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Stephanie

Primera Edición: Junio, 1996

© 1996, Samuel Akinín Levy


Editado por: Editorial Akinín & Kramer
Caracas - Venezuela

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del "Copyright", bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, com-prendidos la reproducción total o parcial, el tratamiento
informático y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

Impreso en Caracas - Venezuela

ISBN: 980-07-3277-2
Agradecimiento

Cambiar la rutina es algo que no depende de nosotros únicamente, dedicarse en cuerpo y


alma a la escritura de un libro, y en cierta manera olvidarse de la familia y de los amigos, sólo
es posible si se cuenta con la colaboración de ellos.
Hoy debo reconocer la paciencia que muchos de mis amigos y en especial mi familia han
tenido para conmigo. Sin ese apoyo jamás hubiera podido completar esta novela.
Enumerar a los que me han acompañado, sería llenar varias páginas, pero olvidarme de
esos pocos y muy queridos, que desde el mismo comienzo han sido mi soporte, sería una gran
injusticia. Por eso mis sinceros agradecimientos son para:

Mi esposa Anita, fiel compañera con la que siempre he contado.


Mis hijos: David, Nathalie, Debbie Pearl, Vanesa y Moisés a quienes robé la
mayor parte de su tiempo.
Mis padres: David y Simi, quienes considero mis mejores ductores.
Mis hermanos: Esther e Isaac (kiki), por su interés puesto durante todo el tiempo.
Mi amigo: Miguel Meckler mi gran crítico.

Esta obra es para todos ustedes


Prefacio
Con pelo color negro azabache, un cuerpo voluptuoso
una mujer que encierra en sí todo lo bello y hermoso:
una figura envidiable, llena de curvas, de laderas,
unas grutas y destacando en su relieve dos montañas.

Unos ojos atigrados, que sin descanso reflejan


una pasión inagotable, un amar que no dejan.
En un vivir tormentoso, en un querer sin sentido
un corazón aunque hermoso, muchas veces está perdido.

Ella poseedora de un corazón ardiente, un aroma exquisito


con música en sus palabras y un saber erudito
una joven que ve su vida como un cuadro inconcluso
lo rellena día a día con colores y hasta figuras incluso.

Stepanie, con un corazón para amores,


saborea los placeres y vive al margen de los dolores,
del hostigamiento, las venganzas, las vejaciones e insultos
por tan sólo querer ser en la vida: el amor de los amores.
Stephanie
Recostada apaciblemente sobre el confortable sofá de cuero negro, en el
consultorio de su psicólogo, ella recorría con la vista los estantes. Daba la impresión
de estar en busca de algo específico. La biblioteca que rodeaba la habitación estaba
completamente llena de libros: enciclopedias en diferentes idiomas, grandes clásicos,
libros médicos, grandes novelistas, distintas series: Kafka, Sartre, Molière, Sheldon,
Freud: sus seguidores, sus escritos y todo lo relativo al psicoanálisis, Lacan, las nuevas
escuelas, El Quijote, la Biblia y miles más. Eran pocos los espacios ocupados por
adornos o portalibros. Las obras bien ordenadas dejaban en claro, que una
bibliotecaria profesional sería la única persona responsable de tal orden.

—¿En qué piensas?

Uno... dos... y quizás hasta tres fueron los minutos de silencio.


Luego Stephanie, con su voz muy peculiar y sexy, exclama con lágrimas en los
ojos:
—¡No sé cómo pudo pasar! Pensé que me amaba, creo que pude cambiar su
destino y haberlo ayudado, no me llamó. ¡Cuánto debió sufrir! Reconozco que él ya no
podría vivir de esa manera.
¡Pobre hombre! De la gloria y la grandeza a la pobreza y al desastre. Una de las
grandes fortunas y no logró si-quiera mantenerse durante una sola generación.
Es cierto, ese era su destino, ahora que lo veo me doy cuenta, que ¡sólo la muerte
podría obviar tanto dolor!
—¿Te refieres a Henry?
—Sí.
Cuando trato de imaginármelo en los últimos momentos de su vida, diversas
situaciones surgen en mi mente: unas veces quisiera llorar; otras, a la vez reír. Deseo
llorar con y por él. Veo cuánto sufrió: su soledad, los verdaderos motivos que lo
forzaron a tomar esa decisión... ¡la más drástica! Me cuesta trabajo creerlo, me es
imposible aceptarlo; quizás logre comprenderlo, pero, es... es algo tan increíble, tan...
tan ilógico, tan absurdo.
Henry era un hombre completo, perfecto, lógico. Cada segundo que paseo los
hechos por mi mente, lo hago para tratar de visualizar la última acción, el último
instante; y la escena me permite vislumbrar ese volcán interno que tuvo que
desencadenar su decisión y al verlo absorto en su soledad sufro.
Cuando manipulo mis recuerdos a capricho, logro verlo e imagino las intenciones
que tenía de querer hablar con sus amigos, con sus pocos pero verdaderos amigos, y
sé que tan sólo, se encontró con su conciencia.
Preguntas... seguramente se hizo muchas. Supongo, que todas quedaron sin
respuestas. Todas ellas dentro de un silencio total, que en su mente retumbaron y lo
acercaron a la locura. Ecos de la conciencia en su pasado, sus errores, que penetraron
inmisericordemente en lo más recóndito de sus sentimientos. Es un cuadro que
perdurará por siempre en mi mente y lo imagino... ¡cuán solo estaba! ¡Cómo me
hubiera gustado ayudarlo! aconsejarlo, o, como mínimo, ¡despedirme de él!
Numerosas cosas en mi pasado han tenido un denominador común, un eje central,
un foco de inspiración. Muchos recuerdos gratos pertenecen a ese hombre. Es mi
historia, la de una mujer importante gracias a su cariño y a sus favores. Un buen
hombre cuyo triste y pobre pasado, no le sirvió de lección; y en un protagonismo
centrado en su bondad ilimitada ayudó a quienes nada merecían, dio a quienes no
debía y fue, únicamente, al final, cuando comprendió que realmente estaba solo.

El terapista notó, en la connotación de su voz, el res-peto, descubrió que había


algo más fuerte que un sentimiento; además, supo que ella no trataba de disimularlo.

Todo comenzó diez años atrás... Henry Walters era en ese momento el
homenajeado. Para esa fiesta no se había escatimado nada: se alquiló el penthouse
del Hotel Hilton, cosa nada común, ya que los salones de alquiler para festejos son los
ubicados en la mezanine y en la planta baja del hotel.

Henry era alguien muy especial: su nombre, cual marquesina, brillaba en muchas
esferas sociales, sin importar el país; lo mismo daba hablar de él en Washington, New
York, París o en Marruecos. Aunque provenía de una familia humilde, había aprendido
de la vida lo mejor. Su dominio de varios idiomas obtenidos con el deambular por el
mundo, le abría puertas que para muchos eran inaccesibles; su gracia natural y su
porte refinado eran claros destellos de su prometedor éxito.
Una vez entablada cualquier conversación con él, era suficiente para reconocer su
innata inteligencia. Era un conversador capaz de competir con cualquiera. Sabía
reconocer a su interlocutor y se explayaba con él en un tema en el que siempre
acertaba y dominaba. Estaba acompañado día y noche de eso que algunos llaman
suerte y otros pocos reconocen como sabiduría, aquélla que se obtiene durante una
vida llena de experiencia.
En sus comienzos, una mujer fue su tutora. En verdad, aunque su falta de capital
no comulgaba con sus ideas, ni con sus planes; su ambición fue siempre ser dueño del
mundo, meta que casi pudo lograr.
Había pasado apenas cuatro años desde que finalizó la guerra: el mundo estaba
repleto de esperanzas, necesidades y promesas; la rendición del Imperio Japonés y la
destrucción a nivel mundial de su imagen los había obliga-do a rezagarse
internacionalmente en muchos terrenos.
Henry sabía de sobra la capacidad y la autoestima de ese pueblo. Si pudiera tan
sólo costearse un viaje al Japón les prometería que con su ayuda, de nuevo los
mercados americanos rebosarían de productos “made in Japan”.
Fue una amiga llamada Margoth, esposa de un director de banco, quien valiéndose
de sus contactos, le facilitó el primer crédito, que aun no siendo millonario, sí fue lo
suficiente como para realizar su anhelado viaje, además, sufragar todos los gastos que
ello implicó.
Estando en Japón, hizo uso de su sonrisa la mejor credencial que indudablemente
portaba. Los asiáticos, ávidos de clientes, no dudaron en proveerlo de cientos de
muestras; la gran mayoría de ellas eran productos textiles.
Ellos dominaban la técnica para elaborar las sedas. Sus conocimientos sobre
normas y procedimientos textiles heredados de sus ancestros, les permitían estar al
frente del mercado mundial en cuanto a calidad y colorido.
Para esa primera incursión en los negocios de importación, Henry había escogido
lo sencillo, lo simple; él quería ser su representante, tomar pedidos y ganarse una
comi-sión. Por un escaso tres por ciento de comisión, para cual-quiera que pensara en
forma común, los logros del viaje luego del esfuerzo y de los gastos realizados,
parecieran que hubieran sido casi nulos; Henry W., quien no era un cualquiera, desde
un primer momento sabía que había logrado encontrar la aguja dentro del pajar.
Con su optimismo, se veía camino al estrellato. La suerte lo comenzó a acompañar
desde ese preciso momento. Su olfato para los grandes negocios, le decía que lo que
estaba por venir sería lo más importante de todo cuanto había imaginado.

Al llegar en 1948 a Venezuela, país en donde está vi-viendo, ordena sus muestras
y repasa su lista de precios. Sus muestrarios eran variados por las disimilitudes en las
clases, pintas y colores, pero en lo referente a precios, sólo tenía tres: las sedas de
noventa cms de ancho a treinta centavos la yarda; las de ciento diez a cuarenta y las
de ciento cuarenta a cincuenta.
En su mente los números iban y venían, el saber que las cifras, supuestamente
calculadas, serían sus beneficios; lo hacían verse poseedor de una inmensa fortuna.
Nadie, que no fuera él, podría haber pensado lo mismo; aunque cualquiera diría que si
lograba vender unos cien mil metros de tela al año, a un promedio de cincuenta
centavos la yarda, lo máximo a vender apenas alcanzaría los cincuenta mil dólares; de
los cuales, al sacar un tres por ciento como comisión, obtendría algo así como unos
mil quinientos dólares al año, que para la época significaba un buen ingreso; pero
requeriría de unos mil años de trabajo y de ahorro para lograr tener su primer millón
de dólares.
Definitivamente, no era eso lo que tenía programado como plan, él no tendría la
paciencia de esperar tanto tiempo como para ahorrar tan poco.

Desde esa pequeña habitación del hotel en el que vivía en pleno centro de la
ciudad, diseñó la estrategia. La lista de precios obtenida en Japón debía ser duplicada.
Así, de treinta, cuarenta y cincuenta centavos la yarda, estas telas pasaron a sesenta,
ochenta y hasta un dólar la yarda.
Había otro problema difícil de resolver, ¿cómo les justificaría a los japoneses que
su intención no era la de obtener nada más que el tres por ciento de comisión? Ellos
de ninguna manera le permitirían ganar más. También para eso, ya Henry poseía la
apropiada respuesta. Los comerciantes de posguerra, sus nuevos clientes tenían
deseo de enriquecerse, con darles o por lo menos hacerles creer que se les daba un
pedazo de la torta, estaba seguro se sentirían satisfechos.
A ojos ajenos es un comienzo a cosas insolubles; a los ojos de Henry, se
desmaraña con increíble facilidad toda la trama; o sea, la solución era simple. Bastaba
demostrarles el ahorro de los impuestos aduaneros al subfacturar a la mitad de su
verdadero valor. Logrado esto, obtendría dos cosas, menor costo, además de que él
como vendedor aparecía como financista al otorgarle por el saldo hasta treinta días de
crédito sin intereses. No había nada que objetar, las condiciones eran inmejorables.
El negocio era por así decir redondo y ninguna de las partes salía perjudicada: los
fabricantes japoneses por su lado, recibirían el pago total de sus productos, la aduana
cobraba realmente los verdaderos derechos arancelarios; los clientes disfrutarían
pensando y sacando cuentas de los ahorros logrados gracias a la facturación, a las
facilidades y a los beneficios del financiamiento del saldo, y al final de cuentas, era
Henry W. quien pasaba a ser además de un gran y buen empresario, el que más
ganaba en el negocio ya que sobre la venta bruta, obtenía la mitad, más su tres por
ciento del total.
Así comenzó el primer millón de dólares de Henry W.: primero pedidos, más tarde
importó telas y aprovechando la liquidez de sus beneficios y su buena experiencia de
crédito con su banco, logró que con apenas un pequeño abono, le abrieran cartas de
crédito y llegada la mercancía, el banco le financiaba el saldo, que luego amortizaba
durante tres meses. Esta mercancía que compraba para él mismo, la ofertaba a sus
clientes para entrega inmediata con un rendimiento extra que oscilaba entre treinta y
cincuenta por ciento.

Apenas había transcurrido un año, y era considerado como el mejor cliente que los
japoneses tenían en toda Sudamérica. Con experiencia, con dinero propio y con la
cartera de clientes que contaba, realizó un segundo viaje a Japón, esta vez descubrió
telas que medían más de dos metros de ancho. Su creatividad le permitió reconocer el
nuevo filón que acababa de descubrir. Estas telas las compraría para él en exclusiva,
Henry de inmediato logró ver el cambio que se realizaría en el país en la confección de
sábanas.
Tal como lo imaginó, ocurrió: sus precios no tenían competencia. Su producto era
el único en el mercado que no llevaba costura en el centro; las sábanas estaban
confeccionadas de una sola pieza, lo que además de favorecerlas embelleciéndolas,
las aventajaba con las otras en lo relativo a costos y a tiempos de producción. Hoteles,
pensiones, casas de vecindad, hogares, mueblerías, vendedores ambulantes y hasta
amas de casa se enorgullecían de vender las famosas sábanas Hewa.
En un tercer viaje importó bolígrafos, eran los primeros en llegar al país, se
asemejaban cual plumas fuentes, pero no requerían recarga. Más tarde, importó
radios receptores, tocadiscos, neveras, máquinas de escribir, artefactos eléctricos y
las muy populares máquinas de coser Hewa.
H.W., admiraba desde pequeño tanto a Cristóbal Colón, como a Marco Polo, de
ambos trató de copiar el deseo de negociar con otras tierras. Era un hombre que
estaba claro, sabía que las fronteras eran líneas imaginarias que servían únicamente
para separar a un país de otro; que las necesidades de los países vecinos eran iguales
o similares, y suponía que el sistema evidenciado en un sitio, debía funcionar para los
demás. Probó su teoría y así, Colombia, Perú y Panamá comenzaron a demostrar que
Henry no estaba equivocado; aquel pequeño empujón que le diera Margot con su
primer préstamo bancario, lo había convertido en la máquina hacedora de billetes más
eficaz del momento, su fortuna en apenas dos años alcanzaba un tamaño colosal.
Pero la suerte, factor primordial que en forma usual está presente en muchas de
las personas ricas, no podía en momentos como estos, fallarle. Con un mercado
cautivo, con plazas esparcidas en cuatro países, con un sin número de clientes
directos e indirectos los montos y volúmenes crecieron extraordinariamente.
Llegó a tal el volumen de venta, que uno de sus pedidos, logró llenar todo un barco
con telas, mercancía destinada para la época decembrina.

Vino la desgracia, ocurrió esa noche cuando se levantó un temporal como en años
no se había visto. Tres cosas increíbles sucedieron: el barco por mala suerte se hundió
muy cerca de la costa de Venezuela, afortunadamente no hubo muertes que lamentar,
y en la carga, no venía asegurada ni una sola yarda de tela.

¡Haz bien y no mires a quién! Un favor que le había hecho a un viejo amigo
residenciado en Madrid, España, en un momento de su vida, le hizo pensar que con
suerte no todo se habría perdido. La misma noche, lo llamó; se llamaba Mikael
Kramer, era agente corredor de seguros. Le contó su desgracia y del error cometido al
no haber tomado una póliza que cubriera posibles accidentes como el que le acababa
de ocurrir. Su amigo, ni corto ni perezoso, le dijo que aprovechando la diferencia de
horarios, él vía telégrafo, iba a solicitar a Londres, la cobertura de la póliza de seguro
de la mercancía. No le hizo promesas, mas sin embargo, al poco tiempo le confirmó
que la compañía de seguros la había aceptado, lo que significaba que a corto plazo se
encargarían de pagar los daños.
Aunque Henry, desde un primer momento, se hacía ilusiones, no se quedó
tranquilo; desde el instante de ocurrido el accidente contrató a un equipo de buzos
para tratar de salvar la mayor cantidad de telas posible.
Él no se quedó esperando un resultado afirmativo de la compañía de seguros;
cuando éste llegó, fue una gran sorpresa. Además, toda la tela se encontraba
recuperada en tierra firme. H.W. era un hombre que ante los grandes problemas se
crecía, y al minimizarlos, los transformaba en simples; por un lado, el seguro había
ofrecido pagar los daños; por el otro, la mercancía –aunque mojada con agua salada
estaba casi íntegra, ¿qué hacer? Muy sencillo, para el seguro, el accidente ocurrido en
la otra parte del mundo era una pérdida más. A Henry se le ocurrió pasarle a estos
una oferta para comprarles lo que se pudiera salvar del siniestro por un cinco por
ciento del valor del embarque.
La compañía de seguros acostumbrada a siniestros similares y con experiencias en
pérdidas totales, pensó que la oferta era un gran negocio y de ipsofacto aceptó el
trato.
A Henry se le presentaron en ese momento ganancias por partida doble: el pago
del seguro y la recuperación de la totalidad de sus telas. Hasta ahí de nuevo, cualquier
persona con una suerte similar hubiera logrado lo mismo. Pero en su caso, no sería lo
único que se le ocurriría. El no se conformaría con eso nada más. Contando con la
aprobación de la compañía de seguros, contrató a casi todo un pueblo para tender las
telas y secarlas al sol.
Durante esos días, de haberse podido uno asomar desde un avión, se hubiera
logrado captar una vista espectacular: kilómetros de tierra decorados con telas, dando
la impresión de una obra de arte. La tierra vestida con matices de rayas, rojos,
naranjas, celestes, flores, blancos resplandecientes, y muchos colores más,
proyectaban una vista impresionante. El diseño simétrico era casi perfecto, se pudo
lograr ya que los espacios eran los mínimos requeridos para que una persona pudiera
pasar entre las telas e irlas estirando.
Cuando éstas estuvieron secas, se logró constatar en la mayoría de los casos que
se habían encogido. Había una merma de casi un ocho por ciento. ¡Grande es aquél
que de una supuesta desgracia económica, obtiene reales dividendos contrariamente
a la lógica; y un mal negocio lo transforma en otro muy bueno!
Con las telas en tierra ya seca y doblada, tomó una decisión. Dividió la mercancía
en cuatro partes y las re-partió como estaba previsto. La diferencia privó en el
momento de venderla. Por primera vez, miles de miles de metros de telas encogidas
eran ofertadas para ser vendidas por kilos. La respuesta estaba en que la pérdida en
el me-traje, era inferior al incremento logrado en el peso. A esto se le debía sumar,
que el nuevo estilo de ventas llegó en el momento apropiado y como si se tratara de
verdadera ganga, la gente se abalanzó a comprarlos.

Uno de los viajes que Henry hizo a Perú lo ayudó a des-cubrir dos negocios que
pronto comenzarían a doblar su fortuna: el primero fue relacionado con el Yute,
material que se importaba desde la India y Paquistán, que se utilizaba en la
confección de sacos de tela.
A Henry se le ocurrió que estas fibras pudieran teñirse, la sorpresa se la llevó al
recibir el nuevo acabado, éstas descollaban cual seda. Así como por arte de magia,
pasó de ser un producto de tercera calidad a uno de primera. Nuevos usos, nuevos
precios y nuevos mercados: manteles finos, cubrecamas, telas laminadas, etc., etc.
El segundo descubrimiento tal cual los anteriores, de igual manera pasó a ser otra
fuente inmensa de ingresos. En un comienzo, Henry descubrió que en Perú se hacían
grandes negocios con las conservas de atún. Le llamó la atención que ni siquiera se
trataba de atún. Los pescadores llevaban a las distintas fábricas un pescado llamado
Bonito, su precio no llegaba a la mitad de aquél, y su calidad en lo referente al sabor,
la misma.
El pescado colocado sobre largos mesones, recibía cuatro cortes: el primero cerca
de la cabeza, el segundo pegado a la cola, con los otros dos cortes en el centro, que
permitiría ser: atún, calidad A y lo que quedaba de los lados atún, calidad B.
La cabeza y la cola se desechaban. En un comienzo era poca la basura, luego en la
medida que los pedidos y la producción iban creciendo, de la misma manera ésta,
también. Se debía amontonar hasta lograr llenar un camión y poder tirarla. Los malos
olores y los altos costos de transporte para su eliminación estaban presentes. Henry
se las ingenió y ordenó construir una maquinaria que trituraba, exprimía y secaba los
desechos. Los malos olores desaparecieron, los volúmenes se redujeron de una
manera increíble y al final del proceso lograron un nuevo producto: harina de pescado.
Este subproducto pasó a tener una importancia mundial: en Rusia por lo
económico y alimenticio, era vendido para el consumo humano; en países
industrializados, por su carácter nutricional, se comenzó a utilizar para reforzar los
alimentos de consumo animal.
Verdaderamente sus negocios todos prósperos, no producirían tanto como este
nuevo, que por accidente surgió. Henry en poco tiempo era propietario de una flota
pesquera de sesenta barcos. Pero al dedicarse a la venta de harina de pescado que lo
llevó a alcanzar un setenta por ciento de la producción mundial, se dio cuenta que el
pez de mayor rendimiento era la anchoveta, éstas por razones de una corriente
natural llamada el Niño, eran llevadas cerca de las costas peruanas. De nuevo, la
pesca venía hacia él, daba la impresión de contar con la bendición del Supremo. Lo
que tocaba pareciera cual Midas, se le convertía en oro.

Stephanie apenas mantiene recuerdos de su niñez. Con apenas meses de nacida,


fue traída a Venezuela junto con su hermano, quien era dos años mayor. Ambos
habían nacido en la ciudad de Miami. Su padre John Cadwell era un experto jugador de
golf, había sido contratado como instructor por un club en este país.
Cuando ella cumplía dieciocho años y por encontrarse celebrando con sus amigos,
no acompañó a sus padres ni a su hermano que habían sido invitados a pasar un fin
de semana en la casa de campo de uno de sus alumnos en el interior del país. El
destino truncó sus vidas, la inexperiencia del piloto, y el mal del tiempo fueron
supuestos causantes del desastre aéreo.
Al otro día, Stephanie fue notificada del accidente, se sintió perdida, en ese
momento se encontraba sola en el mundo, no conocía familia alguna, salvo amigos de
sus padres y aún no estaba preparada para hacer frente a los avatares de la vida.
Pero no fue esa la primera vez que tuvo que enfrentarse cara a cara con los
problemas, apenas había transcurrido un año del lamentable episodio que vivió, le
tocó descubrir la crueldad en la vida de una manera insospechable.

Demos una retrospectiva a su pasado antes del accidente de su familia, y


descubramos un poco el porqué de su personalidad: su hermano Miguel, por su estilo
de vida era más bien retrógrado, causado, quizás debido a la poca atención que de
niño recibió del padre. Era por así decirlo, más bien tímido, fueron muy pocos los niños
que habían logrado acercársele. Hablar de sus amigos, era hacerlo en singular. Su
energía la había volcado a los estudios, se es-meraba para ser, no sólo el primero de
la clase sino el mejor de los mejores, a veces lo conseguía; pero de ningún modo
llegaba a llamar la atención del padre como deseaba.
Quizás, la misma educación sajona chocaba un poco con los Standard que se
empleaban en este nuevo país; tal vez fue la misma readaptación junto al aprendizaje
de un nuevo estilo de vida la que no llegó en el momento apropia-do y que a lo mejor
logró suceder luego del nacimiento de Stephanie. Quién sabe si por uno u otro motivo
o por la misma manera súper protectora que ejerce un padre ante un hijo, para que
éste no se desvíe. La posibilidad de que un niño tergiverse sus obligaciones y traduzca
ciertos hala-gos o señales de afecto de una manera equivocada, podían también ser el
verdadero motivo que aunque no justificaba al padre, lo forzaba a actuar en forma
displicente y lejana.

La llegada de la hermanita menor, ocasionó la ruptura y la poca paz que en su


alma albergaba. Miguel se tornó irascible, por días dejó de comer. Su madre no lo
notó, la llegada de la niña había surtido en ella un nuevo milagro. Sus propios
recuerdos... jugando a las muñecas, la recreaba extasiada ante una realidad más
hermosa. La niña había venido a este mundo con una dulzura natural, su ca-bello
aunque corto, era hermoso. Sus labios perfectamente ubicados en un rostro delineado
que asemejaba los rasgos del padre, aunque, desde el primer momento, de una
belleza muy superior.
Una de las cosas que más agradaba de la niña, era su tierna forma de dormir y
cual reloj, despertaba a la hora exacta para ser amamantada; algo que en el primer
hijo no hizo, porque lo normal para el sitio y la época no era eso, durante el cual se
iniciaba el uso de los biberones. Con la famosa excusa de no dañar el busto, hubo un
grupo considerable de mujeres que pensaron que el nuevo método era lo mejor para
la madre y para la criatura. Afortunadamente, los estudiantes que pasaron largas
noches asimilando conocimientos y luego muchos lograron graduarse de médicos,
llegaron a la misma conclusión que la de nuestras abuelas, ignorantes en el campo de
saber científico, quienes reconocían las bondades de amamantar; y ahora son ellos,
los médicos, que con todos los conocimientos y mucha experiencia, predican lo que
ellas venían haciendo siglos atrás.
Miguel se enfrentó desde muy niño a dos grandes enemigos: a un padre –que con
sus razones y excusas se alejaba y aislaba para no perjudicarlo–, y a una madre –que
en escasas horas pensó le había robado todo el amor que le tenía, para entregárselo
de una manera, según él, desbocada, a una simple criatura extraña que acababa de
llegar. Los primeros años no lograron recuperar en el niño la seguridad que tenía de
sentirse único, la madre desde muy temprano se levantaba por la mañana para
prodigarle todo tipo de zalamerías, caricias y promesas a esa niña tan querida.
La distancia entre un hermano y otro desde el primer momento fue como de la
tierra a la luna, y no hubo acercamiento sino hasta esa vez, esa maldita vez, que les
hizo ver con gran claridad, todos los errores cometidos, pero ya fue tarde.
Stephanie era todo un cromo, con los años ganaba en belleza y dulzura, era la
adoración de sus padres y el ejemplo de otras madres. Desde que pudo dar sus
primeros pasos, se convirtió en la compañía permanente del padre, esto, según
presentía Miguel, era con la única intención de molestarlo, y daba la impresión en su
caso, que la costumbre podía más que los mismos sentimientos, aunque el padre
adoraba a su hijo, nunca se lo supo comunicar, y a esta hora, pensaba que era
demasiado tarde, para cambiar su comportamiento.
En el colegio, Stephanie era muy aplicada; la manera con que sus padres
celebraban sus notas y los progresos era igual a la que lo hacían con su actuación en
los deportes. Este hecho no aminoró los sentimientos negativos ni la forma de pensar
de su hermano hacia Stephanie; por lo que hacía ver un difícil entendimiento en un
futuro.
Los años pasaban y las relaciones con su hermana no cambiaban. Aunque ella
trató, en repetidas oportunidades, de acercarse; él lo impedía y no permitía seguir
adelante, y sin embargo a un aparente sincero intento, su contestación estaba llena
de mucho reconcomio. No, no fue la falta de interés la culpable en el mejoramiento de
las relaciones, fue la misma vida y los celos mal manejados desde un principio, que
crecieron sin frenos, totalmente desbocados.
En Miguel se había engendrado un sentimiento confuso, que lo había convertido en
algo muy diferente a aquello que pudo haber sido.
Sus amistades eran en cantidad, las mismas no permitían la permeabilidad del
aporte de otros en su conducta, aunque no había reducido su interés ni su dedicación
por los estudios, de alguna manera en su inconsciente siempre supo que eso al padre
lo enorgullecía y no quería matar la correspondencia a tal afecto.
Los muchachos en el colegio lo tildaban de afeminado, porque no le conocían
novias, como tampoco se le había visto haciendo práctica del cortejo: juego nacional
de moda para jóvenes de su edad. Ellos lo planteaban descaradamente, manifestaban
sus dudas a través de impulsos, por medio de insultos e improperios, haciéndolo a
sota-vento o disimulado bajo la capa del disfraz de las muecas o del silencio público
de voces afónicas, que nunca dicen nada y que en definitiva cual flecha envenenada
portan en la punta curare, o el peor de los venenos.
Miguel creció y su forma de ser siguió siendo la misma. Los años, no ayudaron a
desarrollar su personalidad, tal cual como a su hermana, por el contrario, la diferencia
en-tre uno y otro seguía siendo abismal. Ella se desarrolló convirtiéndose en toda una
beldad, su silueta acentuaba la belleza y denotaba la bondad con la que se había
comportado la naturaleza con ella. A todas estas, Stephanie, cumplidos sus diecisiete
años, era ya una mujer.
Su hermano la miraba y sutilmente se podía notar una mirada indecente de su
parte: sus instintos afloraban sobre los sentimientos gobernando sobre estos y
anulándolos. Su cuerpo cubierto con ropas poseía un atractivo especial; con cierta
desnudez...., pensaba podría ser el despertar de una apetencia carnal, olvidándose
que a quien veía era su hermana. En cierta oportunidad, él la vio semidesnuda y des-
cubrió nuevos sentimientos que luego lo acompañaban noche tras noche que no lo
dejaban dormir.
Tras uno de aquellos despertares, cuando supo que ambos estaban solos, cual un
animal pendiente de su presa, se sintió con los ánimos suficientes para atacar... y así
lo hizo. Enloquecido... se abalanzó sobre Stephanie y haciendo uso de todas sus
fuerzas físicas, la tomó por sorpresa. Miguel hizo provecho de toda la adrenalina que
corría por su torrente sanguíneo, que unido al deseo reprimido y ayudado por su
desbocada ira que además sirvió para no permitir un escape posible... sin sentir
remordimiento alguno... la violó.

El acto, que apenas había sido consumado, no invitaba a pensar en placer de uno
u otro lado; era algo descabellado, la salvaje agresión por la persona menos pensada
la hacía ver como si estuviera viviendo una pesadilla. Ahí, inerte, destrozada en su
humanidad y honra, gimiendo gritos sordos llenos de una gran desesperación escuchó
ruidos, era su madre que llegaba. Esto sirvió para detener los salvajes impulsos de
Miguel, pero el mal ya estaba hecho.
Stephanie inmóvil desde hacía unos minutos, se empezó a recuperar, la seguridad
de ver a su madre sirvió de alivio a su dolor. Madre e hija se abrazaron transmitiendo
sentimientos y pesares sin necesidad de palabras. La situación que se planteaba era
tan cruda y fuerte como la acción; aparte del dolor que como madre y mujer sentía:
ver a sus hijos involucrados en algo tan cruel y supuestamente tan lejano a uno
mismo, era inconcebible. ¿Qué hacer?, ¿qué decir? Lo que acababa de pasar era algo
a lo cual no estaba preparada. Sabía que este tipo de cosas podían su-ceder en casas
y familias ajenas, pero nunca se imaginó en la suya propia. Al ver a la madre, Miguel
lleno de vergüenza sintió indignación por sí mismo, se ocultó en su cuarto y se encerró
en él.
Ahora venía la parte más difícil y de la cual temía su consecuencia, pero sabía que
no había otro camino: tenía contárselo a su esposo. No estaba segura que pudiera
atre-verse a narrar lo que sus ojos habían visto y de no hacerlo, por siempre se lo
reprocharía y más. Estaba consciente que debía frenar esos instintos enfermizos de
Miguel o de lo contrario podría reincidir con su hermana, o quién sabe luego, si no
agrediría a otra mujer indefensa.

Cuando el padre lo supo, le era difícil de aceptar y de asimilar. En momentos


pensó matar a su propio hijo, fue sólo luego de la actitud mediadora de su esposa, que
aunque no entendió, optó por cambiar de decisión.
La madre en su instinto por defender a uno de los suyos, trajo a su defensa, que la
presión del medio ambiente fue la culpable. El obligar a un joven a ejecutar sus dones,
ejercitando el machismo, a veces lo forzaba, obligado por la misma presión a adoptar
conductas que no necesaria-mente eran las más idóneas, ni mucho menos, correctas.
Sólo entonces se podía entender como pretexto que para demostrar tanto a él como al
mundo, su machismo, lo empujaba hasta hacer algo tan abominable con un ser que le
fuese tan cercano como su hermana.

Horas estuvo hablando el padre con su hijo. El sentimiento de culpa por su acción
se inyectaba en cada una de las palabras que emitía; al mismo tiempo que un silencio
minaba su interior a través del cual aceptaba su responsabilidad, pero
lamentablemente ya no había marcha atrás. El interés del hijo por llamar la atención
del padre por fin había sido logrado... Pero, Miguel, se daba cuenta que esa no era la
vía que debió adoptar para lograr lo anhelado; y lo único que en su defensa pudo decir
repetida-mente fue: ¡Perdóname papá! ¡Perdóname!

Stephanie no sintió consuelo. Aunque, esa noche, su madre sin apartarse de ella la
acompañó, no hubo palabras que pudieran mitigar la vergüenza, el dolor; así como
tampoco la posibilidad de aplicar algún tipo de escarnio, desprecio, castigo o condena
al responsable.

A la mañana siguiente padre e hijo se hicieron presentes en el consultorio del


psicólogo. Ambos esperaban algo así como un milagro, una justificación de parte de
un profesional que explicara la acción como consecuencia de la falta de sentimientos
y descubriendo la faceta de una doble personalidad, a la cual se le imputaría la culpa.
Lamentablemente, ellos sólo hablaron; las esperadas palabras de consuelo, de
ayuda... nunca llegaron. La situación era más complicada de lo que imaginaban. El
profesional había entendido desde el primer momento, que el muchacho sufría de
ciertos trastornos en su personalidad; por ello cita al paciente a una próxima consulta.
Después de esta consulta, le siguieron otras. Miguel cumplía a cabalidad con cada
una de las visitas al psicólogo. De ellas, Miguel notaba que en su yo interno había
crecido un gran sentimiento de culpa, pero de ninguna manera tuvo el coraje de
volver a dirigirse a su hermana. Sabía que había hecho algo sucio, estaba resentido;
pero no tenía muy en claro a cuál de los dos le había hecho más daño: si a su
hermana o a su padre.

El tratamiento continuó durante varias semanas, las relaciones familiares casi no


existían, convivían en el mismo hogar, pero todos parecían extraños. Cada uno por su
lado pretendía desconocer la situación y trataban dentro de lo posible de no
encontrarse con los demás. Des-de aquel día fatídico, no se volvió a tocar el asunto.
El psicólogo estuvo trabajando este caso con especial atención. Estaba consciente
qué debía hacer, y una de las herramientas con que contaba era el tiempo. En las
consultas descubrió el celo enfermizo que Miguel había generado desde el nacimiento
de Stephanie.

Llegaron las vacaciones. La costumbre general obliga inclusive a los profesionales


a mantener su status quo. El psicólogo debía al igual que los demás, viajar con su
familia al exterior.
El padre de Miguel no quiso aceptar que a su hijo le paseara por la mente la
posibilidad de sentirse curado. Sabía de un lugar que era utilizado como retiro
espiritual y decidió que debería internar a su hijo allí hasta el retorno del doctor. No
encontró oposición alguna por parte de Miguel, sumisamente se prestaba a cualquier
experimento que el padre presentara, todo esto con el único interés de recuperar
aquello que pensaba había perdido desde niño y que no quería entender que sólo
había ocurrido por la agresión a su hermana.
El sitio escogido para el retiro espiritual estaba ubicado en el corazón de una zona
montañosa, se respiraba oxígeno y mucha religiosidad.
En su primer día tuvo que confesarse, el cura desde ese mismo instante al conocer
los detalles, le hizo sentir culpa por la suciedad de su acción. Repetidas veces lo fue
dosificando con ese sentimiento, hasta que un día, en una bandeja Miguel le llevó su
pene cercenado.
Su regreso al hogar definitivamente generó un cambio. El padre, cercano a una
crisis de locura, se inculpaba por lo sucedido. La madre, concientizó los errores
cometidos desde un principio. Stephanie, ya no guardaba rencor, se daba cuenta que
los sentimientos humanos hacían jugadas capaces de desequilibrar nuestra forma de
pensar al tiempo que hacía tambalear nuestra conducta.
Aquel odio, unido al rencor que sentía por su hermano, sin motivos aparentes, sin
las requeridas disculpas y sin ningún tipo de explicaciones lógicas, fenecían de
repente dejando paso a un nuevo sentimiento poseedor de mucha más fuerza:
lástima, pena; que nacieron de inmediato al saber, que el arma con la que fue
atacada, había quedado inutilizada de por vida.

Pero la vida continuó, hasta aquella fatídica mañana cuando la familia, que salió de
viaje para mitigar un poco las penas y olvidar el dolor, encontró la muerte en un ho-
rrible accidente.
Stephanie pasó semanas enteras viviendo en la creencia de que se trataba de
alguna equivocación, el amor tan complicado y confuso, que sentía por su familia la
forzaba a pensar que de un momento a otro, despertaría de esa pesadilla volviendo a
ser feliz
Pero la vida, con su aguda realidad, la obligó muy pronto a volver en sí. Facturas
de teléfonos, luz y otros pagos pendientes la hicieron reaccionar rápidamente. Quizás
fue una dura manera de madurar, pero no quedándole otra alternativa, concientizó su
situación.
Stephanie recordaba con cariño a su padre, éste le dedicaba una atención muy
especial por haber volcado su afecto y atención en ella.
Ahora el tiempo le dejaba ver el por qué de muchas cosas. La rigurosidad que
durante las clases de golf ella recibía de su padre, habían dado sus frutos, al menos
podía imitarlo dando clases. Con ello logró producir lo necesario para poder vivir en
forma cómoda.
Se esforzaba cuidando que su nombre estuviera siempre a buen resguardo, ya que
una joven sola en esos momentos era mal vista. Nadie estaba al tanto de lo que le
había sucedido en su pasado. Día a día trataba de llenar el vacío tan grande que tenía,
ganando nuevas amistades, pero aquéllos que la conocían respetaban su manera de
ser y en muchos casos hasta trataban de ayudarla tanto en lo económico como en lo
espiritual.
De su padre, ella había adquirido el sentido de lo práctico; razonaba manteniendo
al margen los sentimientos. Solo esto, logró permitirle recuperar parte de su alegría y
sin darse cuenta la hizo volver a la normalidad, a ese dolor natural que se nos
presenta de distintas maneras y al cual nos hemos acostumbrados por el estilo de
vida, donde nos preocupamos, pero no nos ocupamos ya que lo vemos como un
panorama lejano, algo así, como un dolor ajeno.
La adaptación a esa nueva vida, sin tutores y sin el ca-riño de sus padres, fue
durante esa etapa de su vida muy difícil, pero el esfuerzo que tuvo que imprimirle
para poder superarlo, fue tal, que al lograrlo, descubrió en ella una nueva imagen, sus
rasgos infantiles o su misma falta de madurez, habían desaparecido como por arte de
magia: había aflorado una mujer en todo el sentido de la palabra que en nada se
parecía a la anterior. En las esferas sociales que frecuentaba los hombres se le
acercaban como ani-males de rapiña en busca de despojos, pero se llevaban enorme
sorpresa al conocerla: ella estaba muy clara en los principios morales que le habían
sido inculcados.
En una reunión en la cual ella estuvo presente, se habló mucho sobre alguien
llamado Henry Walters que sin saberlo abrió en su mente un espacio exclusivo de él.
Sin entender el por qué, comenzó a sentir una atracción hacia Henry, a quien aún
personalmente no conocía, que bien podría ser generada por una pasión vivida en otra
vida.
A esa u otra posibilidad, no existía respuesta, mas un deseo que llegaba un poco
más allá del simple interés en conocerlo, se fue adueñando cada vez de más espacio
den-tro de sus pensamientos. Cuando se presentó la oportunidad de conocerlo,
gracias a su amigo odontólogo, que sin darse cuenta le había comentado el hecho de
que asistiría a una fiesta en su honor, Stephanie no dudó en pedirle que la llevara.

Esa noche, la del Hilton, era una noche para recordar. La decoración en la sala de
fiestas pareciera realizada para una novia. Orquídeas naturales, como centros de
mesa; sillas cubiertas con lamé y mesoneros en cantidad inusual daban la impresión
de estar atendiendo casi en forma unipersonal.
En lo referente a la comida platillos muy exclusivos: Salmón ahumado de Noruega,
Caviar de Beluga, Langostas de Maine, Percebes del país vasco, Paté de Fois Gras de
Francia, centollas, cangrejos, vinos, whiskies, y champaña. Se dieron cita los más
destacados empresarios, la gente más exquisita; la élite social estaba disfrutando
como nunca.
Únicamente un Henry Walters era capaz de lograr aquel lujo y derroche. Dos
orquestas, tocaron los ritmos del momento; melodías del ayer se dejaban oír y
creaban una atmósfera cual las mil y una noche. La crema y nata se con-fundía entre
sí y aunque en la gran mayoría de sus casos todo lo que estaban viendo les era
conocido, no así de esta manera, ni en esta magnitud. Suspiros, halagos, loas eran
algunas expresiones de los invitados.
Al cruzar la vista se originó un chispazo. Nunca antes Henry se había sentido tan
atraído por mujer alguna, su cuerpo y su mente, como volcán en erupción lo obligaron
a dirigirse a ella. No la conocía, jamás la había visto, pero estaba dispuesto a no
perderla. Olvidándose de su esposa y de su hija, Henry no pudo contener sus instintos
y cual tigre liberado de su jaula y hambriento a más no poder, saltó sobre su presa sin
pensarlo.
—Me da un placer muy especial el saber que la reina de las flores se sirva decorar
mi fiesta, una diosa hecha con un envidiable cuerpo de mujer que demuestra con
fineza la perfección y el buen gusto del creador.
Su tono de voz denota que se trataba de una mezcla entre un estado serio y
jocoso, ella por su lado con una cara de asombro y triunfo lo escuchaba atentamente.
—Le pido disculpas, no he sido cortés, pero sí sincero. No podría vivir de hoy en
adelante sin haberle dicho lo que mi alma me impulsó a decir. Su aura desde el primer
instante me sedujo con su brillo extraordinario, quiero decirle de la manera más
franca, que es usted la mujer más atractiva y bella que he conocido, que mi alma y mi
cuerpo desde hoy le pertenecen y le pido en caso tal de no ser posible completar este
sueño, que no me lo haga saber, que no me lo diga ahora; déjeme vivir con mi sueño
esta noche y en caso de que usted no sea parte de mi destino, ya no me valdría la
pena vivir ni tampoco me importaría morir mañana...
—Muchas cosas he oído de usted, pensé que exageraban, la verdad es que la
realidad es más contundente y humana que los rumores. Me encanta conocerlo. Antes
de decirle mi nombre le ruego disculpe mi intromisión, no he sido invitada, vine
acompañada de un amigo mutuo, el Dr. Moisés Kalman, su odontólogo, pero a menos
que usted no me invite ahora mismo me retiro.
—Desde este mismo momento la declaro a usted como la invitada de honor y se
sentará en mi mesa.
—Gracias, es usted muy amable.
—Aún no sé su nombre.
—Stephanie... Stephanie Cadwell.
—Quiero que comprenda que fue una broma, aunque toda broma siempre tiene
algo de verdad. Por favor, ¿me acompañas a la mesa?
—Con gusto.
Caminaron unos pasos, los que aprovechó Henry para sentirla. El posar su mano
sobre la espalda, fue la mejor sensación de la noche. Un hombre cuya juventud pasó
casi inadvertida, conocía una nueva experiencia.
—¡Les presento a Stephanie Cadwell!
Mi esposa Loraine, mi hija Adriana, el Dr. Alberto Pérez, Ministro de Hacienda, unos
amigos.
—Mucho gusto.
—¡Siéntate a mi derecha!
—Gracias.
Pocos minutos pasaron, los suficientes para grabar las imágenes de los rostros de
la esposa y de la hija de Henry.
—Le decía que ya nos íbamos, tenemos otro compro-miso, únicamente vinimos
porque Moisés quería cumplir con ustedes.
Antes que Henry pudiera siquiera pensar en alguna pregunta, Stephanie rozó su
pierna con la de él de una manera sin igual, su cuerpo enardeció de placer al igual que
un momento antes lo había hecho su mente.
Henry supo enseguida, que ése sería el comienzo de una relación, no quería
estropearle la fiesta ni a su mujer ni a su hija, por lo tanto bajó un poco la guardia y
conteniendo sus deseos, la ayudó a levantarse de la silla. La tomó por el brazo,
mantuvo su mano asiéndola firmemente. Con pequeñas pero repetidas caricias, Henry
trataba de demostrarle su afecto y ella de alguna manera los recibía en silencio, pero
conforme.
—¡Quiero volver a verte!
—Me encantará.
—¿Cómo lo lograré?
—Mi nombre aparece en la guía telefónica.
—¡Hola Moisés! Me dio mucho gusto que hayas venido; traer a Stephanie además
de una buena idea, fue el mejor regalo de la noche.
—No quiero que te molestes, pero nos tenemos que marchar, vinimos para
acompañarte en este día tan especial, ahora nos vamos: hoy uno de mis nietos
cumple años y nos esperan para cortar la torta.
—¡Cómo se te ocurre, no faltaba más! La familia es la familia, eso es lo primero;
de nuevo les doy las gracias por haber venido.

