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Ricardo Rodulfo El psicoanalisis de nuevo Elementos para la deconstrucci6én del psicoandlisis tradicional Bs, Ricardo Rodulfo El psicoandalisis de nuevo Elementos para la deconstrucci6n del psicoandlisis tradicional Rodulfo, Ricardo El psiconandlisis de nuevo. - 1a ed. 2a reimp. - Buenos Aires : Eudeba, 2008. | 288 p. ; 23x16 cm. - (Teoria e investigacién) ISBN 978-950-23-1814-6 | 1. Psicoandllisis. I. Titulo | CDD 150.195 | Eudeba Universidad de Buenos Aires ¥ edicién: julio de 2008. ¥* edicién, 2° reimpresién: agosto de 2008 © 2004 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economia Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires ‘Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202 www.eudeba.com.ar Disefio de tapa: Silvina Simondet Disefio de interior: Félix C. Lucas Correecién de estilo: Laura Gonzdlez Impreso en Argentina. Hecho el depésito que establece la ley 11.723 amrocor, NO Se permite la reproduccidn total o parcial de este libro, ni su SARAPGteS almacenamiento en un sistema informético, ni su transmisién en cualquier q forma porcualquier medio, electrénico, mecdnico, forocopia wotros métodos, sin el permiso previo del editor. Indice AAGRADECIMIENTOS ... PRELUDIO SOBRE LO EFIMERO .. PRIMERA PARTE: CLINICA Y¥ TEORIA GENERAL Carituto T Serie y suplemento ... Cariruto IL Desadultorizaciones. Un pequefie estudio Capiruto II La bolsa de los gatos .. BL CapiruLo IV Algunos pasos en la cura psicoanalitica de nifos autistas. Un informe clinico . Capiruto V La escritura deshojada. (Tres piezas breves.)...= Cariruto VI . El juego del humor .. Carituo VIL Si todo significante lo es del superYo, entonces: (Proposiciones para la formacién del cardcter en la nifiez y adolescencia) .. Capituto VILL El psicoandlisis y los laberintos de lo real... SEGUNDA PARTE: DE ADOLESCENCIAS Capiruto TX. Un nuevo acto psiquico: la inseripcién o la escritura del nosotros en la adolescencia ... 115 CapiruLo X Espejos en el agua (escenas para un estado actual de la cuestién)... . 125 CapiruLo XT 7 La multiplicacin y multiplicidad de paradojas en la adolescencia .. Cariruvo XIT El territorio de las fobias alimentarias Captruto XIII Del cuerpo espectral ... Caviruto XIV El segundo deambulador ... 159 ‘TERCERA PARTE: DECONSTRUCCIONES * .CapituLo XV Mitopoliticas HI: Se quema la comida...... 115 CapiruLo XVI Mitopoliticas III: La Iinea y el cuerpo... CapituLo XVIL Andlisis pertinente e impertinente . CapiruLo XVIII El duelo del padre. Proposiciones para una deconstruccién necesaria ... 223 CapiruLo XIX El segundo adulto... - 235 Capituco XX Amor y transferencia de mujer . .. 243 Cariruto XXI La deconstruccién del (complejo de) Edipo .. CariruLo XXII Psicoandlisis de nifios: un regreso al futuro ... Cariruio XXII De vuelta por Winnicott. Para un estudio sobre la inercia de los principios del Psicoandlisis .... a 275, CapiruLo XXIV Espejos contaminados. Elementos para una deconstruccién necesaria .. 289 Carituto XXV El estudio del juego del nino y el porvenir del psicoandlisis. Un ensayo de deconstruccién ... Capiru.o XXVI Los nifios del psicoandlisis y la necesidad de una revision de su estatuto ... Agradecimientos En estos tiltimos aiios, gracias a Cristina Lattari, el encuentro con la obra de Zeltjko Loparic, de Sao Paulo, proporcioné a mi trabejo con Winnicott el aliento de una confluencia original e independiente, en su caso ligado a la filosofia de Heidegger. Dentro de ese mismo campo, mi “hermano alemén”, el profesor Eckart Leiser, ha cumplido con la fun- cién, entre tantas otras, de obligarme a volver a mis textos concedién- doles un estatuto, precisamente, de tales. Su critica lectura me puso en serie con los Lefort, Sami-Ali y otros. Por su parte, Jessica Benjamin, la persona y la escritora, revolvié profundamente mis puntos de vista acerca de la constitueién de la vida sexual humana. También desde la ciudad de Sao Paulo, Lia Pitliuk me enriquecié con un intercambio profundo en los margenes del psicoandlisis tradicio- nal. En el trabajo de todos los dfas mis compaiieros de las catedras de Clinicas de Nifios y Adolescentes y de Psicopatologia Infanto-Juvenil, asi como del posgrado sobre la misma delimitacién tematica, me apor- iaron esa trama imperceptible que a veces preferimos reprimir en nom- bre de la autoridad del autor. “Arbitrariamente”, tendria que seleccio- nar los nombres de Ménica Rodriguez, Fabiana Tomei, Juan Carlos Fernandez, Tencha de Sagastiz4bal, Adriana Franco y Paul Yorston, por diversos encuentros, lealtades, persistencias-y-efectos-de-disemina- cin. También Marili Pelento y Vicente Galli, en distintos momentos y formas, me transmitieron confianza en el sentido del camino que -sin saber adénde va~ vengo siguiendo. Silvia Goicoa y Georgina Redulfo lidiaron, no sin paciencia, con mi apego a seguir escribiendo a mano; Ursula Rodulfo, por su parte, estu- vo a mi lado trabajando en la reconstruccién de textos un poco abando- nados en el tiempo. Y a Marisa Rodulfo, esposa y copine 0 copine y esposa. {Quién sabe? Preludio sobre lo efimero Dicese que, pasado un tiempo, papers diversos, articulos publicados en revistas estables o fugaces (sin contar las exposiciones escritas inédi- tas, que no encontraron esa oportunidad) se pierden o se olvidan, segin la ley del fulminante envejecimiento de los productos medidticos. Es cierto, claro, pero no basta para legitimar un acto de publicacién, que podria ser sdlo un rejunde, la unidad engafiosa de una pura dispersion. El que firma, entonces, debe poder comprobar que un libro se forma mas alld de sus intenciones. La sinuosidad de una trayectoria es otra cosa que la yuxtaposicién temitica 0 cronolégica: pone en juego insis- tencias de repeticién, dbsesiones personales, Ia persecucién de un mo- tivo que ronda y asedia espectralmente, la demolicién deliberada de careasas teéricas que vegetan gracias a la inercia de las instituciones humanas (las psicoanaliticas, en este caso), todo lo que a fin de cuentas cuando uno se detiene a sacar las cuentas— urde una trama de hilos cuyo anudamiento no es arbitrario. Entonces vemos los articulos con- vertirse en capitulos, se reescriben péginas enteras més allé de les “correceiones” formales o “literarias”, espontaneamente -con ese cal- culo del_azar— se delimitan territorios tematicos componiendo partes o secciones del libro. Ultimo en aparecer, el titulo inscribe la existencia de este nuevo singular viviente. Que el nombre de Derrida circule por estas paginas con notoria habitualidad no es, por cierto, una mere referencia bibliografica. Las habita en la medida en que, desde hace muchos afios, “mi” practica como psiconalista se desarrolla en el seno de un cruce de su obra con la del psicoandlisis, y con la de Freud muy en particular. Este encuentro se produce en el mismo pensamiento de Derrida; yo lo tomé como pun- to de partida. Quiza sea util, entonces, que precise con algtin detalle qué me inspi- 16, en qué me ayud6, injertar —término caro a Derrida y, por otra parte, no menos capital para la comprensién del modo psicoanalitico de pen- sar: el psicoandlisis es mucho menos un sistema tedrico homogéneo y li icoandlisis de nuevo ado que un montaje de injertos, un collage o un bricolage heterécli- la subjetividac que describe funciona de esa misma manera- Derrida | psicoandlisis. Después de todo, soy un profesor, ¥ mi trato con diantes v colegas jévenes me predispone a creerlo asi. Cuando sé a frecuentar sus textos, a fines de la década del setenta (vale +, cuando aquéllos Hevaban un curse de poco mas de diez afios), el vandilisis local, en lo que podria llamarse su vanguardia —su traba- : acabar con cierta ingenuidad tedrica propia de la entonces tnica tucién oficial legitima su derecho a ese nombre-, se habia endure- tras una década de confrontacién con una nueva “ortodoxia” cturalista 0 con una ortodoxia “estructuralista” no me animo a pre- lo-; todos y cada uno de cuyos motives dominantes yo encontrar‘ spésito de los mas diversos temas y no sélo referido al psicoandlisis © también-, desmontados, desensamblados, disueltos, janalizados!" 21 filésofo no exactamente fildsofo francés, no exactamente francés. en yo habia tenido la buena fortuna de familiarizarme con el pensa- ito estructural con la lectura de Claude Lévi-Strauss y no con la de livulgaciones psicoanaliticas —en cuya notable superficialidad y arismo el riguroso andlisis estructural de aquél se volvia -ucturalismo”, recitado de consignas-, el primer punto de apoyo en ‘ida fue, para mf, tomar cierta distancia, guardar cierta reserva ecto a todo lo que girara en derredor de ese significante, la estruc- (que, como tal, generara tantos recelos en Lévi-Strauss, mismo). como en el ABC del pensamiento de Derrida se encuentra ense- a una deconstruccién de las oposiciones binarias, un trabajo de des- siasmo con su gracia mecdnica, pude hacerlo sin perder mi rela- personal con la obra de Jacques Lacan. Con menos suerte que la otros colegas, tanto de mi generacién como mas jévenes, se hicie- no sin virulencia=“antilacanianos”, izando-el significante “histo- para contraponerlo a “estructura” (Derrida ensefia a ver en ambas itricas opciones metafisicas en una complicidad de fondo demostra- sor el mismo juego de su alternancia): mas all de esto, aprendi a der a ese punto del psicoandlisis en el que las oposiciones binarias conforman el armazén de las teorfas (con la excepeién de Winnicott) ?reud, en Klein, en Lacan y en tantos otros dejan de gobernar el o psicoanalitico de pensar y de leer los fenémenos que caen dentro ora primera parte del volumen de Jacques Derrida, Resistencias del psicoandili- 3uenos Aires, Paidés, 1997. PRELUDIO SOBRE LO EFIMERO de su campo. Nunca se podria agradecer lo bastante, ni exagerar los efectos, lo que significa, para el que trabaja con los pensamientos, libe- rarse -esta palabra debe recuperarse aqui en teda su frescura, en todo su alivio— de las oposiciones binarias, atravesarlas en lugar de tenerlas como estacién ultima de Negada. Me parece de capital importancia el tener en cuenta que estos proce- sos no se desarrollaron en alguna remota galaxia te6rica (en el sentido tradicional, pre-psicoanalitico, pre-existencial y pre-devonstructivo de “teoria”); inmediatamente, comenzaron a incidir en mi trabajo elinico, mordiendo el lugar donde un analista amasa y cocina sus interpretacio- nes, sus construcciones, sus hipétesis diagnésticas. Ni qué hablar de la perspectiva psicopatolégica: la seguridad de una oposicién como la que se estructura entre “neurosis” y “psicosis”, para ir a un cliché tipico, no encontrarfa condiciones présperas en un pensamiento que confia muy poco en’ él orden binario, en su ldgica falica. Precisamente, todo el minucioso desarmado que Derrida hace de lo que “freudianamente” llama falogocentrismo —coalescencia del logocentrismo de la cultura occidental, logocentrismo que le es muy propio, muy especifico de ella,” con el falocentrismo que esta cultura comparte con {todas? las otras, “armonia preestablecida”, dirfase, en- tre estas dos corrientes predestinadas a conjuntarse y cuyo paradigma psicoanalitico Derrida ve en Lacan— gqué efectos y suseitaciones y nue- vos empujes de pensamiento no podia menos que acarrear en un psi- coanalista que, ademds, acostumbra trabajar con nities, debiendo en- tonces familiarizarse con juegos y dibujos y con niiios de condicién tal (“grave” en el campo semiolégico un poco esquematico de nuestra psicopatologia) que no puede uno esperar mucho de lo que digan, y menos atin de asociaciones verbales? A cada paso que traté de dar, la obra de Derrida-me fue abriendo puertas. (Otro tanto-cabe decir-deta concepcién psicoanalitica dominante respecto a la sexualidad femeni- na: como varios otros colegas, ilustres colegas a veces, en la historia del psicoandlisis, yo no me sentia conforme con ella ni bregaba por una subjetividad acorde a ella, pero fue la textualidad deconstructiva la que me procuré elementos para desmarcarme irreversiblemente de la im- pronta fiilica freudiana sin que eso supusiera —éste es otro gran alcance del pensamiento deconstructivo— arrojarla por la ventana, declararla 2. Ver Clande Lévi-Strauss, Antropologia estructural, Tomo I, Buenos Aires, Eudeba, 1967. 13 icoandlisis de nuevo illamente falsa procediendo a alguna nueva inversién metafisica- te acuiada.) i con Lacan aprendi que respiramos mito, si con Winnicott aprendi otar esos temblores imperceptibles con que un ser humano crece 0 que el manoteo de un jugar emerge,’ con Derrida la ensefianza més sal ha sido —pues atin no estoy seguro de cual habré sido- la de que nuestro pensar, desde el mas vulgar hasta el més especulativo, ta (esta tejido por) un enrejillado de procedencia metafisica donde intramos nombres indicadores como Platén, Aristételes, mds su sto con el pensamiento judeo-cristiano, mas su nueva emanacién ionalista” a partir del siglo XVI- al que es imposible sustraerse por ses” cuya ingenuidad de fondo el paso de andlisis del texto de Derrida 3 de relieve suave pero impiadosamente. Ninguna disciplina, cienti- ono, emerge fuera de él ni libre de él, muy particularmente cuando ina —caso del psicoandlisis, para Derrida no cabe duda de esto— con- e elementos y movimientos propios de su andar textual que exce- o desbordan aquel sistema metafisico, aquel “fondo representativo” ocando ese fértii giro de Aulagnier) que es y que proporciona la afisica occidental, en sf misma otro rasgo singular de nuestra cultu- Teniendo en cuenta que hoy esta cultura, por la via de los Estados dos, amenaza con una expansién globalizante con una capacidad aogeneizadora sin precedentes, aquel trasfondo metafisico, lejos de zuideces en bibliotecas filoséficas, cobra mas peso y més vida que ca, trabajando silenciosamente, por ejemplo, en las trivialidades lidticas pan nuestro de cada dia. A estas alturas, ya no me cabe duda que lo que Derrida tltimamente ha venido diagnosticando como re- encia del psicoandlisis de sf, también de enfermedad autoinmune, que no es sino la manifestacién —en la teoria, la practica y la ética de instituciones analiticas— del conflicto -ambiguo en su fisonomia, la dicotémico o no por mucho tiempo- en su seno més recéndito re lo nuevo que en el psicoandlisis nunca dejé de percibirse, por y diluido que estuviese y, como informan forma y contenido, iificantes y significados, el hecho mismo de su divisién asi, made in netafisica que es como nuestra “psicopatologia” y también nuestra tologia” de la vida cotidiana. Lo mejor de! psicoandlisis va y viene, ‘atiéndose sin por lo general advertirlo, en este conflicto. Por eso olveria a citar aqui D. Winnicott, La observacién de nifios en una situacién fifa, sitos de pediatria y psicoandlisis, Buenos aires, Paidés, 1998. | PRELUDIOSOBRE LO EFIMERO mismo cumple una funcién regresiva, reaccionaria, encubridora, mistificadora, toda declaracién-declamacién que hace de Freud un pa- dre y el nombre de un corte histérico 0 epistemoldgico, ilusiondndose con un antes y un después sin resto e impidiendo analizar —ironia para- dojica suplementaria— la composicién de los postulados y de los concep- tos analiticos, tanto como su genealogia, que suele deberle bien poco al “genio” de Freud o al “primer segundo” (Derrida) que seria para algu- nos Lacan. Pero permitaseme insistir con fines “pedagégicos” sebre un punto caro al psicoanalista por ser un elemento tan singular en su identidad: tratase de cémo la frecuentacién de los textos de Derrida inerementa precisamente la sensibilidad al detalle, la atencién hasta maniatica a lo singular, sin a cual nada de lo psicoanalitico existiria (aunque adoptase su vorabulario): esta potenciacién, sea en la lectura de materiales elfni- cos como en cualquier otra lectura, se explica seguramente por ser Derrida un pensador por excelencia de la singularidad, desviandose de la tradicién filoséfiea de lo universal que informé las nociones de la psicologia general pre-analitica. Por otra parte, se debe tener presente que su escritura, en lo que se conoce como estilo, inconfundible si las hay, es de lejos la escritura filosdfica mas inseminada por el psicoandli- sis y por el modo de escritura especificamente psicoanalitico que tiene su primera culminacién en La interpretacién de los suefios. Y no pienso sélo en los ensayos y en los libros de Derrida directamente consagrados al psicoandlisis, ni tampoco en cémo cualquier texto de Derrida siem- pre piensa con el psicoandlisis -segiin su feliz formula que desplaza el hablar de al hablar con-, pienso sobre todo en los procedimientos mas estilisticos y més técnicos de su escritura, en su arduo trabajo con (y a veces sobre) los signos de escritura mas irreductibles a lo fonético y al mito platénico de una escritura que sdlo duplicarfa-(mal)-la-voz:parén- tesis, comillas, guiones, polifonizacién o musicalizacién del espacio de la hoja, margenes, puestas en abismo (como notas de notas), diversos efectos de espaciamiento: todo esto puede conectarse con el primer tra- bajo emprendido por Freud levantando los “modos de representacién” del suefio, la “consideracién por la figurabilidad”, ete., asi como el lugar -inédito para un filésofo académico— concedido al doble sentido, al re- iruécano, al oximoron. Dirfamos que la escritura en Derrida hace su juego entre el proceso primario y el proceso secundario tal como el psicoanilisis los coneibe. (Amor por la escritura no siempre guardado por los psicoanalistas, demasiados de los cuales retrocedieron a una concepeién instrumental 15 psicoandlisis de nuevo 4s propia del paper cientifico, donde la escritura es un simple, y 2 enudo bombastico, medio para vehiculizar ideas o narraciones clini- s ya no tocadas por la vara de alguna gracia ficcional.) Toda la seccién delimitada por el titulo “Deconstrucciones” ~si se tiere, centro de gravedad de este libro~ procura un testimonio de lo ze acabo de contar; un testimonio del trabajo concreto, sobre temas 0 otivos puntuales, es decir, una prdctica psicoanalitica de la sconstruccién, no un citarla “por arriba” para ornamentacién bibliogré- va, En ese paso de cosas se inscribe otra facilitacién: lo que la practica seonstructiva me abrié en relacién a los textos de Winnicott, de los que, 1 venia inquieto por el casi nulo trabajo de lectura que el medio psicoa- alitico (0 el psicoanalista medio) se ha tomado con ellos. Derrida me ‘indé recursos y precauciones de método para penetrar en lo mas nue- > que hay en Winnicott, para detectar el manejo de puntos sensibles en 1 textualidad que desencajan (d)el psicoandlisis tradicional. Empezando por el postulado cero, el archi-postulado de la teoria eudiana —no siempre del pensamiento de Freud-, enunciado apenas : inieia el Proyecto de una psicologia con el nombre de principio de ercia: una vez que Freud retine las dos unidades significativas a las ae va a cefiirse, a autolimitarse: neuronas y eantidad, aquel principio ystulado plantea que la aspiracién basica de aquellas no es otra que ssembarazarse cuanto antes de toda la cantidad (si es) posible: Q = ro, escribe entonces Freud. No se trata de bajar el nivel displacentero que podria eualificar a aa sensacién, no se trata tampoco de librarse o de regular el exceso de mntidad: la cantidad en si misma es un exceso, la excitacién en si trae splacer (Freud “sabe” tan bien como cualquiera que “jesto no puede tr asi!”,’ pero su ciega lealtad a este postulado lo encamina ligadamente a mantener respecto de toda esta problematica una acti- id caracteristicamente renegatoria, en el mejor sentido del “ya lo sé, wre atin asi...” que consagrara Octave Mannoni. De este modo queda anteada, en el estrato mas de cimiento de la teorfa psicoanalitica, 4s avin, queda fijada, grabada a fuego en el fondo de toda direccién Grica posible y pertinente —al menos, en el horizonte clasico del psi- ‘andlisis, pero, gcudntos lo han verdaderamente sobrepasado?— una ala, muy mala relaci6n, una relacién de hostilidad radical con la “can- dad”, dicho de una manera mas precisa y conceptual, con la diferencia La exclamacién corresponde a las paginas finales de “Més alla...", en S. Freud, bras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2001. e PRELUDIO SOBRE LO-EFIMERO (de hecho, Freud esta siempre interesado en la diferencia de cantidad, por ejemplo, a propésito de un estado psiquico en relacién con otro). Largas consecuencias, atin para nada despejadas, se derivan de esta toma de posicién “originaria”, que tanto podria invocar referencias mecanicistas como al romanticismo filoséfico, en una de esa conjuncio- nes que hacen muy discutible tratar al psicoandlisis como un sistema terico en lugar de abrirse a lo que hay en él de injertos en injertos, suplementos que se agregan sin sustituir nada.” Mi idea es que, si no se desaloja de su ‘ugar a este archiprincipio mucho més radical que cualquier vuelta de Ja teoria de las pulsiones, es muy relativo lo que puede hacerse para una transformacién del psicoa- nélisis que lo cure de su propia resistencia y lo mantenga a la altura de eventuales metamorfosis subjetivas, lo mismo que para una problematizacién de su eficacia terapéutica nada desdefiable, aun apli- cando los parémetros mds convencionales 0 mds anaerénicos 0 mds rigidamente académicos de “curacién— con el objetivo de intensificarla. Es de relativa utilidad, por ejemplo, invocar los “nuevos paradigmas” si permanece intocado ese nticleo de inercia que en el pensamiento psi- coanalitico produce el principio de inercia. Incluso es bastante super- fluo “no creer” en la pulsién de muerte si uno va a suscribir sin mayor inquietud aquel. Mi trabajo deconstructivo tiene en él uno de sus blan- cos fundamentales. {Para proponer otro, nuevo, fundamento, acaso un principio de diféricidn, de diferencialidad? Pero, con Derrida, {la problematica de la diferencia no nos leva un paso mds alld, a, preguntarnos si es necesario ya poner un principio como fundamento, un principio en el principio? 5. Remito a “Orlas”, en Derrida, La verdad en pintura, Buenos Aires, Paidés, 2001. li Primera parte Clinica y teoria general Capitulolt Serie y suplemento* La disyuncién entre historia y estructura —que ha asolada de un modo muy particular al psicoandlisis entre nosotros en las tltimas décadas, especialmente en los pliegues de su prdctica~ responde, fundamental- mente (lo cual tiende a ocultarse bajo léxieos renovadores revoluciona- rios), a una escisién metafisica entre tantas otras existentes, teniendo en cuenta que [a escisién es el mecanismo por excelencia de la cultura occidental. El mito de la estructura es prometer variaciones de siempre Jo mismo, cin suplemento posible; el de la historia, un sentido que al fin se alcanzard o se revelaré, aun cuando este sentido resultase ser el del fin de la historia (sus entusiastas apenas parecen advertir el inmediato. deslizamiento del doble sentido, la ambigiiedad imborrable de todo fin). Refiriéndonos al psicoandlisis, no es ninguna casualidad que los avata- res del estructuralismo redujeran el complejo de Edipo, una formacién en principio compleja, a “el Edipo”, como esencia invariante ya sin me- diacién, sin el paso por el psiquismo de alguien que se mantenia en reserva escribiendo “el complejo de...”