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DIARIO DE UN EXILIO

Jerónimo del Río


DIARIO DE UN EXILIO

Capitulo uno

La sensatez se me escapó de las


manos. Parece que fuera sólo ayer
cuando corría sin importarme el
destino, como en un sueño, el frescor
de la vida me invadía Cómo escapar de
la historia que relata este diario y que
se desvela al final. Caminaba ayer por
las calles de mi ciudad, caminaba
atormentado bajo un sol que ponía en
evidencia a este ángel caído. Cómo
decirle al día que era inocente. Noches
de sueños que truncan, un amanecer
siempre, demasiado temprano.
Amanece sin una excusa que me
acompañe. Sé que he de asumir la
huida. Me pregunto una y otra vez si
será culpa mía o si esto que me
embarga tiene una explicación
racional. Cierro los ojos y llega la
noche, las nueve y media y me siento
a escribir una carta de despedida a mi
prometida. Como contarle que deberé
dejar mi país, como decirle que no se
cuando volveré. Pero como situarme,
como olvidar mi cabaña en una
parcela de dos mil metros cuadrados,
rodeada de árboles a orillas del río. Un
sueño transformado en mi paraíso.
Mis cuadros, mi gran cama y un
compromiso matrimonial. Invadido
por un proyecto que se viene abajo, un
suceso de hechos que no termino de
comprender. Parecía ayer cuando
dirigía un concesionario Chrysler, un
proyecto familiar que no terminó de
asentarse, pues mi pequeño pueblo no
pudo soportarlo. Como olvidar mi
secretaria, Marcela, hija de un
teniente coronel, que velaba los pasos
de esa jovencita, y mi entrañable
asistente Carlos. Detengo la carta y
me doy una ducha, para comprender
que no salió bien, como juzgar lo que
llevo sin aprender. Tuve claro tras el
fracaso comercial, que debía volver a
empezar y lo había hecho de la mano
de mi actual prometida y una
coincidencia familiar, una propuesta
en la que no había que dudar, comprar
un barco, un barco que recorría mi
ciudad.
Tras conocer alcalde, concejales,
contratar al personal, pagar un
arriendo inicial y comisiones gracias a
las buenas relaciones de mi entonces
prometida, como amiga del edil, me
hice cargo del barco, Paola había
allanado toda dificultad. Pero había
algo en mi cabeza que no dejaba de
considerar. Una semana antes de que
todo se desencadenara, mi prometida
tuvo que viajar, cogió la ranchera que
tuvimos que comprar, pues tenía algo
privado que solucionar, encontrarse
con un joven italiano, de conocida
familia italiana, que formaba parte de
su pasado, un joven escondido en
Argentina, una relación que se
remontaba a la relación con su
padrastro, un tal bribón que me fue
presentado como el mismísimo
demonio, un narcotraficante holandés,
que además protegía a ciertos
individuos, y que sin querer, sin poder
evitarlo, me la alejó en esta etapa
donde se quema el pan, y se quemó.
Ardió por los cuatro costados. Mi
esfuerzo y compromisos financieros se
me subieron al cuello. Sin poder
recurrir en auxilio y sorprendido por
los motivos que me daba mi ahora
extraña compañera, tuve que tomar la
decisión de volar. Ahora sin poder
comprender, intento terminar la carta
en cuestión, contar que dejo un
proyecto turístico que me llevo en las
espaldas, un pasaje de avión, una
maleta y dos mil dólares como capital.
Pero son mucho más las cosas que me
dejo en esta tierra, mi pasado, mis
amigos y mi familia. Como decirles
adiós, como contarles que les voy a
extrañar. Cuando partes te dejas la
vida, te llevas las lágrimas y depositas
toda la fe que tienes en volver. Si
volver, esa será mi meta, poder
reencontrarme con los aromas, los
sabores y las risas perdidas. Conocía
lo que es partir, había estado exiliado
en Argentina cuando tuve doce años,
huyendo del 11 de septiembre del
1973. Luego fui arrastrado por mi
familia a España, para regresar seis
años mas tarde. Había sido un exilio
político. Ahora sería un exilio
económico el que me arrancaría de mi
tierra natal, Chile. Ese viaje al que
muchos han tenido que acogerse
intentando evitar el precio de la ley y
conseguir recuperar la solvencia
económica y no terminar detenido por
delitos económicos. ¿O quizás había
algo mas que desconocía que me dejó
desolado y confundo? Había conocido
algunos casos de amigos que fueron
arrastrados por sus padres por ciertos
fracasos económicos en sus actividades
privadas, lo que los arrastro a viajar al
extranjero. Yo no quiero arrastrar a
nadie, será un viaje en silencio, una
partida sin despedidas. Me encontraba
alojando mi última noche en Santiago,
intentando comprender, si esta era la
decisión final, pero tenía comprados
los pasajes, no había tiempo para
pensar, la realidad se imponía, se
imponía la distancia, el viaje al que
no deseaba emprender. Pronto me
encontré volando, destino España
escala en Sao Paulo. En estado de
shock, intentando dormir y planificar
lo que no atinaba a comprender, fui
sorprendido por la realidad que me
saco de mi estado. Fue entonces que
fui requerido en la puerta de mi avión
para que pagase mi pasaje, pues mi
banco, había rechazado el pago, o
tendría que volver. Evidentemente ya
había jugado mis cartas, así que no
tuve más remedio, que entregar mis
últimos recursos, que guardaba en mi
tarjeta Master Card y continué mi
viaje, confiado en que ya todo había
pasado, pero en Londres fui
nuevamente detenido, había
trascendido mi incidente en Brasil y
