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ARTÍCULO

La muerte como criterio para tomar una decisión


José Andrés Murillo U.

Decidir es ser autor de sí mismo.


El ser humano es un ser histórico. Esto significa que está constituido esencialmente
por todo lo que ya ha sido (su pasado), por lo que es (su presente) y por lo que será (su
futuro)1.
El hombre, en su presente, es también su pasado y su futuro. Es su presente de
manera evidente. Pero también es su pasado. Hoy, por ejemplo, soy el niño que fui ayer.
Soy el mismo que era antes de escribir este artículo y usted, el mismo que era antes de leer
estas líneas. Si bien, dice Zubiri2, el hombre no es lo mismo (que era y que será), siempre es
el mismo. Sin embargo, el futuro es, por antonomasia, no-ser-todavía. ¿Equivale esto a una
absoluta no existencia? No. Si bien el futuro aún no es de hecho, de todos modos está
presente como posibilidad. Como posibilidad accesible, ahora.
Esto nos lleva a decir que, para el hombre, todas las cosas se le presentan como
posibilidades. Todas las cosas entre las que se mueve, son posibilidades concretas de ser
con ellas. Cuando te regalan un reloj, cuenta Cortázar3, no te dan solamente un reloj, sino la
necesidad de darle cuerda, la obsesión de llegar a la hora, te regalan el miedo a perderlo, a
que te lo roben, a que se te caiga y se rompa, te regalan la tendencia a compararlo con otros,
etc. Es decir, te regalan posibilidades de ser.
Si bien las posibilidades simplemente se presentan, sujetas al tiempo, tienen que
hacerse reales. Hay posibilidades que no dependen de nadie. Por ejemplo, es posible que
hoy salga el sol después de la lluvia. Pero también hay posibilidades que no se realizan
solas, sino que el hombre las toma o las deja. Ante estas posibilidades hay que optar.
Tomar una u otra decisión es optar por una u otra manera concreta de ser en la realidad.
Hasta en la más modesta de sus decisiones, dice Zubiri, el ser humano está tomando partido
por alguna forma concreta de estar en el mundo4.
Como estamos en el tiempo, como somos históricos, las posibilidades tienen que
hacerse reales. Esto significa que toda posibilidad exige tomar partido inmediato. Incluso
no optar o postergar la decisión, es una manera concreta de decidir. O sea, no existe un
lugar neutro en el tiempo en el que se pueda dejar de lado de las posibilidades y,
simplemente, no optar. Toda posibilidad deja al ser humano de cara ante su capacidad,
necesidad y obligación, de optar5. Esta exigencia de optar pone al ser humano ante una
existencia que le pertenece (como actor y autor) y de la que tiene que hacer algo.
Si toda opción, incluso la más pequeña, es una forma concreta de estar en la
realidad, podemos decir que un hombre es lo que opta. En cada opción el ser humano se
juega su propia manera de estar en la realidad; su persona. En cuanto el hombre va
decidiendo sobre sus posibilidades, va siendo autor de sí mismo. En esto consiste ser
persona: hacerse a sí mismo. He aquí la radicalidad de toda opción6.

1
Cf. Heidegger, Martín, Ser y Tiempo, §72. Ed. Universitaria, 1997.
2
El Hombre y Dios, capítulo 1, §2, p. 51, Alianza Editorial, 1984.
3
“Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj” en Historias de Cronopios y de Famas.
4
Cf. Zubiri, Xavier, El hombre y Dios §2, p. 82 ss.
5
La misma realidad impele a optar. El hombre no sólo puede ejercitar una acción, sino que no tiene más
remedio que hacerlo. Es inexorable el tener que optar. Cf., Zubiri, op. cit., p. 83.
6
Cf. Zubiri, Xavier, op. cit., §1, p. 78.
La pregunta que surge ahora es acerca del criterio para tomar una opción. Es lo que
llamamos ética7. ¿Por qué tomamos una opción y no otra?
Como optar es hacerse a sí mismo de una manera y no de otra, hay una pregunta que
todo ser humano, conciente o inconscientemente, se hace. ¿Qué quiero hacer con mi propia
existencia? ¿Hacia dónde quiero dirigir mi ser?

