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La hija de Rapaccini: dos visiones de la fantasia Frank Dauster Rutgers University New Brunswick, New, Jersey, U.S.A. Je los pocos que se han ocupado de a obra teatral de Octavio Paz, La hija de Rappaccini, casi nadie ha ido mis alla del escueto comentario de que es una adaptacién del cuento “Rappa- ccini’s daughter” del norteamericano Nathaniel Hawthorne. Quiz el Gnico en sefialar las excelencias teatrales de la obra de Paz fue e! dramaturgo mexi cano Emilio Carballido En un articulo Publicado a los quince afios del estreno de esta pieza en 1956 censura Carba- Hlido a los que se quedaban en el co- 58 mentario somero sefialando algunos de los cambios hechos por Paz ademas de mofarse de los que creen que la adaptacién es de alguna forma un acto menos creador: En cuanto al término adapter: posee un matiz preciso, que sugiere inmediatamen te los trajes viejos adaptados a la medida del hermanito menor por un sastre re- mendén. Adaptar, esto es, modificar algo cortindole aqui, aumentindole alld, y asi con un producto original se logra uno derivado y subordinado. Un cuento sufre ligeras modificaciones y se vuelve un dr ma, Para usar el ejemplo mas ilustre ciertas novelas italianas son culdadosa- mente parchadas y remendadas por un autor inglés con buen oficio: el subpro- ducto nos resulta Romeo y Julieta, Otelo Por supuesto, tiene toda la razén el dramaturgo mexicano. Adin cuando no hubiera otras modificaciones —y las hay— adaptar para el teatro una obra ideada y ejecutada en otro género sig- nifica un cambio drastico de concep- cién, de punto de vista creador, ademas de un sinfin de problemas de tipo téenico. Una de las dificultades al comentar la versién de Paz es el extraordinario cardcter ambiguo del texto original. En una época como la nuestra, cuando la teoria y la practica de la critica se encuentran tan fragmentadas que la obra mas inocente se convierte en cam- po de batalla de lecturas totalmente refiidas, “Rappaccini’s daughter" pro- voca una notoria falta de unanimidad. La delicada fantasia del médico quien, para derrotar a la muerte, nutre a su hija de venenos hasta convertirla en una especie de Ange! mortffero, cuyo mas leve contacto con otra persona produce graves quemazones, tiende muy claramente a la alegoria, debili- dad personal comentada por el mismo Hawthorne. El final irénico, en el cual muere la joven por tragar un supuesto remedio proporcionado por el estudian- tea quien ama, enturbia atin mds el asunto. Resulta invencible la tentacion de buscarle a la obra algo asi como una clave. De esta forma, el cuento se con- Vierte en una especie de mensaje cifra- do, el cual, al quedar explicado por el eritico, siempre comunica alguna vision muy del gusto de éste: lo mds frecuen- te es que vean en el cuento una como Divina comedia en escala menor. Pero la obra no resiste este tipo de encasillamiento. En un ensayo Iicido. dice 10 siguiente Frederick Crews: “Rappaccini’s daughter’ is the rock upon which theories about Hawthorne's high moral purpose regularly founder. Few of tales invite a sweeping, transcendent terpretation more tantalizingly. Haw- thorne says at the outset that he is a writer of allegories, and his plot, focused ‘on a diabolical scientist and the courths- hip of his spiritually pure but chemically toxic daughter, contains absurdities that cry out for some non-literal rationale. Criticism has supplied many such ratio- nnales but has rarely been able to deal meaningfully with the story’s main in- consistency. The shallow young hero, Giovanni Guasconti, is explicitly criti: ized for regarding Beatrice Rappaccini as monstrous, byt as a potential bride she is monstrous. Sefiala Crews lo absurdo de una de las interpretaciones mas arraigadas: la que ve en Beatrice un camino a la re- dencién a través del amor. A veces, esta teorfa no parece tener més base que el fenémeno de llamarse ella Beatrice y vivir en un jardin. Pero este es un jar- din monstruoso, lleno de plantas mor- tiferas, y ella misma es monstruosa. Ademas, por siglo XIX que sea la nifia, sabe muy claramente quién es, qué cosa €s, y no se puede negar que ella, aun cuando nunca sobrepasa los limites de la decencia més victoriana, al infatua- do Giovanni le atrae, y ella coquetea con él, hasta tal punto que el efluvio de las plantas venenosas se le contagia al joven y él también queda envenenado venenoso. Resulta realmente chocante leer a algunos comentaristas para quie- nes Giovanni representa varias versio- nes de la incapacidad de reconocer el verdadero bien y los ideales cristianos. * “Crénica de un estreno remoto”, en Revista Iberoamericane, XXXVI, 74 (enero- marzo 1971), p. 233. 