Sei sulla pagina 1di 15

Escuelas fundantes de la psicología social 1

Julia Franco
GEORGE MEAD
KURT LEWIN
JEAN-PAUL SARTRE
George Mead / Julia Franco
Datos biográficos

Nació en Massachussets en 1863. Filósofo y psicólogo, nunca hizo una


división tajante entre estas dos disciplinas.
Su padre era un pastor congregacionalista. Siete años más tarde se
trasladaron a Ohio. Aquí el reverendo Hiram Mead pasó a ser profesor de oratoria
en el Seminario Teológico de Oberlin.
Fue estudiante en el Oberlin Collage y al morir su padre en 1881, la madre
empezó a enseñar, siendo más tarde presidenta de un colegio universitario en Mt.
Holyoke. Las relaciones con su hijo eran tranquilas, evitando discutir sobre
espinosos temas filosóficos. Mientras tanto George continuaba su gradual proceso
de liberación intelectual que le llevó, según dijo, veinte años para desaprender lo
que le habían enseñado en sus primeros veinte.
En Harvard se familiariza con William James. Sin embargo en este
momento la psicología y la filosofía de éste no causaron gran impacto en él.
Continúa sus estudios de filosofía en Alemania. Allí se casa en 1891, poco antes
de regresar a EE. UU. Fue en la Universidad de Michigan donde el esquema
básico de la filosofía de Mead comenzó a tomar forma. John Dewey acababa de
ser nombrado jefe del departamento quien, al igual que Mead, había
experimentado el idealismo hegeliano como una fuerza liberadora; y ambos se
dedicaban ahora a la búsqueda de una fundamentación más científica para la
filosofía. Consideraron que la obra de William James (cuyos Principios de Psicología acababan de publicarse) ofrecía
nuevas e importantes líneas para elaborar una ciencia de la mente.
En Michigan también estaba Charles Cooley, que planteaba la idea del “yo espejo”. Este se desarrolla, según él,
como reflejo de las evaluaciones de los otros, idea que Mead incorporaría en su concepción del papel asumido o “role-
taking”. Mead llevó la idea más lejos que Cooley al cuestionar los orígenes de la mente que éste aceptaba como algo dado.
Durante los tres años que estuvieron juntos en la Universidad de Michigan, Dewey, Cooley y Mead, elaboraron los
puntos básicos de su orientación común sobre la psicología social, orientación que más tarde se denominaría
interaccionismo simbólico, del que Mead sería su portavoz más autorizado.
En 1984 entra a la Universidad de Chicago como profesor de Filosofía, llegando más adelante a ser Decano de la
Facultad de Filosofía. Esta nueva escuela liderada por Dewey fue reconocida como el centro de un movimiento filosófico
que se empezó a llamar pragmatismo.
Murió a los sesenta y ocho años en Chicago, en 1931, siendo todavía profesor de filosofía allí.

Sus desarrollos

Mead dirigió su atención especialmente a la psicología social.


Un tema central en la filosofía pragmática fue la preocupación por los procesos, al considerar las ideas como parte
del devenir de la actividad. Toda la vida es actividad que se despliega de forma natural y está organizada por objetivos que
emergen y cambian en el proceso del devenir mediante el ajuste y el reajuste.
En 1896 Dewey publicó un artículo (“The Reflex Arc Concept in Psychology) que establece las ideas claves de la
escuela conocida como funcionalista en psicología. Este artículo tuvo gran influencia de Mead, y sirvió de base a gran
parte de la crítica contra el posterior movimiento conductista. Los conceptos de estímulo y respuesta fueron criticados por
Dewey, por suponer distinciones artificiales en el proceso fluido de la acción de un organismo. Los rasgos importantes no
son las partes específicas de la sensación, la atención y la acción, sino el modo en que la actividad como un todo se
organiza y se reconstituye en el ajuste progresivo del individuo. En lugar de una psicología diferencial de los distintos
procesos, proponía una concepción más unificada.
Mead sólo escribió alrededor de dos docenas de artículos importantes en toda su vida. Sus libros se publicaron
después de su muerte, y en su mayoría son recopilación de los apuntes de clase de sus alumnos. Este es el caso de
“Espíritu, Persona y Sociedad”, donde se trascribieron sus clases de psicología social.

2
La denominación de conductismo social dada por el propio Mead, merece una distinción con respecto al
conductismo de Watson (por otra parte alumno de Mead), que se hizo popular en los círculos psicológicos.
El conductismo de Watson no dejaba lugar a la mente o a conceptos mentalistas en el estudio de la conducta. La
psicología debía llegar a ser científica, y para ello era necesario que abandonara todos los conceptos que no podían
observarse desde el exterior.
Para Mead, en cambio, la mente era la preocupación principal en la investigación psicológica, y no debía detenerse
ante la dificultad de una medición objetiva. Pero estos acontecimientos mentales debían considerarse en su contexto de
comportamiento. En este sentido más amplio, puede la psicología social de Mead considerarse conductista.
“La psicología social es conductista en el sentido de que parte de una actividad observable -el proceso social
dinámico en devenir, y los actos sociales que son sus elementos integrantes- que ha de ser estudiada y analizada
científicamente. Pero no es conductista en el sentido de pasar por alto la experiencia interna del individuo, la fase
1
interior de ese proceso o actividad” .
Mead rechazó una característica que en particular se suele asociar con el conductismo: la tendencia a reducir un
fenómeno a sus unidades más simples de conducta. Por el contrario, para él la conducta de un individuo sólo puede ser
comprendida teniendo en cuenta la conducta de todo el grupo social del que forma parte, ya que es este grupo el que le
otorga sentido a los actos individuales. Su método consistía en proceder desde las fuerzas sociales más generales a los
pequeños acontecimientos de la conducta individual. Se trata de entender los actos sociales como un proceso completo, y
no como la suma de estímulos y respuestas particulares.

