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ARQUIDIÓCESIS DE PUEBLA DE LOS

ÁNGELES

JUBILEO EXTRAORDINARIO
DE LA MISERICORDIA
2015-2016

Catequesis para una digna y


fructuosa celebración

Comisión Diocesana para la Celebración


del Jubileo

Pbro. José Ignacio Martínez Aurioles. T.B.L.

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Presentación
Sentido del folleto:

Este folleto tiene por objeto favorecer una conciencia


más clara del significado del Año Jubilar, para propiciar una
vivencia fructuosa y más plena del don del Año Santo:
“Jubileo extraordinario de la Misericordia”, que el Papa
Francisco propone a toda la Iglesia y creyentes en el Dios del
amor para experimentar y participar de la benevolencia,
ternura y misericordia de Dios, manifestado en Cristo:
Verdadero rostro de la Misericordia.

Objetivos del folleto:

Ofrecerá sugerencias y materiales que ayuden a una


preparación seria y fundamentada para que la experiencia
del Jubileo sea fructuosa y se proyecte en la vida diaria de
los participantes.

Propiciará un proceso de comprensión, valoración y


vivencia del Jubileo de la Misericordia, que genere una
renovación personal y comunitaria que se manifieste en
actitudes y comportamientos coherentes con la
misericordia que Dios nos ofrece en Jesús.

La comunidad católica de la Arquidiócesis de


Puebla, contemplará, celebrará y vivirá el amor que Dios
nos manifiesta en su Hijo Jesucristo, - en el Jubileo
extraordinario de la Misericordia -, para renovarse como
testigos de su amor, creciendo personal y
comunitariamente en el servicio fraternal.

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Cómo usar los materiales del folleto:

Las catequesis que se proponen aportan elementos


básicos - sobre todo a la luz de la Palabra de Dios - para
una comprensión del sentido del Jubileo: su
fundamentación y razón, sus exigencias y sobre todo sus
implicaciones en la vida concreta de quiénes se decidan a
vivir esta experiencia de salvación.

Por eso sugerimos tomar en cuenta estos pasos:

1 - Iniciar las sesiones con una dinámica de


integración, que fomente relaciones interpersonales y
ayude a propiciar actitudes de reconciliación. De esta
manera se creará un ambiente que favorezca el proceso
catequético y al mismo tiempo permitirá que al iniciar el
tema, ya estén presentes todos los participantes.
2 - Tener claro que este proceso requerirá un clima
y ambiente de Oración. No se trata de una clase,
instrucción o curso, sino de un camino de encuentro y
diálogo con la Palabra de Dios, no sólo personal sino
también compartido y reflexionado por el grupo.
3 - La oración inicial puede ser la invocación al
Espíritu Santo o un canto apropiado.
4 - Se hará una breve introducción a la Lectura
bíblica, (Se sugiere tomar la nota de pie de página que
ofrece la Biblia de América, con referencia al texto que se
va a escuchar) y un buen lector (debidamente preparado),
leerá el texto… Se dejará un tiempo de escucha y
contemplación de la Palabra en silencio. Después se
pedirá a los participantes que relean el texto en sus
Biblias, para que así pregunten sus dudas sobre el

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vocabulario o los conceptos que no les queden claros del
texto, sea por palabras o por expresiones no entendidas y
se les proporcionen las aclaraciones necesarias, para que
se comprenda bien el sentido del texto propuesto.
5 - Se explicará el texto bíblico de manera que
oriente el desarrollo del tema, sirviéndose, según las
posibilidades de esquemas, sinopsis o gráficos en pizarrón,
papelógrafos, power point, etc. de manera que se haga
comprensible y adecuado al grupo. La exposición exige la
comprensión e interiorización del tema por parte del
catequista o responsable del proceso y se evitará
reducirlo a una simple lectura.
6 - Es importante que los textos Bíblicos que se
proponen en el desarrollo de los temas se lean clara y
pausadamente y se constate que el grupo los comprenda
correctamente. Pueden dejarse también como trabajo en
casa, pero a condición de revisarlo en la siguiente sesión y
aclarando las dudas que hubiera.

No olvidar la primacía de la Palabra de Dios en todo


proceso catequético.

7 - Será recomendable que después de la


presentación del tema se propicie un diálogo por grupos,
con preguntas u otros recursos que permitan
retroalimentar y clarificar el tema, pero escuchando las
aportaciones del grupo.
8 - Igualmente es importante que el grupo tome
conciencia de: cómo va a responder, personal y
comunitariamente a la Palabra que se ha escuchado y
entendido. (Es importante no confundir lo que es
“Respuesta” al Dios que nos habla y actúa en nosotros,

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porque la Palabra de Dios es viva, eficaz y actúa en
nosotros, con “el Compromiso”, que parece ignorar la
iniciativa y acción de Dios en nosotros).
9 - Finalizamos la catequesis orando con el Salmo
propuesto para concluir el tema, respondiendo así a la
Palabra de Dios con su misma Palabra. (También aquí se
sugiere leer, antes de orar el Salmo, la nota de pie de
página que ofrece la Biblia de América).
Si se considera oportuno puede añadirse un canto
adecuado de despedida.

Tomar en cuenta:

10 - En un momento oportuno será necesario


indicar al grupo los cómos y cuándos se realizarán los
pasos para vivir la Celebración y participación del
Jubileo: horarios de confesiones, punto de reunión,
fecha, hora y otras iniciativas propias de cada
parroquia, decanato o zona.
11 - Se ofrecerán también algunas Lecturas
complementarias que pueden ser de utilidad tanto para el
catequista como para los participantes.
12 - Finalmente y no por ser menos importante,
es muy recomendable, aprovechar esta ocasión para
iniciar, reanimar y fortalecer auténticos procesos de
evangelización.
No podemos vivir un seguimiento de Jesús
sustentado en eventos más o menos significativos,
pero sin procesos bien elaborados de crecimiento y
maduración en la fe y adecuados a las diferentes
situaciones, edades, problemáticas y etapas de la
comunidad.

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En este sentido será conveniente establecer o
revitalizar la celebración comunitaria de la Liturgia de las
Horas y la Lectio Divina, con una explicación clara y
adecuada a las necesidades de cada grupo o comunidad,
del valor y significado de estas expresiones de la fe y de
la experiencia vital de la Palabra de Dios.

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Introducción
Sentido y razón del Jubileo de la Misericordia

Un año jubilar es para toda la Iglesia una magnífica


oportunidad para madurar y crecer en la fe, el amor y
entrega a Jesús y a los hermanos, animados por la
esperanza gozosa de la salvación eterna y la realización
definitiva del Reinado de Dios.
Que el Papa Francisco lo haya convocado como un
Jubileo de la Misericordia, responde a exigencias
fundamentales de la Fe en Cristo y las situación y
realidades del mundo que nos toca vivir: pues frente a
sociedades marcadas por el odio, la violencia, la
injusticia institucionalizada, el dominio del crimen, los
odios raciales y religioso – sectarios, aún dentro de las
comunidades que comparten un origen y fundamento
común: judíos, cristianos y musulmanes en especial,
pero no exclusivo, es urgente recuperar el verdadero
sentido del Amor que Dios nos tiene y ofrece a todos
sin distinción.
Además, la pérdida de los valores fundamentales
que ha propiciado la corrupción personal y social,
degradando la dignidad de la vida, de la persona, de la
familia, propiciando vicios, injusticias, desenfreno y
violencia en las comunidades y naciones, son razones más
que suficientes.
Son estas realidades, entre otras que aquejan a
nuestro mundo y oscurecen la fuerza salvadora del
Evangelio de Jesús, el Mesías y Salvador de todos los
hombres, las que motivan el llamado del Papa a conocer,
valorar y vivir la esencia de Dios y el motivo de su obra

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creadora y salvadora: ¡EL AMOR! = ¡MISERICORDIA!
El llamado a vivir el Jubileo se traduce, por tanto,
en una experiencia vital y profunda del amor de Dios, que
en Jesús te llama a participar de su amor y de su misma
vida para que seas real, verdadera y plenamente feliz,
asumiendo su camino que es amor hasta el extremo, - la
donación total -, te lleve a experimentar que la Cruz, es el
camino de la Resurrección y participación de la vida
eterna: su misma VIDA.
Conformarse o quedarse sólo con lo externo: pasar
por la puerta del perdón, confesando y comulgando,
orando por el Papa, pero sin auténtica conversión y
adhesión a Jesús, sería confundir el amor de Dios con un
producto de mercadotecnia que se puede negociar y
comprar, sin involucrar la propia vida, ni asumiendo su
proyecto de salvación y vida.
En consecuencia vivir el Jubileo es conocer,
apreciar y vivir el Amor-misericordia de Dios, experiencia
que tendrá que manifestarse en formas de vida personal
y comunitaria de amor y servicio a los demás, de
renovación y conversión que sean testimonio vivo del
amor del Dios bueno, que busca a sus hijos y los espera
con los brazos abiertos, de solidaridad y entrega a
quienes padecen y sufren situaciones de injusticia,
violencia, enfermedad y cualquier otra dolencia.

* ¡Es Ahí donde se verá la autenticidad de tu


participación en el Jubileo! *

Si no eres misericordioso es porque no conoces la


misericordia de Dios y permaneces en tu pecado, (Cfr. 1
Jn 4,7-16).

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Por esta razón se llama Jubileo, pues hace
referencia a la celebración que vivía el pueblo de Israel
en el Antiguo Testamento, Lv 25, 8-19 (puede verse el
resto del capítulo) y que más allá de los ritos,
manifestaba el amor salvador de Dios para su pueblo y
se expresaba con el cuidado amoroso que Él ofrece a su
pueblo durante ese año, en que no se trabaja y que con
el perdón de las deudas, la liberación de los esclavos,
propicia la reintegración de las familias y el recuperar
su patrimonio para reiniciar una vida nueva, propia de
los hijos de Dios que por definición tienen que ser libres
para poder alabar a Dios.
Ya desde entonces era experiencia del amor
salvador y liberador de Dios a su pueblo que
desembocaba en el restablecimiento de la fraternidad y
armonía de la comunidad de los hijos de Dios, donde no
debería haber pobres.

La celebración del Jubileo va por lo tanto mucho


más allá de una barata del perdón de Dios, de unas
prácticas o ritos casi mágicos para congraciarse con Dios
y después seguir con la misma vida, las mismas rutinas,
los mismos vicios y pecados.

Vivirlo implica y exige un cambio radical de vida,


que si es aceptado por los bautizados, creyentes en Cristo
y hombres de buena voluntad, conducirá necesariamente
a un cambio y renovación de nuestras comunidades, de la
sociedad y la superación de los enfoques egoístas,
convenencieros y abusivos, violentos y desintegradores
de la sociedad, y de nuestro mundo.
Será recuperar al amor, el respeto al otro y a los
otros, no por razones de conveniencia e intereses
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personales o sectarios, sino para manifestar el auténtico
rostro de Dios, al mundo en que nos toca vivir.

Ahí está el sentido y la trascendencia del


Jubileo de la Misericordia, al que el Papa Francisco
nos convoca.

Artículo publicado por el centro informativo ZENIT:


"¿Por qué hoy un Jubileo de la Misericordia?
Simplemente porque la Iglesia, en este momento de
grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con
mayor intensidad los signos de la presencia y de la
cercanía de Dios. Éste no es un tiempo para estar
distraídos”. (Papa Francisco)

El papa Francisco ha presentado en una ceremonia


solemne realizada este sábado por la tarde en la Basílica
de San Pedro, la bula que convoca el Jubileo Extraordinario
de la Misericordia, que lleva el título de "Misericordiae
Vultus" la cual se compone de 25 puntos.
Un Año Santo que se celebra no sólo en Roma, sino
también en todas las demás diócesis del mundo. O sea, la
Puerta Santa será abierta por el Papa en San Pedro el 8 de
diciembre y el domingo siguiente en todas las iglesias del
mundo. Otra de las novedades es que el Papa da la
posibilidad de abrir la Puerta Santa también en los
santuarios, meta de tantos peregrinos.
La conclusión del año jubilar, indica la bula, tendrá lugar
"en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo,
el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta
Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de
reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos

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concedido un tiempo extraordinario de gracia.
Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad
entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo,
esperando que difunda su misericordia como el rocío de la
mañana para una fecunda historia, todavía por construir
con el compromiso de todos en el próximo futuro”.
El deseo del Papa es que este Año Santo, vivido también
en el compartir la misericordia de Dios, pueda convertirse
en una oportunidad para "vivir en la vida de cada día la
misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia
nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios.
Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón
para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros
su vida”.
La Bula además explica algunos aspectos sobresalientes
del Jubileo: primero el lema "Misericordiosos como el
Padre", a continuación el sentido de la peregrinación y
sobre todo la necesidad del perdón. El tema particular
que interesa al Papa y que se encuentra en el punto 15
indica que las obras de misericordia espirituales y
corporales deben redescubrirse "para despertar nuestra
conciencia, muchas veces adormecida ante el drama de
la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del
Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la
misericordia divina.".
El documento hace un firme llamamiento contra la
violencia organizada y contra las personas ''promotoras o
cómplices'' de la corrupción. Son palabras muy fuertes con
las que el Papa denuncia esta "llaga putrefacta" e insiste
para que en este Año Santo haya una verdadera
conversión: “¡Éste es el tiempo oportuno para cambiar de
vida! Éste es el tiempo para dejarse tocar el corazón.
Delante a tantos crímenes cometidos, escuchad el llanto
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de todas las personas depredadas por vosotros de la vida,
de la familia, de los afectos y de la dignidad. Seguir como
estáis es sólo fuente de arrogancia, de ilusión y de tristeza.
La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora
pensáis. El Papa tiende la mano. Está dispuesto a
escucharos. Basta solamente que acojáis la llamada a la
conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os
ofrece misericordia”.
El papa Francisco en este documento describe los rasgos
más sobresalientes de la misericordia situando el tema,
ante todo, bajo la luz del rostro de Cristo, porque la
misericordia no es una palabra abstracta; sino un rostro
para reconocer, contemplar y servir. La Bula se desarrolla
en clave trinitaria y se extiende en la descripción de la
Iglesia como un signo creíble de la misericordia: "La
misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la
Iglesia", expresa.
Francisco indica las etapas principales del Jubileo. La
apertura coincide con los 50 años de la clausura del
Concilio Vaticano II: “La Iglesia siente la necesidad de
mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo
periodo de su historia.
Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido
intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la
exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en
un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas
que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una
ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar
el Evangelio de un modo nuevo''.
El Pontífice, recupera la enseñanza de San Juan XXIII, que
hablaba de la "medicina de la Misericordia" y de Pablo VI
que identificó la espiritualidad del Vaticano II con la del
samaritano. Otra indicación atañe a la Cuaresma con el
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envío de los "Misioneros de la Misericordia". Nueva y
original iniciativa con la que el Papa quiere resaltar de
forma aún más concreta su cuidado pastoral. El Papa trata
también el tema de la relación entre la justicia y la
misericordia, demostrando que no se detiene en una
visión legalista, sino que apunta a un camino que
desemboca en el amor misericordioso.
Otro aspecto original es el de la misericordia como tema
común a judíos y musulmanes: "Este Año Jubilar vivido en
la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas
religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos
haga más abiertos al diálogo para conocerlas y
comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y
desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de
discriminación".
“En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la
Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como
palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda y de
amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea
siempre paciente en el confortar y perdonar”. Y concluye:
“La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con
confianza y sin descanso: «Acuérdate, Señor, de tu
misericordia y de tu amor; que son eternos»”.
ZENIT 2015-04-11.

