia vergiienza delante 44 ia se colocé de manera de aquellas gentes, Tia C que su cuerpo estaba de frente a los pacientes pero su cara me hablaba a mi, culpandome de la suciedad y la tardanza, de mi falta de profesionalidad a la hora de administrar una clinica, ete. Las cosas que Ja gente hace cuando tiene vergiienza son muy interesantes. Yo estaba tranquila y sentia pena, y hasta me sentia util pudiendo servir como blanco de sus insultos si esto aliviaba el fuego que le quemaba la Cara, ¥ es que ensu cabeza hay muchos letreros que se encienden con demasiada frecuencia, y uno de ellos dice «si la gente ve la clinica de un hombre sucia y vacia, la culpa la tiene la esposa» en bombillitos rosados, «la culpa la tiene la esposa». Cuando termin6 de rellenarme como a un pastelito se dirigio a la audiencia y los invité a comerse unos turcos con café con leche a nombre de ella. La gen- te aturdida y disminuida gracias al sufrimiento de sus mascotas no tenia energia suficiente para deci- dir por si misma, asi que Tia Celia, en lo que canta un gallo, fue al colmado, armé un pleito, trajo re- frigerios, distribuyé y elogié la calidad del queso en los turcos y le partié uno en pedacitos al hams- ter para que la nifia se lo diera a través de las rejas de su jaulita. 43 Tio Fin llega y se encontré a todo el mundo masti- eando y a Tia Celia en el piso cogiendo con un pertddico la montaiiita de vomito con la que el gato sin nombre acababa de homenajearla, Como si hubi acla pasado, ‘Tia Celia se levanté y entré con nen el consultorio, cerraron la puerta ¥ susurra- ban de una manera tan violenta que el aire que tira- ban por la boca, aunque a un volumen inaudible, movia los afiches de la sala de espera. Tia Celia sa- li6 con una bata de Tio Fin con ambas manos enla- zadas y con un aire de serenidad que ni la madre Teresa, anuncié que Derek podia pasar, que el Doc- tor estaba listo para recibirlo y asi hasta que el Glti- mo paciente fue atendido, Cuando todos se fueron sali de la clinica para comer algo y me tardé un poco mas de la cuenta para que pudieran decirse hija e hijo de la gran puta a gusto. Cuando volvi Tia Celia se habia marchado y Tio Fin estaba en «el hotel», una sala al fondo del pri- mer piso en el que las jaulas casi siempre estaban vacias, pues slo se usaban para los animales que venian a pasar dias y noches, no por enfermedad sino porque sus dueiios necesitaban un break. Tio Fin estaba mirando por la ventana hacia el patio de 46 ja casa de Cutty, fumandose un cigarrillo con una mano en la cintura. «Toy aqui», le dije y él apagé el cigarrillo y lo tiré por la ventana, un grumito de ceniza camisa y su mano la sacudid con un solo gesto. Su le salpicé la mano es muy larga y amplia, los dedos, gracias a os de comerse las ufas, terminan redondeados como los de un sapo, pero esto no resta cleganciaa la tierna manera con que Tio Fin sostiene un ani mal que esta examinando o uno que va a comerse, Esta elegancia yo creo que le viene de mi abuela, que crecié en una plantacién con lujos que ni él ni mi mami tuvieron gracias al criterio que mi abucla utilizd para elegir un marido, Mientras Tio Fin se comia un sandwich de pavo dijo «maldita mujer» con la boca llena y en ese mo- mento me di cuenta que todavia no habia intentado llamar al gato con nombres femeninos. Saqué mi libreta y apunté algunos nombres que se me ocu- rrieron. Rosario Layla Eva 47 Renata her Gertrudis ‘Teresa Ruth Katrina Ingrid Susana Penélope Andrea Patricia Romelia Lucia Pero ninguno me gustaba, ¢Y si intentaba con mi gu é propio nombre? Después de todo, zno ponian los padres sus propios nombres a los hijos? En unos segundos mi nombre estuvo escrito en le- tras de molde, arranqué la pagina y me la meti en el bolsillo. Cogi el café con leche que quedaba en uno de los vasos y lo eché por el inodoro, Tenia muchas ganas de llamarlo por mi nombre, pero las escasas ocasiones en las que el gato habia respondido eran producto de decir el nombre en el lugar y el mo- mento adecuado, cada vez que esto pasaba el aire 48 era mas pesado y en la distancia grillos diurnos o la neverita de la eli a zumbaban con mas intensidad. peré un ratito viendo al gato subirse al borde de la ventana, pero antes de que los grillos empezaran achillar con el sol afuera Tio Fin me lam para que viera la mierda de Derek en un frasquito negro de los que traen rollos de fotografias. El emo Tio in consigui6 sacarsela al pug es un secreto, acer- c6 el frasco a la Ilave y dejé caer agua dentro hasta cl borde, lo tapé y lo batié para que la mierda se ligara con el agua. Yo ya habia visto cosas en el microscopio de la escuela, células de cebolla tenida con azul de metileno, pero la idea de contemplar la causa de todos los males de Derek era atin mas ex- citante. Caminé las cinco cuadras hasta el laborato- ro para entregar la muestra en su potecito Kodak auna muchacha delgada que recibié con una son- risa aquellos mojones mojados donde las bacterias an reveladas a todo color en una plaquita de La clinica tiene un parqueo con espacio para tres sutomdéyiles, Realmente son cuatro lineas pintadas en la acera, de la que Tia Celia se aduefié cuando construyé el editicio. Si Tia Celia también estd en 49 la clinica como ahora que habia regresado, su jeepeta y la camioneta de Fin ocupan los tres espa- cios, dejando a los pacientes con la opeién de dar la vuelta a la manzana para conseguir un hueco, En- tré con cautela para no sorprender una pelea o una reconciliacion, pero lo que me encontré no hubiera podido preverlo, Detras del escritorio en la sala de espera habia un hombre sentado en mi silla, con una mano movia el dial del radio y con la otra trataba de caprar la sefial con la antena. ‘Tia Celia salié y me presenté a Radamés, un obrero haitiano con camisita a cuadros amarillos y negros al que se le escapé una sonrisita. Tio Fin también salié del con- sultorioy le puso una mano en el hombro al haitiano, como usualmente hacia con la abuela cuando em- pezaba a disparatar. Asi los tres, Radamés en el medio y mis tios detrés, parecian listos para una foto familiar en la que yo, al parecer, no iba a apa- recer. «Levantese de ahi», le dijo Tia Celia, «eno ve que llegé la sefiorita?». Y Radamés se levanté rapi- do dejandome en la radio una emisora de bachata y la silla caliente como un muro al sol. Tia Celia le sefialé un asiento en la sala de espera a Radamés ¥ él fue a sentarse de una vez. Se quité la gorra de Sherwin Williams que llevaba y vi que tenfa una frente muy amplia en la que dos cejas que parecian jo sacadas con pinza se disputaban el protagonismo que los ojos, dos huevos manchados como de co- dorniz, no reclamaban. ‘Tia Celia puso cara de anuncio catélico y me dijo: «Armenia esta mala, asi que no va a bregar con el hospital esta semana. Radamés esta aqui para hacer lo que Armenia hacia y para que bafie alos perros cuando haya que bafiarlos». Radamés, que seguia con la sonrisita, se tapaba la boca con la gorra y yo me preguntaba si se reia de mi, de mis tios o del viejo que acaba de entrar con una poodle gris con la gre- fa Nena de nudos. La fuente de aquella enredadera era.un chicle que se le habia pegado hacia unos dias a la pobre perra mas el descuido del viejo, que con una eatarata en un ojo todo lo veia bonito. Tio Fin se quedo con el sefior hablando de politica y enfer- medades del sistema digestivo mientras Radamés descendia conmigo y la perra hacia el sétano. Como venia de la calle mis ojos se tardaron un rato