2 The sins of the fathars: Hawthorne's psychological themes (New York, Oxford University Press, 1966), p. 117, tramoyva 59 Superficial, impetuoso y bastante cas- quivano lo es, pero Beatrice dista mu- cho de ser un objeto impecable para adorar. El mismo tipo de problema surge con las otras lecturas mas conocidas, entre ellas la que ve en la obra un deba- te dialéctico entre Rappaccini, el apés- tol de la nueva ciencia experimental, y Baglioni, adherido tercamente alo que lama “la buena medicina vieja”, a base de especulaciones racionales. Tampoco convence; el cuento queda reducido a un debate entre figuras secundarias. Podriamos seguir enumerando diversas interpretaciones, entre las cuales hay varias de interés: el tema det aislamien- to, la paradoja del bien perfecto que inevitablemente conduce al mal, las di- versas formas de percibir lo que nos rodea y nos pasa, o la teorfa de Crews, quien ve tanto en el cuento como en el caso del mismo Hawthorne un profun- do problema de tipo edipico. Dificilmente se puede hablar de comprender una adaptacién cuando no hay siquiera opinién mayoritaria en cuanto a la comprensién del supuesto modelo. Digo supuesto, porque en su drama emplea Paz un recurso técnico que le permite soslayar todo el proble- ma y que convierte su obra en algo ra- dicalmente distinto del cuento, a pesar de que el hilo sigue siendo casi idén- tico. Este recurso es el Mensajero, per- sonaje que no aparece en el cuento, y que en el drama desempefia la funcion técnica de narrar los antecedentes nece- sarios y a la vez de llevar la obra a un plano de accién casi totalmente aleja- do del cuento. En éste, aparece una i troduccién bastante curiosa, en la cual narra Hawthorne cémo ha traducido —o cuando menos adaptado; no especi- 60 fica— el cuento de la obra de un autor francés poco conocido, M. de Aubé- pine. Describe con bastante detalle la obra total del francés, y hasta da una lista de sus obras. Huelga decir que los titulos todos son fécilmente reconoci- bles como de Hawthorne, ast como que la descripcién de las caracteristicas generales de las obras es una visin sonriente pero irdnica del mismo autor. Es un recurso no desconocido a los autores del Quijote, y que tiene aqui un propésito parecido: proveerle al cuento de raices en un mundo existen- te, destruir la conciencia de la ficcién atribuyendo la obra a otro nivel de la realidad, creando asf una realidad miil- tiple pero mas facil de aceptar. El resul- tado es ese extrafio carécter ambiva- fente del cuento, de técnica y tono rea- listas pero de fuerte tensién alegérica. Todo esto lo abandona Paz a favor de su Mensajero inventado, a quien describe como“... personaje herma- frodita vestido como las figuras del Tarot, pero sin copiar a ninguna en par- ticular”.® Esta figura le da ala obra un aire de fantasia, de irrealidad, desde el comienzo, aire fortalecido por la pre- sentacién marcadamente antirrealista: Mi nombre no importa, Ni mi origen, En realidad no tengo nombre, ni sexo, ni edad, ni tierra, Hombre 0 mujer; nifio 0 viejo; ayer o mafiana; norte 0 sur; los dos géneros, los tres tiempos, las cuatro eda- des y las cuatro puntos cardinales con- vergen en mi y en mi se disuelven, Mi alma es transparente; si os asomiis a ella, ‘os hundiréis en una claridad fria y vert. ‘ginosa; y en su fondo no encontraréis nada que sea mio. Nada, excepto la ima- ‘gen de vuestro deseo, que hasta entonces ignorabais. Soy el lugar del encuentro, en mi desembocan todos los caminos. iEs- 3 La hija de Rappaccini. En Teatro mexi- ano del siglo XX: V, ed. by Antonio Maga- fiaEsquivel (México, D. F., Fondo de Cul- tura Econémica, 1970), p. 31. Pacio, puro espacio, nulo y vacio! Estoy aqui, pero también estoy alld; todo es