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I.- Jesús, el rostro misericordioso del Padre.

Jesús manifiesta el verdadero y auténtico rostro


del Padre, ante las distorsiones y caricaturas de
elaboración humana, que han acompañado,
lamentablemente, la historia de la Iglesia y por eso es
importante redescubrir el verdadero rostro del Padre.
La Encarnación y el Nacimiento de Jesús en nuestra
carne hacen presente, visible y cercana la benevolencia
de Dios, su amor y misericordia que continuará revelando
a lo largo de su vida histórica con el Evangelio – Buena
Nueva y sus Signos – milagros, que ponen ante nuestros
ojos su compasión y cercanía.
Este amor alcanzará su máxima expresión en el
Misterio Pascual: Pasión – Muerte – Resurrección. Así se
hace realidad para nosotros la Misericordia de Dios:
Hacernos partícipes de su misma vida. Ser hijos de Dios,
en su Hijo Jesús Cristo, por el Espíritu Santo.
¡El Amor – Misericordia, es el Ser de la Santa
Trinidad!

Leer: 1 Juan 4,7-21

LA MISERICORDIA

EL AMOR, es en toda la Sagrada Escritura el origen,


la causa, el motivo de toda la obra creadora de Dios
desde el principio, pero también de la obra de
reconciliación y salvación: recreación en y por medio de
Jesús, uno con Él como hijo de Dios, pero igualmente de
nuestra misma naturaleza: es el verdadero hombre y por
tanto el único capaz de llevar a cabo la obra de

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reconciliación entre Dios y el hombre, de devolver al
hombre su auténtica dignidad como hijo y amado de
Dios. La Epifanía, manifestación de Dios, es constante y
vital y siempre es Amor-Misericordia. No es un
acontecimiento del pasado es la Realidad presente y
fundante del Dios con nosotros.
La MISERICORDIA, traduce el término hebreo:
Hésed. Repetidas veces Dios se autonombra y es
reconocido y alabado como el “Dios del Amor y la
Fidelidad” inconmovible: el Emét, que suele traducirse por
verdad, pero que expresa más bien la firmeza, la solidez,
la inmutabilidad de su amor. (De esta misma raíz viene la
palabra Amén, que no es un ojalá, “así sea”, sino
afirmación clara y contundente: es cierto, es real, estoy
firme, porque Dios es “Amén”: fidelidad absoluta).
Ésa es la identidad y el ser de Dios - Yahweh: ¡Dios
es amor! Y ese amor permanece por siempre y para
siempre, es ¡inmutable y fiel!
Dios al hacer alianza con su pueblo se manifiesta y
compromete a ser: Misericordioso y Fiel, si éste cumple
sus enseñanzas y guarda sus palabras (mandamientos).
Cfr. Ex 34,6-11; Sal 86,15; 89,2-3.15.25; 117,2 y los himnos
al amor de Dios: Sal 103; 118 y 136.
El HÉSED, se tradujo al griego por Éleos y después al
latín como “misericordia”, aunque en la Liturgia latina y
también en otras lenguas ha permanecido como Éleos:
Kyrie Eleison, Christe Eleison y que no es una súplica de
perdón, sino una alabanza: ¡Oh, Señor! - ¡Oh, Cristo!, (que
eres) misericordia nuestra.
En español encontramos esta palabra traducida por
piedad, misericordia, amor, benevolencia, ternura,
compasión, perdón.

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La realidad es que el Hésed de Dios es todo eso y
más: Amor, (búsqueda del bien integral y de lo mejor para
el amado; principio y fundamento de todo lo que sigue);
ternura, (sin pretensiones de dominación sino con
actitudes y expresiones de afecto cercano, cariñoso);
benevolencia, (literalmente querer bien, tener buena
voluntad-disposición hacia el amado); compasión,
(literalmente compartir el padecer o sentir del amado,
disposición y capacidad para hacer propio el ser y la
situación del que es amado y aceptado); perdón,
(disposición interior y efectiva de pasar por alto las
actitudes y ofensas con las que pueda habérsele ofendido,
comprenderlo también en sus errores); abajamiento,
(hacerse como el otro, el amado, ponerse a su nivel,
entenderlo en su debilidad y realidad consecuencia del
pecado).
Todo esto es lo que Dios nos ofrece con la Alianza,
ya desde el Antiguo Testamento, pero de manera plena y
definitiva con la Nueva Alianza en la Sangre de Jesús y
completado con su disposición de firmeza, fidelidad,
inmutabilidad en ese Amor: el Emét.
Por eso Jesús es el verdadero rostro del Amor -
Misericordia del Padre. ¡ES EL AMÉN DEL PADRE para
nosotros! Cfr. Ap 3,14 y en Él nosotros decimos: ¡Amén!,
al Padre: “Pues todas las promesas hechas por Dios han
tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a la
gloria de Dios”. 2 Co 1,20.
Estas actitudes y otras semejantes, unidas y
constantes, nos ayudan a comprender y valorar lo que es
el Amor-Misericordia de Dios para con nosotros, sin
diferencia ni distinción. Éste es el Evangelio, la Buena
noticia manifestada y realizada plena - definitivamente
en la persona de Jesús.
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Ante este volcarse de Dios hacia nosotros, Él espera
nuestra respuesta, nuestra correspondencia a su bondad.

Esta respuesta como Jesús lo proclama al iniciar su


misión es:

CONVIÉRTETE Y CREE EN EL EVANGELIO”. Mc 1,15.

La conversión no es lo mismo que arrepentirse,


pues el arrepentimiento frecuentemente se queda en
sentimientos, que son pasajeros y superficiales, la
conversión, por el contrario, es en primer lugar un don
que Dios concede a quien con sinceridad lo busca y que
implica un cambio profundo de la persona, en su ser más
íntimo, hondo, - ahí donde tú eres tú -, dónde razonas y
decides tu vida: en la Biblia esto es el corazón, para
nuestra mentalidad usamos el término: mente. Es pues un
cambio de mentalidad, de orientación de la vida entera,
es reestructurar la propia existencia con los criterios y
valores del Evangelio, es superar nuestros criterios
egoístas, ambiciosos, violentos, pasionales, etc. para
asumir en la propia existencia los criterios y valores de
Jesús: Pobreza, humildad, servicio, perdón, amor, verdad,
compasión y misericordia, en fin cambiar nuestro ser
carnal (humano), en ser hijo de Dios y vivir como tal.
Como podemos ver la conversión es algo más que
apariencias, sentimentalismos superficiales, evasiones y
máscaras que nada valen a los ojos de Dios. Cada uno
sabe de qué pie cojea y dónde esconde sus propias
incoherencias, entre el ser hijo de Dios por el bautismo y
sus acciones cotidianas, incoherentes con su ser.

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Esta primera respuesta es fundamental y básica,
sin ella no podrá experimentarse el amor salvador de
Dios, ni la reconciliación con Él, ni tampoco ganar la
indulgencia, porque se cierra la puerta al amor
compasivo y misericordioso, que Dios te ofrece en Jesús
y a través de su Iglesia.

El creer en Jesús que es el Evangelio Vivo y


vivificante, implica la adhesión, entrega y fidelidad total
a su persona y su enseñanza, que superando doctrinas,
ideologías o prácticas se traduce en una comunión vital
con Él: ¡Que Él viva en ti y tú vivas en Él!, ¡Ser uno con Él!
Él es la cabeza, nosotros somos los miembros y de
Él por el Espíritu Santo y a través de los sacramentos,
recibimos su misma vida: la vida de Hijos de Dios.
Cuando se realiza esta íntima comunión de vida
con Jesús se entienden y se pueden cumplir sus mandatos:
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso”, Lc 6,36; “Amaos unos a otros como yo los
he amado”, Cfr. Jn 13, 34; “Amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persiguen…”, Mt 5,44-45; y en
especial el programa del amor que propone el Apóstol
Pablo en Rm 12,14-21, porque el creer no es aceptar
verdades, cumplir mandamientos, practicar ritos y
devociones, La FE es VIDA y por tanto se manifiesta con
una manera de vivir como y con los Criterios de Jesús.
Tener Fe es tener Vida eterna y la FE se manifiesta en el
AMOR. No se puede creer sin amar y el amor a Dios se
manifiesta en el amor a sus hijos.

El texto que leímos al principio, ahora podemos


releerlo y seguramente comprender mejor su riqueza y
significado.
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“Queridos, amémonos unos a otros, ya que el
amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que
Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único
para que vivamos por medio de él. En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados.
Queridos, si Dios nos amó de esta manera,
también nosotros debemos amarnos unos a otros.
A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos
a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado
en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que
permanecemos en ÉL y ÉL en nosotros: en que nos ha dado
de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio
de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del
mundo.
Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios
permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido
el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él.
Dios es Amor y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él.
En esto ha llegado el amor a su plenitud con
nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio,
pues como ÉL es, así somos nosotros en este mundo. No
hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa
el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no
ha llegado a la plenitud en el amor.
Nosotros amemos, porque Él nos amó primero. Si
alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es
un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien
ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido
18
de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también
a su hermano”. 1 Jn 4,7-21

Si Jesús es el rostro vivo del amor del Padre, no


podemos dejar de mencionar algunos momentos
importantes de su vida que expresan y hacen brillar ese
amor del Padre:

El paralítico que es introducido por el techo para


que Jesús lo cure y que no sólo es curado sino perdonado;
y la gente se admira del poder que Dios ha dado a los
hombres para perdonar los pecados: Mt 9,2-8; Mc 2,3-12;
Lc 5, 17-26.

Jesús come con los publicanos después de llamar


a Mateo y esto escandaliza a los escribas y fariseos. Ahí
afirma que no vino a llamar a los justos sino a los
pecadores: Mc 2,13-17; Mt 9,10-13; Lc 5,29-32.

Jesús lleno de compasión no sólo enseña sino


que da el pan, anticipo de la Eucaristía (Palabra hecha
carne), a la multitud que lo sigue: Mc 8,1-9.

Jesús encuentra a la gente que lo busca: se


compadece, cura, enseña y les da de comer: Mt 14,14-21; Mc
6,34-44; en Mateo este episodio esta precedido por la
curación de la cananea que se acerca a Jesús y sabe suplicar y
obtener la liberación de su hija en 15,21-39.

Los ciegos que piden compasión a Jesús y reciben


el don de la vista, Mt 20,29-34 y que en Mc 10,46-55 es
sólo uno.

19
La actitud compasiva y tierna de Jesús frente a
la muerte del hijo de la viuda de Naim, que lo devuelve
vivo a su madre: Lc 7,11-17.

La pecadora que baña los pies de Jesús, los seca


con sus cabellos y los unge con aceite en la casa del fariseo
y recibe el perdón: Lc 7,36-50.

Los leprosos que lo invocan y piden su curación:


Lc 17,11-17.

En la Última Cena Jesús se entrega a sí mismo:


su sangre para el perdón de los pecados: Mt 26,27-28.

Jesús en la cruz no sólo perdona a todos los que


lo agreden, sino en especial al ladrón que súplica:
acuérdate de mí cuando estés en tu Reino: Lc 23,33-34.
42-43.

La Iglesia que experimenta la obra salvadora de


Jesús, en especial en la celebración litúrgica y participa el
amor-misericordia del Padre, se convierte así en el rostro
visible de la Misericordia de Dios para el hombre de HOY.

Es el sentido del mandato de Jesús en el Lavatorio


de los pies a sus discípulos, en el c. 13 del evangelio de
Juan:
“Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos,
volvió a la mesa, y les dijo: ¿Comprendéis lo que he
hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro”
y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros
también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque
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os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis
como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad
os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado
más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis
si lo cumplís”. vv. 12-17
Y más adelante: “Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os tenéis amor los unos a los otros”. vv. 34-35.

Así lo vive la naciente Iglesia: Hch 2,41-47 y lo


enseñan los apóstoles a sus comunidades: cfr. 1 Co 12 y
13; 1 Jn 2,1-11 y prácticamente toda la carta.

El amor que Él nos ha manifestado con su entrega


total y sacrificio en la Cruz, ahora que ha resucitado,
regresado al Padre y abierto las puertas del Reinado de
Dios, nos manda hacerlo presente con nuestros
semejantes, para que también participen y experimenten
a través de nosotros, el Amor - misericordia de Dios: así
la Iglesia, cuerpo de Cristo y en comunión con Él su
cabeza, se convierte en el rostro del amor del Padre para
el mundo: ¡HOY!

Salmo 103

21
II.-Las Parábolas de la Misericordia. Lc 15

Una de las características especiales del Evangelio


de Lc es la importancia que le da a la “Misericordia” – el
Heséd de Dios manifestado en Jesús.
El capítulo 15, suele conocerse como: Parábolas de
la misericordia, ya que en él encontramos tres
comparaciones que subrayan el amor tierno, delicado y
fiel de Dios.
Forma parte del largo camino de Jesús a Jerusalem
(9,51- 19,28) que está dominado por la perspectiva de la
realización pascual de la obra de salvación, lo que incluye
la manifestación del Siervo doliente y la preparación de
los discípulos para el “seguimiento” del Mesías, que por
amor se entrega por nosotros y para la “misión” que
tendrán que continuar a partir de la Pascua.

Tenemos aquí un camino muy concreto para


conocer y vivir el significado concreto del seguimiento de
Jesús, incluso lo podríamos considerar como un proceso
de preparación catecumenal (para el Bautismo), y válido
también para nosotros los bautizados.

Este largo camino está destacado por las


incesantes repeticiones de Jesús de “ir a Jerusalem”, (cfr.
9,31.51.53; 13,22.34; 17,11; 18,31; 19,11.28) y los tres
anuncios de su Pasión: 9,22; 9,44 y 18,31-34. Además de
dos alusiones: 12,50 y 17,25. Es el bloque más grande en
este Evangelio y en el que encontramos gran parte de las
tradiciones propias de Lc.
A partir de 13,22 y hasta 17,10 tenemos la
segunda parte del camino a Jerusalem, aquí se ve el

22
rechazo de los jefes del pueblo y se continúa la
instrucción de los discípulos, centrada de manera
especial en señalar lo que distingue al verdadero
discípulo y a la verdadera comunidad, y en este marco
resulta claro que todo quedará dominado por el tema
del Amor, razón por la cual esta realidad se presenta en
el ámbito, lleno de simbolismo, de un banquete
fraterno: “ágape”.

