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Th. W. Adorno Notas sobre literatura Obra completa, 11 Edicién de Rolf Tiedemann con la colaboracién de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz Traduccién Alfredo Brotons Mufioz MULE El ensayo como forma Destinada a ver lo iluminado, no la luz Goethe, Pandora* Que el ensayo en Alemania estd desacreditado como producto mes- tizo; que carece de una tradicién formal convincente; que sélo inter- mitentemente se han satisfecho sus enfaticas demandas: todo eso se ha constatado y censutado bastante a menudo. «La forma del ensayo si- gue hasta ahora sin haber todavia cubierto el camino de autonomiza- cién que su hermana, la poesfa, hace ya tiempo que ha recorrido: el de fa evolucién a partir de una unidad primitiva ¢ indiferenciada con la ciencia, la moral y el arte»!, Pero ni lo fastidioso de esta situacién ni de la mentalidad que reacciona a ella acotando el arte como reserva de irra- cionalidad, igualando el conocimiento con la ciencia organizada y eli- minando por impuro lo que no encaja con esa antitesis, ha alterado en nada el prejuicio nacional. Aun hoy en dia, el elogio del écrivain es su- ficiente para marginar académicamente al destinatario. A pesar de toda la gravida comprensidn que Simmel** y el joven Lukacs, Kassner*** y Benjamin han confiado al ensayo, a la especulacién sobre objetos es- * Ed. esp.: La vuelta de Pandora, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1973, vol. III, p. 919. (N. del T] * Georg von LUKACS, Die Seeleand die Formen, Berlin, 1911, p. 29 [ed. esp.: «Sobre la esencia y forma del ensayo (Carta a Leo Popper)», en El alma y las formas, Barcelona, Grijalbo, 1975, p. 32]. “* Georg Simmel (1858-1918): filésofo y socidlogo alemén, representante del neo- kantismo relativista. S6lo admitia la objetividad de las normas légicas y de los princi- pios morales. [N. del T:] *** Rudolf Kassner (1873-1959): escritor y filésofo de las culturas. Alguien lo ha de- finido como una especie de Jorge Luis Borges pero en alemdn y sin el genio literario de éste. [N. del T.] 12 Notas sobre literatura I pecificos, culturalmente ya preforntados?”, el gremio sélo tolera como filosofia lo que se reviste con la dignidad de lo universal, de lo perma- nente, hoy en dia si es posible de lo originario, y no se ocupa de una obra espiritual particular mds que en la medida en que en ella se ejem- plifiquen las categorias universales; en que al menos fo particular se haga transparente en ella. La tenacidad con que este esquema pervive serfa tan enigmdtica como su componente afectiva si no lo alimentaran mo- tivos que son mds fuertes que el penoso recuerdo de lo que de cultivo falta en una cultura que histéricamente apenas conoce al homme de let- tres. En Alemania el ensayo provoca rechazo porque exhorta a la liber- tad del espfritu, la cual, desde el fracaso de una ilustracién no mds que tibia desde los dfas de Leibniz, hasta hoy tampoco se ha desarrollado verdaderamente bajo las condiciones de una libertad formal, sino que siempre ha estado pronta a proclamar como su aspiracién mds propia el sometimiento a cualesquiera instancias. Pero el ensayo no permite que se le prescriba su jurisdiccién. En lugar de producir algo cientfficamente o de crear algo artfsticamente, su esfuerzo atin refleja el ocio de lo in- fantil, que sin ningtin escripulo se inflama con lo que ya han hecho otros. Refleja lo amado y lo odiado en lugar de presentar el espifritu, se- gtin el modelo de una ilimitada moral de trabajo, como creacién a par- tir de la nada. La dicha y el juego le son esenciales. No empieza por Adan y Eva, sino con aquello de lo que quiere hablar; dice lo que a pro- pésito de esto se le ocurre, se interrumpe allf donde él mismo se sien- te al final y no donde ya no queda nada que decir: por eso se lo consi- dera una memez. Sus conceptos ni se construyen a partir de algo primero ni se redondean en algo ultimo. Sus interpretaciones no son filolégica- mente definitivas y concienzudas, sino por principio sobreinterpreta- ciones, segtin el automatizado veredicto de ese vigilante entendimien- to que se contrata como alguacil de la estupidez contra el espfritu. El esfuerzo del sujeto por penetrar lo que como objetividad se oculta tras la fachada es estigmatizado como ocioso: por miedo a la negatividad en 2 Chr. Lukécs, loc. cit., p. 23 [ed. esp. cit., p. 28]: «El ensayo habla siempre de algo ya formado 0, en el mejor de los casos, de algo que ya ha existido en otra ocasién; es, pues, por su esencia por lo que no extrac cosas nuevas de una nada vacla, sino que meramente ordena de nuevo las que ya en algiin momento estuvieron vivas. ¥ como sélo las orde- na de nuevo, como no forma algo nuevo a partir de lo informe, esté también vincula- do aellas, debe decir siempre “la verdad” sobre ellas, hallar expresién para su esencia». El ensayo como forma 13 general. Todo seria mucho mis sencillo. A quien, en lugar de aceptar y ordenar, interpreta se le cuelga la estrella amarilla de quien, desvigo- tizado, con inteligencia mal encaminada, sutiliza y mete cosas allf de donde nada hay que sacar. Hombre con los pies en el suelo u hombre con la cabeza en las nubes, ésa es la alternativa. Pero una vez se ha de- jado aterrorizar por la prohibicién de ir més alld de lo que se quiso de- cir en su momento y lugar, ya est4 uno condescendiendo con la falsa intencién que hombres y cosas albergan en relacién consigo mismos. Entender no es entonces sino mondar lo que el autor ha querido decir cada vez 0, en todo caso, las emociones psicolégicas individuales que el fenémeno indica. Pero como resulta dificil detectar lo que alguien pens6, qué sintié en tal punto y hora, nada esencial se obtendria de ta- les intuiciones. Las emociones de los autores se extinguen en el conte- nido objetivo que aprehenden. Sin embargo, para desvelarse la plétora objetiva de significados que se encuentran encapsulados en cualquier fenémeno espiritual, exige del receptor precisamente aquella esponta- neidad de la fantasfa subjetiva que en nombre de la disciplina objetiva se condena. La interpretacién no puede extraer nada que la interpreta- cién no haya al mismo tiempo introducido. Los criterios para ello son la compatibilidad de la interpretacién con el texto y consigo misma, y su capacidad para hacer hablar a todos los elementos del objeto juntos. Esta asemeja el ensayo a una autonomia estética a la que facilmente se acusa de ser un mero préstamo del arte, por mds que se distingue de éste por su medio, los conceptos, y por su aspiracién a la verdad des- pojada de apariencia estética. Esto es lo que Lukdcs no comprendié cuan- do en la carta a Leo Popper* que introduce El alma y las formas \lamé al ensayo una forma artfstica®, Peto no es mejor la maxima positivista de que lo que se escriba sobre arte no debe ello mismo aspirar de nin- guin modo a la exposicién artistica, esto es, a la autonomfa de la forma. La tendencia positivista general, que contrapone rigidamente al sujeto todo objeto posible en cuanto objeto de investigacién, se queda, en este como en todos los dem4s momentos, en la mera separacién de forma y contenido: tal, pues, como en general dificilmente puede hablarse de * Leo Popper (1886-1911): ensayista hiingaro, te6tico y critico del arte en lengua hiin- gara y alemana, prematuramente muerto de tuberculosis. Fue uno de los mds intimos colaboradores de Lukdcs antes de la Segunda Guerra Mundial. [N. del T.] 3 Cfr, Lukacs, doc. cit., p. 5 [ed. esp. cit., p. 16] y passim. 