La evolución del lenguaje

Dijimos que a partir de Dewey (además de Mead, entre otros), se desarrolla la escuela filosófica llamada
Pragmatismo. Esta corriente sostiene que el significado de una proposición debía buscarse en sus consecuencias prácticas.
Lo importante aquí es el énfasis pragmático en el papel de la racionalidad, o sea en los efectos que ésta produce. Para
Mead, una de las características específicamente humanas es su capacidad de alterar y dirigir el curso de la evolución
mediante la actividad de sus capacidades intelectuales.
Mead concibió al organismo humano como un agente activo, no como el receptor pasivo de los estímulos del
ambiente. La percepción, por lo tanto, debe ser considerada como un proceso activo; se responde a los estímulos de
manera selectiva a medida que se los encuentra en el curso de los actos; luego se interpreta y responde a estos estímulos
en forma simbólica.
La mente y la capacidad del organismo humano para comunicarse simbólicamente deben explicarse como parte de
un proceso evolutivo.
Se propone entonces demostrar el proceso evolutivo que culmina en la capacidad lingüística del hombre. Para esto
explicó la forma más primitiva a partir de la cual se desarrolló una más avanzada. Las ideas de Darwin sobre la expresión
de las emociones le proporcionaron a Mead una base para explicar el desarrollo del lenguaje. Éste había demostrado las
asociaciones que se daban entre ciertos estados emocionales y ciertas configuraciones de expresiones corporales,
especialmente faciales. Cuando un animal muestra los dientes denota un estado interno de ira. El significado adaptativo de
esta acción es claro en los animales que emplean sus dientes para atacar, pero Darwin advirtió que esta manifestación se
observa aún en el hombre, donde ha perdido su valor original de supervivencia. Propuso la hipótesis de que la importancia
de las expresiones faciales consiste en su capacidad de revelar algo acerca del estado interno del organismo. Mead se
refiere a esos estados expresivos denominándolos “actitudes” o “gestos”, una acción que anticipa lo que vendrá,
comportamiento primitivo a partir del cual se ha desarrollado la capacidad de comunicación del hombre.
En los animales, el gesto utilizado es automático e irreflexivo. Es parte de un acto que predice otro; no intenta
comunicar su ira, simplemente la muestra en forma automática, siendo esta la primera parte del acto de atacar. Mead
demostró la función informativa del gesto en lo que denominó “conversación de gestos”.
¿Presenciaron alguna vez una pelea de perros?
¿Vieron como a la vez que gruñen con toda la dentadura en exhibición, dan vueltas uno alrededor del otro? Cada
movimiento de uno genera una reacción en el otro, cada acción es una reacción al movimiento previo de su rival. Lo
mismo ocurre entre humanos en una conversación, donde cada expresión verbal es respuesta a la expresión anterior del
otro.
Sin embargo, el lenguaje de gestos no es una comunicación. Para que lo sea debe comprender el uso de gestos
“significantes” o símbolos. El individuo debe poder interpretar el significado de su propio gesto.

1
Mead, G.: Espíritu, persona y sociedad, Buenos Aires, Paidós, 1963

2
“Los gestos se convierten en símbolos significantes cuando provocan implícitamente en el individuo que los hace
2
las mismas respuestas que provocan explícitamente -o se supone que deben provocar- en otros individuos”
La capacidad del humano de anticipar la respuesta que su gesto despierta en los demás, es lo que le posibilita pasar
de la conversación de gestos al del símbolo lingüístico significante. Del gesto significante a la expresión verbal hay sólo
un paso más: el sonido. Para comunicar debemos estar capacitados para anticipar la respuesta que nuestro acto suscitará
en otro. Esto se hace según Mead, asumiendo el rol del otro, viéndose a sí mismo desde el punto de vista de otra persona.

El desarrollo del sí mismo

Esta posibilidad del hombre de utilizar el lenguaje para comunicarse le permite a la vez desarrollar un “sí mismo”.
La mismidad sería la capacidad humana de tomarnos como objeto para nosotros mismos. Cada vez que nos vemos desde
“afuera”, como si el análisis lo dirigiéramos sobre otra persona, lo estamos haciendo gracias al lenguaje. Cuando nos
preguntamos: ¿qué es lo que aprendí? ¿cómo me fue hoy en mi trabajo? Lo que estamos haciendo es observarnos desde la
perspectiva de un evaluador externo. Debemos entonces asumir el rol de otro (cuyas pautas y criterios hemos incorporado)
y respondernos desde esos criterios, convirtiéndonos así en objetos para nosotros mismos; podemos objetivarnos.
“El sí mismo no existe inicialmente, en el momento del nacimiento, sino que surge durante el proceso de la
3
experiencia y actividad sociales”.
La constitución del sí mismo es un fenómeno ligado al desarrollo, y Mead utiliza una metáfora para graficar dos
etapas dentro de este proceso. Estas etapas son el juego y el deporte.
En el juego el niño pequeño va asumiendo diferentes roles duales, el propio y el de otra persona que cumple con el
rol complementario. ¿Jugaron alguna vez a la maestra, poli-ladrón, mamá, quiosquero, doctor…? Uno asumía un rol y el
compañero de juego el otro correspondiente. Esta actividad le da al niño la posibilidad de explorar las actitudes de los
otros hacia él, y va aprendiendo a considerarse desde un punto de vista externo. Va probando de a poco los roles
particulares de su entorno más inmediato, y de esa manera se empieza ver a sí mismo como lo ve la maestra, el
quiosquero, etc., etc.
En el deporte en cambio, lo que se incorpora es la totalidad de roles que conforman el equipo. Hay una mayor
organización en la actividad, tiene reglas y funciones, además de un objetivo común. Esto es lo más parecido a la
estructura social como conjunto, de allí la metáfora. El niño ya debe contar en esta etapa con la internalización de las
actitudes de todos los que intervienen en el deporte. Estas actitudes se organizan en una especie de unidad, y es esta
organización la que controla la respuesta del individuo. ¿Escucharon las lindezas que le grita la hinchada a algunos
futbolistas que se “cortan solos” o fallan en un pase fundamental? Bueno, a eso me refiero (o se refiere Mead en realidad),
a las expectativas de los otros sobre nosotros, la presión que ejerce el conjunto sobre el individuo cuando compromete el
resultado de todo el equipo (o de la sociedad).
Hay una definición de subjetividad que, según me dijeron, es de Pichón, pero no se decirles si está en algún
artículo, y si estuviera, en cuál.
Dice que “la subjetividad es la internalización de la cancha externa en la cancha interna, y, sobre todo, de los
lugares que allí se pueden ocupar”.
O sea que no sólo incorporamos a la organización total de roles que componen la sociedad, sino también las reglas
de juego que los organiza y jerarquiza, en un ordenamiento que percibimos y aprendemos sin cuestionamiento alguno (no
estamos en condiciones de hacerlo en este momento de “constitución de la persona”), como algo razonable y natural.
En este momento, ya incorporadas las actitudes generalizadas de la sociedad en la que vive, podemos decir que esta
persona ha incorporado al “otro generalizado”. Habiendo aprendido el funcionamiento general de roles, lo que se debe
hacer en el desempeño de éstos y lo que está proscrito, o sea asumidas las actitudes del conjunto, el individuo tiene la
experiencia del grupo social al que pertenece con sus normas, valores, y metas, y ha alcanzado el desarrollo pleno del sí
mismo. Ahora puede ser considerado un miembro activo de la sociedad.
“Es en la forma del otro generalizado que los procesos sociales influyen en el comportamiento de los individuos
implicados en ellos… porque de esta manera el proceso o comunidad sociales entra en el pensamiento del individuo
4
como un factor determinante”.
El otro generalizado entonces, es la culminación de un proceso que va de la internalización progresiva de los roles
específicos (mamá Carolina y papá Sebastián), a los roles y actitudes en general (lo que es ser madre y padre en esta
sociedad). Esta abstracción de roles y actitudes en general es lo que se denomina el otro generalizado.
2
Mead, G.: Op. Cit.
3
Mead, G.: Op. Cit.
4
Mead, G.: Op. Cit.

