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Gilberto López y Rivas:

«No podemos dejar un solo espacio de espaldas al pensamiento crítico»


2010-04-26 |
Entrevista al antropólogo mexicano Gilberto López y Rivas a propósito de su
reciente libro Antropología, etnomarxismo y compromiso social de los
antropólogos, editado por Ocean Sur

por Gabriel Caparó

Hace pocas semanas alcancé a ver la película Avatar. No pudo ser en mejor
momento, pues justamente leía el más reciente libro del antropólogo, ensayista y
político mexicano Gilberto López y Rivas, editado por Ocean Sur. Las coincidencias
me resultaron tan estremecedoras que no esperé a que terminara el filme: busqué el
libro y en efecto, las prácticas de antropología mercenaria que se naturalizaban en la
pantalla, estaban perfectamente diseccionadas en aquellas páginas, no solo como un
impactante complemento, sino —sobre todo— como una atronadora denuncia.

A propósito de la presentación de este volumen, titulado


Antropología, etnomarxismo y compromiso social
de los antropólogos (Ocean Sur, 2010), su autor
accedió a conversar sobre varios de los temas que
aborda en el texto, desde su experiencia como uno de
los más acuciosos investigadores y antropólogos de
América Latina.

Casi como un redundante comentario, mientras


recuerdo a Jake —protagonista de Avatar—
sumergiéndose en la comunidad nativa próxima a ser
arrasada, Gilberto López y Rivas recuerda que: «[…]
cada una de las brigadas de combate en Irak y
Afganistán cuenta con antropólogos que hacen labores
relacionadas con la inteligencia a partir del estudio de la
cultura de los pueblos invadidos y ocupados». Asimismo, advierte que también «en
América Latina se ha practicado una ciencia social al servicio de los mecanismos de
dominación».

Es autor de libros como Nicaragua: autonomía y revolución (1986) —Gilberto participó


en la Cruzada Nacional de Alfabetización en 1980 y asesoró al Gobierno de Nicaragua
en Cuestión Indígena y Autonomía de 1980 a 1990—, El debate de la nación: cuestión
nacional, racismo y autonomía (1992), Autonomías indígenas en América Latina:
nuevas formas de convivencia política (México: Plaza y Valdés, 2005) y La guerra del
47 y la resistencia popular a la ocupación: México 1847 (Ocean Sur, 2009), entre
muchos otros.

El politólogo cubano Roberto Regalado, coordinador de la colección Contexto


Latinoamericano —a la que pertenece el libro Antropología, etnomarxismo y
compromiso social de los antropólogos—, declaró a propósito de esta entrevista que
en López y Rivas «se sintetizan el antropólogo y el marxista» y en sus textos «se
abrazan la intransigencia y la rebeldía para dar paso a un discurso liberador».

Gilberto López y Rivas ha desarrollado una activa vida política, en la cual se destacan
su participación en el movimiento estudiantil de 1968 y su elección como jefe del
Gobierno del Distrito Federal en la Delegación Tlalpan, en el período 2000-2003. Se
ha desempeñado como diputado federal de la LIV y LVII Legislaturas del Congreso de
la Unión. En 1987 se le otorgó la Medalla Roque Dalton.
1
El también destacado profesor de generaciones de antropólogos mexicanos integró la
Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), creada a raíz del alzamiento del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), del cual fue asesor durante las
Mesas de Derechos y Cultura Indígenas que llevaron a la firma de los Acuerdos de
San Andrés.

Es una de las voces más autorizadas de México para tratar la problemática étnica,
cuya solución, según advierte, «requiere de la acción política de los indígenas como
sujetos históricos, como protagonistas políticos y constructores de su propio futuro».
Como ejemplo de ello, y a manera de parteaguas, destaca que «el EZLN, con su
proyecto de autonomías, cerró el ciclo de la dependencia y el paternalismo, y con ello
canceló toda relación de clientelismo y corporativismo que practicó el Estado
mexicano».

Con respecto al proceso de construcción autonómica que desarrollan las comunidades


zapatistas, considera que «ha sido una experiencia notable, una verdadera
universidad en la que miles de personas aprenden a gobernar desde la práctica de
una democracia directa y participativa».

En aras de adelantar a los lectores un término esencial en su libro, ¿qué es el


etnomarxismo?

—El etnomarxismo es una corriente que surge en los años sesenta en la antropología
mexicana, como un esfuerzo crítico de entender la problemática de las etnias, grupos
étnicos o pueblos que se presenta en nuestra realidad latinoamericana de naciones
integradas desde la diversidad cultural y lingüística, pero hegemonizadas por clases
dominantes que niegan esa diversidad e imponen sus patrones culturales, asimilando
y diferenciando, según sus necesidades económicas y políticas. El etnomarxismo
pretende colorear la matriz clasista, articulándola a los factores étnico-culturales y
nacionales, y distinguiendo la especificidad de las etnias o pueblos indígenas, a la par
que se critica los reduccionismos economicistas, por un lado, y los reduccionismos
etnicistas o esencialistas, por el otro. Reconocemos los aportes tempranos de
Mariátegui en esta dirección.