sin tener claro el motivo fui retenido,
cacheado e interrogado por unas
horas, tras las cuales finalmente tome
el último avión a Málaga.
Bien recibido pero sin dinero y
descorazonado pedí un taxi que me
llevaría a casa de mi madre, mujer a
la que no veía desde hacia más de un
año. Ahí, frente a su puerta, en una
bonita urbanización en la que vivía
desde hacía unos años, no terminaba
de creerse los motivos de mi viaje. Por
lo que con una tremenda sensación de
soledad, inicié mi estancia. Conocía la
zona, incluso tuve ocasión de hacer
algunas amistades, de mi primer viaje,
por lo que este sería un buen punto
de partida en mi incipiente exilio.
Pendiente de noticias por una posible
solución legal fueron pasando las
semanas, sin encontrar una opción
laboral. Sin poseer documentación
para residir ni trabajar y en un país,
que además estaba sufriendo los
efectos de una recesión económica,
intente buscar otra opción en Europa
Tenía familia en Alemania, quizás ahi
podría encontrar una opción, por lo
que partí rumbo a Bielefeld. Volví a
coger mi maleta, mi traje de Dior y a
las pocas horas, me encontré en
haciendo escala en Paris. Un
espectáculo magnifico de cómo deben
ser las ciudades. Me sentí rejuvenecer.
Metros, avenidas, hoteles y el encanto
de la ciudad mujer. Intente quedarme
pero todo era carísimo, así que esa
noche embarque en un tren rumbo
Alemania, utilizando mi Euro tren,
que había adquirido antes de partir, y
a la mañana siguiente me encontré en
Bielefeld, una ciudad interior
alemana.
Fui recibido por mi hermano. Que
alegría verle aparecer, alegre como
siempre. Tras un fuerte abrazo nos
encaminamos a su casa, pues tenía un
apartamento en una strase alemana.
Nuestras primeras horas de esa noche,
la pasamos conversando y observando
un cometa desde la terraza de su
edificio, contemplando el firmamento y
exprimiendo nuestros recuerdos. Y
pasaron mis primeras horas en este
país, en lo que fue como una bocanada
de aire, pues estaba desecho. Mi
hermano a diferencia mía, tenía la
nacionalidad española, lo que le había
permitido integrarse bien. No tenía
nada que esconder. Trabajaba como
actor en un antiguo teatro, siempre
sobre la tablas me dio la ocasión de
conocer una realidad que no conocía,
además de pasear una ciudad, en la
que a los pocos día comprobé que mi
camino, corría de la mano de los
extranjeros indocumentados, corría de
la mano de la vida de los turcos,
marginados sin opción a su
integración, por lo que decidí
quedarme el tiempo necesario para
recuperarme de una fractura que tenía
en un píe, darme el tiempo para ver si
existía una opción que pudiera
evaluar, en estas tierras que eran
parte de mis orígenes. País de gentes
amables, liberales, donde lo más
importante era su comportamiento
como pueblo, lleno de tradiciones y
locomotora de Europa, invadido por
extranjeros pero que estaba
implicados en la reunificación
alemana, por lo que no había mucho
espacio para pensar en instalarse.
Requeriría tiempo, dinero y mi
objetivo era regresar. No tenía
seguridad social, ni prestaciones
sociales a las que acogerme, y tardaría
meses en aprender a defenderme con
el idioma, por lo que opte por regresar
a Málaga. Era conciente que contaba
con el idioma y el clima era perfecto.
Debía adecuarme a esa realidad. Mi
hermano dedicado en vida a su
actividad de actor teatral, me facilito
todos sus recursos para hacer de mi
estancia, una estancia inolvidable.
Compartimos infinidad de momentos
que no se borran de la memoria
Finalmente en esa pequeña estación
de ferrocarriles, tomé un tren destino
a mi exilio, Málaga, atravesando
paisajes suizos, para luego recorrer
toda la costa francesa, hasta llegar a
Barcelona, donde había vivido seis
años en mi juventud. Una ciudad de
servicios e industria, una ciudad
multicultural, donde tenía algunos
amigos. ¿Como intentar conquistarla?
No me quedó más remedio que
continuar mi viaje hasta llegar a lo
que se conoce como la Costa del Sol.
Una localidad situada entre
Torremolinos y Marbella,
Benalmádena que en castellano quiere
decir, hijo de las minas. Un sitio
turístico, invadido por hoteles,
restaurantes, bañados por una
cuidada playa.
Mi mercado laboral tendría que ser el
español, pero en esta zona si no hablas
ingles estás perdido, y mí ingles era
muy elemental, no manejaba ningún
idioma, por lo que decidí buscar
trabajo en la capital. Málaga sería mi
destino, donde pronto encontré un
trabajo de teleoperador, por lo que por
un tiempo me aboqué a vender
publicidad radial por teléfono. Un
trabajo que me permitió obtener mis
primeros ingresos. Me trasladaba
todos los días en tren, hasta que hice
cierta amistad con un compañero de
trabajo, con el que nos propusimos
independizarnos y montar nuestra
propia oficina. Compramos el
mobiliario, contratamos las líneas
telefónicas y comenzamos nuestra
andadura. Contratamos la publicidad
con una emisora nueva y todo pareció
estar en bien, hasta que las relaciones
entre mis socios capitalistas se
estropearon. La verdad es que uno de
ellos dio muchos problemas y la
situación nos obligo a cerrar la oficina
a los cuatro meses. Un desastre. No
era posible cambiar al personal, el
trabajo de los promotores, que éramos
tres y una asalariada, no era
suficiente para defendernos, de los
voraces intereses de nuestra socia y su
familia, que nos absorbió, sin darnos
cuenta.