en acos- tumbrarse a la oscuridad. Mientras yo me agarraba ala baranda para no tropezarme, Radamés ya tenia ala poodle sobre las piernas como a una nifia, y con un peine de metal que encontré junto a la pileta de bafar a los perros comenzé a desenredarla. Palpan- do la pared encontré la luz y encendi la bombilla jr que reveld el rojo del dxido en los barrotes de las jaulas que habia aqui abajo, donde podria caber un ser humane de tamatio normal junto a una bandeja con con a. Ein la jaula del fondo se oy6 un aullido, Radamés volvié a la sonrisita de antes, ahora sin ta- parse la boca, y pregunto: «gy quié ch eso?». La voz de Radamés es como un jarabe para la tos. Tardé un minuto en responderle y cuando lo hice ya Radamés estaba frente a la jaula de Mauricio, de quien Tio Fin no sabia como deshacerse. Con la mano que no ¢argaba a la poodle acaricié a Mau- ricio, que agradecié el gesto con su ojo tinica, Lue- go el haitiano volvié a su labor, y mientras trataba de desamarrar los nudos me pregunté si yo sabia leer y le dije que sabia leer desde hacia ocho aiios; se sacd un papelito del bolsillo de la camisa y me pidié que se lo leyera. E] papelito contenia una his- torieta evangélica de esas que te dan en la calle, en Ja que un joven sucumbia al aleohol y las mujeres y terminaba ensartado como un puerco en puya en el mismisimo infierno. Se incluian citas del Apoca- lipsis y la Carta a los Corintios, los cuerpos de los demonios, angeles y humanos no tenian muchos detalles y las boquitas abiertas de las caras estaban siempre como diciendo la letra 4 o la letra oO. A 52 mitad de mi lectura la sonrisita de Radamés se con- virtié en una carcajada y Mauricio lanzé el primer ladrido completo desde el dia en que dofia Moni lo trajo hecho puré de papa. Aun después de haber rescatado el chicle la perra seguia pareciendo un garabato, los pelos se le pe- gabanala piel gracias ala mugre y el sudor. Radamés me pidié una tijera y sin preguntarle a Tio Fin me meti en el closet de los instrumentos quirtirgicos y saqué una. En unos minutos la perra era otra, res- petindole un poco de pelo en la frente y las patitas, Radamés la convirtid en algo sacado de un libro de historia universal o una princesa. En su cara se po- dia yer algo que en los humanos se Ilama orgullo, y cuando Radamés la metié en la pileta y abrié la la- ve para lavarla, la perra se qued6 tranquilita. Hasta el viejo pudo ver la diferencia. Tio Fin estaba muy contento y un poco sorprendido con los talentos del haitiano, tanto que hasta ofrecié comprarle una maquinita eléctrica para que pudiera pelar a gusto. Le pregunté si él habia hecho eso antes y Radamés le dijo que en Haiti él pelaba a sus hermanitas, alo que Tio Fin contesté que no era lo mismo porque sus hermanitas no eran animales. 33 i, t00, must have undergone strange changes Lo que ‘Tia Celia tiene de bueno es que le gustan los aparatos y compra todo lo que pueda conec- tarse, En la casa de Tia Celia, a cada rato, surgen unas marafias de alambres donde parece que va a poner huevos un ave robdtica, Tio Fin y Tia Celia uenen la costumbre de conectar de una misma re- gleta el aparato de miisica, un blower, la aspirado- ra, dos lamparas y, ademas, un vaporizador para hidratar el aire porque Tia Celia se aprieta del pe- cho muy a menudo. Un dia de uno de estos nidos salié un humo blan- co, como a chorro, emitiendo un siseo muy her- moso. Tia Celia estaba lavando el piso con una manguera y al parecer el agua tocé un cable que estaba parcialmente desnudo. Armenia, la sirvien- ta, barre y suapea todos los dias, pero cuando Tia Celia esté muy nerviosa, comienza a barrer yace- 34 pillar clla misma un piso en el que se puede comer de lo limpio que esta. mentos hay otros letreros que se prenden en la ca~ beza de Tia Celia y que por mas que me concentro no puedo leer. El dia de la humareda Tia Celia se levanté temprano. Tio Fin se habia ido a atender el perro de un diputado que mami le presenté y como sabado yo no tenia que ir a la clinica. Tia Celia tré en el cuarto en el que duermo con una cube- taen la mano dizque a limpiar el bafio y yo me tuve que levantar dizque a ayudarla para no parecer malagradecida. Pero a Tia Celia no hay quien la ayude porque en su mente el mundo es un gran inodoro sucio y ella es el Gnico estropajo con la libra necesaria para limpiarlo, . Yo creo que en estos mo- Yo agarro una lanilla para dizque desempolvar el tope de los muebles o algo asi, pero cuando me ve, empieza a quejarse de mi estilo. Que mi mai me tiene come a una princesa. Que no doy un golpe. (Que una mujer que no sabe limpiar no se casa, etc. Abies que con gusto empiezo a hacer dibujitos con la lanilla en un polvo imaginario que sdlo Tia Celia ve. Lo raro es que después de un rato de ofr a Tia Celia acabando con Armenia y declarando la casa disaster area en un inglés salido de San Juan de la 53 Maguana, hasta yo veo el sucio, como si de su pro- pia boca fuese saliendo una capa de hollin directa- mente proporcional a la cantidad de herramientas de limpieza que tiene en la mano. Y Tia Celia pue de con mas de una. Sélo hay que verla transitar el pasillo con una cubeta [lena de agua y espuma, en laderecha, un litro de Mistolin y un spray de Pines- puma, un cepillo, una ponchera y una goma para empuyar el agua. En la izquierda, un trapo con acei- te para los muebles, dos esponjas y una escoba con su palita, De algiin otro miembro de su cuerpo, as- curecido por la luz del pasillo, le cuelga enrollada la manguera como en ese simbolo de la medlicina vete- rinaria que hay en el letrero de la clinica en el que una serpiente sube en espiral por un tubo blanco. Cuando el alambrerio empezé a botar humo, yo estaba sentada justo enfrente, leyendo un libro so- bre la vida de Jim Morrison que me habia prestado mi amiga Vita. El libro estaba en italiano y yo no entendia mds que algunas palabritas como «potte- re», «difficili» y «beveva». Pero yose lo habia pedi- doa Vita por dos razones, la primera porque tener un libro sobre Morrison fuese en chino 0 pa- piamento era algo y la otra porque se me ocurrié que en un libro con tantas palabras desconocidas 56 tal vez tendria mas chance de encontrar un nombre para el maldito gato. ‘Tomé un lapiz para rodear con circulos los nombres posibles y me acomodé con las piernas cruzadas so- bre el sofa para no tocar el piso en proceso de desin- feccién en el que ‘Tia Celia llevaba medio dia. Para seleccionar las palabras me impuse una regla, sdlo podia escoger aquellas que por mas que me esfor- zara no pudiese traducir. Algunas palabras como «lucertola», «sesso» y «primi», aunque en principio me parecian imposibles, adquirian su significado puestas en una frase, Asi supe que Re Lucertola era Lizard King y «sotto Peffetto», under the influence. Para las dos de la tarde tenia sdlo tres nombres, Fatta, Gli y Finché; haciendo una linea bajo Finché empecé a oir el siseo como de neuméatico que se vacia, levanté la vista -y una nube blanea lend la sala, Antes de que me levantara Tia Celia ya habia gritado todas las malas palabras que se sabia y con el palo de una escoba habia enredado todos los cables y tirade hacia sf con el estrépito de varios aparatos volando por los aires. El humo se disipé y pude verla, con el palo todavia en la mano, el nido de alambres en la punta del palo. Estaba muy y7 despeinada y con los ojos muy abiertos mirando lo que parecia un rabo loco en la pared, uno de los cables se habia partido y estaba alli todavia conec- tado, la punta abierta por la que salia corriente to- caba el agua del piso haciendo que los treinta cen- timetras del cable se agitaran produciendo chispi- tas y sonidos difi de describir, Tia Celia corrid hacia la caja de breakers y bajé el suiche machete haciendo que el cable se detuviera y terminara re- lajado sobre el piso, dejando una marca rojiza en el granito que ni con dcido murtatico se iba a quitar. Después de llamar a todas sus hermanas en Nueva York para contarles cémo me habia salvado de morir electrocutada, Tia Celia me hizo un regalo. Abrié las puertas de un cldéset que tiene en una ha- bitacidn vacia en el que guarda regalos y casas que compra en sus viajes y al que acude cuando alguien se lo merece. Me dijo que yo habia side muy va- lente, que ni un gritita me habia ofdo y que estaba muy impresionada. Sacé una caja y me la entregé. Eran unas bocinitas no més grandes que un paque- te de cigarrillos que yo podia conectar a mi discman «para ofr tu mtisica en la clinica». 