Aprovechando la despedida, Henry se le acercó a la mejilla de Stephanie, rozó sus


labios pícaramente por ella, y luego con todo el deseo acumulado, le dio un tierno
beso de despedida y le susurró al oído:
—Nos veremos mañana sin falta.
—Adiós.
Comenzaron a llegar los ramos de flores, desde las diez de la mañana, con escasos
intervalos de quince minutos, (se notaba que esos recuerdos le traían una excitación
memorable), era una experiencia única en su vida, algo que alguna vez uno pudiera
creer haber oído, pero de lo que no se está consciente que en verdad pueda pasar.
El primero en llegar sin estar acompañado de alguna tarjeta, fue un ramo gigante
de flores rojas, luego otro de flores blancas, amarillas, moradas y más tarde otros no
menos espectaculares de flores surtidas. Sólo un hombre podría ser el responsable de
ese derroche.

Henry llegó después del octavo ramo, pero eso no fue suficiente motivo para que
estos dejaran de seguir llegando.
Cual verdadera modelo, Stephanie quien dominaba ese arte, estaba espectacular.
Lucía un vestido negro muy entallado de algodón, que delataba su hermoso y
perfectamente moldeado cuerpo; sus dientes radiantes mostraban una sonrisa pícara,
sabía que él estaba prendado de ella y lo tenía comiendo en la palma de su mano.
Henry inmediatamente descubrió en ella, que no sola-mente era admiración lo que
sentía, su vestido escotado, tan ceñido al cuerpo, sus pechos erguidos y firmes descu-
brían graciosamente que flotaban libres, no requerían soporte; su labios pintados con
carmín rojo fuego.
Lo corto del vestido dejaban ver unas piernas perfectas que terminaban siendo
embellecidas por unos zapatos negros, de pequeñas tiritas, que acariciando sus
dedos, con sus uñas perfectamente pintadas, permitían ver todo un conjunto sexy.
La habitación llena de flores daba la apariencia del salón de exhibición de una
florería, los ramos llenaban el ambiente de múltiples colores; la alfombra rosada, los
muebles en piel beige, la mesa de cristal que lucía unas bellas piezas de porcelana,
ayudaban a dar una realeza al ambiente. Pero lo más atractivo era ver dentro del
colorido, a aquella mujer vestida de negro, cuyo contraste terminaba por destacarse
dentro de la escultural y perfecta obra.
Stephanie se acercó a él irradiando lujuria.
Henry sacó del bolsillo de su chaqueta un estuche de regalo, se lo entregó
diciéndole:
—Espero que te guste, quiero que una reina se sienta como tal.
Ella tomó el estuche y se lo acercó a su pecho.
Con ese gesto, algo le estaba insinuando, esbozando una leve sonrisa, musitó:
—Eres muy atrevido, pero me agradan tus modales, no imaginé ayer que la cita
fuera en la mañana.
(Abrir un regalo, normalmente es algo que solemos hacer como rutina, no
acostumbramos a demorarnos más de lo normal). Stephanie como si supiera de qué
se tratara, daba la impresión de no tener apuros, se tomó todo el tiempo y con un
especial cuidado despegaba la cinta tratando de no estropear el papel que envolvía el
estuche como si éste fuera muy importante. Henry no pudo ocultar su nerviosismo.
—Me va a dar un infarto, ¿eres así con todo?

Dos fieras en celo se encontraban en el mismo cuarto, una demostraba fuerza,


poder; la otra mesura, calma. Eran diferentes, pero en la sabia naturaleza se
encontraban a gusto, ambos se complementaban. Él, agresivo en sus impulsos; ella,
comedida pero muy consciente de sus actos.
Cada movimiento, cada gesto, cada palabra que él pronunciaba eran observadas
con detenimiento; ella era capaz de recrear con lujo de detalles todo lo que estaba
pasando. (Esta es una técnica cuyo dominio permite liderizar al que la conoce). Saber
de antemano, las reacciones de la gente, conocer los resultados antes de que las
cosas sucedan, entender el carácter de la otra persona y adivinar cuál será la actitud y
hasta ver los pensamientos que pudieran estar desarrollándose en el otro, otorga, al
que lo logra, un control indiscutible de la situación.
Stephanie sabía que un hombre en la cumbre del mundo, no podría haber llegado
por ventura ni azar. Reconocía en él su gran inteligencia; pero, a su vez, advertía que
des-de un primer momento ella dominaba en forma total sus instintos.
—¡Oh..! Jamás te imaginé con un presente como éste, ¡tú debes estar loco! Debe
haberte costado una fortuna, ¿acaso estás tratando de comprarme?
Al abrir el estuche, había una carterita de piel que contenía un collar de brillantes,
más de cuarenta piedras de un tamaño que terminarían por iluminar la escena. Él se
acercó a ella rozándole, casi acariciándole las manos, tomó el collar y se lo colocó en
el cuello.
La pieza en sí era una obra de arte, tuvo que haberle costado una fortuna.
Perfectos brillantes engastados en forma simétrica coronaban la belleza de esa mujer,
y a la vez obtenían ganancias per se al ser lucidos en una figura y un cuerpo como el
de ella.
En un instante de coquetería, Stephanie dejó de lado su muy estudiada posición,
su lógica dejó de funcionar ante tan atrevido y generoso hombre. Ya no podía
contener por más tiempo su curiosidad y se acercó al espejo que había en la sala. El
obsequio la había impactado desde un comienzo, pero tan sólo al lucirlo en su propio
cuello, se maravilló. Ante él, ella veía una imagen diferente. El collar era una pieza con
poder propio, daba la impresión de que poseía vida y que sus latidos se podían notar a
través de los millones de destellos que sus piedras fulguraban. Extasiada con la vista
que reflejaba el espejo; se podría decir que había perdido el habla por unos instantes.
Pero lo insólito era que la misma imagen también la hacía ver dentro del cuerpo de
una extraña.
Stephanie comenzó a experimentar una sensación de riqueza y poder. Era algo
que nunca antes había sentido y un cosquilleo constante en sus entrañas le gritaba lo
que en ese momento su cuerpo experimentaba.
Se regresó a su lugar y encontró unos brazos abiertos. Sin pensarlo más se
abalanzó hacia él, un abrazo emotivo fue seguido de un beso ardiente, dos cuerpos
fundidos en uno se agradecían mutuamente. Un respirar acompasado, pero furibundo,
los estremecía y los hacía vibrar. Al cabo de unos segundos, las manos comenzaron
hacer su trabajo, hacían sentir las cosas no dichas, un lenguaje de gestos,
respiraciones y caricias los mantenían estrechamente unidos.
Cual dos adolescentes ahí parados en la mitad de la sala, se entregaron a los
besos sin reparo ni descanso. El tiempo y su inflexibilidad debieron haberse inmutado,
ya que complaciendo todo el placer que la pareja sentía, pareciera se hubiera
detenido.
Ellos en un solo día habían logrado vivir con intensidad la fuerza de un verdadero
amor. Sentimientos que se engendran con el tiempo y que se motivan por actos y por
las acciones de cada uno de los miembros de una pareja, estaban presentes para
darle un cuerpo real y para no permitir que el cuadro desluciese.
Con mucha ternura Henry la llevó hasta el sofá, acomodados uno al lado del otro,
se dieron un pequeño res-piro, él la veía y denotaba la admiración que por ella sentía.
Ella supo que en su corazón él sería de ahora en adelante el responsable de muchas
cosas. Stephanie convencida de que a un hombre como el que la estaba cortejando no
lo po-dría complacer solamente con caricias e imaginando sus deseos, se levantó del
sofá y asiéndolo de sus manos con ternura, lo ayudó a levantar y lo invitó a su
dormitorio.
Caminaron unos cuantos pasos, él la acariciaba por todo el espacio desnudo que el
vestido negro tenía en la espalda; ella suspiraba, esas palpitaciones que ya se habían
normalizado de nuevo resurgían demostrando sus deseos. No pudiendo evitarlo,
volvieron a estrecharse en un pro-fundo y apasionado beso.
Desde ese instante, él tomó las riendas y dominó la situación, sus palabras
maduras e inteligentes comenzaron a brotar con mucha ternura, con un respeto que
hasta ese momento no había demostrado tener.
Para un hombre como él a esta altura de su vida, esto no era un juego más, sabía
que había descubierto su verdadero amor y lo quería disfrutar para siempre, no iba a
permitir que nada empañara la relación, no dejaría que el recuerdo de esa primera vez
fuera traumatizante, su amor, su pasión y su deseo podrían esperar el momento
adecuado. Besándola en la frente, se despidió dándole su número privado.
—Quiero que seas mía en cuerpo y alma, que me busques porque me deseas como
yo a ti.

Ella casi muda, completamente desubicada, no podía creer lo que le estaba


pasando.

No percibo mi vida sin él, creí poder manejarlo todo, qué estúpida fui, ahora sé que desde
antes de empezar ya lo quería. Me cautivó con su porte, su poder, su aroma, su voz, su
forma de besar, su misma madurez y su mesura.
Quisiera expresarle, ordenarle que no me abandonara desearía con toda mi alma que me
abrazara, que me hiciera suya, quisiera con una frenética locura, que me amara, que me
llevara a lo más recóndito del placer y la lujuria.
Quisiera... quisiera... quisiera... pero por absurdo que parezca, en este momento tan crucial
de mi vida, ni puedo ni sé que decir.

Transcurrieron dos días sin que mediaran palabras. Ambos con una idea fija, los
sentimientos y la pasión que había surgido, no los podían apartar de sus mentes. En
pocos minutos, espacio de tiempo transcurrido desde el comienzo, se habían
entregado su alma y su amor.
Habiéndolo meditado, no soportó más, entendió que él ya le había dado una
demostración de fuerza y que la que verdaderamente se sentía debilitada era ella.
—Hola.
—Hola. ¿Cómo estás?
—Me tienes completamente abandonada, quiero saber si te ha pasado algo, o si
hice algo que no te gustó.
Luego de tu partida, me quedé pensativa, sé que fuimos violentos, pero si en algo
te importo, quiero expresarte que aún hoy, no me he podido recuperar del susto.
Te fuiste de mi vida, casi de la misma manera que en ella entraste, y...
perdóname, ni siquiera te pregunté si tenías tiempo para atenderme, no sé, a lo mejor
estoy interrumpiéndote en algún asunto especial o importante.
¿Quieres que te llame más tarde?
—Stephanie, amor, gracias por llamar. Conté cada segundo que pasé esperando
tu llamada. No me he despegado del escritorio ni un solo minuto, no te imaginas
cuánto me has hecho sufrir. Sólo pensar que te podía perder me estaba
enloqueciendo. Y tú ¿cómo te has sentido?
—Qué te puedo decir, creo que igual o peor que tú, con tu ida tan súbita, nacieron
en mi muchas dudas, todas y cada una de ellas se confabularon y me estaban
enloqueciendo, me he preguntado una y mil veces cuál pudo ser mi error y no me he
podido contestar, por favor, quiero que me digas, ¿qué pasó?
—Primero quiero decirte que no importa con quién esté, tú siempre serás mi
prioridad. Segundo, siempre me gustaron las cosas claras: Por muchos motivos, no
puedo ofrecerte matrimonio, pero quiero que seas mi mujer. En la parte legal tengo
muchas limitaciones, más tarde te las iré contando poco a poco y estoy seguro que las
entenderás, pero en lo relativo a la vida real, nada ni nadie podrá separarnos. De ti
depende ahora, si en esas condiciones me aceptas, de hacerlo mi entrega será total.
—No sabes ¡cuán feliz me siento!
¿Cuándo te veré?
—Hoy es viernes, el lunes te paso a recoger a las diez de la mañana. ¿Te parece
bien?
—Te estaré esperando.
Cual novia en víspera de su boda, Stephanie saltaba de alegría; el príncipe de sus
sueños se había convertido en realidad. Se veía acompañada de su hombre por el
resto de sus días. Recordaba, el momento que le tocó pedirle a Moisés Kalman que la
llevase, aunque tenía un interés especial en conocerlo, jamás se le hubiera imaginado
que éste sería el desenlace.

Durante el fin de semana se ocupó de su imagen personal, además se dedicó con


esmero al arreglo de todo su hogar. Quería que Henry se sintiera cómodo, no
permitiría que se llevara una mala impresión en lo referente a un posible descuido en
cuanto al orden o a la limpieza. El aparta-miento aunque pequeño, era confortable,
había unido dos cuartos, para tener un espacioso dormitorio con vestier.

Henry, como todo un caballero, llegó puntual a la cita, apenas abierta la puerta,
ella lo invitó a pasar, él tomando una de sus manos, le dijo:
—Quiero que me acompañes, vamos a dar una vuelta, ¡ah... regresaremos un poco
tarde!
—En definitiva, veo que eres un hombre lleno de sor-presas, apenas termino de
asimilar una e inmediatamente vienes con otra.
¿Se puede saber a dónde vamos?
O ¿lo sabré solamente cuando lleguemos?
—Estoy tratando de vivir a tu lado todo aquello que me he perdido. Mi niñez junto
con mi juventud, posee muy pocos recuerdos gratos, y ahora que puedo, que quiero y
que tengo con que y con quien no permitiré que esto se repita, por el contrario juntos
iremos descubriendo nuevas emociones, nuevos placeres. Sé que el mundo sufrirá
celos, que la gente hablará, que dirán y dirán, por mi que digan lo que quieran, no me
importa.
Sentados ya en la parte posterior del vehículo, se toma-ron de las manos. La
solemnidad que había en sus palabras la hacia sentir segura. Este era un hombre
distinto a los que había conocido. Por un lado se le veía blando de corazón, por el otro
se le conocía muy fuerte en los negocios, tenía más amigos que enemigos, pero hasta
sus amigos cuando se expresaban de él lo hacían con cierto reparo, se notaba no
tanto el respeto como el temor.
Indudablemente que su poder alcanzaba límites insospechados, las autoridades de
mayor jerarquía se ufanaban de conocerlo, se desvivían por atenderlo, tras un
pequeño e insignificante favor, siempre venía a cambio un enorme e importante
regalo.
Definitivamente Henry podría tener defectos, mas la tacañería no era, de ninguna
manera, uno de ellos. Era espléndido con todos, con sus empleados, su servidumbre,
sus amigos, con su misma familia. Su llegada a cualquier lugar era recibida cual si se
tratara de la llegada de un rey; mozos, mesoneros, porteros, vendedores y hasta
gerentes celebraban cada vez un evento como ése; desde ese mismo momento cada
uno sentía que Henry les haría muy feliz ese día. Su costumbre era dejar las mejores
propinas y si de compras se trataba, siempre adquiría lo mejor, no sabía regatear lo
que lo convertía en el mejor de los clientes.

—Te traje una pequeña sorpresa.


Era un anillo y unos zarcillos de brillantes que hacían juego con el collar. Henry
quería verla feliz y como era un hombre de posibilidades, sabía como lograrlo.
—Gracias, ¡qué bellos! Son idénticos a mi collar; su-pongo que eso ya tú lo sabías.
Como una chiquilla, lo abrazó, lo colmó de besos, después de un beso, le decía
gracias, luego otro y repetía lo mismo, hasta que sus bocas se encontraron. Vino un
silencio en el que se dijeron mucho.
El chofer iba por un rumbo determinado, rodeando casi toda la ciudad se había
adentrado en una urbanización que aún estando en las afueras, estaba relativamente
cerca de todo. Detuvo el automóvil, se bajó y ayudó a salir primero a Stephanie y
esperó las instrucciones del jefe.
—Espera acá, no tardaremos.
Estaban parados frente a una casa muy grande, y pin-tada toda de blanco, se veía
inmensa, su fachada estaba llena de ventanas del tipo europeo, con cristales
biselados que dejaban traslucir los destellos de las lámparas, extrañamente estaban
todas encendidas aún siendo de día. Pareciera que sus propietarios se hallaran de
fiesta.
Un jardín muy bien cuidado rodeaba la casa por todos lados. Se lograba ver en el
tope del segundo piso una chimenea que no emanaba humo. Algo no común, no se
veían animales que vivieran dentro de la casa, poco o nada era el ruido que se
escuchaba de sus inquilinos. Se notaba un poco de nervios en el proceder de ambos,
la intriga de saber a dónde se dirigían, la obligó a romper el silencio.
—Henry ¿a quién venimos a visitar?
¿Quiénes viven aquí?
Al no obtener ninguna de las respuestas, hubo un cambio en la pregunta.
—¿De quién es esta casa?
—Si te gusta, es tuya
Y cómo no iba a gustarle, era simplemente un palacio. Siete cuartos dormitorios en
la planta baja y tres en el primer piso, una cocina para atender a todo un batallón, un
salón donde se instalaría una biblioteca, una sala comedor muy grande, un salón para
juegos, dos cuartos pequeños y dos cuartos para los servicios y chóferes. En el mismo
momento en que Stephanie se preguntaba por la servidumbre, Henry como si le
hubiera leído su mente le contestó.
—No te preocupes, cuando te mudes este jueves, cada puesto, estará cubierto con
la gente apropiada.
—¿Este jueves? ¿Crees que yo puedo hacer milagros? La casa es muy bonita, pero,
hay que amoblarla, pintarla, alfombrarla, contratar a la gente... ¿en verdad tu eres
capaz de hacer todo para ese día? No, no necesitas contestarme, tengo la respuesta.
Me gustas por muchas de tus cosas, pero me siguen encantando tus sorpresas.
—Bueno, ya sabes como es tu nueva casa, ahora vamos al banco, debemos
terminar la tarea del día.
Al llegar al banco, Henry le abrió una cuenta corriente sumamente abultada, le
explicó que de ahora en adelante será ella la encargada de hacer sus pagos, le insinuó
que a él le gusta vivir bien, pero a la vez la tranquilizó informándole que cada mes le
depositaría una suma igual.

El jueves comenzó la mudanza, muy pocas fueron las cosas que llevó a su nuevo
hogar, apenas, algunos porta-retratos, sus ropas, las piezas de porcelana que
decoraban su mesita de noche y las que se encontraban en la mesa que estaba en la
sala.
Por primera vez comieron juntos en la nueva casa, cuando ella imaginó que darían
rienda suelta a su romance, para su sorpresa descubrió que él se estaba despidiendo
a la vez que le informaba del viaje que harían a la mañana siguiente a New York.
Indiscutiblemente que este hombre tenía un estilo muy propio y una fuerza de
carácter extraordinaria.
De nada le valió su vestido rosa viejo que estrenó esa noche, ni siquiera él se dejó
llevar por el escote tan atrevido que no sólo insinuaba, éste decía a gritos que la pose-
yera, que ya no soportaba otra noche sin que la tomara. Así que ni esos platillos
especiales y afrodisíacos, ni todo el perfume francés que según él le había encantado,
ni el romanticismo de unas velas durante la cena, lograron que Henry diera ese paso
tan deseado.
El viaje a New York se realizó con muchas incógnitas, sin saber de nuevo cuál sería
el motivo del viaje en sí, ella acordó acompañarlo. Siendo como era, Stephanie ni se
molestó en imaginar lo que sucedería, hasta ahora se podría decir que la cosas
marcharon bien, aunque en su mente estaba naciendo cierta pequeña duda. ¿Sería
Henry un hombre impotente? Cuando imaginaba esto, su misma mente la reprendía y
la hacía volver a retornar a sus cabales.
Se hospedaron en el Statler Hilton de New York frente al famoso Madison Square
Garden. Fue su primer viaje. Ver a tanta gente caminando por las aceras, era un
espectáculo que no se lo hubiera podido imaginar. Era algo así como ver un dulce
atestado de hormigas, eran miles de miles de personas. A modo desenfrenado unos
iban y otros como llevándoles la contraria, venían hacia el lado opuesto. Al mirar la
otra acera, la situación era similar. Era una sensación de goce tal como si se tratara
que estos los estuvieran recibiendo. Desde ese instante ya se podía disfrutar la
contagiosa alegría de la ciudad y de su gente.
¡La suite presidencial! Definitivamente Henry era un hombre que disfrutaba a
plenitud de las cosas que con el dinero podía comprar.
—Me siento la mujer más importante del mundo, apenas hemos llegado, pero
presiento que será mi más grande y mejor experiencia. Pareceré tonta, pero no
hubiera podido creer que tanta gente paseara por las aceras a estas horas de la tarde,
¿es que hay alguna convención o también tú te encargaste de que eso sucediera?
—En Norte América, las cosas son distintas, el horario es diferente, cuando
llegamos, esta gente apenas estaba saliendo de sus trabajos, ellos comienzan a las
nueve de la mañana y terminan a las cinco de la tarde. Manhattan, que es la isla en la
cual estamos en este momento, se destaca por la cantidad de personas que viven,
que trabajan y que vienen como turistas. Se calcula que todas juntas sobre-pasan los
ocho millones de personas; algo más de la población que hay en toda Venezuela. Pero
no hemos venido a tomar clases, hemos venido a vivir, a disfrutar y amarnos
mutuamente.
Estas palabras sonaron en los oídos de Stephanie cual una promesa. Súbitamente
le entró un cosquilleo por todo el cuerpo. Henry había logrado en muy poco tiempo
adueñarse de sus sentimientos, además de que sus deseos ya estaban centrados en
una sola persona.
Se bañaron y salieron a conocer la gran metrópolis. Ver desde varios ángulos al
majestuoso Empire State, el rascacielos más alto del mundo y a muchos otros de los
grandes a uno y otro lado de la avenida, era algo inimaginable para la gran mayoría
de los nuevos turistas.
Mas allá, al atravesar Park Avenue pudieron evaluar el orden y la limpieza. Ver sus
flores la maravilló, al igual que el cuidado que le prodigaban. Pasear por la 5ª Avenida
y apreciar las vitrinas llenas de cientos de productos, unos más bellos que otros, la
dejó extasiada.

Al llegar al Central Park, pudo darse cuenta de que la ciudad era muy querida por
sus habitantes. En la zona más valiosa, cerca de donde ya estaban plantados cientos
de edificios gigantescos, de repente todo cambiaba, de esas moles de concreto se
pasaba a una imagen campestre. La naturaleza en contra de todo pronóstico se
mantenía viva, y en un reto descabellado permanecía desafiando al cemento, a los
cristales y a los hierros.
El paseo por el parque en coche de caballos, les sirvió para que se acurrucaran
como dos tórtolos. Para la cena Henry había escogido el Tabern on The Green, este
era un restaurante que se encontraba en las mismas entrañas del parque; su
decoración es muy conocida por las enormes, coloridas y muy variadas arañas de
cristal que embellecen los diferentes salones del restaurante, era casi comer dentro
de la escenografía de una de esas películas del famoso Walt Disney. Fue un día lleno
de nuevas y agradables emociones, el primero que pasaron juntos, y la noche...,
promisoria.

Henry la llevó al estreno de una obra musical. Fue un espectáculo de esos, como
sólo Broadway sabe producir. Cual caja de Pandora, Henry sacaba de su manga una
novedad tras otra.

De regreso al hotel, Stephanie venía absolutamente prendada. Estuvieron


agarrados de la mano hasta que cerrada la puerta de la suite, no pudo soportar más,
con una pasión fogosa se le lanzó; surgió un torrente de besos y abrazos. La
respiración jadeante era una demostración del deseo de ambos. Por momentos
pareciera que fuera él quien manejaba la situación, pero inmediatamente, se veía que
era ella. Esto continuó por varios minutos; cada vez que uno de ellos abría su boca
para tratar de decir algo, el otro la callaba a besos.

No se percataron cuán amplia era la habitación, ahí estaban únicamente ellos en


un cuarto enorme, parados en un mismo lugar, casi sin moverse. La atracción que
entre ellos se había generado poseía una carga tan fuerte, que de no permitir una
pequeña descarga como la que estaban haciendo, se hubieran podido fundir. Él, es el
que en un momento de respiro, actúa.
—Amor, vámonos a la cama, mi cerebro está que explota, el deseo que siento por
ti, es algo que jamás había experimentado, ahora estoy seguro, que me amas como
yo, y sé que seremos sumamente felices.
—¡Henry! ¡Cómo me has hecho sufrir! ¡Nunca me sentí tan atraída por hombre
alguno! La velocidad con que corre mi sangre, demuestra que tienes razón, somos el
uno para el otro, ven... vamos.
Ella lo ayudó a desnudarse, desabrochaba un botón y lo llenaba de besos: primero
el cuello, el pecho, la cintura. Le quitó la camisa. Él, con mucho cuidado y ternura, la
ayudó con el cierre, el vestido se deslizó dejando ver ese cuerpo que por tanto tiempo
había ansiado. Lo que veía, superaba con creces lo imaginado por sus deseos. En un
cuerpo cual deidad, destacaban sus senos bien formados, su larga cabellera azabache
los cubría delicadamente. Una de las formas femeninas más perfectas, proyectaba
unas piernas moldeadas que se engalanaban con una piel tersa, que servían como
pedestal de ese monumento.
Se encontraban completamente desnudos, dieron unos pasos y continuaron hasta
llegar a la cama. Lujuria, pasión, éxtasis, hasta llegar a la entrega total.
Henry la veneraba, se sentía satisfecho y justificó la espera; ella se había
entregado con una gran sinceridad, además de hacerlo de una forma total. Tras un
respiro, jun-tos tomaron un baño, dentro de la bañera juguetearon con sus cuerpos.
Descubrir cada centímetro del cuerpo del otro, los ayudaba a compenetrarse más.
No terminaron de secarse, cuando la excitación reclamó un segundo acto. Habían
complacido a la imaginación y al sueño. Saciado el deseo que por días tenían
reprimido, ahora el goce era diferente; los besos eran más tiernos, lo que antes daba
la impresión de ser una competencia de caricias, estímulos y poder, en nada se
asemejaba a lo que estaba ahora ocurriendo. El uno le dedicaba a la otra una ternura
muy especial. Así pasaron toda la noche; el sol con sus rayos entró por los espacios
que las cortinas dejaban abiertos, estos lograron un efecto contrario a la lógica; los
ayudaron al reposo y más tarde los guiaron al sueño total.
Nueva York los acogió con los brazos abiertos. Henry por su misma forma de ser
complacía a Stephanie a cada instante. El la llevó a los grandes modistos y la llenó de
regalos. En la joyería Tiffany, una de las más famosas del mundo, le compró un reloj
de oro y un brazalete.
Y ese mismo lunes prosiguiendo por la misma ruta llegaron al Central Park y en
uno de los edificios más lujosos del momento, como regalo de novios le obsequió un
apartamento.
Su filosofía era el hacerla ver como si ella fuera la esposa y por eso quería
demostrarle sin reparos que compartía con ella su fortuna. Todo esto en una sincera
demostración de admiración y amor.

Henry después de haber hecho el amor con Stephanie, comienza a ver el mundo
de otra manera. Desde muy temprano se había dedicado primordialmente en
acumular riqueza, ésta era una labor que requería un esfuerzo máximo. Las pocas
relaciones públicas que hacía eran simples cuestiones de trabajo. Ir a una fiesta por
placer o salir con su esposa a bailar, visitar amigos sin motivo aparente, era algo
impensable.
A veces se tomaba algún tiempo y lo dedicaba a su hija, pero decir que la relación
entre ellos era normal sería exagerar la verdadera situación. Sin embargo a raíz de
conocer a Stephanie sus patrones cambiaron, se dio cuenta que no todo era dinero y
que a su alrededor existían placeres simples que comenzaron dejándole grandes
satisfacciones.

En su hogar, la situación presenta un cambio evidente. Hay un look que Henry le


imprime a su aspecto, además de que la adorna con un nuevo sastre y más atención a
su cuerpo. Perfumes penetrantes y corbatas más llamativas son unos de los primeros
síntomas. Luego, mayor atención y dedicación a su figura.
Cuando por primera vez se dio cuenta de sus canas, de repente comenzó en él la
angustia de sentirse envejecer. Ahora que había encontrado a esa mujer se sentía en
plena competencia con cualquier joven. Era un reto el demostrarse así mismo que en
muchos terrenos, él podía medirse con ellos.
Esto en su hogar no pasó desapercibido, aunque Loraine por no quejarse dejó que
las cosas pasaran. Ella no presentó protesta alguna. En su educación existía la creen-
cia que el hombre como tal, es poseedor de ciertas prerrogativas y quizás éste fue el
motivo de su silencio.
Este mutismo de ella, le permite a Henry realizar viajes cortos al interior del país
que en un comienzo duran un so-lo día, o mejor dicho toda una noche y luego con más
con-fianza realiza viajes al exterior que requieren su presencia hasta por más de una
semana.

Stephanie logró moldear a Henry de una manera muy especial. Lo cambió de ser
un hombre con un solo objetivo: la riqueza, a ser delicado, gentil y presto en cubrirla
de atenciones.
Juntos conocieron una gran parte del mundo. Souvenirs de diferentes lugares
comenzaron a llenar las vi-trinas en la casa de Stephanie. Por doquier se podía
encontrar un recuerdo que encerraba alguna historia interesante. Stephanie alardeaba
entre sus amistades de la manera en que habían sido adquiridos.

Henry estaba un poco alejado de sus negocios. Pero sus ingresos eran tales, que
esto no ejercía cambio alguno. En este "flirt" se sentía otro hombre, era tanto el placer
que obtenía de su compañía que sin darse cuenta se estaba entregando en cuerpo y
alma a ella. Tan frecuentes fueron los viajes que los cuatro puntos cardinales en algún
momento fueron testigos del amor que se profesaron. No paraba de llenarla de
sorpresas. Regalos sin límites, viajes a los lugares más afrodisíacos o misteriosos; él
disfrutaba con tan sólo verla feliz.

Las fiestas que se comenzaron a realizar en la casa de Stephanie ya habían


adquirido fama, personalidades del mundo político, económico, judicial y hasta
religioso, se daban cita en su hogar. Pasó a ser el lugar de moda. El centro social con
mayor brillo. La sociedad caraqueña se turnaba. La prensa local y las revistas
internacionales le dedicaban partes de sus espacios.

Entre los destacados y asiduos visitantes se encontraban: Don Rodrigo Tejeros,


uno de los empresarios de mayor empuje económico; Morthy Steiner, un comerciante
con mucho éxito; Los Marchan, familia criolla de un gran abolengo; los Pérez Dángelis,
propietarios de las licorerías más conocidas; los Cardozo, amos del cemento; los
Brillinstein, poseedores de extensas zonas de terrenos urbanísticos; los Rievers,
encantadora pareja llena de vitalidad y con una energía que contagiaban con su
humor, uno que otro Monseñor y de vez en cuando el Gobernador y algunos jueces de
la Corte Suprema.

Henry en su amor por ella la complacía en todo y cada vez inventaba alguna
excusa para hacerle un regalo; desde acciones en la bolsa, o pagándole supuestos
dividendos que según decía, había ganado en alguna que otra inversión que le había
realizado. Ella, gracias a él, era considerada una mujer rica.
La alegría y la felicidad colmaban por completo su nido de amor. Ellos lograron
intercambiar sus secretos, muy pocos por no decir ninguno eran aquellos que
consciente-mente se ocultaban. Entre ello hubo uno que quedó grabado en la mente
de Stephanie de una manera extraña: Henry le había contado que el matrimonio con
su esposa no fue algo calculado, que entre ellos hubo atracción, pero que ésta de
alguna manera en nada se asemejaba al que desde el primer momento sintió por ella.
Su verdadera esposa no era la compañera ideal para un hombre como él. La gran
mayoría de las veces no lo acompañaba a las distintas obligaciones o viajes; además
de que ella inconscientemente se auto-castigaba por no haberle podido complacer en
su rol de madre. Una enfermedad en la matriz, errores en el diagnóstico y después en
el trata-miento la habían dejado estéril.

Lo que verdaderamente dejó impresionada a Stephanie fue la historia que él le


contó acerca de la adopción: cuatro años de matrimonio y no pudiendo tener hijos,
adoptaron en 1975. Cuando estaban en el final del proceso de adopción, tuvieron la
posibilidad de tomar a dos hermanitos carentes de padre y madre y no lo hicieron. Se
trataba de una niña y un niño, el varoncito tenía cinco años y la hembrita dos. Por más
que Henry trató y trató de convencer a su esposa para que adoptaran a la pareja, y
que le hizo ver que no sería justo el desunirla, no logró hacerla cambiar de parecer,
ella no estaba dispuesta en adoptarlos juntos.
Su argumento en ese entonces era que dos eran demasiado y que por su edad el
niño estaba consciente de la adopción. Hecho que no le podría garantizar en un futuro
el mantenerla en secreto. Ella no quería que sus hijos se sintieran y crecieran con
traumas y complejos propios de hijos adoptivos.
Aunque Henry siempre hacía lo que quería, por primera vez y con un total disgusto
hizo caso del deseo de su esposa y dejó en conflicto a su propia conciencia. Como
resultado final los Walters pasaron a ser tres y no cuatro.
Apenas en unas pocas semanas ya había nacido en ambos un amor muy fuerte por
la niña. Reconocieron su grave error y por mutua decisión fueron a tomar en adopción
al pequeño. Ya era tarde. Una familia desconocida de otro país había adoptado al
varón, no hubo rastros que seguir. Muchas ilusiones se les vinieron abajo, el destino
estaba pasando factura con un precio injusto, como castigo a un hecho similar.
Todo el dinero de Henry en este caso no le sirvió. La tristeza de ese
acontecimiento es quizás la brecha que se abre y que comienza hacer una distancia
entre los dos.

Año de 1993, han pasado diez años desde que se conocieron. Stephanie acaba de
cumplir treinta. Ella es ahora una mujer bella que se proyecta con madurez; se
destaca también por tener dinero propio además de mucha experiencia. Por todas
esas cosas, su belleza y personalidad la hacen ver más atractiva que en su misma
juventud. Además, ha logrado el sueño de Henry, en su vientre un hijo suyo se está
gestando.
Acababan de retornar de Acapulco, se podría decir que venían de una luna de miel.
Sonó el teléfono, la llamada era para él. Era de Loraine, su esposa, fue la primera vez
que ella admitía conocer su relación con Stephanie. Algo grave debería estar
sucediendo.
—Hola Henry, sé que estás ahí, siempre lo supe, antes no me importó, pero se
trata de nuestra hija Adriana. Está enferma.
—¿Qué le ha pasado, está en algún hospital?
—Lleva dos semanas que se viene sintiendo mal, visitamos al médico y al concluir
los exámenes...
—¿Me estás tratando de decir que es algo grave?
—¡Dios quiera que no! El médico tiene mucho temor.
—¡Ay Dios mío!
¿Por qué a mi hijita? Ella no tiene la culpa.
—El doctor me recomendó que la lleváramos a Houston. El oncólogo dice que ahí
se encuentra el mejor hospital para tratar lo que supone tiene Adriana. Además que
según él, ellos cuentan con equipos especiales para el tratamiento, en caso de ser
necesario.
—Prepara las cosas, mañana nos vamos de viaje.

El destino le tenía reservadas dos noticias importantes a Henry, por un lado la


enfermedad de su hija, a quien este hombre adoraba. Por el otro, Stephanie estaba
aguardando su regreso de Acapulco para compartir con él la alegría de su embarazo.

Pero, al terminar de escuchar a su esposa, apenas si se despidió de Stephanie, lo


único que le dijo era que se tenía que ir por que su hija estaba enferma y que no
sabría cuán-do volvería.

La indefensión acompañada del malestar que sintió en un momento como ése, no


sólo la irritó sino que con el paso del tiempo logró que se fueran alejando los
sentimientos de afecto; en cambio la rabia el repudio y los celos, crecieron día a día
en el ánimo de Stephanie.

Henry durante el viaje a Houston, trataba de compensar con mucho afecto a su


hija, los días en que permaneció ausente. Durante el vuelo recordaba las veces que
juntos habían realizado una y otra cosa. Los recuerdos fueron traídos al presente:
diecinueve años de vida, llenos de gloria. Adriana era una excelente estudiante,
siempre ter-minaba el año escolar con menciones especiales, además que en deportes
se destacaba por su agilidad y gran velocidad.
—¡Papá, no me quiero morir! Soy muy joven, apenas estoy comenzando a vivir, yo
soy la que tengo que velar por mi madre. ¿Qué me va a suceder?
La mayoría de los padres, estarían dispuestos a cambiar con sus hijos el dolor, el
sufrimiento, sus penas. Henry más que ningún otro lo haría con gusto. La relación
padre hija siempre había sido bella, él, además de quererla y de mimarla, la había
escogido como su sucesora; más de una vez en su oficina la había sentado en su
puesto y la había dejado saborear el placer de sentirse jefe.
—No te preocupes, nada te va a pasar, tu mamá y yo estamos contigo.

Las palabras de Henry se notaban huecas. Ninguno de los dos notó en la cara del
otro lo que éstas reflejaban, pero en lo más profundo de su ser ambos temían lo peor.

Adriana, hija adoptiva de los esposos Walters desde su más tierna infancia, sabrá
al final de sus días que sus actuales padres no son los verdaderos. Ellos nunca le
hablaron sobre ese tema, lo decidieron así para no hacerla sentir menospreciada ante
nadie. No pensaron nunca que algún día tendrían que llegar a revelar ese secreto.
Cuando se enfrentaron a su enfermedad, descubrieron que la única posibilidad de
curarla estaba sujeta a la aparición de su hermano y no les quedó otra alternativa que
contarle sobre su pasado.
Aunque fue un golpe muy duro, Henry trató de desviar la agresión de su hija a la
de una posible cura, que tenía si se lograba encontrar a su hermano gemelo. Ahora
todo se centraba en su búsqueda. Encontrarlo, representaba una posibilidad para
salvarle la vida.

—Adriana, sabemos cómo te sientes, no hay nada en el mundo que nos importe
más que tú. Tu madre y yo, que-remos sincerarnos contigo. Por muchos años hemos
mantenido un secreto del cual jamás pensamos, tendríamos que hablar.
...Para unos padres no existe nada que los haga sentir con más orgullo que sus
propios hijos. Es ley de la vida; los hijos son algo así como las flores dentro del jardín,
son la parte más bella del mismo, son el color, el contraste y el perfume. Dentro de
nuestro hogar, tú has sido eso y mucho más. Siempre nos has dado motivos
suficientes para enorgullecernos, por tus estudios, en tu actuación en los deportes,
por tu trato hacia nosotros...
—¿Qué sucede papá? ¿Qué quieres decirme con tus palabras? ¿Será que ya se
acerca mi fin?
—No, ni se te ocurra volver a pronunciar eso.
—No te entiendo.
—Si me das un poco más de tiempo, podré explicarme mejor.
—Es que nunca te he visto hablarme tan serio, me asustas. Ven dame un beso, me
hace mucha falta, ahora todo te va a resultar más fácil.
—Tienes razón. Cuando te comencé hablar, dudé pero ahora me doy cuenta que tu
amor al igual que el nuestro se pertenecen por siempre.
—Así es y así será.
—Muchos años pasaron luego de nuestra boda, cada día era una incógnita que nos
mantenía a tu madre y a mí en vilo, preocupados y sumamente amargados.
Desesperados ansiábamos tener hijos. Los médicos hicieron hasta lo imposible, nos
prestamos como conejillos de india a todo tipo de experimentos, nada resultó.
Por largo tiempo y ante la imposibilidad de concebir nuestro propio hijo, decidimos
tomar una niña en adopción; contábamos con la capacidad, los medios además de que
poseíamos el suficiente amor para compartir con alguien especial. Cuando lo hicimos,
tú fuiste la elegida.
Apenas terminada la última palabra, Henry se abrazó fuertemente a Adriana, no
quiso que se sintiera sola ni por un instante, en el abrazo, se intercambiaron besos,
ambos lloraron, inmediatamente Loraine los acompañó e hizo lo mismo.
—Me siento, como si estuviera flotando, mis recuerdos y mi memoria están
fallando, no logro aceptar conscientemente lo que me dices, ¿será que estoy soñando?
¿Papá, estoy soñando? ¡Dime que sí!
—No, hija, es la realidad. Quizás no seamos tus padres biológicos, pero somos tus
verdaderos padres; no creo que exista diferencia entre el amor a un niño adoptivo y
entre uno que no lo es. Que la vida no nos haya dado la oportunidad de procrear hijos,
nada tiene que ver con la necesidad de quererlos ni de sentirlos como propios.
En nuestro caso, los años que estuvimos esperándote nos ayudaron a verter
completamente en ti nuestro cariño, comprensión y sobre todo nuestro amor desde el
momento en que llegaste a nuestro hogar.
—Nunca experimenté otra sensación. Aún, ahora, no puedo entender la diferencia
que pueda existir entre el cariño de un hijo hacia un padre biológico o hacia un padre
adoptivo.
—No te hagas más daño, ni tu ni nosotros lo merecemos. Por favor. Trata de
comprendernos.
—Entender a la vida es algo que en este momento no puedo hacer: por un lado sin
explicación alguna, resulta que padezco de una enfermedad mortal y por otro a mi
edad me encuentro que fui adoptada. ¡Dios, por qué!
—¿Crees que de haberte contado esto años antes, la situación, las cosas pudieran
haber cambiado?, ¿te sintieras mejor?, ¿el amor que por años reinó entre nosotros
hubiera sido diferente?
Nuestro deseo de evitar que tuvieras posibles pesadillas al descubrirte la verdad,
justificaba nuestro silencio. Te amamos desde el primer instante en que llegaste a
nosotros y no importa lo que ocurra, te amaremos igual.
—Dime, y mis padres verdaderos, ¿quiénes son?
—Ellos murieron en un accidente... cuando tú tenías año y medio.
—¿Era hija única?
—No, tienes un hermano tres años mayor que tú.
—¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Cómo se llama?
—Ojala tuviera alguna respuesta para darte.
—No es posible... no puedo creerte, conociéndote como te conozco... sé que con el
poder que siempre has tenido, si hubieras querido, lo hubieras descubierto. No me en-
gañes por favor.
—¿Cómo podría engañarte?, ¿acaso, no sabes que tu salvación depende casi por
completo de que logremos ubicarlo a tiempo y sea el donante de médula que
necesitamos?
—Sí... es verdad. Perdóname, me encuentro tan rara, que no sé qué será de mí.
Parece que la enfermedad está haciendo estragos dentro de mí. Si en algo los he
ofendido, quiero que me perdonen.
—No tenemos que perdonarte nada.
—Dime papá, ¿qué pasó con mi hermano? La pareja que lo adoptó, ¿por qué no me
adoptó a mí también?
—Porque ya te habíamos adoptado.
—Y a él, ¿por qué no lo adoptaron?
—Desde hacía tiempo, habíamos solicitado a una niña en adopción, entre las cosas
que pedimos queríamos que fuera preferiblemente huérfana. Temíamos que con el
tiempo sus verdaderos padres nos la quitaran, y el sólo hecho de pensarlo, nos
atormentaba. Cuando nos llamaron y nos dieron la posibilidad de adoptar a dos a la
vez –en ese momento-, no nos sentimos capaces. La responsabilidad de ser padres
adoptivos era inmensa: no teníamos idea de qué hacer con una criatura, no obstante
poco a poco, nos adaptamos a ti; y unos días después hicimos las diligencias para
adoptar a tu hermano, pero ya se lo habían llevado. Cualquier diligencia que hicimos
fue en vano. Noches enteras pasamos los dos, castigándonos por ese error.
—Ni te imaginas lo que hicimos por encontrarlo. Hablamos con toda la gente que
podía ayudarnos y nada logramos.
—Ahora, ¿qué me va a suceder?
Si no lo encuentran, será mi final.
—Te lo voy a repetir, no quiero que vuelvas a usar más esa palabra. La medicina
ha adelantado a pasos agigantados, conseguir a un donante hoy es fácil, aunque yo
estoy seguro que encontraremos a tu hermano. A partir de mañana, volveré a
solicitarlo por todo el mundo: ofreceré una buena recompensa y contrataré a los
mejores detectives con experiencia. Esto, en aquella época, no se podía hacer por
muchos factores, no queríamos que todo el mundo se enterara de tu situación, ahora
es diferente.
—Quiero que lo encuentren. Ya no tan sólo por el bien que él me pueda hacer,
quiero conocer algo de mi propio pasado, me encantaría que me contara aquello que
recuerde de nuestra niñez y en primer lugar, hay un sueño que toda la vida me ha
acompañado, siempre deseé tener un hermano u otra hermanita y ahora cuando
muchas de mis cosas se pierden, veo como una gran posibilidad reencontrarme con
mi hermano.
¡Por favor papá, encuéntralo!