Capitulo dos

Con la dificultad para encontrar


empleo, surgió la idea de intentar
conquistar mi antigua ciudad, donde
había vivido en mi juventud Por lo que
con mis ahorros conseguidos, compre
un billete de autobús y partí a
Barcelona. La llegada fue complicada,
pues al llegar cierto número de
pasajeros fuimos registrados, ya que
por autobús, suelen ingresar droga.
Por lo que después de abrir maletas y
ser interrogamos, localice un hostal en
el casco antiguo. Hostal Princesa, en
la calle Princesa. Un una habitación
minúscula y un baño a compartir, fue
mi residencia por unos días. Mi
primera noche sin dormir, pues los
ronquidos de mi vecino, lo hicieron
imposible. Termine caminando por el
casco histórico, sobrecogido por su
magnifico de estilo gótico.
No podía quedarme quieto. Así que
contacte con un viejo amigo, con quien
fui introducido en la Barcelona de hoy.
Recordando los buenos momentos de
una larga amistad, Alberto me
confirmo que había viajado en una
mala época. Gabriel, che te digo que,
no pillaras trabajo, me decía mi amigo
de juventud. La recesión y mi falta de
documentos serían mi principal
inconveniente, por lo que me ofreció
un alojamiento transitorio para
facilitarme mi integración. Una casa
ubicada en Corbera, una gran
propiedad familiar, ubicada en una
localidad a los alrededores de la
ciudad. Una casa que había sido un
regimiento en la guerra civil española,
todo un caserón de más de dos mil
metros cuadrados y cincuenta mil
metros de parque. La casa, dividida en
varias estancias, la mía, conformada
por una gran habitación con una
enorme chimenea, un comedor con
barra de bar incorporada y una sala
donde había una mesa de billar.
Entre las curiosidades de la finca,
estaba una ermita, que era visitada
permanentemente por los devotos de
la zona. Antiguamente había sido una
batería antiaérea, una construcción de
piedras, que transformo los restos de
la batería en un santuario. Mientras
estuve alojado conté con la compañía
de Matrero, un perro que se las
ingeniaba para entrar por las noches
hasta mi dormitorio, haciéndome
compañía hasta el amanecer. Matrero
fue un compañero en mis habituales
caminatas o en mis salidas deportivas.
Siempre atento al camino. Junto a
matrero y a Ben, un caballo, que
estaba ciego y envejecido, eran los
únicos que me solían esperar, cuando
regresaba de Barcelona, pues sabían
que podrían recibir a cambio un trozo
de pan fresco o alguna manzana.
Por lo que mi estancia se transformo
en una especie de retiro, interrumpido
por la fugaz compañía de el hermano
mayor de Alberto, quien facilito mi
único intento laboral, que consistió en
viajar a Barcelona para intentar
vender unas agendas ecológicas, que
diseño un vecino, que venía a hacer
uso del ordenados que le facilitaba el.
El resto del tiempo lo pase paseando
los perros, cuidando del caballo,
corriendo, estudiando o leyendo.
Pasaron meses y se caía ya el invierno,
y al no ver una opción que me
permitiese instalarme en la ciudad,
contacte con una amiga. Vera, delgada
y no muy alta, ilusionada con mi
llamado, me dejo comprometido para
hacerle una visita. Vivía sola en un
piso de dos dormitorios, y trabajaba
como enfermera. Independiente, culta
y bastante viajada, casi me obligo a
tomar la decisión de dejar la
confortable casa de Corbera, por la
habitación disponible en su casa, por
lo que dada mis pocas posibilidades,
acepte su gentil invitación. Nunca
había conversado tanto, pasábamos
todo el día y las noches juntos, incluso
llego a ofrecerse a casarse conmigo
para solicitar la residencia por
matrimonio. Pasaban los días y mí
querida amiga se sentía cada vez más
encariñada conmigo, lo que me empezó
a preocuparme, ya que mi interés en
casarme con ella era solo por mi
nacionalidad. Me sentí prisionero de
mis necesidades. Mi corazón aun
pertenecía a mi prometida. Paola.
Discutimos, no aceptaba mis
condiciones y esa tarde salí de paseo,
tuve deseos de regresar a Corbera, y
aprovechar de averiguar si mi padre
había pasado por la ciudad, pues sabía
que tenía pensado venir, para un
chequeo con el oftalmólogo. Visite el
antiguo hospital donde había
trabajado, pero me contaron que no
sabían nada de el. Esa noche no
dormiría en casa de Vera, no quería
caer en la dinámica de una relación
forzada. Vera, debo regresar a
Corbera, no puedo seguir aislado aquí.
Si, lo entiendo pero tu veras. De
camino a Corbera, perdí el último
autobús, por lo que no me quedo más
remedio que aguantar la noche. Pero
esa noche hizo mucho frío. Cuando
dieron las dos de la madrugada, opte
por refugiarme en la sala de espera del
hospital que había visitado en la
mañana. Me reconocieron y con gran
sorpresa y alivio, me dieron a
entender, que mi padre había pasado
durante el día, pero que por las
emociones, le había dado un ataque al
corazón y estaba
Hospitalizado en el Hospital Puerta
del Mar. No os imagináis la sorpresa
cuando me vio aparecer por su
habitación ¿Pero que haces aquí? me
decía. No puedo dejar de
sorprenderme por mi gran
coincidencia. Dedique unos días a
visitarlo y a acompañarlo hasta que
finalmente cogió un tren destino
Málaga Había sido un falso
diagnostico, una angina de pecho, por
lo que todo quedó en un susto y una
grata sorpresa. Regrese a casa de mi
decidida amiga para pensar lo que
haría. Me encontraba otra vez en las
mismas, deseaba escapar, olvidar lo
que me estaba pasando. Sin ser
conciente de lo que me tenía tan
desorientado, sin una explicación a las
causas de mi desazón que me estaba
acompañando en este viaje, bastante
confundido y algo perdido, decidí huir.
Utilizar el saldo que me quedaba de
mi pasaje que me trajo aquí. Había
sido pagado y las millas de regreso
estaban disponibles, por lo que en mi
desesperación, casi como un acto de
locura, me acerque al aeropuerto y
compre el primer billete a Madrid,
Quise escapar a México, intentar estar
cerca de casa, borrar el océano que me
separaba, la frontera donde el camino
terminaba, pero sin visado y sin
haberlo planificado, en mi
desesperación cogí el primer avión que
aceptara el endoso del billete y Egipto,
fue el destino escala en Mallorca. Vía
Spaner, en el vuelo FJK 666, para mi
desazón

Pase tres día de turista, visitando la


ciudad entera, pero era tal mi
desconsuelo que no podía guardar un
solo recuerdo placentero, estaba
absolutamente invadido por la
desesperación. No soportaba la
realidad, tal fue mi deseo de escapar,
que al tercer día me encontré
sobrevolando el Cairo.
Pensé que podría estar volviéndome
loco. Daba vueltas por una ciudad
enorme y caótica y no terminaba de
entender que estaba haciendo. ¿Que
me tenia prisionero? ¿Qué ceguera me
invadía? ¿Tan grande era el dolor?
Decidí regresar inmediatamente. Vera
nunca me creyó. Como podía haberme
escapado y no haber ido con ella a su
paraíso preferido. Revisó mis sellos del
pasaporte, me interrogo y cayó. Ella
sabía que no tenía mas remedio que
asumir la realidad, el no poder
regresar de mi exilio, por mucho que
me doliera. Creo que fue mi último
acto de rebeldía vital. Ahora en
Barcelona, después de pasar unos días
con mi entusiasta amiga, y tras
confirmarle que no era sensato casarse
si habían sentimientos de por medio,
partí a Málaga.
Capitulo tres

Parecía que este era el camino que me


impondría la vida, un verdadero exilio.
Era finales de invierno y el clima era
perfecto, cualquiera que conozca la
Costa del Sol, sabe a lo que me refiero.
La urbanización contaba con jardines,
una piscina preciosa y buenos vecinos.
Disfruté unos meses de esta estancia
forzada, aproveche de hacer deporte y
relajarme, pero no soportaba la
inactividad, debía activarme, por lo
que me puse en campaña y me
dedique a buscar trabajo en la zona.
Pronto di con una empresa de
multipropiedad. Conseguí un trabajo
de teleoperador, era a lo que podían
aspirar los extranjeros, teleoperadores
de tele marketing, en una compañía de
multipropiedad, el peldaño más bajo
según me lo advirtieron. Realmente no
sabía nada del tema, pero a los pocos
meses me transforme en un buen
vendedor y entre a formar parte del
equipo de venta. Es difícil poder
explicar lo que es vender con este
sistema. Te sientan una familia, que
es recogida en la calle, con la condición
de aguantar una charla de noventa
minutos, a cambio de un regalo, los
que deben transformarse en al menos
tres horas, para conseguir una venta.
Para tales efectos me pusieron a
disposición todas las comodidades
para que pudiese estar concentrado.
Entre todo ello departamento un, que
me permitió tener cierta
independencia.