58 I canta Vita porque ademas de muy blanca es muy femenina y Tia Celia cree que eso vaa hac A Vita la conozco del colegio desde hace un ajio, a noche Vita yino avi ne bien. ella entré en séptimo curso cuando yo entré a oc- tavo, ¢s italiana pero vivio en Bonao un tiempo an- tes de venir a la capital, asi que tiene un acento mas raro que el diablo, A Vita le gusta todo lo que a mi me gusta, sobre todo en lo que respecta a la musi~ ca, y cuando algo que yo oigo no le gusta, es por- que en unos dias voy a darme cuenta de que a mi tampoco, y viceversa. Sus papas no estan casados. Su mama parece salida de una pelicula en blanco y negro y su papa es como la reencarnacidn del actor de Magnum, que yo creo que se llama Tom Selleck. Normalmente soy yo quien va a la casa de Vita, porque como mami no cocina y mi papa habla de- masiado prefiero salir de la mia. En cuanto llega la mad de Vita, que odia que le digan dofia, me ofre- ce una copa de vino. Ella sabe que tengo catorce afos pero en Italia los nifios beben vino como si fuera leche. Vita se sirve de la botella en una taza de café y me hala por la camisa hacia su cuarto. Alli tiene un afiche enorme de Jacques Cousteau, una cama doble y un escritorio blanco con una peque- 59 fa repisa que varios libros de Herman Hesse com- parten con una biografia de Gandhi que Vita se sabe de memoria. Pone en un boombox amarillo un cas- Sette v ariado que empieza por «Aquarius» de H y termina por «Groove is in the Heart» de Deee- r Lite, saca una caja con papeles de colores y unas ujeras para que hagamos collage y yo muy répido corto un caballo amarillo que pego sobre un papel verde lim6n, luego recorto unas tiras marrones os- curas que voy pegandole al caballo en la cabeza. Pero en la casa de Tio Fin y Tia Celia yo no tengo papeles de colores, ni siquiera tengo mi repa nor- mal, asi que cuando abro la puerta Vita se muere de la risa al verme con un mameluco de secretaria. Tia Celia mand6 a buscar una pizza y le dio a Vita una almohada y una toalla para que se fuera aco- modando pues se iba a quedar a dormir. Cuando la pizza llegé nos sentamos con Tio Fin a ver un episodio de Kung Fi en el que a Caine se le pega un loco que anda con su prometida en un atatd. Pui a buscar mi libreta por si salia algtin nombre para el gato, pero nada. Cuando a Caine le toca dar su primera patada voladora Tio Fin realiza su famoso truco de abrir una latita de flan con los pies. El truco es sencillo tomando en cuenta que los pies 60 de Fin son largos, delgados y planos y que, ade- mas de abrir latas utilizando el dedo gordo y el mbién se IUIeNnte para darle cuerda al abrelatas, le ha visto aplaudir y dibujar el mapa de la Hispa- niola con ellos. Vita no podia cerrar la boca y por un momento en la cara de Tia Celia se vishumbra algo muy parecido a la felicidad. Tio Fin es muy talentoso, y si le hubiesen tocado unos padres un chin més inteligentes a lo mejor a esta hora estaria en otro lugar. De todas los talentos de Tio Fin el que me parece mas digno de admira- cién es su silbido. Tio Fin puede pitar con la boca casi cualquier cosa que escuche, desde la «Campa- nella» de Liszt hasta el «Bobiné» de Johnny Ven- tura. Estando solos en la clinica muchas veces sue- naalgo raro en una estacidn y yo entreabro la puerta que da a su consultorio para que la musiquita se le cuele y en unos segundos Tio Fin me responde cal- cando la pieza con una exactitud que mete miedo. Si yo fuera él, hace rato que hubiese salido en tele- visién con algtin nombre inventado frente a una canasta de ropa sucia de cuyo interior haria brotar cuatro cobras encantadas a bailar mi silbido. 61 De la canasta de ropa sucia de mis tios también e pierda la z6n. Cuando Armenia ve las medias de ‘Tio Fin, salen cosas que hacen que la ge marrones del sucio en la parte que pisa el suelo, e dichos y juramentos y los ojos se le ponen colorados. Se sienta con una de ellas en la mano, una con rayas rojas paralelas de atleta de los se- ael cielo, Luego mueve la cabeza de un lado a otro y grita: «zpero es gusto que coge en- suciando media? No te apures que un dia suertan prieto y trancan blaneo», Después Armenia se sume en un gran silencio y la mugre que Tio Fin ha reco- gido por toda la casa, saliendo a buscar algo a la marquesina, en la tierra del jardin y debajo de su escritorio en la clinica, pesa tanto que hace que la mano de Armenia se debilite sobre su rodilla artritica a punto de dejar caer el calcetin para siem- pre, Pero no se le cae nunca y Armenia se levanta con una risita de hiena y se va caminando despaci- to hasta el area de lavado. Por eso los dias que Armenia lava, si no estoy en la clinica, trato de embullarme lejos de donde se desarrollan estos eventos, pero aunque me esconda Armenia me gale a busear con la media en la mano, y si estoy en el baito, me espera afucra. En estos momentos Ar- menia parece que mide como treinta pies de alto y tenta y mir 62 diez de ancho y la media es del tamano de una anaconda albina domes Yo trato de explicarle todo esto a Vita y no en- cuentro la manera de contarselo sin que pareze un chiste. No es un chiste. Le digo que no es un chiste y se destornilla de la risa dando con los dien- tes en el piso de la habitacién en la que duermo. Al final termino riéndome yo también, no de Ar- menia, sino de mi y de lo raro que debe sonarle a Vita el que en casa de Tia Celia haya criaturas al- binas por el estilo, A Vita la hago reir cada vez que puedo y me he vuelto muy buena en ello. A veces basta sdlo una palabra para que caiga en el piso con retortijones. Usualmente la palabra que la hace reir es la iltima que ha dicho alguien que acaba de salir de la habi- tacién o la tiltima que ha dicho ella misma. Yo repi- to esta palabra como un eco, pero no imitando ala persona que la dijo sino con otra voz, a veces de locutor, a veces con milsica y a veces con una vou que ni yo me reconozco, Vita se pone morada come una berenjena y se le salen las lagrimas sin que yo tenga que tocarla y yo sigo diciendo la palabra has- ta que ella me suplica que pare o hasta que Tia Celia 63 abre la puerta de golpe como para sorprender a unos ladrones y nos dice «ya esta bueno», El pro- blema es que cuando Tia Celia cierra la puerta, en el silencio de béveda de banco en el que deja sumi- da la habitacin Vita escucha mi voz repitiendo el «bueno» de mi tia, con una voz que me es imposi- ble reproducir pues cuando Vita la oye mis labios estdn completamente cerrados. 