Mientras tanto, Stephanie en su casa no podía creer lo que le estaba


sucediendo: en sus entrañas portaba al primer hijo de Henry, hecho que le había sido
imposible decírselo por la situación actual de Henry.

Morthy Steiner era un sobreviviente del holocausto, que luego de finalizar la


guerra llegó a Venezuela como inmigrante. Su temple y su capacidad de aguante, su
espíritu de sacrificio, además de su inteligencia probada al haber podido sobrevivir en
uno de los peores campos de concentración, le habían ayudado en poco tiempo a
convertirse en un hombre inmensamente rico.
Él al igual que muchos, se había enamorado locamente de Stephanie, en su mente
no podía entender la situación de ella con Henry. Una mujer soltera que
aparentemente no demostraba tener necesidades económicas, unida a un hombre
casado, era algo que su mente no aceptaba, y que por interés propio sus deseos
tampoco.

Varias oportunidades fueron propicias para que ambos intercambiaran palabras.


En algunos negocios se encontraron con que poseían intereses comunes. Y quizás la
casualidad o el destino, les tenía preparada una sorpresa.

Morthy con una personalidad similar a la de Henry, no vacilaba en demostrarle lo


que por ella sentía. Más de una vez la había llamado a su casa para ofrecerle
matrimonio. La ventaja de saber que Henry jamás podría competir en una oferta
similar, era quizás el único argumento que le servía para que Stephanie aunque no
muy entusiasmada al menos lo escuchara.
Al enfermarse Adriana, Stephanie se sintió completamente sola, la alegría que
pensó sería motivo indiscutible para ganarse la exclusividad en el corazón de Henry,
se convirtió en pesar.
En sus entrañas portaba la semilla que había brotado de un gran amor; pero éste,
tal como ocurre con la vida misma, pereció en un solo día. La transformación y el
cambio de amor a odio o rabia, se incrementaba en cada pensamiento o con la simple
mirada a un espejo.

Y ahí estaba él. Morthy podría ser su salvador. El amor que le había dicho que por
ella sentía, sería suficiente para no darle muchas explicaciones; de aceptarlo, la boda
se realizaría de inmediato y por las pocas semanas de su embarazo ninguno de los
dos hombres descubriría su secreto.
Analizando todo lo que Henry le había dicho telefónicamente sobre el tratamiento
de su hija, Stephanie se dio cuenta que esto lo obligaría a casi radicarse por más de
cuatro meses en Houston. Para ese entonces, ella estaría entrando en el sexto mes de
embarazo. La vergüenza por la que pasaría no la dejaba dormir durante tres noches.

Pasadas éstas, la decisión había sido tomada, la próxima semana se convertiría en


la señora Steiner. Pero ¿Quién era él? ¿De dónde venía? ¿Cuál era su pasado? Ella
tenía muchas incógnitas y antes del matrimonio las quería despejar.

—Morthy ¡Hola! ¿Cómo has estado? Tienes días que no me llamas, ¿ya no te
importo?
—La calumnia más grande que he oído en muchos años y viene de tus labios.
¿Cómo se te ocurre? Te invito esta no-che a que vengas a cenar a mi casa. ¿Me harás
ese honor?
—¿A qué hora?
—Veo que por fin me tomas en serio. No te imaginas la felicidad que me has hecho
sentir.
¿Consideras bien a las ocho?
—No mandes a preparar mucha comida, estoy a dieta, sólo te voy acompañar.

La noche comenzó y ambos se sintieron a gusto. Morthy era un hombre de mundo


que con buenos modales y con detalles desde el comienzo la hizo sentir cómoda.
Como todo un caballero no mencionó para nada el nombre de Henry, demostraba con
hechos que eso para él no era importante. Por el contrario durante la conversación
aunque a grandes rasgos, él la fue poniendo al tanto de sus empresas, de su capital.
Su intención no era la de ufanarse de lo que poseía, aunque sí la de dejar bien claro,
que no existía entre ellos el menor interés por lo que Stephanie pudiera tener.

Cuando terminó la cena se sentaron en unas sillas muy confortables que estaban
en la terraza. La vista nocturna de la ciudad de Caracas era un regalo servido como
postre a una noche de categoría. Morthy se había olvidado mencionar que entre sus
haberes se hallaba ese panorama. Su casa estaba construida en la ciudad, sobre una
montaña y a su vez daba la impresión de estar en el corazón de un bosque. Era la
única construcción que existía en esa zona verde, gracias a que fue construida
muchos años antes.

—Morthy, quiero que me hables de ti, me encantaría conocer un poco de tu


pasado, ¿por qué no me cuentas?
—Acabo de terminar de escribir mi vida. Hay una organización mundial que se
llama Yad Vashem, cuya sede está en Israel. Ellos se encargan de recopilar historias
de los judíos que pasaron los años del nazismo. Como ves, yo también soy un
sobreviviente del Holocausto, lo que dice de mí que soy un judío, espero que esto no
te incomode.
—Para mí las religiones son una forma de llegar a un Dios, que es único, algo así
como las distintas vías que sir-ven para llevarnos a nuestro destino final y que por su-
puesto pienso que es común, yo no creo que hayan dioses exclusivos de una u otra
religión
—Aunque tu no lo creas, ésta era una de mis mayores preocupaciones; no te
imaginas el peso que me quitaste de encima.
—Me gustaría ver lo que escribiste, o... ¿es un secreto?
—No es algo que yo ande contando a la gente, es algo que para mí es muy íntimo,
se trata de mi vida, de cosas que me pasaron y en las que perdí a casi toda mi familia,
es una historia sumamente triste y por ningún motivo permitiría que nos estropeara la
noche. No vale la pena, olvídala.
—Me pides que me olvide de muchas cosas y de mucha gente en mi vida, me
pides que cambie la tranquilidad en la que me encuentro, donde mis decisiones son
mías únicamente, para luego tenerlas que compartir contigo. ¿Cómo podría querer a
un hombre que ni siquiera es capaz de confiarme su pasado? ¿Acaso no sabes que
nuestras acciones de hoy en día son el reflejo de nuestras vivencias?
—No era esa mi intención, para ti quiero ser completamente transparente.
Espérame un minuto, ya vuelvo, traeré el manuscrito.

Morthy regresó y en la seriedad de su rostro se expresaba el respeto con que


portaba la carpeta que contenía los recuerdos de su pasado.

—Serás la primera persona que se adentra en mis secretos. Quiero que entiendas
que no es un documento literario, se trata de la historia de mi familia.
Está historia está contada tan crudamente como sucedió. En una oportunidad
contraté a un escritor profesional y él me secundó para escribirla. No creo que te
vaya a gustar el saber, el conocer los hechos que fueron responsables de lo que le
ocurrió a millones de personas, masacrados por los alemanes y en la que por
desgracia se cuenta la casi totalidad de mis familiares. Pero tampoco quiero que
pienses que tengo secretos para ti, eso sí que no.

Stephanie recibió con mucho afecto la carpeta y comenzó a leerla en voz alta...

Historia de
La Familia Steiner
Polonia, Morthy Steiner nació en el año de 1922. Más tarde, lleno de vida, de
ilusiones, con sueños y sin miedos se enfrentó a la cruda realidad de los nazis. Ellos
lograron hacer que su religión fuera el motivo que se interpusiera o por lo menos
atrasara durante años la posibilidad de seguir manejando los negocios de su familia e
irse garantizando el futuro. Sus padres: Eugen y Bella eran gente trabajadora, poseían
terrenos y los alquilaban a otros durante ciertas épocas. Eran dueños de un establo
muy grande y se dedicaban a la cría de vacas y de ovejas. De una manera artesanal,
trabajaban y negociaban la leche, la mantequilla y al final las pieles. Era un hogar
lleno de energía, la versatilidad del trabajo hizo que Morthy jamás se pudiera aburrir.
La casa donde vivían era amplia, las paredes eran de ladrillos, estos permitían
resguardarse del frío invierno y mantenían durante el verano una temperatura
agradable. La técnica empleada en la construcción es similar a la que aún se utiliza en
muchas ciudades de Europa. La cocina de color blanco puro se cubría con cal cada dos
por tres, se hallaba en la sala; tres cuartos eran utilizados como dormitorios y en las
afueras uno pequeño y en él había un pozo séptico que servía como baño.
Durante las noches de crudo invierno, nadie se atrevía a salir al cuarto de baño, se
utilizaba la bacinilla y en las mañanas su contenido era arrojado al pozo. Las ventanas
eran fijas, no se abrían, su utilidad era la de dejar entrar la luz y el calor del sol. Las
distancias entre una casa y otra en las afueras de la ciudad eran grandes; las calles,
aunque planas y limpias, eran de tierra, sólo que en las épocas de lluvia era preferible
no utilizarlas, era mejor caminar por los bordes ya que el fango hacia resbalar y caer a
muchos de los más atrevidos. Vivir con los animales y ejercitarse en las labores de la
agricultura era, por así decir; el deporte favorito del pueblo. Los jóvenes que se
encontraban en la escuela era muy poco o casi nada lo que intercambiaban o jugaban,
cada uno debía ayudar en los quehaceres del hogar, forzándolos a perder en muy
poco tiempo la niñez y los sueños.
La agricultura permitía cubrir las necesidades perentorias, los lujos no se referían
a las cosas de valor como sí a la inteligencia y a los conocimientos de los más
privilegiados. La diferencia de status entre unos y otros casi no se podía notar: La vida
del pueblo era poseedora de una armonía sin par, la gente colaboraba el uno con el
otro, los favores se hacían con placer, cada quien disfrutaba de igual manera, tanto el
que lo requería como el que lo concedía.
Cuando llegaba la época de cosecha, el pueblo se ornamentaba: los colores, los
distintos aromas provenientes de las frutas llenaban el lugar y se destacaban era
como si la misma naturaleza se encargara de promover sus productos. Desde los más
recónditos lugares se podía decir qué frutas eran las que se estaban vendiendo en el
día.
Su padre era una especie de terrateniente, los campesinos le traían distintas
frutas y hortalizas, él las compraba y más tarde las negociaba. En el pueblo el ritmo
de vida se asemejaba al de una gran industria, un sector se ocupaba de una cosa y el
otro de otra, la monotonía o el aburrimiento no tenían cabida. Al llegar la noche, Su
padre les presentaba cuentas de todas y cada una de las tareas realizadas durante el
día. Lo hacía con la intención de que al transmitir en detalle sus experiencias su hijo
aprendiera y pudiera ser poseedor de las mismas.
Morthy era un chico delgado, cuyo porte denotaba elegancia, era una figura muy
rara en el pueblo, siempre estaba inmaculado: probablemente, su madre se esmeraba
agregándole almidón al lavado de sus ropas, éstas un poco acartonadas, se
mantenían sin arrugas. Él era, por así decir; un joven solitario; lo único que lo movía
era el demostrar a su padre que era capaz. Cuando ponía a volar su imaginación, se
veía visitando a las más famosas capitales del mundo: París, Roma, Londres...

"Me gustaría conocer la idiosincrasia de los franceses, pasearme por sus museos y
admirar las obras de los grandes maestros, ver sus cuadros y sentir a través de ellos
el motivo que les sirvió de inspiración, palpar la moda y deslumbrarme con los
cuerpos femeninos llenos de vida y de colores. Quiero ser el encargado de contar las
extravagancias, disfrutar los diversos platillos y ser parte importante de este mundo
en que vivimos".

Recuerda con agrado el diálogo con su padre:


"Quiero me des permiso para viajar, siento, un vacío en mi alma que me hace ver
la necesidad de conocer otras culturas, otras gentes, otras formas de vida.
"El mundo nada tiene que ver con este pequeño pueblo de Satmar, la gente habla;
las historias que escucho no me permiten conciliar el sueño; la gente se desplaza en
auto-móviles, el radio se ha convertido en un artículo de total necesidad en todos los
hogares, las cosas se mueven a una velocidad vertiginosa; de la misma manera que
nosotros vemos a los pájaros volar, los cielos de toda Europa se están llenando de
aviones. No me dejes estancado en este pasado en el cual vivimos, si permites mi
viaje, todos ganaremos, sé que aprenderé y que mi aprendizaje me ayudará luego
para aplicar nuevos métodos y que estos servirán para incrementar en llamativos
beneficios los esfuerzos que ahora hacemos.
—Deja hijo que hable con tu madre. Quiero que sea ella la encargada de tomar
esta decisión tan importante.
La visión del corazón es a veces más clara y justa que los designios de la mente.
Me preocupa tu alimentación, el aislarte de nuestras costumbres puede ser lo peor
que te pase y creo que no vale el precio a pagar.

Morthy no esperó la llegada de la noche, sabía que tenía ciertos poderes sobre su
madre: una buena palabra, una tierna caricia, un beso espontáneo eran parte de las
herramientas con las que contaba y estaba dispuesto a emplearlas todas.

Por fin, París... noches como nunca antes había conocido, días como jamás hubiera
imaginado. París..., los sueños no habían sido capaces de proyectar la grandeza de la
realidad. Jardines, toda la ciudad era un inmenso jardín, las flores estaban ahí, al
alcance de la mano y nadie osaba tocarlas, la sensación experimentada era como si
se tratara de una propiedad compartida, el parisino y el forastero, unían sus fuerzas y
en conjunto o por separado velaban el cuido y mantenimiento de su ciudad.
Los museos son cual palacios llenos de riquezas, plasmadas en óleos elaborados
siglos atrás, por los más grandes cultores de la belleza de todas las épocas: la
antigua, la griega, la clásica, la naturaleza muerta, la divina y la humana. Miles de
impresionistas impactan mi mente y mi vida, el campo me había dejado escudriñar
dentro de su gama de matices y colores, los museos me demuestran la diferencia que
existe entre unos y otros.
Aprender francés, y lograr compartir la elocuencia, la gracia y el garbo de los
escritores en unos de los idiomas más dulces, llenaba el vacío que representaba el
estar alejado de mis seres queridos.
Pronto volveré, debo convencer a mi familia para que se muden conmigo, vivir en
una capital es vivir, estar en un pueblo es morir estando vivo.
¡Pobre todo aquél que no conozca París! La llaman la ciudad Luz, ¿y de qué otra
manera la podrían llamar? El desarrollo en las artes, los negocios y la ciencia se ve por
doquier, se puede palpar. El mismo peso de los conocimientos penetra a través de los
poros del más inculto de los seres. París es una universidad internacional que no
desfallece demostrando día y noche lo que posee y es.

Al año siguiente su padre enferma... lo llaman.

Pasan pocos meses y no pudiendo salir de la enfermedad, muere; su madre, Bella


Steiner Berger queda viuda con tres hijos: él, el mayor con diecisiete años, su
hermana Alice cinco años menor y su hermanito Freddy con apenas cuatro años de
edad.
La familia había quedado acomodada gracias a mi padre. Vivíamos en Satmar,
teníamos una granja con aproximadamente ochenta vacas de muy buena raza.
Suficientes ahorros, prendas de valor y una bonita propiedad.
Bella, mi madre, había nacido con el siglo. Era una mujer sumamente especial
para con sus hijos, nos cocinaba por separado, nos mimaba más de la cuenta, nos
toleraba todo, jamás nos contradecía. Ella sabía que la falta de un padre para un hijo
era irremplazable y hacía todo lo humanamente posible para complacernos.
Yo era sumamente malcriado y escrupuloso, no me atrevía a probar bocado fuera
de casa, era una mala costumbre que a la larga me hizo mucho daño. Mis tíos
ayudaban a mi madre en el cuido de la granja, de las cosechas, en el ordeño de las
vacas y también velaban por todos nosotros.

Al cumplir dieciséis años la situación en Satmar empeora, el alcalde de la ciudad


llamado Csoka era también granjero. En varias oportunidades lo vi espiando a
nuestros animales, sabía que envidiaba nuestras vacas, así que un día me presenté en
su despacho y le ofrecí un negocio muy tentador: las mejores cincuenta vacas a
cambio de que me consiguiera un puesto gubernamental: ser oficial, asignado desde
Budapest.
Morthy, quien tenía una visión más amplia del mundo, le facilitó el trabajo.
—Sr. Csoka he estado meditando que dentro de la amenaza de guerra, uno de los
más grandes temores es la posibilidad de que los rusos nos ataquen con bombas
químicas.
—¿Y eso en qué nos ayuda?
—El temor que reina nos sirve para oficializar un cargo al cual nadie podrá
envidiar. Este, supuestamente requiere de una experiencia y de un aprendizaje que
muy pocos o ningunos deben poseer en Satmar.
Quiero que me nombre "Perito Oficial de Guerras Químicas".

Fue tan lógica su explicación en la carta de solicitud sobre el nombramiento, que


la aprobaron en un tiempo récord. Así, en "menos de lo que canta un gallo", las vacas
se mudaron de casa.

Al recibir el nombramiento se hizo una ceremonia especial: estuvieron presentes


miembros de la Alcaldía, de la policía, del cuerpo de bomberos, del hospital y otros
funcionarios. Se mandó copia a las distintas dependencias para que en caso de
necesidad y de la supuesta "guerra química", se pusieran bajo las órdenes del recién
nombrado Perito Oficial de Guerras Químicas.
El Alcalde no pudo imaginar la cantidad de personas a las cuales Morthy pudo
ayudar. Gracias a su nuevo cargo a muchas personas les reglamentó sus papeles para
que pudieran residenciarse en Satmar.
Muchos de ellos eran perseguidos en sus países y con una nueva documentación
lograron evadirse. Eso solamente, justificó con creces el precio que le pagó al Alcalde,
muchos desde Satmar salvaron sus vidas.

El día 07 de septiembre de 1939 fueron todos obligados a encender los radios. No


podían caminar frente a un alemán portando sombrero, debían quitárselo y saludarlos.
Los judíos debían llevar una banda en el brazo izquierdo con la estrella de David. No
podían ser encontrados afuera del ghetto después del toque de queda, de hacerlo,
simplemente los alemanes cobraban el desafío con la vida.

Dos años después (1941) bajo órdenes alemanas, los húngaros obligaron a los
judíos a dejar sus casas, los evacuaban y tan sólo les permitían llevarse algunas
pertenencias; los ubicaban en un pequeño sector de la ciudad llamado ghetto que
comprendía unas dos cuadras. En esas edificaciones apretujaban a los judíos y para
poder darles cabida, colocaban entre veinte y treinta familias por apartamento. Esta
zona había sido amurallada a todo su alrededor con una pared de unos tres metros de
altura y la única vía de acceso estaba controlada por oficiales húngaros y por un
comandante de la SS.
Llegó el momento de llevarse a la familia de Morthy al ghetto. Él hizo hasta lo
imposible para salvarla; logró que su amigo el alcalde le diera una orden oficial para
exceptuarlos de ese paso, pero el oficial alemán desconoció su valor.
Por meses iba y venía al ghetto, les llevaba comida y compartía con ellos mucho
tiempo. La gran mayoría de las personas pensaban que pronto se normalizaría la
situación, pero las cosas iban de mal en peor. La banda que tenía en el brazo lo
acreditaba como oficial del Ministerio de la Defensa, decía Excepcionado, tenía
diecinueve años y fuera del ghetto se sentía poderoso.
Por su nuevo cargo y el trato con el cuerpo de bomberos y con los hospitales, hizo
una bonita amistad con un veterinario cuya clínica quedaba a espaldas del ghetto,
este médico tuvo las mejores intenciones para con su hermana a la que conocía de
vista. Al enterarse de que serían retirados y lleva-dos a Alemania a campos de
exterminio, le dijo que se quería desposar con ella; para ello tenía un plan casi
perfecto.
—Morthy si tu ayudas a saltar a tu hermana encima de mi techo entre las dos y las
cuatro de la madrugada (hora en la que él sabía no había vigilancia), yo la recogeré y
la protegeré.
Ese día dentro del ghetto, puso a su familia al tanto de los acontecimientos.
—¡Nadie queda vivo! Si no se mueren de hambre, lo hacen de cansancio y
también se habla de cámaras de gas. El futuro es incierto, el presente te ofrece la
vida.
Los argumentos no lograron separar a la hermana de su madre, ella era lo más
importante para todos. Morthy mismo no se convenció que de quedarse hubiera sido
mejor.
Ante la negativa de la hermana, Morthy comenzó a tomar una decisión, recogió
todas las prendas de valor que tenían en la casa. Entre las cosas, tomó doce de las
monedas de oro y las escondió en sus zapatos gracias una costura especial que les
había mandado hacer. En sus pantalones tenía bolsillos secretos en donde guardó otro
tanto de joyas y previendo que algún día regresaría hizo una mochila con las cosas de
mayor tamaño: platería, pulseras, camafeos y otros y en la noche sin que nadie lo
viera las metió en el pozo de agua de la casa.
Cuando años después regresó ya no estaban. Una persona tuvo la misma
ocurrencia y al buscar dentro del pozo seguramente las encontró.

Un alto funcionario alemán le dijo que a los judíos los llevaban a Polonia y ahí ya
no tenían futuro, fue tal su temor que apenas terminó de hablar con él, se dirigió al
ghetto. En los ghettos había un comité comandado por los respetables de la
comunidad, Morthy fue directamente a hablar con dos de ellos y dos mujeres, les
contó lo que sabía, lo que se decía y lo que le habían afirmado. Lo único que logró
despertar en ellos fue rabia e histeria; no querían oír detalles, ni creer nada; le
prohibieron seguir divulgando la noticia. Quizás para no crear pánico.

Ya preparado para un final digno, iba muy a menudo al ghetto con comida, hasta
que llegó el día que deportaron a su familia. ¡Claro que me uní a ellos por mi propia
voluntad! ¡Jamás los dejaría solos!

Nos montaron en un tren, los vagones eran para el trans-porte de animales, no


tenían ningún tipo de comodidades pero el sentirme acompañado de mi familia: de mi
madre, mi hermana, mi hermanito Freddy, mi abuela materna y de mis tíos me
reconfortaba. Esos tres días de camino fueron imborrables, el amor que prodigaba mi
madre, aminoraba cual-quier tipo de dolor. La comida que por días estuve llevando al
ghetto, sirvió para alimentarnos mientras duró el trayecto. En nuestro caso específico
el hambre no nos acompañó en el tren.
A las diez de la mañana, del día 03 de junio de 1944 llegamos a Birkenau, campo
de recepción, de distribución y de tránsito: nos bajaron de los vagones como bestias.
Los judíos y los Tziganer (Gitanos) encargados de recibirnos y colocarnos en fila, no
tenían ningún tipo de atenciones, eran sumamente bruscos, debían terminar su labor
cuanto antes, de lo contrario, de llegar el próximo tren y no haber terminado con éste,
ellos serían castigados por los alemanes.
Por su mismo trabajo hoy entiendo, su falta de cuidado, su poca atención, no
podían perder tiempo dando explicaciones, eso les podría costar la vida.
Nos colocaron en dos filas: una de los hombres y otra de mujeres, con una
bendición y un beso me despidió mi madre, me dijo que me cuidara. A ella por tener
más de cuarenta años y aparentar más debido a su sufrimiento, la enviaron a la
cámara de gas y de allí a los crematorios al igual que a casi toda mi familia, los únicos
que nos salvamos en esos días fuimos: mi tío, mi hermana y yo. Al llegar nuestro
turno, en la fila de los hombres, a unos nos mandaron para un lado y a los otros,
enfermos, o ancianos a las cámaras de gas.
El primer día en Birkenau no nos dieron de comer, dijeron que no deberíamos de
beber el agua ya que ésta es-taba contaminada, fue un día de ayuno obligatorio, el
segundo día fue igual, al tercer día nos mandaron poner en fila de a cinco, nos
entregaron un plato sopero con un agujero en el borde, había una olla gigante de la
cual sacaban un cucharón de sopa, le servían al que estaba de primero en la fila y
luego al segundo y así hasta que me llegó mi turno en el quin-to puesto, por increíble
que parezca, era la primera vez en mi vida que comía algo que no me había sido
preparado por mi madre o por mí; mis escrúpulos y mi mente fueron pisoteados de
una sola vez.
Fueron seis los días que pasé en Birkenau. El último día nos hicieron formar diez
filas enormes, nos asignaban un número lo anotaban en una libreta y éste era tatuado
en nuestro brazo izquierdo, me asignaron el número A-13022, estaban repitiendo la
serie A, de nuevo en el año de 1944. Con unas agujas enormes llenas de tinta
indeleble, nos tatuaban la numeración y a su vez nos daban un triángulo de tela
amarilla con el mismo número impreso que debíamos colocarnos en el pecho con la
punta del triángulo hacia abajo. Como gracia, esa noche traté de borrarme la letra con
una hojilla que tenía y lo único que logré fue coger una infección que duró varios días.
Ese mismo día fuimos llevados a pie a Auschwitz, estaba a unos diez kilómetros de
distancia. Al llegar, inmediatamente, comenzó la selección; tuve la suerte de
encontrarme con unos conocidos de Satmar, eran seis mecánicos de motores.
Esto me inspiró para el momento en que me preguntaran cuál era mi oficio? Al
igual que mis amigos dije ser mecánico. Algo de conocimiento tenía, a mi motocicleta
le hacía personalmente las reparaciones. Cuando les llegó el turno a mis amigos, un
oficial alemán les hizo algunas preguntas, quizás por la falta de conocimiento del
idioma alemán, no supieron darse a entender, no aprobaron el examen, los enviaron a
trabajar a las minas de carbón, ninguno consiguió sobrevivir.
El oficial alemán me preguntó cómo funcionaba el Kumplug (embrague, conocido
en algunos lugares como clotche), le dije y pasé la prueba, de inmediato me enviaron
al bloque con otros mecánicos polacos, de ahí me asignaron la tarea dentro de un
taller mecánico con más de veinte mil metros de extensión, debía engrasar los
motores de los camiones y de las motos.
La rutina dentro de Auschwitz de lunes a sábado era: toque de diana a las cinco de
la mañana, (como si se tratara de un cuartel), los músicos judíos a esa hora eran
obligados a tocar las trompetas, el desayuno a las seis: un plato de agua negra
caliente imitación de café, luego el Appel (conteo), comenzaba la banda a tocar y al
finalizar la música nos dirigíamos al trabajo. Al mediodía, sopa con un mendrugo de
pan y a las seis de la tarde de regreso al campo, de nuevo el Appel, la música y un
plato de sopa con un pedazo de pan. Debo reconocer que en Auschwitz todo estaba
limpio, se notaba el aseo, no puedo aprobar su bestialidad pero confieso su orden.
Desde la siete hasta casi las ocho de la noche, nos era permitido desplazarnos
dentro del campo, visitábamos los demás bloques con la esperanza de conseguir a un
familiar, o un amigo con quien poder hablar, transmitir nuestros sueños o compartir
nuestra fe. Luego a las ocho el toque de queda: bajo ninguna circunstancia se podía
salir.
Los domingos, no trabajábamos, nos ocupábamos de nuestra limpieza, lavar
nuestro uniforme y hacer visitas. En resumen, era la vida de una persona que se
sentía ham-brienta y temerosa todo el tiempo, no pensaba en el futuro, en el mañana,
lo más importante, era haber sobrevivido y pasado el Appel del día, nos garantizaba
esa noche, que por lo menos contaba con otro día más de vida.
El contarme hoy como un sobreviviente, me extraña inclusive a mi mismo. Lo que
pasamos durante el Holocausto, es algo por demás increíble, sin importar lo que se
pueda leer, ver en las películas o demás. La realidad era muy cruel. Muchos de los que
tuvieron igual suerte que yo, fue simple-mente, por conocer alguna profesión que en
un momento determinado les fuera útil a los alemanes.
En mi trabajo me desempeñaba bien, tanto que un oficial de la SS se me acercó un
día, me felicitó; me dijo llamarse Zimerman, ser de Presburg, me premió con un rato
de des-canso, juraría que este hombre era o descendía de familia judía, vi compasión
en sus ojos, demostraba su desacuerdo con el régimen, pero ante todo, era militar. En
varias oportunidades, se acercó a mi sitio de trabajo y entablamos una buena
amistad; mis conocimientos de religión le llamaron mucho la atención y se podría
decir que le servían para descargar su culpa. Me dejó bien claro que mientras pudiera
velaría por mi salud.
Estando en el taller, en una oportunidad empujando a un camión descompuesto,
una de las ruedas traseras, pisó mi talón y me hice mucho daño. No podía dar ni un
solo paso, eso en Auschwitz era castigado con la muerte, ellos tenían tantos
reemplazos que les salía más barato deshacerse que tener que cuidar a un herido. Mi
amigo Zimerman demostró con hechos lo conversado, con una camioneta me mandó
a recoger, me envió a la enfermería y me enyesaron el pie. Organizó para que al
momento del Appel no me echaran de menos, logró que el médico me atendiera con
esmerada atención y me dejara internado esa noche. A la mañana siguiente al
enterarse que ese día en el hospital harían selección (enviaban a la cámara de gas a
los enfermos inútiles), me mando a buscar en un camión.
Al verse perdidos los alemanes, decidieron no dejar testigos vivos de las
atrocidades cometidas contra gente inocente. Su pasado era una mácula imborrable,
el mundo les pasaría facturas imposibles de explicar, lo que habían hecho y contra
quienes habían actuado. Las masacres realizadas por esos antijudíos, su práctica
"natural" de sacrificar a millones de hombres, mujeres y niños, no lo perdona-rían los
demás pueblos, ni la historia. Tenían que aprovechar los últimos minutos de poder
que les quedaban, no podían detener la máquina infernal del crimen que no había
saciado su hambre asesina. Sus instintos bestiales no conjugaban con la paz que se
avizoraba, su pasado era demasiado tétrico para mostrarlo. Nosotros los
sobrevivientes éramos una prueba demasiado contundente como para permitírsenos
vivir, hablar, o atestiguar.
Auschwitz estaba compuesto de treinta bloques (Bloke-Werche) cuyas fachadas de
ladrillos rojos se asemejaban a la gran mayoría de las edificaciones de la Europa de
mitad de siglo, estos ladrillos daban cierta protección al interior, de los cambios de
temperatura durante las distintas estaciones.
Cada bloque tenía tres pisos y estos a su vez estaban divididos en cuatro cuartos,
usados como dormitorios; aproximadamente tenían cien camas literas de tres y de
cuatro pisos cada una, al comienzo dormía una sola persona por cama, luego hubo
meses en que llegamos a dormir hasta cuatro personas y al final en algunos bloques
sacaron las literas para darle mayor cabida e hicieron que la gente durmiera sentada
en el suelo. Ellos lograron meter a más de dos mil prisioneros en vez de los
trescientos o cuatrocientos que era su máxima capacidad, la mayoría de los cautivos
éramos judíos; pero también habían criminales, gitanos y homosexuales alemanes
que diferían de su supuesta raza aria además de otros detenidos rusos.
En el bloque al que me asignaron, la mayoría eran polacos no judíos, estos además
de las reglas del campo tenían las suyas propias, no permitían visitas, ni robos, bajo
pena de muerte, no toleraban soplones y exigían limpieza en el área, etc.
Una noche a eso de las siete y media, cuando deberíamos prepararnos para el
toque de queda, veo que entre ellos se comienzan a golpear, uno pegaba una
cachetada y éste a su vez le pegaba a otro en una pierna y con la misma le pegaba a
otro en un brazo, parecía una especie de rito, la supuesta pelea no era entre dos, era
en cadena, no se notaba rabia, no había enfado, me acerqué a uno de ellos y le
pregunté qué era lo que pasaba, me dijo que se habían enterado que al otro día
habría selección.

Méngüele y sus ayudantes personalmente una vez cada tres o cuatro semanas
hacían una revisión en los bloques, en el hospital, tanto en Birkenau como Auschwitz y
a todo aquel que diera la impresión de debilidad, o enfermedad le anotaban su
número y éste sabía que al otro día le tocaba la cámara de gas y más tarde el
crematorio. Lo que se pretendía con esta golpiza, era darle color a la piel, al rostro, de
esa manera, en el momento de la selección, lucirían rojizos, supuestamente bien
alimentados y aparentemente fuertes, que al fin y al cabo era en lo que ellos
escudriñaban. Vi a muchos de los polacos que me acompañaron ser anotados durante
las selecciones.

Méngüele en Auschwitz no hacía diferencia en si eran judíos o no, para él lo más


importante era aprovechar los mejores momentos del hombre, como nazi, ellos se
consideraban la raza pura, la aria, los demás éramos sus esclavos y a la larga
sobrábamos.
Todos los días a las cinco de la madrugada el Stuben Eldest, el capo (prisionero
judío, alemán o ruso encargado del orden dentro del campo cuya maldad era
premiada por los nazis con ciertas prerrogativas. Había uno en cada cuarto. Los
alemanes jamás tenían contacto con nosotros), tocaba una campana, era la señal
para despertarnos. Y con el suculento desayuno, un poco de agua sucia (supuesto
café), íbamos al trabajo.
Comenzábamos a las seis de la mañana. Antes de salir, había en la puerta del
bloque un grupo de Heftling, (judíos músicos) prisioneros como nosotros, encargados
de tocar marchas todos los días tanto en la mañana a la salida, como en la noche a las
ocho de la noche, pasada esa hora no nos era permitido estar fuera del bloque, tenían
el campo custodiado y alumbrado con reflectores. En la mañana al salir del campo,
éramos contados y a nuestro regreso en la noche también, no podía haber diferencia,
las tres zonas de seguridad no permitían ningún tipo de fuga y de haber algún
rezagado los perros amaestrados o una simple bala se encargaban de él.

Un día trajeron a cien prisioneros de Hungría, eran criminales, de la peor calaña.


En el taller yo me encargaba de engrasar los motores de motos y de camiones, vi a
uno de ellos robar gas metano (producto usado como combustible con cierta mezcla
de alcohol), ese hombre chupaba el gas metano de los tanques de los camiones con
una manguera llenaba una vieja botella y luego se la bebieron, por más que les
advertí que no la tomaran, no me hicieron caso.
Pasaron ocho días, al quedar ciegos le sucedió igual que a los judíos que no tenían
fuerzas para salir al trabajo; al haber perdido la visión no les eran útiles a los
alemanes y aunque no eran judíos los enviaron a las cámaras de gas. Esa era la
costumbre, cualquier débil conocía su futuro, la presión del sistema era monstruosa.
16 de enero de 1945, en el campo había una gran confusión, el estallido de
bombas se oía con mayor intensidad, supimos que los rusos se acercaban, venían del
este. Algo pasaba, se comenzaba a sentir en el ambiente cierta esperanza. Entre los
SS había gran nerviosismo, fue la primera noche que regresamos del trabajo al bloque
y no había música, tampoco hubo Appel. Esa noche no pude dormir, comencé a soñar
despierto. En mis zapatos tenía doce Napoleones (monedas de oro de
aproximadamente unos tres centímetros de tamaño), empecé a imaginarme que ya
no sólo me servirían para ayudarme a sobrevivir, sino que también las podría usar
para vivir.
El día 17 de enero pasó lo increíble, abrieron las puertas de un almacén del
tamaño de uno de nuestros bloques, quedaba al lado de la cocina y estaba repleto de
ropas. Nos autorizaron a que tomáramos toda la ropa que queríamos, que nos
quitáramos el pijama de prisionero y que podíamos darnos un baño. Al entrar a los
depósitos, me impresioné, había cientos de miles, miles y miles de ropas de todo tipo,
éstas pertenecieron en su momento a los judíos que habían pasado por Auschwitz. En
ese instante logré visualizar lo infligido a mi pueblo y aunque había sido testigo
presencial de muertes y asesinatos, no fue sino hasta ese momento cercano a una
supuesta libertad, cuando tuve conciencia de la magnitud de los daños
Dentro del almacén de ropas comencé a razonar lo que debíamos llevar, lo
primero que dije fue que no nos cambiáramos de zapatos, para ese consejo tenía dos
explicaciones, una, mis monedas, la otra, que comenzaríamos una gran caminata que
en nada nos beneficiaría adaptar nuestros pies a nuevos zapatos cuando estábamos
en pleno invierno y la nieve cubría en más de cincuenta centímetros todas las vías.
Comenzamos a seleccionar, lo primero fueron los calcetines, en el campo no nos
era permitido su uso, a veces cuando lograba encontrar cualquier pedazo de trapo lo
ponía dentro del zapato debajo de la planta del pie, esto me servía para amortiguar la
molestia que me causaban las monedas, luego les dije no llevar abrigos por lo pesado.
Sugerí que lo más práctico serían unos buenos suéteres, un par de camisas, unos
interiores, pantalones de lana para que nos abrigaran y escoger las franelillas más
largas para que nos calentaran interiormente y dos suéteres extras para ser usados
como mochila, en caso de tener algo que transportar.
Ese día no hubo toque de queda, permitieron que nos bañáramos. No podíamos
creer lo que estaba pasando. Era impresionante ver a más de treinta mil judíos con
ropa de civil en vez de los pijamas de presidiarios, era de por sí algo nunca visto en
todo el tiempo que permanecimos en el campo, nos contagiamos de alegría.
Mi sitio de trabajo quedaba a escasos cien metros de las cámaras de gas, era un
suplicio diariamente el escuchar a miles y miles de personas en su agonía, luego
reinaba el silencio e inmediatamente los crematorios cumplían con su trabajo. La
pestilencia de los cuerpos al quemarse y sus gritos ante las duchas de gas, son cosas
que aún persisten en mi mente, es el recuerdo vivo de un pasado muerto.
Al final de mis días dentro de Auschwitz, vi que mi tío se estaba debilitando, logré
ahorrar mi pedazo de pan y esa noche fui hasta su bloque para obsequiárselo, era la
única forma que tenía de ayudarlo, al llegar no encontré la alegría con que siempre
me recibía; por el contrario, sus amigos mostraban mucha tristeza en sus rostros, no
me pude imaginar qué pasaba, yo venía con mi pedazo de pan, con muchas
esperanzas y me encontré con mucho dolor y poca fe. Me acerqué a su cama, lo besé,
me recibió con besos y bendiciones, me agradeció mi sacrificio, pero no me lo aceptó,
me contó que ese día lo habían seleccionado y siendo el próximo su último día, no lo
aceptó. Me dijo que me lo comiera yo para que no me pasara lo mismo que a él.
Recuerdo que esa noche lloré como un niño.
Los músicos tocan la marcha, comienza el Appel, nos presentan un espectáculo
macabro, Méngele y su ayudante Kaduch tienen a tres prisioneros listos para ser
colgados, todo está preparado para que lo viéramos como un escarmiento. Al compás
de la música, los guardias se mueven como en un rito satánico y empieza la
ejecución.
De nuevo, ese día, ellos nos demostraron toda su mal-dad, se jactaron de ella, se
sentían muy orgullosos de lo que iban a hacer, sus mentes debían estar poseídas por
el mismo demonio. Ya colgados, a uno de los tres se le rompió la cuerda y cayó al
suelo, pensé le sería perdonada la vida gracias a su suerte, cuán equivocado estuve,
Kaduch sacó su revólver y de un tiro lo mató.
Durante los últimos meses me había convertido en compañero inseparable de dos
hermanos de campo, Smuli Stern y de Sruli Szegal, en conjunto formábamos un trío
complementado yo tenía mis Napoleones y ciertos conocimientos, ellos me
escuchaban, poseían fuerza y a su lado me sentía protegido.
En el tiempo que pasé en Auschwitz, no veía a la gente con interés, sólo me
preocupaba de encontrar a los de mi pueblo para ver la posibilidad de mandar o de
recibir algún mensaje de los míos, de mi familia, no prestábamos atención a la
búsqueda de nuevas amistades, era muy doloroso saber que se llevaban a la cámara
de gas a alguien conocido. Esa noche cuando los alemanes perdieron el control, fue
bien aprovechado por algunos valientes que se colaron a la cocina y robaron tanta
comida que alcanzó para todos en la cena.
Comenzó la consulta entre los tres: ¿qué debíamos hacer? Mi amigo Smuli tenía a
sus tres hermanos dentro del campo, uno de ellos era médico, trabajaba en el
hospital, estos eran protegidos y respetados en Auschwitz por tener la misma
profesión del gran homicida: el doctor Méngele. Fuimos con su hermano, le pedimos
que nos ocultara, que de ellos abandonar el campo, estaríamos más seguros adentro,
además se avecinaba una larga caminata y sólo el pensar en caminar sobre la nieve
nos causaba pánico. El Dr.Stern no dudó ni un segundo, nos puso en distintos sitios en
donde pensaba no seríamos descubiertos y continuó su trabajo. Jamás podré olvidar lo
que estos cuatro hermanos hicieron por mí, (una y otra vez). Ellos lograron salvarse y
hoy viven en Israel, mantenemos lazos de amistad que sólo el vínculo de sangre
puede igualar.
La idea fue brillante, pero no funcionó, tres soldados de la SS nos descubrieron al
otro día y nos llevaron a fusilar directamente. Mientras tanto se había formado una fila
de gente traída de diferentes campos cercanos a Auschwitz. Los de nuestro campo
que pasaban de treinta mil, más los de los campos cercanos que superaban los
setenta mil proporcionaba una cifra total que sobrepasaba los cien mil prisioneros.
En el portón del campo de Auschwitz estaba parado el comandante en jefe, el
comandante Hoess, él, por la confusión y el alboroto del momento, no les preguntó a
los soldados que nos llevaban qué habíamos hecho, sino que por lo contrario, les
ordenó que nos pusieran a los tres en la primera línea de la fila, esta situación de
nervios y enredos logró salvar nuestras vidas en ese momento.
Estaba comenzando la tarde cuando llegó una camioneta cargada de pan, Sruli en
una demostración de valor, se robó dos panes y me los pasó, luego dos más y se los
dio a Smuli y en un tercer descuido se robó dos más y los guardó en su mochila. Seis
panes, ¡la comida de todo un año en Auschwitz! Fue una mezcla de emociones,
nuestra adrenalina corría a millón.
Esa tarde del 18 de enero de 1945, emprendimos la retirada. Somos más de cien
mil los judíos presos para esa época, comienza la gran marcha de la muerte. En el
camino hacia la nada, la muerte nos acompaña a cada paso, el frío comenzó a cobrar
víctimas al igual que el hambre. Los alemanes terminaban su obra, cada judío que
desfallecía era fusilado de inmediato, no podían ni querían dejar sobrevivientes, el
camino estaba regado por doquier con cadáveres. Además del hambre que traíamos,
durante esos tres días no fuimos alimentados. Acabar con nuestras vidas era la
consigna y la cumplían a cabalidad.
Cuando comenzamos la marcha y por ser nieto de granjeros, recordé que los
caballos podían caminar aún estando dormidos y creía que si ellos podían, nosotros
los humanos, también. Les dije que estando los tres abrazados, uno por vez podría
dormir mientras los otros dos lo guiaban en su caminar. La marcha duró tres días y
tres noches. El pan que nos robamos el primer día, salvó nuestras vidas.
Por estar de primeros en la fila, nos tocó abrir paso en la nieve, a los pocos
minutos se escuchó un tiro, luego otro y otro, los alemanes mataron a los que se
quedaron rezagados o al que trató de escapar, la fila era interminable, los caídos eran
aplastados por un río de gente tal cual una manada de animales. Supimos de muchos
valientes que lograron escaparse y esconderse en las diferentes granjas a lo largo del
camino, a ratos pensábamos en escaparnos, hubo oportunidades en las que nuestro
escolta no podía estar pendiente de nosotros y eso nos animaba hacerlo, mis amigos
me hicieron caso y seguimos juntos, luego nos enteramos que no se había salvado
ninguno, que una patrulla con perros entrenados venía desde la retaguardia limpiando
casa por casa, de nuevo la vida, nos acompañó.
La primera parada la hicimos a la mañana siguiente, los alemanes también
estaban cansados. Nos ordenaron ponernos a un lado del camino al primer grupo y
vimos pasar a miles de personas, ahora les tocaba a ellos ir abriendo brechas en la
nieve, nuestros huesos estaban deshechos.
Era el día 19 , en la noche, los rusos disparaban bombas luminosas y esto nos
permitía ver la caminata como quien veía un espectáculo circense.
Con mi hermana Alice, había logrado comunicarme desde el campo, pero hacía
días que había perdido contacto, ella estaba en Birkenau y fue a través de Soly Burger
el limpiador de los pozos sépticos de Birkenau y de Auschwitz que logré mandar y
recibir noticias de ella.
Al cabo de un largo rato y de haber pasado mucha gente grité su nombre una y
otra vez ¡Alice Steiner! Una de las que pasaban me dijo que estaba viva, que ya había
pasado y que iba en la misma marcha, traté de levantarme para unirme a ese grupo y
alcanzar a mi hermana cuando uno de los SS levantó su fusil y me conminó sentarme.
Esos minutos de diferencia hicieron que no pudiera encontrar a mi hermana sino
hasta pasados nueve meses.
Caminamos toda la noche del 18, del 19 y el día 20 por la mañana llegamos a un
campo de concentración llamado Gross Rosen, nos encontramos con gente que habla
ruso. Cada uno de ellos estaba rapado solamente en el medio de la cabeza, a nosotros
en Auschwitz nos la rapaban toda, éramos calvos, los domingos nos afeitábamos unos
a otros.
El día que llegamos no nos permitieron entrar en los bloques, nos dejaron afuera;
estábamos en pleno invierno y eso nos permitió que aprovecháramos la nieve para
beber y para asearnos, el temor de la selección se mantenía en mi mente, con una
vieja hojilla nos afeitamos y con los suéteres nos cobijamos.

