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ISBN: 980-07-3277-2
Agradecimiento
Todo comenzó diez años atrás... Henry Walters era en ese momento el
homenajeado. Para esa fiesta no se había escatimado nada: se alquiló el penthouse
del Hotel Hilton, cosa nada común, ya que los salones de alquiler para festejos son los
ubicados en la mezanine y en la planta baja del hotel.
Henry era alguien muy especial: su nombre, cual marquesina, brillaba en muchas
esferas sociales, sin importar el país; lo mismo daba hablar de él en Washington, New
York, París o en Marruecos. Aunque provenía de una familia humilde, había aprendido
de la vida lo mejor. Su dominio de varios idiomas obtenidos con el deambular por el
mundo, le abría puertas que para muchos eran inaccesibles; su gracia natural y su
porte refinado eran claros destellos de su prometedor éxito.
Una vez entablada cualquier conversación con él, era suficiente para reconocer su
innata inteligencia. Era un conversador capaz de competir con cualquiera. Sabía
reconocer a su interlocutor y se explayaba con él en un tema en el que siempre
acertaba y dominaba. Estaba acompañado día y noche de eso que algunos llaman
suerte y otros pocos reconocen como sabiduría, aquélla que se obtiene durante una
vida llena de experiencia.
En sus comienzos, una mujer fue su tutora. En verdad, aunque su falta de capital
no comulgaba con sus ideas, ni con sus planes; su ambición fue siempre ser dueño del
mundo, meta que casi pudo lograr.
Había pasado apenas cuatro años desde que finalizó la guerra: el mundo estaba
repleto de esperanzas, necesidades y promesas; la rendición del Imperio Japonés y la
destrucción a nivel mundial de su imagen los había obliga-do a rezagarse
internacionalmente en muchos terrenos.
Henry sabía de sobra la capacidad y la autoestima de ese pueblo. Si pudiera tan
sólo costearse un viaje al Japón les prometería que con su ayuda, de nuevo los
mercados americanos rebosarían de productos “made in Japan”.
Fue una amiga llamada Margoth, esposa de un director de banco, quien valiéndose
de sus contactos, le facilitó el primer crédito, que aun no siendo millonario, sí fue lo
suficiente como para realizar su anhelado viaje, además, sufragar todos los gastos que
ello implicó.
Estando en Japón, hizo uso de su sonrisa la mejor credencial que indudablemente
portaba. Los asiáticos, ávidos de clientes, no dudaron en proveerlo de cientos de
muestras; la gran mayoría de ellas eran productos textiles.
Ellos dominaban la técnica para elaborar las sedas. Sus conocimientos sobre
normas y procedimientos textiles heredados de sus ancestros, les permitían estar al
frente del mercado mundial en cuanto a calidad y colorido.
Para esa primera incursión en los negocios de importación, Henry había escogido
lo sencillo, lo simple; él quería ser su representante, tomar pedidos y ganarse una
comi-sión. Por un escaso tres por ciento de comisión, para cual-quiera que pensara en
forma común, los logros del viaje luego del esfuerzo y de los gastos realizados,
parecieran que hubieran sido casi nulos; Henry W., quien no era un cualquiera, desde
un primer momento sabía que había logrado encontrar la aguja dentro del pajar.
Con su optimismo, se veía camino al estrellato. La suerte lo comenzó a acompañar
desde ese preciso momento. Su olfato para los grandes negocios, le decía que lo que
estaba por venir sería lo más importante de todo cuanto había imaginado.
Al llegar en 1948 a Venezuela, país en donde está vi-viendo, ordena sus muestras
y repasa su lista de precios. Sus muestrarios eran variados por las disimilitudes en las
clases, pintas y colores, pero en lo referente a precios, sólo tenía tres: las sedas de
noventa cms de ancho a treinta centavos la yarda; las de ciento diez a cuarenta y las
de ciento cuarenta a cincuenta.
En su mente los números iban y venían, el saber que las cifras, supuestamente
calculadas, serían sus beneficios; lo hacían verse poseedor de una inmensa fortuna.
Nadie, que no fuera él, podría haber pensado lo mismo; aunque cualquiera diría que si
lograba vender unos cien mil metros de tela al año, a un promedio de cincuenta
centavos la yarda, lo máximo a vender apenas alcanzaría los cincuenta mil dólares; de
los cuales, al sacar un tres por ciento como comisión, obtendría algo así como unos
mil quinientos dólares al año, que para la época significaba un buen ingreso; pero
requeriría de unos mil años de trabajo y de ahorro para lograr tener su primer millón
de dólares.
Definitivamente, no era eso lo que tenía programado como plan, él no tendría la
paciencia de esperar tanto tiempo como para ahorrar tan poco.
Desde esa pequeña habitación del hotel en el que vivía en pleno centro de la
ciudad, diseñó la estrategia. La lista de precios obtenida en Japón debía ser duplicada.
Así, de treinta, cuarenta y cincuenta centavos la yarda, estas telas pasaron a sesenta,
ochenta y hasta un dólar la yarda.
Había otro problema difícil de resolver, ¿cómo les justificaría a los japoneses que
su intención no era la de obtener nada más que el tres por ciento de comisión? Ellos
de ninguna manera le permitirían ganar más. También para eso, ya Henry poseía la
apropiada respuesta. Los comerciantes de posguerra, sus nuevos clientes tenían
deseo de enriquecerse, con darles o por lo menos hacerles creer que se les daba un
pedazo de la torta, estaba seguro se sentirían satisfechos.
A ojos ajenos es un comienzo a cosas insolubles; a los ojos de Henry, se
desmaraña con increíble facilidad toda la trama; o sea, la solución era simple. Bastaba
demostrarles el ahorro de los impuestos aduaneros al subfacturar a la mitad de su
verdadero valor. Logrado esto, obtendría dos cosas, menor costo, además de que él
como vendedor aparecía como financista al otorgarle por el saldo hasta treinta días de
crédito sin intereses. No había nada que objetar, las condiciones eran inmejorables.
El negocio era por así decir redondo y ninguna de las partes salía perjudicada: los
fabricantes japoneses por su lado, recibirían el pago total de sus productos, la aduana
cobraba realmente los verdaderos derechos arancelarios; los clientes disfrutarían
pensando y sacando cuentas de los ahorros logrados gracias a la facturación, a las
facilidades y a los beneficios del financiamiento del saldo, y al final de cuentas, era
Henry W. quien pasaba a ser además de un gran y buen empresario, el que más
ganaba en el negocio ya que sobre la venta bruta, obtenía la mitad, más su tres por
ciento del total.
Así comenzó el primer millón de dólares de Henry W.: primero pedidos, más tarde
importó telas y aprovechando la liquidez de sus beneficios y su buena experiencia de
crédito con su banco, logró que con apenas un pequeño abono, le abrieran cartas de
crédito y llegada la mercancía, el banco le financiaba el saldo, que luego amortizaba
durante tres meses. Esta mercancía que compraba para él mismo, la ofertaba a sus
clientes para entrega inmediata con un rendimiento extra que oscilaba entre treinta y
cincuenta por ciento.
Apenas había transcurrido un año, y era considerado como el mejor cliente que los
japoneses tenían en toda Sudamérica. Con experiencia, con dinero propio y con la
cartera de clientes que contaba, realizó un segundo viaje a Japón, esta vez descubrió
telas que medían más de dos metros de ancho. Su creatividad le permitió reconocer el
nuevo filón que acababa de descubrir. Estas telas las compraría para él en exclusiva,
Henry de inmediato logró ver el cambio que se realizaría en el país en la confección de
sábanas.
Tal como lo imaginó, ocurrió: sus precios no tenían competencia. Su producto era
el único en el mercado que no llevaba costura en el centro; las sábanas estaban
confeccionadas de una sola pieza, lo que además de favorecerlas embelleciéndolas,
las aventajaba con las otras en lo relativo a costos y a tiempos de producción. Hoteles,
pensiones, casas de vecindad, hogares, mueblerías, vendedores ambulantes y hasta
amas de casa se enorgullecían de vender las famosas sábanas Hewa.
En un tercer viaje importó bolígrafos, eran los primeros en llegar al país, se
asemejaban cual plumas fuentes, pero no requerían recarga. Más tarde, importó
radios receptores, tocadiscos, neveras, máquinas de escribir, artefactos eléctricos y
las muy populares máquinas de coser Hewa.
H.W., admiraba desde pequeño tanto a Cristóbal Colón, como a Marco Polo, de
ambos trató de copiar el deseo de negociar con otras tierras. Era un hombre que
estaba claro, sabía que las fronteras eran líneas imaginarias que servían únicamente
para separar a un país de otro; que las necesidades de los países vecinos eran iguales
o similares, y suponía que el sistema evidenciado en un sitio, debía funcionar para los
demás. Probó su teoría y así, Colombia, Perú y Panamá comenzaron a demostrar que
Henry no estaba equivocado; aquel pequeño empujón que le diera Margot con su
primer préstamo bancario, lo había convertido en la máquina hacedora de billetes más
eficaz del momento, su fortuna en apenas dos años alcanzaba un tamaño colosal.
Pero la suerte, factor primordial que en forma usual está presente en muchas de
las personas ricas, no podía en momentos como estos, fallarle. Con un mercado
cautivo, con plazas esparcidas en cuatro países, con un sin número de clientes
directos e indirectos los montos y volúmenes crecieron extraordinariamente.
Llegó a tal el volumen de venta, que uno de sus pedidos, logró llenar todo un barco
con telas, mercancía destinada para la época decembrina.
Vino la desgracia, ocurrió esa noche cuando se levantó un temporal como en años
no se había visto. Tres cosas increíbles sucedieron: el barco por mala suerte se hundió
muy cerca de la costa de Venezuela, afortunadamente no hubo muertes que lamentar,
y en la carga, no venía asegurada ni una sola yarda de tela.
¡Haz bien y no mires a quién! Un favor que le había hecho a un viejo amigo
residenciado en Madrid, España, en un momento de su vida, le hizo pensar que con
suerte no todo se habría perdido. La misma noche, lo llamó; se llamaba Mikael
Kramer, era agente corredor de seguros. Le contó su desgracia y del error cometido al
no haber tomado una póliza que cubriera posibles accidentes como el que le acababa
de ocurrir. Su amigo, ni corto ni perezoso, le dijo que aprovechando la diferencia de
horarios, él vía telégrafo, iba a solicitar a Londres, la cobertura de la póliza de seguro
de la mercancía. No le hizo promesas, mas sin embargo, al poco tiempo le confirmó
que la compañía de seguros la había aceptado, lo que significaba que a corto plazo se
encargarían de pagar los daños.
Aunque Henry, desde un primer momento, se hacía ilusiones, no se quedó
tranquilo; desde el instante de ocurrido el accidente contrató a un equipo de buzos
para tratar de salvar la mayor cantidad de telas posible.
Él no se quedó esperando un resultado afirmativo de la compañía de seguros;
cuando éste llegó, fue una gran sorpresa. Además, toda la tela se encontraba
recuperada en tierra firme. H.W. era un hombre que ante los grandes problemas se
crecía, y al minimizarlos, los transformaba en simples; por un lado, el seguro había
ofrecido pagar los daños; por el otro, la mercancía –aunque mojada con agua salada
estaba casi íntegra, ¿qué hacer? Muy sencillo, para el seguro, el accidente ocurrido en
la otra parte del mundo era una pérdida más. A Henry se le ocurrió pasarle a estos
una oferta para comprarles lo que se pudiera salvar del siniestro por un cinco por
ciento del valor del embarque.
La compañía de seguros acostumbrada a siniestros similares y con experiencias en
pérdidas totales, pensó que la oferta era un gran negocio y de ipsofacto aceptó el
trato.
A Henry se le presentaron en ese momento ganancias por partida doble: el pago
del seguro y la recuperación de la totalidad de sus telas. Hasta ahí de nuevo, cualquier
persona con una suerte similar hubiera logrado lo mismo. Pero en su caso, no sería lo
único que se le ocurriría. El no se conformaría con eso nada más. Contando con la
aprobación de la compañía de seguros, contrató a casi todo un pueblo para tender las
telas y secarlas al sol.
Durante esos días, de haberse podido uno asomar desde un avión, se hubiera
logrado captar una vista espectacular: kilómetros de tierra decorados con telas, dando
la impresión de una obra de arte. La tierra vestida con matices de rayas, rojos,
naranjas, celestes, flores, blancos resplandecientes, y muchos colores más,
proyectaban una vista impresionante. El diseño simétrico era casi perfecto, se pudo
lograr ya que los espacios eran los mínimos requeridos para que una persona pudiera
pasar entre las telas e irlas estirando.
Cuando éstas estuvieron secas, se logró constatar en la mayoría de los casos que
se habían encogido. Había una merma de casi un ocho por ciento. ¡Grande es aquél
que de una supuesta desgracia económica, obtiene reales dividendos contrariamente
a la lógica; y un mal negocio lo transforma en otro muy bueno!
Con las telas en tierra ya seca y doblada, tomó una decisión. Dividió la mercancía
en cuatro partes y las re-partió como estaba previsto. La diferencia privó en el
momento de venderla. Por primera vez, miles de miles de metros de telas encogidas
eran ofertadas para ser vendidas por kilos. La respuesta estaba en que la pérdida en
el me-traje, era inferior al incremento logrado en el peso. A esto se le debía sumar,
que el nuevo estilo de ventas llegó en el momento apropiado y como si se tratara de
verdadera ganga, la gente se abalanzó a comprarlos.
Uno de los viajes que Henry hizo a Perú lo ayudó a des-cubrir dos negocios que
pronto comenzarían a doblar su fortuna: el primero fue relacionado con el Yute,
material que se importaba desde la India y Paquistán, que se utilizaba en la
confección de sacos de tela.
A Henry se le ocurrió que estas fibras pudieran teñirse, la sorpresa se la llevó al
recibir el nuevo acabado, éstas descollaban cual seda. Así como por arte de magia,
pasó de ser un producto de tercera calidad a uno de primera. Nuevos usos, nuevos
precios y nuevos mercados: manteles finos, cubrecamas, telas laminadas, etc., etc.
El segundo descubrimiento tal cual los anteriores, de igual manera pasó a ser otra
fuente inmensa de ingresos. En un comienzo, Henry descubrió que en Perú se hacían
grandes negocios con las conservas de atún. Le llamó la atención que ni siquiera se
trataba de atún. Los pescadores llevaban a las distintas fábricas un pescado llamado
Bonito, su precio no llegaba a la mitad de aquél, y su calidad en lo referente al sabor,
la misma.
El pescado colocado sobre largos mesones, recibía cuatro cortes: el primero cerca
de la cabeza, el segundo pegado a la cola, con los otros dos cortes en el centro, que
permitiría ser: atún, calidad A y lo que quedaba de los lados atún, calidad B.
La cabeza y la cola se desechaban. En un comienzo era poca la basura, luego en la
medida que los pedidos y la producción iban creciendo, de la misma manera ésta,
también. Se debía amontonar hasta lograr llenar un camión y poder tirarla. Los malos
olores y los altos costos de transporte para su eliminación estaban presentes. Henry
se las ingenió y ordenó construir una maquinaria que trituraba, exprimía y secaba los
desechos. Los malos olores desaparecieron, los volúmenes se redujeron de una
manera increíble y al final del proceso lograron un nuevo producto: harina de pescado.
Este subproducto pasó a tener una importancia mundial: en Rusia por lo
económico y alimenticio, era vendido para el consumo humano; en países
industrializados, por su carácter nutricional, se comenzó a utilizar para reforzar los
alimentos de consumo animal.
Verdaderamente sus negocios todos prósperos, no producirían tanto como este
nuevo, que por accidente surgió. Henry en poco tiempo era propietario de una flota
pesquera de sesenta barcos. Pero al dedicarse a la venta de harina de pescado que lo
llevó a alcanzar un setenta por ciento de la producción mundial, se dio cuenta que el
pez de mayor rendimiento era la anchoveta, éstas por razones de una corriente
natural llamada el Niño, eran llevadas cerca de las costas peruanas. De nuevo, la
pesca venía hacia él, daba la impresión de contar con la bendición del Supremo. Lo
que tocaba pareciera cual Midas, se le convertía en oro.
El acto, que apenas había sido consumado, no invitaba a pensar en placer de uno
u otro lado; era algo descabellado, la salvaje agresión por la persona menos pensada
la hacía ver como si estuviera viviendo una pesadilla. Ahí, inerte, destrozada en su
humanidad y honra, gimiendo gritos sordos llenos de una gran desesperación escuchó
ruidos, era su madre que llegaba. Esto sirvió para detener los salvajes impulsos de
Miguel, pero el mal ya estaba hecho.
Stephanie inmóvil desde hacía unos minutos, se empezó a recuperar, la seguridad
de ver a su madre sirvió de alivio a su dolor. Madre e hija se abrazaron transmitiendo
sentimientos y pesares sin necesidad de palabras. La situación que se planteaba era
tan cruda y fuerte como la acción; aparte del dolor que como madre y mujer sentía:
ver a sus hijos involucrados en algo tan cruel y supuestamente tan lejano a uno
mismo, era inconcebible. ¿Qué hacer?, ¿qué decir? Lo que acababa de pasar era algo
a lo cual no estaba preparada. Sabía que este tipo de cosas podían su-ceder en casas
y familias ajenas, pero nunca se imaginó en la suya propia. Al ver a la madre, Miguel
lleno de vergüenza sintió indignación por sí mismo, se ocultó en su cuarto y se encerró
en él.
Ahora venía la parte más difícil y de la cual temía su consecuencia, pero sabía que
no había otro camino: tenía contárselo a su esposo. No estaba segura que pudiera
atre-verse a narrar lo que sus ojos habían visto y de no hacerlo, por siempre se lo
reprocharía y más. Estaba consciente que debía frenar esos instintos enfermizos de
Miguel o de lo contrario podría reincidir con su hermana, o quién sabe luego, si no
agrediría a otra mujer indefensa.
Horas estuvo hablando el padre con su hijo. El sentimiento de culpa por su acción
se inyectaba en cada una de las palabras que emitía; al mismo tiempo que un silencio
minaba su interior a través del cual aceptaba su responsabilidad, pero
lamentablemente ya no había marcha atrás. El interés del hijo por llamar la atención
del padre por fin había sido logrado... Pero, Miguel, se daba cuenta que esa no era la
vía que debió adoptar para lograr lo anhelado; y lo único que en su defensa pudo decir
repetida-mente fue: ¡Perdóname papá! ¡Perdóname!
Stephanie no sintió consuelo. Aunque, esa noche, su madre sin apartarse de ella la
acompañó, no hubo palabras que pudieran mitigar la vergüenza, el dolor; así como
tampoco la posibilidad de aplicar algún tipo de escarnio, desprecio, castigo o condena
al responsable.
Pero la vida continuó, hasta aquella fatídica mañana cuando la familia, que salió de
viaje para mitigar un poco las penas y olvidar el dolor, encontró la muerte en un ho-
rrible accidente.
Stephanie pasó semanas enteras viviendo en la creencia de que se trataba de
alguna equivocación, el amor tan complicado y confuso, que sentía por su familia la
forzaba a pensar que de un momento a otro, despertaría de esa pesadilla volviendo a
ser feliz
Pero la vida, con su aguda realidad, la obligó muy pronto a volver en sí. Facturas
de teléfonos, luz y otros pagos pendientes la hicieron reaccionar rápidamente. Quizás
fue una dura manera de madurar, pero no quedándole otra alternativa, concientizó su
situación.
Stephanie recordaba con cariño a su padre, éste le dedicaba una atención muy
especial por haber volcado su afecto y atención en ella.
Ahora el tiempo le dejaba ver el por qué de muchas cosas. La rigurosidad que
durante las clases de golf ella recibía de su padre, habían dado sus frutos, al menos
podía imitarlo dando clases. Con ello logró producir lo necesario para poder vivir en
forma cómoda.
Se esforzaba cuidando que su nombre estuviera siempre a buen resguardo, ya que
una joven sola en esos momentos era mal vista. Nadie estaba al tanto de lo que le
había sucedido en su pasado. Día a día trataba de llenar el vacío tan grande que tenía,
ganando nuevas amistades, pero aquéllos que la conocían respetaban su manera de
ser y en muchos casos hasta trataban de ayudarla tanto en lo económico como en lo
espiritual.
De su padre, ella había adquirido el sentido de lo práctico; razonaba manteniendo
al margen los sentimientos. Solo esto, logró permitirle recuperar parte de su alegría y
sin darse cuenta la hizo volver a la normalidad, a ese dolor natural que se nos
presenta de distintas maneras y al cual nos hemos acostumbrados por el estilo de
vida, donde nos preocupamos, pero no nos ocupamos ya que lo vemos como un
panorama lejano, algo así, como un dolor ajeno.
La adaptación a esa nueva vida, sin tutores y sin el ca-riño de sus padres, fue
durante esa etapa de su vida muy difícil, pero el esfuerzo que tuvo que imprimirle
para poder superarlo, fue tal, que al lograrlo, descubrió en ella una nueva imagen, sus
rasgos infantiles o su misma falta de madurez, habían desaparecido como por arte de
magia: había aflorado una mujer en todo el sentido de la palabra que en nada se
parecía a la anterior. En las esferas sociales que frecuentaba los hombres se le
acercaban como ani-males de rapiña en busca de despojos, pero se llevaban enorme
sorpresa al conocerla: ella estaba muy clara en los principios morales que le habían
sido inculcados.
En una reunión en la cual ella estuvo presente, se habló mucho sobre alguien
llamado Henry Walters que sin saberlo abrió en su mente un espacio exclusivo de él.
Sin entender el por qué, comenzó a sentir una atracción hacia Henry, a quien aún
personalmente no conocía, que bien podría ser generada por una pasión vivida en otra
vida.
A esa u otra posibilidad, no existía respuesta, mas un deseo que llegaba un poco
más allá del simple interés en conocerlo, se fue adueñando cada vez de más espacio
den-tro de sus pensamientos. Cuando se presentó la oportunidad de conocerlo,
gracias a su amigo odontólogo, que sin darse cuenta le había comentado el hecho de
que asistiría a una fiesta en su honor, Stephanie no dudó en pedirle que la llevara.
Esa noche, la del Hilton, era una noche para recordar. La decoración en la sala de
fiestas pareciera realizada para una novia. Orquídeas naturales, como centros de
mesa; sillas cubiertas con lamé y mesoneros en cantidad inusual daban la impresión
de estar atendiendo casi en forma unipersonal.
En lo referente a la comida platillos muy exclusivos: Salmón ahumado de Noruega,
Caviar de Beluga, Langostas de Maine, Percebes del país vasco, Paté de Fois Gras de
Francia, centollas, cangrejos, vinos, whiskies, y champaña. Se dieron cita los más
destacados empresarios, la gente más exquisita; la élite social estaba disfrutando
como nunca.