. No es lo mismo “tener” 0 “su- frir” el complejo de Edipo que ingresar 0 ser ingresado “al” Edipo, como no es lo mismo hablar de “la virtud” de los medicamentos que pensar una medicacién en un vinculo conflictivo con la subjetividad que debe metabolizarla. En cuanto a Ja ontologia volcada a un sentido de la histo- ria es todo un paradigma la nocién, tan vacia como idealizada, de genitalidad, cuyos estragos en la trama intima de la psicopatologia psicoanalitica ain no se han desvanecido. No podemos, ya no disponemos ~me inclinarfa a decir que gracias a Dios- de las facilidades del “corte” y la “ruptura” que sofiaron Althusser * Versién modificada del texto publieado en Diarios Clinicos, N° 7, 1994, Buenos Aires. 21 PRIMERA PARTE. CLINICA Y THORIA GENERAL. y Bachelard. No podemos; ya no disponemos, entonces, del recurso de eludir sin arafiazos el peso de semejantes escisiones cuya muerte siem- pre se declara hasta la siguiente resurrecein. Lo que s{ podemos, en todo caso, es tachar, retachar y re-signar las polaridades en cuestién; no es lo mismo escribir historia y estructura que “historia” y “estructu- ra”. También podemos borrar (un poco de) la barra: no es igual historia/ estructura que historia (/) estructura. Y atin menos, “historia” () “es- tructura”. Entre nosotros y recientemente, un notable texto de Luis Hornstein se ocupa con el mayor esmere de algunas de estas cosas.’ Clinicamente hablando —que es como estoy hablando, aunque no esté hablando “de” clinica, lo cual tiende a rebajarse al ras de un. aneedotario— lo peor de todo esto radica en los efectos de globalidad y de disyuncién paralizadora. Asi, el analista diré de “la estructura”, al par que no reco- noce el simple hecho de que la familia del nifio que atiende esta concu- rriendo a su estrueturacién en la historia de todos los dias. La estructu- ra se estructura ahi, en los dispositivos de la casa. Pero, al no advertir- lo (‘la estructura” ha devenido una abstraccién demasiado importante para encarnarse en sitios tan vulgares), trata de hecho a los padres en el corazén de sus intervenciones, como si fueran una superestructura de la verdadera estructura. Y, de este modo, se pierdon oeasiones de intervencién, a su vez -estando con un nifio pequefio, con un adoles- cente plagado de indecisiones estructurandes estructurales-, de un modo histérieamente (re) estructurador. i (O bien el nifio, el adolescente mismo, es tratado-como una superes- tructura complementaria del mito familiar.) El mejor espacio del que los analistas disponemos para no ser devo- rados por estas disyunciones es el dispositivo de las series complemen- tarias, ideado por Freud para dar cuenta, del modo menos reductor posible, de la causacién y gestacién de las neurosis. Del-modo-menos reductor posible: al abrir espacios que existen y consisten aunque de momento queden vacios (la herencia en dichas neurosis), el esquema funciona como en su momento las tablas de Mendeleiev, dejando la posibilidad abierta a la inscripcién de nuevas informaciones y al acontecimiento de lo nuevo, dentro de ciertos limites (limites que, pre- cisamente, hay que replantear). ; 1. Luis Hornstein, Prdctica psicoanalitica e h s He "i ‘ae historia, Buenos Aires, Paidés, 1993. ae indispensable para todo retome no pedestre de las cuestiones involucradas por el término “historia” en el psicoandlisis. = 22. 7ULO I. SERIE YSUPLEMENTO Cualquier discusién, entonces, de las relaciones entre “historia” y “estructura” debe, en dos movimientos: a) ubicarse en ese lugar; b) plantear si el espacio mismo de ese lugar no debe renovarse profun- damente, entre otras cosas, para acoger todo lo que no es neurosis de lo cual el psicoandlisis, hoy, se ocupa. Es lo que procuraremos indicar en lo que sigue. La acotacidn original freudiana ha sufrido un desplazamiento. Este es uno de los problemas que hoy espera ser encarado. Freud armé el montaje de su dispositive con una doble constriceién: dar cuenta de la formacién de una psiconeurosis (el dispositivo explicitamente no pre- tende tener vigencia para las neurosis actuales) en sujetos adultos. Con el tiempo, insensiblemente (y en buena medida a causa de la riqueza del esquema) hemos ido usndolo para todo, sin consideraciones espe- ciales respecto del proceso que se procure explicar, ni por el tipo de patologia, ni por la edad. Sin embargo, esto es saltearse demasiadas cosas. Por ejemplo, una muy importante: tratandose de las psiconeurosis, Freud podia dejar relativamente inactivada la primera de las series, el factor constitucio- nal (lo hereditario més lo congénito). Pero esto varia mucho segin las patologias, como lo muestran las recientes investigaciones relativas a la incidencia de factores genéticos en las psicosis esquizofrénicas y en el autismo primario.” Un factor inercial empuja a que hoy sea demasia- do comin encontrar psicoterapeutas psicoanalistas que estén atendien- do nifios y adolescentes involucrados en aquellas patologias 0 en diver- sas modalidades de trastornos narcisistas no psicdticos sin requerir in- formacién clara sobre la presencia o ausencia de alteraciones neurometabélicas © sobre el estado neuroldgico general del paciente, incluyendo lo que ya se conoce sobre los neurotransmisores euya com- posicién y funciones han podido identificarse. A lo sumo, el eolega ten- dra alguna somera noticia de algiin “electro” que en algtin momento se le hizo al nifio en alguno de los numerosos agucntaderos de pacientes que campean en Buenos Aires. Inequivocamente, esto revela un manejo anacrénico de las series complementarias, un manejo inercial, sin diri- girles las interrogaciones que su puesta al dia esté esperand| Al respecto, la interrogacién capital pasa, eu nuestra opinién, por dos planos cuyo espacio de envolvimiento es diferente: 2, Para una puesta al dia en estos érdenes, una resefa tlil se encontrara en Revista Vertex, N° 9, Buenos Aires, 1990. 23 PRIMERA PARTE. CLINICA Y'TEORIA GENERAL 1) En el corazén de las series complementarias concebidas por Freud esté el evaluar la incidencia y la vigencia de lo infantil en el adul- to, incidencia y vigencia medible por la fuerza de los sintomas, por el alcance de las inhibiciones, por los complejos itinerarios de Ja angustia y las defensas levantadas para su evitacién. Es un desplazamiento considerable el que lleva desde ese infantil mediatizado al uso de dichas series en el nifio y el adolescente ae tales, no el objeto de un relato cuanto el sujeto de un juego. Seria muy extrafio que tatnafia extrapolacién no plantease pro- fundas transformaciones al dispositivo. 2) Si bien una de las complejidades mds interesantes en aquél es su relativa descentracién: tres series independientes en el sentido de su irreductibilidad una a otra y en el sentido de su no contin- gencia: hacen falta las tres (siendo el grado cero 0 el grado cien en una cualquiera un punto de fiecién de elevadisima improbabili- dad); por otro lado, algunas de ellas son més series que otras. En efecto, hay una disimetria en el esquema. Debemos recordar que, por lo demés, aquél no nacia en un vacio de contexto; su refaren- cia es el peso que, en la segunda mitad del siglo XIX, tenfan las eoncepciones centradas en lo hereditario para el caso de las en- fermedades “nerviosas”. Disponemos de abundantes huellas en los primeros textos freudianos de la gravitacién de esa postura como para comprender que el dispositivo de las series comple- menitarias se forja en el debate con aquella. Al mismo tiempo, no esta en los planes ni en el tipo de pensamiento de Freud recurri ama: simple inversién que no dejara espacio alguno a lo heredi- tario (contrariamente, a veces, le pedird apoyo en cireunstancias més que dudosas). Pero la “estrella” del dispositivo, la serie mas estrechamente comprometida con lo nuevo que Freud_propone. lo que lo especifica en tanto teérico y en tanto deseubridor, es la de las experiencias infantiles. ; Esta es la primera disimetria en el esquema. Existe una segunda, entre lo que Freud engloba bajo el término “disposicion a las neurosis” (lo constitucional sumado a las experiencias infantiles, vale decir, la articulacién de las dos primeras series) y el factor desencadenante a 3. Estoy refiriéndome, claro, a los préstamos filogenéticos en que Freud se compro- mete para dar sustento a algunas hipstesis, como es el caso en lo atinente a las pe 1 24 Captruto I. Serie ¥ SUPLEMENTO que se reduce la tercera, y que estard a cargo de representar “los dere- chos” de lo actual, de lo accidental, del acontecimiento en su sesgo menos previsible. Desencadenar una disposicién es un poder, pero no dispone del poder de la disposicién (y se entiende que es substancial para la apuesta freudiana que ni lo actual ni lo prehistorico -en el sentido de lo biolégico- tengan el mismo primer plano que las experiencias infantiles).” Existe una vuelta, una via de entrada, para‘asir a un mismo tiempo y de un solo golpe los dos planos en cuestién: si no queremos aplicar (vale decir, usar sin reflexién alguna) las series complementarias tal como estén a un nifio oa un adolescente con quien estemos trabajando, el eslabén mas cuestionable de la cadena es el del factor desencadenante. Supongamos que los padres de nuestro hipotético paciente (mas que hipotético me valgo de una suerte de persona mixta o eolectiva) se han divorciado; y supongamos también que, por el modo y las circunstan- cias en que ello se produce, esto acarrea una serie de efectos reconocibles en el paciente (vuelve, por ejemplo, a una abandonada enuresis noctur- na, 0 ineurre en una seguidilla de actings out, que culminan en abando- nar sus estudios): es imposible, por esquemético y simplificador, categorizar dicha rotura de la familia como un factor desencadenante Pues se trata de una subjetividad con un “aparato” en plena y fluida formacion, formacién en la cual las cosas que el inconsciente de los. padres hagan tendrén un valor estructurante, encadenante en todo caso. Por ejemplo, el modo de ocurrir y tramitarse la separacién puede sellar para ese paciente la imago de la pareja heterosexual con una pauta gado-masoquista o de encarnizamiento paranoico. Esto va mucho més allé de desencadenar lo preexistente, va en la direccién de encadenar (ligar, conectar, hacer banda, asociar) lo que habré de existir a destiem- po (pongamos por caso, al tiempo de su primera gran elecci6n amoro- sa). Sin operar este desplazamiento de factor desencadenante a factor eneadenante, entre otras cosas, es imposible no incurrir-en-un-uso-aplé cado y reductor del dispositivo, reductor de la diferencia que media entre un nifo, ni siquiera terminada su mielinizacién, y un adulto zado.° A menos que se quiera proceder como (pretendidamente) esta 4. Mas adelante, a través de los préstamos mencionados, Freud elevaré el peso de lo hereditario, bien que de un modo mds mitobioldgico que acorde a la marcha de Jas ciencias naturales. En cambio, no habré una revisién similar para la tercera de las series: antes bien, el recurso a lo filogenético recorta atin més su incidencia y su gravitacion. 5. Deseo limitarme aqui -para no entrar en la consideracién de si tal conceptualizacién de la tercera serie como (slo) desencadenante no merece los mas serios reparos también- 25 Pima PARTE. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL . Melanie Klein —la mds ortodoxa en este sentido y hacer retroceder todas las fechas de un modo tal que todo cuanto ocurra tras unos pocos meses de vida ya sélo sera desencadenante de ansiedades y defensas configuradas en posiciones en lo substancial ya estrueturadas. Poco ; - de propiamente nuevo una larga vida humana podré agregar Pero, a la vez, la cuestion de si o no producir este paso del concepto clasico de factor desencadenante a un concepto mds contempordneo como el de factor de encadenamiento o factor encadenante desemboca en un segundo plano de mas amplios alcanees (y que, subterraneamen- te, a nivel de los postulados silenciosos, gobierna el primero): la cues- tién de lo complementario, la cuestién de que las relaciones entre las series sean planteadas y definidas como de complementacién. Si ello es asi, es sobre todo por el estatuto desigual que hemos sefialado y que afecta particularmente la serie actual: en tanto su funcién excluyente es desencadenar lo pre-parado, pre-dispuesto, la disposicién dispuesta en otra parte (sélo) complementa lo entretejido entre las otras dos. Le esta precluida la posibilidad —més atin 0 peor atin: la potencialidad.- de agregar, engendrar, afiadir, causar, hacer emerger, algo nuevo, inédi- to, algo no pre-dispuesto en aquellas. Por cierto que, dlinieansnte, es facil comprobarlo en la lectura: Freud no descuida nunca el factor ac- tual, “accidental”. Al contrario, abundan ejemplos de con qué sutileza establece los puntos de emergencia coyunturales de una irrupeidn pa- tolégica. Si se tratara de “reprocharle” algo ~actitud propia de quihas lo quisieran un Otro absolutamente absoluto-, entonces habria que objetarle que cuide demasiado de |o actual, del lugar de lo actual como factor gatillo y sélo eso. Puede vérselo medirse con lo més actual del saundo que le toca a todo analista enfrentar, la (neurosis de) transfe- rencia. E] modelo que Freud encuentra mds apropiado para pensarla es un modelo de escritura: el cliché tipografico. Nada mas adecuado par: excluir toda demasia de rebasamiento de lo que en fisica se ‘lenomiaan “las condiciones iniciales”. Asi, la no invitada transferencia -en si mis- ma un emergente espontaneo e inesperado en lo que se queria tranquila labor de desciframiento- es reducida de un solo golpe a complemento de Jo que la desencadens para que, a su vez, fuera un factor desencadenante al terreno del trabajo con pacientes adultos. P: rn -refiero no adel: cuestién de un modo que sonard como global y polemic, o mejor dicho alo oolecres he mas prudente y sdlido avanzar por el costado de investigaciones eliniess de detalle. Ge 26 Caprruvo I. Seeie ¥ suPLeMexro més 0 menos utilizable en el andlisis, Tan es asf que Freud conjurara el fantasma metafisico de la presencia plena (la transferencia permitiria operar “in vive” como no se podria hacerlo “in vitro”; “en vivo y en directo”) con tal de conjurar los poderes demonfacos de la transferencia en tanto eventuales productores de algo mas alld de la reproduccion de un patrén neurético. Por supuesto, este cliché en la teorfa psicoanalitica de la transferencia como cliché -al dia de hoy, el florecimiento de una nueva escritura, la de las computadoras, facilita una reconsideracién a fondo de aquella figura de fijeza tipogréfica— dificult mucho a Freud y a sus sucesores (por lo menos, hasta Lacan y Winnicott)’ elucidar los resortes de su poder y darle un sitio claro en la metapsicologia. Como cada vez que Freud se ve en el apuro de pensar algo en la perspectiva de lo nuevo, aun cuando, y sobre todo eso: lo nuevo que su propia pujancia textual ha generado., Las paginas en blanco de la metapsicologia, por esto, corresponden a la sublimacién. He aqui una aporia: geémo avanzar en su conceptualizacién, en el marco de una teorfa de lo com- plementario, de dimensiones y relaciones de complementariedad? Otro tanto cabria decir, irénicamente, de la categoria de la genitalidad (que, ademds de aplicarse a rajatabla en el sistema freudiano de determina- ciones (pre) histéricas, quedaria excluida de tener cualquier ineidencia estructurante en la experiencia subjetiva). Cada ocasién en la que Freud debe dar cuenta a fondo del rasgo diferencial de un fenémeno sin el recurso de la remisién a un anterior, se encuentra privado por su pro- pia mano de herramientas teéricas para hacerlo. Otro indice textual: el sepultamiento del complejo de Edipo, su “desintegracién” en el incons- ciente, idea que llevaria a renovar los clichés analiticos en cuanto a “el hallazgo de objeto”, se enuncia en un par de lineas... Los mismos postu- lados freudianos impiden procesarlo. Escribiendo las palabras mas precisas, en la teorfa psicoanalitica freudiana y post-freudiana, salvo muy contadas-exeepeiones (habitual- mente en posiciones nada oficiales), falta, y est haciendo falta, intro- ducir'la dimensién, la categoria, de lo suplementario.’ El suplemento es 6. Némina a la cual habria que agregar a Enrique Pichon-Rivitre, quien entre noso- tros se esforz6 por forjar categorias psicoanaliticas para un tratamiento menos reduc- tor de lo nuevo en la existencia humana. Ain y hasta en articulos de divugacién (como los que escribiese para Primera Plana, allé por 1964-65). 7. Para lo suplementario, hay que seguir el hilo de Jacques Derrida. Bl texto que no sélo lo tematiza sino que lo pone en accién. es Glas. No habiendo traduccién castella- na, y no disponiendo aqui de la francesa, remito la excelente traduccién norteameri- cana de J. Leavey dr. y R. Reud, University of Nebraska Press, 1974. Primera Parte, CLUINICA Y'THORIA GENERAL Jo que no estaba antes, no estaba pre-moldeado en ningiin tejido secre- to ni en las astucias significantes de ninguna combinatoria. Tampoco se lo puede cernir, en lo que tiene de especifico, como “efecto” de una Jugada estructural: antes bien, es lo que suple (y a la vez resiste), lo que una estructuracién cualquiera no tendria para dar. Se lo entiende me- jor, al menos para empezar, bajo la especie del pedazo de sobra, del afiadido, lo que esta de mas. En ese sentido es que me he referido al Jugar como muy esencialmente del lado del suplemento. Para la pers- pectiva “hegeliana” de los grandes, de los cuidadores, jugar es lo que siempre esté de mas en una cualquiera operacién cotidiana (v. el bebé comiendo o bafidndose). El paso que estoy insinuando es, entonces, desbordar el dispositive de las series complementarias en lo que tiene de cerrado, complejo pero cerrado, sobredeterminado (subrayamos sus méritos) pero cerra- do, y proceder a una reformulacién en términos de series suplementa- rias, Io cual no perjudica lo diferencial de ninguna y permite, en cam- bio, liberar la poteneia reprimida de cada serie. Por ejemplo, ello per- mitirfa, también, licuar una cantidad de pseudo-problemas, de los que devanan los sesos de nuestros colegas. Muchas veces he escuchado, con la perplejidad un poco zozobrada del que estd timidamente interpelan- do un dogma cliché desde la humilde artesanalidad de su experiencia cliniea: glos afios de la adolescencia tienen algin valor propio en la estructuracién del psiquismo —es lo que ellos han de hecho registrado atendiendo pacientes en esa condicién— o se limitan a “reeditar” con variantes de detalle lo que ya est, lo dis-puesto? Es éste un perfecto ejemplar, mas un ejemplar de lo ejemplar que un mero “ejemplo”, de falso problema, produeido al meter esa rica zona de transicionalidad suplementaria que llamamos “adolescencia” en el lecho de Procusto, de una complementariedad que no le dejarfa otro papel que el de “desenca- denar”. Desgraciadamente, son demasiados los analistas que tienen ‘su pensamiento encadenado al sistema mecaniscista del factor desencadenante. Nada puede haber de mas peligroso para el futuro de una disciplina relativamente joven (aunque infiltrada de motives mu vetustos),-como lo es el psicoanilisis, que encontrarse sin categeriag conceptuales de base, no ad hoc, en el plano de los postulados silencio- soe fundamentales, para pensar e inseribir lo nuevo. Lo eual no signi- Ca pars i i ae - Soe: todo lo investigado en el terreno de la compul- Pero la teorfa psicoanalitica también sufre de compulsin de repeticién. 28 Captruto I. Semi Y SUPLEMENTO Apoyos suplementarios: en las regiones més remotas e imaginativas de la fisica contempordnea, la cudntica (Ia “filosofia experimental”, como gustan Hamarla algunos de sus exponentes mds hicidos),” se ha produ- cido un replanteo y una modificacién de consecuencias epistemolégicas muy trascendentes en lo que hace al estatuto de las condiciones inicia- les de un proceso. Tradicionalmente, la vigeneia de estas condiciones iniciales (caso paradigmitico, el de la mecdnica clasica donde Freud tanto abrevara) se mantenia inalterada a lo largo de todo el proceso que presidian, al punto de que este proceso fuera pensable como una combinatoria encerrada en el marco de dichas condiciones iniciales. Tanto Freud en su concepcién del determinismo de los primeros afios de la vida como el estructuralismo psicoanalitico en sus inflexiones més formalistas —no siempre las de Lacan, sobre todo no siempre las de Lacan texto— se hacen eco -el primero de una manera mas directa, pues la tematica de las condiciones iniciales en la mecdnica y en la termodin4mica le son una referencia y un ideal explicito— de esta forma de neutralizar el acontecimiento posterior, segundo, que se ve categorizado como puro derivado de dichas condiciones iniciales. Esto se traduce patética y casi caricaturescamente en el modo en que algu- nos analistas no pueden encontrar en el material del nifio otra cosa que una vineta ilustrativa de lo que han “escuchado” -el logocentrisme hace aqui una muy caracteristica aparicién— durante las entrevistas con los padres. © bien nos sorprende la facilidad con que algtin colega hace derivar —rectilineamente, el tiltimo destino de las series complementa- rias, como el de esas vidas en declinacién, es terminar en series rectilineas, pero es el colmo achacar esto a.un “ser” freudiano o lacaniano- un complejo y grave estado de cosas actual de un improba- ble trauma de unas décadas atras. Pues bien, lo que la cudntica descu- bre es que en su campo -harto mds afin al del psicoandlisis que el de la macrofisica—, las condiciones iniciales tienen un poder-y-un-aleance— limitado en el tiempo; transcurrido cierto lapso caducan, lo que sobre- viene en el proceso ya no depende de ellas. Han muerto. “Traducido” al psicoandlisis, esto implica que un primer ano de vida dichoso y sin eon- trariedades puede desembocar, contra lo postulado por Melanie Klein, 8. Por supuesto, no cabe aqui sino referirse a La nueva alianza (Madrid, Alianza, 1983) y a Entre el tiempo y Ja eternidad (Madrid, Alianza, 1990) de Prigogine y Stengers. Obras especialmente aconsejables para aquellos psicoanalistas que ain esperan algo de no se sabe qué remozamiento 0 recombinatoria o vuelta a las fuentes de la metapsicologia freudiana, muchos de ellos comprometidos en una critica més regresiva que productiva de la textualidad de Lacan. 