14 Notas sobre literatura I algo estético de una manera no estética, despojada de toda semejanza con el asunto, sin caer en la trivialidad ni perder a priori contacto con el asun- to. El contenido, una vez fijado segiin el arquetipo de la proposicién pro- tocolaria, en la prdctica positivista deberia ser indiferente a su exposicién y ésta convencional, no exigida por el asunto, y para el instinto del pu- rismo cientifico todo prurito expresivo en la exposicién pone en peligro una objetividad que saltaria a la vista tras la supresién del sujeto y, por tanto, la consistencia del asunto, el cual se afirmaria tanto mejor cuan- to menos recibiera el apoyo de la forma, por mds que la norma misma de ésta consista precisamente en presentar el asunto puro y sin afiadidos. En la alergia a las formas como meros accidentes se acerca el espiritu cien- tffico al tercamente dogmitico. La palabra irresponsablemente chapucera se imagina que la responsabilidad reside en el asunto, y la reflexién so- bre lo espiritual se convierte en el privilegio del carente de espiritu. Todos estos abortos del rencor no son sélo la no verdad. Si el ensa- yo declina deducir primero las producciones culturales de algo subya- cente a ellas, se embrolla con exceso de aplicacién en la promocién cul- tural de la prominencia, el éxito y el prestigio de engendros destinados al mercado. Las biografias noveladas y la afin escritura de premisas en- ganchada a ellas no son una mera degeneracién, sino la tentacién per- manente de una forma cuya sospecha de falsa profundidad para nada pro- tege de la conversién en habil superficialidad. Esto se detecta ya en Sainte-Beuve*, de quien sin duda desciende el género del ensayo moderno, y con productos que van desde los perfiles de Herbert Eulenberg**, el prototipo alemdn de una inundacién de cultura literaria de pacotilla, has- ta las peliculas sobre Rembrandt, Toulouse-Lautrec y las Sagradas Es- crituras, ha seguido favoreciendo la neutralizacién de obras espirituales como mercancfas que asimismo, en la historia moderna del espiritu, hace irresistiblemente presa de lo que en el bloque del Este recibe el ignomi- nioso nombre de la herencia. Donde mds obvio resulta el proceso quiz4 sea en Stefan Zweig***, que en su juventud consiguié algunos notables * Charles-Augustin Sainte-Beuve (1804-1869): escritor francés, autor de numerosos en- sayos biogrdficos sostenidos por una sélida documentacién. (N. del T:] ** Herbert Eulenberg (1876-1949): poeta, dramaturgo y novelista neorroméntico ale- mén, autor de titulos tan elocuentes como Schubert y las mujeres. [N. del T.] *** Stefan Zweig (1881-1942): novelista, poeta, dramaturgo, ensayista y traductor aus- trfaco, especialmente preocupado por la decadencia moral del mundo contempordneo, El ensayo como forma 15 ensayos y en su libro sobre Balzac acabé cayendo en la psicologfa del hom- bre creador. Esta literatura no critica los conceptos abstractos funda- mentales, los datos sin concepto, los clichés gastados, sino que presupo- ne todo esto implicitamente, pero tanto més aprobatoriamente. La escoria de la psicologfa comprensiva se fusiona con categorias corrientes extra{- das de la concepcién del mundo del filisteo de la cultura, como la pet- sonalidad y lo irracional. Tales ensayos se confunden ellos mismos con aquel folletin con que confunden la forma los enemigos de ésta. Exone- rada de la disciplina de la servidumbre académica, la libertad intelectual misma se hace servil, acepta gustosa la necesidad socialmente preforma- da de la clientela. Lo irresponsable, en si momento de toda verdad que no se agote en la responsabilidad por lo existente, responde entonces ante Jas necesidades de la consciencia establecida; los malos ensayos no son menos conformistas que las tesis doctorales malas. Pero la responsabili- dad no sdlo respeta a autoridades y gremios, sino también el asunto. Del hecho de que el mal ensayo narte de personas en lugar de elu- cidar el asunto la forma, sin embargo, no es inocente. La separacién de ciencia y arte es irreversible. De ella tinicamente no se apercibe la ingenuidad del fabricante de literatura, el cual se tiene por al menos un genio de la organizacién y hace con las obras buenas quincalla para malas. Con la objetualizacién del mundo en el curso de la progresiva desmitologizacién, la ciencia y el arte se han escindido; no se puede restaurar con un pase de magia una consciencia para la que intuicién y concepto, imagen y signo, fueran lo mismo, si es que tal cosa exis- tid alguna vez, y su restitucién serfa una regresién a lo caético. Sélo como consumacién del proceso de mediacién cabria pensar tal cons- ciencia, como utopfa, tal como los filésofos idealistas desde Kant la con- cibieron con el nombre de intuicién intelectual, la cual ha fracasado siempre que ha apelado a ella un conocimiento actual. Cada vez que la filosofia cree que, mediante un préstamo de la poesta, puede abolir el pensamiento objetualizador y su historia, segn la terminologfa ha- bitual la antitesis de sujeto y objeto, y espera que hable el ser mismo en una poesia montada a partir de Parménides y Jungnickel*, con ello Huido de Alemania en 1935, en 1942, no pudiendo resistir incelectualmente las victo- rias del nazismo, se suicidé junto con su segunda esposa. [N. del T.] * Max Jungnickel (1890-1945): pocta alemén de profundas creencias nacionalsocialis- tas. (N. del T] 16 Notas sobre literatura I no hace precisamente sino aproximarse a la mds lixiviada ch4chara cul- tural. Con listeza de campesino disfrazada de primordialidad, se nie- ga a cumplir las obligaciones del peasamiento conceptual, las cuales sin embargo ha suscrito en cuanto ha utilizado conceptos en la pro- posicién y el juicio, mientras que su elemento estético no pasa de ser una aguada reminiscencia de segunda mano de Hélderlin o del ex- presionismo, o incluso del Jugendstil*, pues ningun pensamiento pue- de confiarse tan ilimitada y ciegamente al lenguaje como finge hacer la idea del decir primordial. La violencia que en esto ejercen rec{pro- camente la imagen y el concepto surge de la jerga de la peculiaridad**, en la cual tiemblan conmovidas palabras que al mismo tiempo callan sobre lo que las conmueve. La ambiciosa trascendencia del lenguaje al sentido desemboca en una oquedad de sentido facilmente taponable por un positivismo al que uno se siente superior y del que sin embar- go es marioneta precisamente por esa oquedad de sentido que el po- sitivismo critica y que uno comparte con las cartas del juego de éste. Bajo el hechizo de estas evoluciones, el lenguaje, cuando todavia se atre- ve a moverse entre las ciencias en general, se aproxima a la artesanfa, y el investigador cientifico es el que, negativamente, mds fidelidad es- tética demuestra al rebelarse contra el lenguaje en general y, en lugar de rebajar la palabra a mera pardfrasis de sus numeros, preferir la ta- bla, la cual reconoce sin reservas la reificacién de la consciencia y con ello encuentra por s{ misma algo as{ como una forma sin préstamo apo- logético del arte. Cierto que éste ha estado de siempre tan entrelaza- do con la tendencia dominante de la Ilustracién que desde la antigiiedad se ha aprovechado de los hallazgos cientfficos en su técnica. Pero la can- * Jugendstil: nombre aleman (junto con Wiener Sezession) para designar lo que en in- glés se llama Modern Style, en francés Art Nouveau, en italiano Floreale y en espaiiol mo- dernismo. [N. del T.] ** La jerga de la autenticidad [Jargon der Eigentlichkeit} es el titulo otiginal de un libro escrito por Adorno entre 1962 y 1964 y publicado en 1967, pero que en la traduccién espafiola (Madrid, Taurus, 1982) queda relegado a subt{tulo de La ideologia como len- ‘guaje. Por no romper con los usos ya tradicionales de los traductores espafioles de Hei- degger (que ¢s, junto con Jaspers, el autor con el que Adorno esté ajustando cuentas en esa obra), para «Bigentlichkeit», que en otros contextos vertemos por «peculiaridad» 0 «propiedad», mantenemos aqui el término «autenticidad», que normalmente deberia co- tresponder a «Echtheit» 0 a «Aushentizititt» (cft. infra «Extranjerismos», nota de traduc- tor de la p. 222). [N. del T.] El ensayo como forma 17 tidad se transmuta en calidad. Si la técnica se absolutiza en la obra de arte; si la construccién se hace total y elimina lo que la motiva y se le contrapone, la expresién; si el arte, por tanto, pretende ser ciencia in- mediatamente, correcto segtin la norma de ésta, entonces estd sancio- nando la manipulacién preartistica del material, tan privada de senti- do como el ser de los seminarios de filosofia, y hermandndose con la reificacién la protesta contra la cual, por més silenciosa y reificadamente que se haya formulado, ha sido hasta el dfa de hoy fa funcidn de lo ca- rente de funcién, del arte. Pero no porque el arte y la ciencia se escindieran en la historia ha de hipostasiarse su oposicidn. La aversién a la mezcla anacrénica no santifica una cultura organizada por compartimentos. Pese a toda su necesidad, esos compartimentos acreditan institucionalmente también la renuncia a la verdad entera. Los ideales de lo puro ¢ inmaculado, que son comunes al ejercicio de una verdadera filosofia, orientada a valores de eternidad, a una ciencia a prueba de golpes y de la corro- sién, herméticamente organizada toda ella, y a un arte de intuiciones sin conceptos, portan la huella de un orden represivo. Al espiritu se fe exige un certificado de competencia, a fin de que no sobrepase, ade- més de los {mites culturalmente confirmados, la cultura oficial mis- ma. Lo cual presupone que todo conocimiento puede potencialmen- te convertirse en ciencia. Las teorias del conocimiento que distinguen entre consciencia precientifica y cientifica también han concebido, pues, esta diferencia simplemente como una diferencia de grado. Pero el hecho de que no se haya ido mas all4 de la mera afirmacién de esa convertibilidad, sin que jamds ninguna consciencia viva se haya trans- formado en serio en cientifica, indica lo precario de la misma transi- cién, una diferencia cualitativa. La mds simple reflexién sobre la vida de la consciencia bastarfa para ilustrar sobre en qué escasa medida le es posible a la red cientifica capturar todos los conocimientos que no son en absoluto barruntos gratuitos. La obra de Marcel Proust, que estd tan poco falta como Bergson del elemento cientifico-positivista, es un intento tinico de expresar conocimientos necesarios e irrefuta- bles sobre el hombre y las relaciones sociales que no pueden ser re- cogidos sin mds por la ciencia, mientras que su pretensién de objeti- vidad no seria ni disminuida ni abandonada a una vaga plausibilidad. La medida de tal objetividad no es la verificacién de tesis asentadas mediante su repetida comprobacién, sino la coherente experiencia hu- 18 Notas sobre literatura I mana que el individuo tiene de la esperanza y la desilusién. Esta ex- periencia es la que, confirméndolas o refutdndolas en el recuerdo, con- fiere relieve a sus observaciones. Pefd su unidad individualmente ce- rrada, en la cual sin embargo aparece el todo, no podria repartirse 0 reordenarse en las personas separadas y los aparatos de, por ejemplo, la psicologia y la sociologia. Bajo la presién del espiritu cientificista y de sus desiderata también latentemente omnipresentes en el artis- ta, Proust, con una técnica ella misma imitativa de las ciencias, una especie de método experimental, intenté bien salvar, bien restablecer lo que en los dias del individualismo burgués, cuando la consciencia individual atin confiaba en si misma y no se achantaba de antemano ante la censura organizadora, pasaba por los conocimientos de un hom- bre experimentado del tipo de aquel extinto homme de lettres al que Proust resucita como caso supremo de diletante. A nadie, sin embar- go, se le habrfa ocurrido rechazar como irrelevantes, contingentes e irracionales las comunicaciones de alguien experimentado por ser s6lo las suyas y no susceptibles de generalizacién cientifica sin mas. Peto a la ciencia, con toda certeza, le pasa desapercibido lo que de sus ha- llazgos se escurre por entre las mallas cientificas. En cuanto ciencia del espfritu, incumple lo que promete al espiritu: abrir desde dentro la obra de éste. El joven escritor que quiere aprender en las escuelas superiores lo que es una obra de arte, la forma lingiifstica, la cualidad estética e incluso la técnica estética, la mayorfa de las veces oird decir algo de ello esporddicamente, en todo caso recibird informaciones ex- trafdas tal cual de la filosofia que en ese momento se encuentre en cir- culacién y adheridas mds o menos arbitrariamente al contenido de las obras de que se esté hablando. Pero si se dirige a la estética filoséfica, se le endilgardn frases de un nivel tal de abstraccidn que ni guardan relacién con las obras que él quiere entender ni son en verdad unas con el contenido que él busca a tientas. Pero de todo ello no solamente es responsable la divisién del trabajo del kosmos noetikos en arte y cien- cia; sus lineas de demarcacién no las pueden eliminar la buena vo- luntad y la planificacién comprehensiva. Sino que el espfritu inape- lablemente modelado segiin ef patrén del dominio de la naturaleza y la produccién material se entrega al recuerdo de ese estadio superado que es promesa de uno futuro, a la trascendencia de las endurecidas relaciones de produccién, y eso paraliza su enfoque de especialista pre- cisamente de sus objetos especificos. El ensayo como forma 19 En relacién con el procedimiento cientifico y su fundamentacién filoséfica como método, el ensayo, seguin su idea, extrac la plena con- secuencia de la critica al sistema. Incluso las doctrinas empiristas, que conceden a la experiencia inconcluible ¢ inanticipable la prioridad so- bre el orden conceptual fijo, siguen siendo sistematicas en la medida en que se ocupan de condiciones del conocimiento concebidas como més o menos constantes y las desarrollan con la maxima consistencia. El empirismo no menos que el racionalismo ha sido desde Bacon —en- sayista él mismo— «método». La duda sobre el derecho incondicionado de éste casi no la ha realizado, dentro del mismo procedimiento del pen- samiento, mds que el ensayo. Este tiene en cuenta la consciencia de la no identidad, aun sin expresarla siquiera; es radical en el no radicalismo, en la abstencién de toda reduccidn a un principio, en la acentuacién de lo parcial frente a lo total, en fragmentario. «Quizé el gran sefior de Montaigne sintiera algo parecido al dar a sus escritos la denominacién maravillosamente hermosa y acertada de “Essais”. Pues la simple mo- destia de esta palabra es una cortesia orgullosa. El ensayista rechaza sus propias orgullosas esperanzas que sospechan haber Ilegado alguna vez cerca de lo ultimo: las que él puede ofrecer no son mds que explicaciones de poemas de otros y, en el mejor de los casos, de explicaciones de sus propios conceptos; eso es todo lo que él puede ofrecer. Pero él se sume irénicamente en esa pequefiez, en la eterna pequefiez del mds profun- do trabajo mental frente a la vida, y aun la subraya con irénica mo- destian*, El ensayo no obedece la regla del juego de la ciencia y la teo- rfa organizadas, segtin la cual, como dice la proposicién de Spinoza, el orden de las cosas es el mismo que el de las ideas. Puesto que el orden sin fisuras de los concepts no coincide con el de lo que es, no apunta auna estructura cerrada, deductiva o inductiva. Se revuelve sobre todo contra la doctrina, arraigada desde Platén, de que lo cambiante, lo efi- mero, es indigno de la filosoffa; contra esa vieja injusticia hecha a lo pasajero por la cual se lo vuelve a condenar en el concepto. Se arredra ante la violencia del dogma de que lo merecedor de dignidad ontolé- gica es el resultado de la abstraccién, el concepto invariable en el tiem- po frente al individuo aprehendido por él. La falacia de que el ordo idea- rum es el ordo rerum estriba en la suposicién de algo mediado como 4 Lukdcs, loc. cit., p. 21 [ed. esp. cit., p. 27]. 