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EVANGELIZACIÓN Y MISIONES

Pasemos al otro lado

por Daniel J. King


¿Qué ocurre cuando aceptamos la invitación del Señor de «pasar al otro lado»?, ¿Cuál es nuestra
actitud frente a las tormentas, situaciones difíciles que se levantan frente a nosotros en el proceso?
Un precioso testimonio que nos anima a perseverar y a seguir adelante...

Marcos 4.35–41
Pasemos al otro lado
Después de leer el pasaje que nos ocupa (Mr 4.35–41), resulta interesante notar que el verbo
usado por Jesús es plural; esta vez su invitación no es igual a la de Mateo 14.22–27, cuando
dijo a sus discípulos que subieran a la barca y fueran al otro lado mientras él se quedaba
atrás. Esta vez Jesús viajó con ellos y no los dejó solos.
Probablemente los discípulos no consideraron extraordinario el hecho de que el Maestro les
acompañara, de ahí que no requirieron de instrucciones especiales y más bien, pudieron
pensar que el viaje sería sin contratiempos y en perfecta calma.
Gran tempestad de viento … olas … la barca … se anegaba
Los discípulos podrían suponer que habría mal tiempo, porque las tempestades en esa zona
eran normales. Sin embargo, ellos eran navegantes expertos y estaban acostumbrados a
dominar ese bravo mar. Tampoco tenían por qué preocuparse: Jesús iba en la barca. Pero
con todo y Jesús ahí, la tempestad llegó, y les dio con fuerza. Ahora bien, ubicándose en su
experiencia personal, ¿cómo se imaginó que sería su vida después de aceptar la invitación de
Jesús de acompañarlo en el peregrinaje de su vida?, ¿qué le dijeron cuando asumió el
liderazgo del ministerio en que está o qué supuso usted mismo que sería? ¿Qué fantasías se
creó y qué senda se dibujó usted mismo? ¿Qué evangelio le ofrecieron: uno ausente de
tempestades o uno donde estas son parte de él?
Él estaba … dormido sobre un cabezal
Para Jesús, «pasar al otro lado» era un hecho, por eso se durmió. Para él, nada ni nadie
podían impedir que se despertara al otro lado. Probablemente, hasta los movimientos
mecedores de la barca contribuían a profundizar su sueño, le ayudaban a lograr el reposo de
su cansado cuerpo y le permitían prepararse para la jornada de trabajo que le esperaba al
otro lado del lago.
Pero en el sentido espiritual, la actitud de Jesús enseñaba a sus discípulos que en el Reino de
Dios, es posible y necesario estar en paz en medio de la tormenta. De esta manera, Jesús
nos demuestra que las tempestades de la vida no deben influir negativa ni soberanamente en
la paz que él nos da debajo del sol, y que debemos seguir el consejo que nos diera en Juan
14.27: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe
vuestro corazón, ni tenga miedo.»
Ahora bien, ¿por qué Jesús no fue turbado en el proceso de travesía del lago, muy a pesar de
la tempestad? Porque él se concentró en su palabra, aprovechó la circunstancia que se
presentó para prepararse para la otra jornada que le esperaba al otro lado y descansó. El dio
la palabra y confiaba que se cumpliera.
Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?
Pero en cuanto a los discípulos, ¿qué pasó?, ¿por qué mientras Jesús reposaba ellos
convulsionaban? ¿Por qué su respuesta fue tan diferente de las intenciones y expectativas de
su maestro y líder?
Pueden haber muchas respuestas a esta pregunta, pero la que más nos convence es esta:
«Los discípulos se concentraron en la circunstancia para manejarla y se desenfocaron
de la frase «pasemos al otro lado». La circunstancia los turbó y los llevó a un pragmatismo
sin reflexión. Ese accionar carente de capacidad para reflexionar los envolvió pronto en un
estado de impotencia frente a la realidad, que los espantó. Entonces, al perder la conexión
con el horizonte que les proporcionaban las palabras de Jesús, fueron directo a la
desesperanza. Esa desesperanza era fruto de una conclusión prematura: una muerte
inminente. De ahí el grito del expresivo Pedro: «Maestro, ¿no tienes cuidado que
perecemos?»
Lo bueno de todo esto es que, al final, clamaron a Jesús por ayuda y no abandonaron la
barca.
Sin embargo, en mi opinión, la expectativa de Jesús era que ellos resolvieran el problema
actuando en fe: «Reprendiendo al viento y callando al mar en su nombre». Pero eso no
sucedió. No obstante, los discípulos no llegaron al otro lado con el sentimiento del fracaso en