2
Ahora… ustedes deben estar pensando que según Mead, los que vivimos en la misma sociedad -por este mecanismo
de internalización de roles, valores y metas- debiéramos ser una especie de réplica del tipo social instituido. Si bien tal vez
seamos mucho menos creativos de lo que nos creemos, tampoco dejamos de percibir que hay enormes diferencias entre
individuos y grupos. Y esto es así por varias razones (como siempre). En principio, la sociedad no es algo homogéneo
aunque tengamos los mismos símbolos patrios, el mismo idioma, y el mismo andamiaje jurídico (normas y valores). El
conjunto social es heterogéneo, compuesto por diversidad de grupos y clases, “lugares” desde los que valores y
costumbres van mutando según intereses, necesidades y posibilidades. Pero además porque, según afirma el propio Mead,
cada sí mismo tendrá su propia individualidad, sus pautas únicas e intransferibles.
Cada uno ha experimentado el proceso social desde una perspectiva diferente, en algunos casos ligeramente
distinta, en otros francamente opuesta (la otra cara de la moneda). Y los sí mismos individuales y sus estructuras tienen
amplias diferencias y variaciones entre ellos.
Esto se explica en parte por los elementos que componen este sí mismo. Porque no se trata de algo unívoco y
estable sino plural y muchas veces contradictorio.
Los elementos que componen el sí mismo son dos: el “Yo” y el “Mí”.
Mediante la adopción de las actitudes de los otros (el otro generalizado) hemos introducido el “mí”. Y
reaccionamos a él como un “yo”.
Gracias al “yo” decimos que nunca tenemos conciencia plena de lo que somos, que nos sorprendemos con nuestra
propia acción. El “yo” en la memoria está presente como vocero de la persona en cuanto al pasado. En nuestra propia
experiencia aparece como una figura histórica, ya que no podemos asegurar que mañana actuaremos de la misma manera
que la semana pasada.
Trataré de explicarme mejor. A veces, en una charla con alguien que nos está describiendo una situación que
requiere una respuesta activa, nos aventuramos a decir rápidamente: “yo en tu lugar haría tal cosa”. Eso, además de
soberbia, es omnipotencia. En verdad no sabemos no sólo qué haríamos en su lugar, sino tampoco en nuestro mismísimo
lugar en una situación parecida. Y nada nos asegura que en distintos momentos reaccionemos de forma bien diferente
frente a situaciones similares.
Entonces, lo que uno evalúa fríamente en la situación hipotética que se nos plantea, es lo que creemos “debiéramos”
hacer. Es el resultado de las actitudes sociales internalizadas: el “mí”. Pero llegado el momento, reaccionamos no sólo
como sabemos, sino como podemos, como un “yo”. Sabemos lo que el grupo social impone y cuáles serán las
consecuencias de cualquier acto, pero ninguno sabe cuál será esa reacción.
El “yo” proporciona la sensación de libertad, de iniciativa. Tenemos conciencia de nosotros y de lo que es la
situación, pero jamás entra en la experiencia la manera exacta en que actuaremos hasta después de que tiene lugar la
acción.
Ambos componentes son parte de un todo. Están separados en el proceso pero deben funcionar juntos. El “yo”
provoca al “mí” y al mismo tiempo reacciona a él. Tomados juntos constituyen una personalidad, tal como ella aparece en
la experiencia social.
La persona es esencialmente un proceso social que se lleva a cabo con esas dos fases distinguibles. Si no tuviese
estas dos fases, no podría existir la responsabilidad conciente (“mí”), y no habría nada nuevo en la experiencia (“yo”).
Ahora tal vez estemos en condiciones de decir que para Mead, el “Yo” es una entidad reflejada. Llegamos a ser lo
que los otros significantes nos consideran. Nos vamos constituyendo a partir de lo que los otros ven en nosotros,
identificando con nuestros cuidadores, luego incorporando roles, actitudes, valores, metas… pero con la siempre
imprevisible reacción espontánea del “yo”, nuestro componente más creativo, más personal, más espontáneo.
Vale aclarar que estamos hablando de un “yo” que no hay que homologar a la instancia llamada por Freud de la
misma manera. Este “yo” es un componente de lo que en lenguaje coloquial llamaríamos personalidad, y no un mediador
entre las normativas del Superyo y los impulsos del Ello. Es otro marco teórico, otro abordaje, otras preguntas que
orientan los recorridos teóricos.

2
Kurt Lewin / Julia Franco
Datos biográficos

Kurt Lewin nace en 1890 en Prusia. Es muy poco lo que se


conoce de su infancia, familia, adolescencia. El primer dato concreto sobre
su juventud es que realiza estudios universitarios sucesivamente en
Fribourg (Alemania), Munich y Berlín. Se apasiona primero por la
química y física, después por la filosofía, y finalmente se dedica a la
preparación de una tesis en psicología.
En 1914, al estallar la primera guerra mundial, es movilizado por el
ejército y permanecerá allí hasta su finalización. En 1921 comienza su
carrera como docente en psicología en la Universidad de Berlín, y
finaliza en 1933 cuando los nazis toman el poder.
En este período hace experiencias de laboratorio sobre la medida de la
voluntad, la asociación, percepción del movimiento.
En 1933 es “invitado”, por ser judío, a abandonar Alemania en 24 hs.
con su familia, caso contrario lo esperaba un campo de concentración. Pasa
unos meses en Inglaterra y luego emigra a Estados Unidos. Es profesor en la
Universidad de Stanford, en la Universidad de Cornell y en la
Universidad de Iowa, donde también dirige un Centro de
Investigaciones. Este período termina en 1939. Su interés principal
durante esta época se da en torno a la búsqueda de una teoría de
conjunto del comportamiento individual, y paralelamente la
elaboración de modelos teóricos que le permitirían renovar la
experimentación y la exploración de los hechos psíquicos.
En 1940 toma una cátedra en la Universidad de Harvard y fundará a pedido del M.I.T. (Massachussets Institute of
Technology) un centro de investigaciones en “dinámica de grupos”. El M.I.T. era en ese momento el centro más célebre
de los EE.UU. dedicado a la ciencia nuclear. Por concesión a este medio académico poblado de ingenieros afirmará
primero que la dinámica de grupos es una “ingeniería social”. Lamenta profundamente esta analogía cuando descubre que
sus alumnos han entendido que la dinámica de grupos es una ciencia de la manipulación de grupos. Esto tiene sus
consecuencias en la práctica, ya que comienzan a aparecer aficionados improvisados que, en nombre de la dinámica de
grupos, propone un conjunto de recetas garantizadas para manipular eficazmente un grupo cualquiera, y para cualquier
fin. En los últimos meses de su vida intentó desmitificar ese nombre con dudosa suerte.
Hasta 1947 su orientación es cada vez más precisa hacia la elaboración de una psicología de los grupos que sea a la
vez dinámica y getaltista, es decir, articulada y definida en relación constante al medio social en el que se forman, se
integran, gravitan o desintegran los grupos.
Muere repentinamente en 1947 a los 56 años.
Como rasgos destacables en su desempeño como profesor y científico, se suele recordar su falta de dogmatismo, su
gusto por trabajar en equipo dando lugar a todas las opiniones e iniciativas, su modo profundamente democrático de
trabajo, su puesta en duda permanente sobre el conocimiento concluido, que era tomado como hipótesis de trabajo más
que como certezas a sostener.
Su línea de investigación, hasta su muerte, giró en torno a las estructuras, los climas grupales, los liderazgos, que
permitan a un grupo humano lograr relaciones creativas, placenteras y productivas.