Siempre que el hombre actúa, que toma una determinada opción, lo hace creyendo
que está eligiendo un bien y no un mal para sí. Esto porque todos, de un modo o de otro,
optamos por aquellas posibilidades entre las que se nos presentan, que nos parecen más
valiosas.
Aquí estamos rozando una profunda pregunta de la filosofía contemporánea: ¿qué
quiere decir más valioso? Responder “felicidad” no resuelve el problema, pues ¿qué
queremos decir con esta ambigua palabra? Por ahora sólo digamos que el hombre busca
aquello que le parece más valioso; aquello que tiene más valor o más sentido para sí. En
otras palabras, el hombre quiere llevar su propia existencia hacia lo que más quiere ser. En
otras palabras, quiere acercarse a sí mismo, siendo más humano.
El otro problema que surge inmediatamente, es que el hombre no siempre tiene
claro aquello que quiere ser. No sabe qué significa ser más plenamente humano para y
desde sí mismo. Sólo cuenta con su propia existencia, y sólo ella puede darle algunas luces
acerca de lo que quiere hacer con su vida8.
Si en cada opción, el hombre se está jugando por una manera concreta de ser su
existencia, y algo quiere hacer con ella, entonces la pregunta acerca del criterio de elección
es radical. ¿Qué criterio de elección me lleva a optar por aquello que más quiero hacer de
mí mismo?

La muerte como posibilidad


Las posibilidades de ser que cada uno tiene son muchas. Dejar de leer este artículo,
seguir leyéndolo, ir a buscar un café, hablar por teléfono, esperar a que llueva, etc. Pero hay
una posibilidad que siempre está presente junto a las otras. Una posibilidad de la que no
siempre el hombre se hace cargo, pero que siempre lo acompaña. Nos referimos a la
muerte. Siempre está presente la posibilidad de ser arrebatado por la muerte, y dejar de
optar. Si bien no es, salvo en casos muy extremos, una opción que el ser humano toma
voluntariamente, sí es una posibilidad concreta junto al resto de las posibilidades. Es algo
siempre posible; siempre presente.
La muerte siempre está presente, a pesar de la necesidad de nuestra cultura de decir
lo contrario. Al parecer, como cultura, queremos ocultar la muerte; cubrirla. No sólo no
queremos hablar de ella, sino incluso como símbolo la hemos cubierto. Es cosa de
comparar los cementerios de hace unas décadas atrás con los actuales. La diferencia entre el

7
En palabras muy sencillas podríamos definir la ética como la capacidad de comprender que lo que hacemos
depende de nosotros, y no es suficiente lo que sucede de hecho, sino que podemos pensar en que existen
maneras de ser mejores que otras. Somos libres para optar, pero queremos hacerlo de la mejor manera posible
para nosotros y los que están a nuestro lado. El problema será quién o qué define lo que es mejor y peor. En
eso, justamente, consiste la ética.
8
Si bien la Historia es un criterio que las generaciones pasadas nos entregan para tomar una u otra opción en
base a su experiencia, finalmente cada uno tiene que optar según sus posibilidades, entre las que también se
encuentra la misma historia a modo de criterio.
cementerio católico o general y los cementerios tipo “Parque del Recuerdo” ilustra bien
esta tendencia de nuestra cultura. En los primeros, la muerte sobresale. Es palpable y
visible. En los otros, la muerte es ocultada; cubierta de pasto, de tal modo que cuando uno
camina por un cementerio bien podría estar paseando por un campo de golf o una linda
pradera. Es cierto que es estéticamente más agradable un cementerio así, pero la muerte no
tiene porqué ser estéticamente agradable. Ocultar la muerte no hace la vida más bella, sino
sólo más falsa.