aqui, todo es alld, Estoy en cualquier Punto eléctrico del espacio y en cual- quier fragmento imantado del tiempo: ayer es hoy; mafiana, hoy; todo lo que fue, todo lo que serd, esta siendo ahora mismo, aqui en la tierra o alld, en la es- trella. Et encuentro: dos miradas que se cruzan hasta no ser sino un punto incan- descente, dos voluntades que se enlazan y forman un nudo de llamas. El encuen- tro libremente aceptado, fatalmente ele- sido. Todo esto, por supuesto, cambia drasticamente la atmésfera. Desde su comienzo, el drama tiene un viraje de amor fatal, de la fatalidad de toda accién humana en un universo cuyo Portavoz es este ser ambiguo. Pero ade- mas, esta figura, descrita como vaga- mente del Tarot, nos coloca de plano en un ambiente mitico: Uniones y separaciones: almas que se juntan y son una constelacién que causa Por una fraccién de segundo en el centro del tiempo, mundos que se dispersan como los granos de fa granada que se des- grana en la hierba, Frente a estas palabras, resulta im- Posible buscar ya, como en el cuento, significados alegéricos. Estamos en un mundo més tenebroso y a la vez mas lcido, en un plano, como dice Carba- llido en el articulo citado, de magia y brujerfas. EI empleo del Mensajero para esta- blecer el ambiente y para conectar las diversas escenas le permite al dramatur- go dejar fuera de su obra casi todo ele- mento narrativo o de recuento, El re- sultado es que consiste en una serie de escenas pasionales casi sin relieve; desde el primer momento, Beatriz y Juan fun- cionan en un plano enteramente per- sonal, casi totalmente desarticulado del mundo de afuera. La suya es una asin como fa de Tristan e Isolda: no admite la existencia de nada que no sea su relacion. No tienen explicacidn, no significan: son. Se refuerza esta atmésfera fuera de tiempo y lugar al sacar el Mensajero algunos grandes naipes del Tarot: la Reina, el Rey, el Ermitafio, el Juglar y los Amantes. Pero sucede que al identi- ficar el Mensajero estas cartas, no las relaciona con personajes de la obra. Efectivamente, no hay correspondencia exacta. Los Amantes no acarrean lios; son Beatriz y Juan. "Son dos figuras: una color del dia, otro color de no- che””.® Pero no hay en la obra nadie que se parezca directamente a"... la Reina nocturna, la dama infernal, la sefiora que rige el crecimiento de las plantas . como tampoco encontra- mos a nadie que sea concretamente ““... el Rey de este mundo, sentado en su trono de estiércol de dinero .. . el Rey justiciero y virtuoso ...". Por supuesto, no es el Dr. Rappaccini, no resulta muy convincente en este papel el Dr. Baglioni. Los dos naipes restan- tes salen sobrando; no hay Ermitafio, “\...adorador del triéngulo y la esfe- fa, docto en la escritura caldea e igno- rante del lenguaje de la sangre, perdido 4 Ibid, pp. 31-32, 5 thid,, p. 32. Tanto las palabras como la funcién dramatica del Mensajero recuerdan las de la Intermediaria en Yo también hablo de 1a rasa de Emilio Carballido, figura tam- bién bastante hierdtica. Sera interesante es- tudiar, desde el punto de vista comparatista, estas dos obras por otra parte muy diferen- tes, aun cuando coinciden en algunos puntos. 6 La hija de Reppaccini, p. 33. Todas es- tas citas referentes a los naipes son de las pi- ginas 32 y 33. tramowsa 61 en su laberinto de silogismos, prisione- ro de sf mismo ...”", ni Juglar adoles- cente que haya". . . ofdo el canto noc- turno de la Dama... ”. Mas todavia: un examen de las car- tas del Tarot descubre que no todas las figuras citadas por el Mensajero realmente existen en el Tarot mds frecuente. Existen los Amantes, que significan la opcién entre atracciones diversas, entre el amor sagrado y el profano, lo cual no es precisamente la formula- cién de Paz, pero estd cerca. El Ermita- fio representa la sabidur‘a, pero parece original de Paz atribuirle este rango dentro del intelecto. El Juglar parece la figura conocida més bien como el Tonto, cuyo significado simbdlico es la necesidad de escoger, de resolver una decisién de importancia vital. Aquino hay duda posible: el Juglar es Juan, a quien vimos yacomo uno de los Aman- tes. Resulta claro que Paz maneja las figuras de! Tarot no en corresponden- cia directa con