Contextualizando

Lewin dedicó ocho años de su vida a la exploración psicológica de los fenómenos de grupo. Y estas indagaciones
constituyen un momento decisivo en la evolución de la psicología social. Todavía hoy tenemos abordajes e
investigaciones orientados por las teorías de Lewin.
Recordemos que desde el inicio de esta disciplina -la psicología social- la preocupación que guiaba los estudios
giraba alrededor de la necesidad de controlar las masas, estos conglomerados de personas que comienzan a formarse con
el desarrollo industrial y la conformación de la clase proletaria. Las conductas sociales son interpretadas en principio

2
como fuerzas sociales innatas de instintos determinantes. Bajo esta perspectiva se debía definir cuál sería el medio social
más apto para la socialización y acceso a la madurez social de los individuos. El primer objetivo, entonces, quedaba
centrado en medir y valorar la influencia del grupo sobre el individuo.
Luego de los trabajos de Freud: “Psicología de las masas y Análisis del Yo”, Tótem y Tabú”, “El malestar en la
cultura”, la preocupación de la psicología social se inclina a investigar la caracterización del líder. A partir de 1930 es la
influencia del individuo sobre el grupo lo que se intenta descifrar y comprender.
Unos años después la preocupación sigue siendo el conocimiento de las leyes que rigen la conducta social en
cualquier contexto socio-cultural. Trabajan casi exclusivamente en laboratorio y sus búsquedas no difieren demasiado de
los primeros estudios en psicología social.
A partir de 1936 Kurt Lewin comienza a plantear otros procedimientos y nuevos objetivos. Sus trabajos servirán
para esclarecer la dinámica de fenómenos de grupo muy reducidos, de dimensiones acotadas, y en contextos de
reorientación de una acción social más eficaz y creadora.
Propondrá a los psicólogos sociales a centrar sus trabajos en el estudio de los micro-grupos, que llamará grupos
cara a cara. Según Lewin no se contaba en ese momento, desde el punto de vista científico, con técnicas ni instrumentos
mentales para la exploración de la sociedad global. Será procediendo por etapas y analizando los mecanismos de
integración y crecimiento de los pequeños grupos como se irán develando, poco a poco, las constantes de los grupos
humanos más amplios.
De alguna manera sería la reacción al conductismo. Los individuos actúan no solo como respuesta a estímulos, sino
también, en base a creencias, condiciones, actitudes y deseos de alcanzar metas.
Pide que se revise la experimentación en psicología social demostrando, a través de sus numerosas investigaciones,
que la exploración válida de los fenómenos de grupo debe operarse en el mismo campo psicológico en que ellos se
insertan. Propone que las variables con las que se investiga sean identificadas en el terreno natural de los hechos, a través
de lo que llama “investigación-acción”. Vincula permanentemente la teoría y la práctica, sintetizada en una frase que lo
refleja: “no hay nada más práctico que una buena teoría”.
El estudio de los pequeños grupos constituía una opción estratégica que permitiría en algún momento esclarecer la
psicología de los macro - fenómenos.
A partir de este vuelco en metodología y objetivos, la psicología social cobra un enorme impulso, liberada de sus
dogmatismos y sus supuestos. Las conductas sociales y los comportamientos en grupo son considerados como el dominio
o el objeto específico de la psicología social.
Por otro lado queda el estudio de los comportamientos de grupo, para lo que se requiere, según Lewin, que varios
individuos compartan las mismas emociones de grupo lo suficientemente intensas como para integrarlas y conformar la
cohesión grupal.
La dinámica de grupos se ha convertido en la psicología de los micro-grupos, es concebida como la ciencia de los
pequeños grupos, ofreciendo la posibilidad de conocer la formación, crecimiento o desintegración de esos micro -
fenómenos.
Y finalmente, otra distinción que hace Lewin para el análisis de los comportamientos es entre psico-grupo y socio-
grupo. El primero, orientado y estructurado en función de los mismos miembros, un grupo de formación. El segundo,
orientado por una tarea específica que requería su cumplimiento.

Teoría del campo

Basada en la Gestalt, se apoya en su principio según el cual el análisis de los elementos aislados de un fenómeno no
nos puede proporcionar un conocimiento adecuado de su totalidad y su funcionamiento. Ya se había demostrado que la
percepción y el hábito no se apoyaban en elementos aislados sino en estructuras. Frente a la mecánica conductista de la
fórmula estímulo - respuesta (un estímulo del medio ambiente provocará una reacción en el organismo), aquí tenemos que
una conducta está determinada por una totalidad organizada de acontecimientos, por asociaciones de estímulos tal como
son percibidas por el individuo.
Para Lewin, la explicación de la conducta individual a partir de la totalidad de los factores psicológicos que actúan
sobre una persona en un momento determinado, debe tener en cuenta sus motivaciones, aprendizajes, frustraciones, por
ser también parte de este espacio al que llama “espacio vital”. Cada persona se mueve en un campo psicológico que
contiene intereses y significaciones que pueden ser positivas o negativas. Estas “valencias” crean “vectores” que atraen o
rechazan. Como ven, su formación en ciencias duras lo lleva a explicar fenómenos psicológicos mediante fórmulas y
términos matemáticos.
Se interesó particularmente en el estudio de las motivaciones que siempre están ligadas a la percepción. Incluye
tanto a la persona que está estudiando como a su ambiente psicológico y las relaciones entre estos términos.

