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COMENTARIO RESUELTO

DE UN CUENTO DE ITSVÁN ÖRKÉNY


EL HOGAR
La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se
habían desvanecido y su madre, para concienciarle del cambio que les
esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino; desde allí, de lejos, le
enseñó el tren.
5 -¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
-Y entonces ¿qué pasará?
-Entonces ya estaremos en casa.
-¿Qué significa estar en casa? –preguntó la niña.
-El lugar donde vivíamos antes.
10 -¿Y qué hay allí?
-¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás encontremos también tus
muñecas.
-Mamá, ¿en casa también hay centinelas?
-No, allí no hay.
15 -Entonces, de allí ¿se podrá escapar?

Vamos a comentar a continuación un cuento muy breve, precisamente uno de los Cuentos de un
minuto de Itsván Örkény. Y precisamente no lleva más de un minuto leerlo, así que se trata sin duda de
un cuento muy atípico, muy breve, pero no tanto porque esté muy resumido, sino porque nos ofrece, sin
más detalle ni explicación ni presentación, un instante fugaz, un minuto, de la historia de una madre y
una hija. De hecho, el cuento empieza por el artículo determinado, “La niña...”, en lugar de empezar
con “Una niña...”. Es decir, no se nos presenta a una niña, se nos muestra a la niña, como si ya
hubiésemos hablado de ella antes, como si la conociésemos.
Estas peculiaridades son las que constituyen los “microrrelatos”, género que empieza a ser
valorado en los últimos tiempos, aunque fue en los años 50 cuando Jorge Luis Borges y Bioy Casares, y
Julio Cortázar en los 60 con sus Historias de cronopios y de famas, inauguraron esta nueva modalidad
literaria.
Nuestro microrrelato lleva por título El hogar, título igual de breve y que, como veremos, se ajusta
perfectamente al tema fundamental del texto; de este modo el autor guía al lector desde el principio
hacia la interpretación del cuento.
Estamos ante un texto narrativo; tenemos un narrador -en 3ª persona- y una historia narrada. El
narrador aparece sobre todo en las líneas 1-4 para desaparecer casi completamente en las líneas
siguientes. Esto parte de alguna manera el texto en dos fragmentos. Al principio el narrador presenta la
situación, sin más detalles que los necesarios. No hace juicios de valor, dejando que sea el lector el que
extraiga sus conclusiones. Tampoco describe.
El narrador aquí es omnisciente (su madre, para concienciarla del cambio que la esperaría, línea
2), pero al mismo tiempo se autolimita, exactamente cuando “entra” en la mente de la niña (sus
recuerdos probablemente ya se habían desvanecido, 1). De alguna manera es como si el narrador
respetase la intimidad mental de la niña, o simplemente como si le resultara más complicado conocer
sus pensamientos, por ser precisamente una niña y no una persona adulta.
Luego, a partir de la línea 5, cede la voz y el protagonismo a los personajes, y estos se nos muestran
de una manera autónoma, con toda su individualidad y su humanidad. El diálogo cobra una gran
importancia: así conocemos a los personajes casi sin intermediarios, de manera natural.
La historia aparentemente es sencilla:
1. líneas 1-4. La madre lleva a la niña a la cerca de alambre para enseñarle el tren. En esta parte el
narrador nos habla de recuerdos “probablemente” desvanecidos, de próximos cambios, de un tren que
cambiará sus vidas.
2. líneas 5-15. El diálogo se articula a partir de las preguntas de la niña, una vez que la madre le dice
que el tren las llevará a casa. La niña hace cinco preguntas: ¿qué pasará? (6) ¿Qué significa estar en
casa? (8) ¿Y qué hay allí? (10) ¿en casa hay centinelas? (13) ¿se podrá escapar? (15).
Todas estas preguntas reflejan la curiosidad de la niña, pero sobre todo sus dudas: parece que no está
del todo convencida del cambio, y mucho menos contenta, como le pide la madre. Todas las preguntas
giran alrededor de un tema: la casa. Curiosamente la palabra “hogar” no aparece en el relato, y una
posible explicación de ellos es que el término tiene un significado subjetivo, impredecible, nebuloso. Es
evidente que la madre considera esa antigua casa su hogar, pero la niña no parece comprenderlo. No
tiene conciencia del significado de “casa”, de lo que implica “estar en casa”. Su único hogar es el actual,
donde no es otra cosa que una prisionera.
Es interesante ver cómo la madre no tiene la seguridad de que las muñecas existan todavía (11), de lo
que se deduce que fueron obligadas a abandonar su casa, y que quizás esa casa con las cosas que
guardaba en su interior (osito, muñecas) haya sido destruida. Por cierto que el osito y las muñecas son un
símbolo de juego, de inocencia, de amor... y que están claramente opuestos a palabras como alambre de
espino (3) o centinelas (13), que sugieren todo o contrario: violencia, terror...
La pregunta más inquietante y trágica de la niña es la última: ¿se podrá escapar? La niña concibe su
hogar, el hogar, como un lugar del que hay que huir. Como si fuese una parte de su significado. En la
nebulosa de sus recuerdos, su otra casa no debía ser más que otro campo de concentración. No acaba de
entender el concepto que trata de explicarle la madre; para ella no existe otra realidad que la vida detrás
del alambre de espino.
Aunque apenas hay acción narrativa, la primera de las partes que acabamos de explicar parece
funcionar como planteamiento de la narración, mientras que la segunda parece funcionar como nudo.