64 6 The creatures 1 had seen were not men, had never been men, Como quince patitos, unos encima de otros, apun- to de abandonar la dieta de maiz podrido y molido que el vendedor podia suministrarles para entre- garse a una, més suculenta y satisfactoria, de plu- mas y picos. Todos en una caja de cartén frente al supermereado, donde el vendedor, junto al esco- billero y el mendigo mocho, atajaba a las madres que salian con sus nifios y la compra del mes. Uriel vio en la caja algo muy parecido al patio de recreo de su escuela y en su cabecita pensé que por fin podria cjercer el papel que tanto le habria justado desempefiar en su escuelita: el de maestra. Con sus siete afios Uriel ya habia hecho de Duarte y de San José en las obras de teatro que Pastora, la profe de segundo de primaria, habia montado para el dia de la independencia nacional y navidad res- pectivamente. 65 A Pastora ala boca agua sofiando a Uriel correr hacia el futuro de Ingeniero Qui nico que Profundito, su hijo mayor, habia abandonado pai se con Una griega a vender collaritos de semillas en las pulgas. Era verdad que Uriel apenas ten suficientes dientes en la boca para articular la pala- bra aminoacido, pero Pastora habia trafdo una bata de laboratorio de cuando Profundo estaba estu- diando y se la habia puesto al nifio, el director dela escucla habia entrado en ese preciso momento, ha- ciendo que Pastora se inventara lo de la obra de navidad pues la bata le rodaba a Uriel como una toga de antes de Cristo, Teniendo en cuenta que eran las ocho de la noche de un martes el vendedor vio la gloria en los vein- te pesos que la mama de Uriel le dio por la caja de pajaros. Uriel no habia estado tan contento desde el dia en que su mama habia vuelto de su estadia en el ala de Higiene Mental de la ucr. Su mama cargé la caja unas cuadras hasta que llegaron a la esquina de la parada, la guagua se detuve y la mama de Uriel lo ayudé a subirse, luego subis ellacon todo y caja y se sentaron en un sitio duro donde el chofer de la guagua quiso que también 66 se Sentara un sefhor con un tufo a alcohol de far- macia. A Uniel el olor a alcohol etilico no le gusta para nada, pues es lo mas parecido a lo que flotaba en el aire cuando fue a visitar a su mamé al hospital, Su mama habia salido con una pijama desteniida a salu- darlo, con los ojos a media asta como.cuando en los mufequitos alguien tiene mucho suesio, le ha- bia dicho a la enfermera «éste es mi muchachito» y a Uriel el tono con que su mama habia pronuncia- do la palabra «muchachito» le habia pasado una pelicula en fast forward que él hubiera preferido ahorrarse. En ese «muchachito» Uriel sintié un gol- pe del remedio de cebolla que le daban para la aler- gia y a su mama desnuda diciéndole bye bye con unos espejuelos oscuros desde el techo de una casa. Uniel, que nunca habia visto a su papa, se lo imagi- naba como Lionel Ritchie, y cada vez que en 'Te- leantillas ponian el video de «usa for Africa» él aplaudia y saltaba sin que nadie supiera por qué, Una tia le habia dicho que su mamé estaba enferma y cuando él pregunté que de qué, la tia le dijo: «de la mente», Para Uriel la mente eran los temblores que le entraban a su mama cuando veia telenovelas, 67 por lo que hubo que sacarle la televisién de la ha- bitacién y la lloradera que se le metia en pleno al muerzo cuando alguien le pedfa que por favor se volviera a poner la blusa. Pero lo que de seguro si que era la mente eran esas bolitas de pan que su mam hacia con los dedos debajo de la mesa du- rante la cena y que luego se metia en un bolsillo. A la hora de irse a la cama, su mama lo hacia comerse estas bolitas una @ una mientras le hablaba de un hermanito que él tenia y al que los de la casa obli- gaban a permanecer escondido: «cuando lo dejen salir vamos a compartir todo este pan con él y tu papa va a venir con la armonica». Pero ahora la mente se habia ido y su mama estaba tan bonita que los hombres en la calle le dibujaban flores en el aire con la boca y Uriel miraba a su mamé cuando esto sucedia para yer si ella respon- dia, pero ella se quedaba como si no fuese con ella y en lacarita de Uriel se abria una sonrisa en la que de necesitarlo se hubiesen podido sentar todos los patitos de la caja cémodamente. Llegaron a la Vega como a las diez de la noche, y como era verano y los niftos estaban de vacaciones la casa parecia un manicomio, En la galeria un bebé 68 se desgaiitaba gritando el nombre de pila de su mama y en la azotea dos de los primos grandes meneaban una mata de jobos a ver si se caia alguno, En la acera dos tios de Uriel, sentados en sendas sillas de cana, habian colocado un pedazo de ton sobre sus rodillas para improvisar una mesa de dominé y uno de ellos, mirando sus fichas, le esta- ba diciendo a su esposa que le trajera el ron de los dias especiales. Al vera la mama de Uriel, este mis- mo tio se levanté haciendo que las fichas se despa- rramaran por toda la acera. Uriel se acordé de este tio aunque no lo veia muy a menudo, ya que Uriel y su mama vivian en Bani y sdlo venian ala Vega si alguien se moria o en vacaciones. El Mesti, que asi le dicen a este tio, se abrazd a Marlene, que asi se llama la mama de Uriel, y empezd a llorar como si se hubiese llevado un dedo del pie con una maceta en medio de la oscuridad. Marlene, con la cajade patitos en las manos, le hizo entrega de los animales para poder quitdrselo de encima, y cuando se vio libre sintié ganas de salir corriendo y coger la guagua de las 10:30 en direc- cién contraria, Todo el mundo sabia que Marlene era rara, asi que su falta de lagrimas en un momen- to tan emotivo no sorprendié al Mesti, y dirigién- 69 dose a la casa grité para que lo oyera el veeindar completo: «jle dién de aita ala rubia!». Parientes y vecinos salieron de sus trincheras con esquimalitos guinandolos de la boca a recibir a la rubia, como le decian a Marlene, porque de los iete hermanos era la unica que habia salido blan- ca como el papa. El circulo le hacia preguntas de todo tipo que Marlene respondia con un «ya tu sabe», penetrando la casa todos juntos como un barco mareado. Ellos: «gy te dién pastilla?», Ella: «ya ti sabe», Ellos: «gte echan agua fria?», Ella: «ya tu sabe». Ellos: «gte dién electra shd?», Ella: «ya tt sabe», Ellos: «;te cucutearon poi dentro?», Ella: «no me hagan hablar mas», Para que pudieran preguntarle mejor o para que Marlene cambiara el «ya ti sabe» por detalles es- calofriantes, una primita de trenza larga guid a Uriel hasta un conuco que habia detrés de la casita yle dijo: «tu mamé ta loca, pero no te apure que te vama 7o acuidai». Luego lo llevé a la cocina y lo senté en la meseta para que se comiera los platanos y el queso frito que alguien habia puesto bajo un plato Duralex color ambar para que guardaran el calor. El plata habia capturado todo el vapor y la primita lo le- vanté goteando sobre la comida A Uriel no le ha- cia ninguna gracia comerse aquellos platanos suda- dos y algo le dijo que si él queria acomodarse en aquella masa que rodeaba a su mama y ser uno de los que preguntaban, tendria que comerse aquel manjar sin rechistar todos los dias y que rechazar- los lo pondria de una vez por todas del lado de su madre. Cogis el tenedor y pinchs con los ojos casi cerra- dos el plato, se metié a la boca un pedazo blando de algo que result ser queso, cosa que hizo que la primita se riera y dijera: «qué sabio, comiéndote ei queso primero», y luego, cuando lo vio coger un trocito todavia mds pequefio, «filfia ven a