2
El espacio vital de una persona es su mundo psicológico o su situación actual, que incluye a la persona y su
ambiente, tanto físico como social, con el que está relacionada. No representa objetos físicos como tales, sino las
relaciones simbólicas que incluyen recuerdos, lenguaje, mitos, religión…
Un vector representa en este caso una fuerza que influye en el movimiento psicológico que hace moverse al
individuo hacia la aceptación o el rechazo. Si hay más de un vector y tienen orientaciones diferentes, el movimiento se
producirá en dirección de la fuerza resultante de este interjuego.
En síntesis, el hombre actúa en un ambiente psicológico en donde la realidad es lo que él percibe o cree. Lewin no
hablaba de causas y efectos sino de campos de fuerza. Utilizó el concepto de “tensión” para la necesidad y sostuvo que
ésta se descargaba al alcanzarse la meta o cuando aparece una meta sustituta. Cuando las fuerzas en un campo están es
desequilibrio, la acción continúa hasta lograr el equilibrio.
Una de las investigaciones que lleva a cabo con metodología experimental la realiza con grupos de niños en edad
escolar, que se prestan voluntariamente a la construcción de utilería teatral, y que ignoran la finalidad de la experiencia. Se
trata, en realidad, de verificar si el clima democrático en las actividades de grupo favorecía el buen desempeño de la tarea
y bajaba el nivel de agresión o tensión habitual en los trabajos en equipo.
Se conforman tres grupos que serán coordinados por psicólogos con diferentes modalidades: en un grupo se
generará un clima autocrático, en otro democrático y por último “laissez-faire” o permisivo. Se reúnen una vez por
semana y periódicamente van cambiando de coordinador. Todos los niños pasan por un seguimiento permanente en sus
comportamientos.
La hipótesis de la que se partió: la frustración era la generadora de la agresión.
¿Qué resultados se verificaron y qué conclusiones se extrajeron a partir de esta experiencia?
En el grupo de clima autoritario, muy frustrante, se esperaba un alto índice de agresividad. Sin embargo, lo que se
manifestó fueron dos tipos de reacciones bien distintas: en algunas reuniones no sólo no hubo ninguna agresividad sino
una total apatía; y en otras se manifestó gran carga de agresión con estallidos colectivos y destrucción del material de
trabajo. Lo curioso fue que no sólo la tensión se descargaba sobre el coordinador, sino también entre los mismos niños.
Lo que se infiere entonces es que el autoritarismo provoca: o una conducta pasiva y apática como resistencia a la
agresividad, o una acumulación de la misma que luego es descargada en forma violenta.
En el de clima democrático se esperaba bajo contenido de agresividad y así resultó, pero de ninguna manera nula.
Lo que ocurría era que se iba descargando en forma gradual, a medida que iba surgiendo, y esto permitía mantenerla en un
rango relativamente bajo. También se evaluó una mayor productividad en las actividades previstas dentro de este tipo de
liderazgo.
Dentro del espacio de clima “laissez-faire”, se esperaba un rango de agresividad media. Sin embargo se encontró la
media más elevada. Los niños esperaban la colaboración y guía del coordinador para la realización de las actividades, y se
encontraban con su virtual ausencia, lo que provocaba gran frustración que se manifestaba en reacciones de agresividad
entre los niños y hacia el coordinador.
Las conclusiones que derivan de estos resultados demostrarían que la frustración produce reacciones agresivas, pero
éstas están sujetas a las modalidades del clima grupal que a su vez depende del estilo de dirección o coordinación.
Tengamos en cuenta los datos biográficos de Lewin, su preocupación por reafirmar los valores democráticos, y el
período de entre guerras en que fue llevada a cabo. Toma rápidamente divulgación e importancia en los comienzos de la
segunda guerra mundial e intenta dar una respuesta al interrogante sobre el fenómeno nazi
EL campo social dinámico analizado en los grupos de laboratorio puede ser llevado luego al estudio de los grupos
reales o naturales. El grupo cara a cara se convierte así en el “laboratorio de choque” que puede ser reestructurado para
lograr cambios en un campo social más amplio.
El grupo es un sistema de interdependencia de varios factores (integrantes, normas, percepción del medio,
objetivos, roles, etc.), y este sistema es el que explica el funcionamiento del grupo en un determinado momento, tanto
hacia el interior del grupo como hacia el exterior. Ese sistema de fuerzas es el que lo impulsa o inhibe en la acción. De allí
su denominación de “dinámica de grupos” para este método de indagación.
Los últimos trabajos de Lewin se orientan hacia el cambio social. Considera un “estado cuasi estacionario” al
estado de equilibrio entre fuerzas opuestas e iguales en intensidad. Pero este estado manifiesta fluctuaciones dentro de
cierto rango, aunque dentro de éste la estructura se mantiene igual. Esta autorregulación del sistema sería lo que llamó
“resistencia al cambio”.
“Para Lewin, el grupo es la interdependencia, no solamente entre los individuos, sino también entre las variables
que intervienen en su funcionamiento; el grupo democrático permite una participación más activa de sus miembros en la
determinación y consecución de los objetivos, una mejor puesta en común de los recursos psicológicos de cada uno y una
resolución continua de las tensiones”5.
5
Anzieu, D.: “El grupo y el inconsciente. Lo imaginario grupal”, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998.

2
Todo cambio representa un estrés o un esfuerzo de adaptación y por esto las personas tienden a reaccionar con
conductas defensivas ante situaciones que perciben como amenazantes. En los grupos suele ocurrir lo mismo. La
intervención sobre la resistencia al cambio deberá aumentar una de las fuerzas (la que se orienta hacia el cambio deseado),
o debilitar la contraria (la que ofrece resistencia). Esta última es la que se muestra más eficaz, debido a que presionar
contra la resistencia generaría un clima autoritario que, como ya dijimos, aumenta la tensión y la agresividad.
Una vez que ese rango de fluctuación ha sido sobrepasado, la tendencia es a un nuevo nivel configurado por el
equilibrio de fuerzas resultantes de la interacción.
Este es el método que se utilizó en una experiencia durante la segunda guerra mundial, 1943, tendiente a modificar
hábitos alimenticios de la población con el fin de disponer de cortes de carne vacuna para enviar al frente.
Consiste, esquematizándolo, en tres pasos definidos como:
Descristalización o descongelamiento
Cambio
Recristalización o nuevo congelamiento.
El primer paso consiste en ir cuestionando el estado de equilibrio mediante una discusión en grupo no dirigida. Una
vez que se consigue un punto de ruptura, un cuestionamiento al hábito instituido, se podrá incluir el cambio deseado,
operando un nuevo equilibrio para consolidar esa transformación.
Vamos a la experiencia.
Se trataba de reunir grupos de amas de casa voluntarias de la Cruz Roja para generar, a partir de allí, cambios en los
hábitos de consumo de cortes de carne vacuna; todo eso que en el ritual dominguero de buena parte de la Argentina y
aledaños ponemos en la parrilla: riñones, mollejas, corazón, chinchulines… los norteamericanos no estaban (ni están)
acostumbrados a consumir, les producen rechazo.
Se organizaron seis grupos conformados por menos de 20 personas en cada uno. A tres de ellos se los trató con el
método clásico de la exposición informativa, en donde un ama de casa experta da una charla sobre las ventajas de
consumir estos cortes, en tanto que, mientras se cumple con beneficios nutricionales, a la vez se colabora activamente
participando del esfuerzo que el país está realizando. También se ofrecen recetas para la preparación de platos con esta
materia prima que resulten apetitosos y eviten aquellos efectos que provocaban el rechazo (olor, consistencia). El nivel de
aceptación de la propuesta resultó de un 3 por ciento de las participantes que estaban dispuestas a servir esos alimentos.
En los otros tres grupos se empleó otra metodología. Se daba una breve exposición que también tocaba las dos
perspectivas: el esfuerzo de guerra que requería colaboración y la cuestión dietética. Pero luego se abría una discusión
libre que invitaba a las opiniones sobre la posibilidad de que las amas de casa implementaran estos cambios. Se dirigía a
la generalidad de posibles consumidoras, y no específicamente a las que allí estaban presentes. En este caso tuvieron la
posibilidad de poner en común las causas de la repugnancia, los prejuicios que generaban la resistencia al cambio; y
recién en este punto un experto ofrecía las recetas y procedimientos que también se habían dado en los otros grupos, pero
cuando ya había una puesta en marcha de cierto quiebre en relación al estado anterior y está motivado para incorporar la
información.
El resultado del trabajo en estos últimos tres grupos arrojó un 32 por ciento de participantes que sirvieron esos
alimentos en las semanas siguientes.
De esta y otras experiencias Lewin concluye que tomar una decisión en grupo, cuando éste se siente libre y
solidario, es más eficaz y duradera que las que se toman individualmente ya que el compromiso refuerza la acción. Es más
fácil modificar los comportamientos en pequeños grupos mediante discusiones democráticas que en forma individual, ya
que las personas tienden a conformarse a las normas del grupo.
Lewin heredó de los psicólogos gestaltistas la noción de forma como un todo organizado, pero no cayó en el
reduccionismo del equilibrio estático. Es cierto, sin embargo, que algunas críticas posteriores, a la luz de otros aires
paradigmáticos para la filosofía de las ciencias, apuntan el olvido de la perspectiva histórica e institucional, ya que su
modelo no incluía la temporalidad.
Otro de los cuestionamientos hacia esta perspectiva proviene de autores que teorizan sobre las formaciones
inconcientes grupales desde el marco teórico del psicoanálisis (Anzieu, Kaës). Puede verse una influencia de Freud en la
incorporación de lo subyacente, y se podría relacionar su concepto de espacio vital o psicológico con el de “realidad
psíquica” en tanto el entorno es la representación particular de cada sujeto según él la percibe; pero, a pesar de esto, el
sujeto queda atado a las leyes del campo presente y no toma en cuenta el análisis de las fantasías que púdicamente se
pusieron en común en las reuniones grupales. Y esto es lo que cohesionó al grupo, más que la solidaridad patriótica que se
dio como motivación.