Tuve que compartir el cuarto con un


vendedor profesional. Un hombre
madrileño de una gran simpatía, de
unos cincuenta años, un hombre adicto
al vino tinto, quien se transformó en
un gran compañero. Pues hizo
soportable una estancia en esta
empresa, que coloquialmente la
llamaban la multi, un sub mundo en
el que se refugian personas que lo han
perdido todo, o inocentes que no
tardan en abandonar este trabajo, por
la informalidad que conlleva. Una vida
inestable y llena de vicio, vicios que
llegue a compartir, en la compañía de
amigos más que compañeros de
trabajo. Una época en la que sólo fui
interrumpida emocionalmente, por la
compañía de una compañera de
trabajo. Vanesa, alta, rubia, que vivía
en uno de los apartamentos de la
empresa, que compartía con una chica
francesa. Me di cuenta que el pasado
con Paola había quedado en el olvido,
me sentí nuevamente enamorado.
Pero no sería yo la foto de mi amor
platónico, sería una visita sorpresa,
que entro por la puerta mientras
conversaba con Cristina, su
compañera de piso. Fue saludarla y
verla perderse en su dormitorio, con
un joven policía local. Solo me quedo el
terminar con la botella de alcohol que
tuve más a mano, como evitar soportar
el dolor, pero no basto solo eso,
Cristina, su mejor amiga, esa noche y
en la habitación de al lado, fue algo así
como amor a la francesa y olvidar, si
olvidar. Luego Vanessa en su salón,
recuerdo que sello su acto con un ¿Y yo
como me sacaba los mocos? Yo no hice
lo mismo, pero fue recriminado por
mis compañeras, y me di cuenta que
algo no funcionaba bien. Me centre
solo en mi trabajo pero algo tampoco
funcionaba bien. Tenía recuerdos de
cuando fui vendedor en Barcelona en
mis años de adolecente, fui
considerado un joven con muchas
posibilidades, disfrutaba el contacto,
la satisfacción por la venta lograda, el
reconocimiento, una experiencia que
ahora años más tarde no conseguía
disfrutar, el contacto con las personas
ya no era agradable. Y voló el tiempo y
desaparecían las opciones de
encontrar algo donde sentirme más
cómodo, hasta que como agua de
mayo, al cabo de dos años de estar de
vendedor, el gobierno aplico una
regularización de inmigrantes y pude
presentar mi solicitud de residencia, lo
que me abrió nuevas expectativas, o
eso creí, por lo que decidí buscar
nuevamente trabajo en Málaga. La
antigua Málaga musulmana.
Capitulo cuatro

Estar en esta ciudad es como viajar en


el tiempo, vieja y bastante triste, de
gentes simples, pero acogedoras, una
mezcla de sangre musulmana, gitana
y española. Fue en este entorno que
tuve mi primera entrevista de trabajo.
Una agencia inmobiliaria. Un grupo
inmobiliario que tenía tres sucursales.
El dueño, un hombre malagueño, de
buen trato y simpático, conocía muy
bien el negocio, por lo que tras una
entrevista, me propuso empezar como
vendedor. No conocía las barriadas ni
las calles, así que tuve que esforzarme,
dedicándome a poner en práctica lo
que creí que era necesario. Dedicación
que sería recompensada, pues me
propusieron hacerme cargo de la
gerencia de una de las sucursales, lo
que me pareció un milagro. Debía
recuperar el tiempo perdido, mis
intentos por lograr algo de estabilidad.
Me pusieron un buen sueldo, después
de haber estado cobrando miserias y
fui a visitar mi sucursal. Llevaban
meses sin vender y tenía un aspecto
lamentable y el entorno daba miedo.
Mi primera medida, pintar la oficina,
cambiar la iluminación, redecorarla y
cambiar los exhibidores.
Le prometí a mi vendedor, que le haría
ganar dinero, y gano dinero, a los siete
meses de estar a cargo de la sucursal,
llegamos a tener un nivel de reservas,
que logró desmoralizar a los gerentes
de las otras oficinas. Fuimos muy
eficientes Pero había un problema, mi
contrato reflejaba solo dos horas de
trabajo a la semana y además era
mensual. Abuso laboral y ruina
financiera. Se terminaba el sueño, no
podía pedir crédito ni para comprarme
una lavadora. Un buen trabajo, un
buen cargo, pero sin capacidad de
financiamiento. Por ese entonces
había alquilado un departamento en la
ciudad, un piso sin amoblar, un ático
aguardillado, que tarde tres meses en
conseguirlo. Una maravilla de piso en
el casco histórico, pero no tenía ni para
equiparlo y la situación se hacia
permanente. Que gran dilema. Pedí
asesoramiento y me recomendaron que
pusiese una demanda en la inspección
de trabajo, que puse muy a mi pesar.
Me aseguraron que tenían que
hacerme un contrato en condiciones,
pues tenía documentos que me lo
garantizaban, según sus palabras. A
las tres semanas, fui llamado por el
dueño, quien se enteró antes que yo
del proceso en curso. Discutimos y
tras terminar la reunión, cerró mi
sucursal, dándome a entender, que
estaba despedido. Dos semanas más
tarde, me llego una carta de la
inspección, donde decían que el
proceso se suspendía y que si me
parecía pertinente, pusiese una
denuncia en la comisaría. Me sentí
absolutamente desolado, sin trabajo y
sin prestación de ninguna clase y
mirando las paredes.