De Gross Rosen nos distribuyeron, fuimos enviados a varios campos de


concentración, ésta vez fue en vagones de carga, ya no eran los usuales, los de
animales, eran los usados para el transporte del carbón, estos estaban abiertos
completamente. Llenaban cada vagón con ciento ochenta personas, todas de pie,
permanecí unido a mis compañeros y de no haber sido por el pan que nos robamos;
del que fuimos comiendo lo mínimo y por el agua que logramos beber derritiendo la
nieve, ya no lo podría contar.
A los lados de los vagones había guardias de la SS, estos vigilaban a los que
trataban de saltar y escaparse. Si lo hacían, le disparaban a matar inmediatamente, si
es que no se habían muerto con el impacto de la caída. Durante seis días fuimos en
esos vagones, los pocos sobrevivientes de Gross Rosen estábamos por perecer, la
maldad y la crueldad iban acompañando a cada uno de estos maniáticos, su finalidad
era acabar con nosotros de una manera u otra; el miedo a sus jefes los presionaba
para que esto sucediera sin errores, sin demoras, sin excepciones.
Al fin llegamos a Dachau otro campo de concentración, nos mandaron a desnudar,
nos dejaron solamente los zapa-tos, nos metieron en un baño, pensé que de las
duchas sal-dría gas, recé el Shema Israel, me daba por muerto, busqué a mis amigos
y con la vista fija, nos despedimos, era tanto lo sufrido que me resigné, mi cuerpo ni
mi mente podían soportar más, pero en ese momento se abrieron las duchas y
comenzó a salir agua, agua en vez de gas, no lo podíamos creer. Lloramos de alegría.
Al salir de nuevo recibimos pijamas de rayas y pasamos una nueva selección, a mis
dos amigos por verse aún fuertes, los enviaron a trabajos pesados (hoy viven en
Israel), a mí por mi debilidad, no me quisieron mandar con ellos, traté de sobornar a
uno de los rusos; insistí, pero no hubo forma.
A los más sanos les asignaron un número para que lo colgaran en sus pijamas, a
nosotros los débiles, nos los escribieron en el pecho con tinta indeleble, ellos suponían
que pereceríamos y no querían que la gente se cambiara la numeración. Pasé meses
para poderlos borrar totalmente.

Sus objetivos se cumplían, sus planes macabros se realizaban, fuimos más de cien
mil los hombres evacuados en Auschwitz y al final de la "marcha de la muerte" de
esos fatídicos diez días de enero, solamente sobrevivimos dos mil trescientas
personas.
Al igual que toda mi familia que eran más de setenta personas, sólo quedamos dos
vivos: mi hermana y yo. La cifra de muertos en comparación con la de sobrevivientes
era impresionante, apenas menos de un tres por ciento logró salvarse. Los alemanes
ganaron la medalla de la crueldad, de la aniquilación, de las masacres programadas a
escala. De haber usado tanto esfuerzo para crear en vez de destruir, hubieran llegado
a dominar el mundo actual. Su locura fue su desgracia.
Pasamos tres meses en Dachau. Veníamos de una caminata de tres días con sus
noches, nos mandaron a Scharnitz en Austria para que nos asesinaran los austriacos,
fue exactamente el día veintiocho de abril de 1945, al otro día nos devolvieron a
Alemania, ellos no quisieron seguir matan-do judíos cuando ya veían venir el fin de la
guerra. Cuidaban sus espaldas a último momento y sin importarles la reacción de los
alemanes, devolvieron el convoy completo, esta vez no fue en vagones de animales,
fue en tren de pasajeros.

Por primera vez en mi vida somos atendidos por la Cruz Roja. No chequearon
nuestra salud, no nos aplicaron vacuna alguna, no intercambiaron palabras con
nosotros, sólo debían dejar constancia de su buena fe, lo único que los movía era
asomar al mundo de que su conciencia estaba limpia y que sí habíamos sido
alimentados, nos dieron a cada uno de los ocho mil pasajeros, un paquete que
contenía: sardinas, una barra de chocolate, un pan y unas galletas, pero no un
consuelo.
La atención de la Cruz Roja en su momento no llenó ningún tipo de aspiraciones,
cumplieron con un trabajo, más no con un deber, nos trataron como a objetos, no
como a personas, nos dieron comida para un par de días, pero nuestro futuro sólo
alcanzó a uno. Nuestras vidas estuvieron en sus manos y no la supieron cuidar, no se
ocuparon de salvarnos, muchos amigos fueron asesinados apenas un día después.
Estoy plenamente seguro que de haber intercedido en ese momento por nosotros,
ocho mil personas se hubieran salvado y sus generaciones de por vida sabrían
agradecer su labor.
El 27de abril, nos llevaron a una plaza en Dachau, Bom-bardeaban la plaza sin
parar, cientos de aviones libertado-res lanzaban sus bombas. Estos tenían cuatro
motores gran-des y habían venido a salvarnos. Las defensas antiaéreas de los
alemanes tumbaron docenas y docenas de aviones libertadores, ante tal espectáculo,
pedía porque uno de ellos en su caída cayera sobre mí y acabara mi pesadilla. Mi
mente, mi psiquis, mi alma y mi cuerpo no soportaban más.
Entrada la noche fue cuando nos montaron en el tren. No habíamos arrancado y
tuvieron que cambiar la locomotora. Esta, había sido destruida completamente
minutos antes. Al reparar la vía, los alemanes hicieron el cambio de la locomotora y
de los vagones delanteros, en ese momento fue cuando entró la Cruz Roja, no
sabíamos qué estaba pasando. Las bombas no cesaban de caer, el tren comenzó su
marcha, por fin llegamos a Alemania. Ante aquel drama, con una inseguridad total,
me asomé por la ventanilla y logré ver alemanes de la SS, estos nos gritaban desde
afuera, desde el andén que éramos libres, que podíamos salir, que bajáramos.
Muchos logramos bajar y andar hacia el campo, la debilidad no nos permitía
correr, pero por escasos momentos me sentí libre, fue el instante en que pensé en la
Cruz Roja, creí haberme equivocado al juzgarlos, juraba que habían intercedido por
nosotros y habían logrado liberarnos, pero no, la alegría de un desamparado dura
menos que el reflejo de un rayo. Pocos minutos pasaron cuando otros oficiales de la
SS, pusieron presos a los primeros y comenzó nuestro fin, nos cercaron y a las cinco
de la madrugada nos tenían completamente rodeados.
Con el control total de la situación, estando los ocho mil ya cercados, nos llevaron
montaña arriba, mucha gente no podía subir, se quedaron en medio de la nada,
parados, oíamos nuevamente tiros, sabíamos que estaban fusilando a los que no
tenían fuerzas para continuar.
De nuevo en un descuido logré escaparme, debo reconocer que el chocolate y las
galletas que nos dio la Cruz Roja me devolvieron mis energías, a lo lejos vi una
pequeña granja y corrí hasta llegar a ella, encontré paja y me cubrí. El calor que
inmediatamente me produjo con todo y el frío de la tormenta de esa noche y del
mismo miedo que tenía no me es posible describirlo, pero era una sensación que sólo
al recordarla aún hoy me reconforta.
Por un largo rato me quedé dormido, oía a los alemanes desde lejos amenazando
que bajáramos o de lo contrario nos matarían, me negaba a sucumbir de nuevo,
pensé en esperarlos y recibir una bala, estaba decidido a no entregarme, sabía que al
hacerlo, no tendría esperanzas, me asomé por una de las ventanas y lo que vi era
macabro: los alemanes vaciaban toda su rabia sobre los nuestros, los estaban
matando como a moscas.
Lo que verdaderamente me asustó e hizo entregarme fue el ver cómo otra granja
cercana a la mía era incendiada, sin ningún tipo de misericordia quemaron vivos a
varios judíos; no estaba dispuesto a morir así, me entregué. Puestos prisioneros, nos
montaron en un tren, esta vez era de los conocidos, ya no era de pasajeros, era el de
transportar animales.
De nuevo hacia Alemania, eran las dos de la tarde cuan-do estando cerca a
Garmisch-Paterkirchen, próximo a Munich, el tren se detuvo. Nos ordenaron bajar
cerca de la carretera. La vista panorámica la tengo grabada::a un lado la vía del tren,
al fondo las montañas, delante, la carretera, luego el terraplén en donde nos
mandaron a sentar y a nuestras espaldas, un río caudaloso.
Momentos después llegó un automóvil, una joven mujer se bajó y se dirigió al jefe
de la SS, gesticuló, la vi defender algún punto con vehemencia, dio unos pasos hacia
atrás, giró. Volvió, ya no a hablar, la noté suplicando, comenzó a llorar, con una mano
cogió la chaqueta del militar, éste seguía impávido, fueron diez o quince minutos que
la mujer solicitaba algo que no le fue concedido. Regresó disgustada por no haber
cumplido con su misión a su automóvil y se marchó. Todo esto me dio qué pensar.
El sitio en que estábamos daba la apariencia de ser un lugar de descanso de la
carretera, su forma era un semicírculo, me encontraba sentado por así decir casi en la
mitad del lugar a mi lado estaba mi mejor amigo, mi hermano de campo Moishe
Willinger y otro buen amigo de él, les digo: "no me gusta lo que está pasando, recojan
las piedras que hay en el suelo, pónganlas alrededor del cuerpo, protéjanse la cabeza
y usen el plato de la comida para taparse la cara". Preocupado por la discusión
anterior les hice tomar las precauciones a tiempo. Varios alemanes nos estaban
rodeando con ametralladoras, se colocaron a nuestras espaldas con vista al tren, ellos
eran doce o quince, intuía lo que se proponían hacer.
Apenas pasan dos o tres minutos cuando nos gritan en alemán: ¡de pie! Unos
segundos demoran en levantarse cuando les digo a mis dos amigos que se acuesten,
los alemanes con una señal previa comienzan a disparar sus ráfagas. Escucho los
gritos, los gemidos e inmediatamente quedó cubierto por varios cuerpos ya muertos.
Siento que la sangre me corre por la cara, no siento dolor, lo único que me molesta es
el peso de encima, oigo nuevos disparos, los alemanes están rematando a los
sobrevivientes.
Debo aguantar al máximo, me preocupan mis dos amigos, no sé de su suerte, pero
mi instinto de conservación me ayuda a no cometer error alguno, debo parecer
muerto o de lo contrario seré otro muerto más.
Transcurre más de una hora, seguimos inmóviles, dudaba en si podría moverme o
no, fue tanto el tiempo que permanecí inmóvil que no sabía si mis músculos
obedecerían mis órdenes. Cuando me sentí seguro, cuando creí que había pasado el
peligro, comencé a murmurar el nombre de mis amigos, no recibí respuesta, me
asusté, me volví a sentir solo en este mundo, pensé y pregunté: ¿por qué a mí Dios
mío? Primero perdí a mi padre y quedé sólo, luego me quitaron a mi madre, a mi
querido hermanito, a mi abuela, a mis tíos y primos, quizás a mi hermana, luego a
Sruli y Smuli y ahora a mis dos soportes, mis dos apoyos, mis únicos amigos. Me
rehusé a vivir. Pasaron unos minutos más, ¿cuántos? Nunca lo supe. Luego...
—¡Morthy!
¡Morthy!
¿Me oyes?
La sangre comenzó a correr por mis venas como nunca lo había hecho, mis
pulmones se oxigenaban a un ritmo vertiginoso, mi cerebro comenzaba a enviar a
cada parte de mi cuerpo las señales necesarias para su pronta recuperación, de nuevo
sentí el deseo de vivir. Acto seguido contesté: y ustedes ¿cómo están? Estamos bien,
ambos se habían salvado, nos levantamos y al ver tal masacre sentimos que
habíamos nacido en ese instante.
Muchos inocentes, murieron innecesariamente. ¡Si la Cruz Roja nos hubiera
atendido, si nos hubieran puesto en cuarentena, si la maquinaria pacifista del mundo
se hubiera puesto a andar, si los aliados hubieran destruido las vías del ferrocarril, si
un sólo valiente hubiera acabado a tiempo con la vida del malvado Hitler, si tan sólo
Dios se hubiera apiadado de todos nosotros, en ese supuesto caso en vez de tres
sobrevivientes seríamos ocho mil!
Llegó la noche y por la carretera venían muchos carros blindados alemanes, no
paraban de pasar. Luego supe que iban de retirada, estuvimos esperando a que
pasara el último, pero no fue posible, no había ningún último, el hambre y la sed nos
estaban matando, debíamos hacer algo y pronto, no sabíamos qué vía seguir, mis
amigos decían que debíamos ir al lugar de donde venían los carros militares, yo los
convencí de ir en la misma dirección que ellos llevaban, eran entre las cinco y las seis
de la madrugada del día veintinueve, fuimos bordeando el río.
No muy lejos pudimos ver una de esas típicas casas alemanas, ésta era de dos
plantas, cuando estuvimos cerca le pedí a una señora que estaba asomada por la
ventana que nos diera de beber algo caliente; que estábamos sedientos. No le
importó cuánto rogamos, cerró su ventana y se olvidó de nosotros, en ese momento
teníamos tres días sin probar comida ni bebida. Solamente algo caliente se puede
ingerir en un estómago por varios días hambriento, si no, las convulsiones pueden ser
muy peligrosas.
Nuestras fuerzas nos traicionaban, entre los tres nos dábamos ánimos. Pasamos
frente a varias casas sin detenernos, nos dio miedo seguir tocando en las otras por
temor a que nos denunciaran y al llegar al otro extremo casi al final de la ciudad, nos
metimos en una granja donde habían tres hermosas cabras, Moishe con mucho
cuidado tomó un balde y se puso a ordeñar a una de ellas. Sin imaginárnoslo siquiera
comenzamos a tomar leche caliente recién ordeñada, cada gota era una inyección de
vigor, nos emborrachamos con ella y nos quedamos dormidos en la parte alta del
pajar.
Durante el día treinta en la noche de este a oeste recibimos un bombardeo de
artillería muy grande. Lo disfruté al máximo, sabía que alguien disparaba contra
nuestros enemigos los alemanes, al parar la artillería nos preocupamos de nuevo, no
sabíamos qué iba a pasar.
El día treinta y uno a las dos de la madrugada empezaron a escucharse motores
de jeeps, oíamos murmullos, se podía decir que eran extranjeros, pero no teníamos
idea de quiénes podrían ser, nuestras mentes no soportaban más intrigas, en acuerdo
los tres decidimos entregarnos, saqué un suéter por la ventana en señal internacional
de rendición; no había terminado de mostrarlo cuando del techo varios hombres
armados saltaron y apuntándonos con sus armas nos gritaron: ¡Hands Up!
Yo les contesté:
–Monsiere somos prisioneros de guerra.
Los oigo hablar en inglés, el miedo que tenía era tal que me oriné en los
pantalones, a uno de ellos, lo vi coger su cantimplora y acercándomela, me dijo:
—Nishkein Moire.
¡Nada más y nada menos que en el idioma de mi madre, en idish! Me dijo que no
tuviéramos miedo.
—¡Soy judío de Brooklyn!
No sabíamos dónde quedaba pero inmediatamente supimos que para nosotros, la
guerra y el temor había terminado. Ellos eran nuestros héroes y a su vez nosotros los
suyos. Cuando nos sentimos libres, los tres sentíamos odio, mucho odio: a la que nos
negó el agua caliente, a los alemanes, a los polacos, a los nazis y a todo el mundo, por
su complicidad silenciosa.
En manos de los alemanes habíamos perdido mucho: nuestra libertad, los
sentimientos, la fe, la confianza, la memoria; la pérdida del gusto, de lo dulce, de lo
salado, el senti-do de orientación, la destreza, la salud y lo más importante, a nuestra
familia, a nuestro pueblo. Nuestro paisano de Brooklyn junto con su amigos, nos
dieron una barra de chocolate a cada uno y unas pastillas antidiarreica, nos pusieron
en un lugar seguro y la lucha continuó.
El día treinta y uno de abril en la noche cayó una tormenta muy grande, los
americanos nos guarnecieron en la casa más grande, era la sede de la Alcaldía, en el
primer piso estaban las camas y ahí nos fuimos a dormir, preguntamos la hora, eran
las nueve de la noche; a las once no podíamos dormir, a las dos de la madrugada
tampoco, me puse a pensar y me di cuenta que nuestros cuerpos no estaban
acostumbrados hacerlo en camas acolchadas, propuse acostarnos en el suelo y a los
pocos minutos dormíamos.
—Stephanie, ¿quieres que te siga leyendo? Te veo llorar y me parte el alma ¿No
crees que ya es suficiente?
—Por favor sigue tú, sigue por favor.
—¿Te haces una idea de lo que pasó? ¿Lo concibes?
—No te detengas, quiero saber ¿que te sucedió? Había escuchado algo, nada
parecido a lo que me estás contando, esto deberías publicarlo. Por favor continúa.
—En nuestra liberación, ahí estábamos los tres, escondidos en esa choza,
temerosos, asustados, tanto, que creíamos a los nazis responsables de los tiros y los
suponíamos cerca de nosotros. ¡Imagínate cómo estábamos! Sin haber asimilado de
un todo la masacre del día anterior.
Con apenas un día de diferencia, los ciudadanos alemanes no nos agredían, no nos
pateaban ni nos trataban como si fuéramos perros, todo lo contrario, entramos en un
éxtasis insospechado, los americanos nos trataban como héroes como si fuéramos sus
propios hijos, su familia.
Los americanos como ya les dije, nos llevaron a la casa mas grande y bonita del
pueblo, era la sede de la Alcaldía. Curioseamos por doquier, encontramos que había
todo tipo de comida, jamones, panes, azúcar en sacos, sal, harina y muchas cosas
más. Abrimos las puertas y en un desprendimiento de algo ansiado y soñado por años,
los tres judíos hambrientos repartimos entre las mujeres del pueblo toda la comida.
Estas, en señal de agradecimiento, se ofrecieron a cocinar lo que deseáramos. Yo pedí
una sopa de gallina, mi amigo pidió un Schulen, (adafina, comida sabática) él les
explicó cómo se hacia y qué contenía.
Era el día primero de mayo del año 1945, era viernes queríamos celebrar un
Shabat (día séptimo de la semana, día de descanso), le pedí a mi amigo que no
comiera el Schulen, que era demasiado pesado para nuestros cuerpos tan débiles, su
deseo fue más fuerte que mi lógica, mi amigo Moishe Willinger disfrutó por última vez
en su vida de su plato preferido, pero después, ya no despertó.
Mi dolor, mi tristeza y mi pena eran muy grandes, no me conformaba con llorar; fui
a la primera casa en la que nos habían negado un poco de agua caliente a vengarme,
con intenciones de matar. No perdonaba el que una cosa de tan poco valor y tan
importante para nosotros nos hubiera sido negada. Hice bajar a la mujer y a sus tres
hijos, con un bastón que portaba la amedrenté, comenzó a llorar, se hizo pipí y eso,
me despertó de mi gran pesadilla, me di cuenta de la locura que estuve a punto de
cometer, me sentí tan sucio como esos malditos nazis, no lo podía creer, le pedí
perdón y luego me marché.

—Cuando llegué a este país, encontré muchos brazos abiertos, su gente recibía al
extranjero con cariño...
Stephanie no lo dejó terminar de hablar, se levantó y con mucho afecto le tendió
sus brazos y lo abrazó.
—Jamás me hubiera imaginado el sufrimiento de toda esa gente durante la II
Guerra Mundial. ¡Pobrecitos! ¡Cuán inhumanos podemos ser los humanos!
Morthy sintió en el abrazo cómo sus pechos lo apretaron. Para él, hombre de pocas
faldas, ella era su futuro, la tenía entre sus manos y no pensaba dejarla ir. Primero le
acarició la espalda.
Ella vibraba de pasión, la historia que antes habían leído la dejó completamente
desarmada, a esa altura de la noche no tenía ni fuerzas, ni ganas de defenderse. Su
in-consciente también sirvió de cómplice, éste la ayudaba a no dar muestra alguna de
disgusto.
Morthy comenzó a besarla acaloradamente. El frío de la noche dejó de estar
presente, el fuego y la pasión que brotaba de ambos los obligaba a estrechar sus
cuerpos estremeciéndolos más y más.

La luna, única testigo, los veía resplandeciente en la lejanía y al descubrir que se

trataba de un nuevo amor, comenzó a dejarlos y lentamente se fue retirando...


Los Banqueros
Después de la conversación sostenida con su hija y a raíz del diagnostico
definitivo: leucemia aguda, Henry se sentía desesperado. Los médicos le aseguraron
que el tratamiento que hasta los momentos lograba demostrar efectividad, se
realizaba mediante el transplante de médula y para que éste diera resultado y se
pudieran eliminar las posibilidades a un rechazo, era necesario que la del donan-te
fuera compatible con la del paciente. Esto sólo se logra, en la mayoría de los casos,
entre hermanos. Por lo tanto, Henry debía agotar hasta el último recurso para
encontrarlo: se lo había prometido a su hija.

Haberle contado a su querida hija que ella era adoptada, fue uno de los momentos
más tristes de su vida. Pero ahora, lo que ocupaba la mente de Henry era buscar al
hermano que durante más de un año, lo hizo por algunos países donde posiblemente
estaba radicada su familia adoptiva. La suerte no lo acompañó, no pudo dar con su
paradero.
Henry no quería decirle, que su madre era la culpable de no haberlos adoptado
juntos. Aunque sentía temor de no poder encontrar al hermano, no se lo quiso
transmitir, la abrazó y besándola con mucha ternura le comenzó a hablar.
—¡Hija, no te preocupes, agotaré toda mi fortuna si es preciso, pero vamos a
encontrar a tu hermano, pronto lo conocerás, te lo prometo!
Se quedó un rato en la habitación y en cuanto pudo salió sigilosamente. En su
mente una sola idea tenía cabida: encontrar al hermano a como diera lugar, de lo
contrario... no quería ni pensar lo que podría suceder.

Cada uno de los amigos fue llamado telefónicamente por Henry para que lo
ayudaran en la búsqueda. Se conversó con los medios de comunicación en Caracas
para pro-mover la historia de estos dos hermanos que habían sido separados de niños;
y el encontrar a uno de ellos implica la salvación del otro.
La situación requería: suerte, paciencia y mucho dinero. Se contrataron a
varios detectives en los distintos y posibles países en los que el hermano pudiera
estar viviendo.

Henry hizo un alto, retornó a Caracas y descubrió que en su ausencia de escasas


semanas, Stephanie se había desposado con uno de sus amigos.
¿Cómo pudo pasar? ¿Qué le hice para
que me pagara de esa forma? Todo lo que tiene me lo debe a mí, acaso ¿era más dinero lo
que quería? Claro, se buscó a otro rico, la ambición supera cualquier sentimiento. A
sabiendas del problema en que estoy; que la vida de mi hija corre peligro, y que ... Lo más
seguro era que ellos ya se veían desde hace mucho tiempo; si no, no habría explicación.
En el momento en que más la necesitaba, me abandonó. ¿Qué la habrá forzado a tomar
una medida tan violentamente? Esa, no podría ser una buena mujer.¿Con cuántos me habrá
engañado la muy infiel? ¡Cuántas veces me dijo que me quería! ¡Cómo me engañó!
Acapulco... ¡Cuánto me mintió! ¡Desgraciada! Ni una sola vez fue sin-cera. Ella es igual todas
las demás.

Sentimientos contrapuestos se le presentaron: dolor... amor... odio...


desesperación...
¿Stephanie, por qué me engañaste? ¿Acaso no me entregué a ti desde el primer
momento? Tú sabes que cuando apenas te conocí, me enamoré de ti . Tú llenaste
mi vida con luz y también la apagaste. No sé que será de mí sin ti. Pareciera un
castigo de Dios, primero mi hija y ahora tú. Jamás te podré olvidar como tampoco
olvidaré cada una de las palabras que al oído me dijiste, en algún momento, quiero
creer que fueron sinceras, con ellas siempre presentes, acompañaré mi pena y
dolor.

Pasaron las semanas, sus pensamientos iban y venían, sus deseos por Stephanie
siempre permanecieron vivos. En su mundo espiritual estaba consciente que la
volvería a ver en otra vida, pero en su mundo, en su realidad, la había enterrado. De
hecho, durante el tiempo que vivió, jamás le volvió hablar.

El estado de su hija no había sufrido cambio alguno, los esfuerzos por encontrar al
hermano no daban resultados y el tratamiento requería de varios meses de atención y
de cuidados, sin tomar en cuenta que Henry, quería alejarse de sus recuerdos, de su
dolor, de...

Es la década de los ochenta, en Venezuela un grupo de hombres reconocidos como


empresarios descubren un filón: la banca. Hasta ahora, eran muy pocas las entidades
comerciales establecidas como bancos en el país. Algunas de ellas cuentan inclusive
con más de cien años, y se supone que la experiencia y la seriedad con que se han
venido manejando son suficientes motivos para declarar que se tiene una banca
comercial sana.
El Banco Central, ente regulador en lo que a política monetaria se refiere, dirigido
por un banquero privado: Fausto T. Soto, autoriza a que la diferencia entre la tasa
pasiva y la activa se incremente en varios puntos. Es decir que los porcentajes
existentes entre el interés que los bancos abonan por el dinero que ellos reciben y el
interés que ellos cargan por el que prestan, va a ser aún más rentable.
Esta medida la plantea y se ve venir en defensa de su propio gremio. Las
utilidades que la banca obtenía durante el año eran muy limitadas. Muchos negocios
eran más promisores que los de la banca y éste quizás fue uno de los motivos para
que el directorio y los distintos ministerios encargados de las finanzas en el país, lo
aprobaran.
Pero como dicen: "en río revuelto, ganancias de pescadores". En un país joven, sin
la experiencia necesaria, que nunca hizo diferencias en lo referente a inmigración. Se
le cuelan no sólo personas de dudosa reputación sino que también, vía micro ondas,
se importan fallas y malas costumbres.

Fidel Orlas es un cubano que llegó a Venezuela en la década de los setenta,


incursiona en una pequeña compañía de seguros y aprovechando las deficiencias
existentes en el departamento de patentes y registros de marcas, logra registrar su
empresa con un nombre muy similar al de un banco que se sabía sólido. Este detalle
aparentemente minúsculo, le permite incursionar en el mercado, bajo la sombra tácita
de una denominación ajena.
Miles de clientes en la creencia de que se trataba de una subsidiaria, contrataron
con esa compañía de seguros. El sistema fue simple: no empezó invirtiendo en
publicidad y mercadeo ya que esto requería de unos costos muy altos. Utilizando el
parecido fonético del prestigioso banco y una tarifa inferior a la de la competencia,
comenzó sin hacer mucho ruido abriendo pequeñas puertas que sirvieron de antesala
al éxito.
Con el apoyo de la comadre y amiga muy especial del presidente, consigue
introducirse en las esferas del gobierno. Los contratos millonarios comienzan a llover,
la corrupción, las comisiones y los favores pasan a ser los platos del día. De una
pequeña compañía de seguros con gente muy útil a su disposición, este hombre en
menos de dos años pasa a liderizar las ventas. Las empresas de la competencia,
acostumbradas al mismo juego, aceptan las pérdidas en sus carteras del mismo modo
en que muchas otras en distintas oportunidades y por motivos similares, se las
aceptaron a ellas.
Con la incursión a las grandes pólizas, él logró dar una mayor estabilidad a su
empresa y se ocupó por un tiempo de proyectarle una buena imagen. Por primera vez
en el país, una compañía aseguradora adquiere camiones tipo grúas que dan servicio
de emergencia gratuito a sus clientes. Fidel Orlas, imitando al salvador de la compañía
americana Chrysler, Lee Iaccoca, promueve en persona a su empresa. Se comienzan a
vislumbrar sus deseos: comprar la entrada pagando los precios exigidos a ese círculo
muy restringido de la sociedad y mostrarse como el empresario serio, que con tesón,
esfuerzo, conocimientos y deseos, había logrado triunfar.
Un pequeño banco llamado Banco Frías, es absorbido por las empresas de Fidel
Orlas, quien ya posee entre otras, una red de emisoras de radio que dominan ciertas
ciudades del interior del país.
De nuevo, se encarga de demostrar que con el acceso a los distintos puntos
estratégicos utilizando las puertas de servicio, "los peces grandes" no se sienten
agredidos y se le permite nadar en sus aguas. La influencia a través de amistades, de
empleados, de toda esa gente que sin aparecer en nómina ya eran sus servidores
además de todo aquél que estuviera en venta, le permite, en distintas regiones,
solidificar su naciente imperio. La radio, aunque fue su primera incursión no fue la
única, primero uno y más tarde dos rotativos pasaron a engrosar las armas con las
que estaba preparando la acometida final.

El poder es de aquél que lo sustenta y también del que lo impone. Por ser
extranjero F. Orlas, no puede incursionar directamente a esos cargos
gubernamentales que le podrían ser útiles a sus deseos. Pero gracias a su
infraestructura, comienza a mover a sus peones: el juego ha comenzado y el
desarrollo de las jugadas lo obliga a ganar.
Como nuevo banquero emplea las mismas prácticas que ya le han servido. De
nuevo: comisiones, corrupción, etc... Utilizan los medios y a toda la gente dispuesta,
logra que varios ministerios abran cuentas en su banco. La cartera de clientes
gubernamentales y la gran masa de dinero y de servicios que ya posee, le permite en
corto plazo abrir más de setenta sucursales en todo el país. La quiebra y luego la
subasta de dos bancos por parte del estado es bien aprovechada para adquirirlos. Por
sus amistades políticas, en ese momento, fue el único postor. Se vislumbra el gran
empujón que lo arrima hacia el primer montículo, aspirado por él.
Un hombre dispuesto a todo, sin escrúpulos, sin pasa-do ni gloria; sin raíces como
para sentirse comprometido y con la fuente de dinero que comienza a manejar, ve
que los grandes negocios están a su alcance y que no requieren riesgo alguno de su
parte. Gracias a los inversionistas ávidos de fáciles ganancias, logró captar muchas
inversiones. Saboreando este nuevo negocio, decide pagar varios puntos más de
intereses que otros bancos. Miles de nuevas cuentas llenan las arcas del banco.
Otros banqueros seguían de cerca los pasos de Fidel Orlas; pero por falta de
lugares en los cuales reinvertir, no entraron en la competencia de captar fondos.
Pasados unos meses, la Superintendencia de Bancos le exige a éste explicar cómo y a
dónde van a parar las inversiones de los cuentacorrentistas. Se destapa la olla, se
descubre que estuvo comprando acciones del Banco de Venezuela, éstas, que
comenzaron a cotizarse cerca de los novecientos bolívares estaban por encima de los
dos mil. Primer round, logra ganar por K.O. técnico. Los agoreros del desastre, con las
tablas en la cabeza tuvieron que reconocer que las in-versiones que este hombre
había realizado, estaban garantizadas con más del doscientos por ciento de su valor.
Henry es uno de los muchos inversionistas que pasa a colocar sus disponibilidades.
Viendo los resultados que este banquero, de procedencia cubana está obteniendo, lo
emula y ordena a sus corredores en la bolsa de valores para que le compren acciones
de distintos bancos. El motivo de fondo que lo movía era el querer atender a tiempo
completo a su hija.
En el Perú, el gobierno había estatizado la mayoría de las grandes empresas, las
de Henry no se habían salvado. Aunque recibió bonos del gobierno pagaderos a veinte
años, él sabía que eso y nada era lo mismo.

Regresó a Houston y se dedicó de lleno a su hija.

—Loraine, ¿qué hay de nuevo? ¿Los médicos creen que tenemos posibilidades o
no?
—Ellos insisten en que debemos encontrar a su hermano. Me he estado volviendo
loca, ya no sé qué hacer. ¿Has tenido alguna noticia de él?
—¡Ojala!
—¡Pareciera que Dios nos está castigando por tu adulterio!
—¡No me vengas con esas! La única culpable has sido tú. Si me hubieras hecho
caso nada de esto estuviera sucediendo. Desde el principio te pedí, te rogué que los
adoptáramos a ambos; pero no diste tu brazo a torcer. ¡Ahora no puedo ni quiero
aceptar que me culpes, eso además de una cobardía es una injusticia de tu parte!
—¡Palabras!, sólo palabras ¿Acaso, tú te lo has creído? ¿De cuándo acá se ha
hecho lo que yo quería; la decisión final fue tuya, solamente tuya. Tus temores, tu
indecisión no te permitieron hacerlo y ahora para salvar tu conciencia quieres
achacarme tu culpa?
—¡Vete para el infierno!
—¡Para allá, te irás tú! Regrésate de una buena vez con tu amante, ella te
necesita más que nosotras.
—Por lo menos ella me atiende con más cariño, es toda una mujer. Sabe cómo
tratar a un hombre, qué darle y qué exigirle. De ella deberías aprender.
—Tienes mucha razón, voy a tratar de aprender. Des-de ahora quiero que sepas
que no me interesas en lo más mínimo. Háblate con tus abogados y diles que
preparen los papeles de divorcio. Espero que cuando llegue el momento de dividir
nuestro bienes, no me sigas robando como hasta la fecha lo has venido haciendo.
—Jamás he robado a nadie en mi vida y menos a ti. No te permito que lo vuelvas a
decir.
—Te das cuenta que hasta tú te crees tus mentiras.
—No sé de qué me hablas, ¿cuáles mentiras?
—Mira Henry, llevas conviviendo con ella más de diez años. Cuando empezaste,
era una mujer sin posición y mírala ahora, es una de las más ricas de Caracas.
¿Acaso crees que estoy ciega? Todo lo que ella tiene me lo has quitado a mí. Y te
pregunto: ¿no crees que eso es un robo?
Un sentimiento de culpa se apoderó de Henry. Las palabras que había escuchado
por primera vez de su esposa unos momentos antes, penetraron en su conciencia de
forma punzante. No lo había pensado, pero se daba cuenta que era verdad, él sin
querer había usado el dinero de los dos para de distintas maneras dárselo a
Stephanie.

Sus valores morales comenzaron a agredirlo.


Se comienza a desmoronar su mundo: por un lado está la primera acusación de su
esposa donde lo hace responsable de no haber adoptado a los dos niños a la vez, a él
es-ta acusación le martilla y retumba en su mente. Por el otro, Henry comenzó a
sentirse responsable, se daba cuenta que, de haber querido, él hubiera podido
cambiar la deci-sión. Esto, unido a la mayor ofensa que su esposa o persona alguna le
haya podido hacer, la de llamarle ladrón, lo obliga a reconocerse como culpable. Todo
este conjunto de sucesos, agregado a lo que le ha venido pasando, es la pólvora que
servirá a corto plazo como el detonante de esa desesperada decisión.

Henry llamó a sus contadores y les pidió un balance actualizado de sus haberes.
Los trámites del divorcio habían comenzado, era una carrera que él no detendría.

Su hija cada vez reflejaba más su angustia, su dolor y su enfermedad. Era


desesperante ver cómo la muerte penetraba poco a poco, corroyendo su belleza física
y la espiritual. Pensar en justicia y en algo Divino era tener fe, (ver tanta injusticia,
tanto dolor era inconsolable). Esto, aunado a las palabras de su esposa, arrincona a
Henry y lo convierte en un perdedor. De un hombre con la res-puesta a flor de labios,
cambió súbitamente a otro cuyas preguntas carecían de respuesta.
Meses de tratamiento y la situación empeoró.
Del divorcio se habían encargado los abogados. Ambos habían firmado los papeles
en blanco. Confiaban plena-mente en que ninguno perjudicaría al otro. Pero esta
situación no lo supo su hija Adriana, ella tenía suficiente dolor, para agregarle más
sufrimiento.
—¡Hola hija! ¿Cómo sigues? ¿Cómo te sientes?
—Papá, no te preocupes, el dolor ya no me afecta.
El miedo hace días que desapareció. Hoy he visto la luz, la muerte ya no me
asusta, sé que es simplemente un paso a otra vida, también sé que mis padres me
están esperando y que no voy a estar sola. Tengo muchas cosas que me sir-ven de
consuelo y a veces cuando me siento desfallecer, basta con revivir mis recuerdos.
Esos momentos tan ale-gres que compartí con mamá y contigo, son los que me
ayudan e inmediatamente me recupero. Pero como te dije, ya no le temo a la muerte.
—Hija, no vas a morir, Dios no lo permitirá.
—Nacemos con un destino y éste ni nada ni nadie lo puede cambiar; no es tu
culpa, ni la de mamá. Cuando me llame, me iré en paz, pero no me gusta verlos sufrir
por mí; eso es algo que me mortifica mucho más que la misma enfermedad. Necesito
verlos tranquilos, porque al notarles su angustia, retorna mi sufrimiento.
—Te adoro, eres lo más precioso y querido que tengo. No te mortifiques, todo va a
ir bien.
—Ahora quiero aprovechar y decirles de todo corazón que ustedes han sido los
padres más maravillosos que hijo alguno pueda tener.

Loraine entró en ese momento y al escucharla, le dio un beso a su hija en el que se


pudo notar el amor que las unía. La sala de terapia intensiva era manejada por un
internista que además de ser sumamente capaz, era muy estricto; no permitía que al
lado de un enfermo hubiera más de una persona a la vez. Por primera vez junto a la
cama estaban ambos padres. Esta situación se dio porque el médico de guardia
estaba en conocimiento del estado terminal de la paciente y no quiso llamarles la
atención.
—Mamá hay mucho que te he querido decir y no te he dicho, en mi egoísmo no te
he dado las gracias por lo que has hecho por mí. Ahora aunque un poco tarde quiero
que sepas que nadie lo pudo hacer mejor que tú. Has sido mi madre, mi hermana y mi
mejor amiga. De ti siempre aprendí lo bueno y eso es lo que hoy me ayuda a no sufrir.
Sé que hay muchas cosas que no hemos hecho juntas, pero quiero que sepas que tú
siempre has sido mi ideal, mi meta, mi...

No pudo terminar sus últimas palabras. Había acabado su sufrimiento. Loraine y


Henry la lloraron. Escasos diecisiete años estuvieron juntos, pero su imagen, su
dulzura, sus detalles y sus mismas bromas, planeaban todos sus recuerdos.
Pocos meses después el divorcio se había realizado. Henry como un verdadero
caballero se ocupó de resarcir con creces a Loraine por todo aquello que le pudiera
haber quitado. Las propiedades en Colombia y Panamá quedaron en manos de ella. El,
sólo se quedó con sus inversiones en Venezuela. Afortunadamente éstas se habían
duplicado. Aparentemente el invertir en acciones de varios bancos y a las de la
electricidad, estaban dando sus frutos.
Fueron unas semanas muy tristes, la primera navidad que pasaba solo, no estaba
su hija querida, su esposa, ni tampoco el amor más grande de su vida: Stephanie. De
igual manera que transcurrieron las navidades, sucedió con la llegada del año nuevo.
Henry no encontraba paz, enardecido por su pasado a cada instante se reprendía de
sus actos, se auto castigaba. En su inconsciente se hallaban recuerdos muy frescos de
momentos placenteros. La viva imagen que tenía de su hija le hacía daño.

Se dio cuenta que sin querer se había mudado a una de las habitaciones del hotel
en el que conoció a Stephanie. El buscaba en el pasado recuerdos gratos, momentos
amenos, pero se encontraba en un laberinto infranqueable que a cada instante
mostraba nuevas trabas, nuevas barreras. Esa seguridad y ese aplomo que durante
años le habían acompañado; en esta oportunidad lo abandonaron sin dejar huella ni
rastro que seguir o imitar. Una oscuridad opacaba ya no sólo a su futuro ni a su
presente, sino que ennegrecía hasta su pasado.

Era el mes de enero, el boom de los banqueros hizo explosión, Fidel Orlas se había
fugado del país llevándose cientos de miles de millones de bolívares. Otros siete
banqueros lo copiaron. Aquellos bancos que se promocionaban como serios y
responsables estaban en bancarrota.
Aprovechando la libre convertibilidad de la moneda, los banqueros defraudaron de
diferentes maneras a los ahorristas: constituían distintas empresas a nombre de
familiares o de testaferros y les otorgaban créditos millonarios sin ningún tipo de
garantía, logrado este primer paso, construían edificios, los vendían, pero no le
pagaban las deudas a sus bancos. Lo que hacían era exportar capitales y beneficios.
Los más osados abrieron sucursales en otros países. Recibían depósitos que
supuestamente estaban garantizados en moneda extranjera, eran sólo argucias para
esquilmar a incautos. Los nuevos ladrones de cuello blanco apoyados por la misma
avaricia humana, no solamente saquearon fondos públicos y privados,
desestabilizaron la economía, obligaron a la nación a responsabilizarse ante los
millones de pequeños ahorristas, además de absorber las pérdidas que por ayudas
financieras ya les habían otorgado. Este detalle es el más importante de los métodos
que emplearon para poder llegar a los montos estafados.
Con la excusa de una falta de liquidez, los bancos demostraban con sus balances
adulterados que sus carteras de clientes eran sanas, redescontaban con el Banco
Central parte de sus créditos y con papeles falsos o sin los debidos respaldos recibían
a cambio dinero fresco. Nada de esto pudo ser posible sin la anuencia y la complicidad
de gente muy importante tanto en los medios económicos como políticos.

