manos. Parece que fuera sólo ayer cuando corría sin importarme el destino, como en un sueño, el frescor de la vida me invadía Cómo escapar de la historia que relata este diario y que se desvela al final. Caminaba ayer por las calles de mi ciudad, caminaba atormentado bajo un sol que ponía en evidencia a este ángel caído. Cómo decirle al día que era inocente. Noches de sueños que truncan, un amanecer siempre, demasiado temprano. Amanece sin una excusa que me acompañe. Sé que he de asumir la huida. Me pregunto una y otra vez si será culpa mía o si esto que me embarga tiene una explicación racional. Cierro los ojos y llega la noche, las nueve y media y me siento a escribir una carta de despedida a mi prometida. Como contarle que deberé dejar mi país, como decirle que no se cuando volveré. Pero como situarme, como olvidar mi cabaña en una parcela de dos mil metros cuadrados, rodeada de árboles a orillas del río. Un sueño transformado en mi paraíso. Mis cuadros, mi gran cama y un compromiso matrimonial. Invadido por un proyecto que se viene abajo, un suceso de hechos que no termino de comprender. Parecía ayer cuando dirigía un concesionario Chrysler, un proyecto familiar que no terminó de asentarse, pues mi pequeño pueblo no pudo soportarlo. Como olvidar mi secretaria, Marcela, hija de un teniente coronel, que velaba los pasos de esa jovencita, y mi entrañable asistente Carlos. Detengo la carta y me doy una ducha, para comprender que no salió bien, como juzgar lo que llevo sin aprender. Tuve claro tras el fracaso comercial, que debía volver a empezar y lo había hecho de la mano de mi actual prometida y una coincidencia familiar, una propuesta en la que no había que dudar, comprar un barco, un barco que recorría mi ciudad. Tras conocer alcalde, concejales, contratar al personal, pagar un arriendo inicial y comisiones gracias a las buenas relaciones de mi entonces prometida, como amiga del edil, me hice cargo del barco, Paola había allanado toda dificultad. Pero había algo en mi cabeza que no dejaba de considerar. Una semana antes de que todo se desencadenara, mi prometida tuvo que viajar, cogió la ranchera que tuvimos que comprar, pues tenía algo privado que solucionar, encontrarse con un joven italiano, de conocida familia italiana, que formaba parte de su pasado, un joven escondido en Argentina, una relación que se remontaba a la relación con su padrastro, un tal bribón que me fue presentado como el mismísimo demonio, un narcotraficante holandés, que además protegía a ciertos individuos, y que sin querer, sin poder evitarlo, me la alejó en esta etapa donde se quema el pan, y se quemó. Ardió por los cuatro costados. Mi esfuerzo y compromisos financieros se me subieron al cuello. Sin poder recurrir en auxilio y sorprendido por los motivos que me daba mi ahora extraña compañera, tuve que tomar la decisión de volar. Ahora sin poder comprender, intento terminar la carta en cuestión, contar que dejo un proyecto turístico que me llevo en las espaldas, un pasaje de avión, una maleta y dos mil dólares como capital. Pero son mucho más las cosas que me dejo en esta tierra, mi pasado, mis amigos y mi familia. Como decirles adiós, como contarles que les voy a extrañar. Cuando partes te dejas la vida, te llevas las lágrimas y depositas toda la fe que tienes en volver. Si volver, esa será mi meta, poder reencontrarme con los aromas, los sabores y las risas perdidas. Conocía lo que es partir, había estado exiliado en Argentina cuando tuve doce años, huyendo del 11 de septiembre del 1973. Luego fui arrastrado por mi familia a España, para regresar seis años mas tarde. Había sido un exilio político. Ahora sería un exilio económico el que me arrancaría de mi tierra natal, Chile. Ese viaje al que muchos han tenido que acogerse intentando evitar el precio de la ley y conseguir recuperar la solvencia económica y no terminar detenido por delitos económicos. ¿O quizás había algo mas que desconocía que me dejó desolado y confundo? Había conocido algunos casos de amigos que fueron arrastrados por sus padres por ciertos fracasos económicos en sus actividades privadas, lo que los arrastro a viajar al extranjero. Yo no quiero arrastrar a nadie, será un viaje en silencio, una partida sin despedidas. Me encontraba alojando mi última noche en Santiago, intentando comprender, si esta era la decisión final, pero tenía comprados los pasajes, no había tiempo para pensar, la realidad se imponía, se imponía la distancia, el viaje al que no deseaba emprender. Pronto me encontré volando, destino España escala en Sao Paulo. En estado de shock, intentando dormir y planificar lo que no atinaba a comprender, fui sorprendido por la realidad que me saco de mi estado. Fue entonces que fui requerido en la puerta de mi avión para que pagase mi pasaje, pues mi banco, había rechazado el pago, o tendría que volver. Evidentemente ya había jugado mis cartas, así que no tuve más remedio, que entregar mis últimos recursos, que guardaba en mi tarjeta Master Card y continué mi viaje, confiado en que ya todo había pasado, pero en Londres fui nuevamente detenido, había trascendido mi incidente en Brasil y sin tener claro el motivo fui retenido, cacheado e interrogado por unas horas, tras las cuales finalmente tome el último avión a Málaga. Bien recibido pero sin dinero y descorazonado pedí un taxi que me llevaría a casa de mi madre, mujer a la que no veía desde hacia más de un año. Ahí, frente a su puerta, en una bonita urbanización en la que vivía desde hacía unos años, no terminaba de creerse los motivos de mi viaje. Por lo que con una tremenda sensación de soledad, inicié mi estancia. Conocía la zona, incluso tuve ocasión de hacer algunas amistades, de mi primer viaje, por lo que este sería un buen punto de partida en mi incipiente exilio. Pendiente de noticias por una posible solución legal fueron pasando las semanas, sin encontrar una opción laboral. Sin poseer documentación para residir ni trabajar y en un país, que además estaba sufriendo los efectos de una recesión económica, intente buscar otra opción en Europa Tenía familia en Alemania, quizás ahi podría encontrar una opción, por lo que partí rumbo a Bielefeld. Volví a coger mi maleta, mi traje de Dior y a las pocas horas, me encontré en haciendo escala en Paris. Un espectáculo magnifico de cómo