29 ‘Primera PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL en ese paciente gravemente afectado por una patologia de considera- cidén en el curso de su adolescencia, por ejemplo. (La irrupeién de vio- lentos trastornos post-puberales, unas cuantas veces sin ninguna apo- yatura en la nifiez a la cual tranquilizadoramente remitirse, es uno de los hechos clinicos que mas impugnan el dejar las series freudianas tal como estan.) Dicho de otra manera, a su propia manera la fisica en- cuentra la dimensién suplementaria y con ella un universo més com- plejo, mas abierto al acontecimiento, més cerrado a lo encerrante del claustrofébico mundo complementario. El fisico no podria deducir del estado actual del sistema las condiciones iniciales. Imposible rehacer el camino a la inversa. Diseminacién del origen. Algunas décadas mds tarde, un avatar teérico del psicoandlisis pue- de servirnos para, recogiendo las marcas de la repeticién, poner a prueba la dimensién del suplemento. En la década del 70, Jacques Lacan introduce un viraje tedrico que lo lleva a replantearse el esta- tuto de lo que en su teorfa se nombra “lo Real”, anudado al modo borromeo, o sea, en un espacio post euclidiano, con los registros de lo Simbélico y lo Imaginario. De la (compulsién de) repeticién da cuenta el que esta modificacién advenga un poco tarde: Ja balanza pesa dema- siado del lado de la pareja imaginario-simbélico, con su combinatoria determinativa isomorfica del par constitucién-experiencias infantiles freudiano. Lo Real esta a cargo de las potencias imprevisibles del acon- tecimiento. En la repeticién hay un suplemento: lo Real esta anudado pero en una vineulacién de suplementariedad. Se desencadena, mas que desencadenar lo pre-existente. A diferencia de lo que Lacan circunscribe como “realidad”, es sobre todo lo que no se complementa con les otros dos registros (los cuales, en cambio, en el sistema de Lacan se complementan muy bien, demasiado bien en el orden de una subordinacién radical y taxativa de lo imaginario), lo que no cierra, “no cesa de no escribirse” alli donde se escribia el triggering del factor desencadenante con su gracia mecanicista. Que se haya trivializado lo Real en una apologia del actin, analista no nos incumbe ahora. Ni aqui. Series suplementarias, entonces. Factor de encadenamiento (Bindung), de lazo, de ligaz6n, de ligadora, de sujetamiento (no siem- pre) subjetivante. Nuevas desplegaduras para lo constitucional. En ri- gor, su desdoblamiento: del 1) Por una parte, cada vez que nos alejamos del terreno neurético, la incidencia relativa de los factores biolégicos debe ser atendida (y si 30 Capiruvo 1. Seat ¥ SUPLEMENTO ello no fuera mucho pedir, entendida) por el analista. Y evaluada de una manera menos tosca; si recordamos que la presencia y la pregnancia de factores hereditarios y/o congénitos no se opone a la psicoterapia. Todo lo contrario, la hace mds insustituible en la me- dida en que encontramos a un nifio y su familia abrumados por una “exigencia de trabajo” pesada e impiadosa. Ademds, aquella eva- luacién més fina puede y debe ayudar a la psicoterapia analitica a disefiar con ms cuidado sus caminos y sus objetivos en cada caso. 2) Por otra parte, el aporte mayor, quizd, el mas generoso, de la teoria del significante en psicoandlisis, y del andlisis estructural de Jakobson y Lévi-Strauss que esta por detras de ella, ha sido ~y con plenitud de vigencia- pensar sistemética, organica y clinicamente el peso de la prehistoria, del mito familiar, de lo que antes era, vagamente, “lo cultural” o “lo social” 0 “el ambiente”, en una declamatoria de lo global, “elaboracién de lo obvio”, como escribfa Marcuse. Este segundo sentido y vector de “lo constitu- cional” debe destacarse y mantenerse, pues tiene tanto poder como el de lo genttico. a¥ qué de las “experiencias infantiles”, de lo que en rigor Freud deberfa escribir como experiencias sexuales infantiles? Como es esperable siguiendo el hilo de lo anterior, tampoco esta no- cién permanece intacta. Hay dos caminos principales para su replanteo: 1) El primero es clinico. La solicitacién que el psicoandlisis ha ex- perimentado por patologias que no eran las originales que lo disefia- ran, el hecho de no estar preparado pero sf en general dispuesto a los desafios y avatares -que ineluyen en pocas desventuras— de tal solici- tacién, iré, inadvertidamente y como a destiempo, haciendo deslizar ta cuestién: el punto ya no-es-tanto-el-de- un-adulto-enfrentado—al- retorno disfrazado de experiencias infantiles inasumiblemente con- flictivas; el punto es ahora un niio en parte o en todo desubjetivado, o en peligro de desubjetivacidn creciente, un nifio incapacitado para te- ner y sostener experiencias de nifio. También, a veces, un nifio goza- do por y para las experiencias de otro, de un adulto que lo desposee. O vaefamente entregado al Superyé de nadie. De lo cual resulta un inevitable desplazamiento. El analista se ten- dr que preguntar ya no por la significacién de determinadas expe- riencias, sino por las consecuencias de las experiencias que no tienen lugar o no tienen ningtin significado, o bien por aquellas —como las 31 ~~de rodeos, tan ‘Prierra parte. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL antiexperiencias de] autismo~ que operan en negatividad. Los dos ca- $08 no se oponen alternativamente se suman e imbrican a un tiempo. 2) Todo esto se puede hacer, y de hecho se llevé a cabo, sin demasia- da preocupacién por interrogar a la nocién de “experiencia” en si mis- ma, dada por sentado durante mucho tiempo y luego rechazada, desincluida, por las lecturas mas de buena letra derivadas de la lingiifs- tica y de la antropologia estructural. [Conviene tener presente que di- chas corrientes se tomaban el trabajo de controvertir e invertir los términos de los movimientos existenciales de la post guerra, muy en torno, siempre, a las categorias de la experiencia subjetiva. Esto luego retornara como real, por ejemplo, en un vocablo como el de “acto”, recordaéndonos que esta sin hacer un estudio minucioso de las rafces de las fenomenologias existenciales (no siempre) subterrdneas al texto de Lacan]. Claro que hay una alternativa otra a esta contraposicién entre modalidades de empirismo psicoanalitico mas 0 menos marcados de Ppositivismo y el ideal de la “estructura sin sujeto”: se firma Winnicott. En Winnicott, y ya muy temprano, pero cada vez mas, se abre paso el planteo, fundamental en su posicion teérica y en su ética como analista, de bajo qué condiciones, bajo qué complejas y delicadas condiciones, algo llega a devenir una experiencia de una subjetividad que se apropia de sf misma, conflictivamente y siguiendo las lineas de clivaje entre incons- ciente y preconsciente, al hacer de aquella su experiencia. Inflexién esencial: la pregunta gqué es una experiencia?, como pregunta frontal, ingenua, si se quiere, se muda a {qué cosas tienen que darse para que una subjetividad emergente a su través tenga experiencias, en lugar de, por ejemplo, adaptarse a los requerimientos del medio? (por lo mis- mo, ese fener se situard muy heteréclito respecto de lo que un-criterio conductista definirfa como experiencias). Aqui y all4, en su estilo elusivo, extratio a toda discursividad de corte universitario, Winnicott iré arrimando criterios para sostener la abertura de aquella interrogacién y para hacer del fener experiencias, de la “eapacidad para 9. Tanto como 1941, fecha de escritura de “La observacién de nifos en una sit 6 Bja” seritos de pediatria y poicoandlsis, Bercelona, Laia), También en 1950-34 “La agresién y el desarrollo emocional” (ibid.). Pero las referencias y las “pequefias” incur- siones en esta probiemstica se encuentran salpicadas en la mayoria de sus textos, ¥ son uno de los ejes que mueven su escritura -ver también “De vuelta por Winnicott” reoogido en este mismo libro, donde apunto a una investigacién faltante: la de una “metapsicologia” “secreta” y no freudiana en Winnicott. 32 ‘Captruto L. Serie YSUPLEMENTO tener experiencias” (lo que usard hasta para brindar una definicién sui generis de las neurosis), una categoria fundamental de la clinica psicoanalitica y del diagnéstico diferencial y de la psicopatologia que dicha clinica funda. Algunas de sus notas distintivas: TI) Apuntalarse en funciones parentales no interfirientes para de- jar paso a lo que més intimamente apuntala esa capacidad: la espontaneidad del nifio, su desear, en tanto tal, incondicionado, lo que no puede ser causado.'" Por eso, el paradigma de la fun- cién cuidadora cumplida, para Winnicott, es esa escena de escri- tura singular donde el nifio juega a solas en presencia del adulto sostenedor. No el adulto que “se relaciona” con el nifio, sino el que puede protegerlo de las intromisiones de dicha relacién. I) El fenémeno de emergencia, manifestado como pulsidn de aga- rrar algo y la aceptacion “de la realidad de que desea” (61 y sélo él, él en tanto él) lo que agarra y, sobre todo, desea agarrar; ni para otro ni automatismo fortuito. TD El establecimiento de una secwencia, término al que Winnicott da mucha importancia, reacentuada al final de su vida. La capa- cidad para tener experiencias (y la concominante de las funcio- nes del medio para propiciarlas) se mide en la posibilidad de instaurar y Hevar_a cabo secuencias —en lo esencial, secuencias de juego— cuyo despliegue se termine solo. Evocamos en este punto la particularidad-de deshaeer secuencias en curso, brusca y explosivamente por parte de nifios con funcionamientos del orden de la psicosis confusional (Tustin). A cierta altura de lo que parecia emprender un curso tranquilo de armado, de erec- cién, de un juego, el nino revolea las distintas piezas a todos los puntos cardinales del consultorio; Ia secuencia en ciernes se va por un agujero. Por su parte, el objeto sensacién del autista dctiene la secuencia en su primer paso y hace caricatura de un circuito a través de lo inamovible de un estereotipo que carece de toda posibilidad interna de despliegue. En el nifto depresivo, 10. El nifio, en esas condiciones, se definira come capaz de “tener sus propios conflic- tos”. Ver Expioraciones psiconaliticas, Buenos Aires, Paidés, 1991. 11. Por lo tanto, un no complemento de nada ni de nadie. La espontaneidad es el nombre en Winnicott del suplemento: un operador tedrico para alejarse de la escolds- tica metapsicoldgica mas que un concepto propiamente dicho (relativo, en tanto tal, a un sistema de conceptos). 33 PRIMERA PARTE. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL m a su vez, la adherencia al otro que restituye-destruye su autoestima, le impide a aquél extraer y extraerse de la mirada portadora de significantes del Superyé para ir desenrollando se- cuencia: no hay partida de esa sombra que deja poco pie al asom- bro de la exploracién hidiea. E] descubrimiento del otro como alieridad, el paso del re} tro del objeto donde el sujeto a su vez no cesa de estar objetalizado— al registro del tro, de lo que prefiero escribir otro para justamente escribir la diferencia con el otro en tan- to lo mismo narcisista: con gtro designo, también, lo que de irreductible tiene mi propia otredad. Sin esta dimensién, no se puede hablar para Winnicott de experiencia, en el sentido de que la capacidad para tener experiencias incluye decisiva- mente el descubrimiento de otra subjetividad mas alla de todo objeto. Lo que he reescrito como dtro, Winnicott lo formula algo desmanadamente como “objeto externo”, en un contexto de muchas insistencias sobre la naturaleza externa de ese objeto externo y “verdaderamente” externo. Desmanadamente dije, en tanto el par interno/externo és irrelevante en cuanto a la categorfa de la alteridad. Si hay wna prdctica que lo sabe, que vive cotidianamente esto, es la del psicoandlisis. TV) En suma, y volviendo a gstas series que tratamos de reescribir su- plementarias, la problematic, del contenido de las experiencias infanti- les, de las experigncias infantiles como contenido (con una cierta ten- dencia, en la pérspectiva freudiana, de que sean experiencias més bien padecidas: pasivamentedecidas que(arre)metidas por una subjetividad) se desplaza a la forma, al hecho, al hecho de tener y soportar experien- cias, a la capacidad para firmarlas en la propia carne. (El interés que el nifio de la lecto-escritura evidenciaré jugando a ensayar firmas, a “en- contrar” es decir, inventar- (es lo que Picasso, y Lacan tras él, decia con un “no busco, encuentro”) la suya: la que lo hard mds suyo, no es por cierto un acto de imitacién social superficial ni mera adquisicién de desarrollo). El tema, que no estamos declarando caduco, del contenido de unas experiencias infantiles, debe pensarse en el interior de esta nue- va categoria, abrumadoramente més fundamental. Clinicamente hablando, no existe cosa que nos preocupe mas en un paciente, nada de pronéstico més sombrfo, que encontrarlo incapacitado de experienciar lo que fuere come de sw marca, de su agencia, mala o buena, placentera o sufriente, sana 0 patégena, consciente o inconsciente, pero irreduetible de st. 34 Captruo I. Seis Y SuPLEMENTO La destruccién o no apertura de este registro, del registro de esta capacidad, de lo irreductible de sf, supone un dajio en el plano de la experiencia de la vivencia de satisfaccién, cuyos eventuales destinos patolégicos comenzamos a pensar en un libro reciente.” Por ahora, y a esta altura, esto lo dejamos indicado. Indicado en las series. Y como suplemento. Ese “de més” de la firma, de poner la firma (pudo no estar: tiene su historia), ese de mas de ser capaz de inscribir como su experiencia lo que ni siquiera lo es (pues no le es para nada transparente), ni Jo serfa de no mediar la firma que afirma la propiedad de lo que no poseemos pero es nuestro, si hemos de ser subjetividad. La capacidad para tener experiencias jsexuales? Freud deberfa o podria haber escrito experiencias sexuales infanti- les; no la letra, en el espiritu de su propuesta y de sus investigaciones clinicas. {Se traslada esto, sin mas, a la categoria del hecho de tener experiencias forjada por Winnicott? ,Cémo puede articularse la eues- tidn de la sexualidad en esta reescritura? Por lo pronto, y dejando planteado el problema, hagamos notar lo siguiente: 1) Distinto de como Freud lo fabulara en el marco de su “splentud isolation” (0 sea, de su necesidad propia de investirse come el héroe en soledad), la sexualidad infantil como tematica, como contenido, tuvo la mas amplia difusidn y aceptacién. Hoy se la encuentra como moneda corriente en las publicaciones mas banales. Claro que, entre tanto, Freud la habia puesto, postu- Jando lo nuclear del complejo de Edipo, bajo la égida de los pa- dres, la habia derivado -de una perversidad polimorfa rebelde a toda familiarizacién- en monumento al poder de los padres en el psiquismo infantil, base de las grandes “instituciones del Yo”. El nifo perverso polimorfo podfa ser una figuracién de lo inquie- tante y de lo extrafio para “los grandes”, pero el nifio edi cambio, les devolvia su poder de un modo mucho més tranquili- zador (ver qué visible es en las entrevistas eémo los padres se 12. Ricardo Rodulfo, Estudios Clinicos, Buenos Aires, Paidés, 1992. En particular, los dos tiltimos capitulos. 35 ‘Primera PARTE. CLINICA ¥TEORIA GENERAL 36 regodean imaginando preferencias edfpicas). En todo caso, las principales dificultades —y, a veces, las de mayor gravedad— del adulto parecen referirse a soportar la idea de un nifio capaz de actividad de fuentes no derivadas de la identificacién con él: no tanto que las experiencias sean sexuales, sino e] mode en que lo sean, vale decir, que verdaderamente tengan el cardcter de ex- periencias irreductibles al influjo parental. 2) Por otra parte, el trabajo directo, extenso y sistemdtico con nifios y adolescentes durante varias décadas (ya cerca de medio siglo) ha ido dando lugar a la construccién de otro retrato. El “clasico”, en psicoa- nalisis, es el del perverso polimorfo, entregado a una pluralidad de regimenes erégenos cuya meta converge en la busqueda de placer. Es diverso el que se va trazando a la luz. de la elfnica —el anterior es un nifio (reJconstruido-; el-eje es ahora el jugar, no sélo la actividad Iidica del nifio como tal: lo puisivo, lo més propiamente pulsivo del nifio se traslada al jugar, a desear jugar, al deseo como deseo de desear jugar. Cuando eso arranca —jy vaya si eso arrancal, he trata- do de puntuar sus pasos en El nivio y el significante— recién, cuando eso arranca, “los grandes” estamos seguros de que alli hay (algo de, como,) subjetividad. Tanto que lo sexual del nifio, cuyo inventario el psicoandlisis prolijamente ha realizado, parece segundo égicamen- te hablando- a la pujanza y al empuje de esta emergencia del jugar. En otras palabras, sin esta dimensién desplegada puede haber por- nografia (el nifio autista es todo un paradigma de esta devaluacién de la sensorialidad) pero no erotisme, que siempre se dice en vocabu- lario del juego, y bien literalmente. 3) Last but not least, deberiamos considerar una modificacién en el léxico freudiano, que “cediendo en las palabras” (ver “Psicologia de las masas y analisis del Yo”) introduce el término Eros, erotis- mo, entre la sustitucién y una formulacién de rango mas abarcativo respecto a la “cruda” palabra sexualidad. (Si bien no es nada segu- ro que este “tiltimo” Freud sea el de un progreso tedrico, tenien- do en cuenta el peso muerto del principio de inercia que tanto gravita en dicha reformulacién y en su direccién especulativa, “Eros y Ténatos”, no sin disyunciones y fisuras respecto de la experiencia clinica). Aun en términos sélo freudianos, y aun cuando Freud no lo encaré, esto deberia repercutir en la concepcién més establecida de la sexualidad infantil. Capitulo II Desadultorizaciones. Un pequeio estudio* D Desde hace ya algunos? muchos? aiios —indecidiblemente (“...poco empezé con las hipétesis de Melanie Klein que incorporaban las ansie- dades psicéticas a la metapsicologia...”, “..poco empez6 con el trazado de nuevas configuraciones como las que hicieran Kanner y Spitz sobre nifios extremadamente pequefio: interés teérico por y la experiencia clinica con patologias graves en la més tierna edad no cesan de acrecentarse. Un dato tan bueno como cualquier otro: la proporcién de textos respecto a la masa total de tex- tos en psicoandlisis tiende también a aumentar (sobre todo si el lector anda en busca de ideas originales). Lo que por ahora nos viene faltando es cierta reflexién de conjunto que: a) dé cuenta del impacto de las cuestiones que plantea la patologia grave temprana en el campo entero de la psicopatologia de inspiracién analitica; y b) pliegue sobre sf la cuestién misma de lo “grave”, para pensarla e interrogarla de una ma- nera més libre del centro en el adulto que ha trabado el desarrollo de la psicopatologia infanto-juvenil. Mientras esa reflexion mas amplia se compone, este bosquejo viene a preocupar su lugar. , “poco empezé {con quién?)- el II) Adulteracienes En esas historias de gquién fue?, quién fue?, Anna Freud tiene un lugar puntualmente claro. En un texto de 1970," levanta el acta del fracaso de una suposicién, aquella que imaginaba una continuidad sin fisuras de *Publicado en Actualidad Psicoldgica, N” 191, Buenos Aires, 1992. 1. Anna Freud, Neurosis y Sintomatologia en la Infancia, Buenos Aires, Paidés, 1977. 37 Primera parte. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL las patologias del nifio a su devenir como adulto, continuidad que confir- maria las inferencias previamente conjeturadas por el psicoandlisis de adultos y su original versién de nifio: “el nifio reconstruido”.” Todo hubiera salido verdaderamente bien redondeado (y la apari- cién del mitema metafisico de la circularidad como “buena forma” por excelencia es una asociacién plena de sentido aqui), sélo que la puesta a prueba, Anna Freud ya observa, daba otra cosa: discontinuidad, recomposiciones tortuosas, regularidades de lo imprevisible. El texto tiene efectivamente valor de acta porque esta brecha entre la patologia obtenida y la patologia buscada es lo que ofrece el terreno para que se justifique apellidar, especificar una patologia como del nifio y del adolescente. Y eso floreceré. En lo inmediato, dos puntos se desprenden: ’ La psicopatologia de la vida animica temprana como una serie de manifestaciones que no se dejan gobernar por las categorias y los supuestos de la psicopatologia establecidos en el andlisis con adul- tos (y nos referimos sobre todo a aquella con mds pretenciones de funcionar como una teorfa general de la subjetividad, desplazan- do a la metapsicologia clasica, es decir, la psicopatelogia que hace de “las estructuras” formas a priori de la experiencia, rejillas que se aplican a todo el mundo, lo que en sf mismo es todo un ensue- fio psiquidtrico). La psicopatologia de la vida animica temprana como una serie de manifestaciones que, no limitdndose a resistir, irrampen, desorde- nan las simetrias, las prolijidades, las postulaciones mas amadas por la opinién media de la comunidad analitica, poco dispuesta a sacudir su modorra para ponerse a sospechar que, al menos en algunos as- pectos, su nifio reconstruido puede ser un nifio adulterado- Pequefias constataciones de esta situacién: a muchos analistas les encanta referirse al (0 que les cuenten del) “sujeto descentrado”. Pero no les gusta nada que las malformaciones graves mas precoces (depre- sién, autismo) se desmarquen del concepto del complejo de Edipo como “nuclear” (Freud), es decir, como nuevo centro para el excéntrico. Las 2. Adoptando la excelente expresién propuesta por Daniel Stern, ver, de su autoria, El ‘mundo interpersonal del infante, Buenos Aires, Paidés, 1991. 3. Los analistas “de adultos” deseartan el hecho de que leer textos escritos por psicoanalistas “de nifios” pueda resultarles indispensable o siquiera de utilidad. 38 saa \Capfrovo IL. Desapuvrorizactones. UN PEQUENO ESTUDIO; teorizaciones cldsicas sobre la fobia, aun bajo su remozamiento estructuralista (Perrier, Lacan), se ven desbordadas por la ubicuidad, por la precocidad de las fobias: si se quiere a toda costa mantener el complejo de castracién en posicién de eje para explicarlas, esto conlleva el riesgo de metaforizarlo tanto que se vuelva peligrosamente analégico, con pérdida de especificidad conceptual (Freud ya habia advertido perfec- tamente ese peligro). La composicién del trauma con su peculiar tempo- ralidad a posteriori, sin perder validez, pierde derechos de exclusividad: no es asi el régimen de lo traumatico en las patologias mas graves y precoces (nuevamente, autismo, depresién): la madre vuelve y encuen- tra la ausencia —a veces irreversible— del nifio ya sin mirada. Un solo tiempo. Las ceremonias de la obsesividad como minimo se desdoblan, pues no se puede asimilar su desencadenamiento ligado al retorno de lo reprimido con los procedimientos automatizados que buscan tender al- guna clase de puente sobre un agujero, caso de los rituales que forman parte del autismo tanto en su acepcién nosolégica mds conocida como en sus miltiples y atin malinventariadas diseminaciones caracteriales (lo que me ha Ilevado a pensar, a fuerza de precisar un poco ms las cosas, si no conviene reservar para las primeras formas el término de obsesionalidad y hablar de obsesividad en el segundo caso). A su vez, las prolijas demarcaciones sin resto que contrastan conversién y somatizacién se vuelven indecisas, himencides, en miuiltiples manifestaciones (no sélo patolégicas) del nifio que amenazan, especialmente, contaminar de “organicidad” la pureza psfquica de los mecanismos de conversién. Ni el pediatra ni el psicoanalista (como en otras ocasiones tampoco el neurélo- go) pueden poner las manos en el fuego por la opeién entre “conversiva” y “somatica” para una serie de afecciones a repeticién, como las anginas en ciertos chicos. Des cosas insisten en todas estas observaciones: - una reaparicién irreprimible de la pluralidad alli donde —sobre todo en las grandes tentativas estructuralistas— se habia tratado de poner los fenémenos en el orden, en Ia ley de la singularidad; 4, Remito al concepto de himen, en J. Derrida, como elemento conceptual indispensa- ble para pensar el problema de diferencias no oposicionales, inabordables por el método estructural, su limite. El concepto de espacio de inclusiones reciprocas (Sami Ali) es uno de los mas avanzados producidos por el psicoandlisis en esa direccién. 