Entre los temas tratados podemos mencionar: la


puerta de entrada al Reino es estrecha y pocos la
encuentran; el lamento sobre Jerusalem que subraya la
dureza de corazón del pueblo de Israel y la aceptación de la
muerte por parte de Jesús y esto por amor. Ya en el
banquete: una curación de Jesús es motivo de discusión
sobre el sábado; Jesús invita a saber escoger el último lugar;
y la parábola de la gran cena del Reino, que es despreciado
por los invitados pero que se abre a los extraños; las
condiciones del discipulado, con toda su radicalidad, que
exige pensar bien antes de decidir; y finalmente el ejemplo
de la sal.

Después, en el c. 15, que ahora nos ocupa, vienen


las parábolas de amor misericordioso de Dios que busca
a los perdidos y se regocija por su conversión.

A continuación en el c.16 tenemos la parábola del


administrador sagaz, que nos enseña a usar los bienes de
este mundo para ganar el Reino y no caer en la esclavitud
del dinero; la plenitud del A.T. en el Reino que Jesús hace
presente; la parábola del rico y el pobre Lázaro con su

23
mensaje de exigencia radical de pobreza y la necesidad de
escuchar la Palabra.
El c. 17 nos ofrece enseñanzas diversas.

Leer: Lc 15

Las parábolas surgen como respuesta a los fariseos


y maestros de la ley que se escandalizaban de que Jesús
conviviera con los publicanos (recaudadores de
impuestos para el imperio Romano, que frecuentemente
no eran honestos y abusaban, oprimiendo al pueblo Judío,
por eso eran despreciados y considerados impuros), y con
los pecadores, pues según ellos eso era contra la ley; ya
que se contaminaba uno por el simple hecho de
acercarse a un pecador, y Jesús no sólo se acerca, sino
que también convive y come con ellos.

La parábola de la Oveja perdida, (vv. 4-7) , está


inspirada en el texto de Ezequiel que en el c. 34 habla de
cómo Dios está fastidiado de los abusos de los falsos
pastores que explotan a su pueblo, y como solución Él
mismo se hará pastor, para salvar a sus ovejas. Aquí Jesús
se presenta como ese Pastor, que es Dios mismo, quién
busca y congrega a sus ovejas dispersas.
Un sentido semejante tiene la parábola de la
Moneda perdida, vv. 8-10), pero es significativo que el
personaje central es ahora una mujer. La mujer ocupa un
lugar especial e importante en el Evangelio lucano.

La conclusión de estas dos parábolas es muy


significativa pues resalta cómo Dios mismo (eso indica la

24
expresión ángeles de Dios), se alegra por la conversión de
un solo pecador. La alegría, es otro tema importante en
el evangelio de Lc, y que es el distintivo propio de los
discípulos, en especial al poner en práctica la misericordia,
en coherencia con el amor de Dios.
No se trata de una alegría superficial y pasajera, la
que frecuentemente busca nuestra sociedad, con el vicio,
desenfreno, placer, etc. Se trata de la felicidad: paz,
armonía interior, plenitud personal, gozo profundo y que
está por encima de las circunstancias pasajeras de la vida
cotidiana. ¡Es don del Dios del Amor!
Al considerar estas parábolas con el trasfondo del
c. 31 de Jeremías, encontraremos nuevas luces, y ayuda a
reconocer en este capítulo de Lc, un comentario cristiano
al texto de Jeremías. Se sugiere leer este capítulo.

La parábola comúnmente conocida como del Hijo


pródigo, (vv. 11-32) y que sería mejor llamarla: del Padre
misericordioso, merece una atención especial, pues al
igual que con la parábola del Buen Samaritano, (10,29-
37), nos encontramos aquí con una alegorización de la
parábola para resaltar la persona y la obra de Jesús.
En los dos hijos están representados el pueblo de
Israel y los páganos, pues el ‘mayor’ es como los judíos
que piensan, que al cumplir todos los mandatos del Padre,
tienen ya un derecho y merecen recompensa, pero al no
entender lo que significa ser hijo de Dios: ‘todo lo mío es
tuyo’, siguen con una actitud de esclavos; por el otro lado,
el ‘menor’ que gasta su herencia con prostitutas, -
poniendo en evidencia la infidelidad y el adulterio -, que
ya los profetas equiparaban a la idolatría, tanto de Israel
como de los pueblos páganos, pues sirven a otros señores

25
y no guardan fidelidad al Dios de la alianza, aunque esto
pueda ‘explicarse’, en el caso de los paganos, por su
ignorancia. (Cfr. Ez 16)

Jesús como nuevo Adán, viene a cargar con todos


los pecados e infidelidades de judíos y paganos, Él hace
el camino de regreso a la casa del Padre, que lo recibe
con afecto y ternura. ¡ES LA RECONCILIACIÓN!
Pero resulta que el “hijo mayor” se niega a
aceptar y compartir con “el menor”, así como los judíos
que no aceptan a los pecadores y rechazan a Jesús,
permaneciendo fuera del Banquete del Reinado del
amor del Padre, que Jesús hace presente.
Jesús es quien reconcilia con el Padre y sólo en Él
y con la misma humildad de Él, nosotros podemos
regresar a la casa del Padre y vivir el encuentro definitivo
con Dios en su fiesta, que tiene característica especiales,
pues el hijo recibe las sandalias de la libertad, (los
esclavos no pueden usarlas), el vestido sacerdotal del
primogénito, (recordemos el caso de José: Gn 37,3-
4.23.31-32, el mejor vestido), y el anillo de la autoridad y
el dominio, como era costumbre en esos pueblos pues se
usaba como sello, (que seguirá usándose aún en la Edad
Media y hasta ahora, con el anillo del Papa, pues con él se
siguen sellando las Bulas y documentos oficiales. Al morir
debe ser destruido). Signos de la realeza sacerdotal de
Jesús que da plenitud a la Alianza de Dios con sus hijos y
del Banquete de Bodas del Cordero. Cfr. Ap 19,1-9.
Finalmente, es significativa la conclusión, pues en las
palabras del Padre, tenemos la alegre revelación de la obra
salvadora del Hijo que ha vencido a la muerte: ¡estaba
perdido y ha sido encontrado!: “celebremos una fiesta,

26
porque este hijo mío había muerto, y ha vuelto a la vida, se
había perdido y lo hemos encontrado”, (vv. 23-24).

La escena queda abierta, pues no se dice si el hijo


mayor, -los judíos-, y los autosuficientes y
“cumplidores”, aceptarán o no participar en el Banquete,
con los paganos y pecadores reconciliados en Cristo,
porque sí han sabido aceptar el Evangelio de la
salvación… El desenlace final está por definirse.
Podemos complementar estas manifestaciones de
la Misericordia de Dios con la Parábola del samaritano, Lc
10,30-37, en la que Lc nos hace descubrir que el verdadero
Samaritano es Jesús: La “compasión” es un atributo
propio de Dios y la referencia a “mi vuelta”, es una
expresión que Lc usa solamente aquí y para referirse a la
segunda venida de Jesús, 12,36.

Es el sentido del Logotipo propio de este Año Jubilar


de la Misericordia.

La Parábola del fariseo y el publicano, que ponen


en evidencia la respuesta de Dios al corazón contrito, (que
se reconoce dolido, triste, impotente por su pecado) y
humillado, - actitudes propias de la conversión -, frente al
fariseo satisfecho y lleno de sí mismo: Lc 18,9-14.
Igualmente la parábola de los dos deudores que
subraya la infinita misericordia de Dios, el rey que pide
cuentas y que perdona 10,000 talentos, - o sea el
equivalente a lo que una familia necesitaría para vivir
dignamente durante 10,000 años -, y que contrasta con la
incapacidad del siervo para perdonar 100 denarios, -
equivalentes a 100 días del gasto familiar -.

27
¡Quién experimenta el perdón, amor
misericordioso de Dios, será capaz de perdonar al
hermano!, pero si no sabe valorarlo, seguirá encerrado en
su propio egoísmo y ambición: ¡no será capaz de
perdonar! : Mt 18,23-35.
En el seguimiento de Jesús, el vivir el amor como
Don y aceptar que la salvación se recibe y no se
conquista, es de gran importancia, pues ahí radica la
diferencia entre, seguir con actitudes farisaicas y quedar
excluido del Reinado, o aceptar la novedad del Evangelio
y vivir en la alegría, la salvación de Dios. Esta aceptación
no es sólo pasiva, sino que implica una actitud positiva y
activa, ya que así como hemos sido amados, así tenemos
que amar y buscar la salvación de nuestros hermanos, sin
discriminaciones, sin desprecios, sin evasiones, pero al
mismo tiempo, sin olvidar lo que significa la conversión
como cambio radical de vida y opción clara por Jesús y su
Palabra.

Vivir la Reconciliación como don gratuito y ser


portador de este don, amando sin condición y con
gratuidad, es vivir el Jubileo y el Jubileo definitivo.
¿No es esto lo que nos pide la Iglesia en el
presente, al hacerse eco del amor de Jesús, y llamarnos a
buscar a los alejados (“ovejas perdidas”), y continuar así
su obra salvadora y reconciliadora, como discípulos
misioneros? Así nos lo demanda el documento de
Aparecida, las innumerables llamadas y testimonios del
Papa Francisco y en especial ahora, al convocarnos a vivir
este año, el Jubileo de la Misericordia.

Sal 51

28
III.- Vínculo dinámico entre los Sacramentos.
Bautismo, Eucaristía, Reconciliación y Unción.

El amor que Dios nos tiene lo realiza y manifiesta


en Jesús y la obra salvadora de su Misterio pascual hace
que sea efectivo para nosotros. La forma concreta y eficaz
para participar y experimentar su amor y salvación es en
y a través de los sacramentos, pues así lo decidió Él, en
su amor y providencia, para hacernos experimentar la
cercanía de su amor.

Jesús en su discurso de despedida, durante la “Última


Cena” con sus discípulos: Jn 14,5-10 y antes de su
Glorificación en la Cruz, al anunciarles que se va para
prepararles un lugar (vv. 2-3), se revela como “Camino” para
ir al Padre, y explica que Él es el Camino, la Verdad y la Vida,
(v. 6): es decir que no se puede ir al Padre, sino en comunión
con Cristo y en Él se alcanza la plena experiencia del amor fiel
y salvador de Dios: la Verdad y por tanto la participación
íntegra en la Vida misma de Dios, pues sólo en comunión
con Cristo, se puede participar y gozar de la Vida divina en
nuestra carne mortal.

La razón última nos la revela Jesús: el “que me


conoce a mí, conoce al Padre”, (cfr. v.7), “el que me ha
visto a mí, ha visto al Padre”, (v. 9), y en suma: “yo estoy
en el Padre y el Padre está en mí”, (v. 10).

“Me conoce”, “Me ha visto” y “Estoy – Está”, son


en el Evangelio de Juan, expresiones ricas de contenido y
que trascienden nuestra manera común de entenderlas.
29
“Conocer” es igual a establecer una relación,
íntima, fecunda y permanente con la persona amada. En
la Biblia es el verbo que se usa para la relación conyugal,
que engendra un nuevo ser en el que ambos: padre y
madre se reconocen y descubren a sí mismos. Ser
conocido por Jesús y conocerlo a Él expresa la comunión
vital, profunda, fecunda que realiza nuestra participación
en su Vida y el ser uno con Él: carne de su carne y sangre
de su sangre.

“Ver” es tener esa luz que viene de Dios, por el


Espíritu Santo que nos permite descubrir lo que está
más allá de lo inmediato, para reconocer el sentido
profundo y último de lo que experimentamos
sensorialmente: por los ojos y sentidos de nuestra
carne, y que permite descubrir la presencia, acción y
salvación de Dios, en los signos sacramentales y las
situaciones de la vida cotidiana.

Finalmente el “Estar” implica una manera de ser


que permanece y no sólo una situación pasajera. Es
permanecer en Él y Él en nosotros. La renovación total de
nuestro ser por su presencia viva en nosotros.

Leer: Jn 14,6-11

Encontramos aquí una de las maravillosas


revelaciones del Misterio y de la obra salvadora de Dios,
en Cristo y por Cristo. Es por eso que podemos afirmar que
Jesús es el Sacramento del Padre, ya que en Él palpamos,
tocamos, experimentamos la realidad invisible y
trascendente de Dios (que escapa a nuestros sentidos y
experiencias), pero que ahora, en Jesús se hace visible y
30
cercana. Por esa misma razón, la salvación ya no es algo
abstracto, confuso, lejano; sino una realidad viva,
presente en Jesús.
Al enviar a sus apóstoles a continuar su obra:
“Como el Padre me envió, así os envío yo.... a quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados....”, Jn
20,19-23, es la Iglesia la que continúa su obra y participa,
por tanto, de la dimensión sacramental de Cristo.

Cristo revela al Padre, y Cristo se manifiesta en y


por la Iglesia, para que la salvación, expresada en el
“perdón de los pecados”, que implica toda la obra
salvadora de Jesús, se prolongue en el tiempo y el espacio
con la acción del Espíritu Santo: “Recibid el Espíritu
Santo” (v.22) y en 14,26: “Pero el Paráclito, El Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho”.

Aquí tenemos el fundamento, la base y la razón de


ser de la “economía sacramental de Dios”, (Economía
significa la administración de la casa, es la forma como
Dios cuida, acompaña y protege a su casa, su pueblo, su
Iglesia), que se continúa en y por la Iglesia: Dios nuestro
Padre es la fuente y el origen de toda bendición y ha
decidido realizar la obra de nuestra salvación, es decir:
hacernos participar de su misma Vida divina, de su paz y
felicidad, y para efectuarlo se manifiesta, se hace visible y
cercano en Jesús, que aparece así como el Sacramento
del Padre.
Jesús concluida la obra de nuestra salvación con su
Misterio Pascual, promete y con el Padre envía al Espíritu
Santo, - sacramento de Jesús -, para que con Él, su Iglesia

31
sea, - sacramento vivo y eficaz de Cristo - y de su obra de
salvación, en el mundo y para el mundo
La Iglesia recibe de Jesús y con el don del Espíritu
Santo los siete sacramentos como los medios concretos
y eficaces para que hombres y mujeres de todos los
tiempos puedan participar, experimentar y vivir la
salvación realizada por Jesús y al entrar en comunión
vital con Él, lleguen a ser: - por Él y en Él -, hijos de Dios y
partícipes de la vida del Padre en el Espíritu Santo.