sus personajes, sino para crear cierta atmésfera y para suge- rir dimensiones simbélicas. Pasa lo mis- mo con la Reina; tal y como la descri- be Paz, retine cualidades de la Sacer- dotisa, el misterio, y la Emperatriz, la fertilidad. En un plano, estas figuras aluden a la doble naturaleza de Beatriz; en otro, podrian representar a Beatriz y su doble mortal, la flor mortffera que domina el jardin. El Rey parece corresponder al Emperador, cuyo signi- ficado fundamental es el control de la pasién por ta inteligencia. En el fondo, més que representar personajes especi- ficos, aluden estos caracteres a las ten- siones interiores de la obra: la oposi cién que encarnael dilema de los aman- tes, el choque que yace en el corazon 62 de toda actividad humana. La Reina y el Rey: las fuerzas ocultas, naturales, imponderables, y el control mediante la razén. EI dia y la noche, los dos la- dos de Beatriz, el dilema de Juan. Salta a la vista, pues, que todo esto no esté en el cuento de Hawthroene, y que el autor mexicano ha hecho mucho més que “adaptar” otra obra. En rigor, le ha dado a su obra un sesgo total- mente distinto de ta fuente, mediante las figuras del Tarot, la reduccién y simplificacién de la accién y el empleo del Mensajero. No se limita éste a apa- recer una sola vez para preparar el te- rreno; vuelve varias veces, para comen- tar la accién dramatica y relacionarla con lo que vendra. Asi surge en la cuar- ta escena, cuando Juan le entregé ya las flores ‘a Beatriz. Comenta la situa- cién de Juan mientras duerme éste; por ejemplo, pregunta si se habria fijado en que las rosas ennegrecieron apenas las tocé Beatriz. Hay un momento cuando parece describir el suefio pro- fundo de Juan, que se convierte en extrafia fantasi Duerme, y mientras duerme batalla con- tra sf mismo, ZHabré notado que el ramo de rosas, como si hubiese sido tocado Por el rayo, enegrecié apenas Beatriz 1o tomé entre sus brazos? A la luz indecisa del crepdsculo, y con la cabeza mareada Por 10s efluvios del jardin, no es fécil dis- tinguir una rosa seca de una acabada de cortar. iDuerme, duerme! Suefia con el mar que ef sol cubre de vetas rojas y mo- radas, suefia con la colina verde, corre por la playa, iregresa a tu Infancia! No, cada vez te alejas més de 10s paisajes fa milliares. Marchas por una ciudad labrada en cristal de roca. Tienes sed y la sed en- gendra delirios geométricos. Perdido en los corredores transparentes, recorres pla- zas circulares, explanadas donde obelis- 0s melancélicos custodian fuentes de mercurio, calles que desembocan en la misma calle. Las paredes de cristal se clerran y te aprisionan, tu imagen se re- pte mil veces en mil espejos que se repi- ten mil veces en otros mil espeios. Con- denado a no salir de ti mismo, condena- do a buscarte en las galerfas transparen: tes, slempre a la vista, siempre Inalcanza- ble: ése que esti ah’, frente a ti, que te mira con ojos de sipiica pidiéndote una sefial, un signo de fraternidad y reconoci- miento, no eres tG, sino tu imagen. Con- denado a dormir con los ojos abiertos. IClérralos, retrocede, vuelve a lo oscuro, mds alld de tu infancia, hacia atrés, hacia el origen! iOlas de tiempos contra tu alma! Rema contraellas, rema hacia atrés, remonta la corrlente, clerra los ojos, des- clende hasta Ia semilia. Alguien ha cerra- do tus parpados. La prision transparente se derrumba, los muros de cristal yacen a tus ples, convertides en un remanso de agua pacifica. Bebe sin miedo, duerme, navega, délate conducir por el rio de ojos cergados. La mafiana nace de tu costado. Ahora bien, este extraordinario arranque no es en absoluto un arrebato litico postizo. Al contrario, ala par que el Mensajero dice su parlamento, el cuerpo dormido de Juan mima las pala- bras. Es decir, hay aqui un regreso a una de las formas més arcaicas del tea- tro, el mimo con comentario, represen- tacién teatral del suefio como regreso a la capa més arcaica, mas fundamental, més pura quizd, de nuestra existencia. Se repite, pues, la funcién anterior del Mensajero: establecer el clima de fan- tasia, tal que la superficie, la aparente realidad, se haga transparente, y vemos as{lo verdadero real: la vida de ensuefio, de dos jévenes al borde del