5. La propensién y la fuerza con que se incremente esta tendencia al singular (“el” neurdtico, “el” deseo) mide la magnitud de tendencias formalistas en una teoria. 39 Pruwera parte. CLINICA YTB0RIA GENERAL tanto mas grave para la puesta en estructura, relativo fracaso de las distribuciones oposicionales: neurosis/psicosis, conversién/ somatizacién, ete. Tanto mas molesto, también, si tenemos en cuenta que el estructuralista las usa como procedimiento de cla- sificacién, tema tan capital para toda psicopatologia. Para colmo, “y como si esto fuera poco”, hay otra oposicién bien rigida que el hecho del nifio tiende a desbordar, hablo de la casi sagrada barra que separa o deberfa separar al psicoandlisis de “la” psicologia. En el trato con pacientes adultos esto parece facil. En el trato con ni- nos, estos dobles agentes, las necesidades practicas y las de investiga- cién hacen entrar al nicho (ecolégico) del psicoanalista agentes conta- minantes, como ser cascadas de investigaciones de tipo ctoldgico que embarullan y zozobran los fichajes cldsicos (siempre el nifio mas pre- coz... encore), obligan al analista a tomar en serio algo que no le gusta, Jo constitucional, lo innato, socavande asf la antinomia Naturaleza/Cul- tura que parecia repartir tan adecuadamente las cosas, arruinan en fin la armoniosidad de un sistema: tal es el caso de las investigaciones que fuerzan a considerar las bases extralingiiisticas de la metéfora para el colega esforzado en mantenerse al abrigo de la sobredeterminacién, sinonimizando psiquismo con lenguaje y haciendo al mismo tiempo a éste la causa.de aquél.” No es sorprendente, entonces, encontrar —como primera tentativa para explicar y a la vez reducir todo esto sin tener que cambiar dema- sindo la forma de pensar- ya en Anna Freud y, de ella en més, una reinscripcién evolutivista del problema: lo que sucederia es que, por ser el nifio més “confuso”, mas “indiscriminado”, los cuadros, las deli- mitaciones y los principios mismos que las fundan estarfan atin en eon- dicién precaria. La psicopatologia infanto-juvenil seria una psicopatologia més “confusa” y menos “discriminada” por culpa de su objeto. (Es facil reencontrar en esto la misma posicién antropolégica que transforma la 6. Una vision de conjunto, puesta en fértil discusién con las conceptualizaciones y sobre todo- los supuestos del psicoandlisis: Piaget y la psicologia evolutiva, de esta masa de informacién, puede encontrarse en el texto de Stern ya mencionado. 7. Sin mucha raz6n, el analista en estos casos suele sentirse amenazade por cualquier referencia al peso de lo hereditario invirtiendo el prejuicio que no quiere asignarle lugar alguno a la historia y al medio, como si se disputaran un solo lugar. Pero la complejidad de lo subjetivo no puede ser reducida por lo que se avance, por ejemplo, en el conocimiento de los neurotransmisores o en las bases gen¢ticas para el autismo. Un reposicionamiento no es una extineién. 40 Cariruto TI. DesapurrorizAciones. UN PEQueno RSTUDIO diferencia en salvajismo y primitivismo.). Mas radicalmente aun, mu- chos analistas de entre los que han hecho del método de andlisis estruc- tural una ideologfa formalista, enojados por las dificultades para meter al nifio en el sistema de “las tres estructuras”, donde todo el mundo debe caber, y enojados sobre todo con el nifio ms pequefio y de patolo- gias 0 mas graves o més multiformes (caso del nifio con trastornos psicosomaticos), que es el més refractario 0 el que introduce las nove- dades y amenaza erosionar lo que mds hay que defender —las tres es- tructuras-, optan por negarle carta de ciudadania: asi como hay pue- blos que no estén preparados para la democracia, la infancia no Jo esta para la psicopatologia. El psicoandlisis de nifios no es posible. Hay que esperar. El nifio no ha entrado ain en la érbita de “lo” simbélico. Hay que esperar que termine de ubicarse y, por fin, se quede quieto en alguna de las estructuras que se le ofrecen. El talén de Aquiles de esta concepcién es el mereado. Hasta el psicoandlisis debe tener esto en cuenta, sobre todo pensando que pudo nacer por tenerlo en cuenta “Quien quiera vivir de los neuréticos ha de poder hacer algo por ellos”. Frente a los rigores de actitudes de este tipo, con mayores 0 meno- res matices, la respuesta préctica que dan los analistas atendiendo ni- ios, e incluso nifies con patologfas muy severas y con aportes heredita- rios nada descartables (asmaticos, autistas, tempranas manifestacio- nes psicéticas, narcisismos de individuacién escasa con curso de evolu- cién caracterial), no es suficiente. Por més valiosa y fundamental que sea, necesitamos dar un paso mds que implica una toma de conciencia atin mayor, cierto paso de ruptura. El analista de ninos sigue demasia- do pendiente o demasiado escindido entre lo que de hecho tiene que suponer, pensar y hacer y su sentimiento de que el derecho esta del lado del nifio reconstruido con las categorias y los postulados del psicoa- nalisis de adultos. Reprime entonces, a la hora de la reflexién tedrica, la experiencia de la transferencia en el trabajo clinico con nifios que, de asumirse, podria llevarlo a un enfrentamiento muy serio con algunos preceptos metapsicolégicos y con algunos ideologemas de la psicopatologia estructuralista. Transgresor a menudo en su practica (y en las suposiciones que la fundan) a ultimo momento jura fidelidad. 4C6émo creer, por ejemplo, en el principio de inercia verdadero micleo del psicoandlisis como sistema teérico— cuando se est expuesto a la subjetividad del nifio espontdneamente orientada desde que van a la busqueda de estimulacién —m4s aun, a producirla— y de variacién? ¢Y cémo creer en el nifio como “efecto” del deseo parental cuando se esta expuesto a las propuestas del nifio y se palpa su efecto sobre los dispositivos 41 Primera PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL familiares y su funcionamiento imaginario, grupal e individual? gY qué efectos tiene concebir al nifio como efecto? Si el analista puede sostener el potencial interrogativo de la especi- ficidad de su préctica, si puede pensar la psicopatologia infanto-juvenil como algo mas que un complemento apendicular, una extensién, un barrio, de “la” psicopatologia, se abre un horizonte de muchas investi- gaciones posibles. IM) Trastornos en el Sistema Mi posicién teérica implica, entonces, revisar el conjunto de las rela- ciones de la psicopatologia infantojuvenil con Ja “otra”, la “grande”, la “general”;’ relaciones que, en términos globales, han sido de sujecién, de subordinacién a la vez que de rebeldias parciales’ dando cuenta del conflicto. Poner en conflicto en lugar de ver mediante qué malabarismos se incorpora al nifio, este “real” obstinado, en el “orden simbélico” de las estructuras. Y hacerlo en voz alta: no forma esto parte substancial de la ética del método analitico: poner el conflicto en voz alta, alli donde se susurraba? No mds rezongos de pasillo contra la tirania de “las es- tructuras”. Frente al nifio reconstruido y sus categorias subyacentes, en cambio, la atencién flotante. Una revision semejante sélo puede hacerse por etapas y, renun- ciando al encanto de las férmulas demasiado ‘generales, proceder clinicamente, en un doble sentido: a través de los materiales elinicos y con su método, que siempre subraya lo especifico, el matiz de una variacién. Esto equivale a emplazar la practica-con nifios y de las reflexiones que suscita en posicién de texto que vaya desmarcando elemento tras elemento de los que el sistema de la psicopatologia reabsorbe por represin bajo el imperativo nareisista de “la coheren- cia ante todo”. 8. Cabe aqui un dato sugestivo: recién en 1989, a instancias nuestras, se inauguré en Ja UBA (Facultad de Psicologia) una Catedra de Psicopatologia Infanto-Juvenil. 9. Un caso aparte que por ende requiere un trabajo a hacer aparte- es el de Winnicott, quien —de una manera silencionsa y decidida a la vez~ desarrollé una teorizacién basada prioritariamente en su préctica y, en lo fundamental, mucho mds alejada de Jos postulados metapsicoldgicos de Freud de lo que suele creerse. Alguna indicacién en este sentido puede hallarse en el capitulo “El teérico Winnicott” de mi libro Estu- dios Clinicos, Buenos Aires, Paidés, 1992. 42 Capiruo II. DesabuLToriZaciones. Un PeQueNO ESTUDIO De una manera sobre todo indicativa destacaremos dos puntos ¢lini- cos, siendo por otra parte el segundo una derivacién del primero. 1) Los tiltimos quince afios han visto ascender lentamente —incluso en su progresiva.construccién como concepto— la idea, el término, de trastor- no. En lo cotidiano, como una calificacién que viene de la escuela: “trastor- nos de conductas”, “trastornos de aprendizaje”. Frente a todo lo que suene a “pedagégico”, los analistas gustan de exhibir cierta suficiencia, levemen- te salseada con un toque de irritacién desdefiosa. Tanto que, recientemen- te, Jerusalinsky ha debido recordar que la pedagogia no es una cosa que se puede uno saltear. Sin embargo, entre los muchos motivos que el psicoa- nélisis tiene para estarle agradecido al campo de lo educativo (uno de los que lo ha recibido mejor), no es el de menor importancia que de alli han provenido elementos de diverso tipo para una psicopatologia infantojuve- nil no impregnada de categorfas psiquiatricas, no aplicada, mal o bien emergida de la especificidad de una experiencia con el nifio. En algin momento (se podria evocar Cuerpo Real, Cuerpo Imagina- rio de Sami-Ali) esta nominacién casera parece ir encontrando, desde “el otro lado” de una teorizacién més rigurosa, un sustento mds consis- tente. Silvia Bleichmar, nosotros mismos" hemos aportade algo a este movimiento. De una manera matastdsica, la implantacién del vocablo se extiende a la par que profundiza su justificacién como concepto. Injerta- do vaya a saber por quién en el universo de “las tres estructuras”, preanuneiado por trabajos de verdadera investigacién (ver Los niftos “de dificil diagndstico”, de Marité Cena), esta intrusién, este injerto no se expande sin consecuencias. Su deslizamiento silencioso desequilibra el statu quo de “las tres estructuras”, cuyo sistema no soporta agregaciones sin un cuestionamiento a fondo de sus presupuestos como grupo que se arroga el dar cuenta de “toda” la psicopatologia. No tendria sentido que yo resumiese ahora notas conceptuales que pueden leerse mucho mejor en sus lugares de origen, asi que me iré hacia el extremo ms empirieo, alli donde 1a nocién de trastornos parece mas objetable.” 10. Silvia Bleichmar, Ea los origenes del sujeto psiquico, Buenos Aires, Amorrortu, 1984; Ricardo Rodulfo (comp.), Pagar de mds, Buenos Aires, Nueva Visin, 1986; Marisa Rodulfo, El nirio del dibujo, Buenos Aires, Paid6s, 1993 11. Recordemos solamente el cardcter global del trastorno a diferencia de las formacio- nes neuréticas, lo cual se traduce en una reescritura del concepto de represién (Sami- Ali): de “altamente individual”, cuando es pensada segiin los modos de las neurosis, pasa a abarcar y recaer sobre una entera funcidn (la actividad de lo imaginario, y no alguno de sus contenidos prohibibles). Homélogamente, al cardcter capilar de un acto fallido se opondria la torpeza como un funcionamiento crénico y masivo de Jo corporal 43 PRIMERA PARTE. CLENICA ¥ TEORIA GENERAL Qué encontramos bajo este apelativo con el que tantas veces nos traen un nifio a la consulta, conminados en su renegacién los padres por una escuela que pone condiciones? Como era de esperar, no una formacién unfvoca cuanto un haz de ellas, haz divergente en sus direccionalidades (sélo que cada uno de los componentes de este haz cuestiona a la psicopatologia tal como est). Nifios que no aprenden, nifios que no atienden, nifios que se separan mal. En algunos casos, desarrollar mas los conceptos de inhibicién y de evitacién, propios de la experiencia fébica, parecen dar cuenta —pero esto, a su vez, incide en la conceptualizacién que se haga de las fobias en sf mismas— de estas formaciones. En otros, hasta esa referencia se pierde (de todos modos, era demasiado laxa si se pretendiera una reduccién de todo esto a la “neurosis infantil”), Como una formacién pefiasco, un fend- meno clinico multiforme y ambiguo, se impone a nuestra considera- cién: el del aburrimiento. Problematico en Ja escuela, al analista lo reencuentra instalado en numerosos tratamientos... y en su contratransferencia. Entonces, uno se entera de que este chico que se aburre del aprendizaje entero (diferencia substancial con las impasses neuréticas relativas a determinados contenidos), también se aburre en el consultorio aunque alli haya “de todo” para jugar y se aburre en su propia casa salvo que la televisién o la familia o alguien acuda para entretenerlo. Lo cual también es fragil, pues no se desarrolla un ha- cer cosas con otro verdaderamente creative. Ningtin investimento libidinal ni intersubjetivo ni externo ni intrapsiquico (el placer del ensuefio diurno neurético, pues, tampoco funciona) pone a salvo del aburrimiento. A veces, éste responde por una inquietud psicomotriz, una tendencia a las actuaciones agresivas, un descontrol que inquieta al analista por si se trata de “algo” psicético. Sobre todo si exacerba en el nifio pequefias practicas autosensoriales intensificadas (como for- mas atenuadas de rocking y otros equivalentes masturbatorios) que evocan lo autistico. Otras, las formaciones del aburrimiento coexisten regularmente con patologias psicosomaticas bien definidas (asma, aler- gias cutdneas) 0 con adicciones que imponen pensar la presencia del vacio en esa subjetividad: el chico se aburre y come todo el dia. 0 consume imagenes que no ha producide. Otras veces, el aburrimiento cobra el relieve de un equivalente: es la forma clinica que asume una depresién crénica (Freud ya habia empe- zado a conectarlo, a propésito de esa suspensién temporal de intereses que impone un duelo). Mas a menudo que triste (pero, ,cudil es exacta- mente la delimitacién?), el chico est aburrido. 44 Capiruto II. DesapuLTorizaciones. UN PEQUESO ESTUDIO Ni inhibicién, ni sintoma, ni delirio, el aburrimiento suele revesti la mayor gravedad. Pocas cosas podrian pensarse tan deletéreas para el trabajo de las sublimaciones, para lo que es, en los términos maero de la metapsicologia, ligazén, ligadura. La patologia en el desear, o en la relacién del sujeto con su desear, que he propuesto para llegar a las raices de las fobias, también (aqui) ocupa un lugar importante. Dejando eso para después, me referiré a una de sus notas més caracteristicas ¥ menos situables en la banalidad de la neurosis/psicosis. En los casos donde se demuestra como mas crénico, mas abareativo (igado a la forma de la existencia, no a uno de sus contenidos particula- res, como es el del nifio que goza de las matemiiticas pero se aburre a morir en lengua), también mds rebelde al andlisis (pues pone un limite muy preciso y muy opaco al desarrollo de la transferencia), parecen poder captarse en él dos notas esenciales: a) Testimonia un malestar corporal (plano de los efectos de la vitali- dad en Stern),“una instalacién deplacentera en el cuerpo que se traslada masivamente a cualquier otro espacio y justifica tantas hiperkinesias y tantas cotidianeidades de autismo subelinico (los dedos en la nariz, o frotarse los genitales mientras se le trata de impartir conocimientos). Esto sélo puede ser aprehendido apclan- do al concepto de pictograma, el cual supone que cada lugar, cada trazo del cuerpo es a la-vez un afecto, un modo de experimentar las experiencias. Sin nada de metéfora: si no hay guste en apre(henider el cuerpo,’ gqué gusto puede haber en el aprender dondequiera éste se plantec? b) Testimonia, por otra parte, una patologia en la especularidad, en su nivel més primordial de cuerpo = espacio (vale decir, eonside- randola como un desfallecimiento en lo que Sami-Ali recorta como proyeceién sensorial primaria, pero en él “un poco después” de lo especular). El nifio se aburre alli donde no se reconoce, dende no 12. Ver cap. IIL, op. cit. . i 33.0 una instalaciGn deplacentera, en los términos que he propuesto. Ver en mi libro jnencionado ut supra el capitulo consagrado a la vivencia de satisfaccién y el grupo de sus vicisitudes y malformaciones. | ; 14. Los desarroilos sobre la funcién de constituir una superficie a través de pricticas de enchastramiento, como primerisima funeién del jugar, tal como los he expuesto en El niio y el significante (Buenos Aires, Paidés, 1989) son pertinentes y citables aqui. Correlativamente, el trabajo hecho por Marisa Rodulfo sobre el magma del mamarra- cho, en el texto ya mencionado. 45 PRIMERA PARTE. CLINICA Y¥ TEORIA GENERAL * puede ver nada propio, nada de él, nada que le concierna. Lo cual supone un. investimento negativo y no sdlo una negacién: alli esta lo que yo no soy, no es lo mismo que alli esta lo que no tiene nada que ver conmigo, precisamente, porque una identificacién con eso soné alli. Esto esclarece la frecuencia con que un nifio asf admira a un compaiiero por las capacidades que, descarta, pudieran ja- més ser suyas (lo cual no es una formacién saludable del Ideal del Yo, ni siquiera una formacién patolégica del Ideal del Yo, sino una idealizacién de todo lo contrario en ese lugar). Grave malfor- macién de la identificacién como actividad subjetivante, el nifio no se puede reconocer, no. se encuentra, en nada de lo que le enseiien (y sobre todo en el hecho de un nifio en el acto de apren- der lo que sea), en ningun cuento, en ningtin juego, en ninguna de las formaciones de lo imaginario (por lo tanto, no esperemos de él relatos de suefios o de fantasfas ni montajes de juego ni dibujos coloridos). Esta claro que la globalidad con que esto se da no constituye un sintoma, no corresponde a una inhibicién (la cual, una vez cancelada, nos mostraria riquezas atesoradas y no el vacio del aburrimiento), ni es un desinvestimento tipo fin del mundo con reelaboraciones delirantes. Es, espeefficamente, trastorno: donde los demés chicos facilmente se espejan, él no ve a nadie. Ni neurosis ni psicosis, esto no lo hace facil de curar, El diagnéstico diferencial entre este aburrimiento como patolo- gia caracterial (que puede coexistir perfectamente con caracteristicas genuinamente neuréticas) y el aburrimiento depresivo y el aburrimiento fobico es dificil de hacer y esté en sus albores. 2) En los tltimos aiios, siguiendo la pista de ciertas indicaciones de Tustin y Dolto,” he comenzado todo un esfuerzo tedrico por desplazar la ateneién de la neurosis fobica como formacién clasica (y aparente- mente tan elucidada en sus mecanismos... si los efectos de cura corres- pondiesen a tanta claridad) a la idea mas fiel —a mi juicio- a la riqueza 15. De Tustin, indicaciones e implicaneias vinculadas al levantamiento de barreras autistas en Estados autisticos en los nifios, Buenos Aires, Paidés, 1987, y en Barreras Autistas en pacientes neuréticos, Buenos Aires, Amorrortu, 1990. De Dolto, pasajes breves pero muy valiosos en El Nitto del espejo (Barcelona, Gedisa, 1987, co-autoria con J. D. Nasio). Tustin avanza al sedialar eémo la desproteccién que se pone en juego al renunciar —asi sea precaria, provisoriamente— a una prdctica autista desencadena un terror fébico violentisimo e irregulable, momento en el cual Ja justeza de la inter- vencidn analitica es esencial. 46 Capituto II. Desapucrorizaciones. UN PEQUENO ESTUDIO y estratificaciones de lo elfnico, de unas fobias coneeptualizadas como trastorno —ya detectable en un trastorno paradigmatico transitoi el de las fobias universales-, formaciones del trastorno, cuya diversidad y tempranidad -cuando no la intensidad de su gravedad— vuelve irrisorio querer analizarlas manteniéndose en el “nivel Juanito”, atin el remozado por Lacan (por siempre remitible al complejo de castracién). Los “res- tos” de esta operacién cldsica invalidan el cociente: a) La experiencia de la soledad y la falta de intimidad recubiertas 0 restituidas por la demanda de compafiia fisica. Esto no es ni edipico ni preedipico: sencillamente requiere del desarrollo de otras ideas, pues el supuesto deseo de “ser todo para la madre” ~{deseo del analista?— no incide nada en esta dificil soledad, cuya sutileza desborda nuestra conceptualizacién actual. b) La necesidad (narcisista)"” de otro cuerpo ahi para vivir (exigencia no subsumible a los términos del “Edipo y la castracién”). {Por qué més de un cuerpo para que uno viva? ©) El contenido latente de este “un cuerpo conmigo”, que es “un cuer- po por mi”, testimoniado en ese nifio (pequefio) que le dice a su madre: “decile vos”, “andé vos” (en pos de algo que desea él pero que su cuerpo no puede acompaar). 4) El fantasma de explosién, harto mas patognoménico que cualquier fantasia de castracién. Atin en los lineamientos ya més anacrénicos de la especularidad, la explosién con la fragmentacién o disemina- cién o pulverizacién que implica es algo de naturaleza muy distinta a que algo muy esencial fuera separado del cuerpo. Agut el cuerpo es violentamente disyuntado de st mismo, y la practica parece fr- sis mas 0 menos “edipico” de la me en demostrar que ningin an: cuestién —ni siquiera bajo la forma de una intervencidn’ paterna reguladora- alcanza remotamente a desentrafiar y a hacer estallar Ja explosién cuya vivencia anticipada paraliza al nifio fébico. Frente a uno, ahi només, en la plaza, en la escuela. EI trastorno lleva adelante sus paradojas: concebida en su momen- to como la (psico) neurosis mas simple en su composicién, “la” fobia se hunde en un piélago de formaciones por demds primitivas y que, 16, Supongo aqui mi propio concepto de necesidad, mds préximo al (y derivado del) de Winnicott que al de Lacan quien lo esteriliza para el psicoandlisis al subsumirlo en la reparticién Naturaleza/Cultura. 47 PRIMERA PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL , en un bucle, desembocan en una neurosis tan comun y elemental, en un trastorno narcisista de envergadura insondable (pues nos conduce a la mas areaica relacién de una subjetividad a su desear, es decir, a aquello que la hace subjetiva y de cura muy dificil en no pocas ocasiones y siempre que accedemos a ciertos niveles. El descubrimiento clasico de la espacializacién del conflicto revela en la préetica una umbilicacién a un trastorno de La espacialidad (ya visible en la posible reduccién del contenido manifiesto psi- quidtrico de toda fobia al par agorafobia/claustrofobia) que, por ejemplo, hace con frecuencia del nifio fobico un torpe, un discapacitado. Mucho mas que un acto fallido. e El modelo, tan rico y esencial, deseo/censura, queda sobrepasado: lo que no puede explicar es que el hecho de desear, por si mismo, sea tan persecutorio. IV) El deseo inconcluso “EI nifio no abriga un deseo mas anhelado que el de volverse grande, y obtener de todo tanto como los grandes” (Freud). {Un pasaje perdido? z¥Y puede un psicoanalista perder un pasaje es- crito en un pie de pagina? ;Puede no tomar al pie de Ja letra lo que encuentra en un pie de pagina?” Dos cuestiones a precisar: 1) La de alcance mas especifico y acotado: el desarrollo de la practica con nifios revaloriza esta afirmacién (de por sf lamativa_en el desequi- librio entre su contundencia, su rotundidad —“...no abriga un deseo mas anhelado que..."