Únicamente un Henry Walters era capaz de lograr aquel lujo y derroche. Dos
orquestas, tocaron los ritmos del momento; melodías del ayer se dejaban oír y
creaban una atmósfera cual las mil y una noche. La crema y nata se con-fundía entre
sí y aunque en la gran mayoría de sus casos todo lo que estaban viendo les era
conocido, no así de esta manera, ni en esta magnitud. Suspiros, halagos, loas eran
algunas expresiones de los invitados.
Al cruzar la vista se originó un chispazo. Nunca antes Henry se había sentido tan
atraído por mujer alguna, su cuerpo y su mente, como volcán en erupción lo obligaron
a dirigirse a ella. No la conocía, jamás la había visto, pero estaba dispuesto a no
perderla. Olvidándose de su esposa y de su hija, Henry no pudo contener sus instintos
y cual tigre liberado de su jaula y hambriento a más no poder, saltó sobre su presa sin
pensarlo.
—Me da un placer muy especial el saber que la reina de las flores se sirva decorar
mi fiesta, una diosa hecha con un envidiable cuerpo de mujer que demuestra con
fineza la perfección y el buen gusto del creador.
Su tono de voz denota que se trataba de una mezcla entre un estado serio y
jocoso, ella por su lado con una cara de asombro y triunfo lo escuchaba atentamente.
—Le pido disculpas, no he sido cortés, pero sí sincero. No podría vivir de hoy en
adelante sin haberle dicho lo que mi alma me impulsó a decir. Su aura desde el primer
instante me sedujo con su brillo extraordinario, quiero decirle de la manera más
franca, que es usted la mujer más atractiva y bella que he conocido, que mi alma y mi
cuerpo desde hoy le pertenecen y le pido en caso tal de no ser posible completar este
sueño, que no me lo haga saber, que no me lo diga ahora; déjeme vivir con mi sueño
esta noche y en caso de que usted no sea parte de mi destino, ya no me valdría la
pena vivir ni tampoco me importaría morir mañana...
—Muchas cosas he oído de usted, pensé que exageraban, la verdad es que la
realidad es más contundente y humana que los rumores. Me encanta conocerlo. Antes
de decirle mi nombre le ruego disculpe mi intromisión, no he sido invitada, vine
acompañada de un amigo mutuo, el Dr. Moisés Kalman, su odontólogo, pero a menos
que usted no me invite ahora mismo me retiro.
—Desde este mismo momento la declaro a usted como la invitada de honor y se
sentará en mi mesa.
—Gracias, es usted muy amable.
—Aún no sé su nombre.
—Stephanie... Stephanie Cadwell.
—Quiero que comprenda que fue una broma, aunque toda broma siempre tiene
algo de verdad. Por favor, ¿me acompañas a la mesa?
—Con gusto.
Caminaron unos pasos, los que aprovechó Henry para sentirla. El posar su mano
sobre la espalda, fue la mejor sensación de la noche. Un hombre cuya juventud pasó
casi inadvertida, conocía una nueva experiencia.
—¡Les presento a Stephanie Cadwell!
Mi esposa Loraine, mi hija Adriana, el Dr. Alberto Pérez, Ministro de Hacienda, unos
amigos.
—Mucho gusto.
—¡Siéntate a mi derecha!
—Gracias.
Pocos minutos pasaron, los suficientes para grabar las imágenes de los rostros de
la esposa y de la hija de Henry.
—Le decía que ya nos íbamos, tenemos otro compro-miso, únicamente vinimos
porque Moisés quería cumplir con ustedes.
Antes que Henry pudiera siquiera pensar en alguna pregunta, Stephanie rozó su
pierna con la de él de una manera sin igual, su cuerpo enardeció de placer al igual que
un momento antes lo había hecho su mente.
Henry supo enseguida, que ése sería el comienzo de una relación, no quería
estropearle la fiesta ni a su mujer ni a su hija, por lo tanto bajó un poco la guardia y
conteniendo sus deseos, la ayudó a levantarse de la silla. La tomó por el brazo,
mantuvo su mano asiéndola firmemente. Con pequeñas pero repetidas caricias, Henry
trataba de demostrarle su afecto y ella de alguna manera los recibía en silencio, pero
conforme.
—¡Quiero volver a verte!
—Me encantará.
—¿Cómo lo lograré?
—Mi nombre aparece en la guía telefónica.
—¡Hola Moisés! Me dio mucho gusto que hayas venido; traer a Stephanie además
de una buena idea, fue el mejor regalo de la noche.
—No quiero que te molestes, pero nos tenemos que marchar, vinimos para
acompañarte en este día tan especial, ahora nos vamos: hoy uno de mis nietos
cumple años y nos esperan para cortar la torta.
—¡Cómo se te ocurre, no faltaba más! La familia es la familia, eso es lo primero;
de nuevo les doy las gracias por haber venido.
Henry llegó después del octavo ramo, pero eso no fue suficiente motivo para que
estos dejaran de seguir llegando.
Cual verdadera modelo, Stephanie quien dominaba ese arte, estaba espectacular.
Lucía un vestido negro muy entallado de algodón, que delataba su hermoso y
perfectamente moldeado cuerpo; sus dientes radiantes mostraban una sonrisa pícara,
sabía que él estaba prendado de ella y lo tenía comiendo en la palma de su mano.
Henry inmediatamente descubrió en ella, que no sola-mente era admiración lo que
sentía, su vestido escotado, tan ceñido al cuerpo, sus pechos erguidos y firmes descu-
brían graciosamente que flotaban libres, no requerían soporte; su labios pintados con
carmín rojo fuego.
Lo corto del vestido dejaban ver unas piernas perfectas que terminaban siendo
embellecidas por unos zapatos negros, de pequeñas tiritas, que acariciando sus
dedos, con sus uñas perfectamente pintadas, permitían ver todo un conjunto sexy.
La habitación llena de flores daba la apariencia del salón de exhibición de una
florería, los ramos llenaban el ambiente de múltiples colores; la alfombra rosada, los
muebles en piel beige, la mesa de cristal que lucía unas bellas piezas de porcelana,
ayudaban a dar una realeza al ambiente. Pero lo más atractivo era ver dentro del
colorido, a aquella mujer vestida de negro, cuyo contraste terminaba por destacarse
dentro de la escultural y perfecta obra.
Stephanie se acercó a él irradiando lujuria.
Henry sacó del bolsillo de su chaqueta un estuche de regalo, se lo entregó
diciéndole:
—Espero que te guste, quiero que una reina se sienta como tal.
Ella tomó el estuche y se lo acercó a su pecho.
Con ese gesto, algo le estaba insinuando, esbozando una leve sonrisa, musitó:
—Eres muy atrevido, pero me agradan tus modales, no imaginé ayer que la cita
fuera en la mañana.
(Abrir un regalo, normalmente es algo que solemos hacer como rutina, no
acostumbramos a demorarnos más de lo normal). Stephanie como si supiera de qué
se tratara, daba la impresión de no tener apuros, se tomó todo el tiempo y con un
especial cuidado despegaba la cinta tratando de no estropear el papel que envolvía el
estuche como si éste fuera muy importante. Henry no pudo ocultar su nerviosismo.
—Me va a dar un infarto, ¿eres así con todo?
No percibo mi vida sin él, creí poder manejarlo todo, qué estúpida fui, ahora sé que desde
antes de empezar ya lo quería. Me cautivó con su porte, su poder, su aroma, su voz, su
forma de besar, su misma madurez y su mesura.
Quisiera expresarle, ordenarle que no me abandonara desearía con toda mi alma que me
abrazara, que me hiciera suya, quisiera con una frenética locura, que me amara, que me
llevara a lo más recóndito del placer y la lujuria.
Quisiera... quisiera... quisiera... pero por absurdo que parezca, en este momento tan crucial
de mi vida, ni puedo ni sé que decir.
Transcurrieron dos días sin que mediaran palabras. Ambos con una idea fija, los
sentimientos y la pasión que había surgido, no los podían apartar de sus mentes. En
pocos minutos, espacio de tiempo transcurrido desde el comienzo, se habían
entregado su alma y su amor.
Habiéndolo meditado, no soportó más, entendió que él ya le había dado una
demostración de fuerza y que la que verdaderamente se sentía debilitada era ella.
—Hola.
—Hola. ¿Cómo estás?
—Me tienes completamente abandonada, quiero saber si te ha pasado algo, o si
hice algo que no te gustó.
Luego de tu partida, me quedé pensativa, sé que fuimos violentos, pero si en algo
te importo, quiero expresarte que aún hoy, no me he podido recuperar del susto.
Te fuiste de mi vida, casi de la misma manera que en ella entraste, y...
perdóname, ni siquiera te pregunté si tenías tiempo para atenderme, no sé, a lo mejor
estoy interrumpiéndote en algún asunto especial o importante.
¿Quieres que te llame más tarde?
—Stephanie, amor, gracias por llamar. Conté cada segundo que pasé esperando
tu llamada. No me he despegado del escritorio ni un solo minuto, no te imaginas
cuánto me has hecho sufrir. Sólo pensar que te podía perder me estaba
enloqueciendo. Y tú ¿cómo te has sentido?
—Qué te puedo decir, creo que igual o peor que tú, con tu ida tan súbita, nacieron
en mi muchas dudas, todas y cada una de ellas se confabularon y me estaban
enloqueciendo, me he preguntado una y mil veces cuál pudo ser mi error y no me he
podido contestar, por favor, quiero que me digas, ¿qué pasó?
—Primero quiero decirte que no importa con quién esté, tú siempre serás mi
prioridad. Segundo, siempre me gustaron las cosas claras: Por muchos motivos, no
puedo ofrecerte matrimonio, pero quiero que seas mi mujer. En la parte legal tengo
muchas limitaciones, más tarde te las iré contando poco a poco y estoy seguro que las
entenderás, pero en lo relativo a la vida real, nada ni nadie podrá separarnos. De ti
depende ahora, si en esas condiciones me aceptas, de hacerlo mi entrega será total.
—No sabes ¡cuán feliz me siento!
¿Cuándo te veré?
—Hoy es viernes, el lunes te paso a recoger a las diez de la mañana. ¿Te parece
bien?
—Te estaré esperando.
Cual novia en víspera de su boda, Stephanie saltaba de alegría; el príncipe de sus
sueños se había convertido en realidad. Se veía acompañada de su hombre por el
resto de sus días. Recordaba, el momento que le tocó pedirle a Moisés Kalman que la
llevase, aunque tenía un interés especial en conocerlo, jamás se le hubiera imaginado
que éste sería el desenlace.
Henry, como todo un caballero, llegó puntual a la cita, apenas abierta la puerta,
ella lo invitó a pasar, él tomando una de sus manos, le dijo:
—Quiero que me acompañes, vamos a dar una vuelta, ¡ah... regresaremos un poco
tarde!
—En definitiva, veo que eres un hombre lleno de sor-presas, apenas termino de
asimilar una e inmediatamente vienes con otra.
¿Se puede saber a dónde vamos?
O ¿lo sabré solamente cuando lleguemos?
—Estoy tratando de vivir a tu lado todo aquello que me he perdido. Mi niñez junto
con mi juventud, posee muy pocos recuerdos gratos, y ahora que puedo, que quiero y
que tengo con que y con quien no permitiré que esto se repita, por el contrario juntos
iremos descubriendo nuevas emociones, nuevos placeres. Sé que el mundo sufrirá
celos, que la gente hablará, que dirán y dirán, por mi que digan lo que quieran, no me
importa.
Sentados ya en la parte posterior del vehículo, se toma-ron de las manos. La
solemnidad que había en sus palabras la hacia sentir segura. Este era un hombre
distinto a los que había conocido. Por un lado se le veía blando de corazón, por el otro
se le conocía muy fuerte en los negocios, tenía más amigos que enemigos, pero hasta
sus amigos cuando se expresaban de él lo hacían con cierto reparo, se notaba no
tanto el respeto como el temor.
Indudablemente que su poder alcanzaba límites insospechados, las autoridades de
mayor jerarquía se ufanaban de conocerlo, se desvivían por atenderlo, tras un
pequeño e insignificante favor, siempre venía a cambio un enorme e importante
regalo.
Definitivamente Henry podría tener defectos, mas la tacañería no era, de ninguna
manera, uno de ellos. Era espléndido con todos, con sus empleados, su servidumbre,
sus amigos, con su misma familia. Su llegada a cualquier lugar era recibida cual si se
tratara de la llegada de un rey; mozos, mesoneros, porteros, vendedores y hasta
gerentes celebraban cada vez un evento como ése; desde ese mismo momento cada
uno sentía que Henry les haría muy feliz ese día. Su costumbre era dejar las mejores
propinas y si de compras se trataba, siempre adquiría lo mejor, no sabía regatear lo
que lo convertía en el mejor de los clientes.
El jueves comenzó la mudanza, muy pocas fueron las cosas que llevó a su nuevo
hogar, apenas, algunos porta-retratos, sus ropas, las piezas de porcelana que
decoraban su mesita de noche y las que se encontraban en la mesa que estaba en la
sala.
Por primera vez comieron juntos en la nueva casa, cuando ella imaginó que darían
rienda suelta a su romance, para su sorpresa descubrió que él se estaba despidiendo
a la vez que le informaba del viaje que harían a la mañana siguiente a New York.
Indiscutiblemente que este hombre tenía un estilo muy propio y una fuerza de
carácter extraordinaria.
De nada le valió su vestido rosa viejo que estrenó esa noche, ni siquiera él se dejó
llevar por el escote tan atrevido que no sólo insinuaba, éste decía a gritos que la pose-
yera, que ya no soportaba otra noche sin que la tomara. Así que ni esos platillos
especiales y afrodisíacos, ni todo el perfume francés que según él le había encantado,
ni el romanticismo de unas velas durante la cena, lograron que Henry diera ese paso
tan deseado.
El viaje a New York se realizó con muchas incógnitas, sin saber de nuevo cuál sería
el motivo del viaje en sí, ella acordó acompañarlo. Siendo como era, Stephanie ni se
molestó en imaginar lo que sucedería, hasta ahora se podría decir que la cosas
marcharon bien, aunque en su mente estaba naciendo cierta pequeña duda. ¿Sería
Henry un hombre impotente? Cuando imaginaba esto, su misma mente la reprendía y
la hacía volver a retornar a sus cabales.
Se hospedaron en el Statler Hilton de New York frente al famoso Madison Square
Garden. Fue su primer viaje. Ver a tanta gente caminando por las aceras, era un
espectáculo que no se lo hubiera podido imaginar. Era algo así como ver un dulce
atestado de hormigas, eran miles de miles de personas. A modo desenfrenado unos
iban y otros como llevándoles la contraria, venían hacia el lado opuesto. Al mirar la
otra acera, la situación era similar. Era una sensación de goce tal como si se tratara
que estos los estuvieran recibiendo. Desde ese instante ya se podía disfrutar la
contagiosa alegría de la ciudad y de su gente.
¡La suite presidencial! Definitivamente Henry era un hombre que disfrutaba a
plenitud de las cosas que con el dinero podía comprar.
—Me siento la mujer más importante del mundo, apenas hemos llegado, pero
presiento que será mi más grande y mejor experiencia. Pareceré tonta, pero no
hubiera podido creer que tanta gente paseara por las aceras a estas horas de la tarde,
¿es que hay alguna convención o también tú te encargaste de que eso sucediera?
—En Norte América, las cosas son distintas, el horario es diferente, cuando
llegamos, esta gente apenas estaba saliendo de sus trabajos, ellos comienzan a las
nueve de la mañana y terminan a las cinco de la tarde. Manhattan, que es la isla en la
cual estamos en este momento, se destaca por la cantidad de personas que viven,
que trabajan y que vienen como turistas. Se calcula que todas juntas sobre-pasan los
ocho millones de personas; algo más de la población que hay en toda Venezuela. Pero
no hemos venido a tomar clases, hemos venido a vivir, a disfrutar y amarnos
mutuamente.
Estas palabras sonaron en los oídos de Stephanie cual una promesa. Súbitamente
le entró un cosquilleo por todo el cuerpo. Henry había logrado en muy poco tiempo
adueñarse de sus sentimientos, además de que sus deseos ya estaban centrados en
una sola persona.
Se bañaron y salieron a conocer la gran metrópolis. Ver desde varios ángulos al
majestuoso Empire State, el rascacielos más alto del mundo y a muchos otros de los
grandes a uno y otro lado de la avenida, era algo inimaginable para la gran mayoría
de los nuevos turistas.
Mas allá, al atravesar Park Avenue pudieron evaluar el orden y la limpieza. Ver sus
flores la maravilló, al igual que el cuidado que le prodigaban. Pasear por la 5ª Avenida
y apreciar las vitrinas llenas de cientos de productos, unos más bellos que otros, la
dejó extasiada.
Al llegar al Central Park, pudo darse cuenta de que la ciudad era muy querida por
sus habitantes. En la zona más valiosa, cerca de donde ya estaban plantados cientos
de edificios gigantescos, de repente todo cambiaba, de esas moles de concreto se
pasaba a una imagen campestre. La naturaleza en contra de todo pronóstico se
mantenía viva, y en un reto descabellado permanecía desafiando al cemento, a los
cristales y a los hierros.
El paseo por el parque en coche de caballos, les sirvió para que se acurrucaran
como dos tórtolos. Para la cena Henry había escogido el Tabern on The Green, este
era un restaurante que se encontraba en las mismas entrañas del parque; su
decoración es muy conocida por las enormes, coloridas y muy variadas arañas de
cristal que embellecen los diferentes salones del restaurante, era casi comer dentro
de la escenografía de una de esas películas del famoso Walt Disney. Fue un día lleno
de nuevas y agradables emociones, el primero que pasaron juntos, y la noche...,
promisoria.
Henry la llevó al estreno de una obra musical. Fue un espectáculo de esos, como
sólo Broadway sabe producir. Cual caja de Pandora, Henry sacaba de su manga una
novedad tras otra.
Henry después de haber hecho el amor con Stephanie, comienza a ver el mundo
de otra manera. Desde muy temprano se había dedicado primordialmente en
acumular riqueza, ésta era una labor que requería un esfuerzo máximo. Las pocas
relaciones públicas que hacía eran simples cuestiones de trabajo. Ir a una fiesta por
placer o salir con su esposa a bailar, visitar amigos sin motivo aparente, era algo
impensable.
A veces se tomaba algún tiempo y lo dedicaba a su hija, pero decir que la relación
entre ellos era normal sería exagerar la verdadera situación. Sin embargo a raíz de
conocer a Stephanie sus patrones cambiaron, se dio cuenta que no todo era dinero y
que a su alrededor existían placeres simples que comenzaron dejándole grandes
satisfacciones.
Stephanie logró moldear a Henry de una manera muy especial. Lo cambió de ser
un hombre con un solo objetivo: la riqueza, a ser delicado, gentil y presto en cubrirla
de atenciones.
Juntos conocieron una gran parte del mundo. Souvenirs de diferentes lugares
comenzaron a llenar las vi-trinas en la casa de Stephanie. Por doquier se podía
encontrar un recuerdo que encerraba alguna historia interesante. Stephanie alardeaba
entre sus amistades de la manera en que habían sido adquiridos.
Henry estaba un poco alejado de sus negocios. Pero sus ingresos eran tales, que
esto no ejercía cambio alguno. En este "flirt" se sentía otro hombre, era tanto el placer
que obtenía de su compañía que sin darse cuenta se estaba entregando en cuerpo y
alma a ella. Tan frecuentes fueron los viajes que los cuatro puntos cardinales en algún
momento fueron testigos del amor que se profesaron. No paraba de llenarla de
sorpresas. Regalos sin límites, viajes a los lugares más afrodisíacos o misteriosos; él
disfrutaba con tan sólo verla feliz.
Henry en su amor por ella la complacía en todo y cada vez inventaba alguna
excusa para hacerle un regalo; desde acciones en la bolsa, o pagándole supuestos
dividendos que según decía, había ganado en alguna que otra inversión que le había
realizado. Ella, gracias a él, era considerada una mujer rica.
La alegría y la felicidad colmaban por completo su nido de amor. Ellos lograron
intercambiar sus secretos, muy pocos por no decir ninguno eran aquellos que
consciente-mente se ocultaban. Entre ello hubo uno que quedó grabado en la mente
de Stephanie de una manera extraña: Henry le había contado que el matrimonio con
su esposa no fue algo calculado, que entre ellos hubo atracción, pero que ésta de
alguna manera en nada se asemejaba al que desde el primer momento sintió por ella.
Su verdadera esposa no era la compañera ideal para un hombre como él. La gran
mayoría de las veces no lo acompañaba a las distintas obligaciones o viajes; además
de que ella inconscientemente se auto-castigaba por no haberle podido complacer en
su rol de madre. Una enfermedad en la matriz, errores en el diagnóstico y después en
el trata-miento la habían dejado estéril.
Año de 1993, han pasado diez años desde que se conocieron. Stephanie acaba de
cumplir treinta. Ella es ahora una mujer bella que se proyecta con madurez; se
destaca también por tener dinero propio además de mucha experiencia. Por todas
esas cosas, su belleza y personalidad la hacen ver más atractiva que en su misma
juventud. Además, ha logrado el sueño de Henry, en su vientre un hijo suyo se está
gestando.
Acababan de retornar de Acapulco, se podría decir que venían de una luna de miel.
Sonó el teléfono, la llamada era para él. Era de Loraine, su esposa, fue la primera vez
que ella admitía conocer su relación con Stephanie. Algo grave debería estar
sucediendo.
—Hola Henry, sé que estás ahí, siempre lo supe, antes no me importó, pero se
trata de nuestra hija Adriana. Está enferma.
—¿Qué le ha pasado, está en algún hospital?
—Lleva dos semanas que se viene sintiendo mal, visitamos al médico y al concluir
los exámenes...
—¿Me estás tratando de decir que es algo grave?
—¡Dios quiera que no! El médico tiene mucho temor.
—¡Ay Dios mío!
¿Por qué a mi hijita? Ella no tiene la culpa.
—El doctor me recomendó que la lleváramos a Houston. El oncólogo dice que ahí
se encuentra el mejor hospital para tratar lo que supone tiene Adriana. Además que
según él, ellos cuentan con equipos especiales para el tratamiento, en caso de ser
necesario.
—Prepara las cosas, mañana nos vamos de viaje.
Las palabras de Henry se notaban huecas. Ninguno de los dos notó en la cara del
otro lo que éstas reflejaban, pero en lo más profundo de su ser ambos temían lo peor.
Adriana, hija adoptiva de los esposos Walters desde su más tierna infancia, sabrá
al final de sus días que sus actuales padres no son los verdaderos. Ellos nunca le
hablaron sobre ese tema, lo decidieron así para no hacerla sentir menospreciada ante
nadie. No pensaron nunca que algún día tendrían que llegar a revelar ese secreto.