Mi único motivo de alegría me lo


proporciono María, una clienta, que
encantada por mi supuesto trato, se
ganó mi atención, y ahora que tuve
tiempo, compartí durante unas
semanas una relación de pasión. No
superaba los veintiséis, de piel blanca
y teñida de rubio, llevaba varios años
casada, pero encontró en mí un motivo
para serle infiel a su realidad. Risueña
y juvenil, tenía la afición de escribir
relatos eróticos, un punto de partida
donde se harían realidad todas mis
fantasías. María quería más, pero
comprendió que no podría retenerme,
por lo que se despidió escribiendo una
dedicatoria en un libro que me regaló,
poniendo que aunque el mundo se
destruya, siempre seria mía, Maireta.
Pasaron las semanas y mi
desesperación se hacía presente, por lo
que contacte con mis antiguos amigos
de la multipropiedad y di con, un
búlgaro, que tenía una actividad
laboral, que rallaba en lo ilegal.
Dedicado al tráfico de todo tipo, estaba
intentando formalizar una oficina de
reventa de mutipropiedad. Había
quedado muy desilusionado con mi
experiencia en la inmobiliaria, por lo
que acepté hacerme cargo de una
oficina, quizás lo más inmoral que hay
en el sector, pero necesitaba dinero.
Una experiencia que no dio frutos, era
tan informal que solo tardó dos meses
en cerrar la oficina. Por esas fechas,
estaban por cumplirse los cinco años a
que estaba obligado a estar fuera del
país, por lo que contacte con un
hermano, quien me comunico que la
ley había cambiado. Tenía que
prepararme para estar cinco años más.
Deje de pensar en volver, los cinco
años transcurridos habían sido largos
y no podía permitirme seguir
pensando en regresar. Mi condena se
transformo en una sentencia
permanente, era lo que había que
asumir. Pero lo siguientes sucesos,
dejarían atrás toda preocupación por
regresar, los siguientes sucesos, era la
vida que se apoderaría de mí con un
fin por develar. Una noche, sin rumbo
fijo, salí a dar una vuelta, un paseo
inocente. El mismo destino, como
pago del cielo se mostró esa misma
noche, en una foto de otro mundo, en
una oscura esquina. Rodeadas de
putas negras, sentadas en la calle
más triste, se presentaron ante mí, sin
haberse insinuado, la soledad y la
pobreza. Tan bien pintada, tan grande
el misterio, que me lo llevé a casa.
Delgadas, delegadas como en
pasarelas, blancas, muy blancas, de
pantalones blancos y celestes y
tacones altos. Dos rubias, en cuclillas
en esa esquina, vestidas como
princesas que se esconden, se
mostraban ante mí, vestidas con sus
peores ropas. Era más soportable, que
lo que el mundo me mostraba. Donde
situarse, ¿quien era el dueño de mi
sueño?
Algo en mi se conmovió, decidí cobijar
a estas dos chicas de la vida de la
calle, en la medida que mis
posibilidades me lo permitían. Casi no
hablaban español y tenían la rutina de
dormir, todo el día, despertando a las
ocho, para consumir su dosis de
heroína, y se preparaban para irse a
trabajar toda la noche, en el centro de
la ciudad. Se vestían, se pintaban,
reían y se despedían con un beso.
Cuando llegaban por la mañana,
intentábamos pasar un rato juntos,
conversando en el salón, mientras
Sasha con una aguja y Julieta con sus
uñas, cuidaban mi espalda. Una
conversación que implicaba el soportar
el dolor que conllevaba el tratamiento
de limpieza. Soportaba esas
inolvidables sesiones, las que fueron
responsables de una profunda amistad
y complicidad, que incluso llego a la
confianza de tener relaciones, quizás
entendidas como tributo al cobijo
prestado. Pero no podía permitir que
mi casa se transformara en una casa
de putas. Les di la oportunidad de
quedarse, pero con la condición de que
pagaran su estancia, para ello cada
mañana deberían pagarme el alquiler
diario. Por un tiempo todo siguió un
curso normal, se empeñaban en tener
una buena relación conmigo. Tanta fue
mí implicación, que una mañana,
crucé la barrera de su adición y me
pinché por primera vez una dosis de
heroína.

No quiero inducir a nadie a que la


pruebe, pero es una sensación
absolutamente placentera, tanto que
sustituye el deseo sexual, la comida y
cualquier otro placer. Pero por alguna
razón procure consumir en muy
pequeñas dosis, la justa para sentir
esa sensación, ese calor que te recorría
todo el cuerpo. No era esta mi
aspiración. Sasha y Julieta, me
repetían continuamente que eran
drogadictas, no putas, quizás zorras, lo
que llegué a comprender, pero no a
entender, yo no quise entrar en esa
dinámica existencial. Era el camino
que habían elegido tomar para
esconder su pobreza. Pero sin darme
cuenta, me transforme un poco en lo
que ellas eran. Había bajado de peso, y
me transforme en un protector de la
noche, paseando por las calles donde
trabajaban. Mis únicos ingresos los
conseguía trabajando de peón el la
obra, en la empresa de un hermano,
quien había tomado la decisión de
establecerse en la costa desde que
regreso de Alemania hacía un tiempo,
lo que me permitía comprar la poca
comida que consumíamos. Mi entorno
me percibió como lo que estaba
aparentando y no fue agradable. De
nada valía mi interés en terminar con
esta situación que se me había
escapado de las manos. No deseaba
seguir así, pero si antes fue difícil,
ahora era prácticamente imposible
salir de esto.
Mis queridas compañeras de piso, me
hacían compañía en una casa que se
desmoronaba. Creo que secretamente
trataban de experimentar con mi
inocente modo de tratarlas. Recuerdo
una noche que se empeñaron en
demostrar su conocimiento del ser
humano, me llevaron al cuarto de
baño, desnudándome, empezando
Sasha a masturbarme con su boca,
mientras Julieta me besaba en la boca.
Yo sorprendido trate de disfrutar de
mi increíble experiencia, Veía y sentía
las motivaciones carnales de mis dos
amantes, pero las reconocía mas como
juegos, que pasiones carnales, que
nunca fueron la motivación, en esta
casa. Las dos semi desnudas como
siempre que estaban en la casa, me
decían que yo tendría que saberlo
todo, ellas lo guardaron todo. Pero no
fue todo sexo, la base de nuestra
amistad, fue el entendimiento del
mutuo dolor, del respeto y la lealtad
que conseguimos, puesta a prueba una
mañana que fui detenido por la
policía. Me habían puesto una
denuncia unos vecinos, que no conocía,
que creyendo que en casa de
drogadictos se escondían los
delincuentes que ella vio en su cabeza,
o quizás la venganza soterrada de una
cuñada, que tenía una amiga, en el
mismo bloque, me obligo a dejar una
nota de una posible condena y sin
saber si regresaría, escribí, “puede que
no regrese”. A las dos horas, tras mi
liberación, me encontré a mi Julieta
en la cocina sangrando por la nariz,
producto de una sobredosis de heroína.

Como testigo del dolor y del


sufrimiento al que un par de jóvenes
fueron expuestas, fui arrastrado meses
y meses hasta cumplir casi dos años
viviendo juntos, hasta que las dos
dejaron mi casa, como siempre, de
forma brutal, Sasha siendo detenida y
repatriada a su país a los trece meses
y Julieta la chica que lo sabía todo,
tras ser detenida en dos ocasiones,
encontró una salida de este mundo, si
se puede decir así. Me quede solo. Las
paredes desnudas y lleno de recuerdos
y dolores ajenos, que en último
termino fueron mis dolores, dolores
que me estimularon a redecorar mi
casa. La pinte, llene una pared de
fotos que me recordaban dónde estaba,
para sostener la sombra que me
guiaba, la cual ya era solo un
espejismo.