deben ser las ciudades. Me sentí rejuvenecer. Metros, avenidas, hoteles y el encanto de la ciudad mujer. Intente quedarme pero todo era carísimo, así que esa noche embarque en un tren rumbo Alemania, utilizando mi Euro tren, que había adquirido antes de partir, y a la mañana siguiente me encontré en Bielefeld, una ciudad interior alemana. Fui recibido por mi hermano. Que alegría verle aparecer, alegre como siempre. Tras un fuerte abrazo nos encaminamos a su casa, pues tenía un apartamento en una strase alemana. Nuestras primeras horas de esa noche, la pasamos conversando y observando un cometa desde la terraza de su edificio, contemplando el firmamento y exprimiendo nuestros recuerdos. Y pasaron mis primeras horas en este país, en lo que fue como una bocanada de aire, pues estaba desecho. Mi hermano a diferencia mía, tenía la nacionalidad española, lo que le había permitido integrarse bien. No tenía nada que esconder. Trabajaba como actor en un antiguo teatro, siempre sobre la tablas me dio la ocasión de conocer una realidad que no conocía, además de pasear una ciudad, en la que a los pocos día comprobé que mi camino, corría de la mano de los extranjeros indocumentados, corría de la mano de la vida de los turcos, marginados sin opción a su integración, por lo que decidí quedarme el tiempo necesario para recuperarme de una fractura que tenía en un píe, darme el tiempo para ver si existía una opción que pudiera evaluar, en estas tierras que eran parte de mis orígenes. País de gentes amables, liberales, donde lo más importante era su comportamiento como pueblo, lleno de tradiciones y locomotora de Europa, invadido por extranjeros pero que estaba implicados en la reunificación alemana, por lo que no había mucho espacio para pensar en instalarse. Requeriría tiempo, dinero y mi objetivo era regresar. No tenía seguridad social, ni prestaciones sociales a las que acogerme, y tardaría meses en aprender a defenderme con el idioma, por lo que opte por regresar a Málaga. Era conciente que contaba con el idioma y el clima era perfecto. Debía adecuarme a esa realidad. Mi hermano dedicado en vida a su actividad de actor teatral, me facilito todos sus recursos para hacer de mi estancia, una estancia inolvidable. Compartimos infinidad de momentos que no se borran de la memoria Finalmente en esa pequeña estación de ferrocarriles, tomé un tren destino a mi exilio, Málaga, atravesando paisajes suizos, para luego recorrer toda la costa francesa, hasta llegar a Barcelona, donde había vivido seis años en mi juventud. Una ciudad de servicios e industria, una ciudad multicultural, donde tenía algunos amigos. ¿Como intentar conquistarla? No me quedó más remedio que continuar mi viaje hasta llegar a lo que se conoce como la Costa del Sol. Una localidad situada entre Torremolinos y Marbella, Benalmádena que en castellano quiere decir, hijo de las minas. Un sitio turístico, invadido por hoteles, restaurantes, bañados por una cuidada playa. Mi mercado laboral tendría que ser el español, pero en esta zona si no hablas ingles estás perdido, y mí ingles era muy elemental, no manejaba ningún idioma, por lo que decidí buscar trabajo en la capital. Málaga sería mi destino, donde pronto encontré un trabajo de teleoperador, por lo que por un tiempo me aboqué a vender publicidad radial por teléfono. Un trabajo que me permitió obtener mis primeros ingresos. Me trasladaba todos los días en tren, hasta que hice cierta amistad con un compañero de trabajo, con el que nos propusimos independizarnos y montar nuestra propia oficina. Compramos el mobiliario, contratamos las líneas telefónicas y comenzamos nuestra andadura. Contratamos la publicidad con una emisora nueva y todo pareció estar en bien, hasta que las relaciones entre mis socios capitalistas se estropearon. La verdad es que uno de ellos dio muchos problemas y la situación nos obligo a cerrar la oficina a los cuatro meses. Un desastre. No era posible cambiar al personal, el trabajo de los promotores, que éramos tres y una asalariada, no era suficiente para defendernos, de los voraces intereses de nuestra socia y su familia, que nos absorbió, sin darnos cuenta.
Capitulo dos
Con la dificultad para encontrar
empleo, surgió la idea de intentar conquistar mi antigua ciudad, donde había vivido en mi juventud Por lo que con mis ahorros conseguidos, compre un billete de autobús y partí a Barcelona. La llegada fue complicada, pues al llegar cierto número de pasajeros fuimos registrados, ya que por autobús, suelen ingresar droga. Por lo que después de abrir maletas y ser interrogamos, localice un hostal en el casco antiguo. Hostal Princesa, en la calle Princesa. Un una habitación minúscula y un baño a compartir, fue mi residencia por unos días. Mi primera noche sin dormir, pues los ronquidos de mi vecino, lo hicieron imposible. Termine caminando por el casco histórico, sobrecogido por su magnifico de estilo gótico. No podía quedarme quieto. Así que contacte con un viejo amigo, con quien fui introducido en la Barcelona de hoy. Recordando los buenos momentos de una larga amistad, Alberto me confirmo que había viajado en una mala época. Gabriel, che te digo que, no pillaras trabajo, me decía mi amigo de juventud. La recesión y mi falta de documentos serían mi principal inconveniente, por lo que me ofreció un alojamiento transitorio para facilitarme mi integración. Una casa ubicada en Corbera, una gran propiedad familiar, ubicada en una localidad a los alrededores de la ciudad. Una casa que había sido un regimiento en la guerra civil española, todo un caserón de más de dos mil metros cuadrados y cincuenta mil metros de parque. La casa, dividida en varias estancias, la mía, conformada por una gran habitación con una enorme chimenea, un comedor con barra de bar incorporada y una sala donde había una mesa de billar. Entre las curiosidades de la finca, estaba una ermita, que era visitada permanentemente por los devotos de la zona. Antiguamente había sido una batería antiaérea, una construcción de piedras, que transformo los restos de la batería en un santuario. Mientras estuve alojado conté con la compañía de Matrero, un perro que se las ingeniaba para entrar por las noches hasta mi dormitorio, haciéndome compañía hasta el amanecer. Matrero fue un compañero en mis habituales caminatas o en mis salidas