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Jules Michelet
En el siglo XVI, en España, era tal el hedor de las calles, por el amontonamiento de basura, que la
gente distinguida, la gente de viso y alcurnia iba por ellas oliendo una bota o como se decía antes
una borracha de ámbar, esto es, un odre con perfume delicado.
La razón de ello es una perversión que en jerga médica se conoce con el nombre de cacosmia. Esta
voz procede del griego kakós, malo, y osmé, olor.
La cacosmia es la perversión del sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores
repugnantes o fétidos. A un enfermo de cacosmia, a un cacósmico, le parece fragante lo pestilente y
bienoliente y hasta delicioso lo excrementicio. Enrique IV de Castilla, monarca del siglo XV,
padecía de cacosmia y por eso ³amaba la pestilencia´, como dice su biógrafo Gregorio Marañón.
Y el gran historiador Jules Michelet se deleitaba con el olor pestífero de las heces fecales.
Entre todos los animales, el hombre es el animal que defiende esforzadamente la basura, el que la
consume y difunde con más ahínco y entusiasmo.
Unamuno decía que el hombre es el ³animal guarda muertos´. Y es cierto. Pero yo agregaría que
además es el animal embasurante y basuralizante por excelencia. Es un ser basuralicio. La basura lo
atrae irresistiblemente y él se complace en ella con delectación y hasta con frenesí.
Embarrarse es para ellos una fiesta y enlodarse una diversión y enmierdarse una vocación y un
destino.
La teleaudiencia se pervierte con gran rapidez y es víctima fácil de la cacosmia. La cacosmia llegó
al Perú hace más de diez años, tal vez quince. Y llegó para quedarse. ¡Maldita sea!