vel, que come como un pollito». De repente Uriel se acor- dé de la caja y de un brinco se libré de los platanos cenicientos y fue a halarle la falda a su mama. Marlene la rubia hizo que todos sus sobrinas for- maran una fila derechita para hacer entrega formal ra de los patitos. A Frank el de Mom6, el primer pa- tito, A Peluca la de Esteban, el segundo patito. A los mellizos del Mesti, el tercer y el cuarto patito. A Chechi, Gusti y Rosalia los hijos de Derecho, el quinto, el sexto y el séptimo, a Nati la hija de la mujer del Mesti, el octavo patito y asi sucesivamen- te, Cuando le quedaban dos patitos en la fila sélo estaba Uriel, su hijo. ‘Tras entregarle el que le toca- ba, Marlene se queda largo rato mirando el patito sin duefio en el fondo de la caja. Derecho, su hermano mayor, habia dejado la es- cuela en cuanto su pie alcanzé el pedal de la ma- quina de coser de la tapiceria del pueblo y con el tiempo las horas que habia acumulado viendo una aguja entrar y salir le habian hecho entrar en pro- fundos estados contemplativas. Derecho habia en- contrado en el ritmo con que pedaleaba, dibujan- do lineas de hilo en materiales que siempre iban a cubrir sillones, sofas, cojines y taburetes, un men- saje sagrado que ni él mismo sabia lo que significa- ba, pero que le llenaba los ojos de lagrimitas y la cabeza de luces que alumbraban hasta los huevos que las eacatas ponian debajo de las piedras. A sus cuarenta afios Derecho ya no necesitaba estar en su maquina para entenderlo todo y lefaala gente como 72 nunca pudo leer un libro, viendo el patrén y las tijeras con que habian sido cortadas, asi como por donde se de: la hora, Gracias a esta agudeza, Derecho también podia detectar esos agujeros por donde la locura sucle coserian cuando les llegar colarse. Cuando vio a la rubia mirando la caja, la vio subida a un trampolin olimpico, los brazos en cruz, lista para clavarse sobre el patito solitario obteniendo de cada juez un 10 © un 9 !4. Derecho metid la mano entre Marlene y el pato y lo sacé, atrayendo también la mirada de la mama de Uriel. Con una voz que hizo que la verja se remeneara grité el nombre del vecinito de al lado, «{Washing- ton!», y Washington, un carajito con la cabeza como una auyama y hoyuelos en las mejillas que vivia en la casa de al lado se aparecié con un pedazo de yuca sancochada en la mano. Uriel cuando lo vio se metié detrds de una silla de mimbre en la que su tia Mom6 estaba cortandose las uiias, El afio ante- nor Uriel habia jugado con Washington descubrien- do que tenia unos dientecitos muy blancos y pa- repitos y que los utilizaba tanto en carne humana como en juguetes y marcos de puertas y ventanas. El tfo Derecho entregs el ultimo pato y Washing- ton solté la yuea y salié corriendo voceando «ma- ma, mama, me dién un patico», haciendo a Marlene 73 descender del trampolin peldafio a peldaio hasta encontrar una banqueta para poner el culo y secar- se la frente. La casa de Mom fue una de las primeras que se construyeron de cemento en El Cebollo, un campito donde se daba de todo menos oro, pues la tierra era mas prieta que el petréleo y sia alguien se le hubiese ocurrido sembrar hielo, a los pocos dias estaria la gente recogiendo helados de una mata, Derecho y Momé, los hermanos mayores, cons- truyeron la casa juntos y criaron ademas de los hi- jos que tuvieron por su lado, los hijos de varios de sus hermanos. A Uriel le tenian pena y carifio, y es que con una mama loca y esas cejas alicaidas uno queria meterse al nifio debajo del ala. Como eran los hermanos mayores de Marlene eran suficiente- mente viejos para ser abuclos de Uriel y lo mima- ban y cuidaban todo lo que podian. Uriel queria mucho a Momé, porque Momé lo queria mucho a él y asu mama y eso se sentia. De todos las tios Moma era la més fea. Con una nariz donde se hubiesen podido parquear dos ca- rretillas y un Honda 70, habia perdido algunos de sus dientes en una pelea a los diecisiete afios, Un 74 americano le habia dado una galleta al Mesti por- que el Mesti, al verle la melena al americano, le pe- Ilizco una teta. Cuando el Mesti, que tenia once aftos, le dijo a Momé lo que habia pasado, Momé se tiré pal colmado sin averiguar y le entré atrompa y pata al gringo que jamas en su vida se imagind cosa parecida. Mom termins y se le sentéal grin- go en la cara, tirandole de souvenir un peo, El due- no del colmado y tres hombres mis hicieron esfuer- zos por levantarla, pero hasta que no le wajeron dos galletitas Guarina y un Red Rock de wa no se levanté. Cuando Momé se enteré de que d gringo era un cura jesuita salid al patio y se rompid dos dientes con una piedra. Al imaginarse que su mama la podia estar viendo desde el cielo le salian unos gritos de parto que mantuvieron al pueblodespier- to hasta que el cura vino con la melena en una colita y le dijo a Momé que la perdonaba y que habia oido tantas cosas buenas de su moro de gandules que no se podia ir sin probarlo. El curitaprefé a Momé esa misma noche, dice Mom6 que para des- quitarse del peo, y se fue sin decirle ni su nombre verdadero. Los dos dientes menos de Momé eran ahora de oro y cuando Uriel se levantaba en la mafiana y veia 735 sol recién as dos pepitas relucientes con e do le daban ganas de ponerse a cantar ya veces lo hacia, Mom lo vio tirando cancioneitas sentado en el piso y lo mand6 a comprar salami ala bodega y media libra de maiz para los paticos, Uriel volvid con la funda y Mom6 ya habia metido medio raci- mo de platanos en un caldera, tome el salami ylo convirtié en monedas que iba colocando en aceite hirviendo. Mirando a Uriel le dijo «sigue cantan- do, papi», pero Uriel lo unico que queria hacer era iraalimentar a los patos, La primita de la trenza se aparecis en la puerta de la cocina con el cepillo de dientes todavia en la boca, Momé le dijo que lo llevara al patiecito y se fueron los dos, Uriel abra- zado ala funda de maiz y ella cepillandose las muclas de atras. Habia un patito muerto al pie de una len- gua de suegra, la primita casi lo pisa y Uriel se arro- dilld para verlo mejor. Algo le habia explotado al patito dentro porque por todas partes tenia hue- quitos por donde brotaba no sangre si no una sus- tancia grisdcea parecida a la ceniza mojada. La primita de la trenza le dijo «sueita eso», ydeun manotazo le tumbé el pato, que fue a parar ensar- tado en un cactus cercano. Muy rapido le quité tam- bién el maiz, rociando a las sabrevivientes con los 76 granos como si el maiz lo hubiese comprado ella. En ese momento Uriel sintié una arafa metalica en el pecho que se estiraba hacia sus manitas y que de haber divisado un martillo en las proximidades hu- biese asesinado a la primita sin dificultad. Lo dificil ahora era adivinar de quién era el muer- ta, © sea, quien se habia quedado sin pato. Frank, el hijo del cura con Mom6, ya tenia catorce afios y una novia en Licey Aentro de dieciocho, asi que un patito no iba a hacerlo més feliz que el motor Honda que Tio Derecho le habia regalado para su cumpleafos. Eso arreglado, ese dia los primitos se pasaron el dia entero jugando con los animales. Pa- ttos egipcios alrededor de una piramide de pie- dras que construyeron en el conuco, patitos solda- dos detras de un fuerte hecho de yautias, patitas tainos alrededor de una fogata que encendieron con papel periddico hasta que el primer pato caminé sobre el fuego y el vaho a picapollo hizo que todo el mundo saliera corriendo. Esta vez le tacé a Momé elegir el damnificado, y cuando cogiéa la