Los sacramentos responden a la benevolencia de


Dios y a su condescendencia, pues Él conoce y sabe que
nuestra naturaleza necesita de signos para comunicarse y
expresar los sentimientos, así como una madre acaricia,
besa, apapacha a su hijo, o los amigos se estrechan la
mano o se abrazan, o los novios se entregan regalitos
como expresión de su cariño, etc. de la misma manera
Dios ha querido adaptarse a nuestra realidad y nos
ofrece su amistad, su presencia y cercanía, a través de
signos, signos que llamamos Sacramentos y que
manifiestan por medio de realidades sensibles y
comprensibles los dones espirituales e invisibles de su
amor y de su Gracia. Estos dones se comunican siempre
en la Iglesia y por la Iglesia, pues la obra salvadora de
Jesús es para la Iglesia esposa, es don para su pueblo y
no un don o gracia individualizado y egocentrista.

¡No puede haber: “yo y Dios”, si no es en, con y por su


Comunidad-Iglesia!

Frente a estos signos que muchas veces ya no


entendemos, pues a veces no corresponden a nuestra

32
mentalidad o cultura, o por la costumbre los hemos
vaciado de contenido, se nos plantea el reto de
revalorarlos y reconocerlos en su auténtica y original
significación.

¿Cómo podemos saber el significado de los signos?


¿Cómo podemos saber qué es lo que Dios está realizando
a través de esos signos?

Si estas preguntas no tuviesen respuesta,


estaríamos muy próximos a la superstición y la magia,
pues los signos adquirirían un valor por sí mismos y no
como medios para experimentar otra realidad
sobrenatural: experiencia y encuentro salvador con Dios.

Pero la providencia y el amor de Dios nos han


dejado la respuesta en su Palabra, contenida en la
Sagrada Escritura y la Tradición Viva y permanente de la
Iglesia universal.
La Iglesia nos invita a saber escuchar la Palabra de
Dios, de manera especial en la Sagrada Escritura para
superar nuestra ignorancia o nuestras actitudes
superficiales frente a los Sacramentos, y no quedarnos
simplemente con ritos mágico-supersticiosos.
La íntima unión entre Palabra y Signo nos conducen
a un verdadero encuentro con Cristo Vivo y su obra
salvadora, y este encuentro lo podemos experimentar en
las situaciones concretas de nuestra vida, para sentir y
participar del don de Dios en el aquí y ahora de nuestra
realidad.

Ahora podemos valorar los Sacramentos como:

33
signos sensibles, que podemos ver y tocar, a
través de los cuales experimentamos

la presencia salvadora de Dios, en Cristo


muerto y resucitado por nosotros y que, por el don del
Espíritu Santo, hace posible que su acción salvífica se
comunique a los hombre y mujeres de todos los tiempos
y en todos los lugares del mundo,

esta salvación es la comunicación de la misma


vida de Dios y que también llamamos: Gracia. Quizá también
necesitamos revalorar este término, frecuentemente usado y
que igualmente no nos significa nada.
La Gracia, literalmente Belleza, Hermosura, pero
también Don, regalo, expresa la benevolencia de Dios
que se abaja para establecer una relación personal y
vital con nosotros y elevarnos hasta la comunión
íntima con Él y hacernos PARTICIPAR, SER y VIVIR su
MISMA VIDA; de ser y vivir como auténticos “hijos de
Dios”. Un proceso dinámico que se irá alcanzando cada
vez con mayor plenitud;

presencia salvadora de Dios que se vive


siempre en la Iglesia , y a través de ella, pues por
voluntad expresa de Jesús, ella es la depositaria y
administradora de estos signos salvíficos; por esa razón
los Sacramentos son siempre celebraciones eclesiales,
de y con la comunidad, y no eventos individualizantes,
cerrados y discriminatorios;

la fuerza de estos signos brota de la Palabra de


Cristo, y de la acción del Espíritu Santo enviado para
34
continuar la obra de Cristo a lo largo de toda la historia y
en todos los pueblos del mundo, dando así, eficacia a la
Palabra.
Así se hace realidad su acción salvadora ya que con
la fuerza de la Palabra de Dios, estos signos son presencia
y acción del Resucitado, quien continúa, por el Espíritu y
en su Iglesia, la misión que el Padre le encomendó.
Los Sacramentos nos incorporan a Cristo y al
hacernos partícipes de su vida, somos hijos de Dios en
Jesús, el Hijo Único y Amado del Padre.
Esta experiencia vital nos lleva a la comunión con
Cristo, verdadero Hombre y verdadero Dios, para que por
Él y en Él, alcancemos la madurez de hijos de Dios.
La dinámica sacramental que El Padre nos ofrece
por Jesús y con el poder del Espíritu Santo para hacernos
partícipes de su amor, marcan un proceso de
incorporación a Él para ser y vivir como verdaderos hijos
de Dios en el amor y como testigos de su misericordia.

El principio y raíz de esta dinámica está en el


Bautismo: volver a nacer como hijo de Dios por la
reconciliación en la sangre de Cristo, se continúa en la
Confirmación: que robustece al hijo de Dios con el don
del Espíritu Santo, que aunque ya lo ha recibido en el
Bautismo, lo fortalece para hacerlo testigo fiel del
Evangelio y por tanto, de la Misericordia. Dones que
alcanzarán su madurez en la Eucaristía: manifestación
(epifanía), permanente y vital del amor misericordioso
de Dios que actualiza la obra salvadora de Jesús y que
nos hace participar de ese amor con la Cena de su
cuerpo y su sangre que nos nutren y mantienen en la
comunión con Él y por tanto nos permiten amar como Él

35
nos ama: ser testigos de su misericordia. Si aquí está la
raíz y el fundamento de la Vida cristiana, podemos
entender por qué se llaman Sacramentos de la
Iniciación Cristiana, pues sin ellos no será posible ser y
vivir como hijos de Dios.
Ante nuestra fragilidad y limitación el Señor nos
ofrece los Sacramentos de Sanación: Reconciliación y
Unción de los Enfermos para experimentar el amor
compasivo y misericordioso del Padre y restaurar los
daños de nuestra debilidad y pecado.
Todo Sacramento nos hace partícipes del Amor-
Misericordia del Padre, por y con Cristo, en y con el
Espíritu Santo. Por tanto de este encuentro vital surgirá
la capacidad de amar y ser misericordiosos como Dios
es misericordioso con nosotros. Así Jesús acompaña la
vida y testimonio del hijo de Dios con los Sacramentos
del Servicio: Orden y Matrimonio que hacen posible la
realización del proyecto amoroso y salvador de Dios en
la Comunidad.

Por esta razón para comprender en profundidad y


en su verdadera dimensión cada Sacramento tenemos
que valorar y adentrarnos en el significado que tienen en
la vida histórica de Cristo, de ahí podemos entender el
valor concreto que cada sacramento tiene para nosotros;
pues todo Sacramento nos incorpora y une a Jesús y nos
hace participar de su Misterio Pascual. .

En Jesús bautizado descubrimos el sentido de


nuestro propio bautismo: Mc 1,9-11

En Jesús confirmado en la Transfiguración, el


sentido de nuestra confirmación: Mc 9,2-8
36
En Jesús Pan y bebida de salvación, ofrenda,
sacrificio y memorial (actualización) de reconciliación, el
significado de nuestra participación en la Eucaristía: Mc
14,22-25; Jn 6,53-58; 1 Co 11,23-26

En Jesús verdadero penitente y reconciliador con


el Padre en su sangre, la realidad de nuestra
Reconciliación: Ef 2,14-18
En Jesús ungido para la muerte en Betania, el
sentido de la Unción de los enfermos: Jn 12,1-8

En Jesús esposo de la Iglesia y quien la salva y


purifica para presentarla sin mancha ni arruga al Padre en
el Banquete de Bodas del Cordero, la riqueza y
peculiaridad del matrimonio cristiano: Ef 5,21-33; Ap
19,5-9
En Jesús sumo y eterno sacerdote y pastor de las
ovejas hasta dar la vida por ellas, el sacramento del
Orden: Hb 7,26-27; Jn 10,14-18

Si como ya señalamos, cada sacramento nos


incorpora a Cristo, es importante y fundamental
comprender que esa incorporación a Cristo es
participación viva de su Misterio Pascual, es decir de su
Pasión, Muerte y Resurrección, que se actualiza en cada
Sacramento, por la fuerza de la Palabra y el poder del
Espíritu Santo.

La centralidad del Misterio Pascual en la obra


salvadora de Jesús se realiza, se hace operativa y eficaz, en
cada sacramento, pues cada uno según su peculiaridad:
“gracia sacramental”, nos hace morir con Cristo para
resucitar con Él.
37
Los sacramentos son acciones litúrgicas que
actualizan y hacen presente la obra salvadora de Jesús y
con la acción del Espíritu Santo nos transforman en hijos
de Dios, para gloria del Padre.

N.B. Aunque es importante revalorar cada Sacramento para


vivir mejor el jubileo, tomando en cuenta las situaciones y
necesidades de cada comunidad, podrían hacerlo en otro
momento. En este caso se concluirá el tema con el Sal 23.
De lo contrario, se continuará con lo que sigue.

Así entendidos los sacramentos, veamos ahora,


aunque sea brevemente su significado retomando los
textos bíblicos arriba mencionados:

Bautismo: Mc 1,9-11, cfr. Rm 6,3-11

Jesús después de ser bautizado por Juan y de


haberse solidarizado con los pecadores, porque el
bautismo de Juan era un bautismo de conversión, es
ungido por el Espíritu Santo que desciende, mientras
Él resurge del agua, para manifestar con el signo de
la paloma que el Espíritu desciende y permanece en
Jesús, el Cristo (ungido) y por Él, en la esposa,
(“amiga mía, paloma mía...” Ct 5,2; Sal 68,14): la
nueva Iglesia que nacerá de su Misterio Pascual. La
voz del Padre manifiesta el efecto de esta unción del
Espíritu Santo y por eso proclama: “Tú eres el Hijo
mío, el Amado, en Ti está mi complacimiento”. Así
se revela el misterio íntimo de Jesús, su relación con
el Padre y sobre todo su misión.

38
Jesús no necesitaba el Bautismo pues no tenía
pecado y ya estaba lleno del Espíritu Santo, si llega para
recibirlo es porque en Él, nosotros su Iglesia, recibimos la
purificación y el don del Espíritu Santo con todas sus
consecuencias.
Jesús ungido del Espíritu tiene una misión, una
tarea que cumplir.

Como Hijo:
es imagen del Padre, que nos hace conocer al
Padre; es palabra hecha carne, que da la vida al mundo
con su enseñanza y con su verdadera comida; es sabiduría
de Dios, que llama para que coman y beban sin pagar,
pues
tiene su delicia en estar entre los hijos de los hombres,
para que sepan vivir y ser felices; es el verdadero pueblo
de Dios, pues en Él ya está presente la Iglesia, pueblo de
la nueva Alianza; es Rey mesiánico, pues el rey era
llamado hijo de Dios y su misión será establecer el Reinado
de los cielos; es profeta que anuncia la Buena Nueva y la
demuestra con signos, sobre todo con su misma muerte y
resurrección; es siervo, siervo de Yahweh que debe
congregar a todas las naciones y sufrir el rechazo y la
ignominia; es el santo de Dios, título del sumo sacerdote,
que en Cristo tiene su plenitud como verdadero y eterno
sacerdote de la Nueva Alianza; y otro títulos más que se
convierten en tareas, en encomiendas que debe llevar a
cabo para cumplir su misión de Hijo.

Como Amado:
es el nuevo Isaac, que tiene que ser entregado a la
muerte, es Cuerpo de sacrificio que se ofrece por nuestros
pecados, es Cordero Pascual que sella la nueva Alianza; es el
39
esposo que viene a reconquistar y purificar a su esposa, la
Iglesia; es el nuevo Adam, padre de una nueva humanidad;
es el Juez escatológico que debe congregar a los justos en el
Reino del Padre y poner en su lugar a los rebeldes.
Toda esta obra el Padre la ve ya cumplida y
realizada y por eso dice:

Tú eres mi ´´complacimiento´´:
En efecto Jesús en y con su vida lleva a cabo su misión
bautismal, y será en la Cruz donde responda al Padre: “¡Abbá,
Padre!: Todo está consumado”, manifestando así su fidelidad
a la misión y entregando el Espíritu, para que pueda ser
derramado en su Iglesia, la esposa y pueblo de la Nueva
Alianza, que deberá vivir bajo la guía del Espíritu Santo.
En el Bautismo se anuncia y prefigura la muerte y
resurrección de Jesús: pues el Bautismo es asumir el
camino del “amado”: de Isaac, del siervo de Yahweh, del
cordero inmolado, que es el camino de la cruz, para
resucitar después y ser en plenitud el Hijo de Dios, Mesías
y Salvador del mundo. Por esta razón no se puede
entender el Bautismo sino en relación con la muerte,
resurrección y glorificación de Jesús, donde tendrá su
consumación lo que el bautismo prefigura y anuncia.
Es en el Misterio Pascual donde se realiza el
proyecto salvador que el Padre que ha confiado a su
Hijo, - Jesús -, ungiéndolo con el Espíritu Santo y donde
se realiza en plenitud el ser: “HIJO, AMADO Y
COMPLACENCIA DEL PADRE”.

Nuestro Bautismo en Cristo y por la Unción del


Espíritu Santo nos hace participar de la misma dignidad y
de la misma misión de Jesús: somos en Cristo Hijos y
Amados y como Él, también nosotros, tenemos que
40
cumplir a lo largo de nuestra vida esa encomienda que el
Padre nos hace y será en el momento de nuestra muerte,
donde quedará de manifiesto si en verdad hemos vivido
nuestra misión: Si vives con Cristo, morirás con Él, para
resucitar con Él. Serás con y en Él: complacencia del Padre
y partícipe de su Reinado.

Los efectos del Bautismo, son en consecuencia,


lavarnos y purificarnos de todo pecado para poder renacer
a la vida divina y ser Hijos de Dios en Cristo. Por el Espíritu
Santo, nos incorpora a la Iglesia, cuerpo de Cristo y pueblo
santo de Dios, para llevar a cabo nuestra misión en el
mundo y nos da en el mismo Espíritu las arras, (prenda,
anticipo, promesa), de la herencia eterna.