Cuando se enfrentaron a su enfermedad, descubrieron que la única posibilidad de
curarla estaba sujeta a la aparición de su hermano y no les quedó otra alternativa que
contarle sobre su pasado.
Aunque fue un golpe muy duro, Henry trató de desviar la agresión de su hija a la
de una posible cura, que tenía si se lograba encontrar a su hermano gemelo. Ahora
todo se centraba en su búsqueda. Encontrarlo, representaba una posibilidad para
salvarle la vida.
—Adriana, sabemos cómo te sientes, no hay nada en el mundo que nos importe
más que tú. Tu madre y yo, que-remos sincerarnos contigo. Por muchos años hemos
mantenido un secreto del cual jamás pensamos, tendríamos que hablar.
...Para unos padres no existe nada que los haga sentir con más orgullo que sus
propios hijos. Es ley de la vida; los hijos son algo así como las flores dentro del jardín,
son la parte más bella del mismo, son el color, el contraste y el perfume. Dentro de
nuestro hogar, tú has sido eso y mucho más. Siempre nos has dado motivos
suficientes para enorgullecernos, por tus estudios, en tu actuación en los deportes,
por tu trato hacia nosotros...
—¿Qué sucede papá? ¿Qué quieres decirme con tus palabras? ¿Será que ya se
acerca mi fin?
—No, ni se te ocurra volver a pronunciar eso.
—No te entiendo.
—Si me das un poco más de tiempo, podré explicarme mejor.
—Es que nunca te he visto hablarme tan serio, me asustas. Ven dame un beso, me
hace mucha falta, ahora todo te va a resultar más fácil.
—Tienes razón. Cuando te comencé hablar, dudé pero ahora me doy cuenta que tu
amor al igual que el nuestro se pertenecen por siempre.
—Así es y así será.
—Muchos años pasaron luego de nuestra boda, cada día era una incógnita que nos
mantenía a tu madre y a mí en vilo, preocupados y sumamente amargados.
Desesperados ansiábamos tener hijos. Los médicos hicieron hasta lo imposible, nos
prestamos como conejillos de india a todo tipo de experimentos, nada resultó.
Por largo tiempo y ante la imposibilidad de concebir nuestro propio hijo, decidimos
tomar una niña en adopción; contábamos con la capacidad, los medios además de que
poseíamos el suficiente amor para compartir con alguien especial. Cuando lo hicimos,
tú fuiste la elegida.
Apenas terminada la última palabra, Henry se abrazó fuertemente a Adriana, no
quiso que se sintiera sola ni por un instante, en el abrazo, se intercambiaron besos,
ambos lloraron, inmediatamente Loraine los acompañó e hizo lo mismo.
—Me siento, como si estuviera flotando, mis recuerdos y mi memoria están
fallando, no logro aceptar conscientemente lo que me dices, ¿será que estoy soñando?
¿Papá, estoy soñando? ¡Dime que sí!
—No, hija, es la realidad. Quizás no seamos tus padres biológicos, pero somos tus
verdaderos padres; no creo que exista diferencia entre el amor a un niño adoptivo y
entre uno que no lo es. Que la vida no nos haya dado la oportunidad de procrear hijos,
nada tiene que ver con la necesidad de quererlos ni de sentirlos como propios.
En nuestro caso, los años que estuvimos esperándote nos ayudaron a verter
completamente en ti nuestro cariño, comprensión y sobre todo nuestro amor desde el
momento en que llegaste a nuestro hogar.
—Nunca experimenté otra sensación. Aún, ahora, no puedo entender la diferencia
que pueda existir entre el cariño de un hijo hacia un padre biológico o hacia un padre
adoptivo.
—No te hagas más daño, ni tu ni nosotros lo merecemos. Por favor. Trata de
comprendernos.
—Entender a la vida es algo que en este momento no puedo hacer: por un lado sin
explicación alguna, resulta que padezco de una enfermedad mortal y por otro a mi
edad me encuentro que fui adoptada. ¡Dios, por qué!
—¿Crees que de haberte contado esto años antes, la situación, las cosas pudieran
haber cambiado?, ¿te sintieras mejor?, ¿el amor que por años reinó entre nosotros
hubiera sido diferente?
Nuestro deseo de evitar que tuvieras posibles pesadillas al descubrirte la verdad,
justificaba nuestro silencio. Te amamos desde el primer instante en que llegaste a
nosotros y no importa lo que ocurra, te amaremos igual.
—Dime, y mis padres verdaderos, ¿quiénes son?
—Ellos murieron en un accidente... cuando tú tenías año y medio.
—¿Era hija única?
—No, tienes un hermano tres años mayor que tú.
—¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Cómo se llama?
—Ojala tuviera alguna respuesta para darte.
—No es posible... no puedo creerte, conociéndote como te conozco... sé que con el
poder que siempre has tenido, si hubieras querido, lo hubieras descubierto. No me en-
gañes por favor.
—¿Cómo podría engañarte?, ¿acaso, no sabes que tu salvación depende casi por
completo de que logremos ubicarlo a tiempo y sea el donante de médula que
necesitamos?
—Sí... es verdad. Perdóname, me encuentro tan rara, que no sé qué será de mí.
Parece que la enfermedad está haciendo estragos dentro de mí. Si en algo los he
ofendido, quiero que me perdonen.
—No tenemos que perdonarte nada.
—Dime papá, ¿qué pasó con mi hermano? La pareja que lo adoptó, ¿por qué no me
adoptó a mí también?
—Porque ya te habíamos adoptado.
—Y a él, ¿por qué no lo adoptaron?
—Desde hacía tiempo, habíamos solicitado a una niña en adopción, entre las cosas
que pedimos queríamos que fuera preferiblemente huérfana. Temíamos que con el
tiempo sus verdaderos padres nos la quitaran, y el sólo hecho de pensarlo, nos
atormentaba. Cuando nos llamaron y nos dieron la posibilidad de adoptar a dos a la
vez –en ese momento-, no nos sentimos capaces. La responsabilidad de ser padres
adoptivos era inmensa: no teníamos idea de qué hacer con una criatura, no obstante
poco a poco, nos adaptamos a ti; y unos días después hicimos las diligencias para
adoptar a tu hermano, pero ya se lo habían llevado. Cualquier diligencia que hicimos
fue en vano. Noches enteras pasamos los dos, castigándonos por ese error.
—Ni te imaginas lo que hicimos por encontrarlo. Hablamos con toda la gente que
podía ayudarnos y nada logramos.
—Ahora, ¿qué me va a suceder?
Si no lo encuentran, será mi final.
—Te lo voy a repetir, no quiero que vuelvas a usar más esa palabra. La medicina
ha adelantado a pasos agigantados, conseguir a un donante hoy es fácil, aunque yo
estoy seguro que encontraremos a tu hermano. A partir de mañana, volveré a
solicitarlo por todo el mundo: ofreceré una buena recompensa y contrataré a los
mejores detectives con experiencia. Esto, en aquella época, no se podía hacer por
muchos factores, no queríamos que todo el mundo se enterara de tu situación, ahora
es diferente.
—Quiero que lo encuentren. Ya no tan sólo por el bien que él me pueda hacer,
quiero conocer algo de mi propio pasado, me encantaría que me contara aquello que
recuerde de nuestra niñez y en primer lugar, hay un sueño que toda la vida me ha
acompañado, siempre deseé tener un hermano u otra hermanita y ahora cuando
muchas de mis cosas se pierden, veo como una gran posibilidad reencontrarme con
mi hermano.
¡Por favor papá, encuéntralo!
Y ahí estaba él. Morthy podría ser su salvador. El amor que le había dicho que por
ella sentía, sería suficiente para no darle muchas explicaciones; de aceptarlo, la boda
se realizaría de inmediato y por las pocas semanas de su embarazo ninguno de los
dos hombres descubriría su secreto.
Analizando todo lo que Henry le había dicho telefónicamente sobre el tratamiento
de su hija, Stephanie se dio cuenta que esto lo obligaría a casi radicarse por más de
cuatro meses en Houston. Para ese entonces, ella estaría entrando en el sexto mes de
embarazo. La vergüenza por la que pasaría no la dejaba dormir durante tres noches.
—Morthy ¡Hola! ¿Cómo has estado? Tienes días que no me llamas, ¿ya no te
importo?
—La calumnia más grande que he oído en muchos años y viene de tus labios.
¿Cómo se te ocurre? Te invito esta no-che a que vengas a cenar a mi casa. ¿Me harás
ese honor?
—¿A qué hora?
—Veo que por fin me tomas en serio. No te imaginas la felicidad que me has hecho
sentir.
¿Consideras bien a las ocho?
—No mandes a preparar mucha comida, estoy a dieta, sólo te voy acompañar.
Cuando terminó la cena se sentaron en unas sillas muy confortables que estaban
en la terraza. La vista nocturna de la ciudad de Caracas era un regalo servido como
postre a una noche de categoría. Morthy se había olvidado mencionar que entre sus
haberes se hallaba ese panorama. Su casa estaba construida en la ciudad, sobre una
montaña y a su vez daba la impresión de estar en el corazón de un bosque. Era la
única construcción que existía en esa zona verde, gracias a que fue construida
muchos años antes.
—Serás la primera persona que se adentra en mis secretos. Quiero que entiendas
que no es un documento literario, se trata de la historia de mi familia.
Está historia está contada tan crudamente como sucedió. En una oportunidad
contraté a un escritor profesional y él me secundó para escribirla. No creo que te
vaya a gustar el saber, el conocer los hechos que fueron responsables de lo que le
ocurrió a millones de personas, masacrados por los alemanes y en la que por
desgracia se cuenta la casi totalidad de mis familiares. Pero tampoco quiero que
pienses que tengo secretos para ti, eso sí que no.
Stephanie recibió con mucho afecto la carpeta y comenzó a leerla en voz alta...
Historia de
La Familia Steiner
Polonia, Morthy Steiner nació en el año de 1922. Más tarde, lleno de vida, de
ilusiones, con sueños y sin miedos se enfrentó a la cruda realidad de los nazis. Ellos
lograron hacer que su religión fuera el motivo que se interpusiera o por lo menos
atrasara durante años la posibilidad de seguir manejando los negocios de su familia e
irse garantizando el futuro. Sus padres: Eugen y Bella eran gente trabajadora, poseían
terrenos y los alquilaban a otros durante ciertas épocas. Eran dueños de un establo
muy grande y se dedicaban a la cría de vacas y de ovejas. De una manera artesanal,
trabajaban y negociaban la leche, la mantequilla y al final las pieles. Era un hogar
lleno de energía, la versatilidad del trabajo hizo que Morthy jamás se pudiera aburrir.
La casa donde vivían era amplia, las paredes eran de ladrillos, estos permitían
resguardarse del frío invierno y mantenían durante el verano una temperatura
agradable. La técnica empleada en la construcción es similar a la que aún se utiliza en
muchas ciudades de Europa. La cocina de color blanco puro se cubría con cal cada dos
por tres, se hallaba en la sala; tres cuartos eran utilizados como dormitorios y en las
afueras uno pequeño y en él había un pozo séptico que servía como baño.
Durante las noches de crudo invierno, nadie se atrevía a salir al cuarto de baño, se
utilizaba la bacinilla y en las mañanas su contenido era arrojado al pozo. Las ventanas
eran fijas, no se abrían, su utilidad era la de dejar entrar la luz y el calor del sol. Las
distancias entre una casa y otra en las afueras de la ciudad eran grandes; las calles,
aunque planas y limpias, eran de tierra, sólo que en las épocas de lluvia era preferible
no utilizarlas, era mejor caminar por los bordes ya que el fango hacia resbalar y caer a
muchos de los más atrevidos. Vivir con los animales y ejercitarse en las labores de la
agricultura era, por así decir; el deporte favorito del pueblo. Los jóvenes que se
encontraban en la escuela era muy poco o casi nada lo que intercambiaban o jugaban,
cada uno debía ayudar en los quehaceres del hogar, forzándolos a perder en muy
poco tiempo la niñez y los sueños.
La agricultura permitía cubrir las necesidades perentorias, los lujos no se referían
a las cosas de valor como sí a la inteligencia y a los conocimientos de los más
privilegiados. La diferencia de status entre unos y otros casi no se podía notar: La vida
del pueblo era poseedora de una armonía sin par, la gente colaboraba el uno con el
otro, los favores se hacían con placer, cada quien disfrutaba de igual manera, tanto el
que lo requería como el que lo concedía.
Cuando llegaba la época de cosecha, el pueblo se ornamentaba: los colores, los
distintos aromas provenientes de las frutas llenaban el lugar y se destacaban era
como si la misma naturaleza se encargara de promover sus productos. Desde los más
recónditos lugares se podía decir qué frutas eran las que se estaban vendiendo en el
día.
Su padre era una especie de terrateniente, los campesinos le traían distintas
frutas y hortalizas, él las compraba y más tarde las negociaba. En el pueblo el ritmo
de vida se asemejaba al de una gran industria, un sector se ocupaba de una cosa y el
otro de otra, la monotonía o el aburrimiento no tenían cabida. Al llegar la noche, Su
padre les presentaba cuentas de todas y cada una de las tareas realizadas durante el
día. Lo hacía con la intención de que al transmitir en detalle sus experiencias su hijo
aprendiera y pudiera ser poseedor de las mismas.
Morthy era un chico delgado, cuyo porte denotaba elegancia, era una figura muy
rara en el pueblo, siempre estaba inmaculado: probablemente, su madre se esmeraba
agregándole almidón al lavado de sus ropas, éstas un poco acartonadas, se
mantenían sin arrugas. Él era, por así decir; un joven solitario; lo único que lo movía
era el demostrar a su padre que era capaz. Cuando ponía a volar su imaginación, se
veía visitando a las más famosas capitales del mundo: París, Roma, Londres...
"Me gustaría conocer la idiosincrasia de los franceses, pasearme por sus museos y
admirar las obras de los grandes maestros, ver sus cuadros y sentir a través de ellos
el motivo que les sirvió de inspiración, palpar la moda y deslumbrarme con los
cuerpos femeninos llenos de vida y de colores. Quiero ser el encargado de contar las
extravagancias, disfrutar los diversos platillos y ser parte importante de este mundo
en que vivimos".
Morthy no esperó la llegada de la noche, sabía que tenía ciertos poderes sobre su
madre: una buena palabra, una tierna caricia, un beso espontáneo eran parte de las
herramientas con las que contaba y estaba dispuesto a emplearlas todas.
Por fin, París... noches como nunca antes había conocido, días como jamás hubiera
imaginado. París..., los sueños no habían sido capaces de proyectar la grandeza de la
realidad. Jardines, toda la ciudad era un inmenso jardín, las flores estaban ahí, al
alcance de la mano y nadie osaba tocarlas, la sensación experimentada era como si
se tratara de una propiedad compartida, el parisino y el forastero, unían sus fuerzas y
en conjunto o por separado velaban el cuido y mantenimiento de su ciudad.
Los museos son cual palacios llenos de riquezas, plasmadas en óleos elaborados
siglos atrás, por los más grandes cultores de la belleza de todas las épocas: la
antigua, la griega, la clásica, la naturaleza muerta, la divina y la humana. Miles de
impresionistas impactan mi mente y mi vida, el campo me había dejado escudriñar
dentro de su gama de matices y colores, los museos me demuestran la diferencia que
existe entre unos y otros.
Aprender francés, y lograr compartir la elocuencia, la gracia y el garbo de los
escritores en unos de los idiomas más dulces, llenaba el vacío que representaba el
estar alejado de mis seres queridos.
Pronto volveré, debo convencer a mi familia para que se muden conmigo, vivir en
una capital es vivir, estar en un pueblo es morir estando vivo.
¡Pobre todo aquél que no conozca París! La llaman la ciudad Luz, ¿y de qué otra
manera la podrían llamar? El desarrollo en las artes, los negocios y la ciencia se ve por
doquier, se puede palpar. El mismo peso de los conocimientos penetra a través de los
poros del más inculto de los seres. París es una universidad internacional que no
desfallece demostrando día y noche lo que posee y es.
Dos años después (1941) bajo órdenes alemanas, los húngaros obligaron a los
judíos a dejar sus casas, los evacuaban y tan sólo les permitían llevarse algunas
pertenencias; los ubicaban en un pequeño sector de la ciudad llamado ghetto que
comprendía unas dos cuadras. En esas edificaciones apretujaban a los judíos y para
poder darles cabida, colocaban entre veinte y treinta familias por apartamento. Esta
zona había sido amurallada a todo su alrededor con una pared de unos tres metros de
altura y la única vía de acceso estaba controlada por oficiales húngaros y por un
comandante de la SS.
Llegó el momento de llevarse a la familia de Morthy al ghetto. Él hizo hasta lo
imposible para salvarla; logró que su amigo el alcalde le diera una orden oficial para
exceptuarlos de ese paso, pero el oficial alemán desconoció su valor.
Por meses iba y venía al ghetto, les llevaba comida y compartía con ellos mucho
tiempo. La gran mayoría de las personas pensaban que pronto se normalizaría la
situación, pero las cosas iban de mal en peor. La banda que tenía en el brazo lo
acreditaba como oficial del Ministerio de la Defensa, decía Excepcionado, tenía
diecinueve años y fuera del ghetto se sentía poderoso.
Por su nuevo cargo y el trato con el cuerpo de bomberos y con los hospitales, hizo
una bonita amistad con un veterinario cuya clínica quedaba a espaldas del ghetto,
este médico tuvo las mejores intenciones para con su hermana a la que conocía de
vista. Al enterarse de que serían retirados y lleva-dos a Alemania a campos de
exterminio, le dijo que se quería desposar con ella; para ello tenía un plan casi
perfecto.
—Morthy si tu ayudas a saltar a tu hermana encima de mi techo entre las dos y las
cuatro de la madrugada (hora en la que él sabía no había vigilancia), yo la recogeré y
la protegeré.
Ese día dentro del ghetto, puso a su familia al tanto de los acontecimientos.
—¡Nadie queda vivo! Si no se mueren de hambre, lo hacen de cansancio y
también se habla de cámaras de gas. El futuro es incierto, el presente te ofrece la
vida.
Los argumentos no lograron separar a la hermana de su madre, ella era lo más
importante para todos. Morthy mismo no se convenció que de quedarse hubiera sido
mejor.
Ante la negativa de la hermana, Morthy comenzó a tomar una decisión, recogió
todas las prendas de valor que tenían en la casa. Entre las cosas, tomó doce de las
monedas de oro y las escondió en sus zapatos gracias una costura especial que les
había mandado hacer. En sus pantalones tenía bolsillos secretos en donde guardó otro
tanto de joyas y previendo que algún día regresaría hizo una mochila con las cosas de
mayor tamaño: platería, pulseras, camafeos y otros y en la noche sin que nadie lo
viera las metió en el pozo de agua de la casa.
Cuando años después regresó ya no estaban. Una persona tuvo la misma
ocurrencia y al buscar dentro del pozo seguramente las encontró.
Un alto funcionario alemán le dijo que a los judíos los llevaban a Polonia y ahí ya
no tenían futuro, fue tal su temor que apenas terminó de hablar con él, se dirigió al
ghetto. En los ghettos había un comité comandado por los respetables de la
comunidad, Morthy fue directamente a hablar con dos de ellos y dos mujeres, les
contó lo que sabía, lo que se decía y lo que le habían afirmado. Lo único que logró
despertar en ellos fue rabia e histeria; no querían oír detalles, ni creer nada; le
prohibieron seguir divulgando la noticia. Quizás para no crear pánico.
Ya preparado para un final digno, iba muy a menudo al ghetto con comida, hasta
que llegó el día que deportaron a su familia. ¡Claro que me uní a ellos por mi propia
voluntad! ¡Jamás los dejaría solos!
Méngüele y sus ayudantes personalmente una vez cada tres o cuatro semanas
hacían una revisión en los bloques, en el hospital, tanto en Birkenau como Auschwitz y
a todo aquel que diera la impresión de debilidad, o enfermedad le anotaban su
número y éste sabía que al otro día le tocaba la cámara de gas y más tarde el
crematorio. Lo que se pretendía con esta golpiza, era darle color a la piel, al rostro, de
esa manera, en el momento de la selección, lucirían rojizos, supuestamente bien
alimentados y aparentemente fuertes, que al fin y al cabo era en lo que ellos
escudriñaban. Vi a muchos de los polacos que me acompañaron ser anotados durante
las selecciones.
Sus objetivos se cumplían, sus planes macabros se realizaban, fuimos más de cien
mil los hombres evacuados en Auschwitz y al final de la "marcha de la muerte" de
esos fatídicos diez días de enero, solamente sobrevivimos dos mil trescientas
personas.
Al igual que toda mi familia que eran más de setenta personas, sólo quedamos dos
vivos: mi hermana y yo. La cifra de muertos en comparación con la de sobrevivientes
era impresionante, apenas menos de un tres por ciento logró salvarse. Los alemanes
ganaron la medalla de la crueldad, de la aniquilación, de las masacres programadas a
escala. De haber usado tanto esfuerzo para crear en vez de destruir, hubieran llegado
a dominar el mundo actual. Su locura fue su desgracia.
Pasamos tres meses en Dachau. Veníamos de una caminata de tres días con sus
noches, nos mandaron a Scharnitz en Austria para que nos asesinaran los austriacos,
fue exactamente el día veintiocho de abril de 1945, al otro día nos devolvieron a
Alemania, ellos no quisieron seguir matan-do judíos cuando ya veían venir el fin de la
guerra. Cuidaban sus espaldas a último momento y sin importarles la reacción de los
alemanes, devolvieron el convoy completo, esta vez no fue en vagones de animales,
fue en tren de pasajeros.
Por primera vez en mi vida somos atendidos por la Cruz Roja. No chequearon
nuestra salud, no nos aplicaron vacuna alguna, no intercambiaron palabras con
nosotros, sólo debían dejar constancia de su buena fe, lo único que los movía era
asomar al mundo de que su conciencia estaba limpia y que sí habíamos sido
alimentados, nos dieron a cada uno de los ocho mil pasajeros, un paquete que
contenía: sardinas, una barra de chocolate, un pan y unas galletas, pero no un
consuelo.
La atención de la Cruz Roja en su momento no llenó ningún tipo de aspiraciones,
cumplieron con un trabajo, más no con un deber, nos trataron como a objetos, no
como a personas, nos dieron comida para un par de días, pero nuestro futuro sólo
alcanzó a uno. Nuestras vidas estuvieron en sus manos y no la supieron cuidar, no se
ocuparon de salvarnos, muchos amigos fueron asesinados apenas un día después.
Estoy plenamente seguro que de haber intercedido en ese momento por nosotros,
ocho mil personas se hubieran salvado y sus generaciones de por vida sabrían
agradecer su labor.