primita de la trenza y le dijo que el pato rostizado era de ella porque a quién se le ocu- rre prender papel en el conuco, Uriel se sintié ven- 77 gado y fue con su pato a sentarse en la cama de su mama que dormia todavia a la hora del almuerzo. E] suefio en algunas muj maquillaj ses mas benéfico que el si darmida, Marlene era muy hermosa y su respiracién era tan reposada que a cualquiera se le alvidaban los tirones de cortinas en la boca y las heees eon las que habia dibujado un sol en su espejo hacia poco mas de un mes, En ese momento, Uriel apreté al patito como a una limpara magica y dese que su mama se quedara asi para siempre ¢ inmediatamente Marlene abri los ojos espantada abriendo la boca para respirar como un pez fuera del agua. El nifio asustado se levanté de la cama y Marlene le hizo sefias de que volviera, un poco mas tranquila. Se incorporé y bused su cartera para sa- car un regalo envuelto en papel amarillo con una cinta raja. Se lo entregé a Uriel que, sin soltar el patito, despedazé el papel en un segundo. En la caja de un palmo habia un mierdfono de juguete, Uriel casi no podia creerlo. Su mamé sacé dos ba- terias también de la cartera cargando con ellas el micr6fono, luego redé con el dedo el pequefio sui- che hasta donde decia ON y lo acercé a la boca de Uniel. Lo primero que hizo Uriel frente al micré- fono no fue cantar sino contarle a su mama las tra- 78 pedias del dia: las causas desconocidas de la muer- te del primer pato y los eventos que desemboca- ron en la incineracién del segundo. Marlene no se habia reido tanto desde que el papa de Uriel le ha- bia hecho cosquillas en los sobacos para quitarle la ropa la primera vez que se acostaron. En algun lu- gar de la sala esta risa sono a peligro y dos tias vi- nieron enseguida a ver qué pasaba, a ofrecer caldo de pollo, a llevarse al nifio para que Marlene pudiese seguir durmiendo. Al llegar a la sala el patito de Uriel ya tenia atado en el tobillo un pedazo de la cinta roja del regalo y, cuando lo puso entre los otros, no habia manera de perderlo de vista y, ade- mas, de no saber si el suyo estaba entre los vivos 0 los muertos. La noche cayé sobre El Ceballo y Uriel, micréfo- no en mano, canté para tadas los tios, primos y patitos cl himno a Duarte, a Mella y, para terminar, el himno a las madres, gesto que hizo que por mas de una razén la concurrencia llorara a lagrima suel- ta. A la mafana siguiente s6la quedaban dos pati- tos, Las habitantes de un hormiguero cercano ha- bian decidido adelantar el afio nuevo chino comién- dose a los patos mientras estos corrian sin manos con que arrancarse las miles de boquitas negras que 79 tenian ene av ma. El espec ratrajo a os y a toda la familia, los esqueletos ulo poster sve emplumados aparee MN Poco a poco, varios bajo una mata de guineos, uno debajo del motor de Frank y en la cocina, Uriel estaba horrorizado. Al ver a su patito vivo mirando el cadaver de uno de sus hermanos lo levanté del suelo y lo llevé al baiio, donde le dio agua del lavamanos envolviéndalo con una toalla rosada pues tiritaba. Tia Momé dijo que lo que salvé al patico fue la cinta roja y la gente se daba golpes en el pecha con la mano cerrada. Al segundo patico lo que lo salvé fue que era de Was- hington y Washington lo tenia en una caja en su casa con un bombillo eléctrico para darle luz y ca- lor como hacen con las flores en las granjas. La coincidencia haria que Washington y Uriel ad- quirieran cierta fama simple durante unos dias en los que todo el mundo hacia el cuenta por teléfono sobre los dos afortunados patitos, y esta fama com- partida los hizo jugar juntos ahora que Washing- ton no mordia y tenia un patito con ojos babos de nifio sobrealimentado. Cuando le tocabaa Washing- ton inventarse un juega los patos eran gallos de pelea o boxeadores, cuando le tocaba a Uriel decidir los patos eran patos y habia que sentarse a mirar lo Ba que haeian. A los pocos dias el pato de Washing- ton empezo a botar un liquide verde por el pico y todos pensaron lo peor, Uriel, aunque con miedo a que el suyo se contagiara de aquella cosa tan fea, sentia cierta felicidad al imaginar que el pato de Washington también moriria, Marlene a veces tenia pesadillas y esas noches apre- taba a Uriel en la cama sin compasién, y aunque casi no podfa respirar Uriel se quedaba quieto has- ta que su mam alcanzaba alguna orilla segura y se relajaba un poco. Después de un apreton Uriel se levanté a busear su patito y no lo encontré en la sarla a través de los barrotes de casa, ni pudo di la puerta que daba al patio. Volvid a la cama y rezd cl angel de mi guarda dulce compaiiia, pero era muy tarde. A la mafiana siguiente encontré un pato hin- chado y tieso frente ala puerta de delante, la cinta con un nudo mal amarrado en la pata. Algo andaba mal. Uriel conocia a su patito y tam- bién conocia a Washington. ‘Tardé un segundo en conectar los puntos y corrié a la casa del vecino para encontrarse a Washington desayunandose y a su patito (Uriel estaba seguro de que era el suyo) encima dela mesa picando unas migajas de pan, muy 84 sano y muy lindo, sin rastros de liquido verde por ninguna parte, Lo que a continuacién sucedié es ya parte de la tradicién oral del Cebollo, y de sus cientos de variaciones se expone aqui lade la mama de Washington, que lo vio todo desde Ja cocina: «ei enano entré, miré a Washington, me miréa mi y se depeg6 como tre pie dei suelo de un brinco. Cay6 de boca con la boca abieita sobre ei rotro de mi Washington que se lo depegé de un pecozon bajo ei ala, ei chiquito vucive y vuela y ahora se le reguinda de lo cabello, le di con una cuchara que tenia en la mano ai tiempo que voceaba a Moma pa que inteiviniera». Momo y la primita de la trenza se lo trajeron a Marlene con la boca llena de sangre y hablando en lenguas, estirando las piernitas como un alicate. ¥ este cuerpecito convulso sacé de Marlene los cin- co papagayos gonorréicos que le tenian la mente alquilada, dos sanguiches de lengua y la berenjena con ojos que Marlene tenia dos aiias viendo detras de todas las persianas asi como también un salero en forma de reloj de arena con el que se softaba los martes y los sibados. El loco era ahora Urielito ya ella le tocaba cuidarlo y qué bien se sentia estar del lado de los que preguntan, con la mente en blanco, 82 ponicndo patios de agua helada en una cabeza aje~ na, diciendo «calma, calma, que no panda el ctinico». 