2
Debido al contexto en que teorizó y experimentó, se invisibilizó todo atravesamiento institucional y político. No
fueron estos aspectos analizados dentro de este marco teórico, como tampoco los referentes a comportamientos grupales a
nivel inconciente, tal como los desarrollos de Bion.
La ubicación de Lewin dentro de alguna orientación en psicología social ofrece algunos inconvenientes, dado que
incursionó en diversas modalidades de investigación (lo hizo tanto en laboratorios con métodos experimentales como en
grupos naturales), e inauguró un nuevo campo de intervención en psicología social: la llamada microsociología.
Investigó las relaciones de las “minorías psicológicas” en una determinada sociedad en que se impone otra
“mayoría psicológica” que está instituida como valor dominante, y que no se refiere necesariamente a mayoría numérica,
sino a la comunidad que logra imponer su discurso, sus valores, su tradición cultural (recordemos su carácter de
inmigrante en EE.UU.) Como ejemplo de influencia de una minoría tenemos el caso del largo y sostenido dominio de los
blancos en África a pesar de su notoria inferioridad numérica.
Este modelo en tres pasos: descristalización, cambio y recristalización, todavía sigue vigente en el ámbito de las
organizaciones, empresas, equipos de trabajo y grupos con una tarea explícita a realizar. Y no fueron pocos los elementos
que de estos desarrollos sirven de fuente teórica y metodológica en el ECRO de Pichón Rivière.
Queda formulado explícitamente que los grupos son algo más que la suma de sus integrantes. Y que los
comportamientos de estos elementos sólo son comprensibles si se los analiza dentro del todo: “el todo es más que la suma
de sus partes”.
Es lo que en mucho del material bibliográfico que van a ver se refiere al “plus grupal”; a aquello que se genera a
partir de las relaciones que se establecen entre los componentes del campo, y que no surgirían si sumáramos
individualidades. Hay una representación del grupo como totalidad que provoca motivaciones, genera fantasías, promueve
comportamientos, y esto sólo se da como resultado de la intersubjetividad.

2
Jean-Paul Sartre / Julia Franco
Analizar el hombre en su existencia concreta es el tema central en la obra de Sartre. Dicho en sus propias
palabras: “el hombre como ser en el mundo”.

Algunos datos biográficos

Este es otro de los autores que Pichón Rivière toma como base
para la construcción de su ECRO.
Es un filósofo y escritor francés enrolado en la corriente
existencialista en su versión atea.
Nació en París en 1905 y murió en 1980. Fue criado por sus
abuelos, ya que quedó huérfano de padre a los pocos meses de vida.
Su madre era católica y su abuelo calvinista, lo cual tal vez haya
preparado el terreno para su posterior ateísmo.
Interviene en la segunda guerra mundial cuando en el ’39 es
incorporado al ejército. En el ’40 es tomado prisionero de los
alemanes durante nueve meses. Parece que esta experiencia fue
determinante para su posterior compromiso con los
acontecimientos de su época. A su regreso participó en la
fundación del grupo de resistencia Socialismo y Libertad.
Adhiere al partido comunista, aunque tiene sus reservas (no
suficientemente firmes, según algunos críticos) sobre el
despotismo de Stalin.
Durante toda su vida mantuvo una militancia filosófica y un
compromiso con los acontecimientos de su época: el mayo
francés, la revolución cultural china, las luchas del Che Guevara., la guerra de Vietnam.
Conoció a Simone de Beauvoir (también escritora) cuando ambos eran estudiantes y se doctoraron en
filosofía en 1929. Nunca llegaron a casarse, pero vivieron 51 años juntos, hasta la muerte de Sartre.
Escribió tanto novelas como obras de teatro y obras filosóficas. Entre estas últimas, las más relevantes:
“El ser y la Nada”, en 1943 y “Crítica de la Razón Dialéctica” en 1960, que de alguna manera trazan el
recorrido de la evolución de su pensamiento.
En 1964 le otorgan el premio Nobel de literatura, el que rechaza por cuestiones éticas e ideológicas.
Trabajó casi obsesivamente sobre el tema de la libertad, lo que lo llevó a plantear uno de sus puntos de
partida en tanto postura filosófica: la existencia precede a la esencia. O sea que desde este “estar” primero y sin
sentido, iremos construyendo “algo” en nosotros; no hay ni plan ni destino para el hombre, por lo tanto él
mismo será el responsable de su “ser”. La “esencia” humana no es algo que preexista a cada ser humano, sino
que se construye a partir de las decisiones que tomamos en el día a día, y durante todo el proceso de nuestra
vida. De allí su afirmación de que “estamos condenados a la libertad”. No hay forma de zafar de la
responsabilidad de elegir, por acción u omisión.
Ubicado dentro del materialismo dialéctico, hace aportes importantes a distintas disciplinas humanísticas.
Tanto es así que en Francia, algunos piensan en “el siglo de Sartre”.

Sus desarrollos

Ya a partir de los ‘30 considera que el materialismo histórico es una hipótesis de trabajo fecunda, y esta
adhesión se plantea más claramente en “La crítica de la Razón Dialéctica”.

