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1
Cf. Heidegger, Martín, Ser y Tiempo, §72. Ed. Universitaria, 1997.
2
El Hombre y Dios, capítulo 1, §2, p. 51, Alianza Editorial, 1984.
3
“Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj” en Historias de Cronopios y de Famas.
4
Cf. Zubiri, Xavier, El hombre y Dios §2, p. 82 ss.
5
La misma realidad impele a optar. El hombre no sólo puede ejercitar una acción, sino que no tiene más
remedio que hacerlo. Es inexorable el tener que optar. Cf., Zubiri, op. cit., p. 83.
6
Cf. Zubiri, Xavier, op. cit., §1, p. 78.
La pregunta que surge ahora es acerca del criterio para tomar una opción. Es lo que
llamamos ética7. ¿Por qué tomamos una opción y no otra?
Como optar es hacerse a sí mismo de una manera y no de otra, hay una pregunta que
todo ser humano, conciente o inconscientemente, se hace. ¿Qué quiero hacer con mi propia
existencia? ¿Hacia dónde quiero dirigir mi ser?
Siempre que el hombre actúa, que toma una determinada opción, lo hace creyendo
que está eligiendo un bien y no un mal para sí. Esto porque todos, de un modo o de otro,
optamos por aquellas posibilidades entre las que se nos presentan, que nos parecen más
valiosas.
Aquí estamos rozando una profunda pregunta de la filosofía contemporánea: ¿qué
quiere decir más valioso? Responder “felicidad” no resuelve el problema, pues ¿qué
queremos decir con esta ambigua palabra? Por ahora sólo digamos que el hombre busca
aquello que le parece más valioso; aquello que tiene más valor o más sentido para sí. En
otras palabras, el hombre quiere llevar su propia existencia hacia lo que más quiere ser. En
otras palabras, quiere acercarse a sí mismo, siendo más humano.
El otro problema que surge inmediatamente, es que el hombre no siempre tiene
claro aquello que quiere ser. No sabe qué significa ser más plenamente humano para y
desde sí mismo. Sólo cuenta con su propia existencia, y sólo ella puede darle algunas luces
acerca de lo que quiere hacer con su vida8.
Si en cada opción, el hombre se está jugando por una manera concreta de ser su
existencia, y algo quiere hacer con ella, entonces la pregunta acerca del criterio de elección
es radical. ¿Qué criterio de elección me lleva a optar por aquello que más quiero hacer de
mí mismo?
7
En palabras muy sencillas podríamos definir la ética como la capacidad de comprender que lo que hacemos
depende de nosotros, y no es suficiente lo que sucede de hecho, sino que podemos pensar en que existen
maneras de ser mejores que otras. Somos libres para optar, pero queremos hacerlo de la mejor manera posible
para nosotros y los que están a nuestro lado. El problema será quién o qué define lo que es mejor y peor. En
eso, justamente, consiste la ética.
8
Si bien la Historia es un criterio que las generaciones pasadas nos entregan para tomar una u otra opción en
base a su experiencia, finalmente cada uno tiene que optar según sus posibilidades, entre las que también se
encuentra la misma historia a modo de criterio.
cementerio católico o general y los cementerios tipo “Parque del Recuerdo” ilustra bien
esta tendencia de nuestra cultura. En los primeros, la muerte sobresale. Es palpable y
visible. En los otros, la muerte es ocultada; cubierta de pasto, de tal modo que cuando uno
camina por un cementerio bien podría estar paseando por un campo de golf o una linda
pradera. Es cierto que es estéticamente más agradable un cementerio así, pero la muerte no
tiene porqué ser estéticamente agradable. Ocultar la muerte no hace la vida más bella, sino
sólo más falsa.
Pero ¿Cómo dejar de ocultar la muerte? ¿cómo se toma conciencia de ella? O más
radicalmente aún, ¿qué sentido tiene hacer presente la muerte durante la vida?
Des-cubrir la muerte propia es un modo de descubrir la vida propia. Es hacerse
cargo de la vida. Es que no hay vida verdadera sin la posibilidad real de morir. Durante
toda la vida el hombre va de la mano de su propia muerte. No puede ocultarla
definitivamente. Ella siempre está presente. Nadie puede ocultarse de lo que nunca
desaparece9.
¿Cómo se entiende que el hombre cubra la muerte cuando ella no se deja ocultar?
¿Qué tipo de paradoja es esta?
Lo que sucede es que el hombre no quiere aceptar que muere. Quiere deshacerse de
esta posibilidad que siempre está presente. El hecho de que el hombre la oculte no significa
que ella desaparezca. Cotidianamente, vemos seguros de vida, venta de lugares en algún
cementerio, etc. ¿Significa esto que la muerte está totalmente descubierta? No. Sólo
significa que la muerte ha sido ocultada como posibilidad presente y ha sido aplazada para
un solo momento: el último. Incluso podríamos decir que el hombre se desentiende de su
propia muerte y la deja en manos de una compañía de seguros.