- y la marginalidad de sus condiciones tipograficas de aparicién); un analista de nifios es el indicado para redescubrirla, desarrollarla y resituarla, hacer de esta categoria deseante un eje para pensar toda una serie de problemas. Bastenos sefialar un punto: la des- truecién (a veces total) de este deseo de ser grande en las patologias severas, reformulado asi: la medida de destruceién, de no conservacion. de este deseo (en el nifio y en el mito familiar) mide la magnitud, el grado de incidencia de una patologia, la especifica en tanto que grave. 17. 8. Freud, “La interpretacién de los suefias”, en Obras Campletas, Buenos Aires, Amorrortu, Tomo IV, p. 276. 48 ‘Capiruto IT. Desapuvrorizactones. UN PEQUENO ESTUDIO Mucho mejor y mas fiable que referencias 0 més psiquidtricas 0 mds abstrusas. Y no estoy pensando solamente (seguir el hilo del deseo de ser grande puede evitarnos precisamente este error) en autismo y psi- cosis: formas caracteriales del trastorno, fobias de violentfsimo curso de la inhibicisn (y mudas en lo sintomatico), depresiones crénicamente pa- ralizantes que hacen del nifio un verdadero desnutrido (hasta en lo so- mético), entran en este rango, si el analista toma en serio y examina con cuidado la suerte que ha corrido el deseo de ser grande. 2) Cuestidn més abarcativa: la recuperacién te6rica de esta inflexién que Freud dice no es una mds~ del desear puede servirnos de ariete para introducir la necesidad de hacer una revisién de esa textualidad que en el psicoandlisis se genera al echar a escribir cosas de deseo, a fin de pedir cuentas al sistema teérico que se ha erigido sobre la base de reducir un conjunto ricamente diseminado a una singularidad: “el” de- seo. Por el solo hecho de ser este deseo de ser grande irreductible a otras especies del desear, sean el deseo de dormir 0 “el deseo de no deseo” (Aulagnier). En todo caso, no me parece contingente que esta revision, su necesidad, se empuje desde el campo de la clinica con ni- fos, y de ésta en sus manifestaciones de mayor severidad, donde el problema no radica en la supuesta biisqueda nostdlgica de un deseo condenado (y constituide) a la insatisfaccién sino en la imposibilidad de desear y de gozar del hecho de tener deseos. Dos preeisiones atin: a) Sostener la diferencia, por Jeve que pudiera parecer, entre “gran- de” y “adulto”, sin homologarlos y plegar as{ todo el asunto a un evolutivismo normalizador y baladi. El deseo de ser grande no se termina a ninguna edad, salvo cuando-una patologia lo-atrofia. Los términos que aparecen en la pluma de Freud no remiten a ninguna sabiduria de la madurez: “lo grande, lo abundantisimo, lo desmedido y lo exagerado” (en el mismo texto ya citado). b) No hay por qué apresurarse a reducir esa desmesura a la insatis- faccién neurética: la insaciabilidad del “mas” que exige “la repeticién de lo que lo ha gestado” (ib.) se articula antes a una biisqueda de diferir, de marcar, que sobrepasa en mucho lo que el par satisfac- cin/insatisfaccién pueda cefiir. Ademés, esta ultima puede ser tanto o més conclusiva que su compaiiera. Pero esto se aproxima ya a las fronteras de otra investigacién. 49 na Capitulo II La bolsa de los gatos* “Pocos términos hay en psiconilisis tan peligrosos y generadores de prejuicios como éste de psicosis. Engloba de manera en extremo vaga, no s6lo una diversidad de tipos clinieos que un dia recibirdn su estatuto de entidades auténomas, sino diversos hechos clinics...” (J. D. Nasio). I) El problema en general Avun en el caso de que su extraccién sea psicoanalitica, el psicoandlisis mantiene con lo que podriamos llamar “la actitud” de 1a psicopatologia’ una relacién conflictiva y atin mas que eso: propensa a impasses y a aporias. La actitud del psicoandlisis es otra. El psicoandlisis sale de su cauce cuando se encauza, por ejemplo, en sistemas clasificatorios. Habria que afiadir a esto el problema que plantea (problema cuyo radical desconocimiento por parte del analista medio agrava sus efec- tos) la relacién del psicoandlisis con una nocién como la de “estruetu- ra”, nocién a la cual -y justamente es ésta la dificultad principal- el psicoandlisis no le ha puesto comillas.’ Dirfase que por una curiosa * Publicado en Actualidad Psicoldgica, N° 202, 1993, Buenos Aires. 1. Mantengo aqui este interesante vocablo introducido desde el eampo de la fenomenologia por J. Hyppolite durante su interrupcién en un Seminario de Lacan (ver Eseritos If, México, Siglo XI, 1981). El principal interés, a mi juicio, radiea en cémo este término plantea determinada inflexién fundamental de una posieidn sub- jetiva. 2. Vale la pena recordar un trabajo ya antiguo, pero al parecer poco frecuentado por el psicoanalista— de C. Lévi-Strauss sobre las ambigiiedades y atascamientos de esta nocidn, sobre todo en el manoseo diario desprovisto de cualquier actitud de rigor. Se Ie encontrara en el primer volumen de la Introduccién a la Antropologéa estructural, Buenos Aires, Eudeba, 1961. 3. Para la funeidn de vigilancia intelectual y epistemolégica de las comillas, remito a J. Derrida, Del Espiritu, Valencia, Pre-textos, 1989. 51 PRIMERA PARTE. CLINICA Y'TEORIA GENERAL puesta en acto de lo que se muestra al decir “en casa de herrero...”"— nada 0 poco de la casi excesiva, y lindante con lo bizantino, atencién que el analista presta a las palabras y sus inflexiones, su equivoca carga seméntica, el arrastre nunca desumbilicado de sus connotaciones, en la escena de la clinica 0 en la menos importante, la de los malabares sonoros en los encuentros organizados entre colegas- se traslada a la reflexién de la relacién que el psicoandlisis mantiene con su vocabula- rio y con lo que de éste importa y en las condiciones bajo las que lo hace y -aun més importante— en las consecuencias que deparase el tipo de vinculos que se entabla con ellos. De todo lo cual se desprende, en primer término, que una cosa es servirse de una nocién como Ja de “estructura” en algunas cuestiones en las que puede resultar util para pensar y otra cosa entregarse a ella y entregarle el psicoandlisis sin yeserva, sin esa reserva de espacio que preserva una especificidad cual- quiera. Y legados a este punto notamos enseguida que la psicopatologia es precisamente la parte del psicoandlisis mas masivamente entrega- da, y con menos reservas, a la nocién de “estructura”. Y a la nocién de estructura en el mas problemético de sus sesgos, agudamente sefialado ~entre varios de nosotros- por J. D. Nasio: el de la glodalidad, contra cuyo imperio Nasio quiere levantar una reinvidicacién de la categoria de lo local: una reserva. Por ejemplo, se dice muy formalmente “estruc- tura perversa”; a continuacién se evoca, bajo ese manto de formalismo “respetable”, un sujeto perverso; para terminar, por un golpe de Estado metonimico, hablando de “el perverso”. En principio, pueden oponérsele a este paso de operaciones no menos de dos reparos: 1) Imposibilidad de eliminar el peso semantico de un vocablo como el de “perversién”, su‘origen en la moral -origen mal reprimido por los desplazamientos “cientificos” del término-, su suposi n de un curso recto de las cosas que la perversién pervertirfa (suposicién que dara, por supuesto, determinado espacio a la genitalidad heterosexual); cabe dudar de si el psicoanalista que habla sueltamente de “la” (estructura de la) perversién se ha interrogado analiticamente por lo que pasa en su psiquismo cuando diee tal cosa. Dicho de otra manera: el psicoanalista, jtiene inconsciente? ¥ si lo tiene, gno procede por renegacién (cabria decir, de una manera perversa) procediendo como si no lo tuviera cuando actia (como) creyendo en la ficcién de que él y sélo él hablaria de la 4. Escrito esto uiltimo, reparo en la rareza de la expresién; es que a la genitalidad en psicoandlisis, desde el origen, se le supone la heterosexualidad, de modo tal que incurrirfamos en un pleonasmo. 52 Captruto III. La BOLSA DE LOS GATOS perversién como estructura sin contaminacién alguna con siglos de ideo- logia religiosa y laica en torno a las perversiones? (ideologizacin a la que aporta el mismo Freud cuando habla de estos seres como “pobres diablos”® Acaso para reconfortar a un publico cuya serenidad burgue- sa, su elocucién, definiria instanténeamente como “ustedes —como yo— no pertenecen a ellos: estamos hablando de ellos, los ‘pobres diablos’, que pagan muy caro el placer que obtienen” (los no “pobres diablos”, segtin eso, lo conseguirfan mucho y barato)? gAcaso también para tran- quilizar a un ptiblico supuesto lego en relacién con el psicoandlisis, pi- blico cuya benevolencia dependeria de que el psicoandlisis se desmarcara de toda complacencia, de toda sospecha de hacer un elogio de la perver- sién, clogio que el psicoandlisis, en medio de todas sus ambigiedades y transacciones, no ha dejado, furtivamente, de declinar?) 2) “Como en las mejores familias” del dicho, el acompasamiento for- mal y la pretensién de una armonia sin fisuras —que en este caso se revela en el uso brutal del singular: “la” estructura perversa, “el” per- verso- mal disimula lo que el trabajo cotidiano de la lengua en su di- mensién més critica designa como “bolsa de gatos”. Lo que Nasio pone en cuestién de una pretendida unidad del término “psicosis” (ver epi- grafe) es quizds aun més verdadera y contundente referido al de “per- versién”, sin que haga falta una superabundancia de capacidad de mati- ces en una mirada para que ésta se haga cargo de comprobar en aquél el desrigor de una unidad que se deshace; empezando por las violentas tensiones y afloramientos histéricos que hoy van replanteando el esta- tuto “patolégico” de la homosexualidad en sus diversas formas. Si aso- ciamos a este movimiento un texto que —acontecimiento mds bien raro— trae un aire nuevo a la cuestién’ (entre otras cosas, por levantar la relacién de exclusién entre genitalidad heterosexual y funcionamien- tos de tipo perverso en su interioridad misma), podemos pensar que una tendencia contempordnea de creciente fuerza tenderé cada vez mas a desimplificar, a desolidarizar homosexualidad de patologia: en todo caso, algunos heterosexuales y algunos homosexuales se demostrardn afec- tados de alguna en particular (y, por supuesto, no Gnicamente de la “perversién"). Pero las batallas que en diversas partes del mundo -y atin entre nosotros- libran los homosexuales y las homosexuales por 5. S. Freud, “Conferencias de introduccién al psicoandlisis*, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu. 6. M. Khan, Alienacidn. en las perversiones, Buenos Aires, Nueva Visién, 1987; texto fandamental para una concepcién no legalista de las perversiones. 53 ‘Primera PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL el reconocimiento de sus derechos como minorfa oprimida y segregada, entre otras minorfas oprimidas y segregadas, es segure que no es sin consecuencia para la nosografia, atin para la “estructuralista”; es decir, para la que, junto a la organicista, procura colocarse al margen y al abrigo de Ja historia y de sus interpelaciones impredecibles. Sea de ello lo que fuere, otras impresiones elfnicas nos previenen de una asimilacién tan ligera de formaciones clinicas de tan diverso cuno. {Funcionan en el mismo nivel, por ejemplo, fetichismo y travestismo? Tomando distancia de cualquier pretensién generalizadora, nuestro poco de experiencia parece contestar a esto negativamente: cada vez que tropezamos con manifestaciones travestistas compulsivas, ellas funcionaban como un punto de reparo al cual asirse ante la inminencia de la caida por el agujero de una experiencia de vivencia de desintegracién psicdtica;’ lejos de eso, el fetichismo es un ingrediente de la vida erdtica tan corriente como la sal, y es muy facil encontrarlo como socio, compafiero de recta, de formaciones propiamente neuréticas. Por otra parte, el travestismo tampoco se deja facilmente reducir a una unidad seméntica fija: mu- chas de sus apariciones histéricas y estéticas tienen un sesgo hidico muy desarrollado, como realizacién de la metamorfosis’ en el sena mismo de la identidad sexual y como juego que pone en cuestién la articulacién binaria de aquella presidida por la légica félica, desco- rriendo el velo sobre su profunda ambigiiedad y el cardcter de himen que de hecho toma la separacién masculino/femenino.” Cualquier apela- cién fécil a la renegacién de la Ley del Padre ante casos como el destaca- do recientemente (,puede un travesti criar “bien” nifos?) coloca al 7. Se encontrarén algunos materiales discutidos al respecto en El nifto y el significante, Buenos Aires, Paidés, 1988. 4 8. He propuesto en mi reciente Estudios Clinicos, Buenos Aires, Paidés, 1992, en un capitulo consagrado a la experiencia de la vivencia de satisfaccién, abrir el espectro de patologias, fallos y fracasos en dicha experiencia, como lo seria en este caso la trans- formacién de satisfaccién en desintegracién. Una satisfaccién posible asoma como desintegracién efectiva. 9. La Hamada, la apertura del jugar a un proceso de metamorfosis sin centro, que desplaza incesantemente la subjetividad en tanto diferencia, la he planteado en una conferencia reciente y atin no publicada; el recorride del jugar, durante el Encuentro “Pensar la nifiez” (noviembre de 1992). 10. J. Derrida, La diseminacién, Madrid, Fundamentos, 1975. La categoria del himen se desmarca del tabique rigido del pensamiento binario estructuralista. Aqui, la sepa- racién diferencial se figura en la indecisa flotacién de una cortina y en el himen mismo como tejido singular del genital femenino. La profundidad de la metdfora se especifica si pensamos que el tipo de separacién implicada por el himen es de una 54 cone Capéruvo TIL La Boiss DE LOS GATOS analista en riesgo de una incémoda convergencia mas alla de dife- rencias puramente lexicales— con monsefior Quarracino. Siguiendo el mismo escrutinio, ges licito hacer responder de lo mis- mo a una pareja estable homosexual -tan préxima en su problematica y en el discurso de su problematica a la de cualquier matrimonio hete- rosexual burgués que sorprenderia al que allf buscara el sabor prohibi- do de la aventura de la perversién— y a un paidofilico (pensemos, sobre todo, en las figuras crénicas y secretas del abuso sexual sobre un me- nor, fenémeno que todos sabemos muy extendido)? ;Y qué hacer con las grandes categorias del sadismo y del masoquismo, cuya ubicuidad y polifacetismo desborda todo encapsulamiento clasificatorio, metastasiados como se los halla por todas partes? Nos domina una y otra vez la impre- sién de que la pretensién estructural —pretensién puesto que se propone como lo que podria dar el fundamento matémico a una triparticién que en lo esencial es mitica— exige el sacrificio de demasiadas diferencias. Las estrategias malabares de su vocabulario propenso a la pomposidad no Iegan a ensordecernos del todo para el ruido que, procurando salir cada cual para su destino, hacen los gatos dentro de la bolsa. ID) El problema desmigajado: las formaciones del sado-masoquismo en el nifio Todo lo anterior es a cuenta de un inventario a profundizar, a desple- gar en sus pormenores. Pero haciendo notar que el paso fundamental, sin el cual nada puede hacerse, és interrogarse, sorprenderse, por la “evidencia” que ofrece una afirmacién asi: la estructura perversa. indole otra que la de la diferencia pensada solamente bajo la forma de la oposicién, caracterizada por lo que Laplanche ha designado como “légica félica”. Bl himen en tanto categoria no desemboca en una nuestra vicisitud del falo, slo que femenina; tiene su justificacién en un movimiento teérieo, ético y politico para desbordar esa légica que lo félico siempre pone en juego (la tinica que sabe poner en juego). “Estruc- tural” o psiquidtrica, la psicopatologia ha sido siempre sierva de dicha logica, y de ahi la repeticién de sus esquematismos y de sus discriminaciones. 11. Mi colega Emiliano Galende se referia a esto hace poco, en el tono de una plitica informal, haciendo notar el contraste entre el alambicamiento formal del que se visten “las tres estructuras” y su coincidencia puntual -sin mayor desplazamiento, sin enfrentar al “sentido comtin”- con la nosografia de la calle, que contempla los “raya- dos” 0 “neuras”, los “locos” o “de la nuca”, y los *degenerados”. Puede recordarse también la sui generis de Pichon Rivire (“loco lindo”, “loco de mierda”, “loco hijo de puta”), Sdlo que ésta tenia en si misma una inflexién irénica y hasta paradéjica ausente de las clasificaciones académicas, psicoanaliticas o no. PRIMERA PARTE. CLINICA Y'TEORLA GENERAL Extrafiarse de ella, lo cual tampoco se abre tomando la via de la desca- lificacién a su turno global, que “ahorraria” el trabajo de extraer lo que hay en ella de ella, extraer lo que compacta en demas‘a al acudir dema- siado facil a la boca, la estructura que Ilena la boca. Mientras tanto, el trabajo clinico, que hay que seguir haciendo, puede proporcionarnos una alternativa: desinflamar, atenuar la infla- cién. que un vocablo como el de “perversion” ha cobrado, la-inflacién que incluso él es, ateniéndose a un examen mds acorde a las dimen- siones artesanales y fragmentarias de la elfnica psicoanalitica. Si con este propésito nos volvemes hacia nuestro trabajo con nifios —y hacia el trabajo de subjetivacién del nifio que aquél acompafia y en el que ademés, dado el caso, interviene- el “gran” problema que surge, y no como una estructura de unidad conjetural sino como una formacién maciza y bien conereta, de contornos destacados e injerciones de ex- tensién incierta, es lo que me gustaria designar como formaciones del sado-masoquismo. Nuevamente es el caso de hacer reserva. Por una suerte de reflejo freudiano elemental, cuando se asocia “nifio” a “sado-masoquismo”, el analista se apresura no a desempolvar (ese gesto antes bien cabria que lo hiciera sobre’si mismo), a volver a invocar las escenas del nifio que es pegado. Mi objetivo ahora no pasa por alli, ni tampoco por ponernos a examinar los inconvenientes generados por un tratamien- to muy formalista, muy desubjetivizado —precisamente, como recor- daria Lacan, muy perverso—" de esta escena en los tiltimos afios: al extremo que casi se ha vuelto irreconocible allf, en el “Algebra” exqui- sita de sus tiempos iégicos, el retrato angustioso del nifio apaleado; y més alld de la paliza, el sacrificio del nifio que es su condicién de existencia, ese sacrificio cuyo hilo nos conduce no a Edipo, sino a Isaac. El sesgo en que quiero tomar el caso y el problema de estas formacio- nes es otro, y con respecto a él detenernos en el andlisis de un fan- tasma, por muy originario que se lo postule, que repetiria lo del Arbol que obtura para la sensibilidad al bosque. El sesgo es el de estas formaciones del sado-masoquismo en tanto destino y en tanto 12. Ver para el caso el apunte sobre la desubjetivacién que da lugar a la ereccién del instrumento sadico en Las furmaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidés, 1999. Lo interesante ahora es estudiar esa desubjetivacion no en la particularidad de una escena fantasmatica sino en la banalidad desdramatizada de la vida cotidiana, donde las formaciones del sado-masoquismo-subclinicas, por decirlo asi, aleanzan el reverso de su esplendor negro. 56 ‘Capiruto IIT. La Boiss DELOSGATOS interferencia, despaso del paso, para la subjetividad o para, mejor atin, Jos caminos de la subjetivacién. Dicho de otra manera, el tipo de fenémenos y de funcionamientos sobre el que me importa Hamar la atencién no conciernen tanto al or- den de trauma, aislado o acumulativo,” como a la formacién de una pauta de eardcter (caracteropatica, por otra parte), o mejor todavia, a una manera de existir, a una modalidad del posicionarse de la subjetivi- dad caracterizado por lo reactivo. Pasaremos a dilucidarlo con algunos materiales que sobre todo utlizaremos como indicadores, indicadores de una direecin que me gustaria dar a pensar. Por lo mismo, me dejo llevar por materiales muy “facies de conseguir”, nada excepcionales, francamente eotidianos. Hay un tipo de comentario que padres y maestros no hacen sobre ciertos chicos. En sus rasgos més generales, este comentario intenta describir una caracteristica no siempre aprehensible sin detenerse a pensar un poco: es como si el nifio “no pudiera estar tranquilo”; dada, entonces, una situacién que podria ser asf (desde el punto de vista de las condiciones ambientales), el observador lo vera, no sin desconcier- to, salir a buscar a un compafiero de juogo 0 de clase para ir a pegarle, arrebatar el juguete del otro sin que medie provocacién, o cualquier cosa de ese estilo que suscite alguna forma de tensién agresiva expli- cita. Siguiendo hipétesis ya cldsicas, desde que Freud se refiriera por primera vez al “criminal por sentimiento de culpa”, se esgrimiré la hipétesis de una “necesidad de castigo” que el nifio procurarfa satisfacer. En la direceién que consideramos, es de otra precision decir: a la que el nifio se verfa compulsivamente forzado a respon- der. gBasta con esto? Un hombre estd en su primera sesién posruptura de una compleja relacién amorosa caracterizada, muy caracterizada, por una circularidad de sufrir: s6lo en una forma “moral” en todos los casos, y sin estridencias; pero aqui la fuerza esté en la persistencia, en la cotidianeidad impalpa- ble de un estilo. Pues bien; ese “fondo representativo” (Aulagnier) ha ¢esa- do. ZY qué siente él ahora? En una referencia que desplaza lo erético stricto sensu, hablard en primer término de “sentirse despoblado”. Aso- cia a este despoblamiento, a este espacio vacio o vacio de un espacio, la “inercia”, el “nada para hacer”, inclusive sensaciones de flojedad, de 13. Aludo, claro, al eoncepto de “trauma acumulativo" de Masud Khan, concepto cuya no binariedad lo vuelve mas flexible para los usos clinicos. 