Confirmación: Mc 9,2-8

La manifestación trinitaria del Bautismo se repite


en la Transfiguración de Jesús. El Padre ratifica la misión
bautismal y la nube, signo del Espíritu fortalece a Jesús en
esos momentos de crisis y rechazo del pueblo, ante la
inminencia de su sacrificio por un lado y por otro, para que
lleve a su plenitud su éxodo - misión bautismal -, en
Jerusalem, con su pasión y muerte: el Misterio Pascual.
La presencia de Moisés y Elías hacen presente la Toráh
(enseñanza) y la profecía, que anunciaron para el Mesías
y su tarea. Hablan con Jesús del “éxodo que tendrá que
culminar en Jerusalem”, según el texto paralelo de Lc.
La confirmación es pues ratificación y
fortalecimiento del bautismo con el Espíritu Santo, sobre
todo para ser testigo: ¡“escuchadlo”!, sobre todo en
medio de las situaciones adversas y difíciles, de manera

41
que la misión bautismal se realice hasta las últimas
consecuencias. Así el bautizado hará realidad su ser Cristo
– Ungido, con todo lo que implica y vimos arriba.
Ese es también el sentido vital y dinámico del
Sacramento de la Confirmación para nosotros.

Eucaristía: Mc 14,22-25; Jn 6,53-58; 1 Co 11,23-26

Jesús que se compadece del pueblo hambriento y


como Sabiduría, que prepara el banquete con manjares
suculentos y bebidas exquisitas, (cfr. Pr 9,1-6; Is 25,6 y la
multiplicación de los panes), lo alimenta y lo nutre con el
Pan de su Palabra y su pan de la Eucaristía. Así nos hace
comprender que su pan es pan para el camino, pan de
peregrinos, alimento para el que ha renacido del agua y
del Espíritu, de manera que sea posible cumplir la tarea y
misión como pueblo sacerdotal y pueblo regio.
La Eucaristía como memorial que actualiza la
salvación - el Misterio Pascual -, hace posible la
incorporación cotidiana del discípulo con Jesús para ser
carne de su carne y sangre de su sangre: unión esponsal
y anticipación de nuestra participación en el banquete de
Bodas del Cordero.
Pero también es actualización y participación del
Sacrificio único y salvador de Jesús, de ahí brota el
valor y peculiaridad del banquete que nos ofrece, en,
con y por la fuerza del Espíritu Santo: Pan de vida y
Bebida de Salvación.
La participación del bautizado en la Eucaristía lo
hace ser uno con Cristo y en Cristo, ser pan de vida para
sus hermanos que también padecen hambre y vagan
como ovejas sin pastor. No se puede participar de la Mesa

42
del Señor sin asumir la tarea de nutrir a los hermanos con
el pan de la Palabra y conducirlos al pan de la Eucaristía.
Esto de ninguna manera excluye, sino que exige,
todas las formas de servicio y solidaridad fraterna con
todos, pues somos Cuerpo de Cristo, pero y muy en
especial con los más necesitados, no sólo de lo material
sino también de lo espiritual: El pan de la Palabra, en
primer lugar, la comprensión, apoyo, amistad, perdón,
cercanía a la manera de Jesús.
La tarea de la construcción de la unidad y del amor
fraterno es signo y fruto de la participación en esta mesa.
Además si has entrado en comunión con Jesús, ahora
debes manifestarlo en tu vida diaria realizando las
mismas obras de Jesús, cumpliendo tu misión bautismal
y dando con tu vida, gloria al Padre = manifestarlo en tu
vida: que al ver “vuestras buenas obras, glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos”, cfr. Mt 5,16.

Reconciliación: Ef 2,14-18

Como vimos al estudiar la parábola del Hijo


Pródigo, Jesús que carga con nuestros pecados nos
conduce a la casa del Padre, reconciliándonos con Él, a
través de su Misterio Pascual: Cargo nuestros pecados y
clavándolos en la Cruz nos obtiene el perdón y la
reconciliación definitiva con el Padre, que por eso lo
resucitó. (Cfr. Rm 4,25; 1 P 2,24).
En la participación de este ministerio de
Reconciliación, confiado a la Iglesia, en este Sacramento se
nos comunica por la acción del Espíritu Santo, el perdón que
nos une a Jesús y por Él, nos reencontramos con el Padre y
recuperamos nuestra comunión con Dios, y nuestra

43
reincorporación a la comunidad, _ dones de nuestro
bautismo _ y de la que nos habíamos alejado y hemos
afectado con el pecado, para que con Él y en Él y como Iglesia,
seamos también testigos y portadores de reconciliación en
nuestro mundo.
Participar del Sacramento de la Reconciliación, nos
exige hacerlo con un corazón contrito y humillado, y
decidido a convertirse, pues sin la decisión consciente,
clara y efectiva de Conversión, cerramos, ponemos una
barrera al perdón que Jesús nos ofrece: ¡sin conversión no
hay reconciliación!
Pero al experimentar su perdón, nos unimos a
Cristo y por Él, en el Espíritu, obtenemos el perdón de
nuestros pecados e infidelidades posteriores a nuestro
bautismo, pero sobre todo la gracia de renovación
interior y fortalecimiento para continuar viviendo como
Hijos de Dios, evidentemente como ministros y testigos
de reconciliación en medio de nuestros hermanos.
El encuentro y participación de la misericordia de
Dios debería ser frecuente, pues no sólo experimentamos
su benevolencia, sino que también nos fortalece para
crecer en su amor y compartir con nuestros propios
problemas y dolores, su obra redentora. En consecuencia
no podemos reducir este Sacramento a lavar pecados, es
sobre todo don y gracia, participación de la misión
redentora y vivificadora de la Cruz de Cristo.

Unción de los enfermos: Jn 12,1-8

Jesús antes de su muerte es ungido en Betania, la


referencia a la Pascua y a su muerte, nos hacen comprender
que es una Unción para la muerte y resurrección, que
actualiza su Bautismo de cara al momento culminante y
44
central de su misión. Esta fuerza del Espíritu para llevar a
plenitud su obra, subraya nuevamente que toda la obra
de Jesús está marcada y guiada por el Espíritu Santo.
El cristiano, unido a Cristo desde su Bautismo recibe
por este Sacramento la fuerza del Espíritu para vivir en su
propia carne el Misterio Pascual en Cristo y por Cristo,
para gloria del Padre.

Esta unción es gracia que fortalece en la


enfermedad y nos hace valorar el dolor que unido a Cristo
es también dolor redentor y salvador del mundo, pero es
también fortaleza de nuestra esperanza para participar
con Cristo de su Cruz y también con Él, del triunfo sobre el
pecado y la muerte, en el Reino de los Cielos. Nos da la
verdadera salud que es participación en el triunfo de
Cristo sobre el pecado y la muerte y que, por tanto va más
allá de la salud física, pero
que de ninguna manera está excluida.
Visto en esta perspectiva, comprendemos que no
hay que esperar para estar agonizando para recibirlo, es
para todo enfermo delicado o expuesto a un riesgo: por
una intervención quirúrgica delicada, o edad avanzada.
(El cambio de nombre, sobre a todo a partir del Concilio,
de Extrema unción a “Unción de los enfermos”, así nos
pide valorar y comprender este Sacramento.)
Pero es también importante señalar que no es un
Sacramento que pueda recibirse con frecuencia, ni por
una enfermedad leve.

Puede repetirse en casos de un agravamiento que


sigue a una mejoría, o pasado un tiempo razonable seis
u ocho meses, si persiste el riesgo.
Sal 23
45
IV.-María, Madre de la Misericordia.

El Evangelio de San Juan, después del Prólogo (1,1-


18), nos ofrece el inicio de la actividad evangelizadora de
Jesús presentándonos su primera semana, como semana
inaugural que evoca la semana de la creación en Gn 1. La
boda de Caná es la ocasión del primer signo de Jesús, (Jn
nos ofrece siete signos en su evangelio), con este signo
Jesús inaugura su ministerio y es anuncio y programa de
la obra que llevará a su plenitud cuando “llegue su hora”.
Si Jn habla de signos, será necesario que estemos
preparados para saber reconocer que detrás de lo que se
ve a primera vista, hay otra realidad que necesitamos
descubrir y percibir, para llegar al fondo del significado
que nos ofrece la Palabra de Dios a través de su
evangelista.

Leer Jn: 2,1-12

Leamos con detenimiento y reflexionemos


brevemente antes de responder en grupo:

En pequeños grupos se responden las siguientes


cuestiones:

 ¿Tendrá algún significado la referencia “tres días


después”?
 ¿Por qué Jesús, llama a María: “mujer”?
 ¿Significará algo la Boda? ¿Quiénes son los novios?
 ¿Esto tendrá algún sentido para nosotros?
 ¿Cuál es la “Hora” de Jesús?

46
 El vino ¿tendrá algún significado? o ¿Jesús quiere
fomentar el alcoholismo?
 ¿Por qué este signo será tan significativo para los
discípulos, que así creen en Jesús?

Seguramente nos ha resultado un poco difícil


entender el significado de este primer signo de Jesús en
Caná de Galilea. Vamos a adentrarnos en él y así nos
iremos iniciando en el conocimiento del Evangelio de Jn
y comprenderemos mejor el sentido de vivir el Jubileo
de la Misericordia.
La referencia a los tres días nos hace recordar el
hecho central de nuestra fe que es la Resurrección de
Jesús: “Resucitó al tercer día”, decimos en el Credo. Lo
que sucede en Caná es anticipo y signo de lo que será la
realización del Misterio Pascual de Jesús “cuando llegue
su hora”.
María, como representante de los judíos fieles que
esperan la salvación, está invitada y también Jesús y sus
discípulos, de manera que María con los discípulos
representan al nuevo pueblo de Israel.
El vino en el A.T. es el signo de las promesas
mesiánicas, de la fiesta de victoria sobre la muerte,
anunciada por Isaías, cuando se refiere al banquete de
triunfo que Dios prepara con manjares exquisitos y
vinos deliciosos, y que acompaña la liberación del velo
que cubre los ojos, y la eliminación de todo llanto,
luto, dolor. (Cfr. Is 25,6-10). Es también el signo del
espíritu, de la vitalidad, de la fidelidad a la alianza,
por eso cuando María le dice a Jesús “no tienen vino”
está haciendo referencia a la situación del pueblo de
la antigua alianza, que habiendo perdido el sentido
de la alianza y de la fidelidad a Dios, se ha n vuelto
47
legalistas y carentes de amor y misericordia.
El aparente rechazo de Jesús: “¿qué nos importa a
ti y a mí, mujer?”, pone en claro que Jesús no viene a
poner parches, ni resanes a lo que está en ruinas. Él ofrece
algo nuevo y delicioso, el “vino nuevo” de la nueva
Alianza, signo del don del Espíritu Santo que Jesús
ofrecerá en la Cruz y que se expresará con el agua y la
sangre, - que brotarán de su costado - y que son símbolo
de los Sacramentos del Bautismo y la Eucaristía.
Estos signos tendrán su plenitud cuando Jesús
Resucitado lo realice al manifestarse a sus discípulos el
mismo día de la resurrección: “Recibid el Espíritu Santo”
(Jn 20,22).
El signo de agua convertida en vino se convierte así
en programa de la obra salvadora de Jesús y
manifestación del Amor salvador que el Padre ofrece a
todos los hombres por la adhesión y entrega a Jesús.
Jesús transforma así las tinajas de piedra
imperfectas, llenas de agua, (eran seis, número que
significa imperfección), destinadas a los ritualismos
estériles y legalistas, que buscan una pureza externa, en
un don que cumple los anuncios de Jeremías sobre la
alianza nueva: “Vienen días, oráculo del Señor, en que
sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una
alianza nueva, no como la alianza que sellé con sus
antepasados … pondré mi ley en su interior; la escribiré en
su corazón: yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (Jr
31,31-33) y también Ezequiel: “Os rociaré con agua pura y
os purificaré de todas vuestras impurezas e idolatrías. Os
daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os
arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne.” (36,25-26, cfr. vv. 22-32 y 11,19).

48
Igualmente afirma: “Pero yo me acordaré de la
alianza que hice contigo en los días de tu juventud y
estableceré contigo una alianza eterna. Te acordarás de tu
conducta y te avergonzarás cuando acojas a tus hermanas
mayores y las menores… Yo estableceré mi alianza contigo,
y sabrás que Yo soy el Señor....” (16,60-63).

Son los servidores, que obedecen a María, “haced


lo que Él os diga”, junto con los discípulos, quienes saben
y entienden, el significado de lo que está sucediendo,
pero el mayordomo, representando a los jefes judíos:
sacerdotes, fariseos, escribas, etc. no entiende nada y
aferrado a sus tradiciones reprende al novio. El
mayordomo no es capaz de reconocer la novedad y la
grandeza del don que Dios está ofreciendo en Jesús, al
darnos el Espíritu Santo, Vino nuevo y delicioso de la
nueva Alianza que Jesús ofrecerá en “su Hora”, por su
pasión y su muerte, para que la nueva humanidad que
nacerá de la nueva Eva: “mujer”, que es la Iglesia y que
está significada ya en la persona de María. También en la
cruz será llamada “mujer” y tendrá que volver los ojos
hacia “el Hijo”, que crucificado se revela como Hijo de
Dios y dador del Espíritu [cfr. 19,25-27: pero teniendo en
cuenta que “he ahí a tu hijo”, no se refiere al discípulo, sino
a Jesús. La fórmula “He ahí”, es una fórmula de revelación
que se usa mucha veces en la Palabra de Dios. Si es fórmula
de revelación quiere decir que está manifestando una
realidad que va más allá de lo inmediato, también Pilato,
al presentar a Jesús dirá: “He ahí al hombre” (19,5) y “He
ahí a vuestro rey” (19,14)].

En consecuencia los verdaderos novios, no son


los que ni nombre tienen en el relato, sino Jesús y la
49
nueva Eva, la Iglesia ya significada en María, por eso la
llama “mujer”. Así queda claro cuál será el programa, el
plan que Jesús tiene por delante y cómo será Él y sólo
Él, quien lleve a cabo la Nueva y definitiva Alianza,
sellada con su Sangre y que marca la plena
reconciliación de Dios con los hombres.

Con el don de su mismo Espíritu, nos hace parte de


su pueblo, miembros de su Iglesia: esposa predilecta y
amada, heredera del Reinado de Dios.

María manifiesta su Fe – adhesión y comunión –


con Cristo como signo de la Iglesia esposa, y que se ha
dejado llenar de gracia = de la misericordia y
benevolencia del amor de Dios y por eso comparte la Cruz
(el amor hasta el extremo de Jesús), permaneciendo en pie
junto a él, crucificado. Cumple así lo anunciado por
Simeón al presentar a Jesús y manifestarlo a los judíos en
el Templo de Jerusalem: “y a ti misma una espada te
atravesará el alma” (Lc 2,33-35).

