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Ariana del S.

Couoh Osorio
Mérida, Yucatán a 7 de enero de 2010.

Reflexiones del libro: Tonto, Muerto, Bastardo e Invisible (Juan José Millás)

Cuando leí el título del libro no imaginé el porqué de ese nombre, me intrigó saber de que se podría
tratar y porque Juan me recomendaría éste. Así que lo primero que hice fue leer el resumen de la
contraportada para calmar mi curiosidad, lo cual, solamente logró incrementarla aún más; después al
pasar mi pulgar entre las hojas, estas soltaron una ventisca que invitaba a leerlas pero en ese preciso
momento tenía que entrar a clases por lo que tuve que despreciar tal invitación, cerré el libro y lo
guardé en mi mochila. Terminadas las clases me encaminé a casa con la finalidad de llegar a empezar a
leer y resolver el misterio que encerraba este texto; después de cenar y cambiarme de ropa me acomodé
en mi hamaca y comencé a leerlo. Puedo decir que desde que leí las primeras líneas me atrapó porque
comenzaron a salir imágenes de mi mente y poco a poco mi cuarto se había transformado en otro, era la
casa de Jesús, podía ver el baño, recorrer los pasillos y hasta entrar al cuarto de su hijo, donde yacían
los juguetes tirados, así mi habitación sufrió una metamorfosis de los diferentes escenarios que se
describían. Ya estaba dentro del libro, o mejor dicho, el libro estaba dentro de mí porque empecé a
sentir cada detalle de las situaciones que en él se decían. Parecía que lo estaba viviendo, en gran parte
porque tengo una imaginación demasiado volátil, es decir, permito que en mi cabeza las palabras se
conviertan en objetos con olores, sabores, sonidos, texturas y colores, como si los cinco sentidos de mi
cuerpo se comunicaran para sensibilizar cada fragmento, a través, de los archivos neuronales de mis
experiencias e inventando sensaciones no vividas, por tanto no me costó trabajó recrear lo dicho en el
libro.

Cada párrafo que leía identificaba situaciones similares que había vivido, tanto en forma individual,
como comportamientos sociales que había observado sin hacerlos consiente. Me preguntaba si por esa
razón Juan me lo dio y me asustó pensar que tanto de mi interior se estaba evidenciando en mi
comportamiento; eso que yo daba por hecho “nadie más sabia”; o que pretendía ignorar que los demás
sabían. Fue como ser descubierta. Lo que embonó perfectamente con la parte de ocultar mi
subnormalidad, porque sabía que era así pero no quería que nadie más lo supiese y este texto me lo
estaba diciendo a la cara. El libro me sugería cosas.

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Esa noche se me hizo corta y, aunque empezaba a tener sueño, me resistía a salirme de esa fantasía,
sobretodo porque empecé a cuestionar mi actuar y hacer una rememoración de ciertos momentos de mi
vida con base a lo que decía el autor o, mejor dicho, el personaje Jesús que era quien narraba. Todo lo
llevaba a mí, estaba extasiada por lo que estaba sintiendo, así me dio poco más de la una de la mañana
y decidí parar, más que por gusto, porque mis parpados ya no estaban dispuestos a continuar.

Al despertar, me preparé para salir, aliste mis cosas y el libro que asenté sobre mi cómoda la noche
anterior; lo tomé y lo llevé conmigo para regresar a esa fantasía en algún rato libre de ese día. Así, una
mañana que suponía como cualquier otra empezó a ser diferente al salir a las calles; es decir, la fantasía
que daba por hecho terminaba cada vez que cerraba el libro empezó a ser real, observaba que lo que se
decía de esa realidad en el texto era muy parecida a esta, donde yo me encontraba. Como el hecho de
fingir ser alguien o buscar cumplir con el perfil establecido para engranar en la gran maquinaria social.
Comencé a percatarme de cosas que anteriormente no había hecho, por ejemplo: por el camino donde
siempre paso para ir al centro de la ciudad, esta vez tenía cosas nuevas que antes no percibí, lo
cotidiano tenia detalles que descubrir y aunque podrían ser insignificantes llamaron mi atención, como
los letreros, las formas de los edificios, los árboles, colores, símbolos, olores, etc. y me preguntaba si
acaso las personas que están transitando en ese momento percibían lo mismo, o si estarían pensando y
sintiendo, ¿serían reales? o actuaban como robots que tienen programadas las actividades de todos los
días. No pude evitar reírme de mi misma, pensé que era una estupidez lo que estaba haciendo, pero me
estaba divirtiendo, lo estaba disfrutando; mientras caminaba sonreía, las personas me veían de manera
intrigada como si fuese una extraña que sabía algo que ellos ignoraban, sin atreverse a preguntar que
era. Y no puedo negar que me causó angustia sentir que estaba siendo el libro, pero era inevitable, lo
estaba relacionando y encontraba sentido de lo que veía con lo que en él se decía.

En el transcurso de la semana busqué y aproveché todo momento para intimar con el texto, quería saber
qué más cosas podía descubrir. En casa se me he hizo complicado lograr estos momentos, primero
porque había demasiadas distracciones que no me permitían estar a solas con él, recreando mi fantasía,
y segundo, porque mi mamá comenzó a desesperarse porque no me despegaba del libro, me dijo que
terminaría loca por leer tanto. Así que para no mortificarla más, pero sobre todo para continuar con este
placer, cogí el libro y me fui a un café para consumar con todo su esplendor el poder de mi
imaginación. Alimentada por una taza de café y un trozo de volteado de piña, mis sensaciones fueron
totales.