deportivas. Siempre atento al camino. Junto a matrero y a Ben, un caballo, que estaba ciego y envejecido, eran los únicos que me solían esperar, cuando regresaba de Barcelona, pues sabían que podrían recibir a cambio un trozo de pan fresco o alguna manzana. Por lo que mi estancia se transformo en una especie de retiro, interrumpido por la fugaz compañía de el hermano mayor de Alberto, quien facilito mi único intento laboral, que consistió en viajar a Barcelona para intentar vender unas agendas ecológicas, que diseño un vecino, que venía a hacer uso del ordenados que le facilitaba el. El resto del tiempo lo pase paseando los perros, cuidando del caballo, corriendo, estudiando o leyendo. Pasaron meses y se caía ya el invierno, y al no ver una opción que me permitiese instalarme en la ciudad, contacte con una amiga. Vera, delgada y no muy alta, ilusionada con mi llamado, me dejo comprometido para hacerle una visita. Vivía sola en un piso de dos dormitorios, y trabajaba como enfermera. Independiente, culta y bastante viajada, casi me obligo a tomar la decisión de dejar la confortable casa de Corbera, por la habitación disponible en su casa, por lo que dada mis pocas posibilidades, acepte su gentil invitación. Nunca había conversado tanto, pasábamos todo el día y las noches juntos, incluso llego a ofrecerse a casarse conmigo para solicitar la residencia por matrimonio. Pasaban los días y mí querida amiga se sentía cada vez más encariñada conmigo, lo que me empezó a preocuparme, ya que mi interés en casarme con ella era solo por mi nacionalidad. Me sentí prisionero de mis necesidades. Mi corazón aun pertenecía a mi prometida. Paola. Discutimos, no aceptaba mis condiciones y esa tarde salí de paseo, tuve deseos de regresar a Corbera, y aprovechar de averiguar si mi padre había pasado por la ciudad, pues sabía que tenía pensado venir, para un chequeo con el oftalmólogo. Visite el antiguo hospital donde había trabajado, pero me contaron que no sabían nada de el. Esa noche no dormiría en casa de Vera, no quería caer en la dinámica de una relación forzada. Vera, debo regresar a Corbera, no puedo seguir aislado aquí. Si, lo entiendo pero tu veras. De camino a Corbera, perdí el último autobús, por lo que no me quedo más remedio que aguantar la noche. Pero esa noche hizo mucho frío. Cuando dieron las dos de la madrugada, opte por refugiarme en la sala de espera del hospital que había visitado en la mañana. Me reconocieron y con gran sorpresa y alivio, me dieron a entender, que mi padre había pasado durante el día, pero que por las emociones, le había dado un ataque al corazón y estaba Hospitalizado en el Hospital Puerta del Mar. No os imagináis la sorpresa cuando me vio aparecer por su habitación ¿Pero que haces aquí? me decía. No puedo dejar de sorprenderme por mi gran coincidencia. Dedique unos días a visitarlo y a acompañarlo hasta que finalmente cogió un tren destino Málaga Había sido un falso diagnostico, una angina de pecho, por lo que todo quedó en un susto y una grata sorpresa. Regrese a casa de mi decidida amiga para pensar lo que haría. Me encontraba otra vez en las mismas, deseaba escapar, olvidar lo que me estaba pasando. Sin ser conciente de lo que me tenía tan desorientado, sin una explicación a las causas de mi desazón que me estaba acompañando en este viaje, bastante confundido y algo perdido, decidí huir. Utilizar el saldo que me quedaba de mi pasaje que me trajo aquí. Había sido pagado y las millas de regreso estaban disponibles, por lo que en mi desesperación, casi como un acto de locura, me acerque al aeropuerto y compre el primer billete a Madrid, Quise escapar a México, intentar estar cerca de casa, borrar el océano que me separaba, la frontera donde el camino terminaba, pero sin visado y sin haberlo planificado, en mi desesperación cogí el primer avión que aceptara el endoso del billete y Egipto, fue el destino escala en Mallorca. Vía Spaner, en el vuelo FJK 666, para mi desazón
Pase tres día de turista, visitando la
ciudad entera, pero era tal mi desconsuelo que no podía guardar un solo recuerdo placentero, estaba absolutamente invadido por la desesperación. No soportaba la realidad, tal fue mi deseo de escapar, que al tercer día me encontré sobrevolando el Cairo. Pensé que podría estar volviéndome loco. Daba vueltas por una ciudad enorme y caótica y no terminaba de entender que estaba haciendo. ¿Que me tenia prisionero? ¿Qué ceguera me invadía? ¿Tan grande era el dolor? Decidí regresar inmediatamente. Vera nunca me creyó. Como podía haberme escapado y no haber ido con ella a su paraíso preferido. Revisó mis sellos del pasaporte, me interrogo y cayó. Ella sabía que no tenía mas remedio que asumir la realidad, el no poder regresar de mi exilio, por mucho que me doliera. Creo que fue mi último acto de rebeldía vital. Ahora en Barcelona, después de pasar unos días con mi entusiasta amiga, y tras confirmarle que no era sensato casarse si habían sentimientos de por medio, partí a Málaga. Capitulo tres
Parecía que este era el camino que me
impondría la vida, un verdadero exilio. Era finales de invierno y el clima era perfecto, cualquiera que conozca la Costa del Sol, sabe a lo que me refiero. La urbanización contaba con jardines, una piscina preciosa y buenos vecinos. Disfruté unos meses de esta estancia forzada, aproveche de hacer deporte y relajarme, pero no soportaba la inactividad, debía activarme, por lo que me puse en campaña y me dedique a buscar trabajo en la zona. Pronto di con una empresa de multipropiedad. Conseguí un trabajo de teleoperador, era a lo que podían aspirar los extranjeros, teleoperadores de tele marketing, en una compañía de multipropiedad, el peldaño más bajo según me lo advirtieron. Realmente no sabía nada del tema, pero a los pocos meses me transforme en un buen vendedor y entre a formar parte del equipo de venta. Es difícil poder explicar lo que es vender con este sistema. Te sientan una familia, que es recogida en la calle, con la condición de aguantar una charla de noventa minutos, a cambio de un regalo, los que deben transformarse en al menos tres horas, para conseguir una venta. Para tales efectos me pusieron a disposición todas las comodidades para que pudiese estar concentrado. Entre todo ello departamento un, que me permitió tener cierta independencia.