Para poder hacerse una idea del daño que este pequeño grupo de saqueadores le
infringió al país, puede compararse con la debacle en los años treinta y la caída de la
bolsa en New York. En proporción, ésta superó tres veces a la ocurrida sesenta años
atrás.
La gran diferencia entre aquella oportunidad y ésta se establece por varios
factores: en los Estados Unidos una depresión real fue la causante del caso
económico, en Venezuela un puñado de inescrupulosos banqueros forza-ron la
quiebra. En el norte, se obligó a toda la población a un sacrificio extremo; en
Venezuela, fue necesario devaluar la moneda en más de un cien por ciento; hacer uso
de las reservas operativas, de atrasar los pagos de la deuda pública, de anular los
intereses que la banca le debía a los cuentacorrentistas, de cancelar distintas obras a
nivel nacional para poder cubrir los déficit y casi se puede decir que se tuvo que
aplicar una economía de "guerra".
Todo esto llevó a que las acciones de los bancos que habían llegado a valer hasta
nueve veces su valor, de la noche a la mañana ya nada valían.
Las leyes bancarias mal enfocadas y entre cuyos artículos legales estaban los que
les servían de amparo a los accionistas, ayudó a que los nuevos ladrones del siglo, los
de cuello blanco, los banqueros corruptos, se llevaran el dinero de los ahorristas,
exilándose en otros países donde ahora son respetados por sus inmensos capitales.

Mientras tanto, Loraine se había mudado a New York. La pérdida de su hija y la de


su esposo, dejaron un vacío muy difícil de llenar. Por años estuvo al tanto de lo que su
marido hacía pero los valores que había aprendido de sus padres, la hacían ver que lo
más importante era mantener a la familia unida. Con los distintos problemas que la
acontecieron, primero la enfermedad y muerte de Adriana y luego su divorcio, su
mundo se desintegró. Ya no quiso volver a su país. Los bienes que le asignó Henry en
el momento de la separación eran más que suficientes.

Contaba con cuarenta y cinco años de edad, tenía que decidir qué hacer con su
vida: echarse a morir o comenzar a vivir. Ya estaba enterada de lo sucedido en
Caracas. No quiso estar presente durante el sepelio de Henry, aunque le dedicó su
llanto unos minutos aquella noche. Lo lloró como se hace por algo querido, pero de
igual manera que se tratara de algún animalito muerto.

Grande fue el sufrimiento durante los diez años de infidelidad de Henry; y, al final
el dolor y la tristeza durante los últimos días de la agonía de su hija. Mirar hacia atrás,
representaba revivir muchos sinsabores, ver hacia delante, era tratar de imaginar un
futuro diferente. Pasado y futuro eran duros. No volvería a ser la misma de antes,
estaba clara que su comportamiento y visión de la vida cambiaría, pero existía a la
vez temor..., mucho temor.
De aquella niña nacida en el interior del país, educada dentro de los cánones
religiosos de la época, sumisa a un esposo independiente e intransigente, estando casi
siempre acompañada sólo de su muy querida hija y ahora que se habían marchado
para siempre... no quedaba nada, estaba sola... muy sola.

Loraine estaba decidida, en su vida operaría un cambio total o de lo contrario


debería retornar a su país, a su pasa-do y sólo de pensar en ello, le servía de
combustible para alimentar su decisión acelerando la marcha en el aprendizaje y la
adaptación a esa cultura, a otra civilización. Era cual otro renacer. Loraine a cada
momento descubría cosas que desde la tranquilidad de su hogar, no había tenido la
oportunidad de conocer, desde las sencillas, hasta las más complicadas se le
presentaban como novedades.

Aquel estilo de sumisión a un hombre, no volvería a existir, su independencia la


había pagado muy cara y es-taba dispuesta a que no la perdería fácilmente. Ahora se
encontraba en un nuevo mundo, debía decidir su vida, para asirse a ella tuvo que
recordar su pasado. No el reciente que transcurrió con Henry, debió profundizar más
aún. Recordar a sus padres y revivir los mimos de sus abuelos, fue entonces cuando
encontró consuelo.
Loraine muchas veces se preguntaba qué era lo que había fallado en su vida; en
parte, aunque tarde, pudo des-cubrir que la mayor responsable fue su educación
estricta. Hija de una familia católica con creencias ortodoxas, poseía un conjunto de
normas y guías que no solamente no le habían servido de ayuda, sino que fueron las
principales razones de su desgracia personal.
Se daba cuenta que por años no había sido ella misma. Esta situación tenía que
cambiarla radicalmente. De mantenerse con vida unos años más, ella haría hasta lo
imposible para darle el verdadero valor y empuje necesario a su existencia. La
experiencia vivida era motivo suficiente como para cambiar ese estilo de vida.
Durante los primeros meses en New York mantuvo una calma razonable, el dolor
reciente por la pérdida de su hija no la dejaba disfrutar de todo lo que la rodeaba.

Pasó el luto, aprendió a vivir.


Comenzó por los museos, los visitaba cual estudiante ansiosa por saber o ávida de
aprender para presentar un examen final. Adquirió sólidos conocimientos hasta el
punto de reconocer los distintos estilos de una obra y en algunos casos, hacer
referencia, diciendo en qué época fue realizada. Dentro de esos medios pasó a ser una
mujer conocida y se ganaba el respeto de otros visitantes, cuando sin que se lo
solicitaran ella apenas lograba ver un pequeño interés en alguno de ellos, no
importando su sexo o edad, se les acercaba y les ampliaba la información para
esclarecerles cualquier tipo de dudas.

Después, no hubo estreno de obras de teatro a la cual faltó. Su cultura se


enriquecía sin parar. Las galerías de arte comenzaron a invitarla, su apreciación en los
detalles, el describir las pinceladas, y a veces hasta sus propios comentarios sobre el
supuesto humor del artista, durante su producción, era algo diferente a lo
acostumbrado por los críticos de arte. Se estaba ganando a pulso un puesto
importante dentro de ese medio.
Como mujer despertó de su letargo, descubrió para sí, que la coquetería femenina
es quizás el arma más importante que toda mujer tiene. Aunque en su caso específico
hasta ese momento casi no la había empleado, su belleza le permitía pensar que lo
podía hacer, ella estaba resuelta a usar su dinero, además que poseía un bello cuerpo
y un gran deseo de vivir.
Los cambios en su vida se realizaban a pasos agigantados. New York, la ciudad de
los rascacielos, le rendía pleitesía. Ella había enterrado su pasado. De ahora en
adelante, todo sería nuevo: filosofía, modo de vivir, amigos y gustos, ella daría un
vuelco definitivo a su vida.

Comenzó a frecuentar los desfiles de moda, primero sola, más tarde se dejó ver
acompañada. La élite de la sociedad Neoyorquina, poco a poco la recibía como propia.
Su educación y modales, eran motivos suficientes como para ejercer envidia, muchas
mujeres, la imitaban en sus peinados, en su forma de vestir y hasta en otras mujeres,
se lograba detallar su estilo.

Después de su desgracia, Loraine fue compensada con mucha suerte. Un par de

meses después de residenciarse en New York, En un cóctel a la que fue invitada,

conoció a Ralph Willianson, éste era magnate petrolero. Vivió un tórrido romance que

los llevó a convivir, hasta que él le pidió matrimonio. El haber aceptado romper con su

esquema religioso, le demostraba su madurez, esta vez ello no sería motivo para que

su esposo buscara en otras mujeres, lo que ella sabía tenía suficiente.


Nathalie
Se llama Nathalie Morrinson; tiene veintitrés años; alta, más bien delgada, muy
atractiva, rostro ovalado, finas facciones, pelo largo, rubio oxigenado; suaves
modales, de profesión secretaria ejecutiva. Su sueño: llegar a ser importante.
Durante tres años, se había desempeñado como secretaria particular de Morthy
Steiner. Al comienzo sólo una relación laboral era la que mediaba entre ellos, con el
tiempo ella tuvo que acompañarlo en uno que otro viaje de negocios.
Morthy quien era un gran conocedor del mundo, hacía hasta lo imposible para que
entre ellos se mantuviera una pequeña distancia. Pero Nathalie que conocía casi al
detalle los gustos y deseos de su jefe, sin haberse dado cuenta se había enamorado
de él. Por un lado el primer sentimiento sin lugar a dudas fue el de admiración. Saber
que un hombre venido de la nada había llegado alcanzar lo que él, demostraba que no
era un ser singular. Nathalie se ocupó en un principio de adivinar los rasgos de su
personalidad, más no se quedó ahí, luego, se preparó con aquella información
comercial a la cual tuviera acceso y que se tratara de él. Llegó un momento que lo
único desconocido por ella, era lo referente a su vida privada.
Pero ella contaba con el tiempo, lo sabía su mejor aliado. Nathalie estaba
consciente que un hombre no podía permanecer solo. Que la compañera natural era
una mujer y este era el puesto que ella quería ocupar.
Nathalie era una secretaria que a costa de sacrificios había logrado estudiar lo
suficiente como para llegar a ejercer un puesto ejecutivo. Muchos atributos dentro de
su medio, la destacaban de las demás. Era rápida mecanógrafa, experta taquígrafa;
bonita, además de atractiva y se hablaba de ella con respeto. No era una mujer suelta,
aunque en su mente sólo existía una meta: ser en un futuro la señora Steiner, la jefa.
En uno de los viajes, Morthy había logrado cerrar un negocio que le representó
grandes beneficios; sin darse cuenta quiso compartir con Nathalie su alegría, la invitó
a cenar y más tarde la llevó a bailar. Era la primera vez que él la invitaba y esa
oportunidad ella no la iba a perder. Aceptó. Durante la cena eligieron una botella de
vino blanco para acompañar el pescado y casi al finalizar la no-che, cuando estaban
de regreso, en el hotel se acercaron al bar; una botella de Champaña sirvió para
continuar con la celebración y más tarde un par de whiskies. Con la combinación tipo
"bomba molotov": vino, champaña y whisky, el mundo empezó a girar.
Morthy no estaba acostumbrado a libar tanto. Un estado de cansancio y trabas en
la lengua fueron los primeros síntomas. El alcohol hacía su efecto. Nathalie quien se
estaba jugando el todo en esa oportunidad, casi no había ingerido alcohol. Con mucha
picardía había logra-do disimular el trago en cada uno de los múltiples brindis.
Sentados en el sofá se acercó a él, colocó la cabeza de Morthy sobre sus hombros.
El se sentía cómodo. Recuerdos de su niñez le hacían ver a su madre cuando lo
dormitaba. Ella mientras tanto comenzó acariciándole su ca-bello, paseaba
suavemente toda su oreja con su dedo pulgar. Pocos minutos necesitó para a cambio
recibir un cariñoso beso. En su inconsciente no era sexo el deseo que estaba presente,
era más bien el agradecimiento a un gesto de ternura.
Sin intenciones de preguntar por el motivo que lo llevó a besarla, ella reaccionó
con pasión. Ahí sin darse cuenta, se hallaba Morthy en un abrazo apasionado con una
mujer en la cual jamás se había fijado como tal.
Esa noche una de las dos habitaciones de hotel que se encontraban pegadas no
recibió a uno de sus huéspedes y su cama no sería necesario rehacerla.
Sin embargo en la otra habitación, la cama necesitó de un cambio total, hasta una
de las sábanas se había roto. Un acto violento o una pasión desenfrenada era lo único
que podría responsabilizar el alboroto que presentaba el cuarto al otro día.

Esa noche Nathalie sintió que estaba dando los pasos necesarios para cumplir con
sus sueños. Morthy tratando de agradecer una confortable compañía, le hizo un
obsequio, era un poco caro, pero lo que verdaderamente éste trataba de insinuar, era
un simple reconocimiento y nada más.
El mensaje recibido por parte de Nathalie había sido completamente diferente.
Muchos deseos además de las ganas de convertirse en una mujer poderosa, no le
permitían ver la realidad de los hechos.

Cuando al llegar ese lunes, se enteró del matrimonio de Morthy con Stephanie, no
lo pudo creer. Era algo inaudito, ella conocía perfectamente bien la relación de ésta
con Henry, en varias ocasiones tuvo personalmente la oportunidad de recibirlos a
ambos en la oficina de Morthy, sabía que se amaban, que eran una pareja envidiable,
no..., no era posible. Seguramente entre los empleados le estaban jugando una
broma, pero de ser una broma, ellos sabían que ella no se los perdonaría. Sería
posible que la gente arriesgara su puesto de trabajo burlándose de su futura jefa, no
tenía sentido ni lo uno ni lo otro.
Ya no pudo esperar más, Nathalie toda angustiada llamó a la casa de Stephanie.
—¡Buenos días! Por favor con la señora Stephanie.
—¿Quién le va a hablar?
Un aire de consuelo le inundó su pecho. La respuesta sonaba cual si la señora se
encontrara en casa.
—Dígale que es la secretaria privada del señor Steiner.
—¡Ah! Entonces a usted sí se lo puedo decir.
—¿De qué se trata?
—Mi patrona con el suyo se casaron el pasado fin de semana. Ambos salieron de
viaje y no quisieron decirnos ni a dónde iban, ni cuándo regresarían.

Todo era verdad. Ahora, ¿ que va a ser de mí, mis sueños, mi vida, mi futuro? ¡No logro
explicarme cómo sucedió! Ella tenía con Henry un compromiso tal, como el generado por un
matrimonio. Aparte de todo ambos se amaban. Debo estar en medio de una pesadilla, no es
posible.
Nunca la vi mirándolo con deseo, jamás que yo haya sabido él se ocupó de ella. Bueno sí
hubo uno que otro ramo de flores que se le mandó a su casa, pero recuerdo que las tarjetas,
Morthy me las dictaba a mí y en ninguna de ellas le expresaba algún sentimiento. Más bien
eran diversas felicitaciones, pero todas eran para la pareja, ninguna de las veces fue para
ella por separado.
Todo esto es muy extraño, algo anda mal, llamaré a Henry, debe saber qué ocurre, él
cambiará los hechos.

—Sí, es verdad, en cuanto tengamos noticias aquí en la oficina, los llamaré y los
tendré al tanto.
Por cierto, ¿sabrá usted por casualidad dónde puedo encontrar al señor Henry
Walters?
—Está en Houston, se fue la semana pasada de emergencia, su hija Adriana tiene
una mala enfermedad y por lo que sabemos, es el único lugar donde la pueden curar.
—Ya entiendo, ok. Estaremos en contacto. Buenos días.
—Que usted tenga muy buenos días, también.
Nathalie había perdido una pieza del rompecabezas, y estaba dispuesta a
encontrarla. Lo primero que se le ocurrió fue buscar en el archivo la carpeta de la
floristería..., floristería “El Buen Regalo”. Cada factura estaba firmada como recibida
por ella, en ningún momento Morthy le había enviado un ramo de flores sin su
conocimiento. Con una irritación indescriptible, pero consciente de que debería
demostrar gran aplomo, llamó al contador.

—Sr. García, el señor Morthy, me ha pedido que le actualice sus cuentas


personales y que le envíe por fax sus saldos, tráigame las copias de los balances
bancarios y las chequeras personales. ¡Ah! No se demore, lo que le estoy solicitando
es de suma urgencia.
—En quince minutos estaré en su oficina.

Manuel García era un hombre de plena confianza de Morthy Steiner, llevaba


muchos años trabajando para él. En menos tiempo del que le había predicho se
presentó con todos los recaudos. Las cuentas estaban claras, no se re-quería de un
experto para detallar los pagos y los ingresos. No se podía encontrar en las chequeras,
indicio alguno para suponer algún tipo de romance entre ellos.
No contenta con lo que veía, supuso que los posibles egresos pudieron haber sido
efectuados con sus tarjetas de créditos y por ese motivo no había rastros en sus che-
queras. Le pidió una vez más al contador que le trajera los estados de cuentas de sus
tarjetas, diciéndole que necesitaba realizar un cuadre. Nada, o era un experto en
ocultar información o simplemente algo raro había sucedido y fuera lo que fuera ella lo
iba descubrir.
Mientras tanto, Morthy se encontraba con Stephanie en Mar de Plata, las playas y
el calor latino, fueron motivos para escoger el lugar donde pasar su luna de miel. La
unión que en tampoco tiempo se había concretado, apenas les permitió conocerse. Por
la misma madurez de ambos, cada uno fue poniendo un poco de su parte y esta
situación dejó de incomodarlos.

Mimos de uno a otro llenaban sutilmente la falta de un pasado afectivo. Por la


noches la entrega era total. Por parte de Morthy se veía realizado su deseo de tenerla
como esposa, la conocía en la intimidad y ella le demostraba a cada segundo, que era
una verdadera mujer en todo el sentido de la palabra.

La elección había sido del todo acertada. En el caso de ella, simplemente volcó el
fuego y la pasión que con Henry le había brotado. En momentos, se presentaba en su
mente la duda: ¿le diré de mi estado? Pero inmediatamente su decisión anterior se
mantenía firme, era su más grande secreto y al no habérselo contado en un principio,
ahora le podría costar el matrimonio; por todo eso y más, ella esta-ba obligada a
mantenerlo oculto, hasta que ya fuera imposible.
—Stephanie, han pasado dos semanas desde que nos casamos, creo que te lo he
dejado saber, pero no me siento satisfecho, hay algo en mi corazón que me dice que
no he sido lo suficientemente justo contigo.
—¿Qué pasa Morthy?
¿Qué cosa te está preocupando? ¿Será que no te estoy haciendo tan feliz como tu
creías?
—No es infelicidad, no me puedo quejar, me siento más joven que nunca y nadie
me ha hecho sentir así.
Por el poco tiempo que tuvimos hay cosas que no te conté. Quiero que sepas que
no las escondí, simplemente algunas se me pasaron por alto, otras, no son de gran
valor y para no perderte, honestamente hay otras que obvié. Estas últimas me
preocupan, no quiero que los días sigan pasando y que te enteres por boca de otros.
—No me asustes, ¿acaso son tan graves?
—La gravedad de las cosas las hacemos los humanos. Me refería a pequeños
espacios de mi vida que para mí fueron importantes y que aún y así, no te los conté.
Hace muchos años cuando apenas comenzaba a establecerme en este país, conocí
a una mujer con la que me casé porque supuestamente había quedado embarazada
por mí. Por varios rumores y gracias a unos amigos, pedí que nos hiciéramos unos
exámenes para descartar cualquier duda.

Las palabras de Morthy sonaban proféticas, sería acaso que él ya le había


descubierto su gravidez. Stephanie de repente sintió mareos y deseos de vomitar, un
pequeño temblor en las manos hizo que se las tomara.

—No tienes motivo para ponerte nerviosa.


El se acercó a su cara y le dio un tierno beso.
Quédate tranquila.

Era tal la solemnidad con la que él se expresaba, que tuvo que contener sus
deseos. En ese instante ella se que-ría morir. Una vergüenza sin igual le penetró en
todo su cuerpo. Pero por su mismo malestar no intervino, su silencio le sirvió de
cómplice.

—Continuando nuestra conversación, al final de todo descubrí que no estaba


embarazada, además que por la falta de alimentación continua durante todos esos
años en Auschwitz y otras complicaciones más, me enteré por los resultados de los
exámenes que soy estéril. No puedo procrear hijos. Cuando supe la verdad, me
divorcié de ella.
Como verás es una etapa muy vieja de mi vida que de alguna manera he querido
enterrar y quizás por ello no te la conté. Sé que debí habértelo dicho antes de la boda,
pero no quise tomar riesgo.
Muchas veces te soñé entre mis brazos. Cuando me invitabas a tus fiestas siempre
estaba pendiente de una mínima señal tuya; hice planes en mis sueños, en todos tú
siempre estabas presente. Cuando esto comenzó en mi hace varios años, supe que tu
eras mi ideal, te esperé, confié en mis instintos y cuando la ocasión se presentó, no
podía darme el lujo de apostar a perderte.

De nuevo un intenso nerviosismo se apoderó de Stephanie.


¿Y ahora qué haré?

¿Cuánto tiempo más debo esperar para decirle la verdad?... ¿me repudiará? ... Todo se acabó.
Rodrigo Tejeros
Cuando se habla de ambición, se refiere al deseo ardiente de concretar a como dé
lugar, ciertos logros. Al hacerlo de Rodrigo Tejeros, podríamos utilizar la misma
definición. Es un hombre sumamente rico pero inconforme, viudo y anhelado por
muchas mujeres alrededor del mundo. Quien siendo poseedor de una de las fortunas
más importantes del país mantiene la misma ambición, sin tomar en cuenta que se
mueve y vive con la angustia de sus comienzos, hace más de treinta años. Hablar de
él de un modo singular, sería resumir diciendo que es la mejor representación de la
codicia personificada.
Rodrigo Tejeros posee todo un imperio: canales de tele-visión, cadenas de radio,
dos periódicos, revistas, embotelladora de jugos y refrescos, cadena de restaurantes
de comida rápida, catorce tiendas por departamentos y muchos más. Los medios en
que se mueve tanto nacional como internacionalmente están siempre revestidos de
valores materiales. Su norte es uno solamente: tratar de satisfacer su insaciable
ambición.
Él ha sido un invitado permanente a las fiestas en casa de Stephanie. Además de
ser socio en alguna que otra de las empresas que ahora ella
mancomunadamente posee con Morthy. La noticia de la boda de ambos lo tomó
des-prevenido. En ese momento se dio cuenta que ella le importaba. Pero no se había
percatado antes por estar absorto en sus negocios. Ahora se lamentaba, pero ya era
demasiado tarde.
Rodrigo sabía las relaciones de Henry con Stephanie y la de Morthy con Nathalie.
Lo que hacía que la noticia le causara una doble sorpresa. Llamó a Nathalie y la invitó
a cenar. Quería conocer de primera fuente los pormenores.

—Hola Nathalie, ¿cómo has estado?


—¿Quién es?
—Perdona, soy yo. Rodrigo Tejeros.
—¿Y esa sorpresa? ¿En qué le puedo servir?
—Nada de servir. Te estoy llamando porque quisiera cenar contigo esta noche.
¿Aceptas?
—Encantada.
—Te recogeré a las ocho, ¿te parece bien?
—Lo estaré esperando.
—Nada de eso, o me tuteas o me sentiré ofendido.
—Me encanta que me lo digas, me hace sentir halagada. Está bien, te veré a las
ocho. Hasta luego.

Siempre te tuve fe, sabía que no me abandonarías, ¡ay Dios mío! Por un lado me quitas y
por el otro me das, ya decía yo que esto no era posible. ¡Por favor ayúdame con él! ¡Ojala y
éste sea tu regalo de compensación!
Rodrigo Tejeros..., ¡uno de los hombres más ricos del mundo, me ha invitado a cenar!

¿Y qué me pondré esta noche? Hoy debo impresionarlo, porque tal vez no vuelta a
invitarme y no quiero desaprovechar esta oportunidad.

Si me pongo el vestido rojo... luciré como una vampiresa, eso en un principio no le gusta
a los hombres. El azul... es demasiado serio, no lo quiero espantar. El blanco... es muy
llamativo, seguramente que no querrá que nos vean juntos. Me iré de compras. ¡No tengo
qué ponerme!

—Adiós a todos, nos veremos mañana.


Al llegar a la boutique Nathalie estaba henchida de gozo, no salía de una sorpresa
para entrar en la otra, ambas situaciones la habían desestabilizado. Para un solo día
eran muchas emociones juntas. Pero ella presentía que esta vez contaba con la suerte
y de ser en la noche su alia-da, ésta la ayudaría a convertirse en una persona muy
cercana y querida por Rodrigo Tejeros.
—Buenos días Sofía, ¿cómo has estado? ¿Tienes algo precioso que pueda lucir esta
noche?
—¿Llegaste a ver la última película? La que está de moda. Figúrate que el
protagonista se enamora de una mujer casada y hace arreglos con su esposo para que
le permita pasar solamente una noche con ella.
—Eso no me suena a realidad.
—Se trata de un hombre muy rico y ellos son una pareja de recién casados que
tienen muchas necesidades. El millonario les ofrece un millón de dólares solamente
por una noche de infidelidad por parte de la mujer.
—Y ¿en qué termina?
—No solamente le dio el dinero al marido, sino que además, para que ella se viera
muy elegante esa noche, le compró un vestido de firma que costaba más de quince
mil dólares.
—Y luego ¿qué pasó?
—Bueno eso no es lo importante, lo que te va a interesar es que ese vestido lo
copiaron otros modistos y lo acabo de recibir. ¡Es increíble! Ven para que lo veas.

La historia había servido de preámbulo, una excitación la hacía vibrar de emoción,


de nuevo pareciera que todo iba a salir bien.
Era un vestido negro corto que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas,
destacándose aún más sus bien formadas y simétricas piernas. Al levantar la mirada,
se veía que en la parte superior el vestido estaba muy ceñido al cuerpo, su cintura
muy reducida demostraba que ella se ocupaba de hacer ejercicios.
Siguiendo un poco más hacia arriba, se asomaban unos senos que, a punto de
desbordarse gracias al modelo, dejaba ver que sólo le cubría las aureolas y por estar
bien moldeados se destacaban mucho más. Las partes que los cubrían iban unidas a
dos pares de pequeñas tiras, únicos soportes del vestido. Sus hombros dorados por el
sol brillaban y se podía apreciar una piel envidiable. La espalda casi desnuda, apenas
se cubría con las tiras que venían del frente y que se cruzaban de una manera
voluptuosa por encima de su cintura. ¡Verla en conjunto, era apoteósico!
El rostro muy interesante estaba adornado por su cabellera dorada recogida hacia
un lado. Completando la estampa, ayudaba el fijarse y observar la falda del vestido,
ella daba la impresión de flotar al caminar y esto se lograba por el conjunto de
pliegues vaporosos que se mecían con cada paso que daba, transformándola en una
máquina sensual, y haciendo que se levantaran los más insinuantes comentarios.
Parte de lo increíble estaba en lo sencillo del vestido, éste no poseía accesorios ni
adornos.

Nathalie, esa noche no sólo logró impactar a Rodrigo Tejeros; la mayoría de los
hombres que estaban en el restaurante la miraban con deseo. Pasó a ser la envidia de
las mujeres, al darse cuenta de quien la acompañaba. El supuesto motivo que originó
la invitación quedó en segundo plano. Ahora Rodrigo pudo entender el por qué Morthy
la había escogido como pareja.

—Buenas noches, señor Tejeros


¿Qué les apetece tomar?
—¿Te parece bien que comencemos con champaña?
—Esta noche tu serás el director; lo que sugieras, para mí estará bien.
Claramente se podría descubrir en su respuesta una doble intención.
—Me siento estúpido, te conozco hace años, has estado ahí, muy cerca de mí y no
sé cómo pude dejar de fijarme en tu belleza. Todas las mujeres te envidian.
En verdad que eres muy atractiva.
—Gracias, es muy gentil de tu parte.

—Buenas noches
Permítanme que hoy les recomiende langosta.
—Si Alejandro nos da esa recomendación, yo la acepto. ¿Tú qué dices?
—Me encanta la langosta.
—Ah, quisiera una ensalada césar, pero con berros.
—Muy bien, que tengan buen provecho.
La cena fue amena, la atención de Rodrigo a Nathalie durante la noche, fue muy
especial; él se ocupó de agra-darla hasta en los más mínimos detalles. Su
conocimiento y su experiencia mundana le fueron útil durante toda la velada. Ella con
su hermosura, halagaba su compañía; a cambio él le permitía denotar lo muy
orgulloso que ella lo hacía sentir. Era como si su mesa fuera el foco principal. Él estaba
acostumbrado a ser el centro de las miradas, pero esa noche notó una gran diferencia.
Había algo más.

Terminaron en su casa, ésta era una mansión construida al estilo mexicano. La


puerta de entrada, gigantesca y de madera muy antigua. El suelo se veía interesante,
ladrillos huecos de color gris habían sido colocados en forma vertical uno al lado del
otro y dentro de ellos se había sembrado una fina grama tipo japonesa; lo que hacía
ver al garaje como un jardín extraño, que lucía una alfombra natural y que no sufría
con las pisadas de los autos, asimismo que cual obra cinética, se destacaba la filigrana
realizada por la combinación de los ladrillos de cemento y lo verde del jardín.
La casa estaba repleta de obras de arte, la diversidad de ellas remembraba a un
verdadero mercado persa. Repartidas en distintos lugares se apreciaban varias
fuentes iluminadas. El piso de la terraza estaba cubierto por adoquines de colores que
refractaban suavemente la luz de la luna. Los marcos de las puertas eran curvos y
muy grandes. Los muebles, dependiendo del salón, unos eran de cuero que desde
lejos mostraban su suavidad, otros eran de madera tipo colonial, que hacían pensar
que se estaba en una hacienda en el interior del país.

En la parte alta había un cambio en lo referente a la decoración, atravesando una


de las puertas se adentraba a un salón de juegos que emulaba claramente un casino,
máquinas de todo tipo, una mesa de billar y otra de pool, éste lleno de luces
desencajaba con lo demás. El dormitorio más bien parecía una plaza de toros. En él se
destacaba una cama de medidas especiales situada a tres escalones de altura desde
donde se veían tres sofás mullidos y a simple vista confortables, un jacuzzi rodeado
por un cuadrante elaborado con listones muy anchos de madera pulida. Un balcón
desde donde se apreciaba una gran parte de la propiedad y como detalle simpático
una iluminación con muchos colorines descubría la piscina en forma de mariposa.

—¿Qué te parece mi hogar?


—Es una casa de ensueño.
Cualquier mujer se sentiría orgullosa de tenerla.
—Mi esposa no la pudo disfrutar, ella participó en su planificación, pero el destino
no la ayudó, murió mucho antes de la inauguración.
—¿De qué murió?
—De una tontería.
—Se nota que la querías, mejor dicho, que aún la quieres, debió ser muy especial.
—Su recuerdo me hace sentir en parte culpable de su desgracia. La pude haber
llevado a otro país, que viera a otros médicos. Pero no lo hice. Fue mi gran error.
—No creo, nuestro destino está previamente elaborado, nadie se puede sentir
culpable por la muerte de otro a menos que uno mismo se la haya ocasionado.
—Hay un sentimiento de culpa que he venido tratando de erradicarlo, no sé, es
muy difícil. A veces, cuando me siento muy solo en esta casa, con la que ella tuvo
tantos sueños y de los que no pudo disfrutar...
—Si lo que te traigo son sentimientos de culpa o de dolor, mejor me marcho, no
perdonaría el amargarte la noche.
—Tienes razón, he sido un tonto, el alcohol a veces me debilita.
Quiero que esta noche, la pases conmigo.
—Es una oferta un poco osada ¿no te parece?
—Quisiera ocuparme un poco más de ti. Me encantaría que pasáramos unos días
juntos para que nos conociéramos mejor, pero ahora en este momento, no puedo,
tengo previsto un viaje de negocios que trataré de reducirlo a lo mínimo, lo
indispensable, a mi regreso prometo recompensarte estos días.
—Me hablas y pareciera como si me dieras órdenes, eres extraño, muy extraño. Te
trato de entender, pero no lo puedo lograr.
—Tienes toda la razón, mi vida me ha hecho ver que las cosas están ahí, y a veces
me basta con pedirlas y éstas se logran.
—Ése es tu error, no todo está en venta.
—Mejor empecemos de nuevo, no me gusta la dirección en que nos movemos.
¿Qué quieres tomar? ¿Una copita de vino? Dicen que el vino es la sangre de los
dioses.
—Eres un hombre porfiado. Tu persistencia debe ser tu mejor gancho.
—¡Pobre de mí! ¿Qué sería de mi vida si de ahora en adelante todos pensaran
igual que tú?
Debes saber que en el mundo hay distintos tipos de hombres: los que tienen poco
material y mucho tiempo y los que viven como yo manejando mucho material y con
muy poco tiempo. Eso nos hace diferentes, pero nos adaptamos o por lo menos la
gente se nos adapta. Es egoísta vivir y pensar de esa manera, más no te olvides que
para que existan obreros, antes debe existir un jefe.
—Si me quieres contratar, ya tengo trabajo.
—No seas cruel. Algo así sería lo último que podría haber pasado por mi mente.
—Y ¿qué es lo que te ha pasado?
—Primero quiero brindar por otra noche contigo.
¿Me aceptas?
—Eso está por verse.
—Si castigas mi conducta, mi alma me lo recriminará durante mucho tiempo. Te
pedí que recomenzáramos, pensé que me complacerías. ¿Tanto daño hice con mis
palabras?
—Tienes razón, eres un hombre caprichoso, engreído, malcriado pero debo
reconocer que no generas odio.
—Aquí en el balcón de mi dormitorio, sentí que ya eras mía, mi vida me ha
enseñado a percibir cosas de una manera intuitiva. Es tonto de mi parte, pero me
gustaría darme un baño en la piscina, ¿me acompañas? Hay un closet con varios trajes
de baño, alguno te servirá.
—En verdad que eres un hombre increíble, es la primera vez que después de
media noche alguien me hace ese tipo de invitaciones. Supongo que enfriar nuestra
mente será una buena terapia.
¡Veamos qué pasa!
Rodrigo en segundos demostró estar en plenas facultades, nadaba como pez en el
agua. Se sumergía en un lado, al rato aparecía en el otro extremo y viceversa. Con su
nueva aptitud juvenil logró que Nathalie se riese, eran dos muchachos en una piscina
que comenzando como un juego de niños terminarían en la cama como dos adultos.

Henry se encontraba en la habitación del hotel, un letargo mental se había


apoderado de él, muchas cosas sin sentido se abatían en su interior dándole la
impresión de reducir su capacidad de oxigenación en su sangre.
De nuevo la soledad lo estaba arrinconando, medir cuál de las cosas que le habían
sucedido lo afectaba más, le costaba trabajo. Se consideraba un hombre de familia; su
hija ya no estaba para acariciarlo, contarle sus cosas, ni para quererlo; como tampoco
existía la seguridad de su hogar porque estaba deshecho. Después, Stephanie con su
imperdonable traición y al final de males, sin haberse dado cuenta, su imperio se
había derrumbado. Era algo más que soledad, era mucho dolor en un solo cuerpo.

Llamó a su oficina y preguntó por sus mensajes. Por varios días lo habían estado
buscando y no habían podido encontrarlo. Un joven venido de Suecia, tenía tres días
tratando de localizarlo. Se trataba de Dan Oslov

—¿Y quién es él?


—Señor, dice ser el hermano de Adriana
—Por favor dile que venga al hotel Hilton, necesito hablar con él, lo estaré
esperando.
—Señor Henry, él está en ese mismo hotel, llámelo a la habitación 619.
—O.k. gracias.
Henry lleno de nervios tomó el teléfono y se comunicó con la habitación 619
—Buenas, hablando, ¡Pronto!
Sí, ¿quién habla?
—Mi nombre es Henry Walters, me dijeron en la oficina que usted quería hablar
conmigo.
—Lo he estado tratando de localizar durante varios días, ya estaba por irme. En
este momento le escribía una carta explicándole el motivo de mi búsqueda.
¿Cómo podría hacer para verlo?
—Estamos en el mismo hotel, si me espera en veinte minutos nos veremos en su
habitación. ¿Qué le parece?
—Muy bien, en veinte minutos.

Henry necesitaba esos veinte minutos, durante unos días no se había bañado ni
afeitado, al verse en el espejo, se dio cuenta del estado tan deplorable en que se
encon-traba. Se afeitó, luego se bañó y se vistió. Era otra persona. Aparentemente,
volvió a ser el mismo de siempre. Se había tomado unos minutos de más, el letargo en
que su cuerpo se encontraba no le permitía mayor velocidad.
Se dirigió a la habitación donde se encontraba Dan.
—Hola, soy Henry Walters.
—Gracias a mis padres adoptivos supe que me andaba buscando, también me
enteré de la muerte de mi hermanita. ¡Qué lastima que no pude llegar a tiempo! Me
doy cuenta que ese era nuestro fin predestinado.
No sé ni qué decirle, muchas cosas he recordado desde que me llamó. Tengo un
recuerdo vago, pero querido de mi hermanita, antes, ese mismo recuerdo lo confundía
con un sueño, era una realidad en mi mundo de niño.
Mis padres adoptivos nunca me aclaraban mis dudas. Después supe que cuando
ellos vinieron por mí, ya a ella la habían adoptado y en verdad que no sabían su
destino.
¡A ellos no los puedo culpar!
¡Pero usted, siendo poseedor de muchas riquezas, que haya destrozado una
relación y separado a dos hermanos...!
¡No sé qué pensó, ni qué piensa usted ahora! Sigo sin comprender la condición
humana, sin poder entender el daño que un hijo más le pudiera haber ocasionado.
Supongo que el dinero no fue el motivo. Como tampoco que se trató de una pareja de
niños enfermos. Lo injusto, pienso, fue el escoger sólo a mi hermanita y separarnos.
Ahora que todo pasó, ¿no cree que hubiera sido mejor dejar que otra pareja con
más corazón se hubiera ocupado de adoptarnos a ambos?
Lo veo llorar, no es por lo que le estoy diciendo, siento que su vida está vacía, pero
comprenda que la mía no ha sido mejor durante estos últimos diecisiete años. Usted
me robó el cariño, el único cariño que verdaderamente me unía a mi pasado. ¡Qué
Dios lo perdone!

Henry sentía en cada palabra el sincero dolor de Dan, en su caso las fuerzas
morales se habían debilitado y no correspondían a la ayuda requerida en el momento.
Trató de hablar, de hablarse, de contestar, de contestarse, trató, más no pudo.
—Cuánto sufrimos cuando a los pocos días que fuimos en tu busca, ya no estabas.
Dios es testigo, que aun-que un poco tarde hicimos lo imposible por encontrarte. La
suerte no nos ayudó. Es cierto, cometimos un error, nos dejamos llevar por un vano
impulso, reconozco hoy que fue mi culpa, sólo mía. Estoy pagando con creces ese
error y por lo que veo será mi karma hasta el día que muera.
Sé que tu rabia y odio no pueden permitir que entre nosotros nazca una amistad,
pero quiero que sepas que tu hermana mientras vivió con nosotros fue muy feliz, ella
no supo sino hasta el final que era adoptada, creció como hija propia y en los pocos
años nos enseñó que genéticamente estaba dotada de esa bondad que muy pocos
poseemos. No puedo pensar que siendo tú su hermano, seas de una condición
diferente a la de ella.

—Dan, voy a pedirte un gran favor, aun cuando sé que no tengo fuerza moral para
hacerlo, ya que fui responsable de la separación de ustedes. Ese es un daño que por
falta de experiencia cometí y que no se me olvidará nunca. Quiero que sepas, que
apenas nos dimos cuenta del error que cometimos, hicimos hasta lo imposible por
encontrar-te. Al no lograrlo, esta pena y este dolor nos acompañó durante todo el
tiempo; pero en los últimos momentos era insoportable: el sólo pensar que por
nuestra culpa no pudimos haberla salvado, nos castigaba en lo más pro-fundo de
nuestra conciencia.
Cuando perdimos toda esperanza de encontrarte y su estado de salud era
terminal, decidimos decirle a Adriana lo de su adopción, fue un duro golpe para
nosotros pero debíamos sincerarnos con ella y contarle todo lo sucedido. La culpa
como castigo durante todos estos años, sobre todo en los momentos finales, nos hizo
sentir en carne propia, un dolor más allá de lo normal.
El encuentro que hoy hemos tenido da un poco de paz a mi espíritu. Te veo y en tu
rostro reconozco a mi hija querida; te hablo y logro creer que ella me está
escuchando. Por primera vez siento que en nuestro encuentro ella nos acompaña, que
está orgullosa, muy orgullosa de este hermano que en cuanto supo de sus males, sin
pensarlo y aceptando todos los riegos que esto conlleva, vino en su ayuda. No me
cabe la menor duda que desde el más allá desearía de todo corazón, que a nosotros
nos otorgues tu perdón.
—Estoy seguro que así será.
—Hijo, permíteme que te llame así. Hay un favor especial que me gustaría me
hicieras.
—¿De qué se trata?
—Mi ex mujer, Loraine, amaba a tu hermana más que si hubiera sido su propia
hija. La comunicación que entre ellas existía era envidiable. Solamente una verdadera
madre podría comprender lo sufrido, lo que sintió por la irreparable pérdida. Considero
que una llamada tuya le daría un poco de paz a su espíritu y la ayudaría a sobre-llevar
más fácilmente su dolor.
—¿Dónde se encuentra ahora, Loraine?
—Ella vive en New York.
—¿Por qué se separaron ustedes? ¿Qué sucedió?
—Nos hacíamos mucho daño. Llegamos a tal punto, que después de la muerte de
Adriana y no teniendo opción alguna, nos separamos.
—Lo lamento...
—La vida es un carrusel de sentimientos y de emociones. Al girar, deja que tomes
tu espacio, que escojas lo mejor; si te equivocas... muy raras veces permite que
retrocedas, debes saltar de nuevo a otro lugar, en el que la experiencia deberá
servirte para no caer en el mismo error. Ella está tratando de rehacer su vida. Espero
que tenga suerte.
—¿Cómo puedo comunicarme con ella?
—Voy a darte su tarjeta. Allí está su dirección y número telefónico en New York.

Con cierto recelo, pero convencido del arrepentimiento que demostraba Henry, y
seguramente Loraine con respecto a la separación de que fueron objeto y sintiendo en
lo más profundo de su ser, pensó que sería un aporte –de su parte– para la paz
espiritual de su hermana; tomó la tarjeta, para más tarde comunicarse con Loraine.
Ambos hombres lloraron, se abrazaron y en su des-pedida, pareciera que hubieran
hecho un pacto de re-encontrarse junto con ella en otra vida.
—Hola...
—Sí..., dígame.
—Estoy llamando desde Caracas.
¿Es la señora Loraine?
—Sí. ¿En qué le puedo servir?
—Usted no me conoce, me llamo Dan Oslov.
Soy el hermano de su hija adoptiva.
—¿El hermano de Adriana?
—Sí señora.
—¡Oh, Dios mío! No te imaginas ¡cuánto te hemos buscado! Hicimos todo lo
humanamente posible sin poder lograr ubicarte. Supongo que sabrás lo ocurrido.
—Sí, Henry me puso al tanto de los detalles. Él fue quien me dio su tarjeta para
comunicarme con usted.
—¡Gracias por llamarme! ¿Te haces una idea de la emoción tan grande que me has
proporcionado?
—Me lo supongo, por eso mismo la estoy llamando. A mí me ocurre algo similar.
Aunque me encuentro dentro de una gran frustración... no pude llegar a tiempo para
salvarla. Sin embargo, ahora estoy más tranquilo al saber la calidad de las personas
que se habían hecho cargo del cuidado de mi hermana, sé que nada le faltó y que sólo
en su subconsciente me echaría de menos. Esa duda era una especie de agonía que
me mantuvo enfermo por muchos años.
—Por eso puedes estar tranquilo, tu hermana vivió con nosotros como única hija.
Fue amada, querida y muy mimada. Ahora, cuéntame un poco de ti, ¿dónde vives?
—Una pareja diplomática que estuvo de paso por Caracas, me tomó en adopción,
me he criado viajando con ellos por el mundo. Esta pareja llenó el vacío que sentí con
la pérdida de mis padres y luego cuando me separaron de mi hermana. Mis
conocimientos del idioma español me los respetaron y se ocuparon de que con mucha
práctica, no los perdiera.
Ambos han sido en todo momento muy especiales conmigo, no trataron de
hacerme olvidar mi pasado, ellos estaban conscientes que es una parte muy
importante para el ser humano en el transcurso de su vida.
—Tienes mucha razón.
Y tus padres adoptivos, ¿aún viven?
—Sí, a Dios gracias.
—Sabes que en este momento me gustaría estar a tu lado, conocerte, darte un
abrazo y cambiar muchas impresiones contigo.
—Yo también tengo el mismo deseo. Quisiera saber todo sobre mi hermana, lo que
nos perdimos y conocer parte de ese mundo que no pudimos disfrutar juntos.
¡Cuanto la extrañé durante todo este tiempo!
—¡Perdónanos Dan, no teníamos derecho para hacer-los sufrir de esa manera!
En la tarjeta que te dio Henry está mi dirección y también mi número telefónico,
¿la tienes?
—Por supuesto que la tengo.
—¿Puedo contar con tu visita?
—Mucho más pronto de lo que se imagina.
—¿Quiere decir que en tu viaje de regreso te veré?
—Así es.
—¡No lo puedo creer! ¡Te estaré esperando!
—Nos veremos.
—Si, te espero Dan. Hasta pronto.