Esta participación única y especial de María en la


obra de nuestra salvación, que es la manifestación
máxima del amor – misericordia de Dios, hace de ella el
modelo y prototipo de la Iglesia y por eso podemos
llamarla con razón y justicia: ¡Madre de Misericordia!,
pues no sólo engendró en su seno a la Misericordia
misma, sino que se dejó llenar de su amor y asume su
tarea compartiendo ese amor para volcarlo hacia los
discípulos de su hijo: ¡nosotros!
Si nos dejamos enseñar y acompañar por María
iremos creciendo en esa vida de Hijos de Dios,
aprendiendo a amar y a ser verdaderos testigos de la
50
misericordia del Padre, como ella con el poder y la gracia
fecundante del Espíritu, para ser así Cuerpo de Cristo y
manifestación del rostro misericordioso del Padre para
todos los que nos rodean, sin diferencias, distinciones o
discriminaciones.

Esta realidad se ha hecho patente y cercana para


nosotros con la presencia y manifestación de María de
Guadalupe en el Tepeyac. Ahí se nos entrega como
madre compasiva y tierna, nos muestra el verdadero
rostro del amor del Padre, nos entrega al “verdadero
Dios por quien se vive” y da testimonio de su
compasión, ternura y protección para los habitantes de
estas tierras. Ella misma nos lo manifiesta como madre
amorosa y compasiva.

Retomando del Nican Mopohua, donde se


testimonian y relatan las apariciones, las expresiones de
amor y ternura que María de Guadalupe tiene en sus
diálogos con Juan Diego, podemos constatar
nuevamente que es Madre de Misericordia para con
nosotros, de una manera más cercana y significativa.

Remarcamos en el texto estas expresiones de


ternura y compasión con las que María de Guadalupe
quiere mostrarnos al Dios del amor, que se compadece de
un pueblo derrotado, afligido, sumido en la confusión y
con frecuencia víctima de la explotación, pero igualmente,
cómo ella quiere ser madre compasiva para atender y
ayudar a los habitantes de estas tierras.
Se sugiere leer estos textos con calma y dando
tiempo a la reflexión para poder saborearlos, o bien,

51
invitar a los participantes a leerlos en su casa, ante la
imagen de Sta. Ma. De Guadalupe.
(Los números corresponden a la numeración
tradicional que tiene el texto para poder ubicar los
párrafos tanto en el texto en náhuatl como en español).

12. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de


oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo,
le decían: “JUANITO, JUAN DIEGUITO”.
52
23. Le dijo:-”ESCUCHA, HIJO MÍO EL MENOR, JUANITO. ¿A
DÓNDE TE DIRIGES?”
26. le dice: “SÁBELO, TEN POR CIERTO HIJO MÍO EL MÁS
PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA
MARÍA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO DIOS POR QUIEN SE
VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA
CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DEL CIELO, EL
DUEÑO DE LA TIERRA. MUCHO QUIERO, MUCHO DESEO QUE
AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADA
27. EN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARÉ AL PONERLO DE
MANIFIESTO:
28. LO DARÉ A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI
MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN:
29. PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA,
30. TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA TIERRA
ESTÁIS EN UNO,
31. Y DE LAS DEMÁS VARIADAS ESTIRPES DE HOMBRES, MIS
AMADORES, LOS QUE A MÍ CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN,
LOS QUE CONFÍEN EN MÍ,
32. PORQUE ALLÍ LES ESCUCHARÉ SU LLANTO, SU TRISTEZA,
PARA REMEDIAR, PARA CURAR TODAS SUS DIFERENTES
PENAS, SUS MISERIAS, SUS DOLORES.
33. Y PARA REALIZAR LO QUE PRETENDE MI COMPASIVA
MIRADA MISERICORDIOSA, ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE
MÉXICO, Y LE DIRÁS CÓMO YO TE ENVÍO, PARA QUE AQUÍ ME
PROVEA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL LLANO MI TEMPLO;
TODO LE CONTARÁS, CUANTO HAS VISTO Y ADMIRADO, Y LO
QUE HAS OÍDO. DESCUBRAS COMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ
ME PROVEA DE UNA CASA.

53
34. Y TEN POR SEGURO QUE MUCHO LO AGRADECERÉ Y
LO PAGARÉ,
35. QUE POR ELLO TE ENRIQUECERÉ, TE GLORIFICARÉ;
36. Y MUCHO DE ALLÍ MERECERÁS CON QUE YO
RETRIBUYA TU CANSANCIO, TU SERVICIO CON QUE VAS
A SOLICITAR EL ASUNTO AL QUE TE ENVÍO.
37. YA HAS OÍDO, HIJO MÍO EL MENOR, MI ALIENTO, MI
PALABRA; ANDA, HAZ LO QUE ESTÉ DE TU PARTE”.

58. “ESCUCHA, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS, TEN POR


CIERTO QUE NO SON ESCASOS MIS SERVIDORES, MIS
MENSAJEROS, A QUIENES ENCARGUE QUE LLEVEN MI
ALIENTO, MI PALABRA, PARA QUE EFECTUEN MI
VOLUNTAD;
59. PERO ES MUY NECESARIO QUE TÚ, PERSONALMENTE
VAYAS, RUEGUES, QUE POR TU INTERCESIÓN SE REALICE,
SE LLEVE A EFECTO MI QUERER, MI VOLUNTAD.
60. Y MUCHO TE RUEGO, HIJO MÍO EL MENOR, Y CON
RIGOR TE MANDO, QUE OTRA VEZ VAYAS MAÑANA A VER
AL OBISPO.
61. Y DE MI PARTE HAZLE SABER, HAZLE OÍR MI QUERER,
MI VOLUNTAD, PARA QUE REALICE, HAGA MI TEMPLO
QUE LE PIDO.
62. Y BIEN, DE NUEVO DILE DE QUÉ MODO YO,
PERSONALMENTE, LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, YO,
QUE SOY LA MADRE DE DIOS, TE MANDO”.

90. “BIEN ESTÁ, HIJITO MÍO, VOLVERÁS AQUÍ MAÑANA


PARA QUE LLEVES AL OBISPO LA SEÑAL QUE TE HA
PEDIDO;

54
91. CON ESO TE CREERÁ Y ACERCA DE ESTO YA NO
DUDARÁ NI DE TI SOSPECHARÁ;
92. Y SÁBETE, HIJITO MÍO, QUE YO TE PAGARÉ TU CUIDADO
Y EL TRABAJO Y CANSANCIO QUE POR MÍ HAS IMPENDIDO;
PERSONALMENTE, LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, YO,
QUE SOY LA MADRE DE DIOS, TE MANDO”.
93. EA, VETE AHORA; QUE MAÑANA AQUÍ TE AGUARDO”.

107. “¿QUÉ PASA, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS? ¿A


DÓNDE VAS, A DÓNDE TE DIRIGES?”

118. “ESCUCHA, PONLO EN TU CORAZÓN, HIJO MÍO EL


MENOR, QUE NO ES NADA LO QUE TE ESPANTÓ”, LO QUE
TE AFLIGIÓ; QUE NO SE PERTURBE TU ROSTRO, TU
CORAZÓN; NO TEMAS ESTA ENFERMEDAD NI NINGUNA
OTRA ENFERMEDAD NI COSA PUNZANTE, AFLICTIVA.
119. ¿NO ESTOY AQUÍ YO, QUE SOY TU MADRE? ¿NO
ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO? ¿NO SOY YO LA
FUENTE DE TU ALEGRÍA? ¿NO ESTÁS EN EL HUECO DE MI
MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES
NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA?
120. QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE PERTURBE;
QUE NO TE APRIETE CON PENA LA ENFERMEDAD DE TU
TÍO, PORQUE DE ELLA NO MORIRÁ POR AHORA. TEN POR
CIERTO QUE YA ESTÁ BUENO”.

125. Le dijo:-”SUBE, HIJO MÍO EL MENOR, A LA CUMBRE


DEL CERRILLO, A DONDE ME VISTE Y TE DI ÓRDENES;
126. ALLÍ VERÁS QUE HAY VARIADAS FLORES: CÓRTALAS,
REÚNELAS, PONLAS TODAS JUNTAS; LUEGO BAJA AQUÍ;
TRAELAS AQUÍ, A MI PRESENCIA”.
55
137. “MI HIJITO MENOR, ESTAS DIVERSAS FLORES SON LA
PRUEBA, LA SEÑAL QUE LLEVARÁS AL OBISPO;
138. DE MI PARTE LE DIRÁS QUE VEA EN ELLAS MI DESEO,
Y QUE POR ELLO REALICE MI QUERER, MI VOLUNTAD.
139. Y TÚ..., TÚ QUE ERES MI MENSAJERO..., EN TI
ABSOLUTAMENTE SE DEPOSITA LA CONFIANZA;
140. Y MUCHO TE MANDO CON RIGOR QUE NADA MAS A
SOLAS, EN LA PRESENCIA DEL OBISPO EXTIENDAS TU
AYATE, Y LE ENSEÑES LO QUE LLEVAS.
141. Y LE CONTARÁS TODO PUNTUALMENTE, LE DIRÁS
QUE TE MANDÉ QUE SUBIERAS A LA CUMBRE DEL CERRITO
A CORTAR FLORES, Y CADA COSA QUE VISTE Y ADMIRASTE,
142. PARA QUE PUEDAS CONVENCER AL GOBERNANTE
SACERDOTE, PARA QUE LUEGO PONGA LO QUE ESTÁ DE
SU PARTE PARA QUE SE HAGA, SE LEVANTE MI TEMPLO
QUE LE HE PEDIDO”.

La bondad de Sta. María de Guadalupe, su ternura


y bondad serán siempre para nosotros un motivo de
alegría, confianza y esperanza, pero eso implica que
valoremos y asumamos, - como lo hace Juan Diego - que
también ella nos pide, ruega y manda que cumplamos la
tarea que nos encomienda: “Hagan lo que Él os diga”, -
veíamos en el evangelio de Juan -. Eso quiere decir cumplir
el mandato de Jesús de amar y servir como Él nos amó y
sirvió, y como María lo vivió, pues ella vino para hacer
presente y manifestar a Dios, su amor y su ternura para
todos nosotros, solo así podremos superar falsas
56
devociones y triunfalismos que no se traducen en la vida
cotidiana. Sin ese testimonio quedaremos vacíos,
incoherentes frente a este nuevo signo de la benevolencia
de Dios para con nosotros.

El regalo del Tepeyac, como todos los dones de Dios,


esperan nuestra respuesta y esa respuesta es corresponder
a su amor, amando y sirviendo, siendo compasivos y
misericordiosos como María que se dejó llenar del Amor de
Dios. Esto implica, como lo dice la Oración colecta de la Misa
conmemorativa de estas apariciones y manifestación de la
predilección de Dios para con nosotros, el 12 de diciembre,
que asumamos nuestra tarea para: “profundizar en nuestra
fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de
justicia y de paz”.
Dejémonos amar para poder amar y realizar el
proyecto salvador de Dios en nuestra Patria y al servicio
del mundo como testigos de su amor. Sigamos el ejemplo
de María y con su intercesión realicemos en y con nuestra
vida la voluntad salvadora de Dios, que debe llegar a
todos sus hijos.

Lc 1,46-58

57
V.- El Jubileo y la Indulgencia.
El Jubileo

El término Jubileo tiene su origen en el Jobél,


cuerno de carnero con el que se convoca a la asamblea de
Israel para la celebración del “día de la expiación” y que
cada siete años sabáticos (49 años), se celebraba después
del ayuno y ritos del día de la expiación, es el año Jubilar,
de reconciliación y reordenamiento de la vida comunitaria
y familiar.
El sentido del Jubileo del Antiguo Testamento se
restablece en cierta forma en la era cristiana con las
celebraciones del Jubileo como expresiones de celebrar o
recordar acontecimientos importantes y otorgar con ese
motivo la gracia de la indulgencia. El primer jubileo fue
convocado por Bonifacio VIII el año 1300, se celebraron
después cada 50 años y más adelante cada 25. Pero ya en
los años 1390 y 1423 se iniciaron los jubileos
extraordinarios. Más recientemente en 1933 Pío XI y en
1983, Juan Pablo II con motivo de los aniversarios de la
redención realizada por Jesús. Ahora el Papa Francisco
convoca para el Jubileo especial de la Misericordia.

El libro del Levítico es un conjunto de reglas y


normas sobre la liturgia, los sacrificios y la vida del A.T.
Dado que muchos de estos ritos se acabaron al llegar el
N.T. está prácticamente olvidado. Pero será muy
importante no olvidar que también es Palabra de Dios.
La exigencia de santidad que lo caracteriza y sobre
todo el entender que la liturgia y la vida de quien
participa de la alianza, tiene su fundamento en la

58
santidad de Dios, el Dios Santo, es decir el Único, el
totalmente Otro, el que “Es” por sí mismo, y por tanto
el que no puede equipararse, ni igualarse con ninguna
creatura.
El Dios Santo es el que se ha dignado hacer alianza
con su pueblo, por eso le exige como consecuencia de esa
alianza la participación en la santidad de Dios, expresada
en una liturgia cuidadosa y santificante, pero también con
una vida que exprese la misericordia y el amor del Dios
Santo.
Esto no puede olvidarlo el cristiano que no sólo
conoce el amor de Dios manifestado en Jesús, sino que
con el don del Espíritu Santo participa en plenitud de la
santidad de Dios y recibe la capacitación, la fortaleza,
la fuerza para vivir esta “nueva santidad”, con una vida
de amor y servicio: “ser misericordioso como Dios es
misericordioso”.

Leer: Lv 25, 8-22

El texto que nos ocupa forma parte del tercer


bloque de leyes, llamado “Ley de santidad”, es un
conjunto de leyes propias del templo y el culto de
Jerusalem, con temas muy variados, que repite
insistentemente “Yo soy el Señor tu Dios”, ahí está el
fundamento de todas estas normas y consiguientemente
su exigencia: “Sed santos, porque yo soy santo”.
El c. 25 reúne leyes que manifiestan la exigencia de
la solidaridad, marcada por la conciencia de que sólo Dios
es dueño de la tierra, el defensor y vengador del pobre y
de la experiencia que nunca deben olvidar los israelitas,
para mantenerse siempre en una actitud de
agradecimiento por la liberación de Egipto. Ahí entran el
59
“año sabático” (1-7), y el “año jubilar” (8-17). Pero no
podemos pasar por alto la gran promesa de Dios que
acompañará al Año Jubilar, pues serán dos años sin
trabajar la tierra y el Señor asegura que no faltará lo
necesario (18-11). A esto se añaden normas sobre el
rescate de la propiedad (23-34), los préstamos sin
intereses (35-38) y la liberación de los esclavos (39-55).

Un gran capítulo que expresa con una actualidad


impresionante lo que significa participar de la Alianza con
el Dios Santo y expresar en la vida concreta lo que
significa formar parte de su pueblo santo.

¿Cuáles son las exigencias de estos años?

 Descanso de la tierra, propiedad del Señor, (cfr. 25,23).


También descanso de los hijos de la alianza.