2
Hay una tensión a través de sus escritos entre la determinación, las condiciones materiales, el “sujeto en
situación”, y el concepto de libertad. Al inicio de sus escritos está más centrado en la libertad radical del sujeto.
Libertad es “lo que nosotros hacemos de lo que han hecho de nosotros”. Y ya más adelante se irá volcando al
peso que percibe en las determinaciones de lo histórico social, siguiendo los movimientos políticos de su época.
Una de las preguntas relevantes que intenta contestar es el pasaje de lo múltiple a lo “uno”. Cómo es
posible partir de la diseminación, de sujetos diferentes y plurales para llegar a los colectivos, las acciones y los
intereses unificados. Si la problemática griega era responder a cómo de lo uno emerge lo múltiple, ahora la
cuestión sería la contraria: cómo de la diferencia se arriba a la unidad.
Esta preocupación intelectual no es exclusiva de Sartre, desde los inicios de la filosofía, la sociología, la
antropología, los primeros intentos explicativos de las formaciones de masas (estudios precursores de la
psicología social, entre ellos Psicología de las Masas y Análisis del Yo, de Freud), se trata de comprender esta
integración de dos instancias arbitrariamente escindidas en los inicios de la Modernidad: individuo y sociedad.
Para Durkheim, creador de la sociología francesa a fines del siglo XIX, el grupo social, la sociedad como
conjunto (no hace diferencia entre ésta y el grupo pequeño), es algo más que la suma de sus integrantes, es una
totalidad que se impone al individuo que nace en ella. El punto de partida es el polo social, de donde surgirá el
individuo sostenido en él.
Sartre, coincidiendo con él en algunas cuestiones, no habla de totalidad (siguiendo los postulados de la
dialéctica), sino de totalización en proceso, siempre en permanente construcción y bajo la amenaza de la
desintegración.
Recordemos que los procesos dialécticos proceden mediante contradicciones, interjuego entre pares
opuestos que conforman una unidad, se van dando síntesis que son siempre provisorias, nunca definitivas, en
donde lo único que permanece es el cambio. Y estos cambios no están dados desde ninguna exterioridad, sino
desde la interioridad contradictoria de seres y fenómenos. La posibilidad de volver a la etapa anterior -aunque
nunca idéntica- siempre está presente. Por esto la estabilidad definitiva no sería más que una ilusión. Baste
como ejemplo la fragmentación y desintegración de los lazos sociales que estamos acostumbrándonos a percibir
con habitualidad, y que, para los que los años y la memoria nos permiten cierta comparación, son bien distintos
de los que experimentábamos hace no tanto tiempo.
En la cabeza de Sartre, cuando analiza las etapas y características de las formaciones grupales, sus
motivaciones y vicisitudes, la conformación de estos lazos, están presentes dos hechos históricos que orientan
sus teorizaciones: la revolución francesa y el stalinismo. La pregunta: ¿cómo es posible que una causa orientada
a la libertad del hombre se degrade al punto en que llegó con Stalin?
En la primer etapa de su obra (El ser y la nada), el foco estaba puesto en el individuo, las relaciones
consigo mismo, con los objetos y con otro humano. En la segunda etapa (Crítica de la razón dialéctica) se
vuelca a la investigación de la relación entre el hombre y los grupos, entre éstos y la historia, en el conocimiento
del campo de juego posible para el sujeto, mucho más determinado por la fuerza de los hechos de lo que veía en
un principio.
Para Sartre, como decíamos más arriba, el grupo no es algo estático sino una totalización siempre en
movimiento, con relaciones dialécticas de interioridad entre sus elementos. De esta manera, se opone a la vez a
dos concepciones diferentes: la organicista según la cual el grupo es homologado con un organismo vivo
-recordemos la denominación de “organismos públicos” con su correlato de “miembros” que lo constituyen,
organizados a partir de una ”cabeza” que lo lidera-, y la cibernética, que lo plantea según el modelo maquínico,
propio de la modernidad.
En el terreno social, la dialéctica se encuentra con la lucha por la escasez. La conformación de las
relaciones humanas se ha asentado sobre estas carencias (escasez de potencia frente a los fenómenos naturales,
alimentos, luego escasez de obreros, maquinarias, consumidores).
Imagino, sin ninguna base científica, que los primeros hombres deben haber considerado la conveniencia
de la asociación para la caza del mamut, por ejemplo, dada la envergadura de semejante bicho y los
inconvenientes para atraparlo y manipularlo. Hoy, asistimos a la búsqueda de “socios estratégicos” en el área
comercial para enfrentar mejor la competencia (escasez de consumidores); y organizaciones de trabajadores

2
desocupados (frente a la escasez de trabajo) que se unen para plantear reclamos que serían totalmente ineficaces
en el orden individual.
Esta lucha por la escasez tiene para Sartre otro elemento importante: la violencia, que no sería otra cosa
que “la escasez interiorizada”. Cada individuo es al mismo tiempo un posible sobreviviente y un sobrante para
eliminar. La lucha entonces por ganarle a la carencia es la fuente de la historia.
Postula una diferencia fundamental entre aglomeración y grupo. Este último es una construcción que
proviene de la dispersión, de la soledad acompañada por otros que no son significativos, son simples
agregaciones numéricas. Y para devenir en grupo tendrá que llevarse a cabo una transformación.
Tenemos, entonces, una primera diferenciación entre serie y grupo.
¿Qué sería la serie?
Una cola en un banco, los oyentes de un programa radial, el conjunto de consumidores de algún producto,
los espectadores de una película… todos estos conglomerados son series en el sentido de agrupamientos de
sujetos pasivos, de tipo aritmético, en donde cualquiera de ellos puede ser reemplazado por otro sin alterar al
conjunto.
Tomemos para analizar el ejemplo que él mismo da. Tenemos la cola de usuarios de un colectivo (me
refiero a un ómnibus), en donde la interacción posible, si es que existe, será intrascendente, momentánea, y no
alterará ni a los sujetos ni a la situación. Si la demanda supera a la oferta (por usar términos muy actuales),
quedarán como sobrantes aquellos que, después de determinada ubicación en la cola, deban esperar la llegada
del próximo micro debido a la escasez de vehículos de transporte.
Ese conglomerado no tiene ninguna articulación interna. Están juntos simplemente por una situación que
los reúne pero que es externa, ajena a ellos mismos. Lo que sí tienen es una necesidad, objetivo o interés en
común como dirigirse a algún lugar cuyo recorrido deben compartir.
Supongamos que, durante la espera, como suele suceder a menudo, comienzan las protestas contra la
empresa de transporte público, el Gobierno de la Ciudad, el clima que no acompaña… y algunos tal vez opten
por caminar o tomar un taxi. Pero no habrá sido modificada la situación y la impotencia y la resignación
congelarán la acción allí. Y aún cuando alguna rebelión pueda darse transformando la coyuntura, no
necesariamente se producirá un cambio en el sistema.
Para que se de la transformación necesaria para el pasaje de la serie al grupo, deben darse tres
condiciones:
1) Es importante el grado de interés en común de los sujetos que constituyen la serie.
Debe ser lo suficientemente potente como para interiorizarlo, tomar conciencia de
esta necesidad compartida, y transformar este interés en común en interés común.
Los integrantes de este conjunto registran la necesidad de la participación de los otros
para la satisfacción de sus propios objetivos. Para que esto se de no es suficiente un discurso,
sino un proceso dialéctico que se despliega en una praxis.
Comienza el conocimiento entre sí de los integrantes, con las simpatías, afinidades,
acuerdos e identificaciones, y también diferencias, antipatías y desacuerdos. Se empieza a dar
una incipiente relación y entendimiento recíproco entre todos, y ésta, entonces, sería la primera
modificación interna al agrupamiento. Cada individuo es significativo para los otros en tanto se
los necesita para el objetivo común.
2) El siguiente requisito es pasar de las comunicaciones indirectas o unidireccionales a
las comunicaciones directas o de retroalimentación (procesos de ida y vuelta). La
comunicación es el vehículo de la interacción, y en esta etapa se profundiza el
conocimiento mutuo, se va ajustando, diría Pichón Rivière, la mutua representación
interna que luego facilitará la distribución de roles, basada en las diferencias.
3) Por último, es necesario que existan otros grupos dentro de la sociedad que defienda
intereses contrarios a este grupo en gestación. Las relaciones internas a él en este
momento se transforman cualitativamente. Bien sabemos que frente a una amenaza
externa tendemos a borrar diferencias entre los posibles afectados, salimos de la
apatía con que resignadamente aceptábamos la realidad, y somos capaces de poner en