Tuve que compartir el cuarto con un
vendedor profesional. Un hombre madrileño de una gran simpatía, de unos cincuenta años, un hombre adicto al vino tinto, quien se transformó en un gran compañero. Pues hizo soportable una estancia en esta empresa, que coloquialmente la llamaban la multi, un sub mundo en el que se refugian personas que lo han perdido todo, o inocentes que no tardan en abandonar este trabajo, por la informalidad que conlleva. Una vida inestable y llena de vicio, vicios que llegue a compartir, en la compañía de amigos más que compañeros de trabajo. Una época en la que sólo fui interrumpida emocionalmente, por la compañía de una compañera de trabajo. Vanesa, alta, rubia, que vivía en uno de los apartamentos de la empresa, que compartía con una chica francesa. Me di cuenta que el pasado con Paola había quedado en el olvido, me sentí nuevamente enamorado. Pero no sería yo la foto de mi amor platónico, sería una visita sorpresa, que entro por la puerta mientras conversaba con Cristina, su compañera de piso. Fue saludarla y verla perderse en su dormitorio, con un joven policía local. Solo me quedo el terminar con la botella de alcohol que tuve más a mano, como evitar soportar el dolor, pero no basto solo eso, Cristina, su mejor amiga, esa noche y en la habitación de al lado, fue algo así como amor a la francesa y olvidar, si olvidar. Luego Vanessa en su salón, recuerdo que sello su acto con un ¿Y yo como me sacaba los mocos? Yo no hice lo mismo, pero fue recriminado por mis compañeras, y me di cuenta que algo no funcionaba bien. Me centre solo en mi trabajo pero algo tampoco funcionaba bien. Tenía recuerdos de cuando fui vendedor en Barcelona en mis años de adolecente, fui considerado un joven con muchas posibilidades, disfrutaba el contacto, la satisfacción por la venta lograda, el reconocimiento, una experiencia que ahora años más tarde no conseguía disfrutar, el contacto con las personas ya no era agradable. Y voló el tiempo y desaparecían las opciones de encontrar algo donde sentirme más cómodo, hasta que como agua de mayo, al cabo de dos años de estar de vendedor, el gobierno aplico una regularización de inmigrantes y pude presentar mi solicitud de residencia, lo que me abrió nuevas expectativas, o eso creí, por lo que decidí buscar nuevamente trabajo en Málaga. La antigua Málaga musulmana. Capitulo cuatro
Estar en esta ciudad es como viajar en
el tiempo, vieja y bastante triste, de gentes simples, pero acogedoras, una mezcla de sangre musulmana, gitana y española. Fue en este entorno que tuve mi primera entrevista de trabajo. Una agencia inmobiliaria. Un grupo inmobiliario que tenía tres sucursales. El dueño, un hombre malagueño, de buen trato y simpático, conocía muy bien el negocio, por lo que tras una entrevista, me propuso empezar como vendedor. No conocía las barriadas ni las calles, así que tuve que esforzarme, dedicándome a poner en práctica lo que creí que era necesario. Dedicación que sería recompensada, pues me propusieron hacerme cargo de la gerencia de una de las sucursales, lo que me pareció un milagro. Debía recuperar el tiempo perdido, mis intentos por lograr algo de estabilidad. Me pusieron un buen sueldo, después de haber estado cobrando miserias y fui a visitar mi sucursal. Llevaban meses sin vender y tenía un aspecto lamentable y el entorno daba miedo. Mi primera medida, pintar la oficina, cambiar la iluminación, redecorarla y cambiar los exhibidores. Le prometí a mi vendedor, que le haría ganar dinero, y gano dinero, a los siete meses de estar a cargo de la sucursal, llegamos a tener un nivel de reservas, que logró desmoralizar a los gerentes de las otras oficinas. Fuimos muy eficientes Pero había un problema, mi contrato reflejaba solo dos horas de trabajo a la semana y además era mensual. Abuso laboral y ruina financiera. Se terminaba el sueño, no podía pedir crédito ni para comprarme una lavadora. Un buen trabajo, un buen cargo, pero sin capacidad de financiamiento. Por ese entonces había alquilado un departamento en la ciudad, un piso sin amoblar, un ático aguardillado, que tarde tres meses en conseguirlo. Una maravilla de piso en el casco histórico, pero no tenía ni para equiparlo y la situación se hacia permanente. Que gran dilema. Pedí asesoramiento y me recomendaron que pusiese una demanda en la inspección de trabajo, que puse muy a mi pesar. Me aseguraron que tenían que hacerme un contrato en condiciones, pues tenía documentos que me lo garantizaban, según sus palabras. A las tres semanas, fui llamado por el dueño, quien se enteró antes que yo del proceso en curso. Discutimos y tras terminar la reunión, cerró mi sucursal, dándome a entender, que estaba despedido. Dos semanas más tarde, me llego una carta de la inspección, donde decían que el proceso se suspendía y que si me parecía pertinente, pusiese una denuncia en la comisaría. Me sentí absolutamente desolado, sin trabajo y sin prestación de ninguna clase y mirando las paredes.