¿Cuáles son las urgencias contemporáneas que pueden encontrar respuesta en


el etnomarxismo?

—Los movimientos contemporáneos de los pueblos indígenas en México, Guatemala,


Bolivia, Ecuador —por mencionar algunos países donde mantienen una actividad
notable— tienen una importancia fundamental en los procesos de democratización y
liberación de América Latina. La rebelión zapatista en particular obliga al Estado
mexicano a sentarse en una mesa de negociaciones y firmar los Acuerdos de San
Andrés, pero también plantea un reto para los científicos sociales marxistas que
sostenían perspectivas eurocéntricas acerca de la comunidad indígena y en torno a los
movimientos políticos de los pueblos indígenas.

»El etnomarxismo representa un esfuerzo por entender al otro, a partir de sus propios
planteamientos que se expresan sobre todo en la comunalidad y en la práctica de la
autonomía. Como todo concepto, la autonomía indígena contemporánea debe ser
comprendida en su contexto histórico: la lucha de los pueblos originarios por conservar
y fortalecer su integridad territorial y cultural a través de autogobiernos que practican la
democracia participativa y enfrentan, con una estrategia antisistémica, la rapacidad y
violencia del sistema capitalista en su actual fase de transnacionalización neoliberal.

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»Insistimos en el carácter dinámico y transformador de las autonomías, que para ser
tales, modifican a los mismos actores y en todas las dimensiones: las relaciones entre
géneros, entre generaciones, promoviendo en este caso el protagonismo de mujeres y
jóvenes; democratizado las sociedades indígenas, politizando sus estructuras socio-
culturales, innovando en formas de comunicación».

«NECESARIAMENTE ANTICAPITALISTA»

Por su pertinencia como análisis y como denuncia, ante un panorama de


militarización y paramilitarización que no parece abandonar el continente,
¿puede detallar las prácticas actuales de la contrainsurgencia?

—La contrainsurgencia hoy en día se enmarca en los aprendizajes que los estrategas
militares estadounidenses hacen de su derrota en Vietnam y de las experiencias
adquiridas en Irak y Afganistán durante estos años de guerra de ocupación y
resistencia patriótica, así como de los años de guerra contrainsurgente en Guatemala
y Colombia, principalmente. Se le da una importancia notable a las tareas de
inteligencia, integración de grupos paramilitares entre la propia población indígena,
uso del sicariato del narco para golpear a las organizaciones populares, activistas y
población local sobre la base del terror de Estado. La criminalización de los
movimientos populares juega también un papel importante.

»En México, el paramilitarismo no solo no ha desaparecido sino que ha incrementado


y variado sus acciones contrainsurgentes en Chiapas, Guerrero y Oaxaca,
principalmente, ahora con la utilización de las estructuras del narco y siguiendo la
pauta de la política de Álvaro Uribe en Colombia. Existe un elemento crucial a la
estrategia contrainsurgente en el caso de Chiapas: la utilización de grupos
paramilitares propios de la comunidades indígenas que son utilizados para llevar a
cabo tareas de guerra sucia que el ejército prefiere no realizar directamente.

»Esta fue una táctica también utilizada en Guatemala, aunque en este caso el ejército
directamente jugó el papel fundamental en el genocidio contra la población indígena.
En este conflicto guatemalteco, agudizado en los años sesenta, encontramos lo que
podría ser el taller de la paramilitarización y militarización en Centroamérica. Grupos
de ultraderecha que se mostraban como autónomos pero adscritos a la sección de
inteligencia del ejército guatemalteco, patrullas de autodefensa civil que en principio
fueron reclutadas por el ejército en forma forzosa y desempeñaron un papel en las
masacres y en el control militar de las comunidades, prácticas de tierra arrasada
durante el gobierno de Efraín Ríos Mont, en la década de los ochenta —que eran no
otra cosa que el bombardeo a las comunidades con la población adentro—, son
muestras de una experiencia que, a lo largo de treinta y seis años, dejó 100 mil
muertos, 40 mil desaparecidos, 50 mil refugiados en el extranjero, un millón de
desplazados a otros puntos del país, 600 matanzas colectivas y una experiencia
acumulada de represión, que hoy está trascendiendo las fronteras de Guatemala, la de
los kaibiles, que adiestran a la fuerza armada mexicana.