2
acción recursos creativos, mediante una praxis que recupera el sentido de la libertad
de participación en la producción del mundo en el que nos ha tocado vivir. Estoy
recordando a modo de ejemplo los hechos ya no tan recientes del 20 de diciembre de
2001. Manifestaciones y Asambleas populares surgieron espontáneamente como
acontecimiento que nos sorprendió incluso a los que lo experimentamos.
El grupo, entonces, según Sartre, nace contra la serialidad, frente al tedio e inercia de la simple
aglomeración y es un grupo “en fusión”, un conjunto homogéneo y amorfo en donde la extrañeza de los otros
desaparece por la acción común.
Se transitan momentos de solidaridad y pertenencia dentro de un proyecto común en el que todos se
sienten parte de algo mejor y más grande que cada uno individualmente. Y los otros se imponen al
comportamiento individual, regulándolo. Se niega la imposibilidad de la transformación a través de la praxis
hacia la libertad; todos son semejantes, todos comparten un objetivo que requiere de todos para que éste pueda
cumplirse. Es la “fraternidad”.
Pero como nada es dado para siempre, como el riesgo de la serialidad acecha detrás de cada objetivo
inmediato logrado, para volver consistente el ámbito de la libertad se impone tomar ciertas medidas para
sobrevivir. Se comienza a regular el compromiso de los integrantes inhibiendo lo serial de cada miembro en
orden a la totalidad alcanzada. El grupo se toma por objeto a sí mismo. Es el momento del “juramento” que
instituye la obligatoriedad de la fraternidad. Esta no es otra cosa que libertad juramentada. La unidad del grupo
es el imperativo y cada uno dará su palabra de que jamás será una amenaza para la cohesión del grupo.
Pero, al no contar con más consistencia que esta red sostenida desde la palabra dada, cualquiera de los
juramentados podría decidir dejar de ser fiel a su palabra poniendo en peligro al conjunto. El grupo reaccionará
entonces poniendo bajo sospecha a todo integrante que no se ajuste a la acción común y, llegado el caso,
liquidando al traidor. Surgen las “internas”, las “purgas”, la persecución característica de los momentos de
depuraciones y que Sartre llama etapa del “terror”.
Esta figura siniestra representa la degradación de la tensión del grupo juramentado hacia una unidad
ontológica que nunca consigue (el grupo definitivo) y que, muchas veces, acaba por proyectar en el organismo
de un dictador (los invito a que busquen sus propios ejemplos).
Fraternidad-terror son dos polos de una misma estructura. Si en la primera fase la fraternidad era algo que
tenía la libertad del acontecimiento surgido en el momento, ahora cada uno la impone al otro.
Por otra parte, si el grupo continúa vital, deberá darse una estructura formal, normas, estatuto, formas de
procedimiento de trabajo, de ingresos y expulsiones.
Se interiorizan los resultados obtenidos, se modifican las estructuras para asimilar esta interiorización
(aprendizaje diría Pichón Rivière) y se replantean o re-definen objetivos. Es la “organización”, que será
sometida permanentemente a reorganizaciones que constituirán la praxis del grupo. Esta sería la esencia misma
de la dialéctica, el eterno proceso de la transformación.
El grupo sólo puede superarse organizándose, proponiéndose tareas de distinto tipo y alcance en orden a
objetivos de mediano y largo plazo. Para llevar a cabo esta distribución de acciones y responsabilidades tendrá
que apelar a las diferencias entre sus miembros instituyendo diferentes roles. Y aquí vuelve a quebrar la
homogeneidad introduciendo las habilidades propias que cada tarea requiere, o sea, las desigualdades.
¿Cómo se puede lograr la unidad de la diversidad? Es la pregunta del millón. Según Sartre generando una
estructura que concilie el entusiasmo original, la vitalidad de los orígenes, con las necesidades, proyectos y
objetivos que debe realizar. Y todo riesgo de disolución quedará subsumido en la figura del líder que será factor
de integración.
¿Final feliz? Lamento desilusionarlos. Aquella amenaza permanente de la serialidad que parece aventada
a partir de la organización, se presenta con otro rostro. Cuando esa lograda organización funciona bien, corre el
riesgo de trabajar para sí misma, de perpetuarse en procedimientos que justifiquen su existencia, olvidando los
objetivos que le otorgaron su partida de nacimiento. Ella misma es su finalidad, ya no importa demasiado para
qué: es la “burocracia”.
Vuelven a plantearse luchas intestinas, choques entre las iniciativas individuales y las normativas cada vez
más alejadas de la racionalidad, emergencia de subgrupos que pujan por la verdad y el poder. Se repiten

2
entonces las depuraciones que reorganizan al grupo y le devuelven la potencia debilitada en los
enfrentamientos, o su rápida caída y final.
Este movimiento permanente sobre sí mismo deviene en un mayor conocimiento, en un aprendizaje que
nunca logrará la tranquilidad de lo establecido, que siempre tendrá que volver una y otra vez a estadios
anteriores pero diferentes.
Ahora podemos decir que este grupo que superó la etapa de la organización ya no es un grupo efímero,
sino un grupo de “institución”.
Todo grupo, entonces, a diferencia del organismo vivo y de la máquina - modelos sugerentes y seductores
pero inexactos para Sartre- es una totalización siempre en proceso, un continuo juego dialéctico entre la serie y
el grupo.
Cabe aclarar que, si bien estas fases que plantea Sartre tienen su secuencia lógica, no siempre respetan
este orden temporal. No necesariamente se dan todas estas etapas descriptas en la conformación de un grupo, ni
responden a un orden temporal que comienza por la fusión y termina en la institución.
Es cierto que es necesario un comienzo en donde las diferencias son negadas o por lo menos nunca
planteadas abiertamente. Seguro recuerdan alguno de los tantos grupos que han conformado en lo cotidiano, y
pueden rescatar esos primeros momentos en donde lo que necesitamos de los otros es semejanza, de lo contrario
falta el componente aglutinador imprescindible para el proyecto y la acción común. Pero más allá de estos
momentos iniciales, las demás fases pueden darse en un orden tan arbitrario como la complejidad de las
relaciones humanas. Y esto sin tener en cuenta que la aceleración de la historia es un hecho comprobable en
nuestra experiencia de vida, y por lo tanto el sujeto y los colectivos humanos de los desarrollos sartreanos se
construyeron con otras determinaciones, con otras libertades, e incluidos en hechos histórico-sociales bien
diferentes.
La necesidad de controlar y predecir acontecimientos hoy está cuestionada hasta en el corazón de las
ciencias duras, de modo que no es aconsejable hacer futurismo ni “aplicar” esquemas teóricos a la realidad
pretendiendo certezas y objetividad. Esto no quiere decir de ninguna manera renunciar al conocimiento.
Podemos intentar “comprender” desde el interior mismo de los fenómenos, sin confundir teoría con realidad.
El humano es un ser más que complejo, sujeto a tal cantidad de variables que es imposible la predicción…
hasta para un Sartre.

Potrebbero piacerti anche