 El año jubilar está ligado a la “Expiación”. De ahí toma


su nombre, pues se inaugura con el “JOBÉL”, es decir
con el sonido del cuerno (sofar) que marca el inicio del
día de la Expiación (Yôm Kippur) (cfr. Lv 16; 23,26-32;
Nm 29,7-11), de la reconciliación con Dios que es
origen de la reconciliación y el perdón con los
hermanos y de la vivencia concreta de la fraternidad:

 Recuperación de la “propiedad”, de la heredad que


el Señor concede, (cfr. 25,28).

 Perdón de las deudas y liberación de los esclavos


(25,39-43.54).

 Recuperación de la vida y unidad familiar, fruto de


todo lo anterior.
60
Si esto ya se exigía en el A.T., ¿qué podemos decir
ahora en la plenitud del N.T.?
Este proyecto de solidaridad que quizá no alcanzó
a realizarse plenamente en el A.T. es retomado por Jesús,
en la sinagoga de Nazará, para poner de manifiesto que el
Jubileo, se convierte a partir de su Misterio Pascual, en el
Jubileo definitivo y permanente, pues el Dios Santo,
perdona de manera definitiva y reconcilia, en Cristo su
Hijo, a todos los hombres, de todos los pueblos con Él y
este don se expresa con la efusión de su Espíritu Santo
que renueva y transforma el corazón humano para
hacerlo nuevo y Santo, capaz de vivir y realizar el Jubileo,
el perdón y la reconciliación definitiva, el abono de las
deudas y la solidaridad sin condiciones con todos y cada
uno de sus hermanos, (cfr. Jn 13,12-17.34-35).

En el evangelio de Lc, el Espíritu Santo que


ungió a Jesús en su bautismo actúa ahora en plena
comunión con Él y lo ‘arrastra’ a las tentaciones, (4,1-
13), pues Jesús tiene que poner en evidencia la
autenticidad de su misión y su fidelidad, ahí donde
el antiguo pueblo de Dios había sido infiel: en el
desierto y en su éxodo (camino) hacia la tierra
prometida. Es evidente que a partir de su bautismo,
toda la vida de Jesús se manifiesta guiada y
acompañada por el Espíritu Santo, es decir del
Espíritu de Yahweh, quien impulsó y guió a los jueces
y profetas del A.T. pero ahora ya entendido como la
tercera persona de la Santa Trinidad. Esta presencia
del Espíritu explica porque la ‘fama’ de Jesús se ha
extendido, (v 14), se ha difundido, pues es como el
buen olor que va llenando todo, (cfr. 2 Co 2,14-15),

61
manifestación del mismo Espíritu, aún antes de que
el evangelista describa alguna acción de Jesús.

Leer: Lc 4, 14-21

v. 16: Jesús ‘entra’ en la sinagoga de la que se consideraba


su tierra, pero se trata de un entrar litúrgico, indica que se
trata de una función sacerdotal.
‘Como era su costumbre’: Jesús cumplía con las
prácticas religiosas de su tiempo, en especial la asistencia
a la sinagoga para escuchar la lectura de la Palabra de Dios
y la Oración. Ahí ‘se levantó’, (es el mismo verbo de la
resurrección), ‘para leer’, no cualquier cosa, sino que se
trata de la lectura litúrgica de la Escritura.

En la sinagoga después de la lectura de la Toráh


(“enseñanza”, traducción más correcta que ‘ley’,
“nomos” en la traducción griega), o sea de algún libro
del Pentateuco, y que normalmente hacía un levita
(descendiente de Leví y por tanto de familia
sacerdotal), seguía la lectura de un texto de los
Profetas, que podía hacer cualquier judío mayor de 30
años. Esta lectura explica, acompaña y actualiza la
Toráh.
El texto hebreo de la Toráh se proclamaba versículo
por versículo y el profético de tres en tres versículos.
Como el pueblo ya no entendía el hebreo, la lectura se
traducía y comentaba en arameo. Así lo hace Jesús.

v. 17: La Sagrada Escritura se conservaba en rollos de


papiro o pergamino, por eso Jesús al desenrollarlo
‘encuentra’: no se especifica si porque lo buscó, o porque

62
ahí seguía la lectura de ese día. Al decir que ‘estaba
escrito’ se usa la forma pasiva sin sujeto, para indicar que:
‘Dios había escrito’. La lectura tomada del profeta Isaías,
revela el programa que Dios ha preparado para su
Mesías, ungido con el Espíritu Santo.
vv. 18-19: Se trata de una cita en la que el evangelista
combina varios textos del profeta:

 Is 61,1-3: La unción del enviado - profeta - de


Dios, es muy semejante a la del Siervo de Yahweh
(cfr. Is 42,1), pues cuenta con la fuerza del
Espíritu para realizar su misión de salvación y
liberación de pobres y oprimidos, así anuncia el
año de Gracia del Señor: la realización del
Jubileo definitivo, y eliminando la referencia a la
“venganza de nuestro Dios”.

 Is 58,6: Hay que considerar todo el contexto (58,1-


14), sobre la verdadera conversión y el ayuno que
agrada al Señor y que implica la liberación de
oprimidos y prisioneros.
Su conexión con el sábado es importante porque
adelanta la relación entre la liberación y la
santificación del sábado, como día del Señor.

 Is 35,5-6: Ver el contexto (35,1-10), trata de la venida


del Señor para realizar un nuevo éxodo, ahora con los
desterrados en Babilonia, el retorno irá acompañado
de sus obras con una gran transfiguración del cosmos,
cambiando la suerte de ciegos, sordos, cojos, etc.

Queda manifestada la Misión del Ungido del Espíritu,


63
del Mesías de Dios como Profeta, Siervo y Sacerdote, que
proclama el Jubileo que permanece para siempre y
conduce a su pueblo en el éxodo definitivo y
transfigurador: hacía la plenitud del Reinado de Dios,
pero vivido y en proceso de realización ya desde aquí.
Jesús se manifiesta así como el Mesías definitivo y
escatológico que permanece para siempre, y por siempre
continúa su misión salvadora.

Esta manifestación del programa de Jesús, se ve


corroborada más adelante, cuando los discípulos del
Bautista lleguen a preguntarle si él es el mesías o tienen
que esperar a otro. La respuesta de Jesús es confirmación
de este programa: cfr. Lc 7,18-23.

¿Cuál es la misión del Ungido?

Es ‘enviado’, es decir ‘apóstol’: Jesús es el enviado


del Padre para llevar a cabo una misión específica y
concreta.

En primer lugar tiene que ‘evangelizar a los


pobres’, hacer llegar la Buena Nueva, el anuncio eficaz,
la realidad presente, que como don de Dios se ofrece a
los pobres, a los pequeños, a todos aquellos que
conscientes de su limitación esperan confiados su
liberación de Dios, y sólo de Él. (Los que en el A.T. son
llamados los “pobres de Yahweh”, prototipos de la
espera mesiánica). A ellos pertenece el Reino, pues solo
los que sean, o se hagan pobres poniendo su confianza
en Dios, tendrán parte con Él.

Este anuncio es vivo y eficaz y por tanto implica:


64
 ‘liberar a los prisioneros’: a los que yacen en sombra
de muerte (Lc 1,79) se les ofrece el don divino de la
redención - liberación por la mediación del Ungido del
Espíritu. Es enviar nuevamente libres, con el abono -
perdón de las deudas. Se usa aquí el término técnico
y propio del perdón y la remisión total, prescritos
para la celebración del Año Sabático, (cfr. Dt 15,1-11
y 12-18; Lv 25,17) y del Año Jubilar (cfr. Lv 25,8-22 y
23-25).

 A los encarcelados y encadenados y a los prisioneros del


pecado viejo se les ‘anuncia’ la ‘Remisión’- Perdón total.
Anunciar es el verbo propio de la proclamación
evangélica: Kerygma = Anuncio solemne, oficial y eficaz.

 Para los ‘ciegos’, el Ungido da la recuperación de la


‘vista’. Son frecuentes en los evangelios los casos de
ciegos curados, pero no podemos pasar por alto que
este término se refiere también a recibir la luz
bautismal, como en el caso de Pablo donde aparecen
juntas las dos iluminaciones, (cfr. Hch 9,19).

 La fuerza de la remisión jubilar es anuncio para los


contritos de corazón, (cfr. Sal 51,19). No olvidemos
que el corazón es para la mentalidad bíblica el
centro mismo de la persona, ahí donde decide y
define su vida y es precisamente en este centro vital
de la persona, donde se vive la contrición, la
conversión (cambio radical de vida), se reconoce la
propia impotencia, el abajamiento, que los abre a la
alegría jubilar.

 ‘Anunciar el Año de Gracia’: Se realiza definitivamente


65
el Jubileo con las bendiciones de Dios que lo
acompañan, (cfr. Lv 25,10 y Sal 65,12a). Así lo
entendió Pablo en 2 Co 6,2, (cfr. Is 49,8): El
cristiano reconciliado por Dios y con Dios, y
también con los hermanos, debe actuar el Jubileo
en el mundo. Ser portadores y testigos del amor y
la reconciliación total.
Vivir el Jubileo, que Jesús ya inauguró, debe ser
permanente hasta la segunda venida en la que Él mismo
llevará a su plenitud el Jubileo pleno y definitivo de parte
de Dios y para todos los hombres. Hacerlo operativo entre
nosotros mismos y con los demás, será el signo
inequívoco de que hemos aceptado, aquí y ahora, el
Jubileo de Dios.

Vivir el Jubileo significa:


Revaloración del hombre y la naturaleza, por el
descanso del trabajo y de la tierra;
Liberación de toda esclavitud, física y espiritual;
Perdón de todas las deudas, que haga posible la
reintegración de la familia y de su patrimonio y
la dignificación de la persona;
Combatir la pobreza en todas sus formas: sea
material, intelectual, cultural, espiritual,
personal y social;
Aceptar y vivir el sentido profundo de la fraternidad
y reconocer a Dios como único dueño de la tierra,
saberse administrador y no dueño, para que en su
nombre, se hagan llegar los bienes que son para
todos sus hijos, sin distinción.
66
Resulta sencillo decirlo, pero el verdadero
problema es vivirlo: El programa de Jesús en el Espíritu
Santo, es el programa de todo bautizado y confirmado.
En este texto descubrimos realidades que
frecuentemente quisiéramos evadir como cristianos.
Nos gusta sentirnos muy cerca de Dios con prácticas
piadosas, procesiones, peregrinaciones, horas santas,
pero eso sí: ¡el compromiso y solidaridad con el
hermano en desgracia y necesidad! nos estorban y
parecen ajenas, extrañas, a la vida cotidiana de los
cristianos.

Jesús nos enseña que el formar parte de su


pueblo, de su Iglesia, de compartir su Espíritu, implica
el asumir con generosidad y con fidelidad el programa
de Jesús: Anuncio generoso y fiel de su Palabra de
salvación = Evangelio, solidaridad y servicio al ciego, al
encarcelado, al humillado, y hacer realidad, en nuestra
vida cotidiana, el Jubileo definitivo (perdón y
reconciliación), ya inaugurado por Jesús, pero que
lamentablemente sigue sin hacerse realidad en la vida
de nuestras familias y comunidades.

¿Cómo podemos reconocer y decir que: “Esta


palabra que acabáis de escuchar se ha cumplido hoy”?

Este reto no puede ignorarse, exige asumirlo de


inmediato y corresponder al amor y la confianza que el
Señor ha puesto en nosotros.

¡¡¡ Si Cristo, también nosotros !!!

67
La Indulgencia

La Indulgencia plenaria que ofrece el Jubileo


exige de parte nuestra, una buena comprensión de su
sentido y su significado, por eso necesitamos saber de
dónde viene su fuerza y su razón, y evitar así visiones
mágicas o distorsionadas que empañan el verdadero
sentido de la fe y que no favorecen su valoración en la
vida del cristiano.

Fundamento:

Lo que da sentido a la celebración del Jubileo de la


Misericordia está en:

La misericordia del Padre, amor salvador que se


manifiesta en primer lugar con el perdón de los pecados.

La Iglesia recibe de Jesús, por el don del Espíritu


Santo, el poder de perdonar en su nombre (Mt 16,19; Jn
20,23).
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, entre
Jesús, que es la cabeza y la Iglesia que somos los
miembros, se da una relación vital como la que se da en
un organismo, donde cada miembro influye y afecta a
todos los demás, esta comunión de vida nos hace
participar de la obra de Jesús y al mismo tiempo hace que
nuestra vida y nuestras obras también tengan, por esa
unión con Él, una dimensión y una fuerza que solo Él
puede darles. ¿Qué sentido, qué dimensión, qué efectos
tienen mis acciones, buenas o malas, si son de hecho
acciones unidas al mismo Jesús?
68
Consecuencia de esta unión es la Comunión de los
Santos, que es la participación de gracias y frutos
espirituales que se da por la unión entre la Iglesia
triunfante, los que ya están en el Cielo; la purgante, de
quienes están en proceso de purificación y la militante,
nosotros que estamos en camino al Reino.
Esta comunicación vital nos hace participar de los
méritos de Cristo, la Virgen María, los santos y los
justos, de su oración e intercesión, también nosotros
podemos aplicar nuestra oración y penitencia por
nosotros mismos y por los difuntos, que aún no
alcanzan su plena participación en el Reino.

Esto lo podemos entender bien, si comprendemos


que Jesús se ha entregado por nosotros, carga con
nuestros pecados y nosotros tenemos vida en Él, esto se
llama Vicariedad, lo que Él hace nos favorece
efectivamente a nosotros. Esta vicariedad está en la base
y es el fundamento del Misterio y de la obra de Cristo.

El Pecado consciente y voluntario, por ser una


ruptura de la amistad y la alianza con Dios, genera en el
culpable una Pena eterna, es decir lo hace reo de la
condenación eterna, pues la ofensa a Dios es una ofensa
infinita. Esta pena eterna es la que se nos perdona por la
misericordia de Dios con la muerte y resurrección de
Jesús, y que llega a nosotros por la acción del Espíritu
Santo, en el sacramento de la Reconciliación de manera
normal y ordinaria.
Muchos vemos el pecado como una violación de
normas o leyes, que no nos gustan o no me parecen; sin
caer en la cuenta que Dios que nos creó, nos ama y sabe
lo que realmente nos conduce a la felicidad, está más
69
allá de nuestros criterios y pensamientos sujetos a
capricho o ideologías del momento. El aceptar a Jesús
como Salvador, aceptamos su camino, su palabra y
enseñanza, no como imposición sino como respuesta al
don de su amor. Si yo rechazo su camino, lo rechazo a
Él y rechazarlo a Él será rechazar su salvación y el don
de ser Hijo de Dios, amado y heredero de la plenitud y
felicidad eterna en su Reinado.
Cuándo he perdido el sentido y valor del don que
Jesús me ofrece y me encierro en mi propio egoísmo y
autosuficiencia, esto me conducirá irremediablemente
a rechazarlo, abandonarlo y alejarme de su plan de
amor y salvación.