instante puestos a escoger su realidad. ‘Aparece dos veces més el Mensajero, con funcién parecida. En la escena sép- tima, después de que Rappaccini los deja a los jévenes en el jardin, despli ga una vez més su caracteristica doble: comunica al publico las quemaduras producidas en la mano de Juan por su roce con la de Beatriz, y comenta en forma lirica las acciones de los dos amantes. Otra vez es un soliloquio lar- g0 pero soliloquo que es médula del drama: ‘Ajenos al mundo, se pasean entre las flo- res ambiguas y aspiran su vaho equivoco, que se extiende como el manto carmes del deliio y luego se desvanece, sin dejar hhuclla, como las imagenes nocturnas se disuelven en el agua del alba. Y del mis- mo modo, en el espacio de unas horas, aparecieron y desaparecieron de la mano derecha de Juan —la misma que Beatriz habia rozado un dia antes— cinco peque- fias manchas rojas, parecidas a cinco flo- res mindsculas. Pero ellos no preguntan, no dudan y ni siquiera suefan: se con templan, se respiran. 2Respiran la muer- te 0 la vida? Ni Juan ni Beatriz piensan en la muerte 0 en Ia vida, en Dios o el Diablo. No les importa salvar su alma ni conquistar riqueza o poder, ser felices 0 hacer felices a los demés, Les basta con estar frente a frente y mirarse, Uno en torno del otro, como dos estrellas ena- moradas. El da vueltas alrededor de ella, Que gira sobre si misma; los circulos qu 41 describe son cada ver mis estrechos; entonces ella se queda quieta y empieza a cerrarse, pétalo a pétalo, como una flor nocturna, hasta que se vuelve impene- trable, Vacilante, él oscila entre el deseo y el horror; al fin se inclina sobre ella; y lla bajo esa mirada desamparada, se abre de nuevo y se despliega y gira en torno de su enamorado, que se queda quieto, fascinado, Pero nunca se tocan, condena- dos a girar interminablemente, movidos por dos poderes enemigos, que los acer- ‘aan y separan. Ni un beso ni una caricia. Solo los ojas devoran a los ojos, en un combate que es un abrazo. Envuelta por {as miradas de éellaes una torre de fuegg ¥y de deseo. Si Ia tocase, se incendiaria. 7 Ibid., pp. 39-40. Carballido sefiala en este procedimiento la semejanza con el tea ro tibetano, el Noh, y el de William Butler Yeats. 8 Es notorio aqut el recuerdo de los Cathar, secta medieval que acaso inspiré la poesia provenzal y las grandes leyendas 63 amorosas medievales. tramova 64 Otra vez el dramaturgo esté descri- biendo algo que el piiblico ve en el mis- mo momento de escuchar sus palabras; otra vez es un momento de mimo y voz sincronizados. Aqui, se subraya el ele- mento de danza; todo se describe en términos casi de baile formal, de un rito sobre el cual noejercen los amantes ningtn control, y un baile enteramente esté Aparece por iiltima vez el Mensaje- ro en el Epilogo, donde resume todo lo acontecido y por acontecer: Una tras otra se suceden las figuras: el Juglar, el Ermitafio, la Dama— una tras otra aparecen y desaparecen, se jun- tan y separan. Guiadas por los astros 0 por la voluntad sin palabras de la sangre, marchan hacia allé, siempre mds alld, al encuentro de si mismas; se cruzan y en- lazan por un instante y luego se disper- san y se plerden en el tiempo. Como el concertado movimiento de los soles y los planetas, infatigablemente repiten la dan- 2a, condenadas a encontrarse y a perderse Y a buscarse sin tregua por los infinitos corredores. iPaz a los que buscan, paz a tos que estén solos y giran en el vacfo! Porque ayer y mafiana no existen: todo es hoy, todo estd aqui, pregente. Lo que asé, esté pasando todavia.’ Queda as/ patente la intencién de Octavio Paz. Los amantes, tanto como os otros personajes, se resumen en los naipes del Tarot, figuras de una infi- nita cadena, condenados a repetir para siempre los mismos pasos de la misma danza, repitiéndose a través de las gene- raciones en la estéril busqueda del amor, la vida y la felicidad. Beatriz y Juan no pueden vivir enamorados por- que, como todo el mundo, estén con- denados a perecer en Ia tentativa del amor. Pero los Amantes perdurardn, gi- rando eternamente en este baile fantas- tico y fantasioso que son el amor y la ? La hija de Rappaccini, pp. 55-56.

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