Mi único motivo de alegría me lo
proporciono María, una clienta, que encantada por mi supuesto trato, se ganó mi atención, y ahora que tuve tiempo, compartí durante unas semanas una relación de pasión. No superaba los veintiséis, de piel blanca y teñida de rubio, llevaba varios años casada, pero encontró en mí un motivo para serle infiel a su realidad. Risueña y juvenil, tenía la afición de escribir relatos eróticos, un punto de partida donde se harían realidad todas mis fantasías. María quería más, pero comprendió que no podría retenerme, por lo que se despidió escribiendo una dedicatoria en un libro que me regaló, poniendo que aunque el mundo se destruya, siempre seria mía, Maireta. Pasaron las semanas y mi desesperación se hacía presente, por lo que contacte con mis antiguos amigos de la multipropiedad y di con, un búlgaro, que tenía una actividad laboral, que rallaba en lo ilegal. Dedicado al tráfico de todo tipo, estaba intentando formalizar una oficina de reventa de mutipropiedad. Había quedado muy desilusionado con mi experiencia en la inmobiliaria, por lo que acepté hacerme cargo de una oficina, quizás lo más inmoral que hay en el sector, pero necesitaba dinero. Una experiencia que no dio frutos, era tan informal que solo tardó dos meses en cerrar la oficina. Por esas fechas, estaban por cumplirse los cinco años a que estaba obligado a estar fuera del país, por lo que contacte con un hermano, quien me comunico que la ley había cambiado. Tenía que prepararme para estar cinco años más. Deje de pensar en volver, los cinco años transcurridos habían sido largos y no podía permitirme seguir pensando en regresar. Mi condena se transformo en una sentencia permanente, era lo que había que asumir. Pero lo siguientes sucesos, dejarían atrás toda preocupación por regresar, los siguientes sucesos, era la vida que se apoderaría de mí con un fin por develar. Una noche, sin rumbo fijo, salí a dar una vuelta, un paseo inocente. El mismo destino, como pago del cielo se mostró esa misma noche, en una foto de otro mundo, en una oscura esquina. Rodeadas de putas negras, sentadas en la calle más triste, se presentaron ante mí, sin haberse insinuado, la soledad y la pobreza. Tan bien pintada, tan grande el misterio, que me lo llevé a casa. Delgadas, delegadas como en pasarelas, blancas, muy blancas, de pantalones blancos y celestes y tacones altos. Dos rubias, en cuclillas en esa esquina, vestidas como princesas que se esconden, se mostraban ante mí, vestidas con sus peores ropas. Era más soportable, que lo que el mundo me mostraba. Donde situarse, ¿quien era el dueño de mi sueño? Algo en mi se conmovió, decidí cobijar a estas dos chicas de la vida de la calle, en la medida que mis posibilidades me lo permitían. Casi no hablaban español y tenían la rutina de dormir, todo el día, despertando a las ocho, para consumir su dosis de heroína, y se preparaban para irse a trabajar toda la noche, en el centro de la ciudad. Se vestían, se pintaban, reían y se despedían con un beso. Cuando llegaban por la mañana, intentábamos pasar un rato juntos, conversando en el salón, mientras Sasha con una aguja y Julieta con sus uñas, cuidaban mi espalda. Una conversación que implicaba el soportar el dolor que conllevaba el tratamiento de limpieza. Soportaba esas inolvidables sesiones, las que fueron responsables de una profunda amistad y complicidad, que incluso llego a la confianza de tener relaciones, quizás entendidas como tributo al cobijo prestado. Pero no podía permitir que mi casa se transformara en una casa de putas. Les di la oportunidad de quedarse, pero con la condición de que pagaran su estancia, para ello cada mañana deberían pagarme el alquiler diario. Por un tiempo todo siguió un curso normal, se empeñaban en tener una buena relación conmigo. Tanta fue mí implicación, que una mañana, crucé la barrera de su adición y me pinché por primera vez una dosis de heroína.
No quiero inducir a nadie a que la
pruebe, pero es una sensación absolutamente placentera, tanto que sustituye el deseo sexual, la comida y cualquier otro placer. Pero por alguna razón procure consumir en muy pequeñas dosis, la justa para sentir esa sensación, ese calor que te recorría todo el cuerpo. No era esta mi aspiración. Sasha y Julieta, me repetían continuamente que eran drogadictas, no putas, quizás zorras, lo que llegué a comprender, pero no a entender, yo no quise entrar en esa dinámica existencial. Era el camino que habían elegido tomar para esconder su pobreza. Pero sin darme cuenta, me transforme un poco en lo que ellas eran. Había bajado de peso, y me transforme en un protector de la noche, paseando por las calles donde trabajaban. Mis únicos ingresos los conseguía trabajando de peón el la obra, en la empresa de un hermano, quien había tomado la decisión de establecerse en la costa desde que regreso de Alemania hacía un tiempo, lo que me permitía comprar la poca comida que consumíamos. Mi entorno me percibió como lo que estaba aparentando y no fue agradable. De nada valía mi interés en terminar con esta situación que se me había escapado de las manos. No deseaba seguir así, pero si antes fue difícil, ahora era prácticamente imposible salir de esto. Mis queridas compañeras de piso, me hacían compañía en una casa que se desmoronaba. Creo que secretamente trataban de experimentar con mi inocente modo de tratarlas. Recuerdo una noche que se empeñaron en demostrar su conocimiento del ser humano, me llevaron al cuarto de baño, desnudándome, empezando Sasha a masturbarme con su boca, mientras Julieta me besaba en la boca. Yo sorprendido trate de disfrutar de mi increíble experiencia, Veía y sentía las motivaciones carnales de mis dos amantes, pero las reconocía mas como juegos, que pasiones carnales, que nunca fueron la motivación, en esta casa. Las dos semi desnudas como siempre que estaban en la casa, me decían que yo tendría que saberlo todo, ellas lo guardaron todo. Pero no fue todo sexo, la base de nuestra amistad, fue el entendimiento del mutuo dolor, del respeto y la lealtad que conseguimos, puesta a prueba una mañana que fui detenido por la policía. Me habían puesto una denuncia unos vecinos, que no conocía, que creyendo que en casa de drogadictos se escondían los delincuentes que ella vio en su cabeza, o quizás la venganza soterrada de una cuñada, que tenía una amiga, en el mismo bloque, me obligo a dejar una nota de una posible condena y sin saber si regresaría, escribí, “puede que no regrese”. A las dos horas, tras mi liberación, me encontré a mi Julieta en la cocina sangrando por la nariz, producto de una sobredosis de heroína.
Como testigo del dolor y del
sufrimiento al que un par de jóvenes fueron expuestas, fui arrastrado meses y meses hasta cumplir casi dos años viviendo juntos, hasta que las dos dejaron mi casa, como siempre, de forma brutal, Sasha siendo detenida y repatriada a su país a los trece meses y Julieta la chica que lo sabía todo, tras ser detenida en dos ocasiones, encontró una salida de este mundo, si se puede decir así. Me quede solo. Las paredes desnudas y lleno de recuerdos y dolores ajenos, que en último termino fueron mis dolores, dolores que me estimularon a redecorar mi casa. La pinte, llene una pared de fotos que me recordaban dónde estaba, para sostener la sombra que me guiaba, la cual ya era solo un espejismo.