El 27de abril, nos llevaron a una plaza en Dachau, Bom-bardeaban la plaza sin
parar, cientos de aviones libertado-res lanzaban sus bombas. Estos tenían cuatro
motores gran-des y habían venido a salvarnos. Las defensas antiaéreas de los
alemanes tumbaron docenas y docenas de aviones libertadores, ante tal espectáculo,
pedía porque uno de ellos en su caída cayera sobre mí y acabara mi pesadilla. Mi
mente, mi psiquis, mi alma y mi cuerpo no soportaban más.
Entrada la noche fue cuando nos montaron en el tren. No habíamos arrancado y
tuvieron que cambiar la locomotora. Esta, había sido destruida completamente
minutos antes. Al reparar la vía, los alemanes hicieron el cambio de la locomotora y
de los vagones delanteros, en ese momento fue cuando entró la Cruz Roja, no
sabíamos qué estaba pasando. Las bombas no cesaban de caer, el tren comenzó su
marcha, por fin llegamos a Alemania. Ante aquel drama, con una inseguridad total,
me asomé por la ventanilla y logré ver alemanes de la SS, estos nos gritaban desde
afuera, desde el andén que éramos libres, que podíamos salir, que bajáramos.
Muchos logramos bajar y andar hacia el campo, la debilidad no nos permitía
correr, pero por escasos momentos me sentí libre, fue el instante en que pensé en la
Cruz Roja, creí haberme equivocado al juzgarlos, juraba que habían intercedido por
nosotros y habían logrado liberarnos, pero no, la alegría de un desamparado dura
menos que el reflejo de un rayo. Pocos minutos pasaron cuando otros oficiales de la
SS, pusieron presos a los primeros y comenzó nuestro fin, nos cercaron y a las cinco
de la madrugada nos tenían completamente rodeados.
Con el control total de la situación, estando los ocho mil ya cercados, nos llevaron
montaña arriba, mucha gente no podía subir, se quedaron en medio de la nada,
parados, oíamos nuevamente tiros, sabíamos que estaban fusilando a los que no
tenían fuerzas para continuar.
De nuevo en un descuido logré escaparme, debo reconocer que el chocolate y las
galletas que nos dio la Cruz Roja me devolvieron mis energías, a lo lejos vi una
pequeña granja y corrí hasta llegar a ella, encontré paja y me cubrí. El calor que
inmediatamente me produjo con todo y el frío de la tormenta de esa noche y del
mismo miedo que tenía no me es posible describirlo, pero era una sensación que sólo
al recordarla aún hoy me reconforta.
Por un largo rato me quedé dormido, oía a los alemanes desde lejos amenazando
que bajáramos o de lo contrario nos matarían, me negaba a sucumbir de nuevo,
pensé en esperarlos y recibir una bala, estaba decidido a no entregarme, sabía que al
hacerlo, no tendría esperanzas, me asomé por una de las ventanas y lo que vi era
macabro: los alemanes vaciaban toda su rabia sobre los nuestros, los estaban
matando como a moscas.
Lo que verdaderamente me asustó e hizo entregarme fue el ver cómo otra granja
cercana a la mía era incendiada, sin ningún tipo de misericordia quemaron vivos a
varios judíos; no estaba dispuesto a morir así, me entregué. Puestos prisioneros, nos
montaron en un tren, esta vez era de los conocidos, ya no era de pasajeros, era el de
transportar animales.
De nuevo hacia Alemania, eran las dos de la tarde cuan-do estando cerca a
Garmisch-Paterkirchen, próximo a Munich, el tren se detuvo. Nos ordenaron bajar
cerca de la carretera. La vista panorámica la tengo grabada::a un lado la vía del tren,
al fondo las montañas, delante, la carretera, luego el terraplén en donde nos
mandaron a sentar y a nuestras espaldas, un río caudaloso.
Momentos después llegó un automóvil, una joven mujer se bajó y se dirigió al jefe
de la SS, gesticuló, la vi defender algún punto con vehemencia, dio unos pasos hacia
atrás, giró. Volvió, ya no a hablar, la noté suplicando, comenzó a llorar, con una mano
cogió la chaqueta del militar, éste seguía impávido, fueron diez o quince minutos que
la mujer solicitaba algo que no le fue concedido. Regresó disgustada por no haber
cumplido con su misión a su automóvil y se marchó. Todo esto me dio qué pensar.
El sitio en que estábamos daba la apariencia de ser un lugar de descanso de la
carretera, su forma era un semicírculo, me encontraba sentado por así decir casi en la
mitad del lugar a mi lado estaba mi mejor amigo, mi hermano de campo Moishe
Willinger y otro buen amigo de él, les digo: "no me gusta lo que está pasando, recojan
las piedras que hay en el suelo, pónganlas alrededor del cuerpo, protéjanse la cabeza
y usen el plato de la comida para taparse la cara". Preocupado por la discusión
anterior les hice tomar las precauciones a tiempo. Varios alemanes nos estaban
rodeando con ametralladoras, se colocaron a nuestras espaldas con vista al tren, ellos
eran doce o quince, intuía lo que se proponían hacer.
Apenas pasan dos o tres minutos cuando nos gritan en alemán: ¡de pie! Unos
segundos demoran en levantarse cuando les digo a mis dos amigos que se acuesten,
los alemanes con una señal previa comienzan a disparar sus ráfagas. Escucho los
gritos, los gemidos e inmediatamente quedó cubierto por varios cuerpos ya muertos.
Siento que la sangre me corre por la cara, no siento dolor, lo único que me molesta es
el peso de encima, oigo nuevos disparos, los alemanes están rematando a los
sobrevivientes.
Debo aguantar al máximo, me preocupan mis dos amigos, no sé de su suerte, pero
mi instinto de conservación me ayuda a no cometer error alguno, debo parecer
muerto o de lo contrario seré otro muerto más.
Transcurre más de una hora, seguimos inmóviles, dudaba en si podría moverme o
no, fue tanto el tiempo que permanecí inmóvil que no sabía si mis músculos
obedecerían mis órdenes. Cuando me sentí seguro, cuando creí que había pasado el
peligro, comencé a murmurar el nombre de mis amigos, no recibí respuesta, me
asusté, me volví a sentir solo en este mundo, pensé y pregunté: ¿por qué a mí Dios
mío? Primero perdí a mi padre y quedé sólo, luego me quitaron a mi madre, a mi
querido hermanito, a mi abuela, a mis tíos y primos, quizás a mi hermana, luego a
Sruli y Smuli y ahora a mis dos soportes, mis dos apoyos, mis únicos amigos. Me
rehusé a vivir. Pasaron unos minutos más, ¿cuántos? Nunca lo supe. Luego...
—¡Morthy!
¡Morthy!
¿Me oyes?
La sangre comenzó a correr por mis venas como nunca lo había hecho, mis
pulmones se oxigenaban a un ritmo vertiginoso, mi cerebro comenzaba a enviar a
cada parte de mi cuerpo las señales necesarias para su pronta recuperación, de nuevo
sentí el deseo de vivir. Acto seguido contesté: y ustedes ¿cómo están? Estamos bien,
ambos se habían salvado, nos levantamos y al ver tal masacre sentimos que
habíamos nacido en ese instante.
Muchos inocentes, murieron innecesariamente. ¡Si la Cruz Roja nos hubiera
atendido, si nos hubieran puesto en cuarentena, si la maquinaria pacifista del mundo
se hubiera puesto a andar, si los aliados hubieran destruido las vías del ferrocarril, si
un sólo valiente hubiera acabado a tiempo con la vida del malvado Hitler, si tan sólo
Dios se hubiera apiadado de todos nosotros, en ese supuesto caso en vez de tres
sobrevivientes seríamos ocho mil!
Llegó la noche y por la carretera venían muchos carros blindados alemanes, no
paraban de pasar. Luego supe que iban de retirada, estuvimos esperando a que
pasara el último, pero no fue posible, no había ningún último, el hambre y la sed nos
estaban matando, debíamos hacer algo y pronto, no sabíamos qué vía seguir, mis
amigos decían que debíamos ir al lugar de donde venían los carros militares, yo los
convencí de ir en la misma dirección que ellos llevaban, eran entre las cinco y las seis
de la madrugada del día veintinueve, fuimos bordeando el río.
No muy lejos pudimos ver una de esas típicas casas alemanas, ésta era de dos
plantas, cuando estuvimos cerca le pedí a una señora que estaba asomada por la
ventana que nos diera de beber algo caliente; que estábamos sedientos. No le
importó cuánto rogamos, cerró su ventana y se olvidó de nosotros, en ese momento
teníamos tres días sin probar comida ni bebida. Solamente algo caliente se puede
ingerir en un estómago por varios días hambriento, si no, las convulsiones pueden ser
muy peligrosas.
Nuestras fuerzas nos traicionaban, entre los tres nos dábamos ánimos. Pasamos
frente a varias casas sin detenernos, nos dio miedo seguir tocando en las otras por
temor a que nos denunciaran y al llegar al otro extremo casi al final de la ciudad, nos
metimos en una granja donde habían tres hermosas cabras, Moishe con mucho
cuidado tomó un balde y se puso a ordeñar a una de ellas. Sin imaginárnoslo siquiera
comenzamos a tomar leche caliente recién ordeñada, cada gota era una inyección de
vigor, nos emborrachamos con ella y nos quedamos dormidos en la parte alta del
pajar.
Durante el día treinta en la noche de este a oeste recibimos un bombardeo de
artillería muy grande. Lo disfruté al máximo, sabía que alguien disparaba contra
nuestros enemigos los alemanes, al parar la artillería nos preocupamos de nuevo, no
sabíamos qué iba a pasar.
El día treinta y uno a las dos de la madrugada empezaron a escucharse motores
de jeeps, oíamos murmullos, se podía decir que eran extranjeros, pero no teníamos
idea de quiénes podrían ser, nuestras mentes no soportaban más intrigas, en acuerdo
los tres decidimos entregarnos, saqué un suéter por la ventana en señal internacional
de rendición; no había terminado de mostrarlo cuando del techo varios hombres
armados saltaron y apuntándonos con sus armas nos gritaron: ¡Hands Up!
Yo les contesté:
–Monsiere somos prisioneros de guerra.
Los oigo hablar en inglés, el miedo que tenía era tal que me oriné en los
pantalones, a uno de ellos, lo vi coger su cantimplora y acercándomela, me dijo:
—Nishkein Moire.
¡Nada más y nada menos que en el idioma de mi madre, en idish! Me dijo que no
tuviéramos miedo.
—¡Soy judío de Brooklyn!
No sabíamos dónde quedaba pero inmediatamente supimos que para nosotros, la
guerra y el temor había terminado. Ellos eran nuestros héroes y a su vez nosotros los
suyos. Cuando nos sentimos libres, los tres sentíamos odio, mucho odio: a la que nos
negó el agua caliente, a los alemanes, a los polacos, a los nazis y a todo el mundo, por
su complicidad silenciosa.
En manos de los alemanes habíamos perdido mucho: nuestra libertad, los
sentimientos, la fe, la confianza, la memoria; la pérdida del gusto, de lo dulce, de lo
salado, el senti-do de orientación, la destreza, la salud y lo más importante, a nuestra
familia, a nuestro pueblo. Nuestro paisano de Brooklyn junto con su amigos, nos
dieron una barra de chocolate a cada uno y unas pastillas antidiarreica, nos pusieron
en un lugar seguro y la lucha continuó.
El día treinta y uno de abril en la noche cayó una tormenta muy grande, los
americanos nos guarnecieron en la casa más grande, era la sede de la Alcaldía, en el
primer piso estaban las camas y ahí nos fuimos a dormir, preguntamos la hora, eran
las nueve de la noche; a las once no podíamos dormir, a las dos de la madrugada
tampoco, me puse a pensar y me di cuenta que nuestros cuerpos no estaban
acostumbrados hacerlo en camas acolchadas, propuse acostarnos en el suelo y a los
pocos minutos dormíamos.
—Stephanie, ¿quieres que te siga leyendo? Te veo llorar y me parte el alma ¿No
crees que ya es suficiente?
—Por favor sigue tú, sigue por favor.
—¿Te haces una idea de lo que pasó? ¿Lo concibes?
—No te detengas, quiero saber ¿que te sucedió? Había escuchado algo, nada
parecido a lo que me estás contando, esto deberías publicarlo. Por favor continúa.
—En nuestra liberación, ahí estábamos los tres, escondidos en esa choza,
temerosos, asustados, tanto, que creíamos a los nazis responsables de los tiros y los
suponíamos cerca de nosotros. ¡Imagínate cómo estábamos! Sin haber asimilado de
un todo la masacre del día anterior.
Con apenas un día de diferencia, los ciudadanos alemanes no nos agredían, no nos
pateaban ni nos trataban como si fuéramos perros, todo lo contrario, entramos en un
éxtasis insospechado, los americanos nos trataban como héroes como si fuéramos sus
propios hijos, su familia.
Los americanos como ya les dije, nos llevaron a la casa mas grande y bonita del
pueblo, era la sede de la Alcaldía. Curioseamos por doquier, encontramos que había
todo tipo de comida, jamones, panes, azúcar en sacos, sal, harina y muchas cosas
más. Abrimos las puertas y en un desprendimiento de algo ansiado y soñado por años,
los tres judíos hambrientos repartimos entre las mujeres del pueblo toda la comida.
Estas, en señal de agradecimiento, se ofrecieron a cocinar lo que deseáramos. Yo pedí
una sopa de gallina, mi amigo pidió un Schulen, (adafina, comida sabática) él les
explicó cómo se hacia y qué contenía.
Era el día primero de mayo del año 1945, era viernes queríamos celebrar un
Shabat (día séptimo de la semana, día de descanso), le pedí a mi amigo que no
comiera el Schulen, que era demasiado pesado para nuestros cuerpos tan débiles, su
deseo fue más fuerte que mi lógica, mi amigo Moishe Willinger disfrutó por última vez
en su vida de su plato preferido, pero después, ya no despertó.
Mi dolor, mi tristeza y mi pena eran muy grandes, no me conformaba con llorar; fui
a la primera casa en la que nos habían negado un poco de agua caliente a vengarme,
con intenciones de matar. No perdonaba el que una cosa de tan poco valor y tan
importante para nosotros nos hubiera sido negada. Hice bajar a la mujer y a sus tres
hijos, con un bastón que portaba la amedrenté, comenzó a llorar, se hizo pipí y eso,
me despertó de mi gran pesadilla, me di cuenta de la locura que estuve a punto de
cometer, me sentí tan sucio como esos malditos nazis, no lo podía creer, le pedí
perdón y luego me marché.
—Cuando llegué a este país, encontré muchos brazos abiertos, su gente recibía al
extranjero con cariño...
Stephanie no lo dejó terminar de hablar, se levantó y con mucho afecto le tendió
sus brazos y lo abrazó.
—Jamás me hubiera imaginado el sufrimiento de toda esa gente durante la II
Guerra Mundial. ¡Pobrecitos! ¡Cuán inhumanos podemos ser los humanos!
Morthy sintió en el abrazo cómo sus pechos lo apretaron. Para él, hombre de pocas
faldas, ella era su futuro, la tenía entre sus manos y no pensaba dejarla ir. Primero le
acarició la espalda.
Ella vibraba de pasión, la historia que antes habían leído la dejó completamente
desarmada, a esa altura de la noche no tenía ni fuerzas, ni ganas de defenderse. Su
in-consciente también sirvió de cómplice, éste la ayudaba a no dar muestra alguna de
disgusto.
Morthy comenzó a besarla acaloradamente. El frío de la noche dejó de estar
presente, el fuego y la pasión que brotaba de ambos los obligaba a estrechar sus
cuerpos estremeciéndolos más y más.
Haberle contado a su querida hija que ella era adoptada, fue uno de los momentos
más tristes de su vida. Pero ahora, lo que ocupaba la mente de Henry era buscar al
hermano que durante más de un año, lo hizo por algunos países donde posiblemente
estaba radicada su familia adoptiva. La suerte no lo acompañó, no pudo dar con su
paradero.
Henry no quería decirle, que su madre era la culpable de no haberlos adoptado
juntos. Aunque sentía temor de no poder encontrar al hermano, no se lo quiso
transmitir, la abrazó y besándola con mucha ternura le comenzó a hablar.
—¡Hija, no te preocupes, agotaré toda mi fortuna si es preciso, pero vamos a
encontrar a tu hermano, pronto lo conocerás, te lo prometo!
Se quedó un rato en la habitación y en cuanto pudo salió sigilosamente. En su
mente una sola idea tenía cabida: encontrar al hermano a como diera lugar, de lo
contrario... no quería ni pensar lo que podría suceder.
Cada uno de los amigos fue llamado telefónicamente por Henry para que lo
ayudaran en la búsqueda. Se conversó con los medios de comunicación en Caracas
para pro-mover la historia de estos dos hermanos que habían sido separados de niños;
y el encontrar a uno de ellos implica la salvación del otro.
La situación requería: suerte, paciencia y mucho dinero. Se contrataron a
varios detectives en los distintos y posibles países en los que el hermano pudiera
estar viviendo.
Pasaron las semanas, sus pensamientos iban y venían, sus deseos por Stephanie
siempre permanecieron vivos. En su mundo espiritual estaba consciente que la
volvería a ver en otra vida, pero en su mundo, en su realidad, la había enterrado. De
hecho, durante el tiempo que vivió, jamás le volvió hablar.
El estado de su hija no había sufrido cambio alguno, los esfuerzos por encontrar al
hermano no daban resultados y el tratamiento requería de varios meses de atención y
de cuidados, sin tomar en cuenta que Henry, quería alejarse de sus recuerdos, de su
dolor, de...
El poder es de aquél que lo sustenta y también del que lo impone. Por ser
extranjero F. Orlas, no puede incursionar directamente a esos cargos
gubernamentales que le podrían ser útiles a sus deseos. Pero gracias a su
infraestructura, comienza a mover a sus peones: el juego ha comenzado y el
desarrollo de las jugadas lo obliga a ganar.
Como nuevo banquero emplea las mismas prácticas que ya le han servido. De
nuevo: comisiones, corrupción, etc... Utilizan los medios y a toda la gente dispuesta,
logra que varios ministerios abran cuentas en su banco. La cartera de clientes
gubernamentales y la gran masa de dinero y de servicios que ya posee, le permite en
corto plazo abrir más de setenta sucursales en todo el país. La quiebra y luego la
subasta de dos bancos por parte del estado es bien aprovechada para adquirirlos. Por
sus amistades políticas, en ese momento, fue el único postor. Se vislumbra el gran
empujón que lo arrima hacia el primer montículo, aspirado por él.
Un hombre dispuesto a todo, sin escrúpulos, sin pasa-do ni gloria; sin raíces como
para sentirse comprometido y con la fuente de dinero que comienza a manejar, ve
que los grandes negocios están a su alcance y que no requieren riesgo alguno de su
parte. Gracias a los inversionistas ávidos de fáciles ganancias, logró captar muchas
inversiones. Saboreando este nuevo negocio, decide pagar varios puntos más de
intereses que otros bancos. Miles de nuevas cuentas llenan las arcas del banco.
Otros banqueros seguían de cerca los pasos de Fidel Orlas; pero por falta de
lugares en los cuales reinvertir, no entraron en la competencia de captar fondos.
Pasados unos meses, la Superintendencia de Bancos le exige a éste explicar cómo y a
dónde van a parar las inversiones de los cuentacorrentistas. Se destapa la olla, se
descubre que estuvo comprando acciones del Banco de Venezuela, éstas, que
comenzaron a cotizarse cerca de los novecientos bolívares estaban por encima de los
dos mil. Primer round, logra ganar por K.O. técnico. Los agoreros del desastre, con las
tablas en la cabeza tuvieron que reconocer que las in-versiones que este hombre
había realizado, estaban garantizadas con más del doscientos por ciento de su valor.
Henry es uno de los muchos inversionistas que pasa a colocar sus disponibilidades.
Viendo los resultados que este banquero, de procedencia cubana está obteniendo, lo
emula y ordena a sus corredores en la bolsa de valores para que le compren acciones
de distintos bancos. El motivo de fondo que lo movía era el querer atender a tiempo
completo a su hija.
En el Perú, el gobierno había estatizado la mayoría de las grandes empresas, las
de Henry no se habían salvado. Aunque recibió bonos del gobierno pagaderos a veinte
años, él sabía que eso y nada era lo mismo.
—Loraine, ¿qué hay de nuevo? ¿Los médicos creen que tenemos posibilidades o
no?
—Ellos insisten en que debemos encontrar a su hermano. Me he estado volviendo
loca, ya no sé qué hacer. ¿Has tenido alguna noticia de él?
—¡Ojala!
—¡Pareciera que Dios nos está castigando por tu adulterio!
—¡No me vengas con esas! La única culpable has sido tú. Si me hubieras hecho
caso nada de esto estuviera sucediendo. Desde el principio te pedí, te rogué que los
adoptáramos a ambos; pero no diste tu brazo a torcer. ¡Ahora no puedo ni quiero
aceptar que me culpes, eso además de una cobardía es una injusticia de tu parte!
—¡Palabras!, sólo palabras ¿Acaso, tú te lo has creído? ¿De cuándo acá se ha
hecho lo que yo quería; la decisión final fue tuya, solamente tuya. Tus temores, tu
indecisión no te permitieron hacerlo y ahora para salvar tu conciencia quieres
achacarme tu culpa?
—¡Vete para el infierno!
—¡Para allá, te irás tú! Regrésate de una buena vez con tu amante, ella te
necesita más que nosotras.
—Por lo menos ella me atiende con más cariño, es toda una mujer. Sabe cómo
tratar a un hombre, qué darle y qué exigirle. De ella deberías aprender.
—Tienes mucha razón, voy a tratar de aprender. Des-de ahora quiero que sepas
que no me interesas en lo más mínimo. Háblate con tus abogados y diles que
preparen los papeles de divorcio. Espero que cuando llegue el momento de dividir
nuestro bienes, no me sigas robando como hasta la fecha lo has venido haciendo.
—Jamás he robado a nadie en mi vida y menos a ti. No te permito que lo vuelvas a
decir.
—Te das cuenta que hasta tú te crees tus mentiras.
—No sé de qué me hablas, ¿cuáles mentiras?
—Mira Henry, llevas conviviendo con ella más de diez años. Cuando empezaste,
era una mujer sin posición y mírala ahora, es una de las más ricas de Caracas.
¿Acaso crees que estoy ciega? Todo lo que ella tiene me lo has quitado a mí. Y te
pregunto: ¿no crees que eso es un robo?
Un sentimiento de culpa se apoderó de Henry. Las palabras que había escuchado
por primera vez de su esposa unos momentos antes, penetraron en su conciencia de
forma punzante. No lo había pensado, pero se daba cuenta que era verdad, él sin
querer había usado el dinero de los dos para de distintas maneras dárselo a
Stephanie.
Henry llamó a sus contadores y les pidió un balance actualizado de sus haberes.
Los trámites del divorcio habían comenzado, era una carrera que él no detendría.
