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Pero aquel se hallaba tan envuelto en sus propios pensamientos que no not
que ella lo segua a todos lados. Finalmente, Narciso se detuvo al lado de
una laguna, para apagar su sed, y ella aprovech la ocasin para sacudir
unas ramas y atraer su atencin.
-Quin est ah? grit l.
-Ah! regreso la respuesta de Eco.
-Ven aqu! dijo Narciso, bastante irritado.
-Aqu! repiti ella, y corri desde los rboles, extendiendo sus
brazos para abrazarlo.
-Vete! grit airado-. No puede haber nada entre t y el bello
Narciso!
Eco desapareci triste y avergonzada, murmurando una oracin
silenciosa a los dioses para que este joven orgulloso pudiera algn da saber
lo que significaba amar sin ser correspondido. Y los dioses la oyeron. A
causa de los males que Narciso haba provocado a Eco, la diosa de la
venganza divina, Nmesis, castig a Narciso haciendo que se enamorara de
s mismo, a travs de su propia imagen reflejada en las aguas.
Narciso regres a la laguna para beber y observ el rostro ms
perfecto que haba visto nunca. Instantneamente se enamor del
impresionante joven que tena delante. Se sonri y el bello rostro le devolvi
la sonrisa. Se inclin hacia el agua y bes los rosados labios, pero su
contacto rompi la clara superficie y el bello joven se desvaneci como un
sueo. Tan pronto como se retir y se qued quieto, la imagen regres.
-No me desprecies de ese modo! le suplic Narciso a la imagen-.
So y al que todos los dems aman en vano.
-En vano! grit Eco desde el bosque con tristeza.
Una y otra vez Narciso se acerc a la laguna para abrazar al bello
joven, y en cada ocasin, como si de una burla se tratara, la imagen
desapareca. Narciso pas horas, das y semanas contemplando el agua, sin
comer ni dormir, tan solo murmuraba:
-Ay de m! Pero las nicas palabras que le llegaban eran las de la
infeliz Eco. Por ltimo, su apesadumbrado corazn dej de latir y qued fro
e inmvil entre los lirios acuticos. Los dioses se conmovieron ante la visin
de tan bello cadver y lo transformaron en la flor que ahora lleva su
nombre.
En cuanto a la pobre Eco, que haba invocado semejante castigo en
su fro corazn, no obtuvo de su oracin nada sino dolor. Se consumi hasta
que no qued nada de ella excepto su voz; e incluso hoy solo se le deja
decir la ltima palabra pronunciada.