sus corazones ni con expresiones de desaliento en sus labios, pues Jesús, como en la
mayoría de los casos, hizo que llegaran al otro lado enfocados en él, porque solo así ellos
entenderían y disfrutarían lo que sucedería allí. La pregunta siguiente ilustra bastante esto.
¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?
¿Se da cuenta? El enemigo de la obra de Dios quiso frustrar el proyecto del Padre con el Hijo
y del Hijo con sus discípulos por medio de esta tempestad. ¿Por qué Satanás quería impedir
que Jesús y sus discípulos llegaran al otro lado del lago? Porque temía que de esta forma
finalizaría el reinado de terror que él mantenía sobre toda la comunidad de Gadara por medio
de un hombre poseído.
Pero Jesús logró que todos llegaran junto a él y en sus cabales al otro lado, lugar donde se
manifestó el poder liberador de Dios de una manera magna y sus discípulos fueron testigos
presenciales de ese gran episodio.
Aunque el enemigo quiso frustrar la travesía de este equipo de hombres, los discípulos
salieron con Jesús de una orilla del lago y llegaron más restaurados al otro lado.
De alguna manera la mayoría de nosotros hoy nos vemos retratados en este caso que nos
presentan los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas. Al igual que los discípulos, somos lentos
para aprender y responder a la altura de las expectativas de nuestro Señor.
Pero Jesús, quien está guiando su proceso con nosotros, tiene la paciencia suficiente para
llevarnos a feliz término.
Para concluir esta reflexión quisiera hacerle la siguiente pregunta: ¿sabe en cuál área de su
vida Jesús le está diciendo «Pasemos al otro lado»? Permítame compartirle mi testimonio:
Unos meses atrás leí esta porción bíblica y sentí que el Señor me invitaba a pasar al otro lado
junto a él en cuanto al ejercicio de mis dones de pastor-maestro. En vista de que nuestro
objetivo estratégico como iglesia es: «Trabajar por la transformación de las familias a partir de
la plataforma del servicio», los últimos tres años nos hemos concentrado más en crear
ministerios de servicios para las comunidades (los cuales se constituyen en puertas para
trabajar las relaciones con la gente no-creyentes) y desde ahí involucrarlos a la adoración, la
evangelización, el discipulado y la vida en comunión. Ahora bien, entendiendo que todos los
ministerios de servicios estaban funcionalmente organizados, el personal bien ubicado y
equipado en lo mínimo, me dispuse a obedecer a Dios respecto a que «pasásemos al otro
lado». Pero no me había organizado bien para ello, entonces se desató una tempestad con
oleajes provenientes de los miembros más comprometidos del equipo, hasta beneficiarios
miembros de las comunidades.
Todos estos acontecimientos me forzaban a reorientar mi atención hacia los ministerios de
servicios, pues si no les prestaba la debida atención podrían desaparecer. Lo he hecho
temporal y parcialmente, pero continúo concentrado en la creación de espacios para el
ejercicio de mis dones en la función de Pastor Líder de la iglesia. Empero, puedo decir con
sinceridad que en medio de estas situaciones, el Señor me ha mantenido en completa paz. Mi
mente y mi corazón están concentrados en «pasar al otro lado» con Jesús, y aunque estoy
prestando atención a las circunstancias que cada día aparecen en la rutina, estas no me
dominan porque me he dispuesto a aprender de ellas. Además, busco espacios para
reflexionar con otras personas sobre el proceso por el cual el Espíritu Santo me está
conduciendo, pues de esta manera puedo romper con el sentimiento de soledad. Pero a la
vez todo mi ser se regocija en Dios al ver a las iglesias hermanas ser edificadas por mis
vivencias.
Ahora, frente a las tempestades mi actitud es de dependencia reflexiva en el Señor. De esta
manera, puedo mantener un dominio de las circunstancias y evito que estas me dominen. A
partir de este proceso mis diálogos con Dios están contextualizados y puntuales. Me mantento
alerta en el Espíritu. La presencia de Jesús en mi vida es cada vez más palpable, pues su
persona se agiganta cada día más en mi ser. Cada día me acrecienta mi fe en que «él logrará
su propósito en mí» (Sal 138.8). Eso me da paz en medio de mi tormenta.
Espero que usted también experimente lo mismo.

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