Al día siguiente, Dan salió hacia New York; no quería demorar por más tiempo el
conocer detalladamente la vida de su hermanita.
Al llegar fue al encuentro de Loraine.
Ella lo acoge como a un hijo. Construyen una bella amistad. Y al despedirse,
Loraine le pide que no pierda el contacto que el recuerdo de Adriana será el lazo que
los una y que perdurará en el tiempo.
Pasaron varias semanas, el mundo de Henry se fue desintegrando. Por un lado en
su conciencia permanecía el sentimiento de culpabilidad por el fatal desenlace de su
hija, que unido a su desestabilidad emotiva en lo referente a la supuesta pérdida de su
familia, de su Stephanie, de sus propiedades en el Perú y por otro, la actuación
bochornosa de los banqueros que se habían llevado casi todo su dinero. Era mucha
carga para ser soportada por un hombre que había llegado a tener casi todo y que no
le había dado tiempo de aprender a perder algo.
Henry Walters era un caballero. El hecho de que su mundo se hubiera desplomado
no era motivo suficiente como para perjudicar a alguien más. Al llevarlo su crisis al
extremo de su capacidad de aguante y de soporte, se dio cuenta que no tenía ni un
solo amigo con quien compartir sus problemas, no veía futuro, su mundo había
desaparecido y su único testigo era él. Decidió en ese momento que sobraba.

Tomó papel y lápiz y comenzó a escribir:


"A todo aquel que le pueda interesar:
Yo, Henry Walters en plena facultad de mis actos me declaro único responsable de
lo que voy a hacer y a la vez expreso que nada ni nadie puede sentirse responsable
por ello.
Esta ha sido una determinación que tomé por razones privadas, que no tienen que
ver con alguna persona o personas en especial o en particular.
A la vez es mi último deseo que todos los bienes que me quedan incluyendo los
bonos que tengo por cobrar al Estado peruano sean repartidos en forma equitativa
después de solventadas las deudas pendientes, entre mis empleados.
Mis empresas en el exterior, hace tiempo que no me pertenecen, lo que no deja
dudas de cuáles serán las propiedades y demás pertenencias a repartir.
De poder salvar algo del dinero que se invirtió en los distintos bancos. Se obrará
de igual manera.
A mis amigos, a todos, Adiós.
Henry Walters"

La carta la había terminado antes del mediodía, sin embargo Henry pidió su
almuerzo que le fue traído a su habitación. Quizás se quiso dar tiempo y pensar un
poco más sobre el paso que iba a dar. Tal vez tuvo hasta el último minuto la
esperanza de recibir alguna llamada que lo hiciera reflexionar y arrepentirse del paso
a dar.
Dentro de las posibilidades, él también esperó un milagro. ¡Quién sabe! Jamás lo
descubriremos. Su última comunicación de la que se tiene pruebas con este mundo,
fue esa carta.

Al otro día, en la portada de los periódicos vespertinos se podía leer:


"Henry Walters: Uno de los más grandes millonarios del país se quitó la vida.
Entre los posibles motivos que lo indujeron a ello, se habla de que estaba
involucrado con varios de los distintos banqueros responsables de la más profunda
crisis bancaria que haya tenido este país".

¡Ni la muerte le sirvió para redimirse!

Consciente de nuevo en el consultorio de su terapista, Stephanie siguió mirando


los libros, ella estaba en busca de algo, pero no lo encontraría ahí, sus preguntas
carecían de respuestas, pero sus dudas no tendrían ya ni forma ni manera de
despejarse. Henry había sido el gran hombre de su vida y ésta era una verdad que la
acompañaría por siempre.
La señora
Steiner
Stephanie, luego de haber escuchado a Morthy no sabía a qué atenerse. Un miedo
escalofriante le entró en el cuerpo. La sensación similar a la de robar y ser descubierta
la hizo temblar. En su vientre germinaba la semilla de su amor con Henry y lo que
Morthy le dijo la había dejado petrificada. Él, no pudiendo imaginar en ese momento lo
que verdaderamente estaba pasando, creyó en su culpa y no analizó la realidad.
—Dirás que no fui honesto. Es cierto, cometí un error. Debí decírtelo, mas me sentí
cobarde. Tuve miedo. Quisiera que me comprendas. Te ruego me perdones. Desde ya te
digo que si deseas, podemos adoptar a tantos hijos como quieras. Lo que decidas
estará bien.
—Te entiendo, comprendo tu posición y algún día, es-pero que tú también me
entiendas.
Los humanos pecamos por defender a otros y por querer hacer un bien, a veces,
terminamos haciendo un mal. Sin embargo lo importante debe ser el fondo, lo que nos
mueve, aquello que con sinceridad queremos o deseamos, es lo que debe contar.
—Tu manera de ver la vida me facilita muchas cosas, me sentí culpable, ahora
gracias a ti, sé que eran temores infundados, ya me siento bien.
¡Cuéntame un poco más de tu vida! ¿Qué es lo más te gusta o te disgusta? No
usaré en tu contra la información que me des, lo que verdaderamente quiero es poder
complacerte en todo lo que esté a mi alcance.
—Hablas de gustos, creo que soy una mujer que gusta de casi todo, en especial
me agrada lo concerniente a la naturaleza: las flores, el campo, el mar, las estrellas.
En fin muchas cosas. Viajar, conocer a otra gente, vivir un romance durante todo un
fin de semana, descubrir que me quieren y que soy importante para alguien.
—Para mí eres lo más importante.
Eres la primera persona que en más de treinta y cinco años la considero como
parte de mi familia.
Quiero hacerte feliz, complacerte en aquello que te plazca, conocerte en
profundidad y con ese conocimiento, ser alguien muy importante para ti.
—Aquél que nada tiene, todo lo desea. Para mí es importante el trato. Las cosas
materiales no me llaman la atención; pero un gesto, una buena palabra es y será
siempre el mejor regalo que me puedan dar.
—Me lo pones muy difícil, en este convulsionado mundo uno se acostumbra a lo
cómodo y sin querer, perdemos el arte que encierra la cortesía y las buenas
costumbres.
A veces me ocurre que ciertas preocupaciones no me ayudan y me enfurezco.
Si me pasa ante ti, llámame la atención, nunca esperes hasta el final y luego
explotes por no soportar más.
—No soy propensa al disgusto, en mi vida pocas cosas me desagradan y creo
saber manejar situaciones complicadas.
—Lo suponía.
¿Te enteraste de lo de Henry?
—Toda la prensa lo publicó. ¡Pobre hombre!
Lo que más rabia me da es la forma tan desconsiderada como lo trataron.
Él nada tuvo que ver con los banqueros, jamás hizo negocios deshonestos.
Y lo único que destacaron por encima de todo fue una vil mentira. ¡Del árbol caído
todos quieren hacer leña!
Henry tenía algunos defectos, pero era correcto.
Lo que jamás lograré entender es su proceder.
¡Quitarse la vida!
¿Quiénes somos nosotros para hacerlo?
¿Con qué derecho se siente el hombre para convertirse en Dios?
Todo esto me tiene muy triste, y lo que más me molesta es de lo que me enteré en
mi visita al psicólogo.
Según él, la pérdida de su dinero fue el motivo que lo llevó a tomar esa
determinación.
Y eso me duele porque debió haber contado conmigo, él sabía que mi dinero le
pertenecía y que yo, se lo hubiera devuelto.
Es penoso que haya podido ser ese el motivo.
En sus últimos días tuvo que haber sufrido demasiado. ¡Qué dolor! ¡No se lo
merecía!
—Creo que se volvió loco, un hombre que se quita la vida, no puede estar
consciente de sus hechos.
Nosotros los que sobrevivimos al Holocausto, que pasamos por los campos de
concentración y exterminio, también tuvimos motivos, quizás más, y con todo el dolor,
no lo hicimos, lo más importante a veces es el deseo de vivir y sin embargo en mi
caso nada de eso les sirvió a esos bastardos. Uno debe aferrarse a la vida con
cualquier motivo. No hay razón para suponer que todo terminó y menos que nosotros
mismos seamos responsables de nuestra muerte.
—Eso mismo pienso yo.
Lo que ocurre es que sigo sin entender cómo alguien a quien conozco desde hace
más de diez años con una conducta normal, en escasos meses cambie sus valores, se
olvide de su pasado, sus amigos y cometa el peor de los errores.
—A veces pasa.
Cambiemos el tema, quiero que mañana me acompañes a la oficina, te voy a
presentar a tus nuevos empleados, que sepan quién es la esposa del jefe y vayas
conociendo los secretos que han hecho posible que mis empresas marchen bien.
—¿Acaso quieres que trabaje?
—No. Pero uno nunca sabe. Además, hoy te voy a dar amplios poderes. Si me
llegara a pasar algo no quisiera que la mitad de mi fortuna fuera a parar al fisco.
Mis asesores recomiendan que te haga el traspaso de las acciones en blanco,
dicen que es una de las formas de evitar molestias e inconvenientes que en un futuro
se puedan presentar.
Es algo así como que si las acciones se hubieran adquirido mientras la otra
persona estaba aún con vida.
—Acepto con una condición, que hagamos lo mismo con lo mío. No me parece
justo, que algo que has hecho por mí, no lo haga yo por ti.
—De acuerdo y gracias por el voto de confianza que me das.
—Morthy, bien sabes que lo mío es mil veces menor que lo tuyo.
—Eso no importa. Para mí tu gesto lo equipara.

El tono de la conversación y la confianza que mutua-mente se demostraron, hizo


que el ambiente de tristeza cambiara radicalmente. El mismo tema que estaban
hablando sobre la posible muerte de uno de los dos, había adormecido los ánimos.
Pero unas pocas palabras y algunos gestos, lograron hacer despertar sus deseos.

Quizás comenzaron por tratar de protegerse al terminar de hablar, de cobijarse el


uno al otro, pero inmediatamente después, se despertó una pasión que los llevó a la
cama y los convirtió en dos cuerpos fundidos en un lazo imposible de desenredar, no
antes de que saciaran su pasión.
En la casa de Rodrigo Tejeros, Nathalie disfrutaba a plenitud con él, los juegos en
la piscina. Un aire infantil en ambos, hacía que cualquier cosa seriamente expresada,
y posiblemente mal interpretada con anterioridad, hubiese perdido efecto.
Primero el acercamiento. Cual animal marino, el macho dio comienzo a la danza
del amor. Él empezó a nadar con arrogancia para deleitar a su hembra. Luego pasaron
al roce por cualquier parte del cuerpo. Más acercamiento, y... finalmente, el tacto,
éste pronosticaba que la velada se convertiría en una segura noche de lujuria.
—No me mojes, me vas a despeinar.
—No es lo único que tengo en mente.
—¿Y qué es lo que tienes en mente?
—Normalmente no comparto mis secretos, porque pierden efecto.
—¿Formo parte de ellos?
—Sólo en la mitad. De la otra parte soy el único responsable.
—¡Ah! Entiendo.
Me parece que eres más bandido de lo que imaginé.
—¡Pobre de mí!
—En tal caso será de mí. O no es eso lo que tienes en mente.
Terminado el acto previo, el macho hizo el acerca-miento final. La tomó por la
espalda y en un abrazo del cual ella ni podía ni quería zafarse, se sintió apretada a él y
recibió un acalorado beso. Las caricias surgían de ambas partes de una manera
acompasada y erótica.
Muchos fueron los besos y aunque repetidos, cada uno de ellos daba la impresión
de abrir más y más las puertas a una gran noche de lujuria. Violentamente, él le dio
media vuelta, y al tenerla de espaldas, continuó con sus caricias. A su oído le
susurraba palabras hermosas que recibían respuesta a través de la presión que ella
ejercía contra él.
El agua de la piscina pareciera hervir en sus cuerpos. Lo que fue motivo para
entrar en ella, se había convertido en una excusa que ya no tenía razón de ser. Ahora
se debía salir, de lo contrario, los empleados esa noche gozarían de un espectáculo sin
censura.
—Eres una mujer que logras despertar la pasión en un hombre de una manera
extraordinaria.
—Me considero inocente de cualquier imputación que se me haga. Yo fui invitada
a cenar, y mírame donde estoy, no sé cómo me dejé convencer, todo esto parece una
locura. Creo que el alcohol no sólo ablandó mis músculos.
—Hasta este punto está bien, de acá en adelante, la servidumbre sólo podrá
emplear su imaginación. Ven vamos, subamos, quiero que la fiesta siga con los únicos
dos invitados. No necesitamos público.
—Creo que mejor me voy.
Lo que supongo tienes en mente, me está asustando.
—Lo que tu digas. Cualquier cosa que hagamos, debe ser entre los dos. No soy
hombre de violencia y así como he sabido ganar, a veces sé perder.
—¿Te molestaste?
—De ninguna manera, pensé que dos adultos que se atraían podían dar rienda
suelta a sus deseos.
Si crees que me equivoqué, estamos a tiempo. Esa es una decisión que debe salir
de ti.
La prepotencia de este hombre hacía hasta lo imposible para que ella lo
abandonara. Pero habían sentimientos encontrados: por un lado se sentía sola,
acababa de perder a Morthy. Por el otro aunque Rodrigo Tejeros era poseedor de
ciertas características desagradables, él, era uno de los hombres más poderosos del
país. Era una oportunidad que no se le volvería a presentar, además, con un poco de
paciencia, lo podría ir llevando. Conociéndose como se conocía, ella, queriendo, se
sabía capaz hasta de cambiar la noche por un día.
—Aquí se dice: mataste al tigre y ahora le tienes miedo al cuero.
—Soy un cazador que no se asusta fácilmente con su presa.
Pero alguna vez si la caza se hace difícil, la dejo ir. No mato por matar. Si
encuentro la presa que quiero cazar, la cazo.
—Tengo mucho frío.
—Ven, vayamos adentro, tomaremos un brandy. Para combatir el frío no hay nada
mejor.

Sobre el camino andado quedaban la huellas de los dos cuerpos que empapados
iban dejando un rastro. Rodrigo se acercó al bar y portando dos copas que tenían
estampadas una filigrana en oro, las colocó encima del mechero, sirvió brandy hasta
un poco más arriba de la mitad y las dejó calentar por unos segundos. Un aroma
exquisito se sintió en la habitación y logró que se calmaran los nervios.
—Quiero brindar.
A la salud del cuerpo más bello, de la mujer más deseada esta noche. A tu salud.
—Gracias.
—Ven, cambiémonos de ropa, subamos.
Tomándola por la espalda, él la ayudó a subir las escaleras, mientras tanto sus
dedos haciéndole cierta presión tanteaban su estado anímico. Ella lo recibía sumisa,
aprovechó ese detalle para imitarlo y rodearle también su espalda con el brazo
izquierdo.
Llegando a la alcoba, él le acercó una bata, la ayudó a ponérsela y la cubrió
completamente. Estando como indefensa, el la aprisionó y comenzó a besarla. Ella
respondía con casi todos sus sentidos.
—Eres adorable.
—Lo dices o lo notaste.
—Lo sé.
Rodrigo que había entrado en calor, la ayudó a quitarse la bata, aprovechó en
soltarle la parte de arriba del traje de baño. Aparecieron uno senos marmóreos
perfectamente formados que lo dejaron deslumbrado. Esta mujer hacía justa
ostentación de sus posesiones. Lleno de asombro por lo que sus ojos veían, comenzó a
devorarlos y en un breve momento perdió su cordura. Como loco la arremetió, ya no
se cruzaron palabras, no eran necesarias.
Rodrigo en un alarde de fuerzas, la elevó y la llevó hasta la cama. Se esmeró para
transportarla como algo muy valioso, mientras tanto no dejó de besarla hasta que la
posó suavemente sobre ella.
Una vez ahí, terminó desnudándola. Su piel dorada por el sol, sólo dejaba ver una
pequeña parte sin broncear debajo de su cintura.
Ella era una criatura apetitosa, que sabía complacer a un hombre en sus deseos y
cubrir totalmente sus necesidades. Muchas figuras. Diferentes posiciones, pero entre
ellos, iba increscendo una sola pasión.
Rodrigo daba muestras de su conocimiento, era todo un artista dedicado a su obra,
detallaba cada milímetro, realzaba y alababa cosas insignificantes, era un amante
perfecto. Primero satisfacía a su pareja y por último a sí mismo. Pareciera que
estuviera en juego una segunda oportunidad, con una precisión ejercía repetidamente
una leve presión con sus labios y su lengua. Ella gemía de placer. No imaginaba a este
hombre capaz de ser complaciente ni en el sexo. Afortunadamente se había
equivocado.
—Me llevas a la gloria.
Ya... ya... yaaa.
Había llegado al éxtasis, pero él, no le dio respiro, arre-metió sobre la presa ya
indefensa que estaba en la cama y la poseyó. Cual jinete domando un potro salvaje,
comenzaron movimientos convulsivos que lo hacían saltar. Un dolor por los golpes
recibidos en la pelvis, y el goce en la penetración unido a una fuerte pasión se
mezclaban de una manera agradable. El buscó sus manos y entrelazó sus dedos con
los de ella; Nathalie a su vez apresó con sus piernas la espalda y la apretaba
suavemente, como te-miendo despegarse, además que con los movimientos lo atraía
más y más.
Definitivamente que el hombre sabía lo que estaba haciendo. Ella cuando lo notó
flaquear un poco, dio un giro y cambió de posición, ahora él estaba acostado
recuperando un poco la falta de oxigenación en su sangre y ella comenzó a dirigir el
final. La vista desde ese nuevo ángulo, dejó ver sus senos de una manera agresiva,
cual dos pitones alardeaban orgullosos. En ese cambio de posición, ella comenzó a
efectuar movimientos que emulaban la danza del vientre. El jugueteaba con sus
manos, la acariciaba, la estrujaba, jadeaba, ella no le tuvo misericordia alguna, hasta
le pidió por favor que se detuviera, y no lo hizo hasta oírlo decir: ya... ya... yaaa.

Pasó un par de horas y el cuadro se repitió.

Rodrigo la invitó a quedarse unos días en su casa. A su regreso del viaje él quería
completar muchas cosas, saboreaba aún la última vez y no dudaba que con más
tiempo y con las energías recuperadas, en ella había mucho que descubrir.

De regreso a la oficina el día lunes, Nathalie que ya había logrado su objetivo


principal, volvió a ser la misma, siguió preguntándose por lo que le había sucedido con
Morthy, ella había sido una buena amante para él, y éste jamás manifestó interés
alguno por otra mujer. A su vez no entendía la ruptura de ella con Henry y mucho
menos su final. Un hombre como él suicidándose. Alguna razón oculta debía existir
tras todo eso.
Stephanie pasó un par de semanas angustiada, ya no soportaba más el tener que
seguir manteniendo un secreto tan delicado. Pensó hablar con Morthy esa noche,
temió la reacción de él y decidió dejar las cosas en ese momento y enfrentarlas por la
mañana.

—Buenos días, ¿cómo amaneciste?


—Muy bien, y tú.
—Un poco nerviosa.
—¿Qué te ocurre, cuéntame?
—Son muchas cosas y no sé cómo empezar.
—¿Te puedo ayudar?
—Tenme un poco de paciencia.
—Soy todo oídos, pero no me gusta verte tan seria. Relájate un poco y verás que
las palabras comienzan a salir solas.
—Es verdad, estoy asustada, no pensé que una situación cómo ésta, se me
presentara alguna vez. Recuerdo que de niña, una vez llevé para mi padre un reclamo
del colegio, temía ser castigada, tanto, que casi me hice pipí. Ahora me siento igual.
—No te preocupes, nadie te va a pegar. No tengas miedo.
—Morthy...
—Dime, ¿qué te ocurre?
—Por favor no me interrumpas. No hagas las cosas más difíciles de lo que ya son.
Mi vida toda ha sido una complicación. De muchacha, sin darme cuenta me enamoré
de un imposible. El era un hombre casado que no me prometía futuro alguno. De su
comportamiento, ni siquiera puedo hablar mal, ya que hasta donde pudo, siempre se
ocupó de mí. Todo lo que tengo a él se lo debo.
Una vez que me tocó tomar una decisión no actué egoístamente. No me
arrepiento, en aquél entonces miré por los demás.
Mi vida no era importante, creí que eso saldaría una deuda moral que por años
acumulé con su esposa. Al final descubrí que a ella, él no le importaba, pero ya era
demasiado tarde. El tiempo no da marcha atrás.
Ahora me doy cuenta que he cometido graves errores.

Hace algo más de un par de meses, Henry me invitó a realizar un viaje por
Acapulco, el motivo: celebrar los diez años que cumplimos juntos. Había una noticia
que debí habérsela dado y decidí posponerla hasta nuestro regreso. Apenas
acabábamos de llegar recibió una llamada telefónica donde lo ponían al tanto de la
enfermedad de su hija. Él tenía que tratar de salvarla. Yo no podía moralmente
detenerlo. No me perdonaría jamás que me responsabilizaran también por eso.
Antes del viaje descubrí que estaba embarazada.
¡Sí, aún lo estoy!
No se lo dije a él, como tampoco a ti. Varias fueron las noches que pasé
angustiada, no sabía qué debía hacer. Pero estaba clara que no interferiría durante el
tratamiento de la hija de Henry.
Entre miles de ideas y de posibilidades, no encontré salida. En mi mente una sola
persona aparecía con una respuesta. Fue quizás las tantas veces que a mi te
acercaste, o me llamaste ofreciéndome una seguridad, una familia, una relación
estable, la que me hizo pensar en llamarte. Quizás mi inconsciente estaba claro con lo
que deseaba hacer, yo, no.
Quizás mi instinto de madre quiso proteger a su hijo.
Quizás el sentirme sola, me asustó y busqué en ti protección y cobijo.
Quizás fueron muchas las cosas que pasaron y que posiblemente sean
responsables de lo que hice, o, simplemente todo esto no fue una casualidad sino que
el destino lo tenía previsto. No sé qué decir.
Acepto desde ya lo que decidas. Pero no puedo seguir así. Quiero que sepas que
has sido un hombre maravilloso. Que no temas, de irme, lo haré llevándome
solamente lo que traje.
—El niño no tiene la culpa, él llevará mi nombre.
Por lo demás, quiero que sepas, que has destruido en un solo momento la imagen
que de ti tenía. Los años que traté de convencerte para que dejaras a Henry, sirvieron
para valorarte mucho más que a cualquier otra mujer.
Pero en todo esto, lo que me duele es el engaño, la mentira. Uno de los motivos
que ayudó a salvar mi vida, es la confianza ciega que nos teníamos entre amigos, no
tenía cabida una mentira o un engaño. Estoy seguro que de habérmelo contado a
tiempo, no me hubieras hecho sentir tan mal como ahora. Con barriga o sin ella, te
hubiera recibido con los brazos abiertos.
No es el momento para decir lo que pasará, la herida la tengo muy fresca. Sé que
el tiempo suele cicatrizarlas, pero no me pidas más.
—Morthy, si prefieres, me marcho.
—Cuando ése sea mi deseo, será mi boca la que lo diga, no tú.
—Me voy a sentir muy incómoda, déjame que me vaya.
—Ya una vez perdí a los míos, no quiero que me hagas sentir lo mismo de nuevo.
Además la criatura no tiene ninguna culpa. Él vendrá a este mundo sin darse
cuenta de los problemas que en él hay, de eso yo me encargaré.
—Lo siento, en verdad lo siento.
—Veremos con el tiempo lo que pase.

Los días iban pasando; entre ellos, sólo existían vocablos. No hubo tirantez, la
misma falta de familia, hacía sentir a Morthy complacido. En su mente se sentía
responsable de esa paternidad y aunque trataba de ocultarlo, siempre estaba
pendiente de ella. Hacía uso de todos los que lo rodeaban para informarse del estado
de su mujer y del bebé. Un instinto paternal le estaba naciendo y se veía muy difícil
que esto no fuera a terminar con un final feliz.

En la oficina estaban al tanto de que el patrón pronto se convertiría en padre. Por


su forma de ser, Morthy se había ganado la confianza y el cariño de sus empleados y
estos compartían la supuesta alegría de él. Uno solo de ellos no estaba satisfecho, una
mujer que herida en lo más profundo de su ser, no podía aceptar lo que estaba pasan-
do, sus celos no habían cedido. Aunque de vez en cuando se veía con Rodrigo Tejeros,
esto no era suficiente.
Había hecho sus planes matrimoniales con Morthy, Nathalie no aceptaba a esta
intrusa que además de habérselo robado, ahora en escasos meses lo convertiría en
padre.

Comenzaron a aparecer los recibos, las cuentas de médicos. Las del laboratorio
también. Ahora Nathalie tendría una oportunidad, era el momento para descubrir
ciertas cosas.

—Buenos días, ¿hablo con el Laboratorio Clínico Los Chorros?


—Sí, a sus órdenes.
—Le habla la secretaria del señor Morthy Steiner.
—Mi nombre es Patricia, ¿en qué le puedo servir?
—Se nos ha presentado un pequeño problema. Según el médico, cree que la
señora Steiner presenta en su último análisis una gran diferencia en comparación con
el primero, aquél que determinó como positivo su estado de gravidez. El supone que
puede ser un error, que le gustaría volver a ojear el primer examen, pero el problema
es que la señora no lo encuentra y su nueva cita con el médico es para mañana por la
tarde. Me gustaría saber, si ustedes mantienen sus archivos en orden y si sería posible
que nos dieran una copia.
—Este es un laboratorio que funciona como un reloj. El doctor estudió en los
Estados Unidos y nos tiene a todos de cabeza, el defecto que tiene es su orden. No se
preocupe, en diez minutos le envío una copia por fax.
—Gracias por todo, Patricia.

Ahí estaba la sorpresa, no cabía la menor duda, el primer informe fue elaborado
casi un mes antes de su boda con Morthy, lo que demostraba su gravidez antes del
matrimonio y confirmaba su duda. Nathalie ya estaba embarazada en su viaje con
Henry, por lo tanto el hijo a nacer era de Henry. Ella le debía informar el
descubrimiento a Morthy y suponía que al enterarse él la abandonaría y retornaría a
ella. Sí, así debía ser.
—Morthy quisiera hablar contigo, ¿me puedes dar unos minutos?
—Si son cosas particulares te agradezco las dejes para otra oportunidad, ahora, no
estoy de humor.
—Son necesarias que las sepas, a lo mejor te sirven para cambiar tu vida.
—Me estás tentando. Dime lo que me quieres decir, ¿trata de nosotros? Tuyo y
mío.
—No, yo no mezclo el placer con el trabajo.
—¡Ah! Entonces cuéntame.
—Mira si prefieres lo dejamos para otro día.
—Bueno, ¿en qué quedamos me lo cuentas o no?
—Si quieres comienzo, aunque es algo delicado, no sé como podrás reaccionar. Lo
hago, por que tú me preocupas, me has dado demasiado y me considero que estoy en
deuda contigo.
—Ya está bien, ¿me lo cuentas o me voy?
—Nunca me has tenido paciencia.
—Mucha más de la que tu crees.
—Bueno olvídate, no te dije nada.
—Mira Nathalie, no estoy de humor, así que empieza de una buena vez.
—Es sobre tu esposa.
—¿Qué le pasa a ella?
—Más bien al bebé.
—¿Qué le ocurrió a mi hijo?
—De eso se trata, te han engañado.
Ese hijo no es tuyo. Es el hijo de Henry Walters.
—Tú estás loca.
—Te lo puedo probar.
—¿De qué me hablas?
—Ella te engañó.
—¿Por qué se te ocurre eso?
—Te dije que tengo pruebas.
—Ah, sí, ¿y qué pruebas tienes?
—El examen del laboratorio.
—¿Y eso como puede ser una prueba?
—¡Míralo, está fechado un mes antes de la boda!
—¿Y a quién le importa la fecha que tenga?
—En ese momento ella era la mujer de Henry. Te puedo probar que ellos estaban
en Acapulco.
—Todo es una vil patraña, pero me sirve para ver cómo y hasta dónde eres capaz
de llegar.
¡Pobrecita, me das lástima!
—¡No seas ciego! ¡Ese hijo que ella tiene en el vientre es un hijo póstumo! Ella es
la que te ha estado usando por tu dinero, ambicionando tu riqueza.
A Stephanie no le importa el daño que te está haciendo al engañarte de esa
manera.
¡Sácala de tu casa! ¡Ella no te merece!
—Veo que sabes cómo juzgar a la gente y otorgar el castigo que merece.
—No en vano una aprende cosas en la vida. Cada una de ellas tiene un fin, un
significado.
—A eso me refiero. A partir de este momento, estás despedida. Haré que te
recompensen tus años de servicio e incluiré una buena propina por algunos servicios
particulares.
—Así pagas la fidelidad de la mejor de tus empleadas.
—Así pago por el celo y la envidia humana.

Morthy terminó la conversación dejando bien clara su posición. Ella era una ex
empleada y nada más. En ningún momento le permitió pensar en otra posibilidad.
Tristemente, Nathalie, descubrió en ese último instante que entre ellos nunca existió
nada. Que lo sucedido fue un acto de desahogo, no de amor. Y que la pasión que entre
ellos pudo haber alguna vez, fue la simple energía utilizada al ejercitarse.

Luís G Torrealba
El Dr. Luís Gregorio Torrealba es hijo de Miscela Torre-alba, mujer que tiene más
de treinta años trabajando en la casa de Morthy Steiner. Su dedicación y fidelidad
fueron piezas claves al momento de quedar embarazada de uno de esos hombres que
antes de conseguir sus deseos, son capaces de ofrecer hasta la luna, pero que una vez
logra-dos, no responden a la obligación comprometida por la palabra, ni a la
responsabilidad generada por la misma naturaleza, en la que hasta los mismos
animales nos enseñan que son fieles con sus hijos y no como en otros casos que por el
contrario, al estar consciente de lo que ve venir, cual fantasmas desaparecen sin dejar
rastros ni huellas.

Así fue, pero su jefe el Sr. Steiner, la entendió, él se ocupó desde un principio del
cuidado de la madre y la vigilancia del bebé. Escogió a buenos médicos para que la
atendieran. Y luego del momento del parto, recibió a su hijo en una clínica particular.
Varios ramos de flores, se recibieron distintas tarjetas, eran de compañeros de
trabajo, pero todas habían sido canceladas por la misma persona, el Sr. Steiner.

Durante los primeros días con el niño recién nacido, hasta contó con la ayuda de
una de las muchachas encargadas de la cocina. Al no presentarse el señor a comer
daba más libertad a su personal, esto lo hacía con la idea de que ayudaran a la
criatura y a la madre.
Luís Gregorio se crió en esa casa. Sus recuerdos de niño fueron todos en la
mansión en la que trabajaba su madre, pero eso fue algo que nunca le molestó. Más
tarde continuó estudios en colegios privados finalizando su carrera como Abogado de
la República y luego se incorporó al bufete que manejaba todas las empresas de
Morthy Steiner. Su madre siguió viviendo en la misma casa, ya no como doméstica,
era más bien la ama de llaves y quizás hasta algo más, ella se sentía como si en
verdad fuese una hermana de Morthy, porque de hecho, él la consultaba en y para
todo.

Cuando Nathalie se ve perdida, luego de la manera como la trató su jefe, no


acepta irse dejando el barco a flote, entre muchas de las cosas que le pasan por la
mente, una de ellas es el tratar de hundirlo como regalo de despedida.

Luís Gregorio en más de una oportunidad, la había mirado con cierto deseo. Si
lograra conquistarlo y lo contara como aliado, sus proyectos pudieran convertirse en
realidad. Pero había que fraguar primero todo un plan, no quería cometer otro error.
Ya no se consideraba una principiante y estaba dispuesta a demostrarlo.

No lo llamó por teléfono, ella se acercó a su oficina, apenas lo vio podría decirse
que casi desfiló para él. Paseó de un lado al otro frente a su oficina tratando de llamar
su atención.
Ella logró impactarlo de tal manera que él no lo pudo disimular. Se levantó de su
escritorio y se dirigió a ella.

—Verdaderamente que eres una mujer con un carácter y un perfil majestuoso.


Te he visto de reojo, siempre de lejos y me parecías bella, ahora con este "close
up", me doy cuenta que estaba equivocado, eres espectacular. Eres divina.
—Todos los hombres son iguales, no se dan cuenta que las mujeres somos
sensibles y que en la mayoría de los casos nos creemos lo que nos dicen. El daño
viene luego, cuando despertamos con la realidad de saber que todo fue movido por el
sentimiento machista, el querer demostrar el dominio que se tiene para la conquista.
—Me considero cual crítico de arte, si la obra que veo no me gusta, no pierdo mi
tiempo en calificarla, la omito, la salto y me fijo en otra. Pero cuando me encuentro
ante una obra maestra, escojo cada una de las palabras que se merece. No
acostumbro a otorgar lisonjas porque sí.
—Lo tomo como un verdadero cumplido.
Ya veo por qué dicen que eres un buen abogado, utilizas el verbo a tu antojo. No
me gustaría encontrarme en un juicio contándote a ti en la parte opuesta, de seguro
que lo perdería antes de empezar.
—Ni tanto. En la mayoría de los juicios suele ganar la razón. Esa es la parte buena
de la justicia.
—Ya me voy, adiós.
Habían ciertos rumores entre los compañeros de trabajo que hablaban de la
relación existente entre Morthy y Nathalie. Pero el matrimonio de éste, derrumbó
todas las historias. Lo que le daba a Luís Gregorio libertad de movimiento.
—Te invito a cenar, ¿me acompañas?
—Esta noche estoy libre, no sería mala idea, acepto.
—¿Qué prefieres, pasta, pescado o carne?
—Es difícil la elección, me gustaría la pasta pero me enloquece la carne.
—Te paso a recoger a las ocho, ¿te parece bien?
—Muy bien.
—De acuerdo.
Nathalie, esa noche utilizó sus mejores armas, quería dejarlo indefenso, volvió a
ponerse el mismo vestido negro que le había causado sensación a Rodrigo Tejeros.

—Ahora sí que me has dejado mudo, esta mañana me dijiste que domino el verbo,
y ahora en la noche, me doy cuenta que no tengo palabras para describir tanta
belleza. Jamás me sentí tan orgulloso de mi acompañante.
—Déjate de bromas.
—Nunca he estado más serio.
—Van dos veces en el mismo día que me sorprendes. Además de abogado, eres un
galán.
—Soy amante de la belleza en todas sus manifestaciones.
—Eres muy zalamero.
—No me considero. Pero sé que tienes cierta influencia sobre mí un poco extraña.
—Explícate.
—Eras algo así como una fruta prohibida.
—¿Por qué?
—Se hablaba de ti y de Morthy.
—La gente habla y habla. El ser joven y atractiva, genera una envidia entre la
gente que hace de una mujer soltera una presa fácil de críticas y propensa a las más
grandes calumnias. Ser la secretaria ejecutiva no necesariamente significa ser la
amante de alguien. Una mujer que se sabe valorar, debe saber cuidarse.
—No quise ofenderte.
—No lo logran fácilmente.
—Me alegro. Tenía previsto llevarte a comer a mi apartamento, te preparé una
cena exquisita, pero no sería justo de mi parte, estás tan bella que ni mi propio
egoísmo se sentiría a gusto si no te comparto con los demás.
Ya está decidido, esta noche iremos a un sitio más elegante. Otro día comeremos
en mi casa.
—No me vestí así para los demás, lo hice únicamente para ti, y por nada del
mundo me perdería una cena exquisita. Me encantará cenar en tu casa.
—Veo que tienes muchas cualidades.
—¿Te molestan?
—Me asustan.
—A tu edad ya nada debe asustarte.
—He conocido a mujeres, la mayoría piensan en una sola cosa. Sus preguntas van
dirigidas siempre al mismo tema: matrimonio. No demuestran lo que son o lo que va-
len, primero averiguan, carecen de ese trato especial que es sinónimo del afecto y el
cariño de la tan deseada compañera. Hablas un rato con ellas y descubres que su
cerebro simula un granero lleno de paja. Me es muy difícil tratar con ellas. Contigo las
cosas son diferentes, no ha comenzado aún la noche y ya me siento satisfecho.
—Gracias.
—Se nota que eres una mujer con mucho mundo. Personalmente me gusta la
sencillez, cuando de lejos te vi esta noche, supuse que vendrías toda cargada de
joyas, creí que tratarías de impresionarme. Me sorprendiste con tu sencillez. Tu figura
es suficiente y no requiere de adornos. Si me fuera requerido describirte podría
hacerlo diciendo que eres la mejor manera de redescubrir la naturaleza.
—Me haces ser repetitiva, pero no conozco otra expresión más apropiada además
de gracias, que te pueda dar.
—No, soy yo el que debe dártelas, al verte esta mañana en mi oficina no imaginé
que un sueño se pudiera convertir en realidad en tan corto tiempo.
Ya llegamos, espero que no te defraude con la cena.
—Tienes un gusto refinado, el estilo que le imprimiste a tu departamento es
moderno, pero elegante. Veo que Saporiti, es tu preferido. Personalmente la
combinación de madera y aluminio me encanta.
Nathalie recorre con la mirada la amplia sala, deteniéndose en un cuadro que la
impresionó: ¡qué bello cuadro! ¿Quién lo pintó?
—Es de un amigo que estudió conmigo.
—Te rodeas de esculturas, y el bronce te atrae, o ¿será que la soledad te asusta?
—Ambas cosas son ciertas.
—Esta mujer en el columpio, me encanta.
¿De quién es?
—Es de Julio César Briceño, es un escultor con una sensibilidad muy especial hacia
la mujer y su cuerpo.
Contigo de modelo estoy seguro competiría con DaVinci, con los grandes.
—Estás llenando mi ego, que no voy a poder responder por él, de repente explota
y ¡sálvese el que pueda!
—Tengo enfriándose una botella de vino blanco, ¿brindamos?
—Brindemos.
—Por un bello cuerpo de mujer, una noche especial y por una segunda
oportunidad.
—Eres difícil de complacer.
—¿Por qué lo dices?
—No hemos comenzado la primera y ya estás pensando en la próxima. Supongo
que entre abogados debe ser el mismo sentimiento, están en un tribunal con un
cliente y a la vez están planificando los casos de otros al mismo tiempo.
—Hoy estoy sólo contigo, dejé en los archivos de mi oficina los demás expedientes.
Muy consciente de lo que quería hacer, dejé olvidado mi portafolio.
—Me encanta el vino, me trae gratos recuerdos de mi infancia.
—¿Y eso?
—Cuando niña, yo disfrutaba tomando de la copa de vino de mi padre a quien le encantaba
tomarlo con las comidas.
—Pasemos a la mesa, veamos si logro pasar el examen de cocinero.
—El aroma es muy agradable...
Sabe muy rico, te felicito.
—Sé que no soy un buen chef, pero, la verdad es que la comida quedó en su
punto.
Bueno cuéntame un poco de ti, me gustaría saber el por qué de tu visita. He
tratado de imaginármela. Sé que tuviste un fuerte encuentro con Morthy. ¿Será ese el
motivo? Para mi él es como un padre. Mi educación, lo que soy y tengo, se lo debo a
él. Me une una fidelidad hasta la muerte.
Y te diré que tu caso lo manejé personalmente, Morthy me pidió que te preparara
tu liquidación de manera que te sintieras satisfecha y ordenó que llegado al monto
que te correspondiera, lo duplicáramos. Si temes que vas a salir perjudicada, quiero
decirte desde un comienzo que estás equivocada. Él es un hombre sumamente justo.
—Si eso lo sé, jamás lo puse en duda.
¿Sabes cuál fue el motivo de mi despido?
—No me lo dijo.
—Descubrí que el hijo de Stephanie no es de él, es de Henry Walters y en vez de
agradecérmelo, me pagó mi fidelidad con el despido.
—Hay verdades que hieren.
—¿Y qué se supone debía hacer? Callarlo, eso sería igual que ser cómplice de ella.
—Yo soy su abogado, no se me ocurriría aconsejarlo en decoración, ni otra cosa
que saliera de mi jurisdicción, a menos que me lo solicitara.
—Reconozco mi error, fui demasiado sincera.
Acepto mi condena.

La cena llegó a su fin, al descubrir que no podría contar con la complicidad del
abogado Torrealba, sintió una nueva frustración. Ya no se justificaba seguir
coqueteando con él. Además su otra oportunidad la tenía con Rodrigo Tejeros.
—La noche ha sido encantadora, me voy llena de ha-lagos, eres una compañía
muy especial. Tu comida quedó fabulosa.
—¿Te volveré a ver?
—Cada vez que quieras.

Stephanie comenzó a sentirse mal, una aprehensión en el pecho, le dejaba ver un


estado anímico por los suelos. El cargo de conciencia por el engaño, se apoderaba de
ella y no lograba eliminarlo. A ratos pareciera que hablara sola, se preguntaba a sí
misma si lo que estaba haciendo era lo correcto. Tener un hijo de Henry y darle el
apellido de Steiner ya de por si era complicado, convivir toda una vida con un hombre
que ha sido engañado, presentaba un futuro con eventualidades desagradables.
¿Estaría ella dispuesta en caso que se le presentara a soportar las presiones y
hasta las ofensas? Su mente le decía a gritos que no. Ella no tenía la necesidad de
aguan-tar las majaderías de un hombre. Su Henry la había dejado en una posición con
la suficiente estabilidad económica como para vivir su propia vida.
Pero, por otro lado..., ¿tomar esa drástica determinación, la empujaría a dejar a su
hijo sin un padre? ¡Eso sería injusto! Él había dado muestras de su amor por los niños.
¿Acaso no se había ocupado de la educación del hijo de su ama de llaves? Si logró
hacerlo con el hijo de una extraña, de seguro mejoraría su comportamiento con ese
niño que llevará su apellido.
Pensó en Henry, recordó que tuvo la oportunidad y no la aprovechó, se inculpó,
cada nuevo intento era un castigo. Se confabulaban los pensamientos para hacerla
sentir mal. En su cerebro una duda la martillaba. De haber hablado a tiempo todo
hubiera sido diferente.
¿Qué debo hacer? ¡Dios mío, por favor, ayúdame!

Pasaron unas semanas, aunque ambos dormían en la misma cama, las cosas no
cambiaban, la relación entre ellos no mejoró. Una mañana por fin Stephanie había
tomado una determinación, no seguiría viviendo en el mismo techo con él a menos
que el cambio fuera total. No podía seguir prestándose a un juego en el que no veía
posibilidades de triunfo.

Era demasiado temprano, Morthy aún dormía apaciblemente, se dirigió al baño y


luego de tomar una ducha, peinarse y vestirse, se armó de valor y con gran decisión
fue a hablarle.
—Buenos días Morthy, tenemos que hablar.
Te agradezco me escuches, lo que voy a decirte es muy importante para mí.
¿Morthy, me estás oyendo? Morthy... ¡Mor...thy!

Una media hora más tarde llegó el médico. El diagnóstico: ataque masivo al
corazón. Morthy no se enteró. Según el galeno el deceso pudo haber ocurrido entre las
tres y las cuatro de la madrugada.
El cadáver fue llevado a la funeraria. Nadie se hubiera imaginado la cantidad de
personas que se hicieron presentes para presentarle un último adiós. En esos
momentos es cuando nos damos cuenta cuán importante llegó a ser una persona. En
este caso con más mérito, ya que se trataba de un hombre sin familia, que tuvo que
labrarse su futuro por sí solo y quien logró además de amasar una gran fortuna,
construir miles de amistades.
Morthy era el tipo de personaje que se ocupaba y se preocupaba de los
necesitados. Muchos hospitales recibían mensualmente aportes de alguna de sus
empresas. Personalmente daba becas a muchos de los hijos de sus empleados y de
por sí era un hombre que su positivismo le alcanzaba hasta en las respuestas. Pero la
vida es así y debe continuar.

A la semana siguiente fue cuando Stephanie pudo constatar la magnitud de las


empresas de Morthy Steiner, de las cuales era la única heredera.
Entre los bienes que recibió se destacan: Planta siderúrgica en la zona oriental del
país, concesiones para la explotación de minas de diamantes, oro, carbón, cobre, y
explotaciones madereras. Una red de más de doscientas estaciones de servicio y
venta de gasolina. El ochenta por ciento de las acciones de la fábrica más moderna de
cemento. Acciones mayoritarias en el único frigorífico omnivalente. Lotes de terrenos
urbanísticos, unos en pleno desarrollo y otros dentro del proceso de permisología.
Hoteles, laboratorios médicos, destilerías de alcohol y una diversidad de pequeñas
empresas en las cuales indefectiblemente poseía un cincuenta y uno por ciento de las
acciones.