20 Notas sobre literatura I inmediato. Del mismo modo que algo meramente factico no puede pen- sarse sin concepto, pues pensarlo siempre significa ya concebirlo, asf tam- poco se puede pensar el mds puro concepto sin ninguna referencia a la facticidad. Incluso los productos de la fantasia presuntamente libera- dos del espacio y el tiempo remiten, por mds que de manera derivada, a la existencia individual. Por eso el ensayo no se deja intimidar por la depravada profundidad de que verdad e historia se oponen irreconci- liables. Si la verdad tiene en efecto un nticleo temporal, todo el conte- nido histérico se convierte en momento integrante de ella; lo a poste- riori se convierte concretamente en lo a priori, como exigfan Fichte y sus seguidores sdlo en general. La referencia a la experiencia —y el en- sayo le confiere tanta sustancia como la teoria tradicional a las meras categorfas— es la referencia a toda la historia; la experiencia meramen- te individual, con la que la consciencia comienza como con lo que le es mds préximo, estd ella misma mediada por la comprehensiva de la humanidad histéricas que en cambio ésta sea mediata y la de cada cual lo inmediato es mero autoengafio de la sociedad y la ideologta indivi- dualistas. Por eso el ensayo revisa el menosprecio de lo producido his- téricamente en cuanto un objeto de la teoria. La distincién entre una filosofia primera y una mera filosofia de la cultura que presupone a aqué- lla y construye sobre ella, distincién con la que se racionaliza teérica- mente el tabi que pesa sobre el ensayo, resulta insostenible. Pierde su autoridad un procedimiento del espiritu que venere como un canon la escisién entre lo temporal y lo atemporal. Niveles superiores de abs- traccién no invisten al pensamiento ni de mayor uncién ni de conte- nido metafisico; por el contrario, éste se volatiliza con el progreso de la abstraccién, y en algo quiere el ensayo compensar de eso. La misma ob- jecién habitual contra él de que es fragmentario y contingente postula el cardcter dado de la totalidad, pero con ello la identidad de sujeto y objeto, y se comporta como si se estuviera en poder de todo. Pero el ensayo no quiere buscar lo eterno en lo pasajero y destilarlo de esto, sino més bien eternizar lo pasajero. Su debilidad atestigua la misma no identidad que tiene que expresar; el exceso de intencién mds alld del asunto y, por tanto, aquella utopfa rechazada en la desmembracién del mundo en lo eterno y lo pasajero. En el ensayo enfatico el pensamien- to se desembaraza de la idea tradicional de verdad. Con ello suspende al mismo tiempo el concepto tradicional de mé- todo. La profundidad del pensamiento se mide por la profundidad con El ensayo como forma 21 que penetra en el asunto, no por la profundidad con que lo reduce a otro. Esto el ensayo lo aplica polémicamente, ya que trata lo que segtin las reglas del juego se considera derivado sin recorrer él mismo su de- finitiva derivacién. Piensa en libertad y junto lo que junto se encuen- tra en el objeto libremente elegido. No se encapricha con un més all4 de las mediaciones —y eso son las mediaciones histéricas en las que est4 sedimentada toda la sociedad, sino que busca los contenidos de la ver- dad en cuanto ellos mismos histéricos. No pregunta por ningun pro- todato, en perjuicio de la sociedad socializada, la cual, precisamente por- que no tolera nada no acufiado por ella, lo que menos puede tolerar es lo que recuerde a su propia omnipresencia y necesariamente cita como complemento ideoldgico esa naturaleza de la que su praxis no deja nada. EI ensayo denuncia sin palabras la ilusién de que el pensamiento pue- de escapar de lo que es thesei, cultura, a lo que es physei, por naturale- za. Proscrito por lo fijo, por lo reconocidamente derivado, por los ar- tefactos, honra a la naturaleza al confirmar que ésta ya no es para los hombres. Su alejandrinismo responde al hecho de que la lila y el rui- sefior, allf donde la red universal les permite atin sobrevivir, hacen avin creer por su mera existencia, que la vida sigue viviendo. Abandona el camino real a los orf{genes, el cual meramente lleva a lo mds derivado, al ser, a la ideologia duplicadora de lo que es sin ms, sin que por ello desaparezca completamente la idea de inmediatez, postulada por el sen- tido mismo de mediacién. Todos los grados de lo mediado son inme- diatos para el ensayo antes de que éste se ponga a reflexionar. De la misma manera que niega los protodatos, niega la definicién de sus conceptos. La filosoffa ha alcanzado la plena critica de éstos desde los mds divergentes aspectos; en Kant, en Hegel, en Nieztsche. Pero la ciencia no ha hecho nunca suya tal crftica. Mientras que el movimiento que comienza con Kant, en cuanto dirigido contra los tesiduos escoldsticos en el pensamiento moderno, sustituye las defi- niciones verbales por la conceptuacién de los conceptos a partir del proceso en que se producen, las ciencias particulares, por mor de la seguridad de su operacién, persisten en su precritica obligacién de de- finir; en esto los neopositivistas, que al método cientifico lo Haman filosoffa, coinciden con la escoldstica. El ensayo, en cambio, asume el impulso antisistemdtico en su propio proceder ¢ introduce los con- ceptos sin ceremonias, «inmediatamente», tal como los recibe. A és- tos no los precisa mas que su relaci6n mutua. Pero para ello encuen- 22 Notas sobre literatura I tra un apoyo en los conceptos mismos. Pues es mera supersticién de la ciencia preparatoria que los conceptos serfan en si indeterminados, que no los determinarfa sino su defissicién. La ciencia ha menester de la idea del concepto como una tabula rasa para consolidar su ambi- cién de dominio; como el tinico poder en vigor. En verdad, todos los conceptos los concreta ya implicitamente el lenguaje en que se en- cuentran, El ensayo parte de estos significados y, siendo ellos mismos lenguaje, los hace avanzar; quertia ayudar a éste en su relacién con los conceptos, tomarlos reflexivamente tal como son ya inconscien- temente nombrados en el lenguaje. Esto es lo que barrunta el proce- dimiento del andlisis semdntico, sélo que convirtiendo en fetiche la relacién de los conceptos con el lenguaje. El ensayo es tan escéptico con respecto a esto como a su definicién. Arrostra sin apologfa la ob- jecién de que uno no sabe fuera de toda duda qué ha de representar- se bajo los conceptos. Pues detecta que la exigencia de definiciones estrictas contribuye desde hace tiempo a eliminar, mediante mani- pulaciones que fijan los significados de los conceptos, lo itritante y peligroso de las cosas que viven en los conceptos. Pero, por eso mis- mo, ni puede pasarse sin conceptos generales —tampoco el lenguaje que no fetichiza al concepto puede prescindir de ellos-, ni procede con ellos arbitrariamente. Por eso se toma la exposicién mds en serio que los procedimientos que separan método y asunto y son indife- rentes a la exposicién de su contenido objetualizado. El cémo de la expresién tiene que salvar lo que de precisién se sacrifica cuando se renuncia a la circunscripcién, pero sin entregar el asunto tratado al arbitrio de los significados conceptuales decretados de una vez por to- das. En eso Benjamin ha sido el maestro insuperado. Tal precisién, sin embargo, no puede resultar en atomista. No menos sino més que el procedimiento definitorio impulsa el ensayo la interaccién entre sus conceptos en el proceso de la experiencia espiritual. En ésta aquéllos no constituyen un continuo de operaciones, el pensamiento no avan- za en un solo sentido, sino que los momentos se entretejen como los hilos