Se dio cuenta que sin querer se había mudado a una de las habitaciones del hotel
en el que conoció a Stephanie. El buscaba en el pasado recuerdos gratos, momentos
amenos, pero se encontraba en un laberinto infranqueable que a cada instante
mostraba nuevas trabas, nuevas barreras. Esa seguridad y ese aplomo que durante
años le habían acompañado; en esta oportunidad lo abandonaron sin dejar huella ni
rastro que seguir o imitar. Una oscuridad opacaba ya no sólo a su futuro ni a su
presente, sino que ennegrecía hasta su pasado.
Era el mes de enero, el boom de los banqueros hizo explosión, Fidel Orlas se había
fugado del país llevándose cientos de miles de millones de bolívares. Otros siete
banqueros lo copiaron. Aquellos bancos que se promocionaban como serios y
responsables estaban en bancarrota.
Aprovechando la libre convertibilidad de la moneda, los banqueros defraudaron de
diferentes maneras a los ahorristas: constituían distintas empresas a nombre de
familiares o de testaferros y les otorgaban créditos millonarios sin ningún tipo de
garantía, logrado este primer paso, construían edificios, los vendían, pero no le
pagaban las deudas a sus bancos. Lo que hacían era exportar capitales y beneficios.
Los más osados abrieron sucursales en otros países. Recibían depósitos que
supuestamente estaban garantizados en moneda extranjera, eran sólo argucias para
esquilmar a incautos. Los nuevos ladrones de cuello blanco apoyados por la misma
avaricia humana, no solamente saquearon fondos públicos y privados,
desestabilizaron la economía, obligaron a la nación a responsabilizarse ante los
millones de pequeños ahorristas, además de absorber las pérdidas que por ayudas
financieras ya les habían otorgado. Este detalle es el más importante de los métodos
que emplearon para poder llegar a los montos estafados.
Con la excusa de una falta de liquidez, los bancos demostraban con sus balances
adulterados que sus carteras de clientes eran sanas, redescontaban con el Banco
Central parte de sus créditos y con papeles falsos o sin los debidos respaldos recibían
a cambio dinero fresco. Nada de esto pudo ser posible sin la anuencia y la complicidad
de gente muy importante tanto en los medios económicos como políticos.
Para poder hacerse una idea del daño que este pequeño grupo de saqueadores le
infringió al país, puede compararse con la debacle en los años treinta y la caída de la
bolsa en New York. En proporción, ésta superó tres veces a la ocurrida sesenta años
atrás.
La gran diferencia entre aquella oportunidad y ésta se establece por varios
factores: en los Estados Unidos una depresión real fue la causante del caso
económico, en Venezuela un puñado de inescrupulosos banqueros forza-ron la
quiebra. En el norte, se obligó a toda la población a un sacrificio extremo; en
Venezuela, fue necesario devaluar la moneda en más de un cien por ciento; hacer uso
de las reservas operativas, de atrasar los pagos de la deuda pública, de anular los
intereses que la banca le debía a los cuentacorrentistas, de cancelar distintas obras a
nivel nacional para poder cubrir los déficit y casi se puede decir que se tuvo que
aplicar una economía de "guerra".
Todo esto llevó a que las acciones de los bancos que habían llegado a valer hasta
nueve veces su valor, de la noche a la mañana ya nada valían.
Las leyes bancarias mal enfocadas y entre cuyos artículos legales estaban los que
les servían de amparo a los accionistas, ayudó a que los nuevos ladrones del siglo, los
de cuello blanco, los banqueros corruptos, se llevaran el dinero de los ahorristas,
exilándose en otros países donde ahora son respetados por sus inmensos capitales.
Contaba con cuarenta y cinco años de edad, tenía que decidir qué hacer con su
vida: echarse a morir o comenzar a vivir. Ya estaba enterada de lo sucedido en
Caracas. No quiso estar presente durante el sepelio de Henry, aunque le dedicó su
llanto unos minutos aquella noche. Lo lloró como se hace por algo querido, pero de
igual manera que se tratara de algún animalito muerto.
Grande fue el sufrimiento durante los diez años de infidelidad de Henry; y, al final
el dolor y la tristeza durante los últimos días de la agonía de su hija. Mirar hacia atrás,
representaba revivir muchos sinsabores, ver hacia delante, era tratar de imaginar un
futuro diferente. Pasado y futuro eran duros. No volvería a ser la misma de antes,
estaba clara que su comportamiento y visión de la vida cambiaría, pero existía a la
vez temor..., mucho temor.
De aquella niña nacida en el interior del país, educada dentro de los cánones
religiosos de la época, sumisa a un esposo independiente e intransigente, estando casi
siempre acompañada sólo de su muy querida hija y ahora que se habían marchado
para siempre... no quedaba nada, estaba sola... muy sola.
Comenzó a frecuentar los desfiles de moda, primero sola, más tarde se dejó ver
acompañada. La élite de la sociedad Neoyorquina, poco a poco la recibía como propia.
Su educación y modales, eran motivos suficientes como para ejercer envidia, muchas
mujeres, la imitaban en sus peinados, en su forma de vestir y hasta en otras mujeres,
se lograba detallar su estilo.
conoció a Ralph Willianson, éste era magnate petrolero. Vivió un tórrido romance que
los llevó a convivir, hasta que él le pidió matrimonio. El haber aceptado romper con su
esquema religioso, le demostraba su madurez, esta vez ello no sería motivo para que
Esa noche Nathalie sintió que estaba dando los pasos necesarios para cumplir con
sus sueños. Morthy tratando de agradecer una confortable compañía, le hizo un
obsequio, era un poco caro, pero lo que verdaderamente éste trataba de insinuar, era
un simple reconocimiento y nada más.
El mensaje recibido por parte de Nathalie había sido completamente diferente.
Muchos deseos además de las ganas de convertirse en una mujer poderosa, no le
permitían ver la realidad de los hechos.
Cuando al llegar ese lunes, se enteró del matrimonio de Morthy con Stephanie, no
lo pudo creer. Era algo inaudito, ella conocía perfectamente bien la relación de ésta
con Henry, en varias ocasiones tuvo personalmente la oportunidad de recibirlos a
ambos en la oficina de Morthy, sabía que se amaban, que eran una pareja envidiable,
no..., no era posible. Seguramente entre los empleados le estaban jugando una
broma, pero de ser una broma, ellos sabían que ella no se los perdonaría. Sería
posible que la gente arriesgara su puesto de trabajo burlándose de su futura jefa, no
tenía sentido ni lo uno ni lo otro.
Ya no pudo esperar más, Nathalie toda angustiada llamó a la casa de Stephanie.
—¡Buenos días! Por favor con la señora Stephanie.
—¿Quién le va a hablar?
Un aire de consuelo le inundó su pecho. La respuesta sonaba cual si la señora se
encontrara en casa.
—Dígale que es la secretaria privada del señor Steiner.
—¡Ah! Entonces a usted sí se lo puedo decir.
—¿De qué se trata?
—Mi patrona con el suyo se casaron el pasado fin de semana. Ambos salieron de
viaje y no quisieron decirnos ni a dónde iban, ni cuándo regresarían.
Todo era verdad. Ahora, ¿ que va a ser de mí, mis sueños, mi vida, mi futuro? ¡No logro
explicarme cómo sucedió! Ella tenía con Henry un compromiso tal, como el generado por un
matrimonio. Aparte de todo ambos se amaban. Debo estar en medio de una pesadilla, no es
posible.
Nunca la vi mirándolo con deseo, jamás que yo haya sabido él se ocupó de ella. Bueno sí
hubo uno que otro ramo de flores que se le mandó a su casa, pero recuerdo que las tarjetas,
Morthy me las dictaba a mí y en ninguna de ellas le expresaba algún sentimiento. Más bien
eran diversas felicitaciones, pero todas eran para la pareja, ninguna de las veces fue para
ella por separado.
Todo esto es muy extraño, algo anda mal, llamaré a Henry, debe saber qué ocurre, él
cambiará los hechos.
—Sí, es verdad, en cuanto tengamos noticias aquí en la oficina, los llamaré y los
tendré al tanto.
Por cierto, ¿sabrá usted por casualidad dónde puedo encontrar al señor Henry
Walters?
—Está en Houston, se fue la semana pasada de emergencia, su hija Adriana tiene
una mala enfermedad y por lo que sabemos, es el único lugar donde la pueden curar.
—Ya entiendo, ok. Estaremos en contacto. Buenos días.
—Que usted tenga muy buenos días, también.
Nathalie había perdido una pieza del rompecabezas, y estaba dispuesta a
encontrarla. Lo primero que se le ocurrió fue buscar en el archivo la carpeta de la
floristería..., floristería “El Buen Regalo”. Cada factura estaba firmada como recibida
por ella, en ningún momento Morthy le había enviado un ramo de flores sin su
conocimiento. Con una irritación indescriptible, pero consciente de que debería
demostrar gran aplomo, llamó al contador.
La elección había sido del todo acertada. En el caso de ella, simplemente volcó el
fuego y la pasión que con Henry le había brotado. En momentos, se presentaba en su
mente la duda: ¿le diré de mi estado? Pero inmediatamente su decisión anterior se
mantenía firme, era su más grande secreto y al no habérselo contado en un principio,
ahora le podría costar el matrimonio; por todo eso y más, ella esta-ba obligada a
mantenerlo oculto, hasta que ya fuera imposible.
—Stephanie, han pasado dos semanas desde que nos casamos, creo que te lo he
dejado saber, pero no me siento satisfecho, hay algo en mi corazón que me dice que
no he sido lo suficientemente justo contigo.
—¿Qué pasa Morthy?
¿Qué cosa te está preocupando? ¿Será que no te estoy haciendo tan feliz como tu
creías?
—No es infelicidad, no me puedo quejar, me siento más joven que nunca y nadie
me ha hecho sentir así.
Por el poco tiempo que tuvimos hay cosas que no te conté. Quiero que sepas que
no las escondí, simplemente algunas se me pasaron por alto, otras, no son de gran
valor y para no perderte, honestamente hay otras que obvié. Estas últimas me
preocupan, no quiero que los días sigan pasando y que te enteres por boca de otros.
—No me asustes, ¿acaso son tan graves?
—La gravedad de las cosas las hacemos los humanos. Me refería a pequeños
espacios de mi vida que para mí fueron importantes y que aún y así, no te los conté.
Hace muchos años cuando apenas comenzaba a establecerme en este país, conocí
a una mujer con la que me casé porque supuestamente había quedado embarazada
por mí. Por varios rumores y gracias a unos amigos, pedí que nos hiciéramos unos
exámenes para descartar cualquier duda.
Era tal la solemnidad con la que él se expresaba, que tuvo que contener sus
deseos. En ese instante ella se que-ría morir. Una vergüenza sin igual le penetró en
todo su cuerpo. Pero por su mismo malestar no intervino, su silencio le sirvió de
cómplice.
¿Cuánto tiempo más debo esperar para decirle la verdad?... ¿me repudiará? ... Todo se acabó.
Rodrigo Tejeros
Cuando se habla de ambición, se refiere al deseo ardiente de concretar a como dé
lugar, ciertos logros. Al hacerlo de Rodrigo Tejeros, podríamos utilizar la misma
definición. Es un hombre sumamente rico pero inconforme, viudo y anhelado por
muchas mujeres alrededor del mundo. Quien siendo poseedor de una de las fortunas
más importantes del país mantiene la misma ambición, sin tomar en cuenta que se
mueve y vive con la angustia de sus comienzos, hace más de treinta años. Hablar de
él de un modo singular, sería resumir diciendo que es la mejor representación de la
codicia personificada.
Rodrigo Tejeros posee todo un imperio: canales de tele-visión, cadenas de radio,
dos periódicos, revistas, embotelladora de jugos y refrescos, cadena de restaurantes
de comida rápida, catorce tiendas por departamentos y muchos más. Los medios en
que se mueve tanto nacional como internacionalmente están siempre revestidos de
valores materiales. Su norte es uno solamente: tratar de satisfacer su insaciable
ambición.
Él ha sido un invitado permanente a las fiestas en casa de Stephanie. Además de
ser socio en alguna que otra de las empresas que ahora ella
mancomunadamente posee con Morthy. La noticia de la boda de ambos lo tomó
des-prevenido. En ese momento se dio cuenta que ella le importaba. Pero no se había
percatado antes por estar absorto en sus negocios. Ahora se lamentaba, pero ya era
demasiado tarde.
Rodrigo sabía las relaciones de Henry con Stephanie y la de Morthy con Nathalie.
Lo que hacía que la noticia le causara una doble sorpresa. Llamó a Nathalie y la invitó
a cenar. Quería conocer de primera fuente los pormenores.
Siempre te tuve fe, sabía que no me abandonarías, ¡ay Dios mío! Por un lado me quitas y
por el otro me das, ya decía yo que esto no era posible. ¡Por favor ayúdame con él! ¡Ojala y
éste sea tu regalo de compensación!
Rodrigo Tejeros..., ¡uno de los hombres más ricos del mundo, me ha invitado a cenar!
¿Y qué me pondré esta noche? Hoy debo impresionarlo, porque tal vez no vuelta a
invitarme y no quiero desaprovechar esta oportunidad.
Si me pongo el vestido rojo... luciré como una vampiresa, eso en un principio no le gusta
a los hombres. El azul... es demasiado serio, no lo quiero espantar. El blanco... es muy
llamativo, seguramente que no querrá que nos vean juntos. Me iré de compras. ¡No tengo
qué ponerme!
Nathalie, esa noche no sólo logró impactar a Rodrigo Tejeros; la mayoría de los
hombres que estaban en el restaurante la miraban con deseo. Pasó a ser la envidia de
las mujeres, al darse cuenta de quien la acompañaba. El supuesto motivo que originó
la invitación quedó en segundo plano. Ahora Rodrigo pudo entender el por qué Morthy
la había escogido como pareja.
—Buenas noches
Permítanme que hoy les recomiende langosta.
—Si Alejandro nos da esa recomendación, yo la acepto. ¿Tú qué dices?
—Me encanta la langosta.
—Ah, quisiera una ensalada césar, pero con berros.
—Muy bien, que tengan buen provecho.
La cena fue amena, la atención de Rodrigo a Nathalie durante la noche, fue muy
especial; él se ocupó de agra-darla hasta en los más mínimos detalles. Su
conocimiento y su experiencia mundana le fueron útil durante toda la velada. Ella con
su hermosura, halagaba su compañía; a cambio él le permitía denotar lo muy
orgulloso que ella lo hacía sentir. Era como si su mesa fuera el foco principal. Él estaba
acostumbrado a ser el centro de las miradas, pero esa noche notó una gran diferencia.
Había algo más.
Llamó a su oficina y preguntó por sus mensajes. Por varios días lo habían estado
buscando y no habían podido encontrarlo. Un joven venido de Suecia, tenía tres días
tratando de localizarlo. Se trataba de Dan Oslov
Henry necesitaba esos veinte minutos, durante unos días no se había bañado ni
afeitado, al verse en el espejo, se dio cuenta del estado tan deplorable en que se
encon-traba. Se afeitó, luego se bañó y se vistió. Era otra persona. Aparentemente,
volvió a ser el mismo de siempre. Se había tomado unos minutos de más, el letargo en
que su cuerpo se encontraba no le permitía mayor velocidad.
Se dirigió a la habitación donde se encontraba Dan.
—Hola, soy Henry Walters.
—Gracias a mis padres adoptivos supe que me andaba buscando, también me
enteré de la muerte de mi hermanita. ¡Qué lastima que no pude llegar a tiempo! Me
doy cuenta que ese era nuestro fin predestinado.
No sé ni qué decirle, muchas cosas he recordado desde que me llamó. Tengo un
recuerdo vago, pero querido de mi hermanita, antes, ese mismo recuerdo lo confundía
con un sueño, era una realidad en mi mundo de niño.
Mis padres adoptivos nunca me aclaraban mis dudas. Después supe que cuando
ellos vinieron por mí, ya a ella la habían adoptado y en verdad que no sabían su
destino.
¡A ellos no los puedo culpar!
¡Pero usted, siendo poseedor de muchas riquezas, que haya destrozado una
relación y separado a dos hermanos...!
¡No sé qué pensó, ni qué piensa usted ahora! Sigo sin comprender la condición
humana, sin poder entender el daño que un hijo más le pudiera haber ocasionado.
Supongo que el dinero no fue el motivo. Como tampoco que se trató de una pareja de
niños enfermos. Lo injusto, pienso, fue el escoger sólo a mi hermanita y separarnos.
Ahora que todo pasó, ¿no cree que hubiera sido mejor dejar que otra pareja con
más corazón se hubiera ocupado de adoptarnos a ambos?
Lo veo llorar, no es por lo que le estoy diciendo, siento que su vida está vacía, pero
comprenda que la mía no ha sido mejor durante estos últimos diecisiete años. Usted
me robó el cariño, el único cariño que verdaderamente me unía a mi pasado. ¡Qué
Dios lo perdone!
Henry sentía en cada palabra el sincero dolor de Dan, en su caso las fuerzas
morales se habían debilitado y no correspondían a la ayuda requerida en el momento.
Trató de hablar, de hablarse, de contestar, de contestarse, trató, más no pudo.
—Cuánto sufrimos cuando a los pocos días que fuimos en tu busca, ya no estabas.
Dios es testigo, que aun-que un poco tarde hicimos lo imposible por encontrarte. La
suerte no nos ayudó. Es cierto, cometimos un error, nos dejamos llevar por un vano
impulso, reconozco hoy que fue mi culpa, sólo mía. Estoy pagando con creces ese
error y por lo que veo será mi karma hasta el día que muera.
Sé que tu rabia y odio no pueden permitir que entre nosotros nazca una amistad,
pero quiero que sepas que tu hermana mientras vivió con nosotros fue muy feliz, ella
no supo sino hasta el final que era adoptada, creció como hija propia y en los pocos
años nos enseñó que genéticamente estaba dotada de esa bondad que muy pocos
poseemos. No puedo pensar que siendo tú su hermano, seas de una condición
diferente a la de ella.
—Dan, voy a pedirte un gran favor, aun cuando sé que no tengo fuerza moral para
hacerlo, ya que fui responsable de la separación de ustedes. Ese es un daño que por
falta de experiencia cometí y que no se me olvidará nunca. Quiero que sepas, que
apenas nos dimos cuenta del error que cometimos, hicimos hasta lo imposible por
encontrar-te. Al no lograrlo, esta pena y este dolor nos acompañó durante todo el
tiempo; pero en los últimos momentos era insoportable: el sólo pensar que por
nuestra culpa no pudimos haberla salvado, nos castigaba en lo más pro-fundo de
nuestra conciencia.
Cuando perdimos toda esperanza de encontrarte y su estado de salud era
terminal, decidimos decirle a Adriana lo de su adopción, fue un duro golpe para
nosotros pero debíamos sincerarnos con ella y contarle todo lo sucedido. La culpa
como castigo durante todos estos años, sobre todo en los momentos finales, nos hizo
sentir en carne propia, un dolor más allá de lo normal.
El encuentro que hoy hemos tenido da un poco de paz a mi espíritu. Te veo y en tu
rostro reconozco a mi hija querida; te hablo y logro creer que ella me está
escuchando. Por primera vez siento que en nuestro encuentro ella nos acompaña, que
está orgullosa, muy orgullosa de este hermano que en cuanto supo de sus males, sin
pensarlo y aceptando todos los riegos que esto conlleva, vino en su ayuda. No me
cabe la menor duda que desde el más allá desearía de todo corazón, que a nosotros
nos otorgues tu perdón.
—Estoy seguro que así será.
—Hijo, permíteme que te llame así. Hay un favor especial que me gustaría me
hicieras.
—¿De qué se trata?
—Mi ex mujer, Loraine, amaba a tu hermana más que si hubiera sido su propia
hija. La comunicación que entre ellas existía era envidiable. Solamente una verdadera
madre podría comprender lo sufrido, lo que sintió por la irreparable pérdida. Considero
que una llamada tuya le daría un poco de paz a su espíritu y la ayudaría a sobre-llevar
más fácilmente su dolor.
—¿Dónde se encuentra ahora, Loraine?
—Ella vive en New York.
—¿Por qué se separaron ustedes? ¿Qué sucedió?
—Nos hacíamos mucho daño. Llegamos a tal punto, que después de la muerte de
Adriana y no teniendo opción alguna, nos separamos.
—Lo lamento...
—La vida es un carrusel de sentimientos y de emociones. Al girar, deja que tomes
tu espacio, que escojas lo mejor; si te equivocas... muy raras veces permite que
retrocedas, debes saltar de nuevo a otro lugar, en el que la experiencia deberá
servirte para no caer en el mismo error. Ella está tratando de rehacer su vida. Espero
que tenga suerte.
—¿Cómo puedo comunicarme con ella?
—Voy a darte su tarjeta. Allí está su dirección y número telefónico en New York.
Con cierto recelo, pero convencido del arrepentimiento que demostraba Henry, y
seguramente Loraine con respecto a la separación de que fueron objeto y sintiendo en
lo más profundo de su ser, pensó que sería un aporte –de su parte– para la paz
espiritual de su hermana; tomó la tarjeta, para más tarde comunicarse con Loraine.
Ambos hombres lloraron, se abrazaron y en su des-pedida, pareciera que hubieran
hecho un pacto de re-encontrarse junto con ella en otra vida.
—Hola...
—Sí..., dígame.
—Estoy llamando desde Caracas.
¿Es la señora Loraine?
—Sí. ¿En qué le puedo servir?
—Usted no me conoce, me llamo Dan Oslov.
Soy el hermano de su hija adoptiva.
—¿El hermano de Adriana?
—Sí señora.
—¡Oh, Dios mío! No te imaginas ¡cuánto te hemos buscado! Hicimos todo lo
humanamente posible sin poder lograr ubicarte. Supongo que sabrás lo ocurrido.
—Sí, Henry me puso al tanto de los detalles. Él fue quien me dio su tarjeta para
comunicarme con usted.
—¡Gracias por llamarme! ¿Te haces una idea de la emoción tan grande que me has
proporcionado?
—Me lo supongo, por eso mismo la estoy llamando. A mí me ocurre algo similar.
Aunque me encuentro dentro de una gran frustración... no pude llegar a tiempo para
salvarla. Sin embargo, ahora estoy más tranquilo al saber la calidad de las personas
que se habían hecho cargo del cuidado de mi hermana, sé que nada le faltó y que sólo
en su subconsciente me echaría de menos. Esa duda era una especie de agonía que
me mantuvo enfermo por muchos años.
—Por eso puedes estar tranquilo, tu hermana vivió con nosotros como única hija.
Fue amada, querida y muy mimada. Ahora, cuéntame un poco de ti, ¿dónde vives?