Mas tarde, se enteró que dichas fábricas eran productos de favores que habían
sido hechos a sus amigos. Él les suplía el suficiente capital y dejaba que ellos las
manejaran. Por la misma oportunidad que habían recibido de él, estos pequeños
socios daban de sí hasta el máximo, como recompensa a ese apoyo obtenido.

Varias semanas le fueron necesarias para conocer la complejidad e ir descubriendo


la maraña de empresas que este hombre había construido.
Stephanie estaba impresionada por la cuantía de la herencia, sin tomar en cuenta
que también estaban las obras de arte, joyas, lingotes de oro y dinero en efectivo en
cantidades exorbitantes depositados en bancos internacionales y en diferentes
cuentas.
Ella sabía la confianza que Morthy tenía depositada en el abogado Luís Gregorio
Torrealba. Se reunió con él para tratar de facilitar la administración e ir reduciendo
todas aquellas inversiones innecesarias.
Llamó al Dr. Torrealba y con mucha seguridad le informó sobre las decisiones que
pensaba tomar.
—Luís, necesitamos reducirnos, yo no soy tan ambiciosa ni tan capaz como
Morthy. Quiero que mi hijo el día de mañana reciba una corporación que él pueda
manejar fácilmente.
¡Quiero vender! ¿Por dónde empezamos?
—¿Todo?
—Todo lo que se pueda. Desde ahora empezamos a es-cuchar ofertas.
—¿Lo quieres pensar o ya estás decidida?
—Ya lo pensé.
—Entonces, recomiendo que salgamos de las pequeñas fábricas, llamaremos a
nuestros socios y se las ofertaremos primero a ellos.
—¿Crees que les interese comprar?
—Sin la menor duda.
—Muy bien. De cualquier manera mi deseo es que se sepa que tenemos todo en
venta.
¿De acuerdo?
—Está claro.

Más de noventa pequeñas fábricas se lograron vender en menos de una semana;


en algunos casos se otorgaron plazos para los pagos, pero en general todos quedaron
satisfechos.
Stephanie comenzó a dirigir con buen pie.

La noticia de la muerte de Morthy Steiner, sirvió como elixir a la ambición de


Rodrigo Tejeros, su ansia de poder, no le permitía dormir. Un celo que permanecía
adormecido despertó sobresaltado.
Se le presentaba una oportunidad única. ¡Todo el poder en las manos de una
indefensa mujer!
Debía apurarse y planificar una estrategia para adquirir su sueño a cualquier
precio.
Cuando llegó a saber que se habían vendido muchas de las empresas, no lo
soportó.
Sentía desmembrar su sueño.
Ya no aguantaba más, debía hablar con Stephanie a como diera lugar. Se dirigió a
su casa con ese propósito.
—Buenos días señor Tejeros, ¿cómo está usted?
—Muy bien, gracias, ¿está en casa la señora?
—Sí, pase usted, déjeme que lo anuncie.

—Hola Rodrigo, ¿y esa sorpresa?


¿Qué te trae por aquí?
—Venir a saludar a una querida amiga y presentarle mis condolencias.
—Gracias por tu atención.
—¿Cómo te sientes?
—Mira, este es un momento muy triste, no he podido terminar de asimilar la pena
por la pérdida de Henry, y ahora mi esposo.
¡Sabes, voy a tener un hijo!
—¡Qué dolor!

Dos horas estuvieron conversando de diferentes temas, en sí, nada concreto.


Intercambiaron ideas y en el ínterin, Rodrigo pudo darse cuenta de la belleza natural
de esa mujer. Su mismo estado, la hacía brillar de una manera sensual, aunque no
vestía luto. Ella estaba vestida con un elegante juego de ropa de dormir cubierto con
una bata de seda natural de colores pasteles decorada en el frente por un cuello de
holganza con pliegues.

En un momento en que la luz del sol la poseyó, penetrándola de un lado y dejó


transparentar su silueta, él se impresionó. Esto permitió que sin darse cuenta, se le
despertara una nueva ambición. Desde ese momento ella se adentró en la voluntad de
Rodrigo Tejeros, ya no eran sólo sus propiedades lo que le apetecía, ahora ella estaba
incluida. Tenía una carrera contra el tiempo. De lograr algo, debería ser
inmediatamente, inclusive mucho antes de nacer la criatura.
Como buen empresario, comenzó a detallar su posible adquisición, la decisión fue
rápida, era una de esas pocas mujeres capaces de lucir hasta una barriga.
Al ojear por los salones, se notaba, que la mano de ella le había impuesto un calor
especial al hogar. Muchos arreglos de flores tanto en los jardines como en diferentes
lugares, creaban una visión agradable.
En distintos momentos estuvo tentado a decirle que la quería, que a una respuesta
de ella afirmativa, la desposaría inmediatamente. Que se convertiría en el padre
amante que un hijo desearía tener y que le sería fiel hasta la muerte. Muchas ideas,
muchos retos, muchos sueños.
Lo pensó bien, en ese momento la idea era demasiado arriesgada. Tendría que
contar con más oportunidades, permitirle la posibilidad de que su mente estuviera
abierta a una idea tan loca.
—¿Qué tienes planeado para este fin de semana?
—Nada en especial, ¿por qué?
—Me gustaría que me acompañaras, iremos en mi avión a una isla, donde nos
esperan unos pescadores con unas langostas recién capturadas. Después nos las
cocina-rán con agua del mar. Es todo una ceremonia que te deja pensando: aquél
disfruté más, si la comida o la preparación.
—Me suena tentador.
—¿Te parece bien a las diez de la mañana?
—Muy bien.
—Nos veremos, ya te darás cuenta que no te estoy exagerando, te va a encantar.
—Si tú lo dices, no lo pongo en dudas.
—Hasta mañana.
—Adiós.

A la mañana siguiente, él estaba a la hora indicada, tocando el timbre de la puerta.


Ella no se dejó esperar, Rodrigo al verla bajar por la escalera se sintió muy
impresionado. Stephanie vestía con elegancia un short que hacía lucir sus hermosas
piernas y una blusa tipo zafari con los botones superiores abiertos, que sin forzar la
vista, se podía apreciar su hermosa piel. Ella era una mujer que obligaba a lisonjear al
más parco de los hombres.
—Siempre me he sentido atraído por tu belleza, pero la miré con otra perspectiva,
desde cierta distancia. ¡Qué tonto fui! Debí haberte abordado desde un primer
momento, me arrepiento no haberlo hecho. Había oído decir que una mujer
embarazada era algo bello... Ahora me consta.
—Supuse que la excursión me ayudaría a pasar estos momentos tan tristes, lo que
no imaginé era que en el viaje, el guía fuera tan dedicado y completo. Me has dado un
poco de alegría y de ilusión, agradezco tus atenciones.
—¿Quién a quién?
Soy yo el que debe agradecer tu compañía.

El tiempo era claro, el clima tropical, no había nubes, se esperaba que el vuelo
fuera normal. El capitán de la nave dio la bienvenida y explicó algunos detalles del
vuelo: tiempo de duración, altitud, el destino y la ruta a seguir. Finalizó con el mensaje
de "esperamos tener un buen vuelo".
Rodrigo la miraba y cada vez sentía que ella era su más grande deseo, quizás era
por la combinación que poseía de encanto y de dinero. Esto al fin y al cabo, no era tan
importante, pero el influjo que lo atraía, tenía un sabor agra-dable. Todos los años de
celo y envidia hacia Morthy Steiner podrían ser compensados en breve tiempo, si le
salían las cosas bien. Y por lo que se veía venir, a esa altura del camino, daba la
impresión que lo difícil ya había pasado.
¿Cómo empezar? ¿Qué debería hacer para no levantar sospechas de sus
intenciones? ¿Por dónde comenzar? La observaba y trataba, con la simple mirada, de
hacerla en-tender. Pero dentro de toda esa duda, a la vez empezó a darse cuenta de
la magnética atracción que por ella sentía. Y de nuevo se preguntaba, si era ella o lo
suyo. No quería una respuesta, lo que ansiaba era lograr el resultado.

Mientras tanto en la mente de Stephanie, había como una laguna. Quería cierta
distracción, pero pensó, que había ido muy lejos. No era el momento para estar en ese
lugar. Ahí fue cuando cambió de pensamientos y comenzó un cierto remordimiento,
una especie de culpa.
Sin darse cuenta, ella cayó en una depresión. Una ex-presión de tristeza revistió su
faz, era algo que se notaba; nacido desde lo más profundo de su alma, y que se
completó cuando, sin motivo aparente, sintió brotar lágrimas de sus ojos.
Rodrigo notó que por instantes, ella mentalmente se había alejado del avión,
también se dio cuenta de su dolor, se acercó un poco más a ella y con cierta ternura,
la cubrió con su brazo, respetó su intimidad, por unos instantes no la interrumpió, la
dejó sola con sus pensamientos hasta que estos la abandonaron.
"Su atención por favor, señores pasajeros para su seguridad, sírvanse abrocharse
los cinturones, entramos en una turbulencia. Gracias".
El avión comenzó a tambalearse de un lado a otro, los objetos, vasos y platos se
movían al compás. Stephanie no había terminado de asimilar su estado anímico,
cuando fue asaltada por el miedo. El sentir la posibilidad de un grave peligro logró
incrementar su pena. Rodrigo tenía muchas horas de vuelo, para él esta situación era
algo normal, no sintió miedo pero aprovechó el momento: él tenía su brazo alrededor
de su cuello, la atrajo hacia él y la cubrió como para protegerla. La sintió temblar, la
apretó más y más. Daba la impresión de ser una criatura indefensa, pero ahí estaba él
para cuidarla.
Apenas habían pasado un par de minutos pero daban la impresión de ser muchos
más, cuando el vuelo se estabilizó.
El capitán de la nave pidió disculpas por el mal rato y no autorizó desabrocharse
los cinturones por la cercanía a la pista de aterrizaje, mencionó que estaban
descendiendo, no se esperaba otra contrariedad, aterrizarían sin inconvenientes en los
próximos cinco minutos.
—Pensarás que soy cobarde, siempre he respetado la altura, nunca me había
sentido tan asustada en un vuelo, pero creo que es mi misma tristeza, me sentí morir.
Menos mal que estás conmigo.
—Me sentí muy a gusto al permitirme cobijarte.
—Me tranquilizó mucho tu abrazo.
—Cada vez que lo necesites, llámame, estaré siempre a tu lado. Bueno ya todo
pasó, ahora, vamos a divertirnos.
—Después de este susto... lo dudo.

Al aterrizar ya los estaban esperando. Rodrigo Tejeros debía tener algunas


cualidades, la gente lo recibía con cariño y éste a su vez los trataba con afecto.
Daba la sensación de que hubiera llegado a la isla la persona más importante.
Tenía mucha razón cuando le auguró que se divertirían. De ahí en adelante, sólo sor-
presas y cosas agradables.
La naturaleza toda estaba representada en la isla. Montañas con árboles frondosos
en la mitad del océano permitían una mezcla matizada de verdes y azules. Arenas
blancas, como sólo se pueden encontrar en las islas coralinas, dejaban ver una
limpieza inmaculada. Los peces se acercaban a la orilla como si estuvieran tratando
de darles la bienvenida. Pececillos de múltiples colores eran la mejor demostración de
la pureza de las aguas; no existía contaminación alguna y ellos, con su presencia, lo
demostraban.
Cerca de la playa había una choza muy grande que estaba dividida en varios
sectores, uno servía de duchas, otro de salón comedor y un tercero, habitación de
des-canso. A lo lejos se podían ver las casitas que pertenecían a los pescadores
habitantes de la isla.
Había una pequeña lancha a la orilla de la playa; un poco más allá, dentro del mar,
a medio kilómetro aproximadamente, se veía un yate de más de setenta pies.
—¡Qué bello yate! Los que vivan ahí, deben disfrutar la vida al máximo, ¿no te
parece?
—La primera vez que lo vi también me dejó impresionado, por eso lo compré.
—Excelente adquisición. Eso demuestra que te gusta el mar, a mí me atrae.
Recoger caracoles y pescar es una distracción que desde niña no he tenido. Hoy me
daré el gusto de volver a mi infancia.
—La isla es toda tuya.
—La verdad es que tenemos cosas tan bellas en este país, que no me canso de
maravillar.
—Vayamos al yate, la comida debe estar lista.
—¡Tú eres el capitán!
—Buenos días, señor Tejeros; hemos recibido un fax, y hay estos mensajes de su
oficina, ¿alguna respuesta?
—Déjame ver...
Nada importante, a menos que suceda algo de extrema urgencia, hoy estoy de
vacaciones, mañana me ocuparé.
El yate era como un palacio, estaba lleno de cuadros, esculturas, unas de mármol
tipo griega y otras en madera muy pulida. Espaciosas piezas de sofá descansando
sobre una alfombra muy tupida y hermosamente elaborada con diseños marinos
cubrían un salón grande; una mesa de comedor en lalique para doce personas
coronaba un segundo nivel.
Un bar, donde el juego de reflejos logrado por el trabajo de los innumerables
espejos biselados colocados en distintos ángulos, llenaba el sector con luces de
colores que asemejaban múltiples arcoiris. En el piso inferior había varios dormitorios,
dos de ellos tan amplios como si se tratase de un hotel. La majestuosidad con que se
veía por fuera, sólo era superada por la decoración interior.

—Te felicito, eres un hombre de gustos refinados.


—¿Lo dices porque me atraes?
—No seas tonto, me refiero al yate, me encantó desde el primer momento. Se deja
querer.
—En eso dicen que se parece al dueño.
—No lo pongo en duda.
—Ni te atrevas.
—Quisiera arreglarme un poco, aún no he salido del susto que pasamos en el
avión.
—Son cosas que a veces suelen pasar, cuando se cae en una depresión
atmosférica o se encuentran con una turbulencia sucede eso, es algo así como si al
manejar tu automóvil a una gran velocidad en una autopista, pasaras por encima de
un bache, automáticamente saltarías y esto a su vez te haría sentir un vacío en el
estómago.
—Puede ser, pero estando en tierra firme no te asusta tanto la idea. Cuando no
tienes el suelo a tus pies el temor es diferente.
—Bueno, es una nueva experiencia en tu haber.
—Así es, ojala y de ese tipo sea la última.
En una media hora nos vemos, ¿te parece bien?
—De acuerdo.

La comida verdaderamente estuvo exquisita, entre otras cosas primero prepararon


un mero recién pescado. Lo colocaron sobre un olla llena de agua y lo cocinaron con el
sólo vapor. Luego de esto, lo cubrieron con sal, de manera tal, que no se veía el
pescado por ningún lado y para finalizar, lo bañaron con vodka, dejaron que por unos
minutos se empapara y le esparcieron brandy a todo lo largo e inmediatamente
después, le acercaron un llama. Una llamarada se levantó a casi un metro de altura,
como si se estuviera jugando con fuegos artificiales.
Al consumirse el alcohol, se le retiró la sal y la piel se desprendió fácilmente, unos
hermosos filetes fueron sacados y presentados en platos acompañados de papas
picaditas, que previamente habían sido horneadas y unas ramitas de perejil sirvieron
para darle color y un toque elegante al plato.
En ese momento se descorchó una botella de champaña. De seguido, la langosta
que estando aún viva, previa-mente había sido puesta a hervir, unos escasos minutos
y ya estaba lista. Con una tijera especial fue partida en dos, despegada de su concha
y servida en la misma, en pequeños trozos, se bañaban en una salsera cuyo contenido
era de mantequilla líquida que se mantenía caliente, estaba aderezada con un cebollín
y ajos refritos.
Para el postre una creme brulete y diferentes tipos de tartas.
—Hoy entiendo esa expresión: Vocato di Cardinale.
Es un bocado de dioses. Te felicito, la comida estuvo fantástica.
—Me alegro que te haya gustado.
—Y ¿a quién no?

Luego del postre, la noche empezaba a caer... tomándose unas copitas de brandy,
se dedicaron a recordar momentos bellos de uno y de otro.
—Ha sido un día maravilloso Rodrigo, sentí a la muerte encima y también disfruté
con todos mis sentidos la alegría de la vida.
Ambas sensaciones han sido interesantes. Una porque me permitió recuperar la
conciencia de que somos efímeros, estamos en un momento y en otro podemos
desaparecer. Y otra, porque aprendí que las cosas simples pueden darnos placeres
increíbles, ese pescado que casi no tenía aderezo poseía un gran sabor. Y todo esto en
un lugar muy alejado: en un sitio casi salvaje, apartado del mundo, carente de casi
todas las modernidades de este siglo, me doy cuenta que su gente se siente muy feliz.
Cuando comparo nuestra manera de vivir con la de ellos, no sé quién está
equivocado. Pero si sé que no deben visitar a un psicólogo, ni rodearse de gente para
que los cuide y proteja. Sus preocupaciones son por el hoy; el mañana es algo que lo
afrontará cuando llegue.
Nosotros con nuestro pasado, que nos ha servido para estar llenos de traumas y
con el miedo al futuro, no somos capaces de saborear con el debido respeto el
presente.
—Una filosofía que me doy cuenta no la he entendido. De niño, quise ser tan
importante como mi padre. Él era un hombre muy capaz, fue en más de tres
ocasiones ministro del gobierno. Su lealtad y conocimiento eran su tarjeta de
presentación. Emprendía proyectos con miras a desarrollar el país, él creía en lo que
decía. Sus esfuerzos y su trabajo estaban dirigidos hacia el pueblo.
Con ese patrón a emular, mis cosas siempre han sido difíciles. Cuando otros
jugaban con sus amiguitos yo lo hacía con mi padre. En esas oportunidades me
enseñaba los "intríngulis y vericuetos" de los negocios.
Aprendí a sacar porcentajes mucho antes de aprender a sumar. Y me cuentan que
de niño aprendí a caminar casi sin haberme tomado el tiempo suficiente para gatear.
—Ahora entiendo. No se llega a ser lo que eres sola-mente por que te hayan
colocado. Te ganaste a puro pulso cada milímetro en tus logros.
—Así es. No puedo decir que fue tan difícil, porque mucho de lo que tengo lo recibí
hecho, aunque reconozco que no ha sido fácil mejorarlo. Mi padre todo lo llevó
siempre a lo óptimo y superar eso, ha sido extremadamente difícil.
Hay una especie de competencia que permanece ahí presente, que me estimula y
me obliga a dar mucho más de lo que en condiciones normales daría.
Pero no vinimos para aburrirte con mis problemas, estamos aquí para saborear los
placeres de la vida, vamos, caminemos por la orilla del mar, el reflejo de las estrellas
sobre el agua permite que lo hagamos sobre una alfombra mágica que además de
masajearte, cubre toda la ruta con millones de brillantes, los destellos reflejados me
sirven de relax, son momentos en los que cambió mis problemas por miles de
placeres.
—¿Te das cuenta? Hoy aprendí como tú, nunca se me había ocurrido caminar
durante la noche descalza por la playa. Pero siento que la doble sensación del tacto
con la arena y el agua del mar, me dan una paz especial. Este lugar es tan bello que
pienso volver en otra oportunidad.
Durante largo trecho caminaron, no se dieron cuenta pero el cansancio los hizo
detenerse. Sentados a escasos metros de la orilla, veían cómo el mar los retaba, iba y
venía y pareciera querer acariciarlos, cada vez el agua se acercaba más y más a
ellos... ambos, como dos colegiales, miraban las estrellas, escudriñaban el firmamento
en busca de respuestas, entonces lograron ver una estrella fugaz. Se emocionaron. Se
miraron mutuamente y se besaron.
—¿Qué estamos haciendo?
¡Esto no es posible! No por ahora.
—Stephanie, somos adultos, dejemos que nuestros corazones decidan lo que
quieren; no nos hagamos promesas, tratemos de vivir este momento como tú misma
dijiste, aprendamos a disfrutar este hermoso presente el mañana vendrá más tarde,
cuando el sol salga. Ahora debe gobernar la noche inspirada por el influjo de las
estrellas.
Sin consultar y sin permitirle que volviera a pensar, la atrajo y la volvió a besar,
esta vez, no sintió oposición fue una entrega total. Permanecieron durante media hora
más, Rodrigo pensó que ella, ya era suya, que el preámbulo vaticinaba una noche
entera de placer.

La conciencia a Stephanie no le permitió llegar a mayor intimidad. Todo había


pasado muy recientemente, las heridas estaban aún abiertas y aunque su parte física
exigía un poco de amor, de pasión, y que además el sexo la ayudaría a tranquilizarla,
su parte moral tomó la decisión y activó su freno interno.
—Sentí un momento que te importaba, que te gustaba, ¿será que me equivoqué?
—Rodrigo, he pasado últimamente por momentos demasiados tristes, tengo una
mezcla de ideas que no se me aclaran, por un lado sé que me gustas, eres muy
atractivo, además que sabes besar muy bien; pero, no es justo, no ha pasado ni un
mes de lo ocurrido y me siento como si estuviera de fiestas, y no lo estoy. Llevo
mucho dolor dentro de mi corazón que pide a gritos muchas cosas, mas los impulsos
descabellados no pueden dirigir mi vida en este momento.
Debo reflexionar, no he concretizado lo que va a pasar conmigo y mi hijo. Cuando
lo haga, tendré respuestas, mientras tanto, no me preguntes, ya que ni a mí me sé
responder.
Dame un poco de tiempo para pensar y resolver mis problemas. ¿Te sientes
ofendido?
—Triste.
—Me halagas.
—Te deseo.
—Quizás me esté pasando lo mismo, no lo sé. No me quiero equivocar. Tenme un
poco de paciencia ¿Puedes?
—Ustedes las mujeres son seres impredecibles. Saben lo quieren, lo que necesitan,
lo que les gusta y con todo y eso a veces dejan de lado eso que tanto ansían sólo para
dar respuesta a su yo interior. Castigan a su mente y a su cuerpo apartándolo de ese
goce necesario sólo por temor a su yo. Definitivamente que nosotros afortunadamente
somos diferentes. Sabemos lo que queremos y nos dedicamos de lleno a ello. Después
nos defendemos de los actos, pero primero saciamos nuestra hambre. Eso nos da
cierta ventaja contra ustedes. No solemos traumatizarnos por deseos frustrados.
Quizás alguno llore silenciosamente la vergüenza de un hecho, pero su disfrute lo
recompensa con creces.
—A lo mejor tienes razón. Ustedes son más prácticos, pero el idealismo, la
moralidad, y la cobardía, no son atributos casi exclusivos de las mujeres, entonces
¿qué quieres que hagamos? Ustedes son gobernados por el cerebro, nosotras por el
corazón y entre ellos la distancia es abismal.
—Dios al crear al hombre en su inteligencia, hizo que las cosas no estuvieran tan
separadas unas de otras, vemos a los ojos, los oídos, las manos, los pies y los lugares
eróticos, todos están unos al lado de otros, y sin embargo a veces el alcanzar a uno de
ellos, no necesariamente se nos permite que se logre llegar al otro. Todo es relativo.
Estas son pequeñas distancias que pueden ser posibles de llegar o todo lo contrario, la
diferencia la ponen ustedes.
Si te preocupa tu barriga, a mí no me importa, tu belleza se acrecienta con ella. Si
te asusta lo que ocurra, dejemos que el disfrute nos oriente a qué atenernos, si no soy
de tu agrado, entonces la cosa cambia, para eso no tengo solución y si existe otro, sé
perder y respeto en la jugada al mejor postor.
—No seas tonto. ¿Crees que con esta barriga voy a andar por ahí tratando de
enamorar a alguien?
—A mi me ocurrió. Supongo que cualquiera que se fije un poco en ti le ocurrirá lo
mismo.
—Tenía años que no me hacían este tipo de cumplidos. Me hacían falta, te los
agradezco pero la situación no ha cambiado. Me parece que mejor vayamos a dormir.
Ahora que estoy consciente de lo que hago y digo, no quisiera hacer algo de lo cual
mañana me arrepintiera.
—Como tú digas. Pero no olvides todo lo que hoy te dije. Mi palabra sigue en pie
hasta que tú lo ordenes.
—Lo haré, gracias.

A la mañana siguiente muy temprano abordaron el avión con destino a Caracas.


—¿Cómo dormiste?
—Muy bien.
—De verdad.
—Estuve casi una hora recordando lo que hablamos, no me he olvidado.
—Estamos a tiempo, si quieres regresamos.
—Las ganas no me faltan, pero tengo ciertos compromisos ineludibles.
—¿Importantes?
—Ineludibles.
—¿Se puede saber de qué se tratan?
—Estoy trabajando en un proyecto antidroga. Uno de los asesores de nuestra
fundación me trazó un plan que me parece pudiera ser la solución a los problemas que
enfrentamos con las drogas. Lo llamamos el "Plan Kramer" y lo quiero presentar en
una pequeña reunión que voy a tener esta tarde en mi casa con unos ministros del
gabinete ejecutivo y algunas personas influyentes interesadas en ello.
—Cualquier cosa que necesites estoy a tu orden. No te olvides que poseo varios
medios de comunicación y si requieres que cubramos el evento con gusto lo haremos.
—Deja que vea la receptividad de esta gente y habla-remos. No lo había pensado,
pero de ser aprobado te estaré molestando más de lo que te imaginas.
—Háblame un poco, ¿de qué trata ese "Plan Kramer" y por qué se llama así?
—Lo llamamos así por que lo desarrolló Mauricio Kramer, ahora, lo está
promoviendo su hija Sarita.
El plan es muy sencillo: el primer paso consiste en poner una fecha tope, que bien
podría ser de unos treinta días. Este sería el tiempo máximo para erradicar en forma
legal todo comercio con la droga.
Pasado este plazo y habiendo sido aprobado el "Plan Kramer" por las Cámaras del
Congreso en los Estados Unidos, aunque seguirá perseguida la venta y consumo de
drogas, se comenzarán a tomar registros de todos aquellos drogadictos que tengan
una fuerte dependencia, para que posteriormente a esta fecha, se les siga supliendo
de una manera racionada y sin pago alguno la droga que terapéuticamente requieran.
Esto se manejará a través de los hospitales.
También se les garantizará un indulto a todos aquellos traficantes que por su
propia cuenta se registren oficial-mente como tales y que dejen de hacerlo antes del
momento en que la ley entre en vigor. Por otro lado, hay una parte que me parece
muy efectiva. Todo aquel vendedor de drogas que atestigüe contra algún traficante y
que pueda demostrar que luego de terminada la prórroga éste haya seguido aún
vendiéndola, se le bonificará con un premio de diez mil dólares, y al traficante se le
conminará a pagar una multa de cincuenta mil dólares por cada una de las denuncias
probadas que se le presenten, además de que se le impondrá una pena de cárcel de
diez años por cada una de las imputaciones que se le hagan.
Si te das cuenta es un círculo bien cerrado.
Aunado a esto, el plan se ha desarrollado con el fin de prestar ayuda al
consumidor. En él, se atienden a los drogadictos para ir desintoxicándolos y vayan
dejando la dependencia, a los pequeños vendedores, para reeducarlos y se interesen
en otra actividad, ya que recibirán premios al colaborar con la justicia; A los grandes
traficantes, dándoles la oportunidad para que cambien de profesión o de lo contrario
se les impondrá la pena máxima. A los agricultores se les orientará y apoyará para
que puedan denunciar a sus extorsionadores, obteniendo por ello recompensas, y si
se registraron durante el plazo previo, automáticamente recibirán ayudas y garantías
suficientes para que se dediquen a sembrar otro tipo de cosechas.
—Es interesante. Puedes decirles a los ministros con los que te vas a reunir, que el
"Plan Kramer" cuenta con mi total apoyo.

Llegaron a Caracas y la llevó a su casa, Rodrigo se había quedado con las ganas de
hacerle el amor, sentía un deseo desenfrenado y debía apagarlo. Apenas estuvo
acomodado en su hogar, recordó a Nathalie y la llamó.
—Hola cariño, ¿cómo has estado?
—¿Quién es?
—Nunca me reconoces.
—A lo mejor es por las pocas veces que te acuerdas de llamarme.
—De lo bueno no suelo olvidarme. A veces quiero llamarte y cuando estoy a punto,
me surgen problemas, y después, cuando tarde termino de solucionarlas ya no es la
hora para llamarte.
¿Vienes a cenar a mi casa esta noche?
—Con gusto.
—Te pasaré recogiendo en media hora.
—Me invitas a cenar o a merendar.
—Adivinaste.

La ansiedad generada por la excitación y su debida falta de desahogo, debía ser


corregida y ahí estaba ella, una mujer que se entregaba cual ninguna. Esta vez él le
dio un regalo, era un hermoso collar de perlas.

Como si la razón fuera el simple agradecimiento, ella lo complació a más no poder.


No hubo posibilidad de reclamo, lo atendió cubriendo todas sus necesidades y hasta
más, él tuvo que pedir una especie de descanso, quizás fue el exceso de excitación, o
las ansias con que lo encontró, o la edad le decía en silencio que sus buenos ratos ya
habían pasado, o tal vez ella era más ágil y dinámica de lo que él se imaginaba.

Sin importar la causa, tuvo que llegar a una tregua. Después del reposo del
guerrero, para no levantar sospechas de su virilidad, él mismo se encargó de
recomenzar el juego. Esta vez la experiencia de ella jugó un papel importante,
después del primer encuentro amoroso, ella se rindió, dejó que el macho sintiera su
fuerza y su poder.
Ella colocando su cabeza encima de la cintura de él, se acostó y al poco tiempo,
dormía.
Al amanecer, ella lucía una dormilona transparente que era cual bocado de deseo.
Poseedora de una inteligencia femenina muy desarrollada, aprovechaba los rayos de
luz que atravesaban las ventanas y caminaba de un lado al otro de la habitación. Ella
era el desayuno al que ningún hombre estaría preparado a renunciar.
—Ven, regresa a la cama, vamos a jugar de nuevo.
—Esta vez quiero que nos bañemos en el jacuzzi.
—Eres una mujer con mucha creatividad, me gustas.
—Quiero que me enjabones la espalda.
—Por nada del mundo me perdería ese placer.
Mientras se llena, vamos a tomar un café.
A mi personalmente, me abre el apetito sexual.
—Me parece interesante. Ya no sé ni qué pensar, si todo lo que me has enseñado
significa que aún puedes mejorarlo tomando café, me rindo. Eres un toro, envidio la
energía, tu energía.
—Mi energía eres tú.
—Me haces sentir muy halagada.
—No, simplemente que eres la única responsable, lo debo admitir.
—¿Acaso me estás diciendo que no hay otra mujer en tu mundo?
—En este momento tú eres la única mujer.
Hace mucho tiempo que no me doy una escapada, y las veces que lo hice, no
dejaron recuerdos, nada comparable contigo. Eres una mujer fuera de serie. Ya te lo
he dicho.
—No me importa que me lo repitas tantas veces como se te ocurra. Nosotras las
mujeres estamos siempre llenas de dudas, que sí lo hicimos bien, que si le gustamos,
que... preguntas, siempre nos rodeamos de preguntas y cuando nos dicen cosas
bellas, pareciera que encontramos algunas respuestas.
—Lo tomaré en cuenta.
Quizás uno de los problemas en que nos encontramos los hombres, radique en
nuestra educación, practicamos el levante, el ataque a las mujeres, aprendemos que
debemos impresionar y pensamos que esto significa acción, por lo que me dices,
deben tratar de hacerse correctivos y enseñar a los jóvenes que para satisfacer
también se requiere el reconocimiento particular de ciertas cualidades humanas, que
no necesariamente tienen que tener algo que ver con sus habilidades en la cama.
—Eres un hombre sabio. Aprendes demasiado rápido.
—Cualquier detalle que me sirva para hacerte más feliz, es y será siempre
bienvenido.
La mesa estaba decorada con diferentes croissants, jugos, café, leche, frutas,
mermeladas, huevos rancheros, tortillas y una variedad de quesos suizos que haría
agua la boca de mucha gente. Era un desayuno para reyes y ese día así lo sentían.
Terminado éste, agarrados de la mano, dieron una vuelta por los jardines, la
belleza de estos a la luz del sol, era impresionante, miles de plantas florales
sembradas con un orden muy preciso, permitían ver sectores floreados cada uno con
un color diferente. Daban la certeza que la armonía de colores había sido creada por
un maestro paisajista, pero a su vez, demostraba el cuido que dependía de la custodia
del equipo de jardineros que estaban a disposición de Rodrigo.
—Me fascina tu casa. Me enloquecen las plantas, los árboles frutales, a veces me
apetece subir a uno de ellos y tomar directamente sus frutos.
—No te quedes con las ganas, ven, vayamos a las matas de mangos, para
complacer a uno de tus deseos.
—¡No me sueltes, que me mato!
—Si te llegaras a resbalar, caerías en mis brazos.
—Más de lo que ya me tienes.
—Eres ágil en pensamiento y en respuesta.
—¿Y en otras cosas no?
—En muchas de las que conozco sí.
—Ah, me estaba preocupando de haber perdido ciertas cualidades.
Ten cuidado voy a golpear éste, a ver si te cae encima de la cabeza.
—Ves, lo fácil que es lograr un sueño. Ahí tienes más mangos de los que te puedas
comer en toda una semana.
—Pero es verdad, cuando tú mismo lo coges, fíjate que tienen un sabor especial.
—No me había dado cuenta, pero ver a una mujer como tú comiendo mango, es
superior a cualquiera de las escenas sexuales más atrevidas que yo haya visto.
—Significa que el jacuzzi está lleno.
—Además de bella, eres inteligente. Así es, vente.

Un jacuzzi de mármol color verde jade, rodeado de plantas y cristales, con unos
potentes chorros de agua que salían por todos sus lados, era la invitación a una
mañana erótica, Rodrigo demostrando conocer en detalle el uso y goce del mismo,
esparció unas sales de baño, unas cuantas gotas de gel, y unas hierbas aromáticas. En
pocos segundos se perdió la transparencia de las aguas, una espuma abundante
comenzó a llenar toda la superficie. Los dos cuerpos desnudos entraron juntos, se
acostaron; él, primero, y luego con todo el cuidado del mundo, la ayudó acostarse
sobre su pecho.
La fuerza de los chorros de agua, les sirvieron de masaje, sin necesidad de tocarse
el uno al otro, ya había un deseo mutuo, cuando él comenzó con sus caricias, ella
respondió a la altura. Las manos se cruzaban y entre-cruzaban, acariciaban,
apretaban, penetraban y hasta pellizcaban. Todo esto acompañado de una música a
cuatro compases de tiempo, que los ayudaba a delirar. Las intenciones eran las de
agotar sus energías ahí adentro, pero al cabo de un rato, él la quiso devorar, se lo hizo
saber y ambos salieron empapados hacia la cama, las mismas sábanas se ocuparon
de secarlos.
Debbie
Greenhouse
El Dr. Luís Gregorio Torrealba es hijo de Miscela Torre-alba, mujer que tiene más
de treinta años trabajando en la casa de Morthy Steiner. Su dedicación y fidelidad
fueron piezas claves al momento de quedar embarazada de uno de esos hombres que
antes de conseguir sus deseos, son capaces de ofrecer hasta la luna, pero que una vez
logra-dos, no responden a la obligación comprometida por la palabra, ni a la
responsabilidad generada por la misma naturaleza, en la que hasta los mismos
animales nos enseñan que son fieles con sus hijos y no como en otros casos que por el
contrario, al estar consciente de lo que ve venir, cual fantasmas desaparecen sin dejar
rastros ni huellas.

Así fue, pero su jefe el Sr. Steiner, la entendió, él se ocupó desde un principio del
cuidado de la madre y la vigilancia del bebé. Escogió a buenos médicos para que la
atendieran. Y luego del momento del parto, recibió a su hijo en una clínica particular.
Varios ramos de flores, se recibieron distintas tarjetas, eran de compañeros de
trabajo, pero todas habían sido canceladas por la misma persona, el Sr. Steiner.

Durante los primeros días con el niño recién nacido, hasta contó con la ayuda de
una de las muchachas encargadas de la cocina. Al no presentarse el señor a comer
daba más libertad a su personal, esto lo hacía con la idea de que ayudaran a la
criatura y a la madre.
Luís Gregorio se crió en esa casa. Sus recuerdos de niño fueron todos en la
mansión en la que trabajaba su madre, pero eso fue algo que nunca le molestó. Más
tarde continuó estudios en colegios privados finalizando su carrera como Abogado de
la República y luego se incorporó al bufete que manejaba todas las empresas de
Morthy Steiner. Su madre siguió viviendo en la misma casa, ya no como doméstica,
era más bien la ama de llaves y quizás hasta algo más, ella se sentía como si en
verdad fuese una hermana de Morthy, porque de hecho, él la consultaba en y para
todo.

Cuando Nathalie se ve perdida, luego de la manera como la trató su jefe, no


acepta irse dejando el barco a flote, entre muchas de las cosas que le pasan por la
mente, una de ellas es el tratar de hundirlo como regalo de despedida.

Luís Gregorio en más de una oportunidad, la había mirado con cierto deseo. Si
lograra conquistarlo y lo contara como aliado, sus proyectos pudieran convertirse en
realidad. Pero había que fraguar primero todo un plan, no quería cometer otro error.
Ya no se consideraba una principiante y estaba dispuesta a demostrarlo.

No lo llamó por teléfono, ella se acercó a su oficina, apenas lo vio podría decirse
que casi desfiló para él. Paseó de un lado al otro frente a su oficina tratando de llamar
su atención.
Ella logró impactarlo de tal manera que él no lo pudo disimular. Se levantó de su
escritorio y se dirigió a ella.

—Verdaderamente que eres una mujer con un carácter y un perfil majestuoso.


Te he visto de reojo, siempre de lejos y me parecías bella, ahora con este "close
up", me doy cuenta que estaba equivocado, eres espectacular. Eres divina.
—Todos los hombres son iguales, no se dan cuenta que las mujeres somos
sensibles y que en la mayoría de los casos nos creemos lo que nos dicen. El daño
viene luego, cuando despertamos con la realidad de saber que todo fue movido por el
sentimiento machista, el querer demostrar el dominio que se tiene para la conquista.
—Me considero cual crítico de arte, si la obra que veo no me gusta, no pierdo mi
tiempo en calificarla, la omito, la salto y me fijo en otra. Pero cuando me encuentro
ante una obra maestra, escojo cada una de las palabras que se merece. No
acostumbro a otorgar lisonjas porque sí.
—Lo tomo como un verdadero cumplido.
Ya veo por qué dicen que eres un buen abogado, utilizas el verbo a tu antojo. No
me gustaría encontrarme en un juicio contándote a ti en la parte opuesta, de seguro
que lo perdería antes de empezar.
—Ni tanto. En la mayoría de los juicios suele ganar la razón. Esa es la parte buena
de la justicia.
—Ya me voy, adiós.
Había ciertos rumores entre los compañeros de trabajo que hablaban de la
relación existente entre Morthy y Nathalie. Pero el matrimonio de éste, derrumbó
todas las historias. Lo que le daba a Luís Gregorio libertad de movimiento.
—Te invito a cenar, ¿me acompañas?
—Esta noche estoy libre, no sería mala idea, acepto.
—¿Qué prefieres, pasta, pescado o carne?
—Es difícil la elección, me gustaría la pasta pero me enloquece la carne.
—Te paso a recoger a las ocho, ¿te parece bien?
—Muy bien.
—De acuerdo.
Nathalie, esa noche utilizó sus mejores armas, quería dejarlo indefenso, volvió a
ponerse el mismo vestido negro que le había causado sensación a Rodrigo Tejeros.

—Ahora sí que me has dejado mudo, esta mañana me dijiste que domino el verbo,
y ahora en la noche, me doy cuenta que no tengo palabras para describir tanta
belleza. Jamás me sentí tan orgulloso de mi acompañante.
—Déjate de bromas.
—Nunca he estado más serio.
—Van dos veces en el mismo día que me sorprendes. Además de abogado, eres un
galán.
—Soy amante de la belleza en todas sus manifestaciones.
—Eres muy zalamero.
—No me considero. Pero sé que tienes cierta influencia sobre mí un poco extraña.
—Explícate.
—Eras algo así como una fruta prohibida.
—¿Por qué?
—Se hablaba de ti y de Morthy.
—La gente habla y habla. El ser joven y atractiva, genera una envidia entre la
gente que hace de una mujer soltera una presa fácil de críticas y propensa a las más
grandes calumnias. Ser la secretaria ejecutiva no necesariamente significa ser la
amante de alguien. Una mujer que se sabe valorar, debe saber cuidarse.
—No quise ofenderte.
—No lo logran fácilmente.
—Me alegro. Tenía previsto llevarte a comer a mi apartamento, te preparé una
cena exquisita, pero no sería justo de mi parte, estás tan bella que ni mi propio
egoísmo se sentiría a gusto si no te comparto con los demás.
Ya está decidido, esta noche iremos a un sitio más elegante. Otro día comeremos
en mi casa.
—No me vestí así para los demás, lo hice únicamente para ti, y por nada del
mundo me perdería una cena exquisita. Me encantará cenar en tu casa.
—Veo que tienes muchas cualidades.
—¿Te molestan?
—Me asustan.
—A tu edad ya nada debe asustarte.
—He conocido a mujeres, la mayoría piensan en una sola cosa. Sus preguntas van
dirigidas siempre al mismo tema: matrimonio. No demuestran lo que son o lo que va-
len, primero averiguan, carecen de ese trato especial que es sinónimo del afecto y el
cariño de la tan deseada compañera. Hablas un rato con ellas y descubres que su
cerebro simula un granero lleno de paja. Me es muy difícil tratar con ellas. Contigo las
cosas son diferentes, no ha comenzado aún la noche y ya me siento satisfecho.
—Gracias.
—Se nota que eres una mujer con mucho mundo. Personalmente me gusta la
sencillez, cuando de lejos te vi esta noche, supuse que vendrías toda cargada de
joyas, creí que tratarías de impresionarme. Me sorprendiste con tu sencillez. Tu figura
es suficiente y no requiere de adornos. Si me fuera requerido describirte podría
hacerlo diciendo que eres la mejor manera de redescubrir la naturaleza.
—Me haces ser repetitiva, pero no conozco otra expresión más apropiada además
de gracias, que te pueda dar.
—No, soy yo el que debe dártelas, al verte esta mañana en mi oficina no imaginé
que un sueño se pudiera convertir en realidad en tan corto tiempo.
Ya llegamos, espero que no te defraude con la cena.
—Tienes un gusto refinado, el estilo que le imprimiste a tu departamento es
moderno, pero elegante. Veo que Saporiti, es tu preferido. Personalmente la
combinación de madera y aluminio me encanta.
Nathalie recorre con la mirada la amplia sala, deteniéndose en un cuadro que la
impresionó: ¡qué bello cuadro! ¿Quién lo pintó?
—Es de un amigo que estudió conmigo.
—Te rodeas de esculturas, y el bronce te atrae, o ¿será que la soledad te asusta?
—Ambas cosas son ciertas.
—Esta mujer en el columpio, me encanta.
¿De quién es?
—Es de Julio César Briceño, es un escultor con una sensibilidad muy especial hacia
la mujer y su cuerpo.
Contigo de modelo estoy seguro competiría con DaVinci, con los grandes.
—Estás llenando mi ego, que no voy a poder responder por él, de repente explota
y ¡sálvese el que pueda!
—Tengo enfriándose una botella de vino blanco, ¿brindamos?
—Brindemos.
—Por un bello cuerpo de mujer, una noche especial y por una segunda
oportunidad.
—Eres difícil de complacer.
—¿Por qué lo dices?
—No hemos comenzado la primera y ya estás pensando en la próxima. Supongo
que entre abogados debe ser el mismo sentimiento, están en un tribunal con un
cliente y a la vez están planificando los casos de otros al mismo tiempo.
—Hoy estoy sólo contigo, dejé en los archivos de mi oficina los demás expedientes.
Muy consciente de lo que quería hacer, dejé olvidado mi portafolio.
—Me encanta el vino, me trae gratos recuerdos de mi infancia.
—¿Y eso?
—Cuando niña, yo disfrutaba tomando de la copa de vino de mi padre a quien le encantaba
tomarlo con las comidas.
—Pasemos a la mesa, veamos si logro pasar el examen de cocinero.
—El aroma es muy agradable...
Sabe muy rico, te felicito.
—Sé que no soy un buen chef, pero, la verdad es que la comida quedó en su
punto.
Bueno cuéntame un poco de ti, me gustaría saber el por qué de tu visita. He
tratado de imaginármela. Sé que tuviste un fuerte encuentro con Morthy. ¿Será ese el
motivo? Para mi él es como un padre. Mi educación, lo que soy y tengo, se lo debo a
él. Me une una fidelidad hasta la muerte.
Y te diré que tu caso lo manejé personalmente, Morthy me pidió que te preparara
tu liquidación de manera que te sintieras satisfecha y ordenó que llegado al monto
que te correspondiera, lo duplicáramos. Si temes que vas a salir perjudicada, quiero
decirte desde un comienzo que estás equivocada. Él es un hombre sumamente justo.
—Si eso lo sé, jamás lo puse en duda.
¿Sabes cuál fue el motivo de mi despido?
—No me lo dijo.
—Descubrí que el hijo de Stephanie no es de él, es de Henry Walters y en vez de
agradecérmelo, me pagó mi fidelidad con el despido.
—Hay verdades que hieren.
—¿Y qué se supone debía hacer? Callarlo, eso sería igual que ser cómplice de ella.
—Yo soy su abogado, no se me ocurriría aconsejarlo en decoración, ni otra cosa
que saliera de mi jurisdicción, a menos que me lo solicitara.
—Reconozco mi error, fui demasiado sincera.
Acepto mi condena.