de un tapiz. La fecundidad de los pensamientos depende de la den- sidad de esa trama. Propiamente hablando, el pensador no piensa en absoluto, sino que se hace escenario de la experiencia espiritual, sin de- senmarafiarla. También el pensamiento tradicional recibe de ésta sus im- pulsos, pero eliminando su recuerdo en cuanto a la forma. El ensayo, en cambio, la escoge como modelo sin, en cuanto forma refleja, sim- El ensayo como forma 23 plemente imitarla; la mediatiza con su propia organizacién conceptual; procede, por asi decir, de una manera metédicamente ametédica. Con lo que mejor se podria comparar la manera en que el ensayo se apropia de los conceptos serfa con el comportamiento de quien en un pafs extranjero se ve obligado a hablar la lengua de éste en lugar de ir acumulando sus elementos como se ensefia en la escuela. Leer4 sin diccionario. Si ha visto la misma palabra treinta veces, cada vez en un contexto diferente, se ha asegurado de su sentido mejor que si hubiera consultado la lista de significados, normalmente demasiado estrechos en relacién con el cambio constante de contexto y dema- siado vagos en relacién con los inconfundibles matices que el contexto aporta en cada caso. Por supuesto, el ensayo en cuanto forma se ex- pone al error lo mismo que tal aprendizaje; su afinidad con la expe- riencia espiritual abierta tiene que pagarla con la falta de esa segui dad, a la que la norma del pensamiento establecido teme como a la muerte. El ensayo no tanto desdefia la certeza libre de dudas como denuncia su ideal. Se hace verdadero en su progreso, que lo lleva mds all4 de s{, no en la obsesién de buscador de tesoros por los funda- mentos. Sus conceptos reciben la luz de un terminus ad quem oculto a él mismo, no de un terminus a quo evidente, y con esto expresa su método mismo la intencién utépica. Todos sus conceptos han de ex- ponerse de tal modo que se presten apoyo mutuo, que cada uno se articule segiin las configuraciones con otros. En él se retinen en un todo legible elementos discretamente contrapuestos entre sf; él no le- vanta ningdn andamiaje ni construccién. Pero los elementos cristali- zan como configuracién a través de su movimiento. Esta es un cam- po de fuerzas, tal como bajo la mirada del ensayo toda obra espiritual tiene que convertirse en un campo de fuerzas. El ensayo desaffa amablemente al ideal de la clara et distincta per- ceptio y de la certeza libre de dudas. En conjunto cabria interpretarlo como protesta contra las cuatro reglas que el Discours de la méthode de Descartes erige al comienzo de la ciencia occidental moderna y su teo- rfa, La segunda de esas reglas, la divisién del objeto en «tantas partes... como sea posible y requiera su mejor solucién»°, delinea aquel andli- 5 Descartes, Philosophische Werke, ed. Buchenau, Leipzig 1922, vol. 1, p. 15 [ed. es Discurso del método, Madrid, Espasa-Calpe, 1970, p. 40]. 24 Notas sobre literatura I sis de elementos bajo cuyo signo la teorfa tradicional hace equivalen- tes los esquemas de ordenacién conceptuales y la estructura del ser. Pero el objeto del ensayo, los artefactos, seresisten al andlisis de elementos, y tinicamente pueden construirse partiendo de su idea especifica; no en vano traté a este respecto Kant andlogamente las obras de arte y los organismos, aunque al mismo tiempo distinguiéndolos insobornable- mente contra todo oscurantismo roméntico. Como lo primero no se debe hipostasiar la totalidad, ni tampoco el producto del andlisis, los elementos. Frente a lo uno y lo otro, el ensayo se orienta a la idea de aquella reciprocidad que tolera tan poco la pregunta por los elemen- tos como por lo elemental. Los momentos no pueden desarrollarse pu- ramente a partir del todo ni a la inversa. Este es y no es ménada; sus momentos, como tales de indole conceptual, apuntan mds alld del ob- jeto especifico en el que se juntan. Pero el ensayo no los persigue has- ta allf donde, més alld del objeto especifico, se legitimarfan: de hacer- lo, caerfa en la mala infinitud. En lugar de eso, se acerca al hic et nunc del objeto hasta que éste se disocia en los momentos en los que tiene su vida en lugar de ser meramente objeto. La tercera regla cartesiana, «conducir ordenadamente mis pensa- mientos, empezando por los objetos mds simples y més ficiles de cono- cer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los mds compuestos», contradice flagrantemente a la forma ensayo, pues ésta parte de lo mds complejo, no de lo mds simple y de siempre habitual. Mantiene la actitud de quien se pone a estudiar filosofia te- niendo ya de algtin modo a la vista la idea de ella. Dificilmente empe- zaré por los escritores mds simples, cuyo common sense suele resbalar por los sitios en los que habria que demorarse, sino que mds bien recurrird a los supuestamente mis dificiles, que entonces proyectan retrospecti- vamente su luz sobre lo sencillo y lo iluminan como una «posicién del pensamiento respecto a la objetividad»*. La ingenuidad del estudiante que se contenta precisamente con lo dificil y formidable es més sabia que la pedanterfa adulta que con dedo amenazante exhorta al pensa- miento a comprender lo sencillo antes de atreverse con eso complejo que, * La primera parte de la Enciclopedia de las ciencias filosdficas de Hegel, titulada «La cien- cia de la I6gica», comienza con un «Concepto previo» en el que se tratan los tres pri- metos «posicionamientos del pensamiento respecto de la objetividad» (ed. esp.: Madrid, Alianza, 1997, pp. 125-185). [N. del T.] El ensayo como forma 25 sin embargo, es lo unico que le atrae. Tal aplazamiento del conocimiento meramente lo impide. Frente al convenu de la inteligibilidad, de la re- presentacién de la verdad como un conjunto coherente de efectos, el en- sayo obliga a pensar desde el primer paso el asunto con tantos estratos como éste tiene, con lo cual funciona como correctivo de aquel terco primitivismo que siempre se asocia a la ratio corriente. Si, falsificando segtin su costumbte lo dificil y complejo de una realidad antagonistica y escindida en ménadas, lo reduce a modelos simplificadores y luego di- ferencia éstos @ posteriori mediante presunto material, el ensayo se sa- cude la ilusién de un mundo sencillo, Iégico él mismo en el fondo, que tan bien se adapta a la defensa de lo que meramente es. Su cardcter di- ferenciador no es un afiadido, sino su medio. El pensamiento estableci- do se complace en atribuirlo a la mera psicologia de quienes conocen, creyendo asf despachar lo que ella tiene de vincularite. Las altisonantes protestas cientificas contra el exceso de agudeza no atafien en verdad al método poco fiable por petulante, sino a lo que de extrafio hay en el asun- to la manifestacién de lo cual permite. La cuarta regla cartesiana, «hacer en todo recuentos tan comple- tos y revisiones tan generales» que se «esté seguro de no omitir nada», el principio propiamente hablando sistematico, reaparece inalterado en la polémica de Kant contra el pensamiento «tapsédico» de Aristé- teles. Corresponde al reproche que se hace al ensayo de no ser, como dirfa un maestro de escuela, exhaustivo, cuando todo objeto, y por supuesto el espiritual, encierra en s{ infinitos aspectos sobre cuya elec- cidn no decide sino la intencidén del que conoce. La «revisién gene- ral» slo serfa posible si se estableciese de antemano que los concep- tos de su tratamiento absorben el objeto tratado; que no queda nada no anticipado por ellos. Pero la regla de la integridad de los miem- bros individuales pretende, como consecuencia de esa primera hipé- tesis, que el objeto se puede exponer en una cadena ininterrumpida de deducciones: una suposicién propia de las filosoffas de la identi- dad. Lo mismo que suced{a con el requisito de definicién, la regla car- tesiana, en cuanto guia para la