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Convicción de Pecado

La historia quedó plasmada con un Judas acudiendo a los sacerdotes, allí


acordó a cambio de treinta piezas de plata entregar Jesús; entretanto, llegada
la pascua los discípulos preparaban la cena.

El día de Pascua, Jesús anuncia dos eventos importantes:

■ Alguien habría de entregarlo

■ Sería negado

Cada uno de los discípulos se cuestionó sobre la posibilidad de su participación


en los hechos señalados En tanto que Judas, el citado traidor preguntó: ¿Soy
yó…?, y la respuesta no pudo ser más contundente: ¡Tú lo has dicho!.
Sin embargo el asunto central de éste episodio es, ¿qué hizo que los discípulos
pensaran que podían llegar a faltarle al Señor Jesús al punto de entregarle?.
Por un instante, ellos se detienen a examinar su interior y se dan cuenta de que
son imperfectos, que están llenos de fallas y que eventualmente pueden
traicionar a su maestro.

En el momento que Jesús asevera que alguien lo entregaría para ser


sacrificado, la tristeza se apoderó de los discípulos, pero no una tristeza que
obedecía a un simple estado de melancolía, sino aquélla en la que se reconoce
que las acciones humanas, siempre tendientes al mal, conduciría a Jesús a la
cruz.

Al final la actitud de los seguidores del Maestro (Jesús) cambió, jamás le


entregarían, incluso se declararon absolutamente leales. Hasta aquí cabe
rescatar el concepto que el apóstol Pablo presentó en su disertación a los
Corintios (2 Corintios 7: 8 – 12), el contristarse o entristecerse por el pecado, si
yo sé que mis faltas no son poca cosa, entonces no me confío, voy a la cruz en
arrepentimiento y ese aceptar mis errores y pedir el perdón de Jesucristo, hará
que vuelva el gozo y la paz de Dios.

Los discípulos experimentaron ese contristamiento por el Espíritu Santo,


ninguno estaba exento de ser el traidor o de negar al Señor (Jesús), así como
nosotros no estamos libres de equivocaciones.
Es entonces que estar triste por mis fallas y errores como convicción del
Espíritu Santo, nos debe llevar de inmediato al arrepentimiento ya que el
mismo conduce a la salvación.
Es desastroso habituarse al pecado, pretender ser “bueno” según los
estándares propios, pero años luz de los de Dios, no pensar que pudiéramos
con nuestro cavilar o actuar hacer algo que ofenda a nuestro Dios.

Sin arrepentimiento radical y verdadero no hay perdón, sin él es el orgullo que


reina, alejando al hombre de la imprescindible reconciliación con su Creador.
El orgullo es un arma letal que se opone al arrepentimiento y aparece antes de
la caída o estrepitosa derrota, el corazón se endurece, no hay convicción de
pecado y entonces se empieza a padecer de un relativismo moral que es capaz
de aceptar toda clase de vilezas.

Los discípulos se hicieron duros, el mismo Pedro muy seguramente vio el


pecado en otros, pero no la debilidad propia. Se confió de su capacidad natural,
“yo nunca te negaré”, y dejó de revisar su vida. El orgullo le llevó a un exceso
de confianza, no dependió de Dios, los discípulos en pleno dejaron de escuchar
las advertencias de Jesús “Velad y orad para que no entréis en tentación”, tales
excesos como a aquéllos hacen que el hombre se haga sordo a la convicción
del Espíritu Santo.

En GETSEMANÍ Jesús oraba y sus discípulos dormían, Pedro, Jacobo y Juan


no entendía lo que iba a pasar, no les fue revelado porque no oraron, no se
prepararon y la prueba los tomó por sorpresa, vino el letargo espiritual, faltó
convicción, aceptar que necesitamos de Dios para no desfallecer.
No estaban alerta y cayeron en la tentación, uno le negó, los demás huyeron,
así que una vez que la tentación cobra fuerza lo espiritual es por completo
marginado.

Sin embargo aún hay esperanza, Dios espera que le escuchemos, (Mateo 26),
Jesús miró a Pedro luego de negarle y éste lloró amargamente, hubo
convicción de Pecado, se acordó de las palabras de su maestro “me negarás
tres veces”, le invadió la tristeza y con ese sentimiento luego de la resurrección,
pudo arrepentido afirmar también tres veces su amor por el Señor Jesús,
experimentó el amor de Dios y comenzó un ministerio poderoso.

“Necesitamos convicción de pecado, ser ágiles para confesar y asumir nuestra


inmensa necesidad de Dios” (Santiago 4:7)

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