—Una pareja diplomática que estuvo de paso por Caracas, me tomó en adopción,
me he criado viajando con ellos por el mundo. Esta pareja llenó el vacío que sentí con
la pérdida de mis padres y luego cuando me separaron de mi hermana. Mis
conocimientos del idioma español me los respetaron y se ocuparon de que con mucha
práctica, no los perdiera.
Ambos han sido en todo momento muy especiales conmigo, no trataron de
hacerme olvidar mi pasado, ellos estaban conscientes que es una parte muy
importante para el ser humano en el transcurso de su vida.
—Tienes mucha razón.
Y tus padres adoptivos, ¿aún viven?
—Sí, a Dios gracias.
—Sabes que en este momento me gustaría estar a tu lado, conocerte, darte un
abrazo y cambiar muchas impresiones contigo.
—Yo también tengo el mismo deseo. Quisiera saber todo sobre mi hermana, lo que
nos perdimos y conocer parte de ese mundo que no pudimos disfrutar juntos.
¡Cuanto la extrañé durante todo este tiempo!
—¡Perdónanos Dan, no teníamos derecho para hacer-los sufrir de esa manera!
En la tarjeta que te dio Henry está mi dirección y también mi número telefónico,
¿la tienes?
—Por supuesto que la tengo.
—¿Puedo contar con tu visita?
—Mucho más pronto de lo que se imagina.
—¿Quiere decir que en tu viaje de regreso te veré?
—Así es.
—¡No lo puedo creer! ¡Te estaré esperando!
—Nos veremos.
—Si, te espero Dan. Hasta pronto.
Al día siguiente, Dan salió hacia New York; no quería demorar por más tiempo el
conocer detalladamente la vida de su hermanita.
Al llegar fue al encuentro de Loraine.
Ella lo acoge como a un hijo. Construyen una bella amistad. Y al despedirse,
Loraine le pide que no pierda el contacto que el recuerdo de Adriana será el lazo que
los una y que perdurará en el tiempo.
Pasaron varias semanas, el mundo de Henry se fue desintegrando. Por un lado en
su conciencia permanecía el sentimiento de culpabilidad por el fatal desenlace de su
hija, que unido a su desestabilidad emotiva en lo referente a la supuesta pérdida de su
familia, de su Stephanie, de sus propiedades en el Perú y por otro, la actuación
bochornosa de los banqueros que se habían llevado casi todo su dinero. Era mucha
carga para ser soportada por un hombre que había llegado a tener casi todo y que no
le había dado tiempo de aprender a perder algo.
Henry Walters era un caballero. El hecho de que su mundo se hubiera desplomado
no era motivo suficiente como para perjudicar a alguien más. Al llevarlo su crisis al
extremo de su capacidad de aguante y de soporte, se dio cuenta que no tenía ni un
solo amigo con quien compartir sus problemas, no veía futuro, su mundo había
desaparecido y su único testigo era él. Decidió en ese momento que sobraba.
La carta la había terminado antes del mediodía, sin embargo Henry pidió su
almuerzo que le fue traído a su habitación. Quizás se quiso dar tiempo y pensar un
poco más sobre el paso que iba a dar. Tal vez tuvo hasta el último minuto la
esperanza de recibir alguna llamada que lo hiciera reflexionar y arrepentirse del paso
a dar.
Dentro de las posibilidades, él también esperó un milagro. ¡Quién sabe! Jamás lo
descubriremos. Su última comunicación de la que se tiene pruebas con este mundo,
fue esa carta.
Sobre el camino andado quedaban la huellas de los dos cuerpos que empapados
iban dejando un rastro. Rodrigo se acercó al bar y portando dos copas que tenían
estampadas una filigrana en oro, las colocó encima del mechero, sirvió brandy hasta
un poco más arriba de la mitad y las dejó calentar por unos segundos. Un aroma
exquisito se sintió en la habitación y logró que se calmaran los nervios.
—Quiero brindar.
A la salud del cuerpo más bello, de la mujer más deseada esta noche. A tu salud.
—Gracias.
—Ven, cambiémonos de ropa, subamos.
Tomándola por la espalda, él la ayudó a subir las escaleras, mientras tanto sus
dedos haciéndole cierta presión tanteaban su estado anímico. Ella lo recibía sumisa,
aprovechó ese detalle para imitarlo y rodearle también su espalda con el brazo
izquierdo.
Llegando a la alcoba, él le acercó una bata, la ayudó a ponérsela y la cubrió
completamente. Estando como indefensa, el la aprisionó y comenzó a besarla. Ella
respondía con casi todos sus sentidos.
—Eres adorable.
—Lo dices o lo notaste.
—Lo sé.
Rodrigo que había entrado en calor, la ayudó a quitarse la bata, aprovechó en
soltarle la parte de arriba del traje de baño. Aparecieron uno senos marmóreos
perfectamente formados que lo dejaron deslumbrado. Esta mujer hacía justa
ostentación de sus posesiones. Lleno de asombro por lo que sus ojos veían, comenzó a
devorarlos y en un breve momento perdió su cordura. Como loco la arremetió, ya no
se cruzaron palabras, no eran necesarias.
Rodrigo en un alarde de fuerzas, la elevó y la llevó hasta la cama. Se esmeró para
transportarla como algo muy valioso, mientras tanto no dejó de besarla hasta que la
posó suavemente sobre ella.
Una vez ahí, terminó desnudándola. Su piel dorada por el sol, sólo dejaba ver una
pequeña parte sin broncear debajo de su cintura.
Ella era una criatura apetitosa, que sabía complacer a un hombre en sus deseos y
cubrir totalmente sus necesidades. Muchas figuras. Diferentes posiciones, pero entre
ellos, iba increscendo una sola pasión.
Rodrigo daba muestras de su conocimiento, era todo un artista dedicado a su obra,
detallaba cada milímetro, realzaba y alababa cosas insignificantes, era un amante
perfecto. Primero satisfacía a su pareja y por último a sí mismo. Pareciera que
estuviera en juego una segunda oportunidad, con una precisión ejercía repetidamente
una leve presión con sus labios y su lengua. Ella gemía de placer. No imaginaba a este
hombre capaz de ser complaciente ni en el sexo. Afortunadamente se había
equivocado.
—Me llevas a la gloria.
Ya... ya... yaaa.
Había llegado al éxtasis, pero él, no le dio respiro, arre-metió sobre la presa ya
indefensa que estaba en la cama y la poseyó. Cual jinete domando un potro salvaje,
comenzaron movimientos convulsivos que lo hacían saltar. Un dolor por los golpes
recibidos en la pelvis, y el goce en la penetración unido a una fuerte pasión se
mezclaban de una manera agradable. El buscó sus manos y entrelazó sus dedos con
los de ella; Nathalie a su vez apresó con sus piernas la espalda y la apretaba
suavemente, como te-miendo despegarse, además que con los movimientos lo atraía
más y más.
Definitivamente que el hombre sabía lo que estaba haciendo. Ella cuando lo notó
flaquear un poco, dio un giro y cambió de posición, ahora él estaba acostado
recuperando un poco la falta de oxigenación en su sangre y ella comenzó a dirigir el
final. La vista desde ese nuevo ángulo, dejó ver sus senos de una manera agresiva,
cual dos pitones alardeaban orgullosos. En ese cambio de posición, ella comenzó a
efectuar movimientos que emulaban la danza del vientre. El jugueteaba con sus
manos, la acariciaba, la estrujaba, jadeaba, ella no le tuvo misericordia alguna, hasta
le pidió por favor que se detuviera, y no lo hizo hasta oírlo decir: ya... ya... yaaa.
Rodrigo la invitó a quedarse unos días en su casa. A su regreso del viaje él quería
completar muchas cosas, saboreaba aún la última vez y no dudaba que con más
tiempo y con las energías recuperadas, en ella había mucho que descubrir.
Hace algo más de un par de meses, Henry me invitó a realizar un viaje por
Acapulco, el motivo: celebrar los diez años que cumplimos juntos. Había una noticia
que debí habérsela dado y decidí posponerla hasta nuestro regreso. Apenas
acabábamos de llegar recibió una llamada telefónica donde lo ponían al tanto de la
enfermedad de su hija. Él tenía que tratar de salvarla. Yo no podía moralmente
detenerlo. No me perdonaría jamás que me responsabilizaran también por eso.
Antes del viaje descubrí que estaba embarazada.
¡Sí, aún lo estoy!
No se lo dije a él, como tampoco a ti. Varias fueron las noches que pasé
angustiada, no sabía qué debía hacer. Pero estaba clara que no interferiría durante el
tratamiento de la hija de Henry.
Entre miles de ideas y de posibilidades, no encontré salida. En mi mente una sola
persona aparecía con una respuesta. Fue quizás las tantas veces que a mi te
acercaste, o me llamaste ofreciéndome una seguridad, una familia, una relación
estable, la que me hizo pensar en llamarte. Quizás mi inconsciente estaba claro con lo
que deseaba hacer, yo, no.
Quizás mi instinto de madre quiso proteger a su hijo.
Quizás el sentirme sola, me asustó y busqué en ti protección y cobijo.
Quizás fueron muchas las cosas que pasaron y que posiblemente sean
responsables de lo que hice, o, simplemente todo esto no fue una casualidad sino que
el destino lo tenía previsto. No sé qué decir.
Acepto desde ya lo que decidas. Pero no puedo seguir así. Quiero que sepas que
has sido un hombre maravilloso. Que no temas, de irme, lo haré llevándome
solamente lo que traje.
—El niño no tiene la culpa, él llevará mi nombre.
Por lo demás, quiero que sepas, que has destruido en un solo momento la imagen
que de ti tenía. Los años que traté de convencerte para que dejaras a Henry, sirvieron
para valorarte mucho más que a cualquier otra mujer.
Pero en todo esto, lo que me duele es el engaño, la mentira. Uno de los motivos
que ayudó a salvar mi vida, es la confianza ciega que nos teníamos entre amigos, no
tenía cabida una mentira o un engaño. Estoy seguro que de habérmelo contado a
tiempo, no me hubieras hecho sentir tan mal como ahora. Con barriga o sin ella, te
hubiera recibido con los brazos abiertos.
No es el momento para decir lo que pasará, la herida la tengo muy fresca. Sé que
el tiempo suele cicatrizarlas, pero no me pidas más.
—Morthy, si prefieres, me marcho.
—Cuando ése sea mi deseo, será mi boca la que lo diga, no tú.
—Me voy a sentir muy incómoda, déjame que me vaya.
—Ya una vez perdí a los míos, no quiero que me hagas sentir lo mismo de nuevo.
Además la criatura no tiene ninguna culpa. Él vendrá a este mundo sin darse
cuenta de los problemas que en él hay, de eso yo me encargaré.
—Lo siento, en verdad lo siento.
—Veremos con el tiempo lo que pase.
Los días iban pasando; entre ellos, sólo existían vocablos. No hubo tirantez, la
misma falta de familia, hacía sentir a Morthy complacido. En su mente se sentía
responsable de esa paternidad y aunque trataba de ocultarlo, siempre estaba
pendiente de ella. Hacía uso de todos los que lo rodeaban para informarse del estado
de su mujer y del bebé. Un instinto paternal le estaba naciendo y se veía muy difícil
que esto no fuera a terminar con un final feliz.
Comenzaron a aparecer los recibos, las cuentas de médicos. Las del laboratorio
también. Ahora Nathalie tendría una oportunidad, era el momento para descubrir
ciertas cosas.
Ahí estaba la sorpresa, no cabía la menor duda, el primer informe fue elaborado
casi un mes antes de su boda con Morthy, lo que demostraba su gravidez antes del
matrimonio y confirmaba su duda. Nathalie ya estaba embarazada en su viaje con
Henry, por lo tanto el hijo a nacer era de Henry. Ella le debía informar el
descubrimiento a Morthy y suponía que al enterarse él la abandonaría y retornaría a
ella. Sí, así debía ser.
—Morthy quisiera hablar contigo, ¿me puedes dar unos minutos?
—Si son cosas particulares te agradezco las dejes para otra oportunidad, ahora, no
estoy de humor.
—Son necesarias que las sepas, a lo mejor te sirven para cambiar tu vida.
—Me estás tentando. Dime lo que me quieres decir, ¿trata de nosotros? Tuyo y
mío.
—No, yo no mezclo el placer con el trabajo.
—¡Ah! Entonces cuéntame.
—Mira si prefieres lo dejamos para otro día.
—Bueno, ¿en qué quedamos me lo cuentas o no?
—Si quieres comienzo, aunque es algo delicado, no sé como podrás reaccionar. Lo
hago, por que tú me preocupas, me has dado demasiado y me considero que estoy en
deuda contigo.
—Ya está bien, ¿me lo cuentas o me voy?
—Nunca me has tenido paciencia.
—Mucha más de la que tu crees.
—Bueno olvídate, no te dije nada.
—Mira Nathalie, no estoy de humor, así que empieza de una buena vez.
—Es sobre tu esposa.
—¿Qué le pasa a ella?
—Más bien al bebé.
—¿Qué le ocurrió a mi hijo?
—De eso se trata, te han engañado.
Ese hijo no es tuyo. Es el hijo de Henry Walters.
—Tú estás loca.
—Te lo puedo probar.
—¿De qué me hablas?
—Ella te engañó.
—¿Por qué se te ocurre eso?
—Te dije que tengo pruebas.
—Ah, sí, ¿y qué pruebas tienes?
—El examen del laboratorio.
—¿Y eso como puede ser una prueba?
—¡Míralo, está fechado un mes antes de la boda!
—¿Y a quién le importa la fecha que tenga?
—En ese momento ella era la mujer de Henry. Te puedo probar que ellos estaban
en Acapulco.
—Todo es una vil patraña, pero me sirve para ver cómo y hasta dónde eres capaz
de llegar.
¡Pobrecita, me das lástima!
—¡No seas ciego! ¡Ese hijo que ella tiene en el vientre es un hijo póstumo! Ella es
la que te ha estado usando por tu dinero, ambicionando tu riqueza.
A Stephanie no le importa el daño que te está haciendo al engañarte de esa
manera.
¡Sácala de tu casa! ¡Ella no te merece!
—Veo que sabes cómo juzgar a la gente y otorgar el castigo que merece.
—No en vano una aprende cosas en la vida. Cada una de ellas tiene un fin, un
significado.
—A eso me refiero. A partir de este momento, estás despedida. Haré que te
recompensen tus años de servicio e incluiré una buena propina por algunos servicios
particulares.
—Así pagas la fidelidad de la mejor de tus empleadas.
—Así pago por el celo y la envidia humana.
Morthy terminó la conversación dejando bien clara su posición. Ella era una ex
empleada y nada más. En ningún momento le permitió pensar en otra posibilidad.
Tristemente, Nathalie, descubrió en ese último instante que entre ellos nunca existió
nada. Que lo sucedido fue un acto de desahogo, no de amor. Y que la pasión que entre
ellos pudo haber alguna vez, fue la simple energía utilizada al ejercitarse.
Luís G Torrealba
El Dr. Luís Gregorio Torrealba es hijo de Miscela Torre-alba, mujer que tiene más
de treinta años trabajando en la casa de Morthy Steiner. Su dedicación y fidelidad
fueron piezas claves al momento de quedar embarazada de uno de esos hombres que
antes de conseguir sus deseos, son capaces de ofrecer hasta la luna, pero que una vez
logra-dos, no responden a la obligación comprometida por la palabra, ni a la
responsabilidad generada por la misma naturaleza, en la que hasta los mismos
animales nos enseñan que son fieles con sus hijos y no como en otros casos que por el
contrario, al estar consciente de lo que ve venir, cual fantasmas desaparecen sin dejar
rastros ni huellas.
Así fue, pero su jefe el Sr. Steiner, la entendió, él se ocupó desde un principio del
cuidado de la madre y la vigilancia del bebé. Escogió a buenos médicos para que la
atendieran. Y luego del momento del parto, recibió a su hijo en una clínica particular.
Varios ramos de flores, se recibieron distintas tarjetas, eran de compañeros de
trabajo, pero todas habían sido canceladas por la misma persona, el Sr. Steiner.
Durante los primeros días con el niño recién nacido, hasta contó con la ayuda de
una de las muchachas encargadas de la cocina. Al no presentarse el señor a comer
daba más libertad a su personal, esto lo hacía con la idea de que ayudaran a la
criatura y a la madre.
Luís Gregorio se crió en esa casa. Sus recuerdos de niño fueron todos en la
mansión en la que trabajaba su madre, pero eso fue algo que nunca le molestó. Más
tarde continuó estudios en colegios privados finalizando su carrera como Abogado de
la República y luego se incorporó al bufete que manejaba todas las empresas de
Morthy Steiner. Su madre siguió viviendo en la misma casa, ya no como doméstica,
era más bien la ama de llaves y quizás hasta algo más, ella se sentía como si en
verdad fuese una hermana de Morthy, porque de hecho, él la consultaba en y para
todo.
Luís Gregorio en más de una oportunidad, la había mirado con cierto deseo. Si
lograra conquistarlo y lo contara como aliado, sus proyectos pudieran convertirse en
realidad. Pero había que fraguar primero todo un plan, no quería cometer otro error.
Ya no se consideraba una principiante y estaba dispuesta a demostrarlo.
No lo llamó por teléfono, ella se acercó a su oficina, apenas lo vio podría decirse
que casi desfiló para él. Paseó de un lado al otro frente a su oficina tratando de llamar
su atención.
Ella logró impactarlo de tal manera que él no lo pudo disimular. Se levantó de su
escritorio y se dirigió a ella.
—Ahora sí que me has dejado mudo, esta mañana me dijiste que domino el verbo,
y ahora en la noche, me doy cuenta que no tengo palabras para describir tanta
belleza. Jamás me sentí tan orgulloso de mi acompañante.
—Déjate de bromas.
—Nunca he estado más serio.
—Van dos veces en el mismo día que me sorprendes. Además de abogado, eres un
galán.
—Soy amante de la belleza en todas sus manifestaciones.
—Eres muy zalamero.
—No me considero. Pero sé que tienes cierta influencia sobre mí un poco extraña.
—Explícate.
—Eras algo así como una fruta prohibida.
—¿Por qué?
—Se hablaba de ti y de Morthy.
—La gente habla y habla. El ser joven y atractiva, genera una envidia entre la
gente que hace de una mujer soltera una presa fácil de críticas y propensa a las más
grandes calumnias. Ser la secretaria ejecutiva no necesariamente significa ser la
amante de alguien. Una mujer que se sabe valorar, debe saber cuidarse.
—No quise ofenderte.
—No lo logran fácilmente.
—Me alegro. Tenía previsto llevarte a comer a mi apartamento, te preparé una
cena exquisita, pero no sería justo de mi parte, estás tan bella que ni mi propio
egoísmo se sentiría a gusto si no te comparto con los demás.
Ya está decidido, esta noche iremos a un sitio más elegante. Otro día comeremos
en mi casa.
—No me vestí así para los demás, lo hice únicamente para ti, y por nada del
mundo me perdería una cena exquisita. Me encantará cenar en tu casa.
—Veo que tienes muchas cualidades.
—¿Te molestan?
—Me asustan.
—A tu edad ya nada debe asustarte.
—He conocido a mujeres, la mayoría piensan en una sola cosa. Sus preguntas van
dirigidas siempre al mismo tema: matrimonio. No demuestran lo que son o lo que va-
len, primero averiguan, carecen de ese trato especial que es sinónimo del afecto y el
cariño de la tan deseada compañera. Hablas un rato con ellas y descubres que su
cerebro simula un granero lleno de paja. Me es muy difícil tratar con ellas. Contigo las
cosas son diferentes, no ha comenzado aún la noche y ya me siento satisfecho.
—Gracias.
—Se nota que eres una mujer con mucho mundo. Personalmente me gusta la
sencillez, cuando de lejos te vi esta noche, supuse que vendrías toda cargada de
joyas, creí que tratarías de impresionarme. Me sorprendiste con tu sencillez. Tu figura
es suficiente y no requiere de adornos. Si me fuera requerido describirte podría
hacerlo diciendo que eres la mejor manera de redescubrir la naturaleza.
—Me haces ser repetitiva, pero no conozco otra expresión más apropiada además
de gracias, que te pueda dar.
—No, soy yo el que debe dártelas, al verte esta mañana en mi oficina no imaginé
que un sueño se pudiera convertir en realidad en tan corto tiempo.
Ya llegamos, espero que no te defraude con la cena.
—Tienes un gusto refinado, el estilo que le imprimiste a tu departamento es
moderno, pero elegante. Veo que Saporiti, es tu preferido. Personalmente la
combinación de madera y aluminio me encanta.
Nathalie recorre con la mirada la amplia sala, deteniéndose en un cuadro que la
impresionó: ¡qué bello cuadro! ¿Quién lo pintó?
—Es de un amigo que estudió conmigo.
—Te rodeas de esculturas, y el bronce te atrae, o ¿será que la soledad te asusta?
—Ambas cosas son ciertas.
—Esta mujer en el columpio, me encanta.
¿De quién es?
—Es de Julio César Briceño, es un escultor con una sensibilidad muy especial hacia
la mujer y su cuerpo.
Contigo de modelo estoy seguro competiría con DaVinci, con los grandes.
—Estás llenando mi ego, que no voy a poder responder por él, de repente explota
y ¡sálvese el que pueda!
—Tengo enfriándose una botella de vino blanco, ¿brindamos?
—Brindemos.
—Por un bello cuerpo de mujer, una noche especial y por una segunda
oportunidad.
—Eres difícil de complacer.
—¿Por qué lo dices?
—No hemos comenzado la primera y ya estás pensando en la próxima. Supongo
que entre abogados debe ser el mismo sentimiento, están en un tribunal con un
cliente y a la vez están planificando los casos de otros al mismo tiempo.
—Hoy estoy sólo contigo, dejé en los archivos de mi oficina los demás expedientes.
Muy consciente de lo que quería hacer, dejé olvidado mi portafolio.
—Me encanta el vino, me trae gratos recuerdos de mi infancia.
—¿Y eso?
—Cuando niña, yo disfrutaba tomando de la copa de vino de mi padre a quien le encantaba
tomarlo con las comidas.
—Pasemos a la mesa, veamos si logro pasar el examen de cocinero.
—El aroma es muy agradable...
Sabe muy rico, te felicito.
—Sé que no soy un buen chef, pero, la verdad es que la comida quedó en su
punto.
Bueno cuéntame un poco de ti, me gustaría saber el por qué de tu visita. He
tratado de imaginármela. Sé que tuviste un fuerte encuentro con Morthy. ¿Será ese el
motivo? Para mi él es como un padre. Mi educación, lo que soy y tengo, se lo debo a
él. Me une una fidelidad hasta la muerte.
Y te diré que tu caso lo manejé personalmente, Morthy me pidió que te preparara
tu liquidación de manera que te sintieras satisfecha y ordenó que llegado al monto
que te correspondiera, lo duplicáramos. Si temes que vas a salir perjudicada, quiero
decirte desde un comienzo que estás equivocada. Él es un hombre sumamente justo.