La muerte es ocultada como posibilidad en el ahora. Sin embargo, ella se hace
presente también cotidianamente como un fantasma que acecha la misma cotidianidad. Se
transforma en miedo a la muerte, y así, en miedo a la vida.
Pero ¿qué tiene que ver la muerte con la ética o el criterio para tomar una decisión?
Decíamos que no hay manual alguno para tomar decisiones. Sólo contamos con la
propia existencia. Pero esta existencia tiene un apellido. Es una existencia mortal. La
muerte es la posibilidad presente en toda posibilidad y en cada opción que el hombre toma.
Aunque intente ocultarla. Si ampliamos la mirada, podemos descubrir la mortalidad incluso
en la cotidiana toma de decisiones, pues al optar, morimos al resto de las posibilidades que
no tomamos en ese momento. Si opto hoy por almorzar solo en mi casa, muero como
posibilidad de almorzar hoy con un amigo, o de no almorzar.
Pero la muerte puede constituir también un criterio de elección. ¿Qué significa esto?
Significa que al momento de tomar una determinada opción, el hombre puede hacerlo desde
la conciencia de su propia muerte. Puede ponerse ante la posibilidad de su muerte. Esto
puede dar luz ante cualquier decisión. No es lo mismo tomar una opción sabiéndose
mortal, que tomarla ocultando la muerte.
9
Heráclito, fragmento 16.
Esto se puede hacer incluso como un ejercicio. El mismo San Ignacio lo propone10.
Para tomar una buena elección, dice, es bueno ponerse en el momento de la propia muerte y
preguntarse qué habría preferido elegir en el momento en que me encuentro ahora.
Otro ejercicio posible es preguntarse, cada cierto tiempo, qué quisiera hacer o dejar
de hacer, si estuviese viviendo mis últimos días. Esto teniendo presente que siempre
estamos viviendo nuestros últimos días.
Si el ser humano oculta su muerte, ella igual estará presente. Pero desde el
ocultamiento es diferente. Se abre como la inminente posibilidad de arrebatar cruelmente
la existencia. Ocultar la muerte esclaviza, transformándose en miedo ante la muerte (Heb,
2,15). En cambio, cuando el hombre sabe que es mortal, lo asume y decide ante su muerte.
Si bien no se libera de la muerte, sí se hace libre para ella11. Si el hombre oculta su muerte,
la vida consiste en huir de ella; en intentar apropiarse de todo lo que pueda, hasta que ya no
pueda huir más. Si se sabe mortal, si es radicalmente mortal, la vida es una gran gratuidad
en la que todo lo que es y tiene e incluso hace, no le pertenece sino como un regalo de la
Vida misma. Por esto, tomar conciencia de la muerte propia12, es hacerse conciente de la
gratuidad de la vida, también propia.
Además, ante la muerte, las cosas entre las que el hombre se mueve, con las que
trabaja, en las que se distrae y descansa, cobran su verdadero valor. La muerte sitúa. Es
que es fácil para el hombre interpretarse a sí mismo desde las cosas con las que trabaja. O
desde la función que desempeña. Y de este modo, truncar la propia trascendencia, ponerle
precio a la gratuidad en la que el hombre se encuentra por el sólo hecho de estar vivo.
Cuando el ser humano se plantea a sí mismo como ser mortal, que va camino a la muerte en
todo momento, las cosas con las que trabaja, entre las que se mueve, vuelven a tomar su
lugar.
Todos sabemos que la vida nos pertenece; que es nuestro único bien y que algo
queremos hacer con ella. Queremos ser más auténticos, más verdaderos. Queremos
10
Cf. Ejercicios Espirituales, [186].
11
Heidegger, Martín, op. cit., §53 p. 279 ss.
12
La muerte siempre es la propia. Cf Heidegger, Martín, op. cit., §46 - §53.
13
Rahner, Karl, “El Escándalo de la Muerte”, en Escritos Teológicos, VII.
acercarnos más propiamente a lo que queremos ser. Sin embargo, lo olvidamos. Actuamos
desde lo que los demás esperan que hagamos. Tenemos la ilusión de que la vida se vive a
sí misma, de que más adelante seremos aquello que queremos ser. La muerte nos recuerda
dónde estamos y cuánto vale la vida. La muerte nos despierta del sueño en que nos tiene la
cultura, de las ilusiones del poseer, del trabajar, del evadir el silencio. Ante la posibilidad
de la muerte no podemos seguir huyendo de nosotros mismos y comenzamos a vivir desde
nuestra propia verdad.
14
En una sociedad de libre mercado, la lectura económica puede ser el gran criterio para tomar decisiones. En
realidad, pocos se cuestionan este dogma-mito económico que lo reduce todo, incluso al ser humano, a un
problema de costos y beneficios.