prdctica del pensamiento, ha sobrevi- vido al teorema racionalista en que estribaba; también de la ciencia emp{ricamente abierta se exige revisién comprehensiva y continuidad en la exposicién. Asf, lo que en Descartes habfa de ser una concien- cia intelectual que velara por la necesidad del conocimiento se trans- forma en arbitrariedad, la de una «frame of reference», de una axio- 26 Notas sobre literatura I matica que hay que colocar al principio para satisfacer la necesidad metédica y por mor de la plausibilidad del conjunto, sin que ella mis- ma pueda demostrar ya su validez-e evidencia, 0, en la versién ale- mana, de un «proyecto» que, con el pathos de dirigirse al ser mismo, meramente escamotea sus condiciones subjetivas. El requisito de con- tinuidad en la conduccién del pensamiento tiende ya a prejuzgar la concordancia en el objeto, la propia armonia de éste. Una exposicién continua contradirfa un asunto antagon{stico, a no ser que definiera la continuidad al mismo tiempo como discontinuidad. Inconscien- temente y sin teoria, en el ensayo como forma se deja sentir la nece- sidad de anular también en el procedimiento del espiritu las preten- siones de integridad y continuidad teéricamente superadas. Si se resiste estéticamente al mezquino método que lo tinico que quiere es no omi- tir nada, estd obedeciendo a un motivo critico-gnoseoldgico. La con- cepcién roméntica del fragmento como obra no completa sino que procede al infinito mediante la autorreflexién defiende este motivo antiidealista en el seno mismo del idealismo. Ni siquiera en el modo de presentacién puede el ensayo actuar como si hubiera deducido el objeto y no quedara nada mds que decir. A su forma le es inmanen- te su propia relativizacién: tiene que estructurarse como si pudiera in- terrumpirse en cualquier momento. Piensa en fragmentos lo mismo que la realidad es fragmentaria, y encuentra su unidad a través de los fragmentos, no pegdndolos. La sintonfa del orden Idgico engafia so- bre la esencia antagonistica de aquello a lo que se le ha impuesto. La discontinuidad es esencial al ensayo, su asunto es siempre un conflicto detenido. Mientras armoniza los conceptos entre s{ gracias a su fun- cin en el paralelogramo de fuerzas de las cosas, retrocede con espanto ante el superconcepto al que habria que subordinarlos a todos; lo que éste meramente finge conseguir su método sabe que es irresoluble, y sin embargo trata de conseguirlo. La palabra intento, en la que la uto- pia del pensamiento de dar en el blanco se empareja con la consciencia de la propia falibilidad y provisionalidad, participa, como la mayorfa de Jas terminologias sobrevivientes, una informacién sobre la forma que se ha de tomar tanto més en cuenta en tanto que no lo hace pro- gramaticamente sino como caracteristica de la intencién que avanza a tientas. El ensayo tiene que lograr que en un rasgo parcial escogido o hallado brille la totalidad, sin que ésta se afirme como presente. Co- rrige lo casual y aislado de sus intuiciones haciendo que éstas se mul- El ensayo como forma 27 tipliquen, confirmen o limiten bien en su propio avance, bien en su relacién de mosaico con otros ensayos; no por abstraccién en unida- des tipicas extrafdas de ellas. «En esto, pues, se diferencia un ensayo de un tratado. Escribe ensay{sticamente quien redacta experimentan- do, quien vuelve y revuelve, interroga, palpa, examina, penetra en su objeto con la reflexién, quien lo aborda desde diferentes lados, y reti- ne en su mirada espiritual lo que ve y traduce en palabras lo que el objeto permite ver bajo las condiciones creadas en la escritura»®. La desazén que produce este procedimiento, la sensacién de que se lo puede prolongar a capricho, tiene su verdad y su falsedad. Su verdad porque, en efecto, el ensayo no concluye y pone al descubierto la in- capacidad para hacerlo como parodia de su propio apriort; se le im- puta entonces como culpa aquello de lo que en realidad son culpa- bles aquellas formas que borran las huellas del capricho. Pero esa _ desaz6n es falsa porque la constelacién del ensayo no es tan caprichosa como se la imagina el subjetivismo filosdfico que transfiere la cons- triccién del asunto al del orden conceptual. Lo que lo determina es la unidad de su objeto junto con la de la teorfa y la experiencia que se han introducido en el objeto. La suya no es la vaga apertura del sentimiento y el estado de dnimo, sino la que debe el contorno a su contenido. Se rebela contra la idea de obra capital, ella misma refle- jo de la de creacién y totalidad. Su forma acata el pensamiento criti- co segiin el cual el hombre no es creador, nada humano es creacién. El ensayo mismo, siempre referido a algo ya creado, ni se presenta como tal ni aspira a nada que lo abarcara todo, cuya totalidad equi- valiera a la de la creacién. Su totalidad, la unidad de una forma cons- truida en y a partir de sf, es la de lo no total, una totalidad que ni si- quiera en cuanto forma afirma la tesis de la identidad de pensamiento y asunto que rechaza como contenido. La liberacién de la constric- cién de la identidad concede a veces al ensayo lo que escapa al pen- samiento oficial, el momento de lo indeleble, del color imborrable. § Max BENsE’, «(ber den Essay und seine Prosa», en Merkur I (1947), p. 418. * Max Bense (1910-1990): filésofo, escritor y promotor de la llamada «poesta concte- ta», Sus trabajos abarcan campos tan diversos como la historia de la filosofia, la teorfa de la ciencia, la légica, la cibernética, la estética, la semiética, la critica cultural y la po- Ittica. Su filosofia neopositivista intents establecer los fundamentos de la civilizacién técnica como culminacién del proceso civilizador. [N. del T.] 28 Notas sobre literatura I Ciertos términos extranjeros empleados por Simmel —cachet*, attitu- de— revelan esta intencién sin que ella misma se trate tedricamente. Es a la vez mds abierto y mds cerrado de lo que le gustaria al pen- samiento tradicional. Mas abierto en la medida en que, por su estruc- tura, niega toda sistematicidad y se basta tanto mejor a si mismo cuan- to més estrechamente se atiene a esa negacién; los residuos sistematicos en los ensayos, por ejemplo la infiltracién en estudios literarios de fi- losofemas aportados tal cual y ampliamente difundidos, no tienen mds valor que las trivialidades psicolégicas. Pero el ensayo es mds cerrado porque trabaja enfaticamente en la forma de exposicién. La conscien- cia de la no identidad de exposicién y asunto le impone a la primera un esfuerzo ilimitado. Esto es lo tinico que el ensayo tiene de parecido con el arte; por lo demas, debido a los conceptos que en él aparecen, los cuales traen de fuera no sélo su significado sino también su refe- rencia tedrica, est4 necesariamente emparentado a la teoria. Por supuesto, con ésta se comporta tan cautelosamente como con el concepto. Ni se deduce rigurosamente de ella -el error cardinal de todos los trabajos en- sayisticos tardios de Lukdcs—, ni es un pago a cuenta de futuras sinte- sis. La experiencia espiritual se ve tanto mds amenazada de desastre cuan- to més se esfuerza por consolidarse como teorfa y adoptar los gestos de ésta, como si tuviera en sus manos la piedra filosofal. Sin embargo, por su propio sentido la misma experiencia espiritual tiende a tal objetiva- cién. El ensayo refleja esta antinomia. Igual que absorbe conceptos y experiencias de fuera, también teorfas. Sélo que su relacién con ellas no es la del punto de vista. Cuando la falta de punto de vista del ensa- yo no es ya ingenua y obediente a la prominencia de sus objetos; cuan- do més bien aprovecha la relacién con sus objetos como medio contra el hechizo del comienzo, de manera por asi decir parddica realiza efec- tivamente la polémica, de lo contrario impotente, del pensamiento con- tra