Pero ¿Cómo dejar de ocultar la muerte? ¿cómo se toma conciencia de ella? O más
radicalmente aún, ¿qué sentido tiene hacer presente la muerte durante la vida?
Des-cubrir la muerte propia es un modo de descubrir la vida propia. Es hacerse
cargo de la vida. Es que no hay vida verdadera sin la posibilidad real de morir. Durante
toda la vida el hombre va de la mano de su propia muerte. No puede ocultarla
definitivamente. Ella siempre está presente. Nadie puede ocultarse de lo que nunca
desaparece9.
¿Cómo se entiende que el hombre cubra la muerte cuando ella no se deja ocultar?
¿Qué tipo de paradoja es esta?
Lo que sucede es que el hombre no quiere aceptar que muere. Quiere deshacerse de
esta posibilidad que siempre está presente. El hecho de que el hombre la oculte no significa
que ella desaparezca. Cotidianamente, vemos seguros de vida, venta de lugares en algún
cementerio, etc. ¿Significa esto que la muerte está totalmente descubierta? No. Sólo
significa que la muerte ha sido ocultada como posibilidad presente y ha sido aplazada para
un solo momento: el último. Incluso podríamos decir que el hombre se desentiende de su
propia muerte y la deja en manos de una compañía de seguros.
La muerte es ocultada como posibilidad en el ahora. Sin embargo, ella se hace
presente también cotidianamente como un fantasma que acecha la misma cotidianidad. Se
transforma en miedo a la muerte, y así, en miedo a la vida.

Pero ¿qué tiene que ver la muerte con la ética o el criterio para tomar una decisión?
Decíamos que no hay manual alguno para tomar decisiones. Sólo contamos con la
propia existencia. Pero esta existencia tiene un apellido. Es una existencia mortal. La
muerte es la posibilidad presente en toda posibilidad y en cada opción que el hombre toma.
Aunque intente ocultarla. Si ampliamos la mirada, podemos descubrir la mortalidad incluso
en la cotidiana toma de decisiones, pues al optar, morimos al resto de las posibilidades que
no tomamos en ese momento. Si opto hoy por almorzar solo en mi casa, muero como
posibilidad de almorzar hoy con un amigo, o de no almorzar.

Pero la muerte puede constituir también un criterio de elección. ¿Qué significa esto?
Significa que al momento de tomar una determinada opción, el hombre puede hacerlo desde
la conciencia de su propia muerte. Puede ponerse ante la posibilidad de su muerte. Esto
puede dar luz ante cualquier decisión. No es lo mismo tomar una opción sabiéndose
mortal, que tomarla ocultando la muerte.

9
Heráclito, fragmento 16.
Esto se puede hacer incluso como un ejercicio. El mismo San Ignacio lo propone10.
Para tomar una buena elección, dice, es bueno ponerse en el momento de la propia muerte y
preguntarse qué habría preferido elegir en el momento en que me encuentro ahora.
Otro ejercicio posible es preguntarse, cada cierto tiempo, qué quisiera hacer o dejar
de hacer, si estuviese viviendo mis últimos días. Esto teniendo presente que siempre
estamos viviendo nuestros últimos días.
Si el ser humano oculta su muerte, ella igual estará presente. Pero desde el
ocultamiento es diferente. Se abre como la inminente posibilidad de arrebatar cruelmente
la existencia. Ocultar la muerte esclaviza, transformándose en miedo ante la muerte (Heb,
2,15). En cambio, cuando el hombre sabe que es mortal, lo asume y decide ante su muerte.
Si bien no se libera de la muerte, sí se hace libre para ella11. Si el hombre oculta su muerte,
la vida consiste en huir de ella; en intentar apropiarse de todo lo que pueda, hasta que ya no
pueda huir más. Si se sabe mortal, si es radicalmente mortal, la vida es una gran gratuidad
en la que todo lo que es y tiene e incluso hace, no le pertenece sino como un regalo de la
Vida misma. Por esto, tomar conciencia de la muerte propia12, es hacerse conciente de la
gratuidad de la vida, también propia.
Además, ante la muerte, las cosas entre las que el hombre se mueve, con las que
trabaja, en las que se distrae y descansa, cobran su verdadero valor. La muerte sitúa. Es
que es fácil para el hombre interpretarse a sí mismo desde las cosas con las que trabaja. O
desde la función que desempeña. Y de este modo, truncar la propia trascendencia, ponerle
precio a la gratuidad en la que el hombre se encuentra por el sólo hecho de estar vivo.
Cuando el ser humano se plantea a sí mismo como ser mortal, que va camino a la muerte en
todo momento, las cosas con las que trabaja, entre las que se mueve, vuelven a tomar su
lugar.