»Podemos afirmar que el vínculo estatal otorga un elemento fundamental para una
definición útil de

los grupos paramilitares que son aquellos que cuentan con organización, equipo y
entrenamiento militar, a los que el Estado delega el cumplimiento de misiones que las
fuerzas armadas regulares no pueden llevar a cabo abiertamente, sin que eso implique
que reconozcan su existencia como parte del monopolio de la violencia estatal. Los
grupos paramilitares son ilegales e impunes porque así conviene a los intereses del
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Estado. Lo paramilitar consiste entonces en el ejercicio ilegal e impune de la violencia
del Estado y en la ocultación del origen de esa violencia».[1]

En el libro, usted destaca la presencia del etnomarxismo “en procesos


históricos” de las décadas de los 80 y los 90. ¿Dónde podemos localizar dicha
presencia en la primera década del siglo XXI?

—Lo ocurrido en América Latina en los últimos diez años ha reforzado las posiciones
etnomarxistas, particularmente por la importancia que han adquirido los procesos
autonómicos de los pueblos indígenas en países como México, Nicaragua, Panamá,
etcétera, procesos que siempre hemos apoyado y acompañado; pero también, por las
dimensiones que adquieren las movilizaciones indígenas en Bolivia y Ecuador, por
ejemplo, que son capaces de cambiar el rumbo político de esos países, e incluso,
llevar a un indígena a la presidencia de la república durante dos períodos.

Su libro enfatiza en la nación “como espacio de las luchas de resistencia y


liberación social”, pero América Latina es testigo de escenarios de autonomías
donde ya la cuestión es plurinacional. ¿Complica esto el estudio de lo étnico?

—La cuestión nacional comprende tres procesos íntimamente interrelacionados: la


composición étnica de la nación, su plurietnicidad que se expresa en múltiples formas
lingüísticas y culturales; la composición de las clases y las relaciones y acumulaciones
de fuerzas sociales en la lucha por la hegemonía; y las relaciones y articulaciones de
la nación con las formas de dominación imperialistas. En este marco, las autonomías
expresan luchas de resistencia antisistémicas que pueden coadyuvar a la lucha
general de todos los explotados y oprimidos. La cuestión étnica deviene en parte
constitutiva de la cuestión nacional y, en consecuencia, las etnias o pueblos indígenas
resisten un proyecto nacional hegemónico que sólo puede ser confrontado
exitosamente con un proyecto nacional contrahegemónico alternativo.

¿Cuál debería ser ese proyecto contrahegemónico alternativo?

—Como marxista, parto de la idea de que el proyecto contrahegemónico debe ser


necesariamente anticapitalista. El capitalismo no tiene rostro humano ni puede ser
reformado en beneficio de los oprimidos. Todos los cambios que ha sufrido han sido
para lograr procesos de acumulación y formas de dominación útiles a la reproducción
del capital. También, el proyecto alternativo debe desarrollar algún tipo de socialismo a
partir de una perspectiva autocrítica de los que dejó la experiencia traumática del
socialismo en la URSS y Europa del Este. Ahí es donde entran las enseñanzas de
Rosa Luxemburgo sobre formas de gobierno consejistas que semejan a las Juntas de
Buen Gobierno zapatistas y otras formas de democracia directa y participativa que
debieran ser esencia del socialismo del futuro.

Es particularmente estremecedora su denuncia de las prácticas de «antropología


mercenaria». Para diseccionarlas críticamente —aunque ya la película Avatar
nos ha dado una buena pista—, ¿podría explicar en qué consisten tales
prácticas?

—Las relaciones de la antropología con los afanes contrainsurgentes en la época


contemporánea se inician desde la segunda guerra mundial, en la que algunos
connotados antropólogos estadounidenses colaboraron en lo que fue el antecedente
de la Agencia Central de Inteligencia. A partir de 1947, que se crea la CIA, la
colaboración de los antropólogos fue una extensión “natural” de los esfuerzos de
Estados Unidos por prevalecer como la potencia imperialista hegemónica.

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»Actualmente, como se describe en el libro, cada una de las brigadas de combate en
Irak y Afganistán cuenta con antropólogos que hacen labores relacionadas con la
inteligencia a partir del estudio de la cultura de los pueblos invadidos y ocupados.
También en América Latina se ha practicado una ciencia social al servicio de los
mecanismos de dominación que en terreno de lo étnico se expresó en el indigenismo:
esa política de Estado para con los indígenas que se presenta antitética a la
autonomía y los autogobiernos».

¿Cree que el pensamiento contrahegemónico crece en la apropiación de


espacios de resistencia mediática o, por el contrario, pierde terreno?