la mera filosofia del punto de vista. Devora las teorfas que le son préximas; tiende siempre a la liquidacién de la opinidn, incluso de aque- Ila de la cual parte. Es lo que ha sido desde el principio, la forma criti- ca par excellence; y ciertamente, en cuanto critica inmanente de las obras espirituales, en cuanto confrontacién de lo que son con su concepto, * La palabra francesa wachet», ademds del de «temuneracién» u chonorarios», también tiene el sentido, que es en el que Simmel la suele emplear, de «sello» (tal como, por ejem- plo, aparece en la expresién «sello de elegancia»), simpronta», «cardcter». (N. del T.] El ensayo como forma 29 critica de la ideologia. «El ensayo es la forma de la categoria critica de nuestro espiritu. Pues quien critica tiene necesariamente que experi- mentar, tiene que crear condiciones bajo las cuales un objeto se haga de nuevo visible, de manera diversa que en un autor dado, y ante todo tiene ahora que poner a prueba, ensayar la fragilidad del objeto, y pre- cisamente en esto consiste el sentido de la ligera variacién que el obje- to experimenta en manos de su crftico»?. Cuando, puesto que no re- conoce ningun punto de vista externo a s{ mismo, se reprocha al ensayo su falta de punto de vista y relativismo, entra en juego precisamente aquella nocién de la verdad como algo «fijo», una jerarquia de conceptos que Hegel, tan poco amigo del punto de vista, destruyé: ahi es donde el ensayo se toca con su extremo, la filosofia del saber absoluto. Que- rrfa salvar al pensamiento de su arbitrariedad asumiéndola reflexivamente en su propio proceder, en lugar de enmascararla como inmediatez. Por supuesto, esa filosofia ha seguido adoleciendo de la inconse- cuencia de al mismo tiempo criticar el superconcepto abstracto, el mero «resultado», en nombre de un proceso en sf discontinuo, y sin embar- go hablar, por costumbre idealista, de método dialéctico. Por eso el en- sayo es mds dialéctico que la dialéctica cuando ésta se presenta a si mis- ma. Toma la Idgica hegeliana al pie de la letra: ni se puede blandir inmediatamente la verdad de la totalidad contra los juicios individua- les, ni se puede hacer finita la verdad convirtiéndola en un juicio in- dividual, sino que la aspiracién de la singularidad a la verdad se toma literalmente hasta la evidencia de su no verdad. Lo audaz, anticipato- tio, no completamente saldado de todo detalle ensayistico arrastra a otros tantos como negacién; la no verdad en que a sabiendas se enre- da el ensayo es el elemento de su verdad. Sin duda, hay también algo de no verdadero en su mera forma, en la referencia a algo culturalmente preformado, derivado, como si esto fuera en sf. Pero cuanto més enét- gicamente suspende el concepto de algo primero y se niega a desde- vanar la cultura de la naturaleza, tanto mds profundamente reconoce la esencia de crecimiento natural de la cultura misma. Hasta el dia de hoy se perpetiia en ésta el ciego sistema natural, el mito, y eso preci- samente es lo que refleja el ensayo: su tema propiamente dicho es la telacién entre la naturaleza y la cultura, No en vano se sumerge, en 7 Bense, Joc. cit., p. 410, 30 Notas sobre literatura I vez de «reducirlos», en los fenédmenos culturales como en una segun- da naturaleza, una segunda inmediatez, a fin de superar la ilusién de ésta a fuerza de tesén. Se engafia tan poco como la filosofia del origen acerca de la diferencia entre cultura y lo que subyace a ésta. Pero para él la cultura no es un epifenédmeno por encima del ser que haya que destruir, sino que lo subyacente a ella mismo es shesei, la falsa socie- dad. Por eso para él el origen no vale mds que la superestructura. Su libertad en la eleccién de los objetos, su soberanfa frente a todas las priorities del hecho o de la teorfa, las debe a que para él todos los ob- jetos estén en cierto sentido a la misma distancia del centro: del prin- cipio que embruja a todos. No glorifica la ocupacién con lo origina- tio como més originaria, pues, que la ocupacién con lo mediado, porque para él la misma originariedad es objeto de reflexidn, algo ne- gativo. Esto corresponde a una situacién en la que la originariedad, en cuanto punto de vista del espfritu en medio del mundo socializado, se ha convertido en una mentira. Esta se extiende desde la elevacién a pro- topalabras de conceptos histéricos extrafdos de las lenguas histéricas hasta la formacién académica en «creative writing» y el primitivismo cultivado profesionalmente, las flautas de pico y el finger painting, en los que la inopia pedagédgica se hace pasar por virtud metafisica. El pen- samiento no queda al margen de la rebelién baudeleriana de la poesfa contra la naturaleza como reserva social. Tampoco los parafsos del pen- samiento son ya sino los artificiales, y por ellos deambula el ensayo. Como, segtin el dicho de Hegel, no hay nada entre el cielo y la tierra que no esté mediado, el pensamiento se mantiene fiel a la idea de in- mediatez a través de lo mediado, mientras que se convierte en presa de esto en cuanto aprehende inmediadamente lo inmediado. El pen- samiento se aferra astutamente a los textos, como si éstos estuvieran. ah{ sin mds y tuvieran autoridad. Asi consigue, sin el engafio de algo primero, un suelo, por mds que:dudoso, bajo sus pies, de un modo com- parable a la antigua exégesis teoldgica de las Escrituras. La tendencia, sin embargo, es la opuesta, la critica: mediante la confrontacién de los textos con su propio enfatico concepto, con la verdad de la que cada uno habla aunque no quiera hablar de ella, minar 1a aspiracién de la cultura y moverla a parar mientes en su no verdad, precisamente en aquella apariencia ideoldgica en la cual la cultura se revela a merced de la naturaleza. Bajo la mirada del ensayo, la segunda naturaleza se interioriza a s{ misma como primera. El ensayo coma forma 31 Si la verdad del ensayo se mueve por su no verdad, no ha de bus- carse en la mera oposicién a lo que en él haya de deshonesto y repro- bable, sino en esto mismo, en su movilidad, su carencia de aquella so- lidez cuya exigencia la ciencia transfirié de as relaciones de propiedad al espiritu. Quienes creen que tienen que defender al espfritu contra la falta de solidez son sus enemigos: el espiritu mismo, una vez emanci- pado, es mévil. En cuanto quiere mds que meramente la repeticién y el adobo administrativos de lo ya existente cada vez, tiene algun flan- co sin cubrir; abandonada por el juego, la verdad ya no serfa més que tautologia. Histéricamente, pues, el ensayo est4 emparentado con la re- térica, a la que la mentalidad cientifica desde Descartes y Bacon quiso dar el golpe de gracia, hasta que, muy consecuentemente, en la era cien- tifica ha sido degradada a ciencia sui generis, la de las comunicaciones. Probablemente, la retérica nunca ha sido mds que el pensamiento en su adaptacién al lenguaje comunicativo. Ha apuntado al lenguaje in- mediato: a la satisfacci6n suceddnea de los oyentes. Ahora bien, preci- samente en la autonomfa de la exposicién que lo distingue de la co- municacién cientifica conserva el ensayo huellas de lo comunicativo de las que ésta carece. Las satisfacciones que la retérica quiere proporcio- nar al oyente se subliman en el ensayo como idea de la felicidad de una libertad frente al objeto que da a éste més de lo suyo que si se lo inte- grase despiadadamente en el orden de las ideas. La consciencia cienti- ficista, orientada contra toda representacién antropomérfica, ha sido siempre aliada del principio de realidad y tan enemiga de la felicidad como éste. Mientras que el fin de todo dominio de la naturaleza ha de ser la felicidad, al mismo tiempo siempre se presenta como regresién a la mera naturaleza. Esto resulta evidente hasta en las filosoflas supre- mas, hasta en Kant y Hegel. Pese a que tienen