—Si eso lo sé, jamás lo puse en duda.
¿Sabes cuál fue el motivo de mi despido?
—No me lo dijo.
—Descubrí que el hijo de Stephanie no es de él, es de Henry Walters y en vez de
agradecérmelo, me pagó mi fidelidad con el despido.
—Hay verdades que hieren.
—¿Y qué se supone debía hacer? Callarlo, eso sería igual que ser cómplice de ella.
—Yo soy su abogado, no se me ocurriría aconsejarlo en decoración, ni otra cosa
que saliera de mi jurisdicción, a menos que me lo solicitara.
—Reconozco mi error, fui demasiado sincera.
Acepto mi condena.
La cena llegó a su fin, al descubrir que no podría contar con la complicidad del
abogado Torrealba, sintió una nueva frustración. Ya no se justificaba seguir
coqueteando con él. Además su otra oportunidad la tenía con Rodrigo Tejeros.
—La noche ha sido encantadora, me voy llena de ha-lagos, eres una compañía
muy especial. Tu comida quedó fabulosa.
—¿Te volveré a ver?
—Cada vez que quieras.
Pasaron unas semanas, aunque ambos dormían en la misma cama, las cosas no
cambiaban, la relación entre ellos no mejoró. Una mañana por fin Stephanie había
tomado una determinación, no seguiría viviendo en el mismo techo con él a menos
que el cambio fuera total. No podía seguir prestándose a un juego en el que no veía
posibilidades de triunfo.
Una media hora más tarde llegó el médico. El diagnóstico: ataque masivo al
corazón. Morthy no se enteró. Según el galeno el deceso pudo haber ocurrido entre las
tres y las cuatro de la madrugada.
El cadáver fue llevado a la funeraria. Nadie se hubiera imaginado la cantidad de
personas que se hicieron presentes para presentarle un último adiós. En esos
momentos es cuando nos damos cuenta cuán importante llegó a ser una persona. En
este caso con más mérito, ya que se trataba de un hombre sin familia, que tuvo que
labrarse su futuro por sí solo y quien logró además de amasar una gran fortuna,
construir miles de amistades.
Morthy era el tipo de personaje que se ocupaba y se preocupaba de los
necesitados. Muchos hospitales recibían mensualmente aportes de alguna de sus
empresas. Personalmente daba becas a muchos de los hijos de sus empleados y de
por sí era un hombre que su positivismo le alcanzaba hasta en las respuestas. Pero la
vida es así y debe continuar.
Mas tarde, se enteró que dichas fábricas eran productos de favores que habían
sido hechos a sus amigos. Él les suplía el suficiente capital y dejaba que ellos las
manejaran. Por la misma oportunidad que habían recibido de él, estos pequeños
socios daban de sí hasta el máximo, como recompensa a ese apoyo obtenido.
El tiempo era claro, el clima tropical, no había nubes, se esperaba que el vuelo
fuera normal. El capitán de la nave dio la bienvenida y explicó algunos detalles del
vuelo: tiempo de duración, altitud, el destino y la ruta a seguir. Finalizó con el mensaje
de "esperamos tener un buen vuelo".
Rodrigo la miraba y cada vez sentía que ella era su más grande deseo, quizás era
por la combinación que poseía de encanto y de dinero. Esto al fin y al cabo, no era tan
importante, pero el influjo que lo atraía, tenía un sabor agra-dable. Todos los años de
celo y envidia hacia Morthy Steiner podrían ser compensados en breve tiempo, si le
salían las cosas bien. Y por lo que se veía venir, a esa altura del camino, daba la
impresión que lo difícil ya había pasado.
¿Cómo empezar? ¿Qué debería hacer para no levantar sospechas de sus
intenciones? ¿Por dónde comenzar? La observaba y trataba, con la simple mirada, de
hacerla en-tender. Pero dentro de toda esa duda, a la vez empezó a darse cuenta de
la magnética atracción que por ella sentía. Y de nuevo se preguntaba, si era ella o lo
suyo. No quería una respuesta, lo que ansiaba era lograr el resultado.
Mientras tanto en la mente de Stephanie, había como una laguna. Quería cierta
distracción, pero pensó, que había ido muy lejos. No era el momento para estar en ese
lugar. Ahí fue cuando cambió de pensamientos y comenzó un cierto remordimiento,
una especie de culpa.
Sin darse cuenta, ella cayó en una depresión. Una ex-presión de tristeza revistió su
faz, era algo que se notaba; nacido desde lo más profundo de su alma, y que se
completó cuando, sin motivo aparente, sintió brotar lágrimas de sus ojos.
Rodrigo notó que por instantes, ella mentalmente se había alejado del avión,
también se dio cuenta de su dolor, se acercó un poco más a ella y con cierta ternura,
la cubrió con su brazo, respetó su intimidad, por unos instantes no la interrumpió, la
dejó sola con sus pensamientos hasta que estos la abandonaron.
"Su atención por favor, señores pasajeros para su seguridad, sírvanse abrocharse
los cinturones, entramos en una turbulencia. Gracias".
El avión comenzó a tambalearse de un lado a otro, los objetos, vasos y platos se
movían al compás. Stephanie no había terminado de asimilar su estado anímico,
cuando fue asaltada por el miedo. El sentir la posibilidad de un grave peligro logró
incrementar su pena. Rodrigo tenía muchas horas de vuelo, para él esta situación era
algo normal, no sintió miedo pero aprovechó el momento: él tenía su brazo alrededor
de su cuello, la atrajo hacia él y la cubrió como para protegerla. La sintió temblar, la
apretó más y más. Daba la impresión de ser una criatura indefensa, pero ahí estaba él
para cuidarla.
Apenas habían pasado un par de minutos pero daban la impresión de ser muchos
más, cuando el vuelo se estabilizó.
El capitán de la nave pidió disculpas por el mal rato y no autorizó desabrocharse
los cinturones por la cercanía a la pista de aterrizaje, mencionó que estaban
descendiendo, no se esperaba otra contrariedad, aterrizarían sin inconvenientes en los
próximos cinco minutos.
—Pensarás que soy cobarde, siempre he respetado la altura, nunca me había
sentido tan asustada en un vuelo, pero creo que es mi misma tristeza, me sentí morir.
Menos mal que estás conmigo.
—Me sentí muy a gusto al permitirme cobijarte.
—Me tranquilizó mucho tu abrazo.
—Cada vez que lo necesites, llámame, estaré siempre a tu lado. Bueno ya todo
pasó, ahora, vamos a divertirnos.
—Después de este susto... lo dudo.
Luego del postre, la noche empezaba a caer... tomándose unas copitas de brandy,
se dedicaron a recordar momentos bellos de uno y de otro.
—Ha sido un día maravilloso Rodrigo, sentí a la muerte encima y también disfruté
con todos mis sentidos la alegría de la vida.
Ambas sensaciones han sido interesantes. Una porque me permitió recuperar la
conciencia de que somos efímeros, estamos en un momento y en otro podemos
desaparecer. Y otra, porque aprendí que las cosas simples pueden darnos placeres
increíbles, ese pescado que casi no tenía aderezo poseía un gran sabor. Y todo esto en
un lugar muy alejado: en un sitio casi salvaje, apartado del mundo, carente de casi
todas las modernidades de este siglo, me doy cuenta que su gente se siente muy feliz.
Cuando comparo nuestra manera de vivir con la de ellos, no sé quién está
equivocado. Pero si sé que no deben visitar a un psicólogo, ni rodearse de gente para
que los cuide y proteja. Sus preocupaciones son por el hoy; el mañana es algo que lo
afrontará cuando llegue.
Nosotros con nuestro pasado, que nos ha servido para estar llenos de traumas y
con el miedo al futuro, no somos capaces de saborear con el debido respeto el
presente.
—Una filosofía que me doy cuenta no la he entendido. De niño, quise ser tan
importante como mi padre. Él era un hombre muy capaz, fue en más de tres
ocasiones ministro del gobierno. Su lealtad y conocimiento eran su tarjeta de
presentación. Emprendía proyectos con miras a desarrollar el país, él creía en lo que
decía. Sus esfuerzos y su trabajo estaban dirigidos hacia el pueblo.
Con ese patrón a emular, mis cosas siempre han sido difíciles. Cuando otros
jugaban con sus amiguitos yo lo hacía con mi padre. En esas oportunidades me
enseñaba los "intríngulis y vericuetos" de los negocios.
Aprendí a sacar porcentajes mucho antes de aprender a sumar. Y me cuentan que
de niño aprendí a caminar casi sin haberme tomado el tiempo suficiente para gatear.
—Ahora entiendo. No se llega a ser lo que eres sola-mente por que te hayan
colocado. Te ganaste a puro pulso cada milímetro en tus logros.
—Así es. No puedo decir que fue tan difícil, porque mucho de lo que tengo lo recibí
hecho, aunque reconozco que no ha sido fácil mejorarlo. Mi padre todo lo llevó
siempre a lo óptimo y superar eso, ha sido extremadamente difícil.
Hay una especie de competencia que permanece ahí presente, que me estimula y
me obliga a dar mucho más de lo que en condiciones normales daría.
Pero no vinimos para aburrirte con mis problemas, estamos aquí para saborear los
placeres de la vida, vamos, caminemos por la orilla del mar, el reflejo de las estrellas
sobre el agua permite que lo hagamos sobre una alfombra mágica que además de
masajearte, cubre toda la ruta con millones de brillantes, los destellos reflejados me
sirven de relax, son momentos en los que cambió mis problemas por miles de
placeres.
—¿Te das cuenta? Hoy aprendí como tú, nunca se me había ocurrido caminar
durante la noche descalza por la playa. Pero siento que la doble sensación del tacto
con la arena y el agua del mar, me dan una paz especial. Este lugar es tan bello que
pienso volver en otra oportunidad.
Durante largo trecho caminaron, no se dieron cuenta pero el cansancio los hizo
detenerse. Sentados a escasos metros de la orilla, veían cómo el mar los retaba, iba y
venía y pareciera querer acariciarlos, cada vez el agua se acercaba más y más a
ellos... ambos, como dos colegiales, miraban las estrellas, escudriñaban el firmamento
en busca de respuestas, entonces lograron ver una estrella fugaz. Se emocionaron. Se
miraron mutuamente y se besaron.
—¿Qué estamos haciendo?
¡Esto no es posible! No por ahora.
—Stephanie, somos adultos, dejemos que nuestros corazones decidan lo que
quieren; no nos hagamos promesas, tratemos de vivir este momento como tú misma
dijiste, aprendamos a disfrutar este hermoso presente el mañana vendrá más tarde,
cuando el sol salga. Ahora debe gobernar la noche inspirada por el influjo de las
estrellas.
Sin consultar y sin permitirle que volviera a pensar, la atrajo y la volvió a besar,
esta vez, no sintió oposición fue una entrega total. Permanecieron durante media hora
más, Rodrigo pensó que ella, ya era suya, que el preámbulo vaticinaba una noche
entera de placer.
Llegaron a Caracas y la llevó a su casa, Rodrigo se había quedado con las ganas de
hacerle el amor, sentía un deseo desenfrenado y debía apagarlo. Apenas estuvo
acomodado en su hogar, recordó a Nathalie y la llamó.
—Hola cariño, ¿cómo has estado?
—¿Quién es?
—Nunca me reconoces.
—A lo mejor es por las pocas veces que te acuerdas de llamarme.
—De lo bueno no suelo olvidarme. A veces quiero llamarte y cuando estoy a punto,
me surgen problemas, y después, cuando tarde termino de solucionarlas ya no es la
hora para llamarte.
¿Vienes a cenar a mi casa esta noche?
—Con gusto.
—Te pasaré recogiendo en media hora.
—Me invitas a cenar o a merendar.
—Adivinaste.
Sin importar la causa, tuvo que llegar a una tregua. Después del reposo del
guerrero, para no levantar sospechas de su virilidad, él mismo se encargó de
recomenzar el juego. Esta vez la experiencia de ella jugó un papel importante,
después del primer encuentro amoroso, ella se rindió, dejó que el macho sintiera su
fuerza y su poder.
Ella colocando su cabeza encima de la cintura de él, se acostó y al poco tiempo,
dormía.
Al amanecer, ella lucía una dormilona transparente que era cual bocado de deseo.
Poseedora de una inteligencia femenina muy desarrollada, aprovechaba los rayos de
luz que atravesaban las ventanas y caminaba de un lado al otro de la habitación. Ella
era el desayuno al que ningún hombre estaría preparado a renunciar.
—Ven, regresa a la cama, vamos a jugar de nuevo.
—Esta vez quiero que nos bañemos en el jacuzzi.
—Eres una mujer con mucha creatividad, me gustas.
—Quiero que me enjabones la espalda.
—Por nada del mundo me perdería ese placer.
Mientras se llena, vamos a tomar un café.
A mi personalmente, me abre el apetito sexual.
—Me parece interesante. Ya no sé ni qué pensar, si todo lo que me has enseñado
significa que aún puedes mejorarlo tomando café, me rindo. Eres un toro, envidio la
energía, tu energía.
—Mi energía eres tú.
—Me haces sentir muy halagada.
—No, simplemente que eres la única responsable, lo debo admitir.
—¿Acaso me estás diciendo que no hay otra mujer en tu mundo?
—En este momento tú eres la única mujer.
Hace mucho tiempo que no me doy una escapada, y las veces que lo hice, no
dejaron recuerdos, nada comparable contigo. Eres una mujer fuera de serie. Ya te lo
he dicho.
—No me importa que me lo repitas tantas veces como se te ocurra. Nosotras las
mujeres estamos siempre llenas de dudas, que sí lo hicimos bien, que si le gustamos,
que... preguntas, siempre nos rodeamos de preguntas y cuando nos dicen cosas
bellas, pareciera que encontramos algunas respuestas.
—Lo tomaré en cuenta.
Quizás uno de los problemas en que nos encontramos los hombres, radique en
nuestra educación, practicamos el levante, el ataque a las mujeres, aprendemos que
debemos impresionar y pensamos que esto significa acción, por lo que me dices,
deben tratar de hacerse correctivos y enseñar a los jóvenes que para satisfacer
también se requiere el reconocimiento particular de ciertas cualidades humanas, que
no necesariamente tienen que tener algo que ver con sus habilidades en la cama.
—Eres un hombre sabio. Aprendes demasiado rápido.
—Cualquier detalle que me sirva para hacerte más feliz, es y será siempre
bienvenido.
La mesa estaba decorada con diferentes croissants, jugos, café, leche, frutas,
mermeladas, huevos rancheros, tortillas y una variedad de quesos suizos que haría
agua la boca de mucha gente. Era un desayuno para reyes y ese día así lo sentían.
Terminado éste, agarrados de la mano, dieron una vuelta por los jardines, la
belleza de estos a la luz del sol, era impresionante, miles de plantas florales
sembradas con un orden muy preciso, permitían ver sectores floreados cada uno con
un color diferente. Daban la certeza que la armonía de colores había sido creada por
un maestro paisajista, pero a su vez, demostraba el cuido que dependía de la custodia
del equipo de jardineros que estaban a disposición de Rodrigo.
—Me fascina tu casa. Me enloquecen las plantas, los árboles frutales, a veces me
apetece subir a uno de ellos y tomar directamente sus frutos.
—No te quedes con las ganas, ven, vayamos a las matas de mangos, para
complacer a uno de tus deseos.
—¡No me sueltes, que me mato!
—Si te llegaras a resbalar, caerías en mis brazos.
—Más de lo que ya me tienes.
—Eres ágil en pensamiento y en respuesta.
—¿Y en otras cosas no?
—En muchas de las que conozco sí.
—Ah, me estaba preocupando de haber perdido ciertas cualidades.
Ten cuidado voy a golpear éste, a ver si te cae encima de la cabeza.
—Ves, lo fácil que es lograr un sueño. Ahí tienes más mangos de los que te puedas
comer en toda una semana.
—Pero es verdad, cuando tú mismo lo coges, fíjate que tienen un sabor especial.
—No me había dado cuenta, pero ver a una mujer como tú comiendo mango, es
superior a cualquiera de las escenas sexuales más atrevidas que yo haya visto.
—Significa que el jacuzzi está lleno.
—Además de bella, eres inteligente. Así es, vente.
Un jacuzzi de mármol color verde jade, rodeado de plantas y cristales, con unos
potentes chorros de agua que salían por todos sus lados, era la invitación a una
mañana erótica, Rodrigo demostrando conocer en detalle el uso y goce del mismo,
esparció unas sales de baño, unas cuantas gotas de gel, y unas hierbas aromáticas. En
pocos segundos se perdió la transparencia de las aguas, una espuma abundante
comenzó a llenar toda la superficie. Los dos cuerpos desnudos entraron juntos, se
acostaron; él, primero, y luego con todo el cuidado del mundo, la ayudó acostarse
sobre su pecho.
La fuerza de los chorros de agua, les sirvieron de masaje, sin necesidad de tocarse
el uno al otro, ya había un deseo mutuo, cuando él comenzó con sus caricias, ella
respondió a la altura. Las manos se cruzaban y entre-cruzaban, acariciaban,
apretaban, penetraban y hasta pellizcaban. Todo esto acompañado de una música a
cuatro compases de tiempo, que los ayudaba a delirar. Las intenciones eran las de
agotar sus energías ahí adentro, pero al cabo de un rato, él la quiso devorar, se lo hizo
saber y ambos salieron empapados hacia la cama, las mismas sábanas se ocuparon
de secarlos.
Debbie
Greenhouse
El Dr. Luís Gregorio Torrealba es hijo de Miscela Torre-alba, mujer que tiene más
de treinta años trabajando en la casa de Morthy Steiner. Su dedicación y fidelidad
fueron piezas claves al momento de quedar embarazada de uno de esos hombres que
antes de conseguir sus deseos, son capaces de ofrecer hasta la luna, pero que una vez
logra-dos, no responden a la obligación comprometida por la palabra, ni a la
responsabilidad generada por la misma naturaleza, en la que hasta los mismos
animales nos enseñan que son fieles con sus hijos y no como en otros casos que por el
contrario, al estar consciente de lo que ve venir, cual fantasmas desaparecen sin dejar
rastros ni huellas.
Así fue, pero su jefe el Sr. Steiner, la entendió, él se ocupó desde un principio del
cuidado de la madre y la vigilancia del bebé. Escogió a buenos médicos para que la
atendieran. Y luego del momento del parto, recibió a su hijo en una clínica particular.
Varios ramos de flores, se recibieron distintas tarjetas, eran de compañeros de
trabajo, pero todas habían sido canceladas por la misma persona, el Sr. Steiner.
Durante los primeros días con el niño recién nacido, hasta contó con la ayuda de
una de las muchachas encargadas de la cocina. Al no presentarse el señor a comer
daba más libertad a su personal, esto lo hacía con la idea de que ayudaran a la
criatura y a la madre.
Luís Gregorio se crió en esa casa. Sus recuerdos de niño fueron todos en la
mansión en la que trabajaba su madre, pero eso fue algo que nunca le molestó. Más
tarde continuó estudios en colegios privados finalizando su carrera como Abogado de
la República y luego se incorporó al bufete que manejaba todas las empresas de
Morthy Steiner. Su madre siguió viviendo en la misma casa, ya no como doméstica,
era más bien la ama de llaves y quizás hasta algo más, ella se sentía como si en
verdad fuese una hermana de Morthy, porque de hecho, él la consultaba en y para
todo.
Luís Gregorio en más de una oportunidad, la había mirado con cierto deseo. Si
lograra conquistarlo y lo contara como aliado, sus proyectos pudieran convertirse en
realidad. Pero había que fraguar primero todo un plan, no quería cometer otro error.
Ya no se consideraba una principiante y estaba dispuesta a demostrarlo.
No lo llamó por teléfono, ella se acercó a su oficina, apenas lo vio podría decirse
que casi desfiló para él. Paseó de un lado al otro frente a su oficina tratando de llamar
su atención.
Ella logró impactarlo de tal manera que él no lo pudo disimular. Se levantó de su
escritorio y se dirigió a ella.
—Ahora sí que me has dejado mudo, esta mañana me dijiste que domino el verbo,
y ahora en la noche, me doy cuenta que no tengo palabras para describir tanta
belleza. Jamás me sentí tan orgulloso de mi acompañante.
—Déjate de bromas.
—Nunca he estado más serio.
—Van dos veces en el mismo día que me sorprendes. Además de abogado, eres un
galán.
—Soy amante de la belleza en todas sus manifestaciones.
—Eres muy zalamero.
—No me considero. Pero sé que tienes cierta influencia sobre mí un poco extraña.
—Explícate.
—Eras algo así como una fruta prohibida.
—¿Por qué?
—Se hablaba de ti y de Morthy.
—La gente habla y habla. El ser joven y atractiva, genera una envidia entre la
gente que hace de una mujer soltera una presa fácil de críticas y propensa a las más
grandes calumnias. Ser la secretaria ejecutiva no necesariamente significa ser la
amante de alguien. Una mujer que se sabe valorar, debe saber cuidarse.
—No quise ofenderte.
—No lo logran fácilmente.
—Me alegro. Tenía previsto llevarte a comer a mi apartamento, te preparé una
cena exquisita, pero no sería justo de mi parte, estás tan bella que ni mi propio
egoísmo se sentiría a gusto si no te comparto con los demás.
Ya está decidido, esta noche iremos a un sitio más elegante. Otro día comeremos
en mi casa.
—No me vestí así para los demás, lo hice únicamente para ti, y por nada del
mundo me perdería una cena exquisita. Me encantará cenar en tu casa.
—Veo que tienes muchas cualidades.
—¿Te molestan?
—Me asustan.
—A tu edad ya nada debe asustarte.
—He conocido a mujeres, la mayoría piensan en una sola cosa. Sus preguntas van
dirigidas siempre al mismo tema: matrimonio. No demuestran lo que son o lo que va-
len, primero averiguan, carecen de ese trato especial que es sinónimo del afecto y el
cariño de la tan deseada compañera. Hablas un rato con ellas y descubres que su
cerebro simula un granero lleno de paja. Me es muy difícil tratar con ellas. Contigo las
cosas son diferentes, no ha comenzado aún la noche y ya me siento satisfecho.
—Gracias.
—Se nota que eres una mujer con mucho mundo. Personalmente me gusta la
sencillez, cuando de lejos te vi esta noche, supuse que vendrías toda cargada de
joyas, creí que tratarías de impresionarme. Me sorprendiste con tu sencillez. Tu figura
es suficiente y no requiere de adornos. Si me fuera requerido describirte podría
hacerlo diciendo que eres la mejor manera de redescubrir la naturaleza.
—Me haces ser repetitiva, pero no conozco otra expresión más apropiada además
de gracias, que te pueda dar.
—No, soy yo el que debe dártelas, al verte esta mañana en mi oficina no imaginé
que un sueño se pudiera convertir en realidad en tan corto tiempo.