Cuando el pecado es perdonado en el Sacramento


de la Reconciliación nos deja una responsabilidad
pendiente, no porque Dios no lo quiera perdonar, sino
porque al ser perdonados nos queda la tarea de reparar el
daño que hemos causado con nuestros pecados, tanto en
lo personal como a la comunidad y la Iglesia.
Al ser perdonados quedan en nuestro corazón
restos de infidelidad, deficiencias en nuestra
conversión y la responsabilidad de reparar el daño que
le hemos causado a la Iglesia en general y a ciertos
hermanos en particular, pues todo pecado es una falta
de amor, una ofensa y perjuicio al prójimo.
Ésta es la Pena temporal, que podemos reparar
en nuestra vida terrena, con la oración, la penitencia,
las obras de caridad y servicio. Si no conseguimos
repararla en esta vida, esa “deuda” pendiente tendrá
que ser reparada antes de llegar a la plena comunión
con Dios; pues la comunión con Dios exige una pureza
y perfección plena en el amor. Por ello el Purgatorio es
70
la situación de purificación de los daños causados por
nuestros pecados y que nos renueva para poder
alcanzar la madurez en la caridad, la perfección del
amor y la plena comunión con Dios.

La Reconciliación con Dios, ya es una realidad, pues


Jesús nos anuncia el Jubileo divino, pleno y definitivo,
como lo vimos en el discurso programático de Lc 4,18-21.
Este programa Jesús lo hace realidad con su Misterio
Pascual: su pasión, muerte y resurrección, así lo tenemos
en la afirmación de Jesús, después de la resurrección, Lc
24,45-48. Dios perdona la pena eterna; y de hecho ya la
ha perdonado de manera definitiva.

Al hablar de la Indulgencia estamos hablando de un


problema del hombre, pues frente al pecado cometido, no
es Dios quien no quiera perdonar, es el pecador quien
tiene que aceptar el perdón, y asumir las consecuencias
del pecado: tiene que convertirse, y por el Sacramento de
la Reconciliación obtener el perdón de la pena eterna;
pero le quedará pendiente la reparación del daño; es
decir, la pena temporal. Ése es nuestro problema, pues es
lo que Dios ya no puede hacer por nosotros, su perdón ya
es una realidad, pero nuestra aceptación del perdón y el
asumir las consecuencias de nuestros pecados, es
problema nuestro.

La Indulgencia, por tanto, no perdona los pecados,


sino que actúa cuando estos ya han sido perdonados, y es
la reparación o condonación de la pena temporal debida
por nuestros pecados, en virtud de los méritos de Jesús y
de los que unidos con Jesús colaboran en nuestra
redención como la Santísima Virgen, los Santos, los
71
justos, etc. Aquí entendemos el sentido de ser Cuerpo
Místico y de la Comunión de los Santos.

Exigencias para ganar la Indulgencia:

Conversión – Reconciliación - Penitencia: Por lo que


señalamos arriba, queda claro que para ganar la
Indulgencia, se requiere una conversión sincera y plena,
es decir una decisión de cambiar radicalmente nuestra
vida, de asumir sin condiciones ni pretextos el camino de
Jesús y asumir la progresiva eliminación del mal en
nuestro interior.

El Acto sacramental de la Reconciliación, debe


estar unido a un acto existencial y tendrá que ir
acompañado con una purificación real de la culpa, esto es
la penitencia, (penitencia en sentido amplio que implica
sacrificio, renovación, obras buenas, etc. La penitencia que
nos deja el confesor es sólo el principio y un camino que
nos debe llevar a la virtud de la penitencia, como forma
de vida que el bautizado asume y vive, para reparar no
solamente por sus pecados, sino también por los pecados
de sus hermanos, de la Iglesia y del mundo). Así alcanza
su pleno sentido, se acepta y acoge, el perdón que Dios
nos ofrece en Cristo y por su Espíritu.

Reconocer lo malo y amargo de abandonar a Dios:


“Dolor de los pecados”, (Jr 2,19), es parte fundamental en
este proceso, pues sin esta conciencia la conversión es
pura ilusión.
Reconocer igualmente nuestra incapacidad para
expiar (reparar) con las propias fuerzas el mal provocado
72
por nuestros pecados. Nosotros no podemos pagar ni
reparar todo el daño causado por nuestros pecados.
Reconocer la comunión de los santos como unión
con Cristo y con los hermanos, que da una nueva
dimensión a nuestros actos de penitencia; pues unidos a
Cristo, tienen una fuerza nueva, que hace posible que
alcancen un valor redentor.

Hablar de conversión implica igualmente lo que


llamamos: “Propósito de enmienda”, pero cuándo para
nosotros los buenos propósitos se quedan en buenos
deseos, ilusiones y sueños, es necesario revalorar su
verdadero significado: Esta parte de nuestra
aceptación del perdón de Dios exige el asumir no sólo
el qué voy a cambiar, sino cómo lo voy a lograr, qué
pasos debo dar, qué tengo que evitar y por tanto, dejar
claro cuándo lo voy a realizar, dónde o con quién; en
fin, es asumir actitudes y acciones concretas para que
efectivamente me renueve y reordene mi vida con los
criterios de Jesús.
Insistimos aquí: sin esta disposición de conversión,
- efectiva y concreta -, bloqueo, impido, obstaculizo el
perdón y la misericordia de Dios.

Requisitos para ganar la Indulgencia:

Con base en lo señalado arriba, podemos entender


y asumir el camino a seguir para poden obtener la
Indulgencia plenaria:

Conversión plena y total: reordenamiento de la


propia vida asumiendo los caminos reales y
concretos para lograrlo.

73
Ausencia de todo afecto desordenado: superar todo
odio, rencor, dependencia o actitud contraria al
plan de Dios, no de dientes para afuera sino
rompiendo definitivamente con cada uno de esos
desórdenes personales y sociales.
Si no alcanzamos esta disposición en su plenitud,
acerquémonos con confianza en la misericordia de
Dios ya que Él tomará en cuenta esa disposición y
si no alcanzamos la indulgencia plena y total,
seguramente dejará frutos para nuestro
crecimiento y santificación personal.

Confesión y Eucaristía: Celebrar con corazón sincero


el Sacramento de la Reconciliación, asumiendo el
camino de conversión y reconciliación con Dios y
los hermanos, y participar en el Sacramento de
la Eucaristía de manera, consciente, activa y
fructuosa y estar dispuesto a vivir como hijo de
Dios, frecuentando los Sacramentos y no sólo
por ganar la indulgencia para volver después a
lo mismo de antes.

Pasar por la Puerta de Misericordia: En la


Catedral o asistiendo a los templos designados
para participar en la Eucaristía, vivir el Jubileo y
ganar la indulgencia. Es importante el sentido de
Peregrinación, como expresión de nuestra vida
siempre en camino al encuentro con Jesús; y de
la Puerta, signo de nuestro paso para llegar a
ese encuentro.
La “Puerta Santa” se abrió, para iniciar el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia en la Basílica de
San Pedro el 8 de diciembre de 2015, y en el resto
74
del mundo, en el Tercer Domingo de Adviento (13
de diciembre), “Domingo de Gaudete”, de gozo,
júbilo, esperanza; abriéndose las “Puertas del
perdón” en las catedrales, en los santuarios y
algunos otros lugares que los obispos determinen,
y donde igualmente puede ganarse la indulgencia.

Profesión de Fe: Profesar de manera consciente y


madura la Fe en Cristo, Hijo del Padre y dador del
Espíritu y en comunión con la Iglesia asumiendo
con el corazón el Credo; no rezado, sino como
expresión de mi fe y adhesión a Jesús.

Oración por el Papa: Pedir a Dios por el Papa y sus


intenciones y necesidades.

Casos especiales: Los enfermos e impedidos para


acercarse a los templos designados, pueden ganarla
desde su lecho o los encarcelados al entrar en su celda,
cumpliendo lo demás requisitos, una vez al día.

La Indulgencia se aplica a la persona que asume


este camino hacia el encuentro con Dios del Amor y sólo
puede ofrecerse como sufragio para los difuntos, pero no
puede ofrecerse por personas vivas.

75
Efecto de la Indulgencia:

La Indulgencia es la condonación, al pecador


convertido, de la pena temporal merecida por los
pecados que ya fueron perdonados en cuanto a la culpa,
por la obra salvadora de Jesús. Este perdón o
condonación lo ofrece la Iglesia, aplicando al pecador
convertido, la riqueza salvadora de Jesús, y de los que
unidos con él comparten su misión salvadora.

El Jubileo es un momento de gracia, en que este


tesoro infinito de salvación se ofrece a todos los pecadores,
para que alcancen su plena reconciliación con Dios.

Sal 98

76
LECTURAS COMPLEMENTARIAS

Papa Francisco: Bula Misericordiae Vultus

 Catecismo de la Iglesia Católica

Misericordia: 203-221
Ser misericordioso: 2443-2449

Sacramentos: 733-741; 1113-1130; 1210-


1212; 1420-1421; 1533-1535; 2040.

Bautismo: 1213-1274
Confirmación: 1285-1314
Eucaristía: 1322-1405
Reconciliación: 1422-1484
Unción: 1499-1525

María: 148-149; 484-507; 963-972, 2673-


2679

Indulgencias: 1032; 1471- 1479

 El Pontificio Consejo para la Promoción de la


Nueva Evangelización ha ofrecido una serie de volúmenes
que desde diversos puntos de vista, aportan elementos
para el Jubileo de la Misericordia, como subsidios
pastorales, que podrán ser de utilidad tanto para
profundizar personalmente, como para promover
encuentros, catequesis y para animar la oración personal
y comunitaria.

77
La colección Misericordiosos como el Padre - que
toma el título del lema del Jubileo - comprende ocho
volúmenes:
Celebrar la Misericordia
 Los Salmos de la Misericordia
 Las Parábolas de la Misericordia
 La Misericordia en los Padres de la Iglesia
 Los Santos en la Misericordia
 Los Papas y la Misericordia
Las obras de Misericordia corporales
y espirituales
 La Confesión, Sacramento de la Misericordia.

El volumen Celebrar la Misericordia ofrece


indicaciones para la celebración del Jubileo en las Iglesias
particulares, con los ritos específicos de apertura y
clausura de la Puerta de la Misericordia, aprobados por la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos.
San Pablo México, (Ed. Paulinas), los edita y
distribuye para México y Centroamérica.

 En línea puede verse una breve historia de los


Jubileos en: Catholic.net

78
LUGARES DE PUERTA DE LA MISERICORDIA
EN EL AÑO JUBILAR EXTRAORDINARIO,
DIÓCESIS DE PUEBLA, PARA GANAR LA INDULGENCIA

ZONA CENTRO
SANTUARIO DE LA IMAGEN DEL NIÑO DOCTOR
Parroquia de San Francisco de Asís
Avenida Morelos Norte N° 102, Tepeaca, Pue.
Tel. (01) 223 275 04 93
p.tepeaca@hotmail.com

CAPILLA DE NUESTRA SEÑORA DE DOLORES


Parroquia de San Juan Evangelista
16 De Septiembre N° 203, Centro, Acatzingo, Pue.
Tel. (01) 249 424 00 08

ZONA NORTE
EX CONVENTO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Parroquia de San Pedro Apóstol
Portal del Congreso N ° 1, Zacatlán, Pue.
Tel. (01) 797 975 02 11
sanpedrozacatlan@hotmail.com

SANTUARIO NTRA. SRA. DE GUADALUPE


Lateranense de San Pedro Apóstol
Verduzco N° 4, Zacapoaxtla, Pue.
Tel. (01) 233 314 24 18
latera_sanpedro@hotmail.com
79
ZONA ORIENTE
TEMPLO DEL PADRE JESÚS DE LAS TRES CAÍDAS
Parroquia de San Andrés Apóstol.
Callejón Izquierdo N° 4,
Chalchicomula de Sesma, Cd. Serdán, Pue.
Tel. (01) 245 452 01 47
fermone_7@yahoo.com.mx

TEMPLO PARROQUIAL DE EL DIVINO SALVADOR


Av. Ayuntamiento # 3, El Seco, Pue.
Tel. (01) 249 451 00 64
parroquiaelseco@hotmail.com

EL SEÑOR DE LA BUENA MUERTE


Casa Parroquial s/n, Texocuixpan, Pue.
Tel. (01) 797 975 58 36 y 797 975 58 37
parroquia.sbm_texo@yahoo.com

NTRA. SRA. DE GUADALUPE


2 Poniente N° 22 Centro, Guadalupe Victoria, Pue.
Tel. (01) 282 828 00 16
psantamariagpe@hotmail.com

ZONA PONIENTE
SANTUARIO DE NTRA. SRA. DE LOS REMEDIOS
Parroquia San Pedro Apóstol, Cholula, Pue.
7 Sur y 9 Pte. N° 220 Barrio de Xixintla,
Tel (01) 222 247 00 30 y 247 20 63
parroquiasanpedrocholula@gmail.com
80
ZONA SUR
PARROQUIA DE SAN AGUSTÍN OBISPO
Av. 5 de Mayo N° 1, Chiautla de Tapia, Pue.
Tel. (01) 275 431 20 19
s_agustin_chiautla@hotmail.com

PARROQUIA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN


Calle 5 de Mayo N° 28, Izúcar de Matamoros, Pue.
Tel. (01) 243 43 6 19 30
stodomingoparroquia@hotmail.com

ZONA URBANA
S.I. BASÍLICA CATEDRAL
5 Oriente N° 4 (centro), Puebla, Pue.
Tel. (01)-222-232 23 16 y 232 38 03
catedralpue@hotmail.com

SANTUARIO GUADALUPANO
Prolongación de la 16 Ote. S/N
Colonia El Porvenir (en los campos del Seminario
Palafoxiano, entrada frente a la Col. México 68),
Puebla, Pue.
Tel. (01) 222 234 18 13
http://www.santuarioguadalupanoarquidiocesis
puebla.org.mx

SANTUARIO DE LA DIVINA MISERICORDIA


Colonia Satélite Magisterial, Puebla, Pue.
Tel. (01) 222 235 15 91 y 236 35 36
81
ÍNDICE

Presentación ……………………………….............................................. 1
Introducción………………………………................................................ 6

I. Jesús, el rostro misericordioso del Padre …………... 13


II. Las Parábolas de la Misericordia. Lc 15 .................. 22
III. Vínculo dinámico entre los Sacramentos.
Bautismo, Eucaristía, Reconciliación y Unción … 29
IV. María, Madre de la Misericordia ………...................... 46
V. El Jubileo y la Indulgencia ……….................................... 58

Lecturas Complementarias ………......................................... 77


Lugares de Puerta de la Misericordia ……………................ 79

82

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