su pathos en la idea ab- soluta de la raz6n, a ésta la denigran al mismo tiempo como imperti- nente ¢ irrespetuosa en cuanto relativiza algo vdlido. Contra esta propensién, el ensayo salva un momento de sofistica. La hostilidad del pensamiento critico oficial a la felicidad es rastreable especialmente en la dialéctica trascendental de Kant, la cual querria eternizar la frontera entre entendimiento y especulacién e impedir, segtin la caracteristica metéfora, el «vagabundeo por los mundos inteligibles». Mientras que la raz6n que se critica a si misma pretende estar en Kant con los dos Pies firmemente asentados en el suelo, fundamentarse a si misma, se- gtin su mds intimo principio est4 impermeabilizdndose a cualquier no- 32 Notas sobre literatura I vedad y a la curiosidad, el principio de placer del pensamiento, tan de- nostado también por la ontologfa existencialista. Lo que por lo que al contenido se refiere ve Kant como ffinalidad de la razén, la instauracién de la humanidad, la utopfa, lo impide la forma, la teorfa del conoci- miento, que no permite a la razén ir més alld del Ambito de la expe- tiencia, el cual, en el mecanismo del mero material y las categorfas inal- terables, se reduce a lo que de siempre ha sido ya. Sin embargo, el objeto del ensayo es lo nuevo en cuanto nuevo, no retraducible a lo viejo de las formas existentes. Al reflejar el objeto por asf decir sin violencia, se queja en silencio de que la verdad haya traicionado a la felicidad y con ello también a sf misma; y esta queja provoca la ira contra el ensayo. En éste a lo que de persuasivo hay en la comunicacién se le priva de su finalidad originaria, en analogfa con el cambio de funcién de muchos rasgos en la musica auténoma, y se lo convierte en pura determinacién de la exposicién en si, en lo constrictivo de su construccién, la cual no querria copiar la cosa sino reconstituirla a partir de sus membra disiec- ta conceptuales. Pero las chocantes transiciones de la retérica, en las que la asociacién, la multivocidad de las palabras, la omisién de la sintesis Idgica le hacian las cosas mds faciles al oyente y lo sometfan, una vez debilitado, a la voluntad del orador, en el ensayo se funden con el con- tenido de verdad. Sus transiciones repudian la derivacién rigurosa en aras de conexiones oblicuas entre los elementos que no caben en la I6- gica discursiva. Utiliza los equivocos no por negligencia, ni por desco- nocimiento de la prohibicién cientificista que sobre ellos pesa, sino para llevar a donde la crftica del equivoco, la mera separacién de los signi- ficados, rara vez llega: al hecho de que siempre que una palabra cubre una diversidad, lo diverso no es completamente diverso, sino que la de la palabra alude a una unidad, por mds recéndita que sea, en la cosa, sin que, por supuesto, se la pueda confundir, segtin suelen hacer las ac- tuales filosofias restauracionistas, con parentescos lingiiisticos. También en esto raya el ensayo con la Iégica musical, el estrictisimo y sin em- bargo aconceptual arte de la transicién, a fin de obsequiar al lenguaje oral algo que perdié bajo el dominio de la Idgica discursiva, a la cual sin embargo no se la puede pasar por alto, sino meramente burlar en sus propias formas gracias a la penetrante expresién subjetiva. Pues el ensayo no se encuentra en simple oposicidn al procedimiento discursi- vo. No es ilégico; él mismo obedece a criterios ldgicos en la medida en que el conjunto de sus proposiciones tiene que ajustarse consistente- El ensayo como forma 33 mente. No pueden quedar en meras contradicciones, a menos que se fundamenten como pertenecientes al asunto. Sdlo que el ensayo desa- rrolla los pensamientos de modo distinto a como hace la légica dis- cursiva. Ni los deduce de un principio ni los infiere de observaciones individuales coherentes. Coordina los elementos en lugar de subordi- narlos; y lo unico conmensurable con los criterios kégicos es la quinta- esencia de su contenido, no el modo de su exposicidn. Si por compa- racién con las formas en que de modo indiferente se comunica un contenido preparado el ensayo, debido a la tensién entre la exposicién y lo expuesto, es mds dindmico que el pensamiento tradicional, como yuxtaposicién construida es al mismo tiempo més estdtico. En esto so- lamente estriba su afinidad con la imagen, salvo que esa misma es una estaticidad en la que las relaciones de tensién se encuentran en cierta medida detenidas. La fAcil flexibilidad del curso de los pensamientos del ensayista le obliga a una mayor intensidad que la del pensamiento discursivo, pues el ensayo no procede, como éste, ciega y automdtica- mente, sino que a cada instante tiene que reflexionar sobre s{ mismo. Por supuesto, esta reflexién no se extiende solamente a su relacién con el pensamiento establecido, sino en la misma medida también a la re- lacién con la retérica y la comunicacién. De otro modo, lo que se ima- gina supracientifico resulta ser vanamente precientifico. La actualidad del ensayo es la de lo anacrénico. El momento le es més desfavorable que nunca. Se ve triturado entre una ciencia organi- zada en la que todos pretenden controlar todo y a todos y que excluye con el hipdcrita elogio de intuitivo o estimulante lo que no estd corta- do por el patrén del consenso; y una filosofia que se conforma con el vacfo y abstracto resto de lo todavfa no ocupado por la actividad cien- tfica y que, por eso mismo, es para ella objeto de una actividad de se- gundo grado. Pero el ensayo se ocupa de lo que hay de ciego en sus ob- jetos. Le gustaria descerrajar con conceptos lo que no entra en conceptos © que, por las contradicciones en que éstos se enredan, revela que la red de su objetividad es un dispositivo meramente subjetivo. Le gustarla po- larizar lo opaco, desatar las fuerzas latentes en ello. Se esfuerza por la concrecién del contenido determinado en el espacio y el tiempo; cons- truye la imbricacién de los conceptos tal como éstos se imaginan im- bricados en el mismo objeto. Se sustrae al dictado de los atributos que se adscriben a las ideas desde la definicién del Banquete, «eternas en su ser, ni engendradas ni perecederas, ni sujetas a cambio ni a disminu- 34 Notas sobre literatura I cién»; «un ser por y para s{ mismo eternamente uniforme»*; y, sin em- bargo, sigue siendo idea, pues no capitula ante el peso de lo que es, no se inclina ante lo que meramente @s. Pero esto no lo mide por algo eter- no, sino por un entusiasta fragmento del perfodo tardio de Nietzsche: «Supuesto que digamos sf a un tinico instante, con ello hemos dicho si no sélo a nosotros mismos, sino a toda la existencia. Pues nada es au- tosuficiente, ni en nosotros mismos ni en las cosas: y si nuestra alma no ha vibrado y resonado de felicidad como una cuerda mds que una sola vez, para condicionar ese tinico suceso fueron necesarias todas las eternidades, y toda la eternidad fue aceptada, redimida, justificada y afir- mada en ese tinico instante de nuestro sf{»*, Sélo que el ensayo descon- fia aun de tal justificacién y afirmacién. Para la felicidad que Nietzs- che consideraba sagrada no conoce otro nombre que el negativo. Incluso las manifestaciones supremas del espiritu que la expresa no dejan de es- tar envueltas en la culpa de obstaculizarla en la medida en que siguen siendo mero espiritu. Por eso fa ley formal mds {ntima del ensayo es la herejfa. La contravencién de la ortodoxia del pensamiento hace visible aquello, el mantenimiento de cuya invisibilidad constituye a secreta y objetiva finalidad de esa ortodoxia. * Cf PLATON, El banguete o Del amor, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1969, p. 589. [N. del T] ® Friedrich NIETZSCHE, Werke, vol. 10, Leipzig 1910, p. 206 (Der Wille zur Macht Il, § 1032).

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