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Después de concluir el libro no pude evitar seguir en la atmosfera que describía y reaccionar en esta
realidad que, sobretodo, hizo que me sorprendiera de mi misma. El ejemplo más claro de esta
transformación fue mi reacción al escuchar e ir a ver una propuesta de trabajo para empezar a realizar
mis prácticas profesionales, que a simple vista me ofrecía muchas ventajas que en otro momento
hubiese aceptado sin cuestionar. Pero en esta ocasión pregunté, cosa que sorprendió a los presentes y a
mí misma, no esperábamos tal actuación; sentí su interés por incorporarme y que formara parte del
proyecto, no porque fuera indispensable, sino porque a ellos les convenía. Dije más cosas de lo que
ellos estaban esperando escuchar de mi o de cualquier otro siempre y cuando encajara en su perfil, me
di cuenta que expusieron argumentos que ellos consideraron necesarios y suficientes para que aceptara,
pero no podían saber que en mi interior estaba desarmando cada uno de sus argumentos, que
terminaron por no ser validos. Intentaron seducir mi obvio interés que ellos concebían como normal,
pero no dieron con “el real”: esta vez yo sabía lo que quería y lo que me ofrecieron, no lo fue. A la
mitad de la reunión, en mi mente ya se fraguaba mi decisión: no iba a regresar; a pesar de ello, no pude
evitar presumirme un poco y generar más interés, porque esto me estaba dando más satisfacción, más
placer. Puedo decir que me vi actuar, disfruté negarme, dejarlos interesados, casi con la certeza de que
aceptaría y luego…nada, me fui feliz por tal actuación. Puede que para los otros, o para la misma
Ariana de en otro momento, este rechazo haya significado una gran oportunidad perdida, pero en esta
ocasión no fue lo suficiente como para arrepentirme.

El libro de Juan José Millás lo relacioné mucho con el taller de epistemología porque implícitamente
plantea la cuestión del sujeto con pensamiento propio y con sentido de actuar; de cómo es que
permitimos que la inercia de los actos nos lleve y el tiempo que pasamos autonegándonos, haciendo
cosas que no tienen sentido y vivimos en realidades asumidas, dadas y no cambiantes. Intuyo que
cuando hace referencia al niño que llora dentro de uno mismo, plantea a que uno en la infancia es tan
real porque actúa de forma natural y espontánea, sin fingir, pero dadas las circunstancias y momentos
de cataclismos que se le presentan al sujeto (infante) quien con el paso del tiempo olvida lo que en
realidad era, termina comportándose apegado a la inmediatez de solucionar problemas aparentes que
exigen las circunstancias, y se deja llevar por la inercia del sistema. La forma en que redacta el autor
me llegó a confundir en ciertas partes porque se va trasladando hacía diferentes momentos, hecho que
en un principio me enredó y hasta releí algunos fragmentos para poder comprender y no perderme.

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Si pudiera sacar algún parámetro de comparación sugerido en el texto para enriquecer el estudio de las
ciencias sociales, uno de ellos sería la cuestión del Mercado. De cómo el sujeto es parte y se ve en él
como una mercancía más que solo puede tener valor dentro de él y que fuera no tiene identidad. Como
dice Hugo Zemelman; que uno tiene que adecuarse a los estándares que exige el mercado para ser útil,
y que cualquier comportamiento fuera de éste se considera irracional. Lo importante sería saber cuál es
la función que el sujeto tiene dentro de él, como y para uno mismo; conocer a qué procesos sociales y
económicos estamos respondiendo con nuestro actuar, y pensar que nuestro existir no se agota en ése
solo ámbito.

El autor habla de una clase media articulada con otro parámetro que es la moral y como ésta regula los
deseos individuales, subordinándolos a los deseos de la mayoría o de quienes ejercen una hegemonía
sobre la sociedad. Esta parte del libro me causó más inquietud que otras y aún sigo cuestionándola
porque la moral es un parámetro que personalmente me ha pesado (además, observo que a la mayoría
de las personas les pesa el salirse del formato, de lo correctamente dado, lo normado y establecido, etc.)
y probablemente no me queda claro porque la relaciono con el pensamiento crítico, sobre todo porque
ambos en muchas ocasiones se repelen a la hora de actuar.

Supongo que Juan me dio el texto porque en una ocasión le había comentado, estando en el taller, que
me sentía diferente, anormal y que me pasaba mucho tiempo intentando saber lo que podrían estar
pensando los demás; me daba miedo ser diferente, estar cambiando.

Disfruté mucho la lectura, me dejó y sugirió cosas para reflexionar, tuve todo tipo de sensaciones.
Ahora, hasta puedo aceptar que soy una persona subnormal (¡lo que eso quiera decir!) y me divierto
siéndolo. Soy tonta porque no sé lo que se supone debería saber y me interesan cosas absurdas que
pocas personas comparten, alguna vez jugué a ser invisible y en cierta ocasión me paso por la mente
pensar que era una bastarda, lo único que nunca he experimentado es estar muerta. Aunque si lo
comparo con algunas reflexiones de Zemelman, creo que si estuve muerta: porque si pensar es ser y en
otro momento no pensaba, entonces, por algún tiempo si estuve muerta; pero me encaja más decir que
estaba dormida o, mejor dicho, sonámbula, entre medio viva y medio muerta, ya que en ciertos
momentos tuve periodos de lucidez que consecuentemente bloqueaba.

En fin, fue tal la experiencia que tuve con esta lectura que decidí leerla una segunda ocasión; al
principio lo dude creyendo que sería cansado y aburrido, sin embargo me equivoqué, porque en esta
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segunda oportunidad descubrí otras cosas que en la primera, por la impresión y éxtasis no miré,
además, en esta ocasión todo lo viví en mi imaginación y jugué a ser otros personajes. Simplemente me
deje envolver por el libro.

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