Pesar la vida en la balanza de la muerte


Karl Rahner propone pesar constantemente la vida en la balanza de la muerte13.
Ante la muerte, caen todas aquellas estructuras que hemos ido convirtiendo en dioses y
queda a la vista lo que más profundamente somos. Ninguna estructura falsa tiene sentido
ante la muerte. Todo criterio de elección que se funda no en lo que auténticamente
queremos y somos, sino en lo que los demás pueden opinar de nosotros (el qué-dirán, lo
que es bien visto, incluso las fantasías de lo que los otros esperan de nosotros), cae. Al caer
todas estas estructuras, podemos quedar en la nada. Pero no en una nada necesariamente
estéril. Es una nada que puede restaurarnos en lo que verdaderamente somos. La muerte
puede volvernos a ligar con nosotros mismos (re-ligarnos). Ante la muerte, podemos quedar
de cara ante la vida. Es que, de algún modo, tenemos la ilusión de ser inmortales. No
tomamos en serio el ser mortales. Y al no tomar en serio el ser mortales, tampoco tomamos
en serio el estar vivos. Por esto, asumir la propia muerte puede constituir un despertar
radical. Despertar a la muerte es despertar a la vida.

Todos sabemos que la vida nos pertenece; que es nuestro único bien y que algo
queremos hacer con ella. Queremos ser más auténticos, más verdaderos. Queremos

10
Cf. Ejercicios Espirituales, [186].
11
Heidegger, Martín, op. cit., §53 p. 279 ss.
12
La muerte siempre es la propia. Cf Heidegger, Martín, op. cit., §46 - §53.
13
Rahner, Karl, “El Escándalo de la Muerte”, en Escritos Teológicos, VII.
acercarnos más propiamente a lo que queremos ser. Sin embargo, lo olvidamos. Actuamos
desde lo que los demás esperan que hagamos. Tenemos la ilusión de que la vida se vive a
sí misma, de que más adelante seremos aquello que queremos ser. La muerte nos recuerda
dónde estamos y cuánto vale la vida. La muerte nos despierta del sueño en que nos tiene la
cultura, de las ilusiones del poseer, del trabajar, del evadir el silencio. Ante la posibilidad
de la muerte no podemos seguir huyendo de nosotros mismos y comenzamos a vivir desde
nuestra propia verdad.

La sociedad que queremos y la muerte


Hasta ahora hemos tocado el tema de la opción a partir de un plano meramente
individual. Podemos también ampliar esta lectura a un plano social. El hombre no sólo se
hace a sí mismo a partir de los actos que realiza, sino que también construye la sociedad
que elige. Cuando una cultura se funda exclusivamente en el exclusivo criterio económico
de libre mercado14, esto es, en reducir al mínimo los costos para obtener mayores
beneficios, está construyendo un modelo de sociedad muy concreto, desde el cual
interpretará todos sus actos y sus miembros. En una sociedad de este tipo, la muerte
necesariamente debe ser ocultada. Es la gran insolvencia del sistema; el impuesto
ineludible. De este modo, hace al hombre vivir en un error. Lo lleva a interpretarse como
absoluta propiedad de sí mismo. Una sociedad así quiere asegurarlo todo. Se llena de
seguros de vida para acallar la muerte, pero de este modo también acalla la vida. Es que la
vida se pertenece a sí misma. La muerte es la gran garantía de una vida que se pertenece a
sí misma.
Si la existencia no se funda en el tener, asegurarse, apropiarse, sino en ser (lo que
realmente somos), todo lo que tenemos es gratuidad. La existencia es una gran gratuidad.
No cabe la competitividad como criterio. ¿Ganar qué, para qué, si todo lo perdemos,
finalmente? Fundar la vida, las relaciones humanas, la existencia, en la gratuidad, no deja
de lado la gran pérdida que es la muerte, sino que la asume como constitutiva de la vida.
De este modo, la vida consiste incluso en comprometerse con la sociedad. No para obtener
beneficios, sino para fecundar. En este sentido, especialmente, si la semilla que cae a la
tierra, no quiere morir, tampoco podrá ser realmente semilla. Para poder vivir lo que
realmente somos, aprendamos también a morir.

14
En una sociedad de libre mercado, la lectura económica puede ser el gran criterio para tomar decisiones. En
realidad, pocos se cuestionan este dogma-mito económico que lo reduce todo, incluso al ser humano, a un
problema de costos y beneficios.

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