57 PRIMERA ParTe, CLINICA Y TEORIA GENERAL blandura (no de distensién orgdstica)" motriz. Paso tras paso, con algu- na intervencién de mi parte, va legando a la conclusién de que el punto no serfa tanto la pena de amor como la imposibilidad radical de un amor sin pena, de un vivir sin penar. Es este ultimo término el que da cugate, el que tiene a su cargo su sentimiento de estar vivo. Hay que decir que su partenaire parecia entrar en vivencias claustrofébicas muy agudas si se prolongaba una situacién signada por el bienestar; para salir de la cual recurria a fraguar, a orquestar, diriamos, estados de sufrimiento, activos o pasives. El trabajo del andlisis parecia demos- trar que todo esto fotografiaba aspectos inconscientes profunda y largamente -sobre todo eso- arraigados en él y sumamente familiares. Lo fundamental de esta sesién fue que el paciente entreviera que sin un cierto estado de pelea, de promesa y de presencia del malestar -y sobre todo de promesa del malestar como presencia no podia estar cotidianamente activo, no sentia fuerzas deseantes en su superficie psf- quica. Era como si funcionara a malestar. Todo lo cual, por lo demas, le resultaba extrafiamente paradojico. _La dimensién apuntada nos parece ir més alld de la problematica clasica de la culpa y de la necesidad de castigo. En todo caso, el obte- ner castigo —o propinarlo~ no puede ser considerade como un fin en sf mismo, como Ja finalidad inconsciente de un complejo proceso psiqui- co. Be mas bien el medio 0 uno de los medios para mantener cierta consistencia deseante, evitar la deflacién narcisistica que da lugar a una penosisima experiencia de vacio y procurarse ciertos significantes de identidad. El ingrato descubrimiento implica que sin la necesidad de reaccionar a algun tipo de enfrentamiento agresivo, se carece de todo impulso para moverse por cuenta propia (de la cuenta propia del deseo), Para aclarar todo esto, debe referirse el término “reaccién” que hemes adelantado, al sesgo de su uso en Winnicott. Por una parte, éste parece desarrollarlo a partir de la concepcién freudiana de “for- macién de reacciones”, algo que abarea procesos mucho més amplios —por ejemplo, en relacién a rasgos de cardcter— que los involucrados en un “mecanismo de defensa”. Por otra parte, una lectura cuidadosa 14. Aqui es necesario referir esta “blandura” a mi capitulo “ icacié el pitulo “La fabricacién de un bese duro”, en Estudios Clénicos, Buenos Aires, Paidés, 1992, Procuré situar alli tugén decir: Pictogramaticas y significantes de la funcién de la dureza en la consti- 61 iprana del psiquismo, por ejemplo, a nivel de todo lo que literal o metafés camente se juega en la vertebracién, en la bipedestacién, ete. 58 (Captruto TIT. LA BOLSA DE: LOS GATOS de Winnicott, lo que podriamos designar como la lectura que vendré,”” pone de manifiesto que Winnicott parte de otro suelo metapsicolégico, donde reaccionar no es un modo de estructura del ser sino que consti- tuye con éste un par opositivo: serfreaceionar. Asf, el desarrollo de reacciones dard lugar a toda clase de mados de adaptacién como so- metimiento, como interferencia al devenir de’una subjetividad “a su propia manera” (Freud). Cuanto mas se invierte en reaccionar menos ser se sera. Y esto aleanzard su culminacién irénica en la normalidad socialmente mas exitosa, que Winnicott desea especialmente no con- fundir con la salud. La otra inflexién muy diversa con respecto a Freud es que, en la hipertrofia de un psiquismo condenado a reaccionar, sin espacio para el aparecer de lo que por asi aparecer mereceria el estatuto de propio, la patologia en las funciones (parentales, familiares, sociales, Winnicott toma en consideracién distintos niveles a partir del materno cuyas disfunciones estudia més atentamente) ocupa un lugar irreductible... y que debe ser cuidadosamente analizado a través de la transferencia (punto de ruptura con cualquier postura “cldsiea” u “ortodoxa” en psi- coandlisis, atenta en principio sélo a factores “internos”, a la “realiza- cién psiquica”, punto también que vuelve mas dificil atin el trabajo del analista, mas “imposible si se quiere”). ‘A-esta altura de las cosas, Winnicott planteard —en un notable traba- jo sobre la agresividad que subvierte todas las protoproposiciones freudianas y, por derivacién, kleinianas—" que la agresién reactiva que el nifio debe movilizar en respuesta a fracasos severos del medio es erotizada secundariamente a cuenta de la necesidad psiquica de dar sentido al sinsentido originario del trastorno en la funcién, particular- mente en esa dimensién pictogramatica del sentido que es la demasia 15. Podria consultarse en Diarios Clinicos, N° 6, Lugar Editorial, 1993, mi ensayo “De vuelta por Winnicott”, ensayo en verdad de primera leetura y de plantear el problema de una lectura de Winnicott. Hasta el presente la casi totalidad de los “elogios” de Winnicott, para'tomar el caso mas importante, han dado por supuesto esa tarea (lo que nos incluye a nosotros mismos, hasta la fecha). 16. Deben considerarse aparte las relaciones textuales, en este punto preciso de los principios epistemol6gicos metapsicolégicos del psicoandlisis, de Winnicott con Lacan. La ruptura de Lacan con el principio de inercia (de muerte) freudiano nos parece en tun sesgo menos radical, a la vez que en Lacan se despliega con un maximo de fuerza una critica a toda primacia de la nocidn de equilibrio en psicoandlisis. Todo esto requiere un mayor trabajo sostenido de lectura desmarcado ~para el caso de Lacan— de todas las formas de culto institucional que se han generado desde hace més de veinte aiios. 59 Prowera Parte. CLINICA YTEORIA CENERAL de placer, la que hemos estudiado en otra parte.” ¥ si hay algo en lo que la formacién de una formacién sado-masoquista es redituable es en esto; genera placer, acaso uno de los placeres mas frecuentes en lo conereto de la existencia humana. Pero si esto es asf lleva también la idea misma de “perversién” en desborde de sus referencias ya legendarias a la vida social y sexual. En el caso que estamos considerando de la reaccién sado-masoquista como pauta de vida —movimiento que Freud habia empezado a insinuar bajo el nombre de “masoquismo moral”-, lo que el sado-masoquismo per- vierte es el potencial de una subjetividad que estuviera libre de la com- pulsién a sufrir y hacer sufrir para no correr el riesgo de experimentarse como desubjetivada (el riesgo, incluso, de derrumbe cursado en manio- bras de suicidio figurado, por ejemplo, o en la emergencia de enferme- dades orgénicas). En el borde de esta abertura, abertura de un término, el de sado- masoquismo, a menudo cerrado, compactado sobre si mismo en la refe- rencia automatica a “la” perversién, debemos ya concluir. No sin hacer recordar la otra abertura por la que este movimiento pueda empezar: la que interroga el esquematismo de las comodidades nosograficas, aque- Mas que en la préctica llevan a una costumbre pervertidora en los cole~ gas jévenes: dado un paciente, gqué es?, {dénde —con mayor 0 menor violencia médica— se lo pone? {En cual de “las tres” estructuras? De una psicopatologia que genera tan malas preguntas, no hemos de espe- rar grandes respuestas. 17. En los capitulos “La vivencia de satisfaccién y la patologia temprana grave” y “Sin espejo” de mi libre citado ya ut supra 60 Capitulo IV Algunos pasos en la cura psicoanalitica de niiios autistas. Un informe clinico* Con pocas excepciones —circunscriptas en su mayoria a los textos de Frances Tustin— la literatura psicoanalitica relativa al tratamiento de nifios autistas suele detenerse sobre todo en el paisaje clinico que el paciente ofrece en los principios -tan coneentrado en el desasimiento general del nifio de los vinculos humanos y en unas pocas particularida- des estereotipieas- y, cuando el curso de los hechos asi lo permite, en "Jas ms ricas manifestaciones de desbloqueo final, coincidentes con la disulucién de las “barreras” (Tustin, 1987) que practicamente impedian todo contacto intersubjetivo genuino. Refiere poco, en cambio, acerea de los extensos periodos intermedios, aquellos donde coexisten y/o se alternan los fenémenos patolégicos originales con incipientes ~y alen- tadoras— modificaciones, haciendo retroceder poco a poco y a los saltos (saltos “cudnticos”) a aquélles. Es en estas vicisitudes en las que centra- ré mi relato, para el cual recurriré principalmente a un psicoandlisis que hoy contintia desarrollandose, teniendo eh cuenta que las particu- laridades que en él expongo las he confirmade y vuelto a encontrar en no menos de diez casos de pacientes en condiciones similares, tratados directamente o supervisados por mi, sin contar numerosos materiales de pacientes de diversa edad a los que no cabria calificar de “autistas” pero sf de sujetos en cuyas peculiaridades patolégicas y de cardcter se entremezelan componentes propios del autismo (siguiendo en este pun- to las indicaciones de Tustin, quien tuvo el mérito de ofrecernos crite- rios de reconocimiento para detectar aquellos componentes en sujetos * Este texto, en una versién ligeramente distinta, aparecié por primera vez en la Revista de Psicoandlisis de la Facultad de Psicologia de la Universidad de Buenos Aires, N° 2, 2002. 61 ‘PRIMERA PARTE. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL no diagnosticables como autistas en un sentido global). La puntuacién que a continuacién presentamos es seguramente fragmentaria —pues no hemos querido incurrir en generalizaciones demasiado répidas, re- servando otros aspectos para un futuro— y su ordenamiento, puramen- te expositivo: 1. La transformacién de las figuras autistas en tics Nos remitimos para empezar a la esclarecedora distineién que en 1987 introdujo Frances Tustin entre objetos autistas y figuras autistas, es decir, practieas 0 acciones corporales estereotipadas conducentes a procurar la repeticién de una sensacién (en el sentido pictogramdtico que este término cobra en la conceptualizacidn de Piera Aulagnier (1978), segtin la misma Frances Tustin lo hiciera notar) y no desembocados en el apego a un determinado objeto al cual el nifio permaneciera autisticamente ligado. Al igual que en muchas otros, en el caso de Lennon, el paciente que nos sirve de referencia, esta procuracién de figuras autistas era su actividad restitutiva més importante, mientras que nunca se comprobé la existencia de ubjelos autistas para él. Lennon inicia su tratamiento a los cuatro afios, después de varios intentos —caracteristicamente apadrinados por intervenciones médicas- de re- solver sus problemas mediante una reeducacién fonoaudioldgica (no hablaba prdcticamente nada, excepto algunas ecolalias donde se reco- nocfan dichos de la televisién, sin ninguna intencionalidad comunicativa pese a su perfecta sintaxis). Su unico interés visible era ver girar obje- tos tales como las paletas de un ventilador o las ruedas de un vehiculo, y su tinica actividad visible, la realizacién de movimientos de giro, prin- cipalmente con las manos (también, ocasionalmente, caminar en circu- lo; mds adelante adverti que también en sus ecolalias hacia literalmen- te rodar y girar silabas y palabras en la boca). Solia enfrascarse largos ratos contemplandolas girar. Nuestra experiencia en este punto nos ha Hevado a coincidir con las conclusiones de Tustin en cuanto a la inutili- dad terapéutica de dejar al nifio sumergido en este replegamiento senso- motor —del cual no puede derivar ningdn desarrollo psiquico, ningdin avance en sus procesos de simbolizacién— 0 de pretender sacarlo de él por el expediente de interpretar una eventual “significacién” incons- ciente de esos dibujos en el aire. Por lo tanto, apelamos a un tipo de intervencién destinada directamente a entorpecerlos, limitarlos ¢ in- cluso prohibirlos, subrayéndole sistemdticamente al nifio que él no era 62 Captruzo TV. ALGUNOS PASOS EN LA CURA PSICOANALITICA DE NINOS AUTISTAS. UN INFORME CLINICO una rueda o un ventilador sino un nifio con pAnico a crecer y que recha- zaba absolutamente ser un nifio. De diversos modos, en diversos sesgos de formulacién verbal 0 de juego dramatico, el “nticleo” semantico de nuestra intervencién en este punto se dirigia siempre a romper una ecuacién que le procuraba una suerte de identidad de giro, identidad de ser giratorio, animado sélo en su condicién de maquina giratoria (Winnicott, Deleuze),’ pues es indispensable la rotura de una ecuacién de semejantes caracteristicas para cualquier grado de apertura a la dimensién intersubjetiva. Esta politica de intervenciones se integra, en nuestra experiencia de trabajo con pacientes autistas, con lo que po- driamos llamar intervenciones de provocacién destinadas a configurar lo que Winnicott conceptualiza como superposicién (overlap) de zonas de juego -en este caso, las de analista y paciente-, ofreciéndose el analista como una alteridad disponible al juego, segin las vias sefiala- das por Lacan en cuanto a las relaciones entre oferta y demanda en la situacién analitica. De este modo, en una primera fase empez6 a advertirse una merma en la frecuencia e intensidad con que las figuras autistas ocupaban la sesién, instaldndose un ir-y venir (sobre cuya importancia también Winnicott nos ha dejado preciosas indicaciones), entre hacer las figuras y hacer otras cosas ya de una indole no dominada por el autismo. Al promediar Lennon los siete afios se Iega a un nuevo estado donde las figuras autistas prdeticamente han desaparecido como tales, desplaza- das por actividades hidicas mucho mds corrientes, por conversaciones, por esbozos de relatos donde se pone en marcha la actividad de la fanta- sia del nino, por dibujos y modelados, en fin, ya no reducidos al trazado de circularidades. Este desplazamiento les reserva un lugar secunda- rio: ocasionalmente reaparecen acompafando otras conductas, no autistas, del nifio, bajo el modo de pequetis tics no siempre percepti- bles para el observador comin, y cuando lo son, su “rareza” se limita a colorear una actividad que ese mismo observador evalia como normal. Otra nueva particularidad en este distinto estatuto de las ex figuras autistas es que en la mayoria de las ocasiones esta reaparicién trans- formada en tics est motivada en variaciones emocionales de cierta 1. Para la concepeién de “maquina” remitimos a la significacién de este término en Gilles Deleuze (1972) (particularmente en los textos escrites en colaboracién con Félix Guattari). En lo que hace al problema de lo animado, lo viviente, dimensién tan danada en el autismo, es Winnicott (1996) el autor que mds se ha ocupado de la adquisicién de esta “cualidad” de lo subjetivo en el campo psicoanalitico. 63 PRIMERA PARTE. CLINICA Y TOORIA GENERAL intensidad, sean del orden de la alegria o de la angustia, referencia 0 ligazén imposible de encontrar en el estado de cosas originario. Por otra parte -y ésta es una diferencia esencial— estos tics estan afectados de discontinuidad en contraste con Ja cobertura ininterrumpida que presentaban en tanto figuras autistas: pueden transcurrir varias sesio- nes sin comparecer, haciendo lo mismo en la vida cotidiana, segdin in- formes de los que rodean al nifio. Finalmente, bajo esta nueva forma clinica es relativamente facil suscitar su interrupcién, aun cuando al- guna vez Lennon defendié protestando su “derecho” a girar. Resta por verificar, en éste como en otros casos, si esta “cicatriz del Yo” (Freud, 1937) es eliminable sin residuos —suponiendo que tal objeti- vo sea deseable- o es posible que permanezca constante atin en una minima expresién. 2. Integracién retroactiva de las figuras y otros estereotipos autistas en juegos y relatos Es ésta una modificacién que hemos registrado como mds tardia en. su aparecer que la anterior; en el caso de Lennon, por ejemplo, la constatamos recién a los 9 afios; uno después de que se constituyese en 61 la posibilidad del juego acompafiado -y puntuado~ con un relato verbal en contrapunto (los primeros esbozos asomaron a los 7 afios). A los 9 referidos, Lennon introduce el motivo de “los desastres” (sic), prolijamente enumerados: terremotos, incendios, huracanes, tornados, inundaciones. Pero lo importante es que esta enumeracién integra una dramética ltidica donde el niiio recupera, para cada desastre vie- jas ~y olvidadas la mayoria— estereotipias motrices, variantes en ge- neral de sus figuras autistas: el tornado, por ejemplo, se “representa” con su antiguo movimiento giratorio; otros desastres, como el terre- moto, se encarnan en las muy primeras —y en su tiempo tan mudas como ajenas a cualquier secuencia— acciones ludicas que el nifio em- prendera alejéndose un poco de sus figuras de siempre: un chocar muy violento de autos y camiones contra otros juguetes o contra las paredes del consultorio. Asf, el valor de este motivo de los desastres radica también en la iluminacién retroactiva de comportamientos opa- cos al sentido, ligados a terrorificas vivencias “innombrables” (Winnicott, 1958). Se advierte de cerca el trabajo curativo del juego y del relato: no es sélo “poner el nombre” lo que cuenta, sio que eso ocurra en el interior y como parte de un dispositivo lidico. 64 oom SAUTISTAS. UN INFORME CLINICO, Capiruto LV. ALGUNOS PASOS EN LA CURA PSICOANALITICA 3E NIB 3. Otra transformacién de la figura autista de giro: su reestructuracién en una secuencia Un dia, también a los 9 aftos, Lennon de improviso agarré unas estrellas desmontables y*se puso a hacerlas girar sobre el piso, embebi- do en la operacién, a su antigua usanza. Aparentemente. Pues a poco me coments (subréyese la interlocucién dirigida, sin trazos ecolélicos): “se apagan solas”: es que existia una diferencia sustancial, que en el primer momento se me habia escapado, ya que, en su época de “puros” actos autistas, Lennon hacia girar y girar, sin dar tiempo a detenerse, mientras que ahora -al modo de un croupier— se trataba de poner en marcha el giro y asistir a su culminacién y posterior rallentando hasta detenerse; se trataba, entonces, de experienciar cémo un movimiento naefa, creefa y se extingufa: una secuencia en lugar de la monotonia indefinida de un girar sin descanso. Pero claro, por esta época ya Lennon aceptaba sin panico el paso del tiempo, se complacia en mirar la hora y ya no loraba cuando una ropa o un calzado dejaban de servirle. Winnicott (1958, 1986) llama nuestra atencién repetidamente sobre la importancia fundamental de la constitucién de secuencias espaciales y temporales en la maduracién del psiquismo, asi como dejé sefialado _de una manera incipiente que requiere de mayores investigaciones— el papel capital del jugar en el armado, en el monataje mismo de estas secuencias. Mi propia hipstesis es que la importancia de esta cuestién no radica solamente en Io concreto de la constitucién de tales o cuales secuencias lidicas especificas (sin las cuales no se podria reconocer algo como juego), sino en la vertebracién del secuenciar, del poner en secuencia como hecho en sf mismo. Por supuesto es ésta una condicién preliminar indispensable para-toda secuencia ulterior, por ejemplo, de aprendizaje o de trabajo. Teniendo todo esto en consideracién, la aper- tura de estos procesos de secuencia allf donde reinaba una sucesién interminable de figuras autistas estereotipadas y monocordes constitu- ye un paso de sumo valor en la cura. 4, Emergencia de una actividad imaginativa con potencia de metamorfosis, despegada de una percepcién “realista” Es éste un paso de tanta trascendencia cuanto que involucra el des- pertar global de la vida imaginaria (seguimos en este punto més de 65 Prawena parte. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL . cerca la concepcién de Sami-Ali (1980) sobre lo imaginario y, con otro vocabulario, la de Winnicott que la difundida por Lacan (1970), més restrictiva en lo que hace al valor de lo que el segundo designa como “jlusién” y “creacién”):’ conocida es Ja “fidelidad” del autista a los aspec- tos mas “objetivos” de la actividad perceptual, coexistente con una ro- tunda ineapacidad para infundir vida subjetiva a estos procesos. Lennon, por ¢jemplo, ya a los 4 aiios era capaz de dibujar un auto con minuciosa y geométrica precisién al mismo tiempo que era incapaz de aceptar un proceso identificatorio como el que hace que un nifio cualquiera diga “dale que este auto eras vos 0 era yo”: un auto era un auto y nada més. Daniel Stern (1992) ha sefialado con mucha precisién la anormalidad imperante si un nifio no animiza el mundo que lo rodea, empapandolo con sus fantasmatizaciones. Sami-Ali por su parte nos deja un concepto muy iti] para cefiir esta compleja actividad, el de proyeceién sensorial primaria, es decir, no la proyeccién como “mecanismo de defensa”, la proyeceién como operacién que iguala el cuerpo propio con el espacio, permitiendo asi entender cosas tales como que el dibujo de una cosa traslada al papel vivencias y configuraciones dindmicas del propio cuer- po. Frangoise Dolto (1986), a su turno, ha podido decir, tratando este mismo punto, qiie “enando un nifio dibuja se dibuja”, lo cual por supues- to es vélido para cualquier actividad Iidica en la que el nifio se pone en juego. También Marisa Rodulfo (1992), en su investigacién clinica dedi- cada al dibujar y a la funcién del dibujo en nifos autistas, ha retomado la decisiva cuestién de la apertura de una auténtica produccién imagi- nativa, Ahora bien, nada de esto hallamos en la situacién originaria del autista, cuya existencia transcurre asf en un mundo mecdnico y desubjetivado. A los 7 afios Lennon me proponia que jugdramos al cine, la pantalla era un tapiz que colgaba de una pared, en el cual una brujita de aspecto amable volaba a Ja luna. Por supuesto la pelicula, la tinica, que Lennon podia pasar para que viéramos era “la bruja”, le era impo- sible producir en la fantasia otra escena alli. Andlogamente un tiempo antes, cuando empez6 esos “repartos” para jugar tan comunes en los 2. Esta cuestién es una de las que suscitan controversias en torno al autismo, en este caso en cuanto a la reversibilidad 0 irreversibilidad de esta temprana lesién en la actividad imaginativa del nifio. La controversia envuelve a muchos otros especialistas ademés de los psicoanalistas. Para un estado actual de la cuestién a la vez matizado y multidisciplinario hemos tomado como referencia el libro Auéismo: lejos de los dog- mas (1997), compilado por uno de los coautores, el neurdlogo Jaime Tallis, y cuidado- samente alejado de posturas organicistas y psicogenéticas simplificadoras 66 oon CAPETULO TV. ALGUNOS PASOS EN LA CURA PSICOANALITICA DE NINOS AUTISTAS. UN INFORME CLINICO nifios no autistas (un autito para mi, otro para él), rechazaba enérgica- mente cualquier insinuacién que equiparara esos juguetes respectiva- mente a él y a mi, explicéndome que se trataba de cochecitos. Lennon no podia espejarse en los diversos seres y objetos del mundo circundan- te, por eso mismo no ereaba relatos, sélo descripciones donde todos los detalles estaban minuciosamente controlados, pero donde no se filtra- ba ningtin elemento de fantasfa personal. Lograr la emergencia de este acto fundacional del “dale que...” o del “hacemos que esto era...” es muy dificil en el tratamiento de esta patolo- gia, Aun cuando el paciente haya mejorado tanto como para que decaiga Ja circulacién de objetos y de figuras autistas, aun cuando empiece a hablar de manera no ecolalica, no por eso despunta “automdticamente” la capacidad imaginativa, una floracién que se rehuisa a comparecer. En nuestra experiencia —incluyendo la del trabajo en supervisiones— es un punto que requiere la movilizacién de todo el peso de la transferencia, con todo el peso que esta formulacién es capaz de conjurar. Requiere igualmente de la movilizacién maxima de todo lo que sea “zona de juego” (Winnicott, 1971) del analista. Pareceria que es éste el tinico camino para que el nifio acabe por introyectar (y aqui referimos a los desarrollos de este concepto de Ferenczi en Nicolas Abraham (1987) y sus continua- dores) no las fantasias del analista pues esto nos devolverfa al terreno de lo ecollico, sin valor terapéutico alguno-, sino da capacidad de hacer una fantasia, de montar un escenario que pueda poblarse imaginativamente. A veces pasa mucho tiempo sin que esto suceda y nos amenaza el desaliento. Pero también, sorpresivamente, en una sesién asoma timidamente la potencialidad que tenfamos definitiva ¢ irreversi- blemente apagada. Ningtin proceso como éste exige tanto de la flexibili- dad del analista, de su sentido del humor como algo con lo que el pacien- te pueda identificarse, de su talento para provocar y estimular, sin amaes- trar ni “educar” al nifio en una mera ortopedia adaptativa. También de su firmeza para rebelarse ante los estereotipos y rehusarse a quedar sujeto a ellos, lo cual deslizarfa la terapia en un largo punto muerto (R. Rodulfo, 1999). Lo expuesto no afecta por supuesto todo lo que en cada uno de estos cuatro puntos esta en juego, pero, creemos, constituye una entrada concreta y especffica a esa larga “zona media” en el psicoandlisis de nifias autistas, alli donde, no encontrandose el paciente ya tan clausu- rado en la oquedad compacta de sus formaciones, estd atin lejos de una recuperacién satisfactoria y creciente de sus potencialidades subjetivas tanto tiempo desterradas. PRIMERA PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL Otra de las cuestiones de interés que el recorrido precedente deja planteada es la referente al estatuto metapsicolégico de esos fendme- nos del orden del tic, como fenémenos residuales “de descarga” en que vimos se desarmaban come efecto de la cura las figuras caracteristicas del autismo. En el psicoandlisis ha habido tentativas, como la de Melanie Klein (1955), que han procurado pensar en el tic siguiendo el modelo tradicional de las formaciones del inconsciente. Nosotros, siguiendo a Tustin y particularmente a Winnicott, lo pensamos como un trastorno narcisista donde determinados componentes de la subjetividad del nino no consiguen ser integrados, por ejemplo, en secuencias de juego que les infundan otro valor desde el punto de vista de los procesos de simbolizacin. Aqui, el concepto de integracién de Winnicott —pues en este autor este término tiene un sesgo singular no asimilable al de la escuela kleiniana ni al de la ego-psychology- si se lo emplea cuidadosa- mente arroja una luz nueva sobre este tipo de actos motrices, y, por otra parte, nos volvemos a tropezar con la importancia de la nocién de secuencia, La discusién en torno a estos puntos nos parece de sumo interés, como el de una més amplia motivada en las preguntas con que el trabajo clinico con pacientes autistas puede enriquecer 1a reflexién teérica del psicoandlisis. 