Ya llegamos, espero que no te defraude con la cena.
—Tienes un gusto refinado, el estilo que le imprimiste a tu departamento es
moderno, pero elegante. Veo que Saporiti, es tu preferido. Personalmente la
combinación de madera y aluminio me encanta.
Nathalie recorre con la mirada la amplia sala, deteniéndose en un cuadro que la
impresionó: ¡qué bello cuadro! ¿Quién lo pintó?
—Es de un amigo que estudió conmigo.
—Te rodeas de esculturas, y el bronce te atrae, o ¿será que la soledad te asusta?
—Ambas cosas son ciertas.
—Esta mujer en el columpio, me encanta.
¿De quién es?
—Es de Julio César Briceño, es un escultor con una sensibilidad muy especial hacia
la mujer y su cuerpo.
Contigo de modelo estoy seguro competiría con DaVinci, con los grandes.
—Estás llenando mi ego, que no voy a poder responder por él, de repente explota
y ¡sálvese el que pueda!
—Tengo enfriándose una botella de vino blanco, ¿brindamos?
—Brindemos.
—Por un bello cuerpo de mujer, una noche especial y por una segunda
oportunidad.
—Eres difícil de complacer.
—¿Por qué lo dices?
—No hemos comenzado la primera y ya estás pensando en la próxima. Supongo
que entre abogados debe ser el mismo sentimiento, están en un tribunal con un
cliente y a la vez están planificando los casos de otros al mismo tiempo.
—Hoy estoy sólo contigo, dejé en los archivos de mi oficina los demás expedientes.
Muy consciente de lo que quería hacer, dejé olvidado mi portafolio.
—Me encanta el vino, me trae gratos recuerdos de mi infancia.
—¿Y eso?
—Cuando niña, yo disfrutaba tomando de la copa de vino de mi padre a quien le encantaba
tomarlo con las comidas.
—Pasemos a la mesa, veamos si logro pasar el examen de cocinero.
—El aroma es muy agradable...
Sabe muy rico, te felicito.
—Sé que no soy un buen chef, pero, la verdad es que la comida quedó en su
punto.
Bueno cuéntame un poco de ti, me gustaría saber el por qué de tu visita. He
tratado de imaginármela. Sé que tuviste un fuerte encuentro con Morthy. ¿Será ese el
motivo? Para mi él es como un padre. Mi educación, lo que soy y tengo, se lo debo a
él. Me une una fidelidad hasta la muerte.
Y te diré que tu caso lo manejé personalmente, Morthy me pidió que te preparara
tu liquidación de manera que te sintieras satisfecha y ordenó que llegado al monto
que te correspondiera, lo duplicáramos. Si temes que vas a salir perjudicada, quiero
decirte desde un comienzo que estás equivocada. Él es un hombre sumamente justo.
—Si eso lo sé, jamás lo puse en duda.
¿Sabes cuál fue el motivo de mi despido?
—No me lo dijo.
—Descubrí que el hijo de Stephanie no es de él, es de Henry Walters y en vez de
agradecérmelo, me pagó mi fidelidad con el despido.
—Hay verdades que hieren.
—¿Y qué se supone debía hacer? Callarlo, eso sería igual que ser cómplice de ella.
—Yo soy su abogado, no se me ocurriría aconsejarlo en decoración, ni otra cosa
que saliera de mi jurisdicción, a menos que me lo solicitara.
—Reconozco mi error, fui demasiado sincera.
Acepto mi condena.
La cena llegó a su fin, al descubrir que no podría contar con la complicidad del
abogado Torrealba, sintió una nueva frustración. Ya no se justificaba seguir
coqueteando con él. Además su otra oportunidad la tenía con Rodrigo Tejeros.
—La noche ha sido encantadora, me voy llena de ha-lagos, eres una compañía
muy especial. Tu comida quedó fabulosa.
—¿Te volveré a ver?
—Cada vez que quieras.
Pasaron unas semanas, aunque ambos dormían en la misma cama, las cosas no
cambiaban, la relación entre ellos no mejoró. Una mañana por fin Stephanie había
tomado una determinación, no seguiría viviendo en el mismo techo con él a menos
que el cambio fuera total. No podía seguir prestándose a un juego en el que no veía
posibilidades de triunfo.
Una media hora más tarde llegó el médico. El diagnóstico: ataque masivo al
corazón. Morthy no se enteró. Según el galeno el deceso pudo haber ocurrido entre las
tres y las cuatro de la madrugada.
El cadáver fue llevado a la funeraria. Nadie se hubiera imaginado la cantidad de
personas que se hicieron presentes para presentarle un último adiós. En esos
momentos es cuando nos damos cuenta cuán importante llegó a ser una persona. En
este caso con más mérito, ya que se trataba de un hombre sin familia, que tuvo que
labrarse su futuro por sí solo y quien logró además de amasar una gran fortuna,
construir miles de amistades.
Morthy era el tipo de personaje que se ocupaba y se preocupaba de los
necesitados. Muchos hospitales recibían mensualmente aportes de alguna de sus
empresas. Personalmente daba becas a muchos de los hijos de sus empleados y de
por sí era un hombre que su positivismo le alcanzaba hasta en las respuestas. Pero la
vida es así y debe continuar.
Mas tarde, se enteró que dichas fábricas eran productos de favores que habían
sido hechos a sus amigos. Él les suplía el suficiente capital y dejaba que ellos las
manejaran. Por la misma oportunidad que habían recibido de él, estos pequeños
socios daban de sí hasta el máximo, como recompensa a ese apoyo obtenido.
El tiempo era claro, el clima tropical, no había nubes, se esperaba que el vuelo
fuera normal. El capitán de la nave dio la bienvenida y explicó algunos detalles del
vuelo: tiempo de duración, altitud, el destino y la ruta a seguir. Finalizó con el mensaje
de "esperamos tener un buen vuelo".
Rodrigo la miraba y cada vez sentía que ella era su más grande deseo, quizás era
por la combinación que poseía de encanto y de dinero. Esto al fin y al cabo, no era tan
importante, pero el influjo que lo atraía, tenía un sabor agra-dable. Todos los años de
celo y envidia hacia Morthy Steiner podrían ser compensados en breve tiempo, si le
salían las cosas bien. Y por lo que se veía venir, a esa altura del camino, daba la
impresión que lo difícil ya había pasado.
¿Cómo empezar? ¿Qué debería hacer para no levantar sospechas de sus
intenciones? ¿Por dónde comenzar? La observaba y trataba, con la simple mirada, de
hacerla en-tender. Pero dentro de toda esa duda, a la vez empezó a darse cuenta de
la magnética atracción que por ella sentía. Y de nuevo se preguntaba, si era ella o lo
suyo. No quería una respuesta, lo que ansiaba era lograr el resultado.
Mientras tanto en la mente de Stephanie, había como una laguna. Quería cierta
distracción, pero pensó, que había ido muy lejos. No era el momento para estar en ese
lugar. Ahí fue cuando cambió de pensamientos y comenzó un cierto remordimiento,
una especie de culpa.
Sin darse cuenta, ella cayó en una depresión. Una ex-presión de tristeza revistió su
faz, era algo que se notaba; nacido desde lo más profundo de su alma, y que se
completó cuando, sin motivo aparente, sintió brotar lágrimas de sus ojos.
Rodrigo notó que por instantes, ella mentalmente se había alejado del avión,
también se dio cuenta de su dolor, se acercó un poco más a ella y con cierta ternura,
la cubrió con su brazo, respetó su intimidad, por unos instantes no la interrumpió, la
dejó sola con sus pensamientos hasta que estos la abandonaron.
"Su atención por favor, señores pasajeros para su seguridad, sírvanse abrocharse
los cinturones, entramos en una turbulencia. Gracias".
El avión comenzó a tambalearse de un lado a otro, los objetos, vasos y platos se
movían al compás. Stephanie no había terminado de asimilar su estado anímico,
cuando fue asaltada por el miedo. El sentir la posibilidad de un grave peligro logró
incrementar su pena. Rodrigo tenía muchas horas de vuelo, para él esta situación era
algo normal, no sintió miedo pero aprovechó el momento: él tenía su brazo alrededor
de su cuello, la atrajo hacia él y la cubrió como para protegerla. La sintió temblar, la
apretó más y más. Daba la impresión de ser una criatura indefensa, pero ahí estaba él
para cuidarla.
Apenas habían pasado un par de minutos pero daban la impresión de ser muchos
más, cuando el vuelo se estabilizó.
El capitán de la nave pidió disculpas por el mal rato y no autorizó desabrocharse
los cinturones por la cercanía a la pista de aterrizaje, mencionó que estaban
descendiendo, no se esperaba otra contrariedad, aterrizarían sin inconvenientes en los
próximos cinco minutos.
—Pensarás que soy cobarde, siempre he respetado la altura, nunca me había
sentido tan asustada en un vuelo, pero creo que es mi misma tristeza, me sentí morir.
Menos mal que estás conmigo.
—Me sentí muy a gusto al permitirme cobijarte.
—Me tranquilizó mucho tu abrazo.
—Cada vez que lo necesites, llámame, estaré siempre a tu lado. Bueno ya todo
pasó, ahora, vamos a divertirnos.
—Después de este susto... lo dudo.
Luego del postre, la noche empezaba a caer... tomándose unas copitas de brandy,
se dedicaron a recordar momentos bellos de uno y de otro.
—Ha sido un día maravilloso Rodrigo, sentí a la muerte encima y también disfruté
con todos mis sentidos la alegría de la vida.
Ambas sensaciones han sido interesantes. Una porque me permitió recuperar la
conciencia de que somos efímeros, estamos en un momento y en otro podemos
desaparecer. Y otra, porque aprendí que las cosas simples pueden darnos placeres
increíbles, ese pescado que casi no tenía aderezo poseía un gran sabor. Y todo esto en
un lugar muy alejado: en un sitio casi salvaje, apartado del mundo, carente de casi
todas las modernidades de este siglo, me doy cuenta que su gente se siente muy feliz.
Cuando comparo nuestra manera de vivir con la de ellos, no sé quién está
equivocado. Pero si sé que no deben visitar a un psicólogo, ni rodearse de gente para
que los cuide y proteja. Sus preocupaciones son por el hoy; el mañana es algo que lo
afrontará cuando llegue.
Nosotros con nuestro pasado, que nos ha servido para estar llenos de traumas y
con el miedo al futuro, no somos capaces de saborear con el debido respeto el
presente.
—Una filosofía que me doy cuenta no la he entendido. De niño, quise ser tan
importante como mi padre. Él era un hombre muy capaz, fue en más de tres
ocasiones ministro del gobierno. Su lealtad y conocimiento eran su tarjeta de
presentación. Emprendía proyectos con miras a desarrollar el país, él creía en lo que
decía. Sus esfuerzos y su trabajo estaban dirigidos hacia el pueblo.
Con ese patrón a emular, mis cosas siempre han sido difíciles. Cuando otros
jugaban con sus amiguitos yo lo hacía con mi padre. En esas oportunidades me
enseñaba los "intríngulis y vericuetos" de los negocios.
Aprendí a sacar porcentajes mucho antes de aprender a sumar. Y me cuentan que
de niño aprendí a caminar casi sin haberme tomado el tiempo suficiente para gatear.
—Ahora entiendo. No se llega a ser lo que eres sola-mente por que te hayan
colocado. Te ganaste a puro pulso cada milímetro en tus logros.
—Así es. No puedo decir que fue tan difícil, porque mucho de lo que tengo lo recibí
hecho, aunque reconozco que no ha sido fácil mejorarlo. Mi padre todo lo llevó
siempre a lo óptimo y superar eso, ha sido extremadamente difícil.
Hay una especie de competencia que permanece ahí presente, que me estimula y
me obliga a dar mucho más de lo que en condiciones normales daría.
Pero no vinimos para aburrirte con mis problemas, estamos aquí para saborear los
placeres de la vida, vamos, caminemos por la orilla del mar, el reflejo de las estrellas
sobre el agua permite que lo hagamos sobre una alfombra mágica que además de
masajearte, cubre toda la ruta con millones de brillantes, los destellos reflejados me
sirven de relax, son momentos en los que cambió mis problemas por miles de
placeres.
—¿Te das cuenta? Hoy aprendí como tú, nunca se me había ocurrido caminar
durante la noche descalza por la playa. Pero siento que la doble sensación del tacto
con la arena y el agua del mar, me dan una paz especial. Este lugar es tan bello que
pienso volver en otra oportunidad.
Durante largo trecho caminaron, no se dieron cuenta pero el cansancio los hizo
detenerse. Sentados a escasos metros de la orilla, veían cómo el mar los retaba, iba y
venía y pareciera querer acariciarlos, cada vez el agua se acercaba más y más a
ellos... ambos, como dos colegiales, miraban las estrellas, escudriñaban el firmamento
en busca de respuestas, entonces lograron ver una estrella fugaz. Se emocionaron. Se
miraron mutuamente y se besaron.
—¿Qué estamos haciendo?
¡Esto no es posible! No por ahora.
—Stephanie, somos adultos, dejemos que nuestros corazones decidan lo que
quieren; no nos hagamos promesas, tratemos de vivir este momento como tú misma
dijiste, aprendamos a disfrutar este hermoso presente el mañana vendrá más tarde,
cuando el sol salga. Ahora debe gobernar la noche inspirada por el influjo de las
estrellas.
Sin consultar y sin permitirle que volviera a pensar, la atrajo y la volvió a besar,
esta vez, no sintió oposición fue una entrega total. Permanecieron durante media hora
más, Rodrigo pensó que ella, ya era suya, que el preámbulo vaticinaba una noche
entera de placer.
Llegaron a Caracas y la llevó a su casa, Rodrigo se había quedado con las ganas de
hacerle el amor, sentía un deseo desenfrenado y debía apagarlo. Apenas estuvo
acomodado en su hogar, recordó a Nathalie y la llamó.
—Hola cariño, ¿cómo has estado?
—¿Quién es?
—Nunca me reconoces.
—A lo mejor es por las pocas veces que te acuerdas de llamarme.
—De lo bueno no suelo olvidarme. A veces quiero llamarte y cuando estoy a punto,
me surgen problemas, y después, cuando tarde termino de solucionarlas ya no es la
hora para llamarte.
¿Vienes a cenar a mi casa esta noche?
—Con gusto.
—Te pasaré recogiendo en media hora.
—Me invitas a cenar o a merendar.
—Adivinaste.
Sin importar la causa, tuvo que llegar a una tregua. Después del reposo del
guerrero, para no levantar sospechas de su virilidad, él mismo se encargó de
recomenzar el juego. Esta vez la experiencia de ella jugó un papel importante,
después del primer encuentro amoroso, ella se rindió, dejó que el macho sintiera su
fuerza y su poder.
Ella colocando su cabeza encima de la cintura de él, se acostó y al poco tiempo,
dormía.
Al amanecer, ella lucía una dormilona transparente que era cual bocado de deseo.
Poseedora de una inteligencia femenina muy desarrollada, aprovechaba los rayos de
luz que atravesaban las ventanas y caminaba de un lado al otro de la habitación. Ella
era el desayuno al que ningún hombre estaría preparado a renunciar.
—Ven, regresa a la cama, vamos a jugar de nuevo.
—Esta vez quiero que nos bañemos en el jacuzzi.
—Eres una mujer con mucha creatividad, me gustas.
—Quiero que me enjabones la espalda.
—Por nada del mundo me perdería ese placer.
Mientras se llena, vamos a tomar un café.
A mi personalmente, me abre el apetito sexual.
—Me parece interesante. Ya no sé ni qué pensar, si todo lo que me has enseñado
significa que aún puedes mejorarlo tomando café, me rindo. Eres un toro, envidio la
energía, tu energía.
—Mi energía eres tú.
—Me haces sentir muy halagada.
—No, simplemente que eres la única responsable, lo debo admitir.
—¿Acaso me estás diciendo que no hay otra mujer en tu mundo?
—En este momento tú eres la única mujer.
Hace mucho tiempo que no me doy una escapada, y las veces que lo hice, no
dejaron recuerdos, nada comparable contigo. Eres una mujer fuera de serie. Ya te lo
he dicho.
—No me importa que me lo repitas tantas veces como se te ocurra. Nosotras las
mujeres estamos siempre llenas de dudas, que sí lo hicimos bien, que si le gustamos,
que... preguntas, siempre nos rodeamos de preguntas y cuando nos dicen cosas
bellas, pareciera que encontramos algunas respuestas.
—Lo tomaré en cuenta.
Quizás uno de los problemas en que nos encontramos los hombres, radique en
nuestra educación, practicamos el levante, el ataque a las mujeres, aprendemos que
debemos impresionar y pensamos que esto significa acción, por lo que me dices,
deben tratar de hacerse correctivos y enseñar a los jóvenes que para satisfacer
también se requiere el reconocimiento particular de ciertas cualidades humanas, que
no necesariamente tienen que tener algo que ver con sus habilidades en la cama.
—Eres un hombre sabio. Aprendes demasiado rápido.
—Cualquier detalle que me sirva para hacerte más feliz, es y será siempre
bienvenido.
La mesa estaba decorada con diferentes croissants, jugos, café, leche, frutas,
mermeladas, huevos rancheros, tortillas y una variedad de quesos suizos que haría
agua la boca de mucha gente. Era un desayuno para reyes y ese día así lo sentían.
Terminado éste, agarrados de la mano, dieron una vuelta por los jardines, la
belleza de estos a la luz del sol, era impresionante, miles de plantas florales
sembradas con un orden muy preciso, permitían ver sectores floreados cada uno con
un color diferente. Daban la certeza que la armonía de colores había sido creada por
un maestro paisajista, pero a su vez, demostraba el cuido que dependía de la custodia
del equipo de jardineros que estaban a disposición de Rodrigo.
—Me fascina tu casa. Me enloquecen las plantas, los árboles frutales, a veces me
apetece subir a uno de ellos y tomar directamente sus frutos.
—No te quedes con las ganas, ven, vayamos a las matas de mangos, para
complacer a uno de tus deseos.
—¡No me sueltes, que me mato!
—Si te llegaras a resbalar, caerías en mis brazos.
—Más de lo que ya me tienes.
—Eres ágil en pensamiento y en respuesta.
—¿Y en otras cosas no?
—En muchas de las que conozco sí.
—Ah, me estaba preocupando de haber perdido ciertas cualidades.
Ten cuidado voy a golpear éste, a ver si te cae encima de la cabeza.
—Ves, lo fácil que es lograr un sueño. Ahí tienes más mangos de los que te puedas
comer en toda una semana.
—Pero es verdad, cuando tú mismo lo coges, fíjate que tienen un sabor especial.
—No me había dado cuenta, pero ver a una mujer como tú comiendo mango, es
superior a cualquiera de las escenas sexuales más atrevidas que yo haya visto.
—Significa que el jacuzzi está lleno.
—Además de bella, eres inteligente. Así es, vente.
Un jacuzzi de mármol color verde jade, rodeado de plantas y cristales, con unos
potentes chorros de agua que salían por todos sus lados, era la invitación a una
mañana erótica, Rodrigo demostrando conocer en detalle el uso y goce del mismo,
esparció unas sales de baño, unas cuantas gotas de gel, y unas hierbas aromáticas. En
pocos segundos se perdió la transparencia de las aguas, una espuma abundante
comenzó a llenar toda la superficie. Los dos cuerpos desnudos entraron juntos, se
acostaron; él, pri-mero, y luego con todo el cuidado del mundo, la ayudó acostarse
sobre su pecho.
La fuerza de los chorros de agua, les sirvieron de masaje, sin necesidad de tocarse
el uno al otro, ya había un deseo mutuo, cuando él comenzó con sus caricias, ella
respondió a la altura. Las manos se cruzaban y entre-cruzaban, acariciaban,
apretaban, penetraban y hasta pellizcaban. Todo esto acompañado de una música a
cua-tro compases de tiempo, que los ayudaba a delirar. Las intenciones eran las de
agotar sus energías ahí adentro, pero al cabo de un rato, él la quiso devorar, se lo hizo
saber y ambos salieron empapados hacia la cama, las mismas sábanas se ocuparon
de secarlos.
Epílogo
Después de la muerte de Rodrigo Tejeros, Stephanie no se volvió a casar, se
conformó con vivir sola, los tres hombres que habían pasado por su vida, habían
muerto de distintas maneras, y sentía que en cada una de esas muertes, una parte de
ella también lo había hecho. Le había nacido un sentimiento de culpa, quizás por ello,
su corazón no le dio cabida a nadie más. Por años se encargó de la educación de su
hijo: Morthy Tejeros y del desarrollo de sus empresas. Él, heredó las cualidades
naturales de su verdadero padre. Se sentía muy orgullosa de él, al verlo le hacía
recordar a su amado Henry, su porte, sus gestos, su ambición y su buen olfato para
los negocios, recreaban en Stephanie muchos recuerdos; era cual revivir, la parte más
agradable de su pasado. El orgullo que por él sentía era ilimitado. Sus atributos le
servían de gran ayuda, para complemento era buen mozo, de anchas espaldas, de
una abundante cabellera, atractivo, elegante y con una riqueza económica que lo
situaba entre los grandes millonarios, convirtiéndolo internacionalmente en uno de los
solteros más solicitado. Poseía un cierto acento adquirido durante los años pasados en
el extranjero, que sirvieron para completar su educación. Será él quien en su
momento reemplazará a la madre en la dirección y conducción de la empresa, y
realizará nuevos desarrollos en la corporación al dirigirla hacia nuevos rumbos.
Henry jamás se enteró del verdadero amor que sentía Stephanie por él; prueba de
ello está que ella misma lo siguió amando y recordando hasta el último de sus días.
Loraine unos años más tarde, luego de la muerte de su esposo Ralph, volvió a
encontrarse con Stephanie, y junto a ella, en la misma mesa de Directores, tomó
importantes decisiones por el bien de sus empresas. Tanto una mujer como la otra,
fueron testigos fieles de que en la vida es mejor guardar un secreto dañino y construir
sobre algún dolor, que destruir un mundo encima de un orgullo enfermo.
Rodrigo Tejeros antes de ser asesinado accidental-mente, había alcanzado sus dos
deseos más importantes: el poder, al ser dueño de las empresas de Morthy Steiner
que por años había ansiado y a Stephanie, la mujer de sus sueños.
Loraine a la muerte de Ralph tal vez por remordimiento o soledad ella quiso
resarcir en forma económica el daño que había ocasionado por la separación de estos
dos her-manos en el momento de la adopción, nombra Dan Oslov como único
heredero de todas sus empresas.
Los banqueros están esparcidos por los cuatro puntos cardinales. El país gracias a
sus reservas morales, naturales y humanas está dando pasos lentos pero seguros en
la búsqueda de una recuperación económica.
El Plan Kramer contra las drogas, fue aprobado esta semana por el Congreso de los
Estados Unidos, su implementación: se iniciará en unos tres años.