83 None escape. ‘Tu mama te parié sola, sin doctor, sin comadrona, sin marido, En esos tiempos las mujeres parian muchachos como si fueran mierda y se podian criar diez con lo que ahora no se eria ni una tilapia. Fuiste la Ultima y la mas querida, sobre todo después de que se te desarroll6 la facultad y mas atin cuando tu mama se dio cuenta de las litras de leche que podia sacarte. Tu mama siempre se sintié duefia de tu talento porque fue con ella que lo encontraste, aunque conociendo las circunstancias en que la luz entré en tu cuerpo no se puede hablar de descu- brimiento sino mas bien de accidente, Ese dia fuiste con tu mamé a visitar a una prima recién parida a quien un core de mujeres aconseja- ba cudles frutas comer y cuales no, cuando lavarse la cabeza, como sostener a la criatura, cémo lim- piarle el ombligo. Por lo general una, la mas cor- 84 pulenta, le arrebataba el bebé a la madre para ex- plicarle como. hacer esto oO aq ello y la madre po- nia cara de escuchar, mientras un temblorcillo en el labio inferior, que slo cu, pequefia Armenia, nota- 4q peq' bas, quedaba como evidencia de lo mal que le caia q la gorda a la nueva mama. Salieron de alli y tu madre te dio media batata asa- da para irla comiendo por el camino, «pero ten cuenta», te dijo, «no te me afugues», Recorrieron el camino polvoroso en silencio y sentiste ganas de pedirle a tu mama que hablara porque las piedras anaranjadas y el polyo anaranjado al silencio del sol del mediodia te daban miedo. Ya podian oir el rio cuando también escucharon unos gritos, sin apresurarse llegaron a la carretera y allfvieron a la mujer casi muerta en la cabeza del puente, donde algtin vehiculo tras atropellarla la habia abandona- do. La mujer llevaba una falda de florecitas azul cielo sobre un fondo ptrpura y la sangre le fue tifendo las florecitas hasta que no quedé ni una. Corrieron hasta la mujer, cuyos gritos en creol hi- cieron que tu mama se arrodillase junto al cuerpo halandote también hacia el suelo. Los gritos de la haitiana retumbaban en las piedras, que, a tus oji- 85 tos, ya pasaban del naranja tenebroso a un rojo en- sordecedor, Tu mama rezé un padre nuestro lar- go, como nunea lo habias ofdo, tan largo que euan- do por fin llegé al amén cerrando con los dedos los ojos de la difunta no te acordabas de como usar tus piernas y levantarte. ‘Tu mama lo cuenta de otra manera, dice que cuan- do estabas en su barriga ella te oyé llorando y que un hombre se le aparecié en suefios para decirle que te pusiera Armenia. El dia que la haitiana te dio lo tayo, tu mama dice que venian de una boda, que la haitiana murié de un infarto y que entre ti y ella la cargaron hasta el rio para que muriera con los pies en el agua. Ti la dejas hacer el cuento a su manera y te abanicas con un pedazo de carton has- ta que termina, Al final de cuentas a quien la gente venia a ver eraa ti y por quien hacian fila era por ti. Armenia, la nifia faculta. La nifia que curaba la tu- berculosis con una cuchara. La parte del cuento de tu mama que més le gusta a la gente es la que relata cémo se te despertaron los poderes esa misma noche al regresar de avisar en el destacamento que una haitiana habia fallecido a la vera del rio, Te fuiste a la cama temprano, una col- 86 choneta donde dormias tu y tres hermanitos mas, bajo un mosquitero rosado. Como a las cuatro de I: pieza y al escuchar la voz de la muerta en tu boca y ver tu cuerpecito tieso como una tabla, salié en bata a buscar a Homero, un brujo de San Juan, que sa- bria bregar con esta cuestidn. El viejo te miré y de una vez dijo que habia que preparar el camino, que la cosa era grande y que esto no era relajo. mafana tu mama te oy hablando, entré en la Al mes ya estabas sanando gente como cosa loca. ‘Tu método era sencillo. Tras ver entrar al paciente lo hacias acostarse en el piso, tomabas la cuchara del pozuelo con alcohol donde lo habia colocado tu madre la noche anterior y de inmediato penetra- bas el cuerpo enfermo con la misma, sacando el mal en forma de gusanos, piedras y erizos hacia fuera. En algunas ocasiones se te vio meterte la cuchara a la boea y engullir moluscos negros humeantes que acababas de sacar del seno a una sefiora como si de bizcocho de chocolate se tratara. Cuando Tia Celia te trajo a vivir para la capital ya la luz se te habia ido. Tu mama te ayudé a sacarte un bebé con una tizana amarga y con el bultito de sangre se te fue también el talento. Tu mama le ven- 87 dié la cuchara a un antropélogo puertorriquenio que pasaba por alli de vez en cuando, y después de ahi tu iste que dedicarte a limpiar casas como an- tes limpiabas cuerpos. A veces dabas gracias a Dios por haberte quitado el don, bien sabe él lo mucho que se lo pedias cuando a tus eatoree, y enamora- da de Tavito, querias ser una nifia normal y no una bruja que comia mierda. Al final ni Tavito ni la mier- da te iban a salvar de Tia Celia, que por cien pesos y la promesa de hacer de ti «una mujer de calibre» te monte en su Toyota Camry 1979 para que tt le sirvieras toda la vida. La loco es que a ti todo esto te parezea normal, Y mas loco que a Tia Celia también le parezea nor- mal haberte tenido en el cuartito de metro y me- dio que hay junto al area de lavado durante quin- ceafios. Un perro ya hubiese mutilado a algun ni- fio en la calle. Cuando escuché el golpe coma de gallo aleteando en caja de cartén pensé que la mascota de un veci- no se habia metido en la secadora y que quizds ten- dria tiempo de rescatarla. Por la puerta entreabier- ta vi tu pie junto a la camita sandwich, con unos tenis Vans rotos que habian sido mios, como casi 88 toda la rapa que te ponias habia sido de algui Empujé la puerta y el olor a trementina me lleno el cerebro, porque en algtin momento una lampara de gas se rompié en el piso y ‘Tia Celia te la des- conto del sueldo. ‘Tu cuerpo habia caido en el sue- lo de lado ¥ una plerna todavia descansaba sobre lacama. Te llamé y no abriste los ojos, me arrodillé junto a ti y en tu frente diminutas perlas de sudor aparecian de la nada. Grité tu nombre y la voz que Tia Celia usaba para pedirte que le trajeras una li- monada con hielo picado salié de mi baca. Vi so- bre tu cama pegada a la pared una foto de Danny Rivera recortada de un periddico hacia tempa. Los rolos, los pinchas, la imagen de San Lazaro con el vidrio roto, las chancletas de goma, el pedazo de espejo recastado de un huacal de refrescos que era tu mesita de noche, el pintalabios abierto sobre la mesita y los aretes de presién que mi mama y Tia Celia te iban heredando hacian silencio bajo drbi- tas de trementina. Y en ese apagén terrible que ha- bia dentro de ti viste una cosa tan buena y grande que te dieron ganas de salir corriendo a decirselo a alguien, la luz te habia vuelto Armenia, pero tu cuerpo era un saco de platanos, 89 Dejaste la boea cerrada no fuera a ser cosa que la luz se te s licra, que se te escapara como granos de arroz de un saco pichado. A lo oscuro te pusiste a buscar a Tavito o a tu mama para dejarles la luz en una funda de plastico. Abriste los ojos y una mu- chacha flaca y destemida, con esa cara que ponian tus pacientes cuando de una pierna les sacabas bo- rra de eafé, estaba junto ati, Quisiste preguntarme por tu mama, por una funda de plastica, pero sin abrir la boca para que la luz no se te saliera, ‘Tomé tu mano oscura y vi que querias decirme algo, pero apretabas mucho los labios, como en un coneurso del que mas dure sin respirar. Me miraste con la misma cara con que te quejabas del sucio en las medi de Tio Fin, apretaste mi mano y abriste la Oca. Presently the ground gave rich and oozy under my feet El haitianito de la clinica, como mi abuela habia bautizado a Radamés, habia adquirido un espaiol mas fluido y podia contestar el teléfono, asi que mis tios sugirieron que me quedara unos dias en cama recuperandome de lo de Armenia. Lo prime- ro que me dijo Tia Celia la mafiana después de que a Armenia se la llevara una ambulancia para un hos- pital sin nombre, de donde la recogerian sus fami- liares para enterrarla en su pueblo, fue que no me preocupara, que ya Armenia estaba del otro lado hacia tiempo, que sélo habia que ver lo vaga que se habia puesto en estos tiltimos meses. Escuchar a Tia Celia quejandose de Armenia, ahora que a la pobre negra la sazonaban los gusanos, me revolvi6 el estamago y estaba a punto de vomitar cuando de repente se produjo el fenémeno. 