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POBRE PECADOR
Entramos muchas veces al templo, y nos
encontramos con Cristo Crucificado, y con la
Virgen Dolorosa, o con los santos de
nuestra devocin. Y lo primero que se nos
ocurre es exponerle nuestra retahla de
necesidades, nuestras urgencias
milagrosas, nuestros apuros Pedimos ms
y ms sin hartura. Y pedimos cosas que
consideramos necesarias. Y nos atrevemos
incluso a negociar con Dios ofrecindoles
regalos, promesas, ofrendas
pero con tal de que me de lo que le pido.
Pensamos que Dios no nos conoce, no tiene
memoria, no nos quiere, no sabe nada de
nuestra historia personal.
Incluso le recordamos, por si se le ha
olvidado,
lo bueno que somos, y todo
lo que hacemos por cumplir con nuestra fe.
Somos los mejores.
No tenemos
pecados ni, por tanto, sentimos necesidad
de arrepentirnos de nada.
Todo son mritos. Y se nos olvida decirle
algo bonito, un te quiero, un te alabo y
te bendigo, una expresin de gratitud. Y
puede que no se nos ocurra expresar con el
corazn nuestra miseria, nuestra falta de
mritos, nuestra pequeez,
lo
insignificantes que somos ante su
grandeza. Incluso es posible que nos
comparemos con algn pobre hombre, o
mujer, que se asoma por la puerta y casi no
se atreve a entrar,
y que puede fastidiarnos desviando la
mirada del Seor hacia l, cuando soy yo el
nico que merezco la sonrisa de Dios.