Tuve que recurrir a los servicios
sociales y empecé a comer en un comedor público No tenía ni dinero para pagar el alquiler ni la luz, por lo que mi vida tomo un rumbo de total decadencia, por lo que el comedor de Santo domingo, una casa de dos plantar, regida por una mujer que daba de comer a inmigrantes e indigentes, gentes sin recursos, especialmente, negros, musulmanes junto a argentinos, rusos, ecuatorianos, que fue mi salvación. Teníamos que ir a desayunar a las nueve para que nos dieran un número para comer, por lo que me veía obligado a ir dos veces al día. La comida era servida en unas bandejas metálicas, donde ponían una ensalada, pescado, paella, cocido malagueño o lentejas, repitiendo el menú semana tras semana. Sentados de a cuatro compartíamos, una comida sencilla pero que era preparada con mucho esmero, por un grupo de mujeres que eran voluntarias en el comedor. Al retirarnos, nos daban una manzana y un bocadillo, en una bolsa blanca. Una para cristianos y otra para musulmanes. Así aguantábamos el hambre hasta el día siguiente. Caminaba desde el comedor con mi bolsa blanca en las manos con mi bocadillo y la manzana, dirección a la biblioteca, donde coincidía con otros extranjeros. Podíamos refugiarnos de la calle, aprovechar de leer los periódicos, estudiar, leer un libro, ver algún documental o ver películas, además de navegar por Internet media hora todos los días. Solo teníamos que llegar temprano pues era muy alta la demanda para todo, por lo que después de comer coincida con mis compañeros de comida en esa biblioteca. Fue delante de un ordenador que conocí a Chamil, un joven ruso poco acostumbrado a esperar por decir algo. Presionando e insistiendo que era su turno en internet, y ante mi negativa, solo pudo soltar un, que en su casa estaría muerto. Un mal panorama que tuve que soportar, hasta terminar. No le di mayor importancia, pero me lo crucé unos días mas tarde, cuando pasó junto a mi casa comiendo un helado. Me saludó amistosamente y terminamos conversando en mi asolado departamento. Resulto que era un joven bastante educado, aficionado a tocar la guitarra y profesor de educación física. Estaba acostumbrado a invitar a gente que conocía. Recuerdo a un joven argentino, que era dentista, coincidimos comprando hachís en una plaza preciosa en el centro, la plaza de la mierda la llamaban, solía haber pequeños traficantes marroquíes. Fuimos a mi casa y tras conversar animadamente, mi visita se extrañaba de mi situación, no la comprendía, solo atino a decirme que parecía un Ferrari, un Ferrari de último diseño, pero que andaba como un seiscientos. Que sabias palabras la de mi fugaz visita. ¿Que sería tan evidente que no llegué a comprender? Cero con Chamíl era distinto, no tenía mucho que decir. Se vino a vivir al departamento, se lo ofrecí como una opción transitoria, pues necesitaba un sitio donde poner sus maletas y su guitarra. Se transformo en un buen compañero de piso, alegre y simpático, pero el ser más peligroso que había conocido. Se aparecía y desparecía como fantasma, pero, se esforzó en pagar su estancia, transmitiéndome una serie de conocimientos para defenderse en esta ciudad. Servicios públicos que yo desconocía, además de alegrar la casa con su guitarra. Venía como refugiado en político desde Francia, tras ser soldado en Chechenia. Chamil Varchef. Joven y con a un cuerpo esculpido en el cielo, pero que carecía de documentación legal para trabajar, por lo que intentaba ganarse unos euros, traduciendo del ruso al español o al inglés, utilizando el ordenador de la biblioteca, todo el día, incordiando a los usuarios para quitarles el lugar y terminar su trabajo. Afortunadamente, sabía defenderse, incluso en casa en una ocasión se enfrento a un joven mexicano de muy finos modales, que tenía un corazón de un toro, pero que siempre sintió la necesidad de enfrentarse a su rival. Orgulloso, además de genial pintor, dejó una tarde de ferias las paredes del rellano de la segunda planta regadas de su sangre a manos de Chamil. Fue en nuestras salidas por la ciudad, que conocimos un montón de jóvenes extranjeros, principalmente en la Casa del Transeúnte como la llaman, un edificio de tres plantas, que acoge a todo tipo de individuos, que por alguna razón caen en Málaga y quedan a merced de la intemperie. Les dan alojamiento gratuito y comida. Un sitio tan violento que requiere de la constante vigilancia de la policía. Recuerdo que a los dos nos marcaron la cara a golpes de gitanos viejos y malos, de esos que se esconden como minas anti personas. El luego me conto que no había quedado nadie vivo o que les había pegado a todos con mi palo de Jockey. La Casa del Transeúnte Fue la solución a los días domingos, pues en el comedor de Santo Domingo, solo atendían de lunes a sábados. Un gran comedor, atendidos directamente por los cocineros, que satisfacían nuestra hambre con unos excelentes menús. El domingo por la tarde recorríamos un mercadillo, en que al terminar podías encontrar tal cantidad de cosas, que en pocas semanas terminamos de redecorar el piso. Trajimos una enorme cantidad de libros, antigüedades, muebles y curiosidades que intercambiaba con el una vez llegábamos. Finalmente con dos dormitorios con camas matrimoniales, alfombras y una Jaima en mi cuarto, tuve una agradable sensación de lejanía, de los años compartidos con Sasha y Julieta. Solo un recuerdo pegado en la puerta de mi habitación, un póster de una película, que aparentaba no decir nada. Y tomé la decisión de terminar con todo, pasaban y pasaban los meses y todos seguíamos la misma rutina Jóvenes sin ningún respeto por el futuro, como asumiendo que era la situación que había vivir. El castillo estaba cerrado y parecía que no había más que resignarse. Y no estaba dispuesto a permitirlo. Como primera medida, me deshice de todos mis amigos, tenía la casa invadida de gentes que se acercaban al único refugio que tenían. Fue una decisión difícil pero era necesario. Se fueron todos, menos mi amigo el ruso, se resistió como pudo ante mi desesperación. Me empeñaba en explicarle lo que era la propiedad privada. Tanta fue su resistencia a volver a la Casa del Transeúnte, que vino una tarde y me dijo que entendía mi postura, pero al salir del piso, evidenció en mi, que el rellano de la casa no era mío, por lo que a partir de ahora, sería su