Tuve que recurrir a los servicios


sociales y empecé a comer en un
comedor público No tenía ni dinero
para pagar el alquiler ni la luz, por lo
que mi vida tomo un rumbo de total
decadencia, por lo que el comedor de
Santo domingo, una casa de dos
plantar, regida por una mujer que
daba de comer a inmigrantes e
indigentes, gentes sin recursos,
especialmente, negros, musulmanes
junto a argentinos, rusos,
ecuatorianos, que fue mi salvación.
Teníamos que ir a desayunar a las
nueve para que nos dieran un número
para comer, por lo que me veía
obligado a ir dos veces al día. La
comida era servida en unas bandejas
metálicas, donde ponían una ensalada,
pescado, paella, cocido malagueño o
lentejas, repitiendo el menú semana
tras semana. Sentados de a cuatro
compartíamos, una comida sencilla
pero que era preparada con mucho
esmero, por un grupo de mujeres que
eran voluntarias en el comedor. Al
retirarnos, nos daban una manzana y
un bocadillo, en una bolsa blanca.
Una para cristianos y otra para
musulmanes. Así aguantábamos el
hambre hasta el día siguiente.
Caminaba desde el comedor con mi
bolsa blanca en las manos con mi
bocadillo y la manzana, dirección a la
biblioteca, donde coincidía con otros
extranjeros. Podíamos refugiarnos de
la calle, aprovechar de leer los
periódicos, estudiar, leer un libro, ver
algún documental o ver películas,
además de navegar por Internet media
hora todos los días. Solo teníamos que
llegar temprano pues era muy alta la
demanda para todo, por lo que después
de comer coincida con mis compañeros
de comida en esa biblioteca.
Fue delante de un ordenador que
conocí a Chamil, un joven ruso poco
acostumbrado a esperar por decir algo.
Presionando e insistiendo que era su
turno en internet, y ante mi negativa,
solo pudo soltar un, que en su casa
estaría muerto. Un mal panorama que
tuve que soportar, hasta terminar. No
le di mayor importancia, pero me lo
crucé unos días mas tarde, cuando
pasó junto a mi casa comiendo un
helado. Me saludó amistosamente y
terminamos conversando en mi
asolado departamento. Resulto que
era un joven bastante educado,
aficionado a tocar la guitarra y
profesor de educación física. Estaba
acostumbrado a invitar a gente que
conocía. Recuerdo a un joven
argentino, que era dentista,
coincidimos comprando hachís en una
plaza preciosa en el centro, la plaza de
la mierda la llamaban, solía haber
pequeños traficantes marroquíes.
Fuimos a mi casa y tras conversar
animadamente, mi visita se extrañaba
de mi situación, no la comprendía, solo
atino a decirme que parecía un
Ferrari, un Ferrari de último diseño,
pero que andaba como un seiscientos.
Que sabias palabras la de mi fugaz
visita. ¿Que sería tan evidente que no
llegué a comprender? Cero con Chamíl
era distinto, no tenía mucho que decir.
Se vino a vivir al departamento, se lo
ofrecí como una opción transitoria,
pues necesitaba un sitio donde poner
sus maletas y su guitarra.
Se transformo en un buen compañero
de piso, alegre y simpático, pero el ser
más peligroso que había conocido. Se
aparecía y desparecía como fantasma,
pero, se esforzó en pagar su estancia,
transmitiéndome una serie de
conocimientos para defenderse en esta
ciudad. Servicios públicos que yo
desconocía, además de alegrar la casa
con su guitarra. Venía como refugiado
en político desde Francia, tras ser
soldado en Chechenia. Chamil
Varchef. Joven y con a un cuerpo
esculpido en el cielo, pero que carecía
de documentación legal para trabajar,
por lo que intentaba ganarse unos
euros, traduciendo del ruso al español
o al inglés, utilizando el ordenador de
la biblioteca, todo el día, incordiando a
los usuarios para quitarles el lugar y
terminar su trabajo.
Afortunadamente, sabía defenderse,
incluso en casa en una ocasión se
enfrento a un joven mexicano de muy
finos modales, que tenía un corazón de
un toro, pero que siempre sintió la
necesidad de enfrentarse a su rival.
Orgulloso, además de genial pintor,
dejó una tarde de ferias las paredes
del rellano de la segunda planta
regadas de su sangre a manos de
Chamil. Fue en nuestras salidas por la
ciudad, que conocimos un montón de
jóvenes extranjeros, principalmente en
la Casa del Transeúnte como la
llaman, un edificio de tres plantas, que
acoge a todo tipo de individuos, que
por alguna razón caen en Málaga y
quedan a merced de la intemperie. Les
dan alojamiento gratuito y comida. Un
sitio tan violento que requiere de la
constante vigilancia de la policía.
Recuerdo que a los dos nos marcaron
la cara a golpes de gitanos viejos y
malos, de esos que se esconden como
minas anti personas. El luego me
conto que no había quedado nadie vivo
o que les había pegado a todos con mi
palo de Jockey. La Casa del
Transeúnte Fue la solución a los días
domingos, pues en el comedor de
Santo Domingo, solo atendían de lunes
a sábados. Un gran comedor,
atendidos directamente por los
cocineros, que satisfacían nuestra
hambre con unos excelentes menús. El
domingo por la tarde recorríamos un
mercadillo, en que al terminar podías
encontrar tal cantidad de cosas, que
en pocas semanas terminamos de
redecorar el piso. Trajimos una
enorme cantidad de libros,
antigüedades, muebles y curiosidades
que intercambiaba con el una vez
llegábamos. Finalmente con dos
dormitorios con camas matrimoniales,
alfombras y una Jaima en mi cuarto,
tuve una agradable sensación de
lejanía, de los años compartidos con
Sasha y Julieta. Solo un recuerdo
pegado en la puerta de mi habitación,
un póster de una película, que
aparentaba no decir nada.
Y tomé la decisión de terminar con
todo, pasaban y pasaban los meses y
todos seguíamos la misma rutina
Jóvenes sin ningún respeto por el
futuro, como asumiendo que era la
situación que había vivir. El castillo
estaba cerrado y parecía que no había
más que resignarse. Y no estaba
dispuesto a permitirlo. Como primera
medida, me deshice de todos mis
amigos, tenía la casa invadida de
gentes que se acercaban al único
refugio que tenían.
Fue una decisión difícil pero era
necesario. Se fueron todos, menos mi
amigo el ruso, se resistió como pudo
ante mi desesperación. Me empeñaba
en explicarle lo que era la propiedad
privada. Tanta fue su resistencia a
volver a la Casa del Transeúnte, que
vino una tarde y me dijo que entendía
mi postura, pero al salir del piso,
evidenció en mi, que el rellano de la
casa no era mío, por lo que a partir de
ahora, sería su territorio. Increíble,