Nos falta el tradicional desenlace, pues la narración está abruptamente cortada, quedando en suspenso.
¿Cómo acaba todo? La ignorancia del final intranquiliza todavía más al lector y le obliga a ponerse en lo
peor: quizá esta historia no tenga en absoluto el final feliz de los cuentos de hadas, quizá no puedan coger
nunca ese tren, o les lleve a otro lugar que no sea su antigua casa.
En resumen, y por lo que acabamos de ver, el motor del texto -anunciado desde el título- es el
concepto de hogar, o más bien la ausencia de concepto de hogar. El inocente diálogo madre-hija es en
realidad una profunda reflexión sobre ello.
Si hablamos de los personajes, vemos que la protagonista indiscutible es la niña. La madre aparece
como una figura protectora, cumpliendo un rol habitual, casi “estándar”. Su intención es darle
esperanzas a la niña y de hecho llama la atención la tranquilidad y serenidad con la que contesta a las
preguntas de la hija, tratando de infundirle seguridad con cada respuesta... En ningún momento hay
lloros, quejas, desesperación... sino una situación de normalidad que evidentemente contrasta con la
situación nada normal de las dos mujeres.
De la niña, por su parte, se destaca la inocencia y la curiosidad típicas de una niña de cuatro años.
Pero resulta triste el contraste entre esto y el ambiente de violencia y represión representado en otro
personaje secundario, los centinelas. Los centinelas, en plural, están despersonalizados, no tienen
nombres, son todos iguales, con una única función, vigilar e impedir la libertad de movimientos .
De lo anterior el lector deduce que los personajes están en un campo de concentración, no en una
simple prisión o en un centro de detención. Los personajes tienen cierta libertad de movimientos, pero
limitada por el alambre y los centinelas, que conforman el particular paisaje diario. El propio alambre
nos habla de un espacio cerrado, opresivo, claramente delimitado, del que es imposible salir.
El otro espacio (el lugar donde vivíamos antes, 9) aparece muy desdibujado. No hay ningún dato
sobre dónde está o cómo es la casa. Parece como si el tiempo y la distancia hubiese evaporado sus
formas. Por asociación aparecen objetos de la casa (el osito, las muñecas) pero la niña parece haberlos
olvidado.
Como transición entre los dos espacios, uno claramente negativo (el presente) y otro positivo (el
pasado) aparece el tren, que representa el transporte, la movilidad, el cambio, y en consecuencia, la
posible libertad. Sin embargo, nótese como el tren está lejos (3), lo que reduce las posibilidades de
alcanzarlo. Además, el lector puede inferir por sus conocimientos previos que esos trenes concretos
parecen tener un solo movimiento, desde la libertad hacia la prisión y no desde la prisión a la libertad, un
viaje de ida pero no de vuelta. Los elementos trágicos se multiplican, ya que el lector parece saber más
que los personajes acerca de su situación y de sus expectativas de libertad.
Respecto al espacio, no hay ningún detalle más; no sabemos en qué lugar puede transcurrir la acción,
pero poco importa si se trata de un campo nazi de los años 40, un gulag soviético de los 50, un
guantánamo actual... [Nosotros sabemos que el autor fue prisionero de guerra durante la II Guerra
Mundial, por lo que podríamos acotar este asunto, pero el texto no da ningún dato].
En cuanto al tiempo, tampoco hay datos concretos que sitúen la historia en una época concreta. El
alambre de espino o el tren se asocian a una época reciente, el siglo XX, pero nada más. Simplemente no
es relevante para la historia. La falta de concreción espacio-temporal no es un problema para el lector, al
contrario, le dice que esta historia puede haber sucedido o suceder ahora, en cualquier lugar del mundo.
El tiempo de la historia no va más allá del minuto. Se trata de una curiosa y poco común coincidencia
entre el tiempo del discurso (lo que se tarda en leer el texto) y el tiempo de la historia (lo que dura la
acción que se narra). No hay saltos adelante ni atrás, la historia transcurre linealmente.
El ritmo aumenta en cuanto comienza el diálogo. Nótese que las cuatro primeras líneas constituyen
un par de oraciones separadas por un punto y coma. No son periodos sintácticos excesivamente largos,
pero lo son si se les compara con los periodos sintácticos del fragmento dialogado, todos muy breves.
Con ello llegamos al final de nuestro comentario. El texto es en sí mismo muy sencillo, todas son
palabras bastante comunes, sin dificultad alguna. La naturalidad del lenguaje se corresponde con la
naturalidad con la que parecen afrontar los personajes su situación. No tenemos rasgos literarios,
complejas metáforas... Ni siquiera una ironía, una crítica... solo un halo trágico recorre el texto, que
viene no solamente de la falta de libertad de los personajes, sino de la identificación del hogar por parte
del ser más inocente, la niña, como un lugar de violencia y no de paz, de opresión y no de libertad, de
odio y no de amor. El autor consigue con un estilo muy natural, sin artificios ni adornos, sin caer en
sentimentalismos ni en lo lacrimógeno, que el lector se emocione. La naturalidad es tan chocante
respecto a la dura situación en la que están inmersos -atrapados- los personajes, que obliga al lector a una
profunda reflexión: solo hay una cosa peor que la tragedia, la aceptación de la tragedia como algo
natural.

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