La cena llegó a su fin, al descubrir que no podría contar con la complicidad del
abogado Torrealba, sintió una nueva frustración. Ya no se justificaba seguir
coqueteando con él. Además su otra oportunidad la tenía con Rodrigo Tejeros.
—La noche ha sido encantadora, me voy llena de ha-lagos, eres una compañía
muy especial. Tu comida quedó fabulosa.
—¿Te volveré a ver?
—Cada vez que quieras.

Stephanie comenzó a sentirse mal, una aprehensión en el pecho, le dejaba ver un


estado anímico por los suelos. El cargo de conciencia por el engaño, se apoderaba de
ella y no lograba eliminarlo. A ratos pareciera que hablara sola, se preguntaba a sí
misma si lo que estaba haciendo era lo correcto. Tener un hijo de Henry y darle el
apellido de Steiner ya de por si era complicado, convivir toda una vida con un hombre
que ha sido engañado, presentaba un futuro con eventualidades desagradables.
¿Estaría ella dispuesta en caso que se le presentara a soportar las presiones y
hasta las ofensas? Su mente le decía a gritos que no. Ella no tenía la necesidad de
aguan-tar las majaderías de un hombre. Su Henry la había dejado en una posición con
la suficiente estabilidad económica como para vivir su propia vida.
Pero, por otro lado..., ¿tomar esa drástica determinación, la empujaría a dejar a su
hijo sin un padre? ¡Eso sería injusto! Él había dado muestras de su amor por los niños.
¿Acaso no se había ocupado de la educación del hijo de su ama de llaves? Si logró
hacerlo con el hijo de una extraña, de seguro mejoraría su comportamiento con ese
niño que llevará su apellido.
Pensó en Henry, recordó que tuvo la oportunidad y no la aprovechó, se inculpó,
cada nuevo intento era un castigo. Se confabulaban los pensamientos para hacerla
sentir mal. En su cerebro una duda la martillaba. De haber hablado a tiempo todo
hubiera sido diferente.
¿Qué debo hacer? ¡Dios mío, por favor, ayúdame!

Pasaron unas semanas, aunque ambos dormían en la misma cama, las cosas no
cambiaban, la relación entre ellos no mejoró. Una mañana por fin Stephanie había
tomado una determinación, no seguiría viviendo en el mismo techo con él a menos
que el cambio fuera total. No podía seguir prestándose a un juego en el que no veía
posibilidades de triunfo.

Era demasiado temprano, Morthy aún dormía apaciblemente, se dirigió al baño y


luego de tomar una ducha, peinarse y vestirse, se armó de valor y con gran decisión
fue a hablarle.
—Buenos días Morthy, tenemos que hablar.
Te agradezco me escuches, lo que voy a decirte es muy importante para mí.
¿Morthy, me estás oyendo? Morthy... ¡Mor...thy!

Una media hora más tarde llegó el médico. El diagnóstico: ataque masivo al
corazón. Morthy no se enteró. Según el galeno el deceso pudo haber ocurrido entre las
tres y las cuatro de la madrugada.
El cadáver fue llevado a la funeraria. Nadie se hubiera imaginado la cantidad de
personas que se hicieron presentes para presentarle un último adiós. En esos
momentos es cuando nos damos cuenta cuán importante llegó a ser una persona. En
este caso con más mérito, ya que se trataba de un hombre sin familia, que tuvo que
labrarse su futuro por sí solo y quien logró además de amasar una gran fortuna,
construir miles de amistades.
Morthy era el tipo de personaje que se ocupaba y se preocupaba de los
necesitados. Muchos hospitales recibían mensualmente aportes de alguna de sus
empresas. Personalmente daba becas a muchos de los hijos de sus empleados y de
por sí era un hombre que su positivismo le alcanzaba hasta en las respuestas. Pero la
vida es así y debe continuar.

A la semana siguiente fue cuando Stephanie pudo constatar la magnitud de las


empresas de Morthy Steiner, de las cuales era la única heredera.
Entre los bienes que recibió se destacan: Planta siderúrgica en la zona oriental del
país, concesiones para la explotación de minas de diamantes, oro, carbón, cobre, y
explotaciones madereras. Una red de más de doscientas estaciones de servicio y
venta de gasolina. El ochenta por ciento de las acciones de la fábrica más moderna de
cemento. Acciones mayoritarias en el único frigorífico omnivalente. Lotes de terrenos
urbanísticos, unos en pleno desarrollo y otros dentro del proceso de permisología.
Hoteles, laboratorios médicos, destilerías de alcohol y una diversidad de pequeñas
empresas en las cuales indefectiblemente poseía un cincuenta y uno por ciento de las
acciones.

Mas tarde, se enteró que dichas fábricas eran productos de favores que habían
sido hechos a sus amigos. Él les suplía el suficiente capital y dejaba que ellos las
manejaran. Por la misma oportunidad que habían recibido de él, estos pequeños
socios daban de sí hasta el máximo, como recompensa a ese apoyo obtenido.

Varias semanas le fueron necesarias para conocer la complejidad e ir descubriendo


la maraña de empresas que este hombre había construido.
Stephanie estaba impresionada por la cuantía de la herencia, sin tomar en cuenta
que también estaban las obras de arte, joyas, lingotes de oro y dinero en efectivo en
cantidades exorbitantes depositados en bancos internacionales y en diferentes
cuentas.
Ella sabía la confianza que Morthy tenía depositada en el abogado Luís Gregorio
Torrealba. Se reunió con él para tratar de facilitar la administración e ir reduciendo
todas aquellas inversiones innecesarias.
Llamó al Dr. Torrealba y con mucha seguridad le informó sobre las decisiones que
pensaba tomar.
—Luís, necesitamos reducirnos, yo no soy tan ambiciosa ni tan capaz como
Morthy. Quiero que mi hijo el día de mañana reciba una corporación que él pueda
manejar fácilmente.
¡Quiero vender! ¿Por dónde empezamos?
—¿Todo?
—Todo lo que se pueda. Desde ahora empezamos a es-cuchar ofertas.
—¿Lo quieres pensar o ya estás decidida?
—Ya lo pensé.
—Entonces, recomiendo que salgamos de las pequeñas fábricas, llamaremos a
nuestros socios y se las ofertaremos primero a ellos.
—¿Crees que les interese comprar?
—Sin la menor duda.
—Muy bien. De cualquier manera mi deseo es que se sepa que tenemos todo en
venta.
¿De acuerdo?
—Está claro.

Más de noventa pequeñas fábricas se lograron vender en menos de una semana;


en algunos casos se otorgaron plazos para los pagos, pero en general todos quedaron
satisfechos.
Stephanie comenzó a dirigir con buen pie.

La noticia de la muerte de Morthy Steiner, sirvió como elixir a la ambición de


Rodrigo Tejeros, su ansia de poder, no le permitía dormir. Un celo que permanecía
adormecido despertó sobresaltado.
Se le presentaba una oportunidad única. ¡Todo el poder en las manos de una
indefensa mujer!
Debía apurarse y planificar una estrategia para adquirir su sueño a cualquier
precio.
Cuando llegó a saber que se habían vendido muchas de las empresas, no lo
soportó.
Sentía desmembrar su sueño.
Ya no aguantaba más, debía hablar con Stephanie a como diera lugar. Se dirigió a
su casa con ese propósito.
—Buenos días señor Tejeros, ¿cómo está usted?
—Muy bien, gracias, ¿está en casa la señora?
—Sí, pase usted, déjeme que lo anuncie.

—Hola Rodrigo, ¿y esa sorpresa?


¿Qué te trae por aquí?
—Venir a saludar a una querida amiga y presentarle mis condolencias.
—Gracias por tu atención.
—¿Cómo te sientes?
—Mira, este es un momento muy triste, no he podido terminar de asimilar la pena
por la pérdida de Henry, y ahora mi esposo.
¡Sabes, voy a tener un hijo!
—¡Qué dolor!

Dos horas estuvieron conversando de diferentes temas, en sí, nada concreto.


Intercambiaron ideas y en el ínterin, Rodrigo pudo darse cuenta de la belleza natural
de esa mujer. Su mismo estado, la hacía brillar de una manera sensual, aunque no
vestía luto. Ella estaba vestida con un elegante juego de ropa de dormir cubierto con
una bata de seda natural de colores pasteles decorada en el frente por un cuello de
holganza con pliegues.

En un momento en que la luz del sol la poseyó, penetrándola de un lado y dejó


transparentar su silueta, él se impresionó. Esto permitió que sin darse cuenta, se le
despertara una nueva ambición. Desde ese momento ella se adentró en la voluntad de
Rodrigo Tejeros, ya no eran sólo sus propiedades lo que le apetecía, ahora ella estaba
incluida. Tenía una carrera contra el tiempo. De lograr algo, debería ser
inmediatamente, inclusive mucho antes de nacer la criatura.
Como buen empresario, comenzó a detallar su posible adquisición, la decisión fue
rápida, era una de esas pocas mujeres capaces de lucir hasta una barriga.
Al ojear por los salones, se notaba, que la mano de ella le había impuesto un calor
especial al hogar. Muchos arreglos de flores tanto en los jardines como en diferentes
lugares, creaban una visión agradable.
En distintos momentos estuvo tentado a decirle que la quería, que a una respuesta
de ella afirmativa, la desposaría inmediatamente. Que se convertiría en el padre
amante que un hijo desearía tener y que le sería fiel hasta la muerte. Muchas ideas,
muchos retos, muchos sueños.
Lo pensó bien, en ese momento la idea era demasiado arriesgada. Tendría que
contar con más oportunidades, permitirle la posibilidad de que su mente estuviera
abierta a una idea tan loca.
—¿Qué tienes planeado para este fin de semana?
—Nada en especial, ¿por qué?
—Me gustaría que me acompañaras, iremos en mi avión a una isla, donde nos
esperan unos pescadores con unas langostas recién capturadas. Después nos las
cocina-rán con agua del mar. Es todo una ceremonia que te deja pensando: aquél
disfruté más, si la comida o la preparación.
—Me suena tentador.
—¿Te parece bien a las diez de la mañana?
—Muy bien.
—Nos veremos, ya te darás cuenta que no te estoy exagerando, te va a encantar.
—Si tú lo dices, no lo pongo en dudas.
—Hasta mañana.
—Adiós.

A la mañana siguiente, él estaba a la hora indicada, tocando el timbre de la puerta.


Ella no se dejó esperar, Rodrigo al verla bajar por la escalera se sintió muy
impresionado. Stephanie vestía con elegancia un short que hacía lucir sus hermosas
piernas y una blusa tipo zafari con los botones superiores abiertos, que sin forzar la
vista, se podía apreciar su hermosa piel. Ella era una mujer que obligaba a lisonjear al
más parco de los hombres.
—Siempre me he sentido atraído por tu belleza, pero la miré con otra perspectiva,
desde cierta distancia. ¡Qué tonto fui! Debí haberte abordado desde un primer
momento, me arrepiento no haberlo hecho. Había oído decir que una mujer
embarazada era algo bello... Ahora me consta.
—Supuse que la excursión me ayudaría a pasar estos momentos tan tristes, lo que
no imaginé era que en el viaje, el guía fuera tan dedicado y completo. Me has dado un
poco de alegría y de ilusión, agradezco tus atenciones.
—¿Quién a quién?
Soy yo el que debe agradecer tu compañía.

El tiempo era claro, el clima tropical, no había nubes, se esperaba que el vuelo
fuera normal. El capitán de la nave dio la bienvenida y explicó algunos detalles del
vuelo: tiempo de duración, altitud, el destino y la ruta a seguir. Finalizó con el mensaje
de "esperamos tener un buen vuelo".
Rodrigo la miraba y cada vez sentía que ella era su más grande deseo, quizás era
por la combinación que poseía de encanto y de dinero. Esto al fin y al cabo, no era tan
importante, pero el influjo que lo atraía, tenía un sabor agra-dable. Todos los años de
celo y envidia hacia Morthy Steiner podrían ser compensados en breve tiempo, si le
salían las cosas bien. Y por lo que se veía venir, a esa altura del camino, daba la
impresión que lo difícil ya había pasado.
¿Cómo empezar? ¿Qué debería hacer para no levantar sospechas de sus
intenciones? ¿Por dónde comenzar? La observaba y trataba, con la simple mirada, de
hacerla en-tender. Pero dentro de toda esa duda, a la vez empezó a darse cuenta de
la magnética atracción que por ella sentía. Y de nuevo se preguntaba, si era ella o lo
suyo. No quería una respuesta, lo que ansiaba era lograr el resultado.

Mientras tanto en la mente de Stephanie, había como una laguna. Quería cierta
distracción, pero pensó, que había ido muy lejos. No era el momento para estar en ese
lugar. Ahí fue cuando cambió de pensamientos y comenzó un cierto remordimiento,
una especie de culpa.
Sin darse cuenta, ella cayó en una depresión. Una ex-presión de tristeza revistió su
faz, era algo que se notaba; nacido desde lo más profundo de su alma, y que se
completó cuando, sin motivo aparente, sintió brotar lágrimas de sus ojos.
Rodrigo notó que por instantes, ella mentalmente se había alejado del avión,
también se dio cuenta de su dolor, se acercó un poco más a ella y con cierta ternura,
la cubrió con su brazo, respetó su intimidad, por unos instantes no la interrumpió, la
dejó sola con sus pensamientos hasta que estos la abandonaron.
"Su atención por favor, señores pasajeros para su seguridad, sírvanse abrocharse
los cinturones, entramos en una turbulencia. Gracias".
El avión comenzó a tambalearse de un lado a otro, los objetos, vasos y platos se
movían al compás. Stephanie no había terminado de asimilar su estado anímico,
cuando fue asaltada por el miedo. El sentir la posibilidad de un grave peligro logró
incrementar su pena. Rodrigo tenía muchas horas de vuelo, para él esta situación era
algo normal, no sintió miedo pero aprovechó el momento: él tenía su brazo alrededor
de su cuello, la atrajo hacia él y la cubrió como para protegerla. La sintió temblar, la
apretó más y más. Daba la impresión de ser una criatura indefensa, pero ahí estaba él
para cuidarla.
Apenas habían pasado un par de minutos pero daban la impresión de ser muchos
más, cuando el vuelo se estabilizó.
El capitán de la nave pidió disculpas por el mal rato y no autorizó desabrocharse
los cinturones por la cercanía a la pista de aterrizaje, mencionó que estaban
descendiendo, no se esperaba otra contrariedad, aterrizarían sin inconvenientes en los
próximos cinco minutos.
—Pensarás que soy cobarde, siempre he respetado la altura, nunca me había
sentido tan asustada en un vuelo, pero creo que es mi misma tristeza, me sentí morir.
Menos mal que estás conmigo.
—Me sentí muy a gusto al permitirme cobijarte.
—Me tranquilizó mucho tu abrazo.
—Cada vez que lo necesites, llámame, estaré siempre a tu lado. Bueno ya todo
pasó, ahora, vamos a divertirnos.
—Después de este susto... lo dudo.

Al aterrizar ya los estaban esperando. Rodrigo Tejeros debía tener algunas


cualidades, la gente lo recibía con cariño y éste a su vez los trataba con afecto.
Daba la sensación de que hubiera llegado a la isla la persona más importante.
Tenía mucha razón cuando le auguró que se divertirían. De ahí en adelante, sólo sor-
presas y cosas agradables.
La naturaleza toda estaba representada en la isla. Montañas con árboles frondosos
en la mitad del océano permitían una mezcla matizada de verdes y azules. Arenas
blancas, como sólo se pueden encontrar en las islas coralinas, dejaban ver una
limpieza inmaculada. Los peces se acercaban a la orilla como si estuvieran tratando
de darles la bienvenida. Pececillos de múltiples colores eran la mejor demostración de
la pureza de las aguas; no existía contaminación alguna y ellos, con su presencia, lo
demostraban.
Cerca de la playa había una choza muy grande que estaba dividida en varios
sectores, uno servía de duchas, otro de salón comedor y un tercero, habitación de
des-canso. A lo lejos se podían ver las casitas que pertenecían a los pescadores
habitantes de la isla.
Había una pequeña lancha a la orilla de la playa; un poco más allá, dentro del mar,
a medio kilómetro aproximadamente, se veía un yate de más de setenta pies.
—¡Qué bello yate! Los que vivan ahí, deben disfrutar la vida al máximo, ¿no te
parece?
—La primera vez que lo vi también me dejó impresionado, por eso lo compré.
—Excelente adquisición. Eso demuestra que te gusta el mar, a mí me atrae.
Recoger caracoles y pescar es una distracción que desde niña no he tenido. Hoy me
daré el gusto de volver a mi infancia.
—La isla es toda tuya.
—La verdad es que tenemos cosas tan bellas en este país, que no me canso de
maravillar.
—Vayamos al yate, la comida debe estar lista.
—¡Tú eres el capitán!
—Buenos días, señor Tejeros; hemos recibido un fax, y hay estos mensajes de su
oficina, ¿alguna respuesta?
—Déjame ver...
Nada importante, a menos que suceda algo de extrema urgencia, hoy estoy de
vacaciones, mañana me ocuparé.
El yate era como un palacio, estaba lleno de cuadros, esculturas, unas de mármol
tipo griega y otras en madera muy pulida. Espaciosas piezas de sofá descansando
sobre una alfombra muy tupida y hermosamente elaborada con diseños marinos
cubrían un salón grande; una mesa de comedor en lalique para doce personas
coronaba un segundo nivel.
Un bar, donde el juego de reflejos logrado por el trabajo de los innumerables
espejos biselados colocados en distintos ángulos, llenaba el sector con luces de
colores que asemejaban múltiples arcoiris. En el piso inferior había varios dormitorios,
dos de ellos tan amplios como si se tratase de un hotel. La majestuosidad con que se
veía por fuera, sólo era superada por la decoración interior.

—Te felicito, eres un hombre de gustos refinados.


—¿Lo dices porque me atraes?
—No seas tonto, me refiero al yate, me encantó desde el primer momento. Se deja
querer.
—En eso dicen que se parece al dueño.
—No lo pongo en duda.
—Ni te atrevas.
—Quisiera arreglarme un poco, aún no he salido del susto que pasamos en el
avión.
—Son cosas que a veces suelen pasar, cuando se cae en una depresión
atmosférica o se encuentran con una turbulencia sucede eso, es algo así como si al
manejar tu automóvil a una gran velocidad en una autopista, pasaras por encima de
un bache, automáticamente saltarías y esto a su vez te haría sentir un vacío en el
estómago.
—Puede ser, pero estando en tierra firme no te asusta tanto la idea. Cuando no
tienes el suelo a tus pies el temor es diferente.
—Bueno, es una nueva experiencia en tu haber.
—Así es, ojala y de ese tipo sea la última.
En una media hora nos vemos, ¿te parece bien?
—De acuerdo.

La comida verdaderamente estuvo exquisita, entre otras cosas primero prepararon


un mero recién pescado. Lo colocaron sobre un olla llena de agua y lo cocinaron con el
sólo vapor. Luego de esto, lo cubrieron con sal, de manera tal, que no se veía el
pescado por ningún lado y para finalizar, lo bañaron con vodka, dejaron que por unos
minutos se empapara y le esparcieron brandy a todo lo largo e inmediatamente
después, le acercaron un llama. Una llamarada se levantó a casi un metro de altura,
como si se estuviera jugando con fuegos artificiales.
Al consumirse el alcohol, se le retiró la sal y la piel se desprendió fácilmente, unos
hermosos filetes fueron sacados y presentados en platos acompañados de papas
picaditas, que previamente habían sido horneadas y unas ramitas de perejil sirvieron
para darle color y un toque elegante al plato.
En ese momento se descorchó una botella de champaña. De seguido, la langosta
que estando aún viva, previa-mente había sido puesta a hervir, unos escasos minutos
y ya estaba lista. Con una tijera especial fue partida en dos, despegada de su concha
y servida en la misma, en pequeños trozos, se bañaban en una salsera cuyo contenido
era de mantequilla líquida que se mantenía caliente, estaba aderezada con un cebollín
y ajos refritos.
Para el postre una creme brulete y diferentes tipos de tartas.
—Hoy entiendo esa expresión: Vocato di Cardinale.
Es un bocado de dioses. Te felicito, la comida estuvo fantástica.
—Me alegro que te haya gustado.
—Y ¿a quién no?

Luego del postre, la noche empezaba a caer... tomándose unas copitas de brandy,
se dedicaron a recordar momentos bellos de uno y de otro.
—Ha sido un día maravilloso Rodrigo, sentí a la muerte encima y también disfruté
con todos mis sentidos la alegría de la vida.
Ambas sensaciones han sido interesantes. Una porque me permitió recuperar la
conciencia de que somos efímeros, estamos en un momento y en otro podemos
desaparecer. Y otra, porque aprendí que las cosas simples pueden darnos placeres
increíbles, ese pescado que casi no tenía aderezo poseía un gran sabor. Y todo esto en
un lugar muy alejado: en un sitio casi salvaje, apartado del mundo, carente de casi
todas las modernidades de este siglo, me doy cuenta que su gente se siente muy feliz.
Cuando comparo nuestra manera de vivir con la de ellos, no sé quién está
equivocado. Pero si sé que no deben visitar a un psicólogo, ni rodearse de gente para
que los cuide y proteja. Sus preocupaciones son por el hoy; el mañana es algo que lo
afrontará cuando llegue.
Nosotros con nuestro pasado, que nos ha servido para estar llenos de traumas y
con el miedo al futuro, no somos capaces de saborear con el debido respeto el
presente.
—Una filosofía que me doy cuenta no la he entendido. De niño, quise ser tan
importante como mi padre. Él era un hombre muy capaz, fue en más de tres
ocasiones ministro del gobierno. Su lealtad y conocimiento eran su tarjeta de
presentación. Emprendía proyectos con miras a desarrollar el país, él creía en lo que
decía. Sus esfuerzos y su trabajo estaban dirigidos hacia el pueblo.
Con ese patrón a emular, mis cosas siempre han sido difíciles. Cuando otros
jugaban con sus amiguitos yo lo hacía con mi padre. En esas oportunidades me
enseñaba los "intríngulis y vericuetos" de los negocios.
Aprendí a sacar porcentajes mucho antes de aprender a sumar. Y me cuentan que
de niño aprendí a caminar casi sin haberme tomado el tiempo suficiente para gatear.
—Ahora entiendo. No se llega a ser lo que eres sola-mente por que te hayan
colocado. Te ganaste a puro pulso cada milímetro en tus logros.
—Así es. No puedo decir que fue tan difícil, porque mucho de lo que tengo lo recibí
hecho, aunque reconozco que no ha sido fácil mejorarlo. Mi padre todo lo llevó
siempre a lo óptimo y superar eso, ha sido extremadamente difícil.
Hay una especie de competencia que permanece ahí presente, que me estimula y
me obliga a dar mucho más de lo que en condiciones normales daría.
Pero no vinimos para aburrirte con mis problemas, estamos aquí para saborear los
placeres de la vida, vamos, caminemos por la orilla del mar, el reflejo de las estrellas
sobre el agua permite que lo hagamos sobre una alfombra mágica que además de
masajearte, cubre toda la ruta con millones de brillantes, los destellos reflejados me
sirven de relax, son momentos en los que cambió mis problemas por miles de
placeres.
—¿Te das cuenta? Hoy aprendí como tú, nunca se me había ocurrido caminar
durante la noche descalza por la playa. Pero siento que la doble sensación del tacto
con la arena y el agua del mar, me dan una paz especial. Este lugar es tan bello que
pienso volver en otra oportunidad.
Durante largo trecho caminaron, no se dieron cuenta pero el cansancio los hizo
detenerse. Sentados a escasos metros de la orilla, veían cómo el mar los retaba, iba y
venía y pareciera querer acariciarlos, cada vez el agua se acercaba más y más a
ellos... ambos, como dos colegiales, miraban las estrellas, escudriñaban el firmamento
en busca de respuestas, entonces lograron ver una estrella fugaz. Se emocionaron. Se
miraron mutuamente y se besaron.
—¿Qué estamos haciendo?
¡Esto no es posible! No por ahora.
—Stephanie, somos adultos, dejemos que nuestros corazones decidan lo que
quieren; no nos hagamos promesas, tratemos de vivir este momento como tú misma
dijiste, aprendamos a disfrutar este hermoso presente el mañana vendrá más tarde,
cuando el sol salga. Ahora debe gobernar la noche inspirada por el influjo de las
estrellas.
Sin consultar y sin permitirle que volviera a pensar, la atrajo y la volvió a besar,
esta vez, no sintió oposición fue una entrega total. Permanecieron durante media hora
más, Rodrigo pensó que ella, ya era suya, que el preámbulo vaticinaba una noche
entera de placer.

La conciencia a Stephanie no le permitió llegar a mayor intimidad. Todo había


pasado muy recientemente, las heridas estaban aún abiertas y aunque su parte física
exi-gía un poco de amor, de pasión, y que además el sexo la ayudaría a tranquilizarla,
su parte moral tomó la decisión y activó su freno interno.
—Sentí un momento que te importaba, que te gustaba, ¿será que me equivoqué?
—Rodrigo, he pasado últimamente por momentos demasiados tristes, tengo una
mezcla de ideas que no se me aclaran, por un lado sé que me gustas, eres muy
atractivo, además que sabes besar muy bien; pero, no es justo, no ha pasado ni un
mes de lo ocurrido y me siento como si estuviera de fiestas, y no lo estoy. Llevo
mucho dolor dentro de mi corazón que pide a gritos muchas cosas, mas los impulsos
descabellados no pueden dirigir mi vida en este momento.
Debo reflexionar, no he concretizado lo que va a pasar conmigo y mi hijo. Cuando
lo haga, tendré respuestas, mientras tanto, no me preguntes, ya que ni a mí me sé
responder.
Dame un poco de tiempo para pensar y resolver mis problemas. ¿Te sientes
ofendido?
—Triste.
—Me halagas.
—Te deseo.
—Quizás me esté pasando lo mismo, no lo sé. No me quiero equivocar. Tenme un
poco de paciencia ¿Puedes?
—Ustedes las mujeres son seres impredecibles. Saben lo quieren, lo que necesitan,
lo que les gusta y con todo y eso a veces dejan de lado eso que tanto ansían sólo para
dar respuesta a su yo interior. Castigan a su mente y a su cuerpo apartándolo de ese
goce necesario sólo por temor a su yo. Definitivamente que nosotros afortunadamente
somos diferentes. Sabemos lo que queremos y nos dedicamos de lleno a ello. Después
nos defendemos de los actos, pero primero saciamos nuestra hambre. Eso nos da
cierta ventaja contra ustedes. No solemos traumatizarnos por deseos frustrados.
Quizás alguno llore silenciosamente la vergüenza de un hecho, pero su disfrute lo
recompensa con creces.
—A lo mejor tienes razón. Ustedes son más prácticos, pero el idealismo, la
moralidad, y la cobardía, no son atributos casi exclusivos de las mujeres, entonces
¿qué quieres que hagamos? Ustedes son gobernados por el cerebro, nosotras por el
corazón y entre ellos la distancia es abismal.
—Dios al crear al hombre en su inteligencia, hizo que las cosas no estuvieran tan
separadas unas de otras, vemos a los ojos, los oídos, las manos, los pies y los lugares
eróticos, todos están unos al lado de otros, y sin embargo a veces el alcanzar a uno de
ellos, no necesariamente se nos permite que se logre llegar al otro. Todo es relativo.
Estas son pequeñas distancias que pueden ser posibles de llegar o todo lo contrario, la
diferencia la ponen ustedes.
Si te preocupa tu barriga, a mí no me importa, tu belleza se acrecienta con ella. Si
te asusta lo que ocurra, dejemos que el disfrute nos oriente a qué atenernos, si no soy
de tu agrado, entonces la cosa cambia, para eso no tengo solución y si existe otro, sé
perder y respeto en la jugada al mejor postor.
—No seas tonto. ¿Crees que con esta barriga voy a andar por ahí tratando de
enamorar a alguien?
—A mi me ocurrió. Supongo que cualquiera que se fije un poco en ti le ocurrirá lo
mismo.
—Tenía años que no me hacían este tipo de cumplidos. Me hacían falta, te los
agradezco pero la situación no ha cambiado. Me parece que mejor vayamos a dormir.
Ahora que estoy consciente de lo que hago y digo, no quisiera hacer algo de lo cual
mañana me arrepintiera.
—Como tú digas. Pero no olvides todo lo que hoy te dije. Mi palabra sigue en pie
hasta que tú lo ordenes.
—Lo haré, gracias.

A la mañana siguiente muy temprano abordaron el avión con destino a Caracas.


—¿Cómo dormiste?
—Muy bien.
—De verdad.
—Estuve casi una hora recordando lo que hablamos, no me he olvidado.
—Estamos a tiempo, si quieres regresamos.
—Las ganas no me faltan, pero tengo ciertos compromisos ineludibles.
—¿Importantes?
—Ineludibles.
—¿Se puede saber de qué se tratan?
—Estoy trabajando en un proyecto antidroga. Uno de los asesores de nuestra
fundación me trazó un plan que me parece pudiera ser la solución a los problemas que
enfrentamos con las drogas. Lo llamamos el "Plan Kramer" y lo quiero presentar en
una pequeña reunión que voy a tener esta tarde en mi casa con unos ministros del
gabinete ejecutivo y algunas personas influyentes interesadas en ello.
—Cualquier cosa que necesites estoy a tu orden. No te olvides que poseo varios
medios de comunicación y si requieres que cubramos el evento con gusto lo haremos.
—Deja que vea la receptividad de esta gente y habla-remos. No lo había pensado,
pero de ser aprobado te estaré molestando más de lo que te imaginas.
—Háblame un poco, ¿de qué trata ese "Plan Kramer" y por qué se llama así?
—Lo llamamos así por que lo desarrolló Mauricio Kramer, ahora, lo está
promoviendo su hija Sarita.
El plan es muy sencillo: el primer paso consiste en poner una fecha tope, que bien
podría ser de unos treinta días. Este sería el tiempo máximo para erradicar en forma
legal todo comercio con la droga.
Pasado este plazo y habiendo sido aprobado el "Plan Kramer" por las Cámaras del
Congreso en los Estados Unidos, aunque seguirá perseguida la venta y consumo de
drogas, se comenzarán a tomar registros de todos aquellos drogadictos que tengan
una fuerte dependencia, para que posteriormente a esta fecha, se les siga supliendo
de una manera racionada y sin pago alguno la droga que terapéuticamente requieran.
Esto se manejará a través de los hospitales.
También se les garantizará un indulto a todos aquellos traficantes que por su
propia cuenta se registren oficial-mente como tales y que dejen de hacerlo antes del
momento en que la ley entre en vigor. Por otro lado, hay una parte que me parece
muy efectiva. Todo aquel vendedor de drogas que atestigüe contra algún traficante y
que pueda demostrar que luego de terminada la prórroga éste haya seguido aún
vendiéndola, se le bonificará con un premio de diez mil dólares, y al traficante se le
conminará a pagar una multa de cincuenta mil dólares por cada una de las denuncias
probadas que se le presenten, además de que se le impondrá una pena de cárcel de
diez años por cada una de las imputaciones que se le hagan.
Si te das cuenta es un círculo bien cerrado.
Aunado a esto, el plan se ha desarrollado con el fin de prestar ayuda al
consumidor. En él, se atienden a los drogadictos para ir desintoxicándolos y vayan
dejando la dependencia, a los pequeños vendedores, para reeducarlos y se interesen
en otra actividad, ya que recibirán premios al colaborar con la justicia; A los grandes
traficantes, dándoles la oportunidad para que cambien de profesión o de lo contrario
se les impondrá la pena máxima. A los agricultores se les orientará y apoyará para
que puedan denunciar a sus extorsionadores, obteniendo por ello recompensas, y si
se registraron durante el plazo previo, automáticamente recibirán ayudas y garantías
suficientes para que se dediquen a sembrar otro tipo de cosechas.
—Es interesante. Puedes decirle a los ministros con los que te vas a reunir, que el
"Plan Kramer" cuenta con mi total apoyo.

Llegaron a Caracas y la llevó a su casa, Rodrigo se había quedado con las ganas de
hacerle el amor, sentía un deseo desenfrenado y debía apagarlo. Apenas estuvo
acomodado en su hogar, recordó a Nathalie y la llamó.
—Hola cariño, ¿cómo has estado?
—¿Quién es?
—Nunca me reconoces.
—A lo mejor es por las pocas veces que te acuerdas de llamarme.
—De lo bueno no suelo olvidarme. A veces quiero llamarte y cuando estoy a punto,
me surgen problemas, y después, cuando tarde termino de solucionarlas ya no es la
hora para llamarte.
¿Vienes a cenar a mi casa esta noche?
—Con gusto.
—Te pasaré recogiendo en media hora.
—Me invitas a cenar o a merendar.
—Adivinaste.

La ansiedad generada por la excitación y su debida falta de desahogo, debía ser


corregida y ahí estaba ella, una mujer que se entregaba cual ninguna. Esta vez él le
dio un regalo, era un hermoso collar de perlas.

Como si la razón fuera el simple agradecimiento, ella lo complació a más no poder.


No hubo posibilidad de reclamo, lo atendió cubriendo todas sus necesidades y hasta
más, él tuvo que pedir una especie de descanso, quizás fue el exceso de excitación, o
las ansias con que lo encontró, o la edad le decía en silencio que sus buenos ratos ya
habían pasado, o tal vez ella era más ágil y dinámica de lo que él se imaginaba.

Sin importar la causa, tuvo que llegar a una tregua. Después del reposo del
guerrero, para no levantar sospechas de su virilidad, él mismo se encargó de
recomenzar el juego. Esta vez la experiencia de ella jugó un papel importante,
después del primer encuentro amoroso, ella se rindió, dejó que el macho sintiera su
fuerza y su poder.
Ella colocando su cabeza encima de la cintura de él, se acostó y al poco tiempo,
dormía.
Al amanecer, ella lucía una dormilona transparente que era cual bocado de deseo.
Poseedora de una inteligencia femenina muy desarrollada, aprovechaba los rayos de
luz que atravesaban las ventanas y caminaba de un lado al otro de la habitación. Ella
era el desayuno al que ningún hombre estaría preparado a renunciar.
—Ven, regresa a la cama, vamos a jugar de nuevo.
—Esta vez quiero que nos bañemos en el jacuzzi.
—Eres una mujer con mucha creatividad, me gustas.
—Quiero que me enjabones la espalda.
—Por nada del mundo me perdería ese placer.
Mientras se llena, vamos a tomar un café.
A mi personalmente, me abre el apetito sexual.
—Me parece interesante. Ya no sé ni qué pensar, si todo lo que me has enseñado
significa que aún puedes mejorarlo tomando café, me rindo. Eres un toro, envidio la
energía, tu energía.
—Mi energía eres tú.
—Me haces sentir muy halagada.
—No, simplemente que eres la única responsable, lo debo admitir.
—¿Acaso me estás diciendo que no hay otra mujer en tu mundo?
—En este momento tú eres la única mujer.
Hace mucho tiempo que no me doy una escapada, y las veces que lo hice, no
dejaron recuerdos, nada comparable contigo. Eres una mujer fuera de serie. Ya te lo
he dicho.
—No me importa que me lo repitas tantas veces como se te ocurra. Nosotras las
mujeres estamos siempre llenas de dudas, que sí lo hicimos bien, que si le gustamos,
que... preguntas, siempre nos rodeamos de preguntas y cuando nos dicen cosas
bellas, pareciera que encontramos algunas respuestas.
—Lo tomaré en cuenta.
Quizás uno de los problemas en que nos encontramos los hombres, radique en
nuestra educación, practicamos el levante, el ataque a las mujeres, aprendemos que
debemos impresionar y pensamos que esto significa acción, por lo que me dices,
deben tratar de hacerse correctivos y enseñar a los jóvenes que para satisfacer
también se requiere el reconocimiento particular de ciertas cualidades humanas, que
no necesariamente tienen que tener algo que ver con sus habilidades en la cama.
—Eres un hombre sabio. Aprendes demasiado rápido.
—Cualquier detalle que me sirva para hacerte más feliz, es y será siempre
bienvenido.
La mesa estaba decorada con diferentes croissants, jugos, café, leche, frutas,
mermeladas, huevos rancheros, tortillas y una variedad de quesos suizos que haría
agua la boca de mucha gente. Era un desayuno para reyes y ese día así lo sentían.
Terminado éste, agarrados de la mano, dieron una vuelta por los jardines, la
belleza de estos a la luz del sol, era impresionante, miles de plantas florales
sembradas con un orden muy preciso, permitían ver sectores floreados cada uno con
un color diferente. Daban la certeza que la armonía de colores había sido creada por
un maestro paisajista, pero a su vez, demostraba el cuido que dependía de la custodia
del equipo de jardineros que estaban a disposición de Rodrigo.
—Me fascina tu casa. Me enloquecen las plantas, los árboles frutales, a veces me
apetece subir a uno de ellos y tomar directamente sus frutos.
—No te quedes con las ganas, ven, vayamos a las matas de mangos, para
complacer a uno de tus deseos.
—¡No me sueltes, que me mato!
—Si te llegaras a resbalar, caerías en mis brazos.
—Más de lo que ya me tienes.
—Eres ágil en pensamiento y en respuesta.
—¿Y en otras cosas no?
—En muchas de las que conozco sí.
—Ah, me estaba preocupando de haber perdido ciertas cualidades.
Ten cuidado voy a golpear éste, a ver si te cae encima de la cabeza.
—Ves, lo fácil que es lograr un sueño. Ahí tienes más mangos de los que te puedas
comer en toda una semana.
—Pero es verdad, cuando tú mismo lo coges, fíjate que tienen un sabor especial.
—No me había dado cuenta, pero ver a una mujer como tú comiendo mango, es
superior a cualquiera de las escenas sexuales más atrevidas que yo haya visto.
—Significa que el jacuzzi está lleno.
—Además de bella, eres inteligente. Así es, vente.
Un jacuzzi de mármol color verde jade, rodeado de plantas y cristales, con unos
potentes chorros de agua que salían por todos sus lados, era la invitación a una
mañana erótica, Rodrigo demostrando conocer en detalle el uso y goce del mismo,
esparció unas sales de baño, unas cuantas gotas de gel, y unas hierbas aromáticas. En
pocos segundos se perdió la transparencia de las aguas, una espuma abundante
comenzó a llenar toda la superficie. Los dos cuerpos desnudos entraron juntos, se
acostaron; él, pri-mero, y luego con todo el cuidado del mundo, la ayudó acostarse
sobre su pecho.
La fuerza de los chorros de agua, les sirvieron de masaje, sin necesidad de tocarse
el uno al otro, ya había un deseo mutuo, cuando él comenzó con sus caricias, ella
respondió a la altura. Las manos se cruzaban y entre-cruzaban, acariciaban,
apretaban, penetraban y hasta pellizcaban. Todo esto acompañado de una música a
cua-tro compases de tiempo, que los ayudaba a delirar. Las intenciones eran las de
agotar sus energías ahí adentro, pero al cabo de un rato, él la quiso devorar, se lo hizo
saber y ambos salieron empapados hacia la cama, las mismas sábanas se ocuparon
de secarlos.
Epílogo
Después de la muerte de Rodrigo Tejeros, Stephanie no se volvió a casar, se
conformó con vivir sola, los tres hombres que habían pasado por su vida, habían
muerto de distintas maneras, y sentía que en cada una de esas muertes, una parte de
ella también lo había hecho. Le había nacido un sentimiento de culpa, quizás por ello,
su corazón no le dio cabida a nadie más. Por años se encargó de la educación de su
hijo: Morthy Tejeros y del desarrollo de sus empresas. Él, heredó las cualidades
naturales de su verdadero padre. Se sentía muy orgullosa de él, al verlo le hacía
recordar a su amado Henry, su porte, sus gestos, su ambición y su buen olfato para
los negocios, recreaban en Stephanie muchos recuerdos; era cual revivir, la parte más
agradable de su pasado. El orgullo que por él sentía era ilimitado. Sus atributos le
servían de gran ayuda, para complemento era buen mozo, de anchas espaldas, de
una abundante cabellera, atractivo, elegante y con una riqueza económica que lo
situaba entre los grandes millonarios, convirtiéndolo internacionalmente en uno de los
solteros más solicitado. Poseía un cierto acento adquirido durante los años pasados en
el extranjero, que sirvieron para completar su educación. Será él quien en su
momento reemplazará a la madre en la dirección y conducción de la empresa, y
realizará nuevos desarrollos en la corporación al dirigirla hacia nuevos rumbos.
Henry jamás se enteró del verdadero amor que sentía Stephanie por él; prueba de
ello está que ella misma lo siguió amando y recordando hasta el último de sus días.

Morthy murió sin decirle a Stephanie su verdad, él la amaba, no le importaba en lo


más mínimo todo su pasado, pero el orgullo no sobrevivió a su ataque de corazón. Lo
más seguro en caso de existir algo en el más allá, es que él la seguirá esperando.

Loraine unos años más tarde, luego de la muerte de su esposo Ralph, volvió a
encontrarse con Stephanie, y junto a ella, en la misma mesa de Directores, tomó
importantes decisiones por el bien de sus empresas. Tanto una mujer como la otra,
fueron testigos fieles de que en la vida es mejor guardar un secreto dañino y construir
sobre algún dolor, que destruir un mundo encima de un orgullo enfermo.

Rodrigo Tejeros antes de ser asesinado accidental-mente, había alcanzado sus dos
deseos más importantes: el poder, al ser dueño de las empresas de Morthy Steiner
que por años había ansiado y a Stephanie, la mujer de sus sueños.

Luís y Debbie Torrealba siguieron siendo sólidos pilares dentro de la corporación.


Aquel regalo que les otorgó Stephanie durante el día de su boda, los había compro-
metido a permanecer fieles por los próximos veinte años.
Nathalie aprendió muy tarde en la vida a saber dejar pasar las cosas, pero gracias
a la ayuda de Stephanie, aún a tiempo, logró apreciar cualidades en la gente. Dentro
de la prisión pudo madurar su error, al salir en libertad seis años más tarde, la estaba
aguardando su puesto de trabajo en la misma empresa, esto le sirvió como apoyo
para recomenzar su vida. Su silueta mantenía el perfil de una bella guitarra y su
hermosura un poco más madura, le sirvió para encontrar un compañero en su nivel,
que la enseñó a vivir.

Loraine a la muerte de Ralph tal vez por remordimiento o soledad ella quiso
resarcir en forma económica el daño que había ocasionado por la separación de estos
dos her-manos en el momento de la adopción, nombra Dan Oslov como único
heredero de todas sus empresas.

Los banqueros están esparcidos por los cuatro puntos cardinales. El país gracias a
sus reservas morales, naturales y humanas está dando pasos lentos pero seguros en
la búsqueda de una recuperación económica.

El Plan Kramer contra las drogas, fue aprobado esta semana por el Congreso de los
Estados Unidos, su implementación: se iniciará en unos tres años.

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