91 Del mismo zumbido de chicharras que yo espera ba para probar mis nombres en el gato, si gio un dibujo. Mas que un dibujo era una idea. O mejor atin, una linea dolorasa en forma de bastén cuyo mango abria unas cortinas ubicadas detras de los letreros horribles que yo usualmente leia en la mente de Tia Celia. Y en aquel lugar en blanco y negro vi auna mina con un vestidito de satén sentada sobre una mesa de cumpleafos junto al pastel con velas encendidas, unos ojos grandes como los de una animacion japonesa gracias a un pelo tan estirado hacia atras en una trenza que parecia que la frente iba a abrirse en dos. Y¥ cuando la frente se abrid salié de allf un coraz6n azul con un nombre escrito en humo negro. Me esforeé un poco y pude leerlo; MINOS. Lo curioso es que Tia Celia no me viera abrir estas cortinas suyas, con lo torpe que soy y con lo quis- quillosa que es ella. Quizas porque a sus ojos yo estaba de pie junto a la puerta mirandola con cara de bandeja mientras ella se subia unas licras rosas muy apretadas sin ver que en realidad yo estaba apoyada en la mesa de su cuarto cumpleaiios y que de su frente salia una espatula con un corazon azul con el nombre de su padre todavia humeando, ¥ vi g2 en aquel humito hediondo el combustible de todos los letreras Tia Celia tenia encendidos en su cabeza dia y noche, el que decia «tu mama es un cuerom, el que decia «tu papa no te quiere» y el que deeia «ningtin hombre te querra». Agarré el cora~ z6n en mi mano y le pasé la lengua, una, dos, tres veces, hasta que Tia Celia se senté en la cama y empezo a llorar. Yo, que nunca toco a.Tia Celi corrf a abrazarla, y en un gesto rapido, para que ni ella ni la nifia se dieran cuenta, le meti su corazon ahora a temperatura ambiente en la frente, sellando la abertura y aflojandole un poco el pelo. Ella me miré y no supo qué decirme ahora que los letreros se habian apagado. Se levanté de la cama y dio dos 9 tres pasos de oso borracho hasta los tenis, se senta en el piso, cosa que nunca le habia visto hacer y se los puso como si acabara de aprender a amarrase los cordones. Ese dia, cuando Adela, la vecina rubia con la que camina todos los dias, llegé a recogerla, Tia Celia no vioa la ex reina de belleza que veia siempre sino a un ama de casa con tres libros de recetas leidos, con dificultad para pronunciar palabras como «pre- disposicién» y «antepentiltima». Tia Celia leyd en la mano con la que Adela se colocaba un fleco de 93 cabello detras de la oreja los cinco hermanos varo- nes que fueron a la universidad mientras ella se ca~ saba con un hotelero, portando para cada gradua- cién una barriga de nueve meses con la que contra- rrestar el dano que los diplomas de sus hermanos le hacian, Cuando la caminata doblaba la esquina de la avenida Lope de Vega, Adela comenzé a ha- blarle de lo malas estudiantes que eran sus hijos y ‘Tia Celia, que usualmente interrumpia cualquier tema relacionado ala maternidad Henandase la boca hablando de lo dificil que era poner en cintura a veintiocho obreros haitianos en una construccién, se qued6 callada, entendiendo la envidia que los hijos de Adela le causaban, y unas esquinas mas adelante, viendo en un plano, dibujadas en lineas azules, todas las envidias que Adela y ella se te- nian, y cémo sobre estas lineas se habia levantado el estable edificio de una amistad. Para entonces yo estaba enrollada en una manta verde en el sofa de casa de Tia Celia imaginando que ni Radamés ni Tio Fin iban a acordarse de dar- le comida al gato y que el gato morirfa sin nombre. Soné el timbre y tardé un momento en desen- rollarme y abrir la puerta, vi a una morenita con demasiado pintalabios en la boca: Susy me dijo que o4 se llamaba y que era sobrina de Armenia. Vivia en Los Ale os y habia venido a buscar los trapos que su tia habia dejado. Sin dejarla entrar, porque qué sabia yo si era un cuento, corri al cuarto de Armenia y meti en una funda del supermercado dos blusitas rameadas que se ponia los domingos, unas chancletitas de piel con hebilla, los aretes, las pul- seras de plastico y los rolos; la foto de Danny Ra- vera la dejé en la pared, asi como el pedazo de es- pejo sobre la mesita. Le puse la funda en la mano y le tiré la puerta en la cara imaginando a la Susy en- suciando con su pintalabios nacarado las blusitas de Armenia, bailando en un bar de paragiiitas con dos tigres al mismo tiempo. ‘Tia Celia volvid de su caminata con veinte afios me- nos, enseguida preparé unos huevos revueltos que me hizo comer con pan tostado y limonada. Yo se lo agradect porque desde que Armenia se halbia muerto tenia un solo mareo que Tio Fin diagnosti- cé como aztcar bajita. Prendimos la televisién y estuyimas viendo un documental sobre la capaci- dad reproductiva de una rana escandinava y al me- diodfa me pregunté si queria seguir trabajando en la clinica. Lo raro es que le dije que si y que queria regresar esa misma tarde, lo que la hizo sentirse muy a8 orgullosa de mi y abrir la cartera y entregarme un billete de cien pesos que penetraron en todos los vasolina. Cuando cerraba el zipper de su bolso me explicé: aposentos de la cas acon su olor a arena y «Eso era lo de Armenia esta semana; como no ten- go a quien pagarselo, gastatelo ti». Corri a cambiarme y pensé tomar un taxi hasta la clinica, pero decidi guardar el dinero de Armenia e invitar a Vita al cine o a un hamburguer de Don Pincho. Saqué unos pantalones de la secadora y me los puse alli mismo frente a la maquina, Cuando introduje la mano con los cien pesos senti algo al fondo del bolsillo, saqué un papelito arrugado que a pesar del agua, el detergente y las altas tempera- turas habia sobrevivido, al abrirlo-vi escrito minom- bre y recordé la tarde en que habia pensado lamar al gato con el mismo, volvia hacerlo una pelotita y lo tiré en el cubo de la basura. Camino a la clinica iba calculando los meses que tendria que trabajar para comprar una computa- dora. El unico en mi clase que tenia una era Esau, un chamaquito evangélico que sacaba 4 hasta en religién y eso que el colegio era catélico. Esati me 96 dej6 hacer dibujitos en Paint un dia que nos toed hacer un trabajo en grupo en su casa y estuyimos hasta las tres de la mafiana cortando y pegando fo- tos en una cartulina amarilla. El proyecto era sobre las proteinas yo encontré unos huevos fritos en una revista Vanidades. Al final de la noche Esati se puso muy raro y me llevé a ver unas tortugas que su mama alimentaba en una pileta en el patio. Nos sentamos en el borde de la pileta, donde dos lotos flotaban a la luz del poste de la calle y Esati me pregunté si yo queria ser su novia, Yo senti el frio y los temblores que salfan de su cuerpo asi que le dije que si metiendo un dedito en el agua. Al otro dia Esati me trajo unos aretes de brillantes a la es- cuela y yo, que no tenia las orejas perforadas, no supe qué decirle, Durante el recreo me tomo de la mano y caminamos hasta los laboratorios donde daban clase de computadora y manualidades, y cuando estuvimos bajo el parqueo techado que habia debajo Esaui se abrid la bragueta y se sacé un pene marroncito duro como el mango de una sar- tén. «7TH lo quieres?», me pregunté y yo se lo aga- rré en un puno mirando que no viniese la Hermana Nieves. Después de eso le devolvi sus aretes y le dije que yo no podfa ser su novia, pero que si él queria podiamos ser amigos. oF Al llegar ala clinica, Radamés estaba recostado alo largo de tres asientos en la sala de espera, con una mano se acari ba el pecho y la otra le servia de almohada bajo la cabeza. En cuanta me vio se in- corporé y me dijo

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