pero acepte sus condiciones. Durmió
sobre una cama de cartones, durante
siete meses en la puerta de mi casa,
entrando a casa, solo para utilizar el
baño, tras los cuales conoció a una
chica Ucraniana, que venía escapando
de la pobreza de su país. Una chica
profesional, que había caído en las
mafias de las mujeres de su país, que
las hacen firmar contratos abusivos
para residir en España, por lo que
Chamil me propuso que los alojara
unas semanas, antes de que se
marcharan al norte. Tras mi definitiva
libertad, me centré en escribir un
relato de lo vivido, Con una maquina
de escribir que recogí en una calle,
algo de papel y las velas conseguidas
en la Cofradía de la Buena Muerte,
pasaba mis horas golpeando la
maquina, con la compañía de una
botella de vino, hasta que fueron
pasando los folios y me di cuenta que
este viaje que había surgido como un
exilio económico, viaje que me estaba
trasformado, como si la vida se
hubiese propuesto, abrirme al mundo
que siempre trate de evitar. El mundo
de la pobreza, del dolor, de la calle y
tuve esa sensación que me dejó leer los
viajes de Sinbad el marino, sentía que
estaba atesorado tantas cosas, que
debía regresar, pero me sentía muy
lejos, lejos de mi pasado, escribiendo
como un loco.
Fue entonces que apareció mi familia,
asustados y desolados. Sin saberlo
habían averiguado mi rutina diaria,
averiguando donde comía y cuales
eran mis horarios. Desesperados,
creyendo que había perdido la razón,
pusieron un plan en marcha, que se
topo conmigo una mañana en el
comedor de Santo Domingo. Cuando al
coger mi bocadillo, la manzana y bajar
las escaleras para realizar el trámite
en la recepción, fui detenido por o
policías, un médico y dos enfermeros,
los que me enseñaron una orden de
arresto. Fui introducido en una
ambulancia y llevado a un hospital,
para ser evaluado psiquiátricamente.
No podía entenderlo, no estaba loco.
Regrese a mi casa a los pocos días, a
mi universo de esta pena de
extrañamiento, a la que estaba
condenado, confiando en salir de esta
situación por una nueva opción que me
plantearon. Tuve que visitar al
psiquiatra que me atendió, quien sabía
de mi falta de recursos y mi
distanciamiento con la poca familia
que tenía en este rincón del mundo y
Aquí escribo mis primeras letras, las
de vuestras conciencias, pues hay de
Gabriel, inocente de su ceguera divina,
fue una vez más obligado a ser testigo
mío, de la ceguera social, el germen
del pecado más grande. Pero a esta me
referiré más delante en esta
incipiente procesión.
El médico un hombre bonachón,
acostumbrado a tratar con casos
complicados, me planteo una opción.
Tenía un paciente, un profesor de
música, que vivía solo y que andaba
buscando un compañero de piso para
hacerle compañía. El piso era un piso
tutelado por una fundación y como en
este momento estaba bajo supervisión
psiquiatrita obligatoria, podría
intentar presentar mi solicitud para
hacerle de compañía a este joven.
Como compensación no tendría que
pagar los gastos de vivienda, solo
costear mi comida. Era una puerta que
se presento después de meses de
abandono social, una misteriosa
puerta. Regrese a mi casa, contento
por haber encontrado una opción que
rompía con esta situación que se hacía
permanente, una casa sin luz, sin
poder pagar el alquiler y comiendo en
la calle. Decidí entonces tirar todas las
cosas acumuladas en mis años de
estancia en este ático, borrar toda
marca, taparlas con pintura blanca,
sustituir un par de puertas y reponer
unos cristales rotos, para que cuando
cerrara la puerta no quedase ninguna
huella de mi paso, ninguna marca de
todas las cosas vividas, por lo que por
unos días el tiempo se detuvo y sentí
que mi viaje, ahora no dependería de
mí, que mis blancas habitaciones
perfumadas a pintura, serían las
testigos de la verdadera vida. Estaba
entrando viento en el sistema que me
había rechazado, sentí que el tiempo
pasado no seria reconocido y miré mis
ventanas reparadas y sentí que el paso
de estos últimos dos años habían
borrado también mi dolor. Quizás si
mi vida sufría de algún tipo de locura,
la veía todos los días en mis ojos, en
mis sentidos y al partir en esta, mi
siguiente etapa, de la mano de la
locura impuesta, no me daba miedo.
Así empezó mi nueva andadura, de la
mano de mi nuevo compañero de piso,
José Manuel, profesor de clarinete. Un
joven al que me sacaba cuatro días,
pero que su enfermedad lo había
devorado. Paciente, diagnosticada en
su juventud, de un trastorno de
personalidad, que se cebo en su
adultez. Tenía una buena renta y en
general se manejaba bien. Lentamente
realizaba su rutina, de la mano de la
mayor de las atenciones y disposición
para que mi estancia estuviese fuera
de cualquier detalle, que no fuese su
deseo propio. Pero bajo esta mirada se
escondía su realidad, una realidad que
le hacía imposible entablar cualquier
relación personal, pues carecía de
cualquier hábito de higiene y nada se
resistía ante la invasión del caos y el
desorden. Pensé que me volvería loco,
pero sin darme cuenta empecé a jugar
un papel en su rehabilitación que no
pude rehusar, era tal el abandono al
que este joven estaba expuesto, que
me propuse ayudarlo. Por otra parte
no disponía de recursos para otra
actividad, por lo que me dedique por
entero a transformar a un ser que
andaba en ropa interior, con una pipa
en la boca, tirando la ceniza en el
suelo, descalzo y si afeitar. La rutina y
el compromiso fueron mis aliados. El,
conciente de sus limitaciones, acepto
mi rol y empezaron a pasar los meses
en una casa que estaba invadida por el
abandono, en una situación donde no
había ninguna señal a la que
sujetarse.
Y pasaron seis meses, paso un año y
encontré mis primeros resultados a mi
gentil labor, solo compensada por el
cariño que demostraba mi renovado
compañero de piso. Con resistencia, de
no muy buen humor, aceptaba la
rutina de ducharse cada dos días,
vestirse, cambiarse de ropa, afeitarse,
siempre de la mano de mi incansable
asistencia. Pero siguió pasando el
tiempo en este piso que parecía un
laboratorio mental donde se
encontraba mi necesidad de un techo y
un mínimo de compasión. Este fue el
resultado social de una experiencia
que marco por unos años mi
existencia.
Como en un relato de terror revivo
ahora, mis años recién cumplidos los
veintitrés, mis recuerdos se posan
sobre los tejados de colores que se
muestran ante mis ojos en un blanco y