68 Capitulo V La escritura deshojada. (Tres piezas breves.) Mas que marca El asunto no parecia empezar tan mal. El asunto se trataba de un viaje. La nifia, de unos cuantos afios ya (los suficientes como para suponerle posible un viaje de esa naturaleza) partia del lado de su madre, presen- te en el consultorio, pasaba y se detenfa brevemente por un espejo y finalmente llegaba a la vera del pizarrén, que ocupaba una buena parte de la pared mds distante. Tomaba una de las tizas y, alli, el gobierno de la situacién se le escurria de entre las manos, dolorosamente. Daba la impresién a su analista de sufrir, en efecto, una profunda desazén. Diriase que, al no lograr el ingreso en la soledad de la eseritu- ra, experimentaba una insoportable desolacién: la mano amagaba pe- gar el trazo (“un buen golpe”, diria Mir6)' sin conseguirlo nunea, sin levantar el vuelo necesario para aposentarse en el pizarrén. Ni una marca. Entonces la nifia se comia la tiza. Con otra en la mano, retroce- dia al espejo-y, ahi si, atinaba a reduplicar sobre él algunos rasgos de su cara. Aparentemente alentada por esto, volvfa a la carga, intentando acometer el imposible pizarrén. Sélo para reeditar el mismo fracaso y comerse la tiza otra vez. Dolorosamente. Lo destruido se experimenta en la boca, ha dicho Tustin.” Seguin esa formula (que ya la experiencia con depresiones y adicciones de tipo bulimico confirma ampliamente) 1. Conversaciones con Miré, P. Riviére, Barcelona, Granica, 1978. Este caracter fisico del trazo aparece repetidas veces en el texto. 2. F. Tustin, Estados autisticos en los nifios, Buenos Aires, Paidés, 1987. 69 PRIMERA PARTE. CLINICA ¥ TEOR(A GENERAL La mano La tiza ee en la tiza en la boca la mano en la tiza, efectivamente, y no su contenido manifiesto: sélo si hay de eso de ella en la tiza, instilado en, incrustado alli, puede aquella volverse un medio de escritura. Pero, entonces, la regularidad de esta transformacién (nifios que se comen la plastilina y otros elementos de escritura no son una cosa rara en el campo de las psicosis de los primeros afios) permite dar un paso mas y preguntarse: {qué es una ‘mano? Puntudo Derrida lo ha “recordado”, operando as{ esa transmutacién que una afirmacién perfectamente obvia en el terreno de la vida cotidiana expe- rimenta al pasar por una prctica més sensible a lo inconsciente: para escribir hace falta una punta. De por si esto puede redimensionar la entera cuestién de la funcién falica en la teorizacién. Pero es de momento mds importante que eso hacer notar el elemento de dureza que para serlo una punta requiere.” Es lo que nos ha tratado de ensefiar Natén. Trafdo al andlisis a los cuatro afios por las consecuencias psiquicas (no sélo para él) de una pardlisis cerebral en sinergia, para colmo, con un dispositive familiar no sin fuertes ambivalencias a que los chicos anden, Natan no puede verdaderamente hacer su propia entrada en el proceso de curaci6n has- ta que no decido sacar de la sesién la sillita con que lo traen y dejarlo en libertad en el suelo. Alli este nifo, cuya blandura Hamaba la atencién lo mismo que su falta de energia para ocupar una sesién (a medida que transcurria el tiempo se iba lentificando, evocando en mf el rallentando de un aparato a pilas cuando éstas empiezan a agotarse), empezé un despliegue corporal totalmente diferente: revoledndose, retozando de su reptacién, sudando por primera vez en su vida de su propio revuelo (segiin lo coments sorprendida la madre, comprobandolo al terminar una sesién). Quien lo quiera poner a cuenta de un fenémeno “de descarga” no 3. Por ejemplo en La Diseminacién, Madrid, Fundamentos, 1975. 4. R. Rodulfo, “La fabricacién de un elemento duro”, Revista Diarios Clinicas, N° 2, 1990- 70 SR Cariruto V. La ESCRITURA DESHOJADA. (TRES PIEZAS BREVES) podria entender el siguiente paso, cuando, jadeante, tras este trabajo de escrituracién de pictogramas kinestésicos y anales (acompafiaba sus furiosas excursiones por el consultorio con sones de fagot y corno), in- augura su tiempo de mamarrachos en una hoja en ese mismo piso don- de hizo de su cuerpo una experiencia de subjetivacién transformadora (a veces, también, imprimiré garabatos en ese suelo, desbordando es- critura, desnudando més atin su naturaleza de hoja de papel o de piza- rrén). Elevado por ese mismo impulso hace en otra sesién todas las marcas que puede en lo que él alcanza del pizarrén de pared, se vuelve y me dice: “Claro, asi es mfo, ,no?”. Meses después, Natén emprende una nueva embestida. Se trata de hacerme experimentar en mi propia vivencia corporal los terrores y las envidias de la inmovilidad: golpea mis tobillos, me escupe, se aferra a mis zapatos, los pincha, intenta morderlos (lo cual le permitird, un tiem- po después, cuando con mi ayuda marcha al eonsultorio, tratar de pi- sarme), me amenaza y me cubre de los peores insultos (la lengua tam- bién cobra punta; anteriormente, él afectaba un estilo verbal prolijo, “agrandado”, que, claro esta, era el encanto de los mayores alrededor). En esas condiciones es que un dia debo asustarme —segiin su consigna de juego de una “espada” que viene por el suelo en mi direccién, para representar la cual usa un cocodrilo. En mis manifestaciones de terror hablo de un “bicho espada” (me interesaba tomar el aspecto de su iden- tificacién a un animal que, con patas, a la vez se distancia y se asemeja al reptil). B1 retoma esto en lo sucesivo para enlazarlo luego —tras una secuencia en que “te clavaba esto en el pie y te caias sentade”- a una nueva imago: la de un “Natén puntudo”, entregado a una serie de velo- cidades, desparramos y penetraciones violentisimas. Todo esto comen- ta, acompafia, contrapuntea, adquisiciones progresivas de su-mano en la lecto-escritura. Es entonces posible considerar la formacién de una mano, pensdn- dola como una punta para escribir cosas en los més diversos lugares y para escribir los més diversos lugares, los del cuerpo ante todo. Y no de otra manera podria comprenderse el juego de otras manos como la legendaria del cuidado materno erotizando al bebé con las esquirlas del mito familiar. Retomando, entonces, el material anterior: aparece como destruccién de la punta (en mano) ————> agujero en la boca 71 Primera PARTE. CLINICAYTEORIA GENERAL = lo cual no deja de asociarse a procesos de autofagia’ profundamente mutilatorios a toda edad en las psicosis esquizofrénicas. La marca que no se puede hacer retorsiona como mds que Paareds. agujereamiento corporal y/o agujereamiento en el espacio especular. Marca de mas Cartas de adolescencia. A propésito de su primera experiencia eréti- ca integral (en el sentido en que de la genitalidad merece decirse esto, por el acontecimiento del orgasmo), Flaubert deja estas lineas en su diario intimo: “He escrito una carta de amor por escribir, no porque esté enamorado. Quisiera, sin embargo, hacérmelo ereer as{ a mf mis- mo; ereo que amo mientras eseribo”.” Seria un gran error correr a ubicar una manifestacién asi en una patobiografia (género respecto al cual e] psicoandlisis no es inocente) perdiendo el aleance general de la cuestién. En los términos de mi con- ceptualizacién, trétase de un proceso adolescente que cabe designar como de hipertrofia o intensificacién, necesario para um nuevo paso en la ereccidn de la vida interior, aquella que Foucault agudamente desig- nara como “literatura interiorizada” (a condicién de ensanchar esto: tendriamos que decir también “televisién interiorizada”, etc.): la dimen- sién fantasmatica, en suma, aquella que Sami-Ali propone englobar y reubicar hablando de una funcién y una actividad de lo imaginario en general. Para lograr esto, para inscribir en su vida psiquica, nuevo hito on su subjetivacién, categorias donde alojar sus experiencias en lo que tienen de diferencial (asf como de niiio debié escribir, valga el caso, el trazado de un recorrido ida y vuelta), el joven Flaubert tiene que hacer una marca de mds y adelantar, asi, en el papel lo.que atin no esta internalizado en su espacialidad corporal como afecto. Todos los usos de la escritura ~ahora fonética, sentido restringido- durante la pubertad y adoleseencia: pintadas en la calle, agendas, diarios intimos, empresas literarias individuales y/o grupales, tienden a eso, responden a esa exi- gencia de trabajo. Y otro tanto la pintura de guerra, la intensificacién 5, Remito a mi modelo de los tres espacios en el Seminario “Estudios Clinicos I y I, Buenos Aires, Tekné y Ed. Centro de Estudiantes de Psicologia (UBA), 1989. 6. En Herbert Lottman, Flaubert, Barcelona, Tusquets. 72 | i Capéruto V. La ESCRITURA DESHOJADA. (TRES PIEZAS BREVES) de la m4scara’ durante los mismos aiios, si nos dejamos penetrar por una concepeién mds generosa de la escritura, en sus dimensiones mds irreduetibles a lo verbal y que; por otra parte, lo contienen.” Pero la nifiez toda o su trabajo disperso se caracterizan por una marea de mds: eso empieza apenas hay un chico en la casa, desde los juguetes tirados (Zen desorden?} hasta las re-extracciones sobre el mito familiar con que se operan las variaciones’ que todo nifio mal o bien escribe. Cientos de actividades discretas, periféricas, caso inanotables, a las que aquél se entrega -y que muchas veces, en el cuerpo de la casa, dejan algunas rayas de més- cobran desde esta perspectiva escritural una significacién no sélo nueva: radiante en su importancia y verdade- ra, secreta, intensidad. Pero el nifio mismo, el entero nifio, puede ser definido (y eso sin concesiones a los “juegos del significante”, demasiado indigeniosos a los que un tanto neciamente se entregan algunos colegas) estrictamente como una marca de mds. Estrictamente. Es su condicién minima de existencia como subjetividad: suplementar indefinidamente lo de la his- toria que tiene ahi pendiente. Quiero decir: como minimo, un nifio (no siempre un hijo) esta de mds, hace algo de mds. Como cuando encon- tramos una hoja ya no en blanco, per culpa de unos pocos trazos. Si por alguna sobredeterminacién no puede hacerlo, si tiene que ha- cerse complemento (por ejemplo, de los padres), esa misma fuerza de escritura, revertida de los padres, implosiona; el nifio se agujerea de més. Y aun lo vemos, escribiéndose, en el léxico terrible de las mutilaciones. Dejo abierta la funcién del delirio, mejor atin: de las primeras ideas delirantes, claramente palpables ya en los afios de latencia. 7. Para esta elucidacién del rostro como mascara en todo su rigor, ver C. Lévi-Strauss, La via de las méscaras, México, Siglo XXI y FCE, 1981 8. J. Derrida, op. cit. También, fundamentalmente, De la gramatologia, México, Siglo XXI, 1995. 9, Sobre este concepto de variacidn y su posibilidad derivada de lo musical de cerear més econémicamente y con mayor precisién los semas de repeticidn difericién ver mi Seminario “Escritura del cuerpo", Buenos Aires, Ed. Centro de Estudiantes de Psico- logia (UBA), ler. cuatrimestre de 1991 Fr Capitulo VI El juego del humor* “Seguramente, los asuntos humanos no merecen la pena de que se Jos tome con gran seriedad” (Platén). “Los humoristas no tienen conciencia” (Goethe). I EQué dice del humor decir “el sentido del humor”?’ El Psicoandlisis tradicionalmente ha aplicado el principio de “cuando el rio suena...” a esta clase de frases que ya vienen hechas. Qué clase do “sentido” y, por lo tanto, de “érgano” seria éste? Seguir la via de esta metafora, {lleva a alguna parte o a un impasse trivial? ‘Subtiende a Jas reflexiones teéricas que siguen el ejercicio de la cli- nica psicoanalitica -y, afiadirfa, de la docencia en psicoandlisis— como un ejercicio del humor, en su inflexién. Muy en particular en las pato- logias més graves voy en busqueda no tanto de la angustia (el referente afectivo clésico del psicoandlisis) como de la alegria, 0 de “la alegria a través del dolor” (Beethoven). Pensando que una funcién eminente del trabajo psicoanalitico es no Hegar a la angustia como si la angustia fue- se el fondo, sino procurar las condiciones para que la angustia se trans- forme en alegria,’ pero teniendo en cuenta que estoy refiriéndome a * Publicado en Revista EPSIBA, N° 2, 1995, Buenos Aires. 1. Un comentario, un subrayado, de Alicia Fern4ndez desperté mi interés sobre este punto. Debo, por consiguiente, agradecerlo en relacién al texto que desencadené. 2. En distintas exposiciones (ain) he llamado la atencién sobre una notoria laguna en el cuerpo teérieo del psicoandlisis en lo referente a la alegria, laguna particularmente notable y penosa para el analista que trabaja también con nines y adolescentes. Solo observemnos que el par placer/displacer, en la literatura cldsica sobre el funcionamiento 75 PrinteRA PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL efectos de la metapsicologia psicoanal{tica y no a sentimientos cons- cientes 0 “estados” animicos episddicos o superficiales. Esto requiere un poco mas de trabajo conceptual. Decir “afecto”, en este plano, es pensar no tanto en algo que “se siente”: mas bien en algo con lo que se siente. Cuando se esta trabajando con un nino autista, pongamos el caso, uno no debe detenerse hasta no ver aparecer —experiencia en si misma privilegiada— el destello de Ja risa en los ojos del paciente y el paso luego a la voz afinada o empezando a afinarse en la tonalidad del humor. Hasta que eso no aparece, no tenemos en qué materializar un pronéstico favorable.” Ir Una indicacién de Winnicott’ vincula explicitamente el humor al jugar, lo incorpora a su campo, de hecho (pero sin proceder al trabajo conceptual indispensable para hacer de ese vinculo una articulacidn), suturando asi la brecha entre el trabajo analitico con nifios y con adul- tos, el principio de que “los nifios juegan y los adultos, en cambio, ha- blan”, que, por muy ingenuo que parezca, campea y tiene prensa en el medio profesional. (En la misma direccién, y en el mismo texto, Winnicott sitia el psicoandlisis como una practica derivada del fendmeno hidico, en lugar de una practica que se valdria de lo hidico como mera técnica origi- nariamente exterior al cuerpo del psicoandlisis. Vale decir, Winnicott pulsional, se confronta con un par-que muestra un casillero vacio_al nivel metapsicolégico de lo representacional y del Yo: ........fangustia. Eso atin cuando la matriz freudiana de la experiencia de la vivencia de satisfaccién daba margen para la introducciéa orgiinica y consecuente del afecto de alegria. Inelusiones deshilvanadas, ocasionales, discontinuas, ocurren, a veces, como en la referencia importante y preciosa al vincular alegria y narcisismo~ de Lacan al “jébilo” especular. En la préctica cotidiana, tal como se la visualiza en ateneos, supervisiones, etc., es conspicua la ausencia o la rareza de toda referencia a la alegria y menos auin cualquier intento de usarla como criterio clinico en el diagnéstico y en el pronéstico, 0 en explicitarla como objetivo terapéutico. En la ortodoxia kleiniana se la psicopatologiza al reducirla sin mayores problemas a una manifestacién “maniaca” o parte de una “defensa maniaca”, sin ningun criteria conceptual claro para deslindar una euforia reactiva. Potencialmente patégena o patolégica, del afecto de alegria metapsicolégicamente considerado. 3. Para un ejercicio ficeional queda el plantearse si el escaso desarrollo y cultivo del humor en el propio Freud condicioné el descuido, la marginacién de esta problematica en la historia del psicoandlisis. 4. Realidad y juego, Barcelona, Gedisa, 1972, cap. III. 76 f Capiruto VI. Ex JUEGO DEL HUMOR repiensa la asociacién libre como una propuesta del orden de “gvamos a jugar?” y el dispositivo analitico como una zona de juego). Hay una manera de pensar esto genealdgicamente que no me pare- ce la mejor (tampoco es simplemente errénea). Pone los dos hechos en (excesiva) diacronia: “primero” vendria el jugar; con el tiempo, el hu- mor como su metamorfosis, acaso la més importante. Una pacientita de tres aiios (esforzandose en reducirme a un ta- maiio que pueda Ievar en su panza)’ se complace durante una sesiin en llamarme “gusanito nito”; repitiéndolo incansablemente, la risa se le desplaza: del gusto que obtiene en llamarme asi (acentuado cuando le interpreto su operacién de shrinking) al gusto por la musicalidad del juego sonoro que ha inventado. E] relampago de humor revela su alojamiento esencial en el corazén del juego, con su significado seereto. Pero como el fuego de este reldmpago es de jue- go, la expectativa de una relacién simple entre ambos términos se abisma en una duplicidad indecidible.” ‘Aparicién de esta duplicidad en el punto justamente de mayor inte- rés del breve escrito de Freud sobre el asunto; la escena de eseritura del humor como Freud se la imagina involucraba una posicién del Su- peryé alejada de su caracterizacién oficial en el mismo Freud: es un Superyé que esta diciendo —a un Yo que se adivina atribulado de la demasiada realidad— que este mundo no es més que un “juego de niftos” (destacado mio), que no merece la seriedad de los afanes ni los afanes de la seriedad. Dandole a la existencia el sentido de un juego (hasta 5. Llevarme a su panza: modo depresivo canibalistico de incorporar para levarme como padre a su casa; ya que fue abandonada y ni conoce a su gestor, a la vez, volverme un bebé que la haga mi madre: esbozo de un falso self hipermateral depresivo para liquidar sus heridas tempranas, puesto que ha sido también afectivamente desinvestida, desamada, por su madre. 6. Es mny pertinente el concepto, acuiiado por Sami-Ali, de espacio de inelusiones reciprocas para dar cuenta de un funcionamiento radical de lo imaginarie indomesti- ‘cable por la geometria psicoanalitica de lo triangular: en.el pliegue de un elemento se tropieza con otro que contiene al primero mientras se aloja en él. Un término es el otro que lo excede al aceptar su albergue. Diversas laberinticas de lo doble dan cuenta de lo que este concepto procura delimitar: un espacio que no homogeniza una direc- cién privilegiada. {La embarazada no “esta” acaso viviendo en su feto en cualquier embarazo corriente? 7.S. Freud, 0. C., T. III, Biblioteca Nueva. En este notable texto marginal, al margen de toda la fenomenologia psicoanalitica oficial sobre el Supery6, Freud abre, como siempre, una de sus mas ricas vias, aquellas por las que él no sigue. E] humor resulta, entre otras cosas, de un diélogo interno, en franco antagonismo con los procedimien- tos obsesionales: no tomar en serio la realidad/tomar (demasiado) seriamente los pensamientos. 7 Primera PARTE. CLINICA Y TRORIA GENERAL . incluyendo el matiz despectivo, adultocéntrico de la expresin); el hu- mor como actitud: posicién subjetiva de arraigo inconsciente que des- borda lo cémico o el chiste puntual, actitud del orden de lo que se inten- ta medir en Freud como “flotante”, cuando habla de la angustia flotan- te, fondo no adseribible a ninguna “representacién” determinada en cuanto tal. Es ésta la operacién fundamental del juego (del) humor que comen- cé a conceptualizar hace varios afios como invencién o fabricacién del juguete a traves del jugar.’ En ese tiempo, pensaba la operacién segin un esquema lacaniano de la tansformacién 0 paso de un elemento a “lo Real”, a lo “significante”.” El paso que ahora daria bastante menos “elevacionista”- piensa en cierta desrealizacién, en cierta precisa ficcionalizacién de lo real del sentido (también como sentido de lo real segiin lo desenvuelve en su escena Freud), localizable ya claramente en el instante en que el bebé “eleva” a la dignidad del juguete una euchara que hasta entonces s6lo funcionaba come cosa, utensilio de la cotidianeidad,” asi como —exactamente, digo, Ja misma operacidn, no su metéfora ilustrativa— el instante en que la via del ejercicio del “sen- tido” del humor altera, muta, una perspectiva de la experiencia en rela- cién a alguna de “las cosas de este mundo”. Justificacién retroactiva del giro idiomatico: un érgano sensorial designa un modo de relacién con lo que se sittia como mundo. El del humor se especifica por una metamorfosis cuyo mayor aleance es el jugar con la fijeza de cualquier sentido, dicho de otra manera, con 8: Particularmente, y por primera ver, en-el Cap: IV (“EI brieoleur de sf-mismo") de nuestra Clinica Psicoanalitica con nifias y adolescentes: una introduccién (Marisa y Ricardo Rodulfo, Lugar, 1986). Luego en El nifio y el significante, Buenos Aires, Paidés, 1989, v. en particular los capitulos de la seccién central, reunidos como “Las tesis sobre el jugar”. 9. Ver en mi volumen Estudios Clinicos (Editorial Paidés, 1992) “La teoria psicoanalitica y los alcances subjetivos de la metafisica occidental”, uno de los primeros libros donde plantee las resonancias platonicas en el mitema de un Real que “se elevaria” al ser “promovido” a las alturas de significante, siguiendo huellas de un texto de Rosine y Robert Lefort. 