—La lucha por los espacios en la prensa escrita, medios masivos de comunicación de
todo tipo, academia, etcétera, es permanente y decisiva; no podemos dejar uno solo
de ellos de espaldas al pensamiento crítico. La batalla de ideas debe ser permanente y
sin cuartel, pero la peor de las actitudes es considerar que el imperialismo y los grupos
de poder son invencibles y todopoderosos; por ello, debemos dar esa batalla
irrenunciable.

UN MUNDO DONDE CABEN MUCHOS MUNDOS

Una de las estrategias gubernamentales más comunes a la hora de enfrentar


conflictos indígenas es reducirlos a problemas locales o regionales. Tal manipulación
también ocurrió en Chiapas, sobre todo al inicio del alzamiento zapatista en el año
1994. Este intento de minimización fue enfrentado por las demandas que el EZLN ha
exigido desde la Primera Declaración de la Selva Lacandona, demandas que rebasan
lo indígena y atañen a todos los sectores populares del país. La extraordinaria
presencia mediática del EZLN en sus primeros siete años de vida pública constituyó
un elemento que también frenó una visión reducida y localista del conflicto.

Sin embargo, desde el año 2001 esa presencia ha ido moderándose paulatinamente, a
medida que se fortalece el proceso de construcción autonómica y el desarrollo de las
comunidades. Si asumimos esa capacidad mediática como un posicionamiento global,
algunos podrían ver en el silencio del EZLN una nueva oportunidad gubernamental de
presentar al zapatismo como un problema local o a lo sumo regional. No obstante, a
juicio de Gilberto López y Rivas «el zapatismo nunca ha cejado de articular la lucha de
los pueblos indígenas con el resto de los oprimidos y explotados de México y del
mundo. La Sexta Declaración de la Selva Lacandona es clara al respecto».

El antropólogo añade que «la trascendencia de la construcción autonómica de los


municipios rebeldes zapatistas y de las Juntas de Buen Gobierno va mas allá de lo
local y regional, a pesar de que geográficamente estos procesos están constreñidos a
la región de influencia zapatista. Respeto mucho los silencios del EZLN porque detrás
de ellos hay una práctica cotidiana que dice más que la retórica y la demagogia de la
izquierda institucionalizada, pues todo lo que afirma se contradice con sus acciones».

Y esa práctica zapatista cotidiana, en términos de poder, ¿qué aspira a


construir?

—Los zapatistas están construyendo un nuevo tipo de poder popular desde abajo que
se expresa en los gobiernos autónomos mencionados, los cuales no sufren de
burocracias, ni políticos profesionales que terminan traicionando a sus propios
principios y a los intereses de sus «representados». El EZLN retiró a todos sus
cuadros de los gobiernos para ser congruente con su lema «para todos todo, para

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nosotros nada» y porque considera que el gobierno es de autoridades civiles que
deben mandar obedeciendo.

¿Cuál ha sido la reacción gubernamental a las autonomías zapatistas? ¿Cómo


evalúa estos procesos de construcción de autonomía después de seis años de
estar públicamente formalizadas?

—El Estado mexicano traicionó su palabra empeñada en la firma de los Acuerdos de


San Andrés y continua su estrategia de contrainsurgencia o «guerra de desgaste». A
partir de ello, la construcción de autonomías ha sido una experiencia notable, una
verdadera universidad en la que miles de personas aprenden a gobernar desde la
práctica de una democracia directa y participativa. De sus procesos autonómicos se
han vislumbrado nuevas formas de gobierno participativo, renovadas convivencias
políticas y propuestas para darle un nuevo contenido a la desgastada democracia
institucionalizada. Las organizaciones políticas de los pueblos indígenas han mostrado
su continuidad, perseverancia, flexibilidad e imaginación frente a la burocratización y
deterioro de esfuerzos organizativos en los ámbitos partidistas, sociales y gremiales.

¿Esa experiencia no está exenta de riesgos?

—No es menor desarrollar procesos autonómicos en pleno cerco de penetración


contrainsurgente. Es permanente el hostigamiento del gobierno federal y estatal hacia
las comunidades zapatistas. Siempre existe el riesgo de una represión a gran escala
destinada a destruir al EZLN.

¿Encuentra usted alguna intención de «mandar obedeciendo» en las fuerzas


tradicionales que dominan el panorama político mexicano? ¿Qué espera para los
próximos años?

—México vive la peor crisis económica, social y política que se recuerde en la historia
contemporánea. Felipe Calderón ha roto toda expectativa en cuanto a que no podía
ser peor que cualquier otro de los gobernantes que han sufrido los mexicanos. Existe
una gran indignación en amplios sectores sociales sobre lo que está pasando y todo
señala a una confrontación para resistir a la guerra social emprendida por el gobierno
de la derecha mexicana contra el pueblo.

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Nota:

1. Gilberto López y Rivas. “Paramilitarismo e insurgencia en México” en Memoria,


número 133, México, junio de 1999, pág. 2.

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