viejo edificio, que tiene las ventanas
protegidas por gruesos barrotes. El
alboroto, inunda las ventanas de
manos desnudas que asoman sin
ningún sentido. En una de esas
ventanas me encontraba yo, mirando
desde la planta de psiquiatría donde
pasé días, incluso amarrado a una
camisa de fuerza, ante mis intentos de
fuga, so excusa de sentenciarme, mas
allá de la ceguera. La ceguera más
profunda. Pero el mayor dolor fue
escuchar el diagnóstico posterior,
diagnostico que me dejo entre el cielo y
el infierno, un sitio extraño donde
ocultar mi mal, así sin quererlo, mi
psiquiatra a los pocos años abrió la
puerta a al incertidumbre,
disculpándose por no poder confirmar
el diagnóstico original. No habían
señales, no habían huellas, ¿Cuáles
serían? No sabía que iba a entrar a
formar parte en el espacio donde la
locura se diluye. ¿Que fue lo que no
vieron?, pero si me transmitieron el
terror de formar parte de un club
selecto del cual no se podía salir. Fue
este quizás la razón de mi silencio
ahora compartido en la casa de José
Manuel, donde pasé años estudiando,
con la ventaja de saber en cuerpo y
alma donde estaba el límite de la
razón. Mi compañero de piso no tenía
ese problema todo el era un poema,
aunque rechazaba con todas sus
fuerzas la criminal sentencia, tras ser
victima de abusos infantiles. No iba a
permitir ser parte en el macabro club
de la sin razón, no estaba loco y nunca
lo estuvo, estaba en un shock
inmortal, pero lucido. Y descubrí como
en un sueño en cual veía cuerpos de
mujeres desnudas, inertes formas
femeninas que luego pintaba con los
ojos cerrados.
Descubrí que el mal que me
atormentaba tenía una explicación,
como con el alma de un artista que no
ve, el dolor más profundo, la ceguera
que te arrastra a la locura, el grito
mas profundo del inconsciente, que te
intenta decir, que el mundo se de los
sentidos terminó.
De la mano de mi sentido común, pude
encontrar la razón al espacio de lo que
se entiende como locura, un espacio al
que nadie llego, al espacio escondido
como las pinceladas de Modigliani y
sus ciegas mujeres o las extremas
flores de van Gogh y descubrí que la
sentencia se podía sentir. Sentía el
sufrimiento al mirar los ojos que para
mí ahora están vacíos, sentía como el
terror de vivir se apoderaba de mí. Lo
que no podía entender era el silencio
de mis sombras. Como recordando una
foto, recuerdo el consejo de Sofía.
¡Gabriel, no creas ni en tu propia
sombra¡ Ahora sin poder olvidar, entre
el quiero y no puedo, debería defender
lo que soy, una realidad mas allá del
limite, con una sentencia que no
permitiría quitarme los clavos. Como
el Arcángel Gabriel, robo un pañuelo
al infierno, y me diluyo en gastadas
palabras, que escuche también de
joven, pues no tuve que preocuparme
por vivir. Ahora sabía que debía
dirigir y controlar mi vida, desarrollar
mi terapia. Y comprendí que durante
muchos años me resistí en mi
ignorancia, insensible a lo invisible, el
trampolín a la locura, intentando
crear un mundo donde vivir, un
mundo en el que los sentidos pasan a
ser victimas de un gran acto de magia
que invisible confunde y destruye.
Tantos excesos en mi vida que tenían
una explicación, fui victima del
umbral del placer. Me pregunto
cuantas cosas más tendré que
descubrir para entender mi futuro.
Ahora con unas verdades en mis
labios, debía develar el misterio, pero
me sentí solo, la redención no
dependía de mi, dependía del sistema
que me quería apisonar, bajo una
categoría infame y me di cuenta que el
silencio volvería a imponerse, y me
sentí como navegando en un barco
fantasma que parecía estar atesorado
de joyas preciosas, preparándose a
regresar del viaje que vio la luz en los
sueños que de mi niñez. Por lo que
debía prepararme para dar una
batalla larga, pero mágica. Hace
muchos años mi hermano menor me
aconsejaba seguir la huella del campo,
la huella de la vida, de la realidad.
Estaba siendo conciente por primera
vez de la realidad que me rodeaba y
me sentía bien, siguiendo la huella del
campo y creo que empecé a volver,
primero desde el día que salí de ésa, la
que fue mi casa, la casa de de mis
invitados, la casa de mis pecados, la
casa de mi sueño eterno. Y ahora
desde la casa de José Manuel, mi
exilio, dejo de ser un exilio, para
formar parte de mi vida. Aun no
regreso a mi país, pero no sufro por
ello, lo importante va conmigo, todas y
todos, lo importante. Han pasado diez
años y sigo los consejos de los
personajes que me encuentro el los
libros, en las calles y sigo en busca de
mi estrella Continuar un viaje
amarrado al palo mayor, este viaje que
parece que no terminar. Mi padre de
niño me decía, que era importante
tener presente, que en esta vida se
puede encontrar la felicidad, aplicando
un proverbio chino, tener un hijo,
escribir un libro y plantar un árbol.
Tengo un hijo, un libro por corregir,
pero quizás en la tercera pueda
integrar mi estrella, con la de todos
aquellos que se fueron quedando,
contemplar la vida como si fuese una
obra de inspiración divina,
acompañando las ocultas heridas, al
tiempo de todas las vidas sacrificadas,
sujetando los restos, con los ojos de un
cielo, que se abre todos los días, para
conseguir, ser ese sueño de ese antiguo
cuento de hadas, que pude imprimir.
O quizás deba contar yo, que una
noche, una tarde noche de domingo,
aprovechando la tranquilidad de la
casa y a espaldas del sueño de Gabriel
y como brujo que soy, y tras mi primer
hechizo, me fui a velar a otro sitio. En
el sueño ajeno y en esa noche,
aparecieron los bomberos, encontrando
estirados en la cama, a ambos
invadidos por el humo y ruidos de
trozos de escombros, que caían. Quizás
podrían haber seguidos el camino del
dulce sueño, pero algo había de hacer
y rescate a mi ya viejo compañero de
andanzas y al dueño de casa, el que ya
era otro, tras una embolia. Un ser
renovado y sano, o quizás y esto es lo
rescatable, romper el maleficio que
envolvieron mis deseos durante
muchos años. Gabriel dejo la vivienda
y tras pocos días, partió en su BMW
rumbo al norte, donde empezó a
reordenar toda mi obra y proyectos,
para ser lo que ahora es, en este no ser
y estar. Quizás y para no ser mal
interpretado este llamado que olía a
misa negra, fue el llamado de quien
escribe a escondidas, en este relato,
que entretenido ya me tiene. Leer,
escribir y ordenar, en la voz de
Gabriel.

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