10. Consiiltese, para esta idea del juguete como invencién que el nifio hace all jugar (invencién que no se le puede “dar” ni “ensefiar” a hacer), el trabajo fimdamental de Winnicott, con una fecha tan notable como 1941 (“La observacién de nifios en una situacion fija” en Eseritos de pediatria y psicoandlisis, Barcelona, Laia, 1958), consa- grado bdsicamente a este motivo del juguete fabricado. En mi libro ya eitado, Estu- dios Clinicos, traté de Hevar adelante esta secuencia de ideas y de problemas, relacio- nandolos con una crisis de individuacién paradigmatica en la nifez (“De las fobias universales a la funcién universal de las fobias”). 78 Captruto VI. Ei. 3ukGo DEL HUMOR deconstruir su seriedad. Ya lo hace de pleno mi paciente al “burlarse” del significado “gusanito” con su descomposicién musical de la palabra. Y no es nada seguro que sea el mejor término “significante” para desig- nar algo que precisamente la lingiiistica no puede alcanzar." Otra manera de pensarlo: el humor introduce una diferencia. No cualquiera: 1) La diferencia que es una subjetividad, donde queda mejor realiza- da que en ese paso atrés mediante el cual, mirando el espectéculo de la vida es la tonalidad del “juego de nifios”, alguien se separa, marea su borde, emerge de su inmersién en el “estar en” para “jugar con” (Winnicott). 2) El toque de la desrealizacién no es un pasaje simple de un término a otro, de un determinado sentido a otro, consciente o inconscien- te: dice de la apertura de un término 0 un sentido a un movimiento de juego que se niega a posarse en algo en particular; si algo cifie, es mejor la diferencia como condicién. del funcionamiento de té minos 0 sentidos diferentes, diferenciables y no un algo en particu- lar. El humor es un verbo, bajo su disfraz (de) sustantivo: y uno que quita substancia al aliviar la vida de su substancialidad opresiva El nifio que no puede jugar, aburrido por ejemplo, sin el recurso de su imaginacién, viendo las cosas “como son” (asi, un paciente con mar- cadas dificultades en el aprendizaje, aburrido de antemano, se interesa en la procedencia y costo de los juguetes del consultorio, en general, no accesibles a sus manos) es el mejor exponente de aquella opresividad, de aquella fijeza. Porque es imposible meter la’mano lidicamente en cualquier “objeto” o en cualquier situacién sin introducir algun tipo de desvio, de alteracién, de diferencia en el “ser” de la cosa, sin afectarla en su esencia postulada. Asi, pues, el humor, su juego, es al mismo tiempo un afecto situable entre la angustia y la alegria. En el trabajo de su recorrido. Ll. Acerea de este punto conviene consultar a J. Derrida, “La diseminacién”, en el libro del mismo nombre, Editorial Espiral, 1975. Derrida insiste en una teoria de la escritura que no se limita ni se detiene en el significante/significado ni en. la acentua- cién del primer término por sobre el peso tradicional del segundo, caracteristico de todo el movimiento “estructuralista”, de Barthes a Lacan. 79. PRIMERA PARTE. CLINICA Y TROR[A GENERAL Tit Para dar a ese trabajo de desrealizacién y de transrealizacién todo el peso de su alcance, hay que dejarlo entrar de una manera decisiva en las relaciones del adulto con el nifio, en las tradicionales relaciones de poder adulto con el nifio. La perspectiva del trabajo clinico como la del trabajo pedagégico, en particular, necesitan imprescindiblemente de ello. Si el adulto en esas funciones no puede poner en juego su posicién de “grande” mediante la actitud del humor (mediante un ejercicio disciplinado y sistematico del juego del humor dirigido hacia’ sf, hacia sus insignias de adulto, de “re- presentante” de una Ley cuya maytscula delata por s{ misma el abuso del poder que ella vendria a normar y moderar) la terapia, lo mismo que el aprendizaje, fancionarian en clave de sometimiento. He dejado deslizar anticipadamente la referencia a un modelo juridi- co caro a muchos psicoanalistas, sospechosamente popularizade hasta entre aquellos no excesivamente frecuentadores de los textos de Lacan. Y todos contestes en una generalizacién muy particular, que asocia inextricablemente dicha nocién de Ley, cuya precisién de que no se trataria de serlo sino de representarla resuelve muchos menos proble- mas de los que pareciera creerse, entre otras cosas porque es un adulto siempre ese representante. Lo menos que puede decirse es que ese discurso —que en la relacién del adulto con el nife insistiria en formulaciones como “poner limites”, “poner un orden”, “prohibir”, “introducir la ley o la legalidad”, ete— se deja desli- zar con suma facilidad hacia modelos normativos y mitos falocéntrieos de lo mas tradicionales y reduce los lazos de-uno-con-otro-a operaciones_de una resonancia colonizadora irreprimible (por mas que “el paso de la Na- turaleza a la Cultura” suene con orquestacién mds contempordnea que la ecuacién en que Freud equipara el nifio al “primitivo”). Formuldndolo ahora en el hilo de lo que venimos siguiendo: {cémo funciona una intervencién legal del adulto sobre el nifio si funciona fuera de una zona de juego gestada entre ambos y en el interior de la cual ambos toman posicién? {Cémo funciona, cémo no puede no funcio- nar cualquier intervenci6n normatizadora normalizadora del adulto hacia el nifo si aquél “es” un adulto y no se puede situar hidicamente, iréni- camente, en relacién al pretendido grandor de su adultez y la pretendi- da representatividad de su representacién? ZY cémo podria ese adulto introducir el “como si al que el nifio se introduce por su cuenta antes, siempre antes, de las fechas propuestas, 80 omit Capituto VI. ELsueco pet HUMOR establecidas “cientificamente” para dejarlo ingresar allf-" cuando ac- ta en.la creencia de sus poderes de adulto y, lo que es peor, en su legitimidad, todo ello sin pizea del burlén “juego de nifios” de la escena de la escritura freudiana? Con lo que propongo un cambio de acento, una traslacién: del {hay ley”? al g“hay jugar”?, ¢“hay zona de juego”?, (“hay juego del humor”? Y lo que hay, como Ley 0 como regla, {Jo hay en el interior del jugar, de su actitud subjetiva o de su aplastamiento o en su desconocimiento radical? ;Hay o no all{ un adulto que acepte, que soporte, la ley del juego, ley cuya mimtscula no es menos importante que su necesidad?” “Lo” simbélico, particularmente bajo la figura (patriarcal) del “orden. de lo simbélico” (destacado mfo) fuera del juego. “Orden simbélico” que sélo puede operar de un modo menos violen- tamente abusivo si el humor media a la instancia “mediadora” de “lo” simbdlico 0 poniéndolo fuera del juego. Asi, puesto fuera de juego en el seno del juego, ese adulto enmascarado en las abstracciones podria co- menzar a no retornar a su lugar de siempre. Pues el humor viene a poner fin a la representacidn de lo represen- tativo, Introduciéndolo en un juego demasiado serio para re-presentar. 12. Un bello capitulo de Rene Zazzo en Avances y novedades en psicologia infantil (Bve-os Aires, Paidés, 1989) plantea con mucha agudeza (y no poco humor) el punto de este escape hacia delante de los fechajes que psicélogos y psicoanalistas cada tanto ponen en cuanto a concederle subjetividad al nif. Vale la pena recordar que, a través de su “expansién” del concepto de sexualidad, fue Freud el primero en hacerles retro- ceder hacia ese adelante donde el diseurso convencional ya no entiende nada del nifio 13. El ultimo capitulo del libro de Marisa Rodulfo El niio del dibujo (Buenos Aires, Paidés, 1993) proporciona un bello ejemplo de un juego de reglas construidas entre paciente y analista (y no “puestas” por esta ultima). 81 ae Capitulo VII Si todo significante lo es del superYo, entonces: (Proposiciones para la formacién del cardcter en Ja nifiez y adolescencia) “Tenéis que trabajar con vuestros propios errores hasta que parezean hechos a propésito” (Raymond Carver). I Reich, Lacan, Winnicott. Tres apellides para tres escansiones en la consideracién psicoanalitica del “cardcter”, en su esforzamiento por coneeptualizarlo a su propia manera. La metéfora substancialista en el primero: el cardeter -sobre todo en sus frecuentes sesgos patoldgicos— como una formacién coriécea reverberando en torno a un término de tradicién tan temible como el de “ser”. Inversién de esa metafora —inver- sién tipicamente estructuralista- en Lacan y paso a la herdldica: no se tratarfa de una substancia rigidificada que el andlisis deberia poder ablan- dar; en cambio, los trazos significantes dados a leer en un escudo de familia. Seductora, como todas las propuestas binarias, esta oposicién no deja de relativizarse calculando: 1) Ja cualidad de la dureza, de lo que no se presta a la interrogacién, que abarca por igual “lo real” de la coraza y “lo simbélico” del escudo; 2) la perfecta posibilidad de integrar ambos modelos concibiendo un escudo, un blasén, un conjunto de insignias que funcionen con la rugosa inelasticidad de una coraza. [Sin dejar de valerse del valor de relevo (Aufhebung) que el comenta- rio de Lacan tiene para no entramparse en el imaginario naturalista, y naturalizador, de Reich]. 83 Primera parte. CLINICA Y TEORIA GENERAL . En euanto a Winnicott, lo que en él puede ser leido' respecto del ca- réeter pasa por la caracterizacién del falso self: reactivo, defensivo, adap- tado, adaptativo, organizado en un sistema que funciona como una subs- tancia, como una materia del materialismo vulgar o del mecanicismo, el falso self no puede (aqui, el trabajo no hecho de leer a Winnicott causa estragos) articularse al verdadero self en uno de esos pares antitéticos: tan -demasiado— caros al psicoanélisis. Hay —uno respecto del otro— disimetrias irreductibles que el léxico de Winnicott a menudo encubre, pues el verdadero self no esta envuelto por el falso a la manera de un nucleo mejor o mas auténtico; es pura potencialidad, puro porvenir (en vocabulario Iacaniano, algo mucho mds real que la realidad de una subs- taneia cualquiera: el true self “no cesa de no eseribirse”). II Todas estas consideraciones pueden valer para ser pensadas como desarrollos tedrico-elinicos 0 elfnico-teéricos de lo que, a ultimo mo- mento, Freud designé como “alteraciones del Yo". El mismo Freud, alli, facilita un paso necesario a dar: caracterizando al Yo normal —esto es, exento de alteraciones- como “una ficcién” (y una ficcién es algo -volviendo al true self- que se cumple en una temporalidad que ni siquiera es la del futuro, una temporalidad del porvenir (en la direc- cién abierta por Derrida) que excede las tres eategorfas ingenuas de pasado - presente - futuro) adelanta el concebir al Yo en si mismo como una alteracién. (Dicho de paso, esto también va un poco mas lejos que la fruicién de Lacan por aprovechar de otra Freud la homo- logacién del ego al sintoma.) Después de todo, y con ya claros indi- cios previos a “El Yo y el Ello”, no es un Yo sofiade como precipita- cién de alteridades? Los psicoanalistas que (también) trabajamos con nifios y con tiem- pos de la vida tan inestables como los puberales muy a menudo nos las vemos con situaciones que clinicamente no sabriamos delimitar sin reservas como del orden de lo sintomatico o de una progresiva 1. Vengo insistiendo y proponiendo en més de un sitio acerca de la necesidad y el terés de abrir el problema de una lectura de Winnicott. Ver, por ejemplo, “De vuelta por Winnicott”, en este mismo libro. 2. Ver su “Andlisis terminable e interminable”, en O. C., Buenos Aires, Amorrortu Ediciones, 1980, T. XXIII. 84 Capiruo VIL. St7000 SIGNIFICANTE LO ES DEL SUPERYO... caracteropatizacién. Trastocando el orden canénico del psicoandlisis “clasico”, no pocas destartalaciones neuréticas agudas son precedidas 0 derivan de un fondo més difuso y mal contorneado de una alteracién del caracter que en lo esencial coincide con el cardcter sensu stricto. {Qué es el cardcter sino una alteracién permanente? Pero {de qué? Si nos negamos a aceptar el mito de un cardeter sano “previo” a su alteracién, habr4 que emprender un trabajo de rodeo por otra cuestién. Parébola del angel En un rincén otrora tranquilo, muy cerea de uno de los corazones del barrio de Belgrano, habia hasta hace no muchos afios una casona afiosamente sefiorial, en cuyos jardines se destacaba la estatua de un Angel. Leopoldo Torre Nilsson la hizo célebre al tomarla como estimulo para su pelicula, llamada, precisamente, La casa del angel. Poco tiempo después, la ferocidad de “la barbarie inmobiliaria” (Vazquez Montalban) desencadenada sobre la ciudad convirtié de rebote el film en un docu- mento donde se preserva la existeneia de la casa vuelta fiecién y de huella. En lo que era el solar se levanté uno de esos complejos adefe- sios de dudoso valor arquitecténico convenientemente bautizado, en su parte de galerfa comercial, Paseo del Angel. Resurgimiento de un término, el de “angel” (0 sugestiva y ms preci- samente “Angel”), cuyo estatuto me interesa destacar. La casa del an- gel ha desaparecido de la faz de la tierra entre tantas otras desaparicio- nes indicativas de un arrasamiento en la trama subjetiva de la ciudad y del pais (volveremos sobre esta cuestién del término, si es que tiene término, de la desaparicién). Mas particularmente, la estatua del angel como referencia estética-ha-desaparecido. Quien hoy, desprevenide, pase por alli, no tropezard con el mas minimo indicio de su anterior fisonomfa. Supongdmoslo desproviste de informaciones histéricas: avin si hubiera visto la pelicula no tendria por qué ni cémo asociarla a la calle tal como actualmente se ve. Queda atin el nombre del paseo de compras: en la hipétesis que es- toy siguiendo, esto es un significante: “Angel”. No sélo es un significante del Angel desaparecido; puede ensefiarnos sobre ciertas caracteristicas singulares del significante. 3. Su sobrevivencia a través de la pelicula es para el caso perfectamente contingente y no hace al desarrollo de mi argumento. PRIMERA PARTE. CLINICAYTEORIAGENERAL =, Si nuestro héroe, ese presunto paseante desprevenido, interrogara a los que andan por alli sobre el origen de ese nombre, algun vecino (podrfamos apostar que tras unas cuantas tentativas infructuosas) le diria, terminarfa por decirle -y henos aqui con otro término de la des- aparicién— que alli “habfa” (una vez) una casa con un angel de estatua en sus extensos jardines.” Donde habia un angel, ha debido advenir Ja palabra angel. Modulemos esta proposicién. Por ejemplo: donde habia la estatua del Angel, como el alma de una ciudad cuya existencia no fue respetada, emerge en posicién de significante, un nombre comercial: Paseo del Angel. Donde era la estatua del singel culminando el estilo de un conjunto intensamente subjetivado (casa, barrio, ete.), adviene un término, “An- gel”, que no guarda relacién alguna con lo que alli habia (ni tampoco, por otra parte, con lo que ahora alli hay), ni la relacién de significado ni de referente. Pero designa una suplantacién (la violencia de una suplantacién) de una manera inconscientemente irénica, si lo pensamos bien, hasta lindan- te con el humor negro. Una suplantacién que es mas exactamente un desalojo y una usurpacién (aquf viene especialmente bien la proposicién de Echeverry de tradueir en parte verdrangung por “esfuerzo de desalojo”). Bien logrado. Sobre mds que las ruinas, sobre la desaparicién y el arrasamiento de una formacién subjetiva, florece un significante que sdlo puede evocar- la de modo irénico ~y aun cruelmente irdnico-; toda la operacién nos informa sobre la puesta en juego de una serie de semantemas eminen- temente superYoicos: rentabilidad; progreso, poder, los mismos que aqui mismo como en tantas otras partes han hecho desaparecer ~iy con qué violencia y con qué crueldad!- infinitud de vidas y de espacios hu- manos y no humanos. : Cinismo también, podriamos decir, del significante. En efecto, la gen- te diré: Paseo del Angel es un nombre “lindo”, arrastra una connotacién de cosa “agradable”, despojada de agresividad destructora; es el colmo, si se piensa que corona una destruccidn a cargo de intereses y de prac- ticas profundamente corrumpidos. 4. Habria que pensar si este paso de la metonimia a la metéfora no constituye una de las condiciones para la fabricacién o especificacién de un elemento en tanto significante. Para pensar, ademés, en la brutalidad de la sustitucién. 86 | | Capiruto VII. St ToD0 SIGNIFICANT LOES DEL SUPERYO... III ‘Lo anterior supone la modificacién de posiciones expuestas aiios atras. En El nifio y el significante, siguiendo ideas de Rosine y Robert Lefort, propuse, extensamente, una contraposicién entre significantes del su- jeto y significantes del superYo. Clinicamente hablando, esto lo toma- ria ahora con pinzas y para usarlo sélo durante un trayecto muy acota- do. Estoy proponiendo pensar en cambio: primero, que “sujeto” denota el paso de lo superYo por una subjetividad, algo asi como lo que queda de una subjetividad después del paso por alli de lo superYo (y esto me da la impresién de coincidir muy fuertemente con el espiritu de la es- trategia lacaniana). Asf que al sélo escribir “sujeto” ya implicamos lo superYoico en todos sus esplendores reactivos. Y obsérvese que no escribo “superyé” sino “lo superYo". Segundo, porque “significante” -es mi jugada tedrica o lo teérico jugado— no puede no venir més que de las formaciones y dispositives de Io superYo. Con lo cual procuro retomar una secuencia presentada por Freud en “El Yo y el Ello” (comienzos del segundo capitulo), una se- cuencia histérico-genética, donde Freud hace preceder, en la composi- cién del psiquismo, un primer nucleo lo super¥o (en mi terminalogia) al Yo propiamente dicho. Este va forméndose como una especie de res- puesta defensivo-adaptativa del organismo a la implantacién parasita- ria y devastadora de lo superYo. De manera similar, “viscosidad de la libido” sera la nominacién con- ceptual o pre-conceptual a la que Freud apelard para identificar una adherencia incurable (més alld de la represién secundaria) de la libido a lo superYo, bien acotada por Lacan en ese “jGoza!” que le hace decir a aquél, regulando y perpetuando asi esa viscosidad inercial. Y atin tendriamos aqui que evocar la proposicién kleiniana mas vi- gorosa y de mayor fecundidad clinica: en ella lo superYo se escribe “superYo sdico” (un pleonasmo), y es su mérito cumbre asociar “superYo” y “sddico” con un lazo estructural, no contingente, no anec- dético. Solidaridad metonimica. Mi tesis es: esta penetracidn, esta usurpacién, este desalojo origina- rio, esta desaparicién de una subjetividad posible la hace el superYo a través del orden del significante. El orden del significante, al hacer im- pacto en lo que (todavia no pero ya si) era subjetividad, hace advenir “un” sujeto con “un” lo superYo y un Yo propiamente dicho que no le es propio, y la concepcién de Freud desdoblando un aspecto protector, be- néfico, del superYo, oponible a sus facetas amenazantes, persecutorias, 87 ‘PRIMERA PARTE. CLINICA Y TRORIA GENERAL paranoicas, se asemeja demasiado, en esta perspectiva, a la historia del policfa bueno y del policfa malo.” Acotaciones Para exponer mi tema —como cuando un compositor necesita que una melodia se destaque y se recorte sin ambigiiedades~ he extremado sus aristas. Este procedimiento no constituye ninguna novedad, pero siempre es prudente volver a advertirlo, No estoy desconociendo que, en el curso de una vida, el tratamiento analitico demuestre eémo el paciente se ha aferrado o se ha valido o aun ha inventado ciertos ele- mentos significantes que le han resultado de gran valor para hacer retroceder o disolver parcialmente formaciones y poderes de significantes obscenamente lo superYoicos. Pero, enseguida, el curso de la labor analitica también nos hace recordar que, invariablemente, un as/ Ila- mado significante del sujeto deviene (o retorna) significante de lo superYo al cabo de cierto tiempo. Es una de las principales vicisitudes en el paso de la nifiez a la adolescencia, que justifican el furor avergonzado con que un piiber se revuelve -para no poca sorpresa de sus padres contra los significantes que mas queridamente lo balizaban y hacian consistir su posicién diferencial en el seno de la familia. En Inglaterra se dice: “if you can’t destroy it, then join to it”. La subjetividad en su curso no tiene otro remedio que buscar alianzas tée- ticas con éste o aquel significante. Iv Nunea huelga recordar los estragos de una asimilacién demasiado simple de significante a palabra, a lo verbal en sentido amplio (y/o pro- pio de la lingiiistica). Una tal asimilacién desvirtuaria lo que trato de proponer, poniendo todo el campo de la palabra bajo la égida de lo superYo. Mi hipétesis distingue, por ejemplo, entre usos significantes y no significantes de la palabra. Sumariamente dicho: la poesia, trabajan- do los aspectos musicales del lenguaje, hace prevalecer el sesgo pictogramatico del lenguaje y al respecto son invalorables las 5. Afladiré que “lo superYo” no parece un neologismo vano si recordamos la maniobra decisiva de Freud umbilicando subterraneamente Ello y Supery6, lo cual destrivializa de entrada su “segunda” topica. 88 (Capitu.o VIL. Siropo SigNIFICANTE LO ES DEL SUPERYO.. puntualizaciones en que Derrida, contorneando Mallarmé, demuestra cémo se pulveriza en el texto postico la pareja significante/significado. De modo que a cierto tratamiento, a cierta dimensién de la palabra debiéramos, y propongo, reservar la denominacién de significante. En las antipodas de lo poético, un tratamiento que ilustra de una manera verdaderamente ejemplar el eslogan publicitario (incluida la degrada- cién del concepto en eslogan que denuncié hace muche tiempo), con toda su tamaiia y potente conminacién a comprar, a gozar, a adelgazar, etc. Una dimensién también caracterizada por la desaparicién de algo que no lo es, de algo que por lo tanto es (su) différance. Un pasaje colateral de Lacan en los cuatro conceptos... (un pasaje de singular actualidad clinica al dia de hoy) lo expone muy bien. Se trata del menti en el restaurante y de su relacién con la comida que alli efectivamente se sirve. Lacan lo puntia —de una manera curiosamente egosinténica— desde la perspectiva de una anoréxica, o al menos de alguien con una perturbacién neurétiea considerable en el comer: para ese sujeto (se trata en el ejemplo de una mujer, 0 sea de una histérica en la reduccién lacaniana) el deseo se cumple en el plano de la lectura del meni. ¥ punto. La comida efectiva, con todas sus reverberaciones pictogramiticas, no interesa. Ha sido desaparecida de alli y en su lugar nos queda, no el ment, sino el ment transformado en significante. Claro que semejante desprecio de la comida de la que el ment forma parte (cuando no recibe un uso significanté) esta afios luz de la posicién del gourmet, quien para nada podria contentarse con la leetura de la carta como si alli se terminara y a ella se redujera “lo simb6lico”. Pre- cisamente, esta mutilacién en la idea misma de “lo simbélieo” (ésta), su reduccién idealista, caracteriza también el estatuto del significante, cuan- do Lacan hace desaparecer de-un plumazo toda la-infinita-trama de texturas, sabores, olores, colores que componen un plato de comida, una “receta”. Pero, clinicamente hablando, todo aquello denota una in- tervencién superYoica que conmina a limitarse a gozar del mend, por ejemplo muy al caso, dadas razones de peso. 6. “Se quema la comida” (Confecciones en Psicoandlisis), Ed. Biblioteca Freudiana de Rosario, 1980. 89

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