territorio. Increíble, pero acepte sus condiciones. Durmió sobre una cama de cartones, durante siete meses en la puerta de mi casa, entrando a casa, solo para utilizar el baño, tras los cuales conoció a una chica Ucraniana, que venía escapando de la pobreza de su país. Una chica profesional, que había caído en las mafias de las mujeres de su país, que las hacen firmar contratos abusivos para residir en España, por lo que Chamil me propuso que los alojara unas semanas, antes de que se marcharan al norte. Tras mi definitiva libertad, me centré en escribir un relato de lo vivido, Con una maquina de escribir que recogí en una calle, algo de papel y las velas conseguidas en la Cofradía de la Buena Muerte, pasaba mis horas golpeando la maquina, con la compañía de una botella de vino, hasta que fueron pasando los folios y me di cuenta que este viaje que había surgido como un exilio económico, viaje que me estaba trasformado, como si la vida se hubiese propuesto, abrirme al mundo que siempre trate de evitar. El mundo de la pobreza, del dolor, de la calle y tuve esa sensación que me dejó leer los viajes de Sinbad el marino, sentía que estaba atesorado tantas cosas, que debía regresar, pero me sentía muy lejos, lejos de mi pasado, escribiendo como un loco. Fue entonces que apareció mi familia, asustados y desolados. Sin saberlo habían averiguado mi rutina diaria, averiguando donde comía y cuales eran mis horarios. Desesperados, creyendo que había perdido la razón, pusieron un plan en marcha, que se topo conmigo una mañana en el comedor de Santo Domingo. Cuando al coger mi bocadillo, la manzana y bajar las escaleras para realizar el trámite en la recepción, fui detenido por o policías, un médico y dos enfermeros, los que me enseñaron una orden de arresto. Fui introducido en una ambulancia y llevado a un hospital, para ser evaluado psiquiátricamente. No podía entenderlo, no estaba loco. Regrese a mi casa a los pocos días, a mi universo de esta pena de extrañamiento, a la que estaba condenado, confiando en salir de esta situación por una nueva opción que me plantearon. Tuve que visitar al psiquiatra que me atendió, quien sabía de mi falta de recursos y mi distanciamiento con la poca familia que tenía en este rincón del mundo y Aquí escribo mis primeras letras, las de vuestras conciencias, pues hay de Gabriel, inocente de su ceguera divina, fue una vez más obligado a ser testigo mío, de la ceguera social, el germen del pecado más grande. Pero a esta me referiré más delante en esta incipiente procesión. El médico un hombre bonachón, acostumbrado a tratar con casos complicados, me planteo una opción. Tenía un paciente, un profesor de música, que vivía solo y que andaba buscando un compañero de piso para hacerle compañía. El piso era un piso tutelado por una fundación y como en este momento estaba bajo supervisión psiquiatrita obligatoria, podría intentar presentar mi solicitud para hacerle de compañía a este joven. Como compensación no tendría que pagar los gastos de vivienda, solo costear mi comida. Era una puerta que se presento después de meses de abandono social, una misteriosa puerta. Regrese a mi casa, contento por haber encontrado una opción que rompía con esta situación que se hacía permanente, una casa sin luz, sin poder pagar el alquiler y comiendo en la calle. Decidí entonces tirar todas las cosas acumuladas en mis años de estancia en este ático, borrar toda marca, taparlas con pintura blanca, sustituir un par de puertas y reponer unos cristales rotos, para que cuando cerrara la puerta no quedase ninguna huella de mi paso, ninguna marca de todas las cosas vividas, por lo que por unos días el tiempo se detuvo y sentí que mi viaje, ahora no dependería de mí, que mis blancas habitaciones perfumadas a pintura, serían las testigos de la verdadera vida. Estaba entrando viento en el sistema que me había rechazado, sentí que el tiempo pasado no seria reconocido y miré mis ventanas reparadas y sentí que el paso de estos últimos dos años habían borrado también mi dolor. Quizás si mi vida sufría de algún tipo de locura, la veía todos los días en mis ojos, en mis sentidos y al partir en esta, mi siguiente etapa, de la mano de la locura impuesta, no me daba miedo. Así empezó mi nueva andadura, de la mano de mi nuevo compañero de piso, José Manuel, profesor de clarinete. Un joven al que me sacaba cuatro días, pero que su enfermedad lo había devorado. Paciente, diagnosticada en su juventud, de un trastorno de personalidad, que se cebo en su adultez. Tenía una buena renta y en general se manejaba bien. Lentamente realizaba su rutina, de la mano de la mayor de las atenciones y disposición para que mi estancia estuviese fuera de cualquier detalle, que no fuese su deseo propio. Pero bajo esta mirada se escondía su realidad, una realidad que le hacía imposible entablar cualquier relación personal, pues carecía de cualquier hábito de higiene y nada se resistía ante la invasión del caos y el desorden. Pensé que me volvería loco, pero sin darme cuenta empecé a jugar un papel en su rehabilitación que no pude rehusar, era tal el abandono al que este joven estaba expuesto, que me propuse ayudarlo. Por otra parte no disponía de recursos para otra actividad, por lo que me dedique por entero a transformar a un ser que andaba en ropa interior, con una pipa en la boca, tirando la ceniza en el suelo, descalzo y si afeitar. La rutina y el compromiso fueron mis aliados. El, conciente de sus limitaciones, acepto mi rol y empezaron a pasar los meses en una casa que estaba invadida por el abandono, en una situación donde no había ninguna señal a la que sujetarse. Y pasaron seis meses, paso un año y encontré mis primeros resultados a mi gentil labor, solo compensada por el cariño que demostraba mi renovado compañero de piso. Con resistencia, de no muy buen humor, aceptaba la rutina de ducharse cada dos días, vestirse, cambiarse de ropa, afeitarse, siempre de la mano de mi incansable asistencia. Pero siguió pasando el tiempo en este piso que parecía un laboratorio mental donde se encontraba mi necesidad de un techo y un mínimo de compasión. Este fue el resultado social de una experiencia que marco por unos años mi existencia. Como en un relato de terror revivo ahora, mis años recién cumplidos los veintitrés, mis recuerdos se posan sobre los tejados de colores que se muestran ante mis ojos en un blanco y viejo edificio, que tiene las ventanas protegidas por gruesos barrotes. El alboroto, inunda las ventanas de manos desnudas que asoman sin ningún sentido. En una de esas ventanas me encontraba yo, mirando desde la planta de psiquiatría donde pasé días, incluso amarrado a una camisa de fuerza, ante mis intentos de fuga, so excusa de sentenciarme, mas allá de la ceguera. La ceguera más profunda. Pero el mayor dolor fue escuchar el diagnóstico posterior, diagnostico que me dejo entre el cielo y el infierno, un sitio extraño donde ocultar mi mal, así sin quererlo, mi psiquiatra a los pocos años abrió la puerta a al incertidumbre, disculpándose por no poder confirmar el diagnóstico original. No habían señales, no habían huellas, ¿Cuáles serían? No sabía que iba a entrar a formar parte en el espacio donde la locura se diluye. ¿Que fue lo que no vieron?, pero si me transmitieron el terror de formar parte de un club selecto del cual no se podía salir. Fue este quizás la razón de mi silencio ahora compartido en la casa de José Manuel, donde pasé años estudiando, con la ventaja de saber en cuerpo y alma donde estaba el límite de la razón. Mi compañero de piso no tenía ese problema todo el era un poema, aunque rechazaba con todas sus fuerzas la criminal sentencia, tras ser victima de abusos infantiles. No iba a permitir ser parte en el macabro club de la sin razón, no estaba loco y nunca lo estuvo, estaba en un shock inmortal, pero lucido. Y descubrí como en un sueño en cual veía cuerpos de mujeres desnudas, inertes formas femeninas que luego pintaba con los ojos cerrados. Descubrí que el mal que me atormentaba tenía una explicación, como con el alma de un artista que no ve, el dolor más profundo, la ceguera que te arrastra a la locura, el grito mas profundo del inconsciente, que te intenta decir, que el mundo se de los sentidos terminó. De la mano de mi sentido común, pude encontrar la razón al espacio de lo que se entiende como locura, un espacio al que nadie llego, al espacio escondido como las pinceladas de Modigliani y sus ciegas mujeres o las extremas flores de van Gogh y descubrí que la sentencia se podía sentir. Sentía el sufrimiento al mirar los ojos que para mí ahora están vacíos, sentía como el terror de vivir se apoderaba de mí. Lo que no podía entender era el silencio de mis sombras. Como recordando una foto, recuerdo el consejo de Sofía. ¡Gabriel, no creas ni en tu propia sombra¡ Ahora sin poder olvidar, entre el quiero y no puedo, debería defender lo que soy, una realidad mas allá del limite, con una sentencia que no permitiría quitarme los clavos. Como el Arcángel Gabriel, robo un pañuelo al infierno, y me diluyo en gastadas palabras, que escuche también de joven, pues no tuve que preocuparme por vivir. Ahora sabía que debía dirigir y controlar mi vida, desarrollar mi terapia. Y comprendí que durante muchos años me resistí en mi ignorancia, insensible a lo invisible, el trampolín a la locura, intentando crear un mundo donde vivir, un mundo en el que los sentidos pasan a ser victimas de un gran acto de magia que invisible confunde y destruye. Tantos excesos en mi vida que tenían una explicación, fui victima del umbral del placer. Me pregunto cuantas cosas más tendré que descubrir para entender mi futuro. Ahora con unas verdades en mis labios, debía develar el misterio, pero me sentí solo, la redención no dependía de mi, dependía del sistema que me quería apisonar, bajo una categoría infame y me di cuenta que el silencio volvería a imponerse, y me sentí como navegando en un barco fantasma que parecía estar atesorado de joyas preciosas, preparándose a regresar del viaje que vio la luz en los sueños que de mi niñez. Por lo que debía prepararme para dar una batalla larga, pero mágica. Hace muchos años mi hermano menor me aconsejaba seguir la huella del campo, la huella de la vida, de la realidad. Estaba siendo conciente por primera vez de la realidad que me rodeaba y me sentía bien, siguiendo la huella del campo y creo que empecé a volver, primero desde el día que salí de ésa, la que fue mi casa, la casa de de mis invitados, la casa de mis pecados, la casa de mi sueño eterno. Y ahora desde la casa de José Manuel, mi exilio, dejo de ser un exilio, para formar parte de mi vida. Aun no regreso a mi país, pero no sufro por ello, lo importante va conmigo, todas y todos, lo importante. Han pasado diez años y sigo los consejos de los personajes que me encuentro el los libros, en las calles y sigo en busca de mi estrella Continuar un viaje amarrado al palo mayor, este viaje que parece que no terminar. Mi padre de niño me decía, que era importante tener presente, que en esta vida se puede encontrar la felicidad, aplicando un proverbio chino, tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Tengo un hijo, un libro por corregir, pero quizás en la tercera pueda integrar mi estrella, con la de todos aquellos que se fueron quedando, contemplar la vida como si fuese una obra de inspiración divina, acompañando las ocultas heridas, al tiempo de todas las vidas sacrificadas, sujetando los restos, con los ojos de un cielo, que se abre todos los días, para conseguir, ser ese sueño de ese antiguo cuento de hadas, que pude imprimir. O quizás deba contar yo, que una noche, una tarde noche de domingo, aprovechando la tranquilidad de la casa y a espaldas del sueño de Gabriel y como brujo que soy, y tras mi primer hechizo, me fui a velar a otro sitio. En el sueño ajeno y en esa noche, aparecieron los bomberos, encontrando estirados en la cama, a ambos invadidos por el humo y ruidos de trozos de escombros, que caían. Quizás podrían haber seguidos el camino del dulce sueño, pero algo había de hacer y rescate a mi ya viejo compañero de andanzas y al dueño de casa, el que ya era otro, tras una embolia. Un ser renovado y sano, o quizás y esto es lo rescatable, romper el maleficio que envolvieron mis deseos durante muchos años. Gabriel dejo la vivienda y tras pocos días, partió en su BMW rumbo al norte, donde empezó a reordenar toda mi obra y proyectos, para ser lo que ahora es, en este no ser y estar. Quizás y para no ser mal interpretado este llamado que olía a misa negra, fue el llamado de quien escribe a escondidas, en